Película ganadora de un Oscar de Thomas Vinterberg y con Mads Mikkelsen La reciente película del director danés Thomas Vinterberg, una nueva colaboración entre el cineasta, el premiado actor Mads Mikkelsen y Tobias Lindholm, resulta una poderosa reflexión sobre los avatares de la vida a partir de un experimento realizado con el consumo de alcohol. Otra ronda (Another Round /Druk, 2020), que a simple vista parece mucho más ligera y convencional que la mayoría de los trabajos anteriores del director danés, se erige sobre la teoría del psicólogo noruego Finn Skårderud, que defiende la idea de que el hombre nace con un 0,5% de alcohol en sangre. A partir de ahí se plantea la hipótesis de que una leve embriaguez abre las mentes al mundo que nos rodea, disminuyendo los problemas y aumentando la creatividad. Después de una cena de cumpleaños convertida en una borrachera, cuatro amigos llegan a la conclusión de que tomar alcohol es bueno para la vida y juntos deciden probar la teoría de Skårderud. El experimento consiste en tener un nivel de alcohol en la sangre de 0.05 todos los días para así mejorar el desempeño social y profesional. Mads Mikkelsen, Thomas Bo Larsen, Magnus Millang y Lars Ranthe interpretan a un grupo de profesores que trabajan en un colegio secundario que, mientras atraviesan la crisis de los cuarenta y tantos, buscan recuperar el encanto por la vida amorosa, familiar y laboral a través del alcohol. Como resultado, las clases se vuelven más dinámicas y los jóvenes conectan con las divertidas lecciones. Este éxito justifica el consumo que, naturalmente, se va incrementando hasta alcanzar peligrosas proporciones. El cineasta, que maneja con inteligencia y sensibilidad los giros emocionales de la trama, utiliza el pretexto del alcohol para realizar una comedia existencialista sobre el fracaso, la soledad y el egocentrismo masculino, pero siempre asegurándose de no inclinar demasiado la balanza hacia el humor, y con la ayuda de una excelente actuación de Mikkelsen, logra plasmar una historia compleja sobre el fracaso a la hora de ser honestos con uno mismo.
Autor de clásicos del folklore nacional como Zamba para olvidarte, Mi mariposa, El Antigal, Cuando tenga la tierra, Este Cristo americano, Nostalgia mía, Pastorcita perdida o Mi principito, que fueron interpretados por un abanico eclético de artistas que incluye tanto a Diego Torres como a Mercedes Sosa pasando por Abel Pintos o Los Carabajal, Daniel Toro es considerado una leyenda viva del folklore latinoamericano. Majul, que ya había trabajado en Un pueblo hecho canción. Una película sobre Ramón Navarro (2018), sobre la figura del gran folklorista riojano, propone ahora un retrato estructurado como una road movie musical conducida por Daniela Toro y construida a través de una serie de canciones que suenan tanto en la propia voz del músico como en la de otros intérpretes de la talla de Ricardo Mollo o Miguel Abuelo, con un material inédito grabado en el Festival de Cosquín en la década del 60, y que se entrecruzan con los testimonios de Teresa Parodi, Mario Arce, Marcelo Simón, Víctor Heredia, Sergio Castro, Franco Ramírez, José Ceña o el psicólogo y músico Mauricio Castelao, entre otros, para entender la sensibilidad poética del artista a la hora de crear una obra que atravesó géneros, estilos y generaciones. Lo musical trasciende lo biográfico y ese es el gran mérito del documental. De su Salta natal a la consagración en Cosquín. De la Argentina a toda Latinoamérica. Son las canciones las que hablan por sí solas y las que le sirven a Majul para moldear en El Nombrador, una película sobre Daniel Toro (2021) la figura de un artista único que trascendió a su época.
Musical pop con las canciones de Raffaella Carrá Ópera prima del uruguayo Nacho Álvarez, resulta una delirante comedia musical pop que, como sucedía en "Mamma Mia!" (2008) con las canciones de Abba, tiene como hilo conductor las canciones de la diva italiana Raffaella Carrà. La historia, que se ambienta en los albores de la década del 70, comienza con una novia que sube a un avión llorando en el aeropuerto de Roma. Una azafata le pregunta que le sucede e inicia una coreografía cantada que deambula entre lo kitsch y lo pop de un típico estilo almodovariano. Y ahí radica la esencia de una película que cuenta una clásica historia de amor cruzada con la la tv española en medio de la censura franquista. María, la novia en cuestión es interpretada por Ingrid García Jonsson, una joven mujer española que plantó a su novio italiano en el altar y salió huyendo para regresar a su país. Su sueño es ser bailarina y ante una serie de casualidades o causalidades terminará participando del programa de mayor audiencia del momento, Las noches de Rosa, donde su nuevo novio es hijo del censor que el dictador Franco puso en TV Española para controlar lo que se dice y lo que se muestra. El muchacho es el heredero natural de ese puesto y por supuesto María no solo no lo sabe, sino que también es víctima de la censura que impone su novio. Explota explota (2020) es la típica comedia de enredos, fresca y disparatada, pero también llena de clisés y estereotipos, teñida de una estética pop retro que es acompañada por los ritmos arrebatados de la célebre artista boloñesa y donde los personajes actúan en un tono hiperrealista.El elenco secundario, que incluye nombres como Verónica Echegui, Carlos Hipólito, Pedro Casablanc y Natalia Millán, acompaña a la perfección el tono festivo que la historia impone. Más allá de que muchos elementos del relato carezcan de sentido y algunas situaciones se vean forzadas, Explota explota, como su título lo indica, resulta una agradable explosión de color, brillo y alegría que genera una especie de placer culpable.
