El discreto encanto de la burguesía Un Dios Salvaje hace recordar a Buñuel y a ¿Quién Le Teme a Virginia Woolf?: Personajes cuyas fachadas terminan derrumbándose por el hastío que se provocan entre sí. Polanski tomó la obra teatral de Yasmina Reza...
Así como tres Peter Sellers eran más geniales que uno en Dr. Insólito o: Cómo aprendí a dejar de preocuparme y amar la bomba, el clásico de Kubrick, dos Adam Sandler son más insufribles que uno en Jack y Jill. Es una pena ya que el comediante de Brooklyn demostró saber hacer cosas interesantes. Embriagado de amor, La mejor de mis bodas y Hazme reír dan cuenta de ello. La nueva película de su amigote Dennis Dugan adscribe sin problemas a la línea de la bochornosa Son como chicos, otro producto del mismo tándem. Y si bien había un puñado de estupideces graciosas en films como Billy Madison y Happy Gilmore, ya no resulta divertido ver a este hombre de casi cincuenta años perpetrando una y otra vez las mismas bufonadas. Jack y Jill es horrible, autista, torpe, no hay manera posible de sacarla a flote. Aquí Sandler interpreta a dos hermanos, un hombre y una mujer. Merced a unos cuantos chistes de pésimo gusto, el tipo parece estar en su salsa. Lo acompañan sus secuaces pavotes de siempre (Rob Schneider, David Spade, Norm McDonald) y da la sensación de que la pasaron bomba durante el rodaje, sin importarles el terrible pedazo de bosta que estaban haciendo. Hay una sola idea en todo el guión: travestir al protagonista. Debajo de la peluca y el maquillaje están todas y cada una de las criaturas del ex Saturday Night Live, es decir, el mismo personaje tonto de siempre. Películas como esta, por cierto, develan una paradoja: ¿hasta qué punto lo políticamente incorrecto se convirtió en regla? No quedan dudas de que, sin la mano inspirada de los Farrelly o de Apatow, sería mejor prescindir de tal recurso. El atractivo del film (que en realidad resulta tan atractivo como su estrella travestida) es la presencia de Al Pacino, a quien hoy en día resulta más gracioso ver actuar en serio que riéndose de sí mismo. Al igual que su colega De Niro, el actor de Sérpico no se priva de seguir manchando su notable carrera con comedias pedorras. En menor medida, otras personalidades ilustres deciden unirse al ridículo, seguramente a cambio de un suculento cheque: por ahí andan Johnny Depp, Dana Carvey, John McEnroe y Shaquille O’Neall. Otra cosa detestable en las películas de Sandler son sus chivos publicitarios obscenos, en este caso se rinde culto a Dunkin Donuts (Jack, publicista exitoso, debe convencer a Pacino de aparecer en un spot para dicha marca). Ciertas críticas reprobaron el excesivo localismo de Jack y Jill. Justamente eran los localismos de los anteriores films de su protagonista los que permitían alguna que otra lectura pintoresca sobre la cultura norteamericana. Ni siquiera eso se advierte en este adefesio, que podría definirse, con toda justificación, como una doble pérdida de tiempo, uno de los peores –sino el peor– estreno en lo que va del año.
What have you done, Maggie what have you done… Streep-Thatcher. Thatcher-Streep. Desde el vamos la propuesta sonaba atractiva. La Dama de hierro, personaje controvertido si los hay -y más en el recuerdo de los argentinos- tenía por fin su biopic. La multipremiada y experimentada Meryl Streep se perfilaba como una elección segura para el papel. Detrás de la cámara estaba Phylida Lloyd, quien ya había trabajado con la actriz en Mamma Mia...
Rescate emotivo Recuerdo aquel encantador programa de televisión setentoso llamado El show de Los Muppets que acá emitía el viejo Canal 11 hace ya muchos, muchos años. Semana tras semana se sucedían invitados famosos: Peter Sellers, Elton John, Gilda Radner, Vincent Price, Alice Cooper, Silvester Stallone, Marisa Berenson, Liberace, Liza Minelli, Mark Hammill, Diana Ross, Gene Kelly, Johny Cash, Debbie Harry, Steve Martin, Peter Ustinov, Charles Aznavour, y muchos más. Algo así como un Saturday Night Live hecho por títeres. Como Los Simpsons, como Seinfeld. Pioneros en lo suyo, los Muppets fueron uno de esos productos que explotaban impecablemente la cultura que los rodeaba. Esa consigna es retomada por el film de James Bobin. Las referencias a la historia del cine (en especial, el americano) sencillamente se palpan. Capra, Hawks y otros grandes de la comedia y el musical hollywoodense de la primera mitad del siglo XX encuentran su homenaje aquí. Reina la nostalgia y eso no debería sorprendernos. Después de todo, hay mucho de romántico en las criaturas creadas por Jim Henson y Frank Oz hace cuarenta y siete años. Walter, un muñeco de trapo, muere por conocer a sus ídolos, con los que, como no podía ser de otra manera, se identifica. Su hermano de carne y hueso Gary (Jason Segel, también coguionista) y Mary (Amy Adams), la novia de este, deciden cumplirle el sueño y juntos van a visitar el Teatro de los Muppets en Los Angeles. Al llegar descubren el lugar en ruinas, pero eso no es todo: un desalmado empresario (Chris Cooper) quiere extraer el petróleo que hay debajo, algo que sólo se podría evitar recaudando diez millones de dólares. Para ello, Walter, Gary y Mary deberán ayudar a la rana Kermit (más conocida por estos pagos como René) a reunir a los demás felpudos y organizar un gigantesco teletón. Todo encaja en el film de Bobin, que indudablemente decidió ir a lo seguro y apostar por la fuerza de un clásico. Los invitados no faltan: están, entre otros, el legendario Mickey Rooney, Jack Black, Alan Arkin, Zach Galifianakis, Emily Blunt, Dave Grohl, Sarah Silverman, Ricky Gervais y Whoopi Goldberg. En su afán quijotesco de cautivar una época que les es ajena, los protagonistas cantan, bailan y regalan algunas humoradas perfectas. Más que nunca (más que en, por ejemplo, películas anteriores como Llegan los Muppets y Los Muppets conquistan Manhattan) el mundo es un lugar inhóspito para ellos. Crisis global, redes sociales, reality shows, demasiada parafernalia para un simple grupo de comediantes de trapo. El resultado final no sólo es optimista por tratarse de Disney, dueño de la marca desde 2004. Como rescate emotivo, Los Muppets evoca un mundo del espectáculo que, enhorabuena, no fue del todo olvidado.
