Incontables son las veces que el cine se unió con la disciplina médica para llevar a la gran pantalla historias de enfermedades, de gente sufriendo, ambientadas la mayoría en hospitales (Inocencia interrumpida, Patch Adams, Despertares, por nombrar sólo algunas). Y podríamos decir que los films de este tipo han constituido hasta un subgénero que los une. 50/50 (Jonathan Levine, 2011) se suma a este género (o subgénero) pero de una forma bastante particular… Lo primero que pensé al leer el argumento fue: ¿Cómo una película con esta temática me va a hacer reír? Adam (Joseph Gordon-Levitt) es un chico de 27 años al que le diagnostican cáncer. De pronto su vida da un vuelco y junto a su mejor amigo, Kyle (Seth Rogen) lidiará con la enfermedad. Que tu mejor amigo utilice el hecho de que estés enfermo de cáncer para conseguir chicas, eso sí que es bizarro. Pues esa es la forma en la que Adam y Kyle eligen enfrentarse al cáncer de espalda que sufre Adam. Si bien hace terapia, va al médico y fuma marihuana “medicinal”, el comportamiento de la gente a su alrededor va a ser decisivo. El director, Jonathan Levine cuenta con ironía, sarcasmo y con un poco de resignación la historia de su vida a través de Adam. Adam transita todas las etapas del enfermo de cáncer de una forma muy predecible, lo cual hace del ritmo del film algo bastante dinámico: si bien nunca deja de haber pasajes cómicos, nos encontramos con altibajos emocionales, momentos duros, etc. Si hay una escena que nos da la pauta de que éste es un film que trata con el mayor optimismo posible una enfermedad tan dura es la siguiente: Adam está por pelarse porque comienza la quimioterapia (lo cual supondría un hecho traumático), Kyle por detrás le pide que no lo haga, que quedará horrible, hablando sólo de una cuestión estética. Escenas como ésta abundan en el film, y si bien presenta momentos tristes, podemos decir que estamos al frente de una gran comedia. Y gran parte de esto se lo debemos a la impecable actuación de Seth Rogen, quien también aportó experiencias personales, de un amigo con cáncer para formar la película y varias de las escenas más graciosas. La película se centra en mostrar la reacción de un enfermo de cáncer y de la gente a su alrededor, un relato de subjetividades donde todo tiene una previa pincelada de optimismo. Pero resulta un poco paradójico escuchar una canción de Radiohead (“High and Dry“) o canciones de corte indie mientras se supone completo optimismo; se produce un buen contraste. 50/50 se convierte en una parodia de aquellas películas que mencionábamos al principio, que nos hacen llorar por horas, que usan los lugares más comunes para apuñalarnos en el corazón con historias de enfermedades. Ante la condición de enfermo de Adam, lo único que el film despierta son risas; nos compadecemos pero esto queda en un segundo plano. Con escenas maravillosas, gags entrañables, también vale destacar la actuación de la siempre genial Angelica Houston como madre de Adam, bellos ambientes creados y un Gordon-Levitt a la altura de las circunstancias, 50/50 se convierte en un film imprescindible del 2011.