Luego de “55 pastillas", cortometraje que se presentó en la Competencia Orizzonti del 72 Festival Internacional de Venecia, Sebastián Muro debuta con un largometraje documental en primera persona sobre los vínculos entre padres e hijos. En Rafa, su papá y yo (2021), el cineasta conduce al espectador por su historia personal para introducirlo lentamente en una saga familiar marcada por las ausencias paternales y donde los hechos se repiten como en loop, aún sin proponérselo y renegando de ellos. Sebastián Muro tiene que hacer un retrato cinematográfico para la facultad y elige a su padre, un organizador de eventos, que anteriormente fue animador, trapecista, trabajó en Club Med… Un extrovertido personaje que se deja seducir por la cámara y seduce a través de ella. Pero a medida que esta lo sigue en su rutina laboral y familiar van apareciendo temas de los que no se hablaban, de esos que se llevan clavados como una espina en el corazón y que se repiten de generación en generación. Es ahí donde aparece una ausencia de casi diez años, cuando Sebastián era un niño, ausencia que Rafa también sufrió de su padre. Y es ahí también donde surge una película. Rafa, su padre y yo es una película sobre aquello que no se dice, que no se cuestiona pero siempre está latente. Sobre la ausencia, la paternidad, los vínculos y la lucha por no repetir la historia. La mayor virtud de Muro es la de hacer colectiva una historia personal más allá de catársis. Los temas, que funcionan como una suerte de espejo, hacen que cada espectador se vea, de alguna u otra manera, reflejado en alguno de los personajes que componen las ramas de este árbol genealógico. Porque en toda familia hay temas que se callan, que duelen y de los que cuesta hablar, por más que todo siempre parezca estar bien.
La coherencia de Francisco Márquez El codirector de "La larga noche de Francisco Sanctis" y el documental "Después de Sarmiento" vuelve a indagar sobre la responsabilidad civil ante una situación de abuso de poder. Esta vez en un caso de violencia institucional. Cecilia (Elisa Carricajo), tiene 38 años, es profesora de sociología en la UBA, madre divorciada, ideológicamente progresista. Una mujer de clase media, que trabaja, cría a su hijo, tiene un gato y como se ve en una de las primeras escenas no es de quedarse de brazos cruzados frente a la injusticia. Pero, una noche lluviosa, unos gritos la despiertan. Presa del miedo se dirige a la ventana y ve a un adolescente algo golpeado al que reconoce. Es Kevin, el hijo de Nebe, la mujer que la ayuda con las tareas de la casa, y al que apenas conoce. No sabe cómo actuar, siente miedo y no le abre. Kevin corre. Al día siguiente encuentran su cuerpo en el río. Gendarmería lo mató tras hostigarlo durante semanas. Si todo cine es político el cine de Márquez claramente no busca escaparle a esa afirmación. Su obra está atravesada por una coherencia estética que hace a sus películas aún más nobles de lo que son. Su postura ideológica no solo está implícita en la historia propiamente dicha sino también en la formas de encuadrar, de elegir que mostrar y que no. Si en La larga noche de Francisco Sanctis (2016) la dictadura estaba fuera de campo ahora es la violencia institucional la que circunda todo el relato pero no vemos. En su obra indaga sobre las responsabilidades de la ciudadanía común frente a situaciones de abuso de poder. Mientras que en La larga noche de Francisco Sanctis un ciudadano podía salvar a otros frente a una redada militar, en Un crimen común (2020) sucede lo mismo. Aunque la diferencia es que si en su antecesora la narrativa estaba construida sobre los instantes previos al hecho ahora cuenta el después. Filmada en formato 1:1.33, con una cámara voyeur que va mostrando el agobio y la encrucijada en la se va perdiendo Cecilia, magistralmente interpretada por Elisa Carricajo, un personaje simple que se va complejizando hasta convertirse en su propio fantasma, Un crimen común no esquiva las responsabilidades civiles sino que las asume como propias.