El caos mismo Steven Soderbergh sabe lo que es trabajar con elencos rutilantes, ya lo hizo en Traffic y en la saga de La Gran Estafa. La coyuntura elegida para Contagio, su nuevo friso coral, no podía ser más espeluznante. Las pandemias que sacudieron el mundo en la última década, así como el pánico a gran escala que aquellas ocasionaron, aparecen exaltadas aquí bajo la apariencia de un virus devastador que se esparce frenéticamente alrededor del globo...
El infierno impenetrable Bárbara (Ailén Guerrero) tiene 10 años y canta en el coro de su colegio. Sin embargo, algo anda mal con la nena. Se hace pis encima, dibuja cosas raras. La psicopedagoga Sara (Malena Solda) llama a la madre (Analía Couceyro) pero quien asiste a la reunión es el abuelo, Ernesto (Alberto De Mendoza). Desde el vamos éste nos es presentado como un hombre duro, de carácter implacable, que en todo momento impone su voluntad sobre la de su hija y la de su yerno (Carlos Belloso). Así, un silencio sepulcral reina en la casa familiar, sólo interrumpido por la música de Bach que escucha el patriarca. Lo que nadie percibe (o lo que nadie quiere percibir) son esos evidentes pedidos de ayuda de Bárbara...
Un felino, una leyenda Advertencia: esta es una crítica de la versión doblada al español. El Gato con Botas merecía realizarse antes que, por lo menos, las dos últimas secuelas de Shrek. Eso no ocurrió. Dreamworks insistió con su más célebre personaje antes de recurrir al simpático felino. Ahora, finalmente, le llegó el gran momento de brillar...
¡Olé! No es la primera vez que Carlos Saura aborda este género musical. Ya lo hizo hace catorce años con Flamenco. Bulerías, farrucas, martinetes, fandangos, todo estaba allí. Con la colaboración de una buena parte de los músicos que participaron en aquella película, Saura vuelve con su secuela, Flamenco, Flamenco...
La piel del deseo. La Piel que Habito adapta, si bien no de manera muy fiel, la novela Tarántula, de Thierry Jonquet. Almodóvar, como era de esperarse, hizo el libro suyo. El resultado es una extraña mezcla de film noir, ciencia ficción y melodrama, con los infaltables toques de humor que caracterizan al cineasta manchego. La vida de Robert Ledgar (Antonio Banderas) está atravesada por la obsesión...
Un chiste demasiado repetido Sí, lo que ya sabemos: las comedias sobre intercambios de personalidad son un clásico. Hay mejores y peores. Esta debe ser, sin dudas, una de las más mediocres de todas, sino la más. A pesar de que Los rompebodas no era una gran película ni mucho menos, se podría haber esperado otra cosa del director David Dobkin. Lo mismo cabe decir de los guionistas Jon Lucas y Scott Moore, también responsables de la muy digna ¿Qué pasó ayer? Si fueras yo, por cierto, tiene algo de Loco y estupido amor, estrenada hace unos meses. Claro que, en comparación con este bochorno, Requa y Ficarra son los Dardenne. Mitch (Ryan Reynolds) es un mujeriego empedernido que ocasionalmente trabaja como actor de películas softcore. Su amigo de siempre Dave (Jason Bateman), por el contrario, es un responsable padre de familia y prestigioso abogado. Siguiendo la regla más estricta del estereotipo, estos dos no tienen nada que ver entre sí, pero oh, sorpresa: Mitch envidia la vida de Dave y Dave envidia la vida de Mitch. Una noche, esta confesión brota de ambos mientras están meando en una fuente. Como por arte de magia, se produce el trueque de almas. Así, uno pasa de tiro al aire a ser una pinturita y el otro, viceversa. Hasta aquí, el compendio de previsibilidades aceptable. Y si bien era difícil prever un bacanal de ingenio a partir de esto, el film de Dobkin derrapa de una manera escandalosa. Porque si el recurso de la escatología funciona para los Farrelly o para Apatow, se debe a que en la coyuntura de los pedos, los culos y la caca de sus relatos habitan personajes humanos, con los que poco cuesta, aunque sea por momentos, identificarse, o a los que, cuando menos, no nos cuesta comprender. En este sentido la debilidad de Si fueras yo se acerca a la exhibida por otra película con Bateman (buen comediante, pese a todo) estrenada hace poco, Quiero matar a mi jefe. Personajes acartonados, inbancables, impermeables a cualquier tipo de empatía por parte del espectador. Así transcurre el resto del film. La seguidilla insoportable de chistes burdos y escatológicos lleva al final más predecible y moralista que se pueda imaginar. No hay nada destacable en Si fueras yo, una humorada demasiado repetida y, para colmo, pobremente contada.