¡Qué hermosa manera de empezar el 2012 cinematográfico con la nueva de Almodóvar! El director madrileño nos sorprende con un drama que cava bien hondo en los temas más citados por él en su carrera y los trabaja de forma más excesiva y dramática que nunca. La piel que habito (Pedro Almodóvar, 2011) desde antes de su estreno viene teniendo buenas señales. Desde que su mujer murió quemada en un accidente de coche, el doctor Ledgard (Antonio Banderas), eminente cirujano plástico, se interesa por la creación de una nueva piel con la que hubiera podido salvarla. Doce años después consigue cultivarla en su laboratorio, aprovechando los avances de la terapia celular. Para ello no dudará en traspasar una puerta hasta ahora terminantemente vedada: la transgénesis con seres humanos. (Fuente: labutaca.net) La película es, ante todo una historia de amor y de venganza. De por medio, el director mecha bastantes temas interesante y controversiales que nos podría llevar horas de discusión, pero creo que la base es el amor, la venganza y la locura. Robert, con algunos condimentos, es en realidad el estereotipo del científico loco; un Frankestein al que se le agrega una buena dosis de amor y erotismo. Y, ¡cómo no hablar del erotismo!, factor infaltable en la estética almodovariana: esta vez, como tantas, Almodóvar lleva el deseo, lo erótico, lo sexual al límite de lo bizarro. Su obsesión con el travestismo, con las relaciones sexuales retorcidas son trabajadas de una manera muy nueva, llevadas a extremos maravillosos. Creo que La piel que habito es una de las obras más logradas del director, más madura y más sentida. Hay una temática que es bastante patente en la historia y es el tópico de la cárcel, del encierro. El estar encerrado en el cuerpo, en la sexualidad, en lo material del cuerpo. Vera está literalmente encerrada por Robert, pero además de estar encerrada en esta prisión sirviendo de conejito de indias, esta piel que habita también se presenta como cárcel. ¿Hasta qué punto la carne, la piel, condicionan nuestro ser? Invento, hombre, piel. Intervenir al hombre como a las cosas, como a lo natural. No existe lo natural. Todo es reversible. No sólo el sexo sino que la sexualidad. El personaje de Banderas en un momento dice algo así como: intervenimos la tierra, la comida, etc., ¿por qué no intervenir la piel? Sí podemos decir que, para los amantes del director, se nota bastante la ausencia de la cuota humorística, si bien tenemos dos o tres pasajes cómicos. Podríamos decir que es un film que más bien se acerca a los del estilo de Todo sobre mi madre o Hable con ella; donde el humor y los colores extravagantes, los decorados kitsch están ausentes. Pero, a cambio de esto, obtenemos un film sumamente profundo. Otra crítica que podríamos hacer es que durante la primera mitad de la película, la historia resulta un poco densa e inentendible. Y luego, en la segunda parte, se unen todos los retazos de historia que veníamos presenciando para lograr una exquisita obra. Todos los cabos se atan a la perfección y el factor sorpresa estalla de maravilla. Cabe destacar la actuación siempre impecable de “la chica almodóvar”, Marisa Paredes y la de Antonio Banderas, en uno de los papeles más comprometidos y profundos (a mi entender). Finalmente, sólo puedo decir que La piel que habito es de esas películas que te dejan pensando por días y días y que hacen que surjan millones de preguntas, así como hablábamos en el caso de Melancolía. Una trama perfectamente lograda que demuestra el profesionalismo superior del director, una historia impactante llevada a cabo por actores que deleitan.