Una historia mínima de Mayra Bottero Mayra Bottero debuta en la ficción, luego del documental "La lluvia es también no verte" (2015), sobre la tragedia de Cromañón, con una historia sobre la transformación de una sexagenaria mujer al descubrir que en casa de su padre vive una joven mujer que embarazada. Graciela (Stella Galazzi), una docente, separada de su pareja y sin hijos, está tramitando la jubilación, quiere vender su casa e irse lejos de la ciudad. Rodo (Carlos Rivkin), su octogenario padre, vive en un departamento y Graciela lo visita de vez en cuando, aunque se nota que la relación no es buena. Pero todo se pondrá peor cuando descubra que con él vive Sabrina (Valeria Correa), una joven mujer, embarazada, que estaba en la calle y sin recursos. La vida de Graciela dará un giro inesperado. Bottero construye un relato intimista de personajes solitarios que se encuentran para construir un mundo propio que los incluya. Seres vulnerables que hallan en el otre una razón para existir. La historia es mínima, sin artilugios, y la puesta en escena focaliza en la transformación de los personajes a partir del encuentro. No busca redimirlos sino humanizarlos, mostrarlos en todas sus facetas, con sus matices, contradicciones, virtudes y defectos. El trío protagónico es el corazón de una película que en ningún momento busca la sensiblería ni al golpe de efecto, pero que invita a la reflexión y genera preguntas. Una casa lejos (2021) le apunta directo al corazón individualista y mezquino de una sociedad incapaz de mirar más allá de sus propias narices, de pensar en el otre, de tener un gesto mínimo que puede llegar a cambiar una, dos o tres vidas.
Martín Desalvo (Unidad XV, El padre de mis hijos) vuelve al cine de género para fusionar el thriller con el western ecológico en El silencio del cazador (2019), película filmada en la selva misionera con Pablo Echarri, Alberto Ammann y Mora Recalde.Se puede ver en Cine.Ar Play. La historia se centra en la disputa entre Guzmán (Echarri), un guardaparque fronterizo, y Benek (Ammann), un terrateniente al que su dinero lo vuelve impune. Ambos eran amigos de juventud y Sara (Recalde), una médica rural, hoy casada con Guzmán y antigua novia de Benek, los convirtió en enemigos. Ante la amenaza de que un yaguareté se está comiendo el ganado, Benek aprovecha el ataque para hacer uso de sus habilidades (reprimidas) de cazador, mientras Guzmán inicia una feroz cacería contra su enemigo amparándose en las facultades que la ley le brinda. Con guion de Francisco javier Kosterlitz, cuya mayor virtud es la forma que utiliza para adentrarse en la complejidad psicológica de los personajes, El silencio del cazador está estructurado como un western moderno con elementos de thriller dramático, donde el foco, que está puesto en la ecología, resulta la excusa para narrar una historia en donde las relaciones con el poder, la impunidad y el abuso, en todo sentido, están a la orden del día. Guzmán y Benek aparecen enfrentados por Sara pero en ese enfrentamiento no solo está la disputa por el amor, sino también por el poder. Filmada con cámara en mano y largos planos secuencia en locaciones de las comunidades de Alem, Cerro Azul, San Ignacio y Mojón Grande, Desalvo, que en todas sus películas trabaja la fotografía de una manera particular y diferente, apela al DF Nicolás Trovato para crear la atmosfera opresiva y de tensión que se mantiene a lo largo de toda una historia donde no hay héroes ni heroínas, sino hombres y mujeres con las contradicciones que los hacen humanos.
"Akelarre" y el grito feminista de Pablo Agüero El argentino Pablo Agüero filma una película de épica que le escapa a todos los clisés del género. Hablada en euskera y castellano y basada en "Tratado de la inconstancia de los malos ángeles y demonios", escrito por el juez Pierre de Lancre, quien interrogó a miles de personas y condenó a ciento de mujeres a morir en la hoguera por supuestos actos de brujería, Akelarre (2020), que tuvo su estreno en el Festival de San Sebastián y recientemente consiguió 5 Premios Goya, se desarrolla en 1609 en el País Vasco Francés y entre sus protagonistas se destaca el argentino Daniel Fanego, como un consejero del juez. En la historia los hombres se han ido al mar y Ana (Amaia Aberasturi) y sus amigas realizan una fiesta nocturna en el bosque. Enviado por la corona, con la misión de purificar la región, el juez Rostegui De Lancre (Alex Brendemühl), las acusa de brujería. Para que confiesen lo que saben del akelarre, ceremonia durante la cual el diablo inicia a sus servidoras y se aparea con ellas, las jóvenes son encarceladas en una prisión, donde son torturadas y abusadas, a la vez que son juzgadas durante un proceso exento de imparcialidad y justicia. Agüero construye una historia kafkiana, un cuento de brujas épico, donde vuelve a poner el foco sobre las mujeres, la desconfianza y el miedo, sobre todo en el sexo y lo desconocido. Tópicos recurrentes en su filmografía. Lo hace desmarcándose de los clisés del género, a través de una manifiesta y precisa mirada feminista, que expone la ignorancia y el miedo de los hombres frente a la mujer y la pérdida del poder. Con un guion, firmado por Agüero y Katell Guillou, plagado de intensos e intencionados diálogos, donde nada es casual ni está puesto al azar, Akelarre resulta una obra arriesgada que acierta en su forma. Un sofisticado ejercicio de estilo, narrativo y visual, de una belleza hipnótica, que utiliza el pasado para contar el presente.
Un mar de dudas La cordobesa Sabrina Moreno debuta en el largometraje con Azul el mar (2019), una película sobre una mujer que necesita cambiar con lo establecido para poder seguir adelante. Lola (Umbra Colombo) viaja a Mar del Plata con su marido y los hijos de ambos. Están de vacaciones y todos parecen disfrutar de ese momento. Excepto Lola, una mujer que sufre interiormente el agobio de lo que supone va a ser el resto de su vida. Una sucesión de hechos que se repiten en loop y con los que Lola quiere romper. La ópera prima de Moreno pone el foco en lo interno por sobre lo externo para construir una película perceptiva sobre lo que sucede con un personaje que salvo contadas excepciones manifiesta la crisis en la que se encuentra sumergida. Azul el mar es una película que internaliza un conflicto que el entorno no logra percibir y eso hace que el personaje (y lo que se quiere mostrar) muchas veces resulte críptico y no consiga empatizar con el espectador. La complejidad de un guion con demasiados vericuetos que no conducen a nada, situaciones que muchas veces resultan forzadas y cierta ambición en la construcción psicológica de los personajes terminan de restarle puntos a una película que se pierde en el mismo mar de dudas por el que nada un personaje.
La libertad La segunda obra de la correntina Clarisa Navas tras Hoy partido a las 3 (2017) se encuadra dentro de una clásica historia de iniciación pero con un nivel de sensibilidad, sutileza y empatía que la convierten en una película sublime. La historia, que se desarrolla en el barrio correntino de Las Mil, lugar donde la directora vivió durante gran parte de su vida, tiene como protagonista a Iris (Sofía Cabrera toda una revelación), una chica más del lugar que transita por esa etapa de la vida donde la adolescencia y la adultez se funden para no saber de qué lado ubicarse. Iris juega al básquet, no bebe alcohol, no se droga y se enamora de Renata, una chica de la que se habla mucho pero poco se sabe. Darío y Ale son sus compinches. Uno abiertamente gay, mientras el otro todavía no sabe muy bien que rumbo tomar mientras aspira a ser escritor. Los tres son bien diferentes en sus personalidades pero juntos componen una triada que resiste los avatares de la vida que se les viene encima. Navas ubica la acción dentro del propio barrio, sin traspasar los límites, un espacio que funciona metafóricamente como el laberinto existencial que transitan los propios personajes a los que una cámara inquieta sigue sin que estos noten su presencia mientras observa sus acciones, sus movimientos, sus conversaciones por momentos corridas de cualquier eje de sensatez. Diálogos que en cualquier otra historia hubieran resultado forzados, pero que acá resuenan con total naturalidad gracias a una estructura narrativa que se aleja de la rigidez y deja a sus personajes actuar con la misma libertad que se respira en la película. En Las Mil y una (2020), que integra la Competencia Internacional del 35 Festival Internacional de Cine de Mar del Plata, no solo se respira libertad sino que esa libertad traspasa la pantalla. Navas filma la vida misma y la convierte en puro cine. No necesita aplicar golpes de efectos para llegar al corazón ni mostrar un catálogo de cuerpos desnudos ni escenas de sexo para lograr sensualidad. Tampoco necesita aclarar lo que se sobreentiende ni que se explique la obviedad. Hay una rigurosa elección en lo que se muestra y como se mustra, aunque muchas veces el fuera de campo diga mucho más que lo que se está viendo. Que la historia de la película hable del amor entre dos chicas o muestre a personajes gays u otros que eligen vestirse de mujer no la hace exclusivamente una película de nicho LGBTQI+, una etiqueta que simplemente se le aplica al hacer un recorte de una parte de lo que cuenta. Porque Las Mil y una es mucho más que eso. Es una película libre en su forma, crítica aunque no lo parezca, sin ataduras de ningún tipo, con un mensaje sutil pero de una contundencia política imposible de soslayar.