El apocalipsis más hermoso Entre tanto cine que se copia de otros, tantas historias sin sentido que sólo buscan obnubilar con lo visual, historias ya contadas con una vuelta de tuerca poco convincente, aparece en el escenario cinematográfico el nuevo trabajo del aclamado realizador Lars Von Trier: Melancolía (Melancholia, Lars Von Trier, 2011). Nos encontramos ante un film provocador, innovador… brillante. Es ese tipo de películas que te descolocan de la rutina, que después de verlas tardás un rato en volver a la normalidad; tu cabeza da vueltas buscando explicaciones, recordando imágenes. Y creo que esto es una de las funciones más importantes del cine: moverlo del lugar del entretenimiento banal e involucrarlo en una práctica intelectual donde el espectador también forme parte del film. Melancolía lo logra de maravilla. La historia es bastante simple: Justine (Kirsten Dunst) y su hermana Claire (Charlotte Gainsbourg) tienen una relación bastante particular que va mutando mientras el planeta “Melancolía” se acerca a la Tierra y amenaza colisionar. Para hablar de una película con tantos condimentos se hace difícil saber por dónde empezar. Pero creo que lo mejor es hablar de la división cuasi literaria del film: al igual que Anticristo (el film previo del director), Melancolía comienza con un prólogo que consta de bellísimas imágenes acompañadas de una música celestial. Entre la calidad de las imágenes oníricas y la imponencia de la música, el comienzo de la película resulta fundamental en relación al final. Luego se divide en primera y segunda parte, las cuales corresponden a la mirada y a la percepción que tienen del fenómeno de “Melancolía” Justine y Claire, respectivamente. Entonces vemos cómo el film, en sí se concentra en las subjetividades de cada una de las hermanas, en los sentimientos que se despiertan en su interior a partir de la posible colisión. Y esto se vuelve más notable si pensamos en el hecho de que las únicas personas que parecen sufrir este “fin del mundo” son las dos hermanas y el esposo e hijo de Claire. Pareciera como si no estuviera situada en ninguna sociedad, como si no hubiera un afuera, un extra a ellos. En relación a lo anterior, podemos hablar de una atmósfera irreal que se mezcla todo el tiempo con la realidad. Las hermanas tienen una sensibilidad diferente, que las lleva a sentir la naturaleza y más específicamente “Melancolía” de otra manera. Uno de los elementos más llamativos del film, que salta a la vista ya desde el tráiler y el cartel es el gran cuidado y trabajo estético que se pone en escena. La película es todo el tiempo bella. Los interiores son sumamente imponentes y perfectos. Los espacios naturales parecen haber sido doblemente embellecidos. La iluminación y el trabajo de cámara están logrados a la perfección. Creo que sería pertinente no dejar de lado el título. A cualquiera le llama la atención un título como Melancolía; pero lo interesante del planteo del director es el hecho de retratar el apocalipsis como un choque y una explosión: la Tierra contra Melancolía, morir estrellado por la melancolía. Pero es una melancolía bella, la más bella. De hecho (sin ser spoiler) la secuencia final es uno de los momentos más hermosos y emotivos del film. Melancolía se presenta como una experiencia perfecta, un viaje a un mundo en el que la tristeza y la belleza son una sola. En tiempos donde el apocalipsis está tan en boga vale la pena imaginarlo tan hermoso.
El poder de la ilusión Ya hemos hablado alguna vez por acá de aquella “función” del cine para transportarnos a diferentes espacios, realidades, sentimientos, etc. Pero esta vez es necesario intercambiar la palabra cine por arte en general. Es muy común escuchar artistas que venderían su alma al diablo por estar (aunque sea por una noche) con sus ídolos, en épocas pasadas e idealizadas. Ese querer pertenecer, querer conocer lo que habrían pensado nuestros ídolos, lo que nos hubieran dicho, etc. que se materializa en una imaginación e ilusión de ensueño. La nueva película del (siempre) genial Woody Allen, Medianoche en París (Midnight in Paris, Woody Allen, 2011) nos muestra esta ilusión típica de artista en un relato de lo más logrado. Gil (Owen Wilson) está de viaje por París con su prometida Inez (Rachel McAdams) y la familia de ella. El es un escritor, que tiene en proceso de escritura una novela pero se encuentra bloqueado. Enamorado de la atmósfera parisina pero en total desconexión con sus compañeros de viajes, Gil, en una noche de borrachera cae en una fiesta bastante particular: ubicada en los años ’20, que tiene de invitados a sus mayores ídolos literarios. Pareciera que Allen se ha dado el gusto de hacer una película sobre sus propios deseos. Y, muy lejos de ser algo puramente personal, el film se vuelve el sueño hecho realidad de muchos. ¿Qué harías si te encontraras con tu mayor ídolo? Woody Allen pone en el tapete y trabaja un abanico de ideas interesantísimas. La disconformidad, propia del humano con respecto al presente, el hecho de estar añorando siempre el pasado (actitud sumamente romántica, que caracteriza al personaje de Gil) o de apuntar a un futuro poco cierto; la necesidad de que las obras de arte estén avaladas por una tradición (autores, movimientos, épocas, actitudes) y se inserten dentro de ciertos parámetros; la figura del escritor se pone un poco en ridículo, podría decirse, así como también el cliché del artista y su musa. Si bien pareciera ser una historia sólo apta para literatos, muy por el contrario, es una película sumamente cómica por donde se la mire y con millones de líneas que se desprenden y que no sólo apuntan a un espectador culto. midnight in paris poster Medianoche en París: El poder de la ilusión cine La ciudad de París viene a ser un personaje más que importante y fundamental, así como en la mayoría de sus obras, Allen se dedicó a retratar New York de una manera única y definitoria de su estética, en este film, París es el centro que une el amor (condimento infaltable de esta ciudad), la fantasía, la magia, el arte…Con una fotografía excepcional que inicia la historia con un muestreo de los lugares más bellos de la ciudad de la luces, nos sumergimos en una atmósfera de ensueño y salimos del cine pidiendo por favor un pasaje a Francia. Infaltable en las películas del director en cuestión es su propia presencia protagónica, o bien (y ahora que está veterano) un actor en su reemplazo que reproduce las forma estereotipadas tan típicas de su actuación (hipocondríaco, anti social, intelectual, problemático en sus relaciones con las mujeres, etc.) y esta vez fue a Owen Wilson a quien le tocó semejante desafío; y debo decir que realmente lo ha llevado a cabo con total naturalidad y acierto. Curioso es ver a quien años atrás pegaba patadas junto a Jackie Chan, ahora siendo dirigido por uno de los mejores directores de cine contemporáneos e interpretando la neurótica personalidad de este genio. En fin, sólo me queda recomendarles sin más esta bella película, no sólo para los amantes de Woody o para los literatos. Es un film que refleja el deseo de todos nosotros de vivir en otro lugar, otra época, de ser alguien más. Un pasaje cómico ineludible y una verdadera fantasía para vivir aunque sea por una horita y media.
La tristeza sin salida Cuando pensamos en el dolor más insuperable que padecen los seres humanos, sin vacilar hablamos de muerte. Nosotros, los mortales que parecemos tener todo bajo control, que creemos dominar incluso a la naturaleza, vivimos amenazados por esa enemiga imposible de enfrentar, la muerte. Y, por supuesto, no es una temática menor dentro del séptimo arte, que ha sido tratada desde montones de ángulos: tomándola con humor (valga como ejemplo el genial Woody Allen, o la obra magnífica de Frank Oz, Muerte en un funeral), ahondando en la gran cuota enigmática que siempre la rodeó (el último trabajo de Clint Eastwood, Más allá de la vida), como excusa y temática para muchísimos films de terror (sobre todo el terror oriental) o, lo más clásico, haciendo hincapié en el nivel de dramatismo que los occidentales nos ocupamos de asignarle a la muerte. Rabbit Hole (John Cameron Mitchell, 2010) trata justamente la temática de la muerte desde quienes han perdido a un ser querido y cómo deben convivir con esa pérdida. Rabbit Hole nos trae la historia de una pareja, Becca (Nicole Kidman) y Howie (Aaron Eckhart) que pierden a su único hijo, cuando accidentalmente un joven lo atropella en un auto. A partir de esto, la pareja se desestabiliza, mientras cada uno de ellos hace su propio proceso, al mismo tiempo que sus relaciones en general se vuelven conflictivas. Y dentro de las formas que Becca encuentra para ahogar el dolor es contactarse con Jason (Miles Teller) el chico que atropelló a su hijo. Pensando a la muerte como aquel túnel sin salida, que nos atrapa y asfixia, el film se desarrolla mostrándonos el pozo en el que cada personaje está viviendo a partir de la muerte. Nicole Kidman en una actuación ilustre, con las emociones todo el tiempo a flor de piel, va dibujando el carácter de una madre ya casi sin vida, totalmente opacada y que da la sensación de estar buscando siempre algo y al momento, caer en la cuenta de que no hay nada. Por su parte, Aaron Eckhart encarna a un padre que no sólo pelea por superar la enorme pérdida sino que intenta “rescatar” del pozo a su mujer que cada vez lo ignora más, mostrando también una actuación sumamente emocional y sincera. Entonces, podemos decir que es la figura de la muerte la que desestabiliza elementos que se mantienen equilibrados sólo por la vida, en este caso la familia, la integridad emocional. El hijo nunca aparece en la película, sino que ésta se inicia cuando la muerte ya se ha dado, incluso ya hace algunos meses. Es decir, se está reparando en aquello que el fallecimiento de un ser deja en quienes siguen viviendo, en cómo la vida se ve obstaculizada por la muerte; aquella fuerza mayor que termina por destruir no sólo lo que se lleva sino también lo que deja. Rabbit Hole Rabbit Hole: La tristeza sin salida cine Resulta interesante observar cómo Becca necesita distraerse de la situación que le ha tocado vivir y cómo establece relaciones críticas con todo lo que la rodea. Creo que la psicología de este personaje llega a estar perfectamente lograda y muy acertadamente interpretada por la bella actriz. Mientras pretende seguir el curso normal de su vida como careta ante el mundo, busca deshacerse de las pertenencias del difunto niño o eliminar todo objeto que lo represente, incluso su casa; intentado un despojo total de aquello que recuerde a su hijo. Pero dentro de estos mecanismos, Becca entabla una relación secreta con el joven que conducía el auto que mató a su hijo, y es con él y en el parque (su lugar de reunión) donde más tranquilidad y alivio logra encontrar. Por último puedo decir que Rabbit Hole, en mi opinión, cubre muchas expectativas, aunque no todas, sobre todo por su lentísimo ritmo narrativo. Con una estética bellísima, con actores fluidos, naturales y compenetrados en un papel, con una historia simple pero honda, la película me ha dejado pensando durante algunos días, con una sensación amarga y dulce a la vez. Temática ya vista, argumento casi aburrido, Rabbit Hole logra mantener emociones fuertísimas desde estos clichés, justamente porque no hay que exigirle una gran historia ya que lo que se pretende es el retrato de los sentimientos más hondos en dos vidas y se logra a la perfección. Una visión de la muerte muy realista que nos lleva a pensar qué lugar tan débil el nuestro, que nuestra estabilidad en vida depende en sí de la vida de los otros.
Cable a tierra Qué lindo es esperar con ansias una película y que sea lo que esperabas cuando la vas a ver. Justamente eso me pasó con La doble vida de Walter (The Beaver, Jodie Foster, 2011), que presenta un argumento bastante llamativo para mí y que parecía muy prometedor. Cuenta la historia de Walter (Mel Gibson), que sumido en una depresión intenta suicidarse cuando de repente un castor títere de peluche lo salva y de allí en más comienza a hablarle. A través del títere, manejado por el mismo Walter, el protagonista comenzará a recuperar todo lo que estaba perdiendo a causa de su enfermedad (su empresa, su familia, su matrimonio). Hay momentos en la vida de los seres humanos en los que parece que somos tan pero tan pequeños e inservibles que no podemos llevar a cabo nada, que todo se nos derrumba en nuestras narices y que nuestra debilidad nos lleva a no hacer nada. Es en esos momentos donde solemos buscar un cable a tierra; cuando ya no se puede ir más abajo intentamos subir, de la mano de algo externo, algo que nos exceda porque nos pensamos incapaces para todo. Solemos buscar en Dios, en el arte, en terapias, etc. El personaje de nuestra película en cuestión buscará algo tan simple como un peluche viejo y olvidado: le dará vida (la vida que él ha perdido) y lo dotará de todos los atributos del que él mismo había sido despojado. La vía por la cual podrá establecer relación con el mundo exterior será por este elemento que tomará fuerza a partir de la debilidad de Walter. The Beaver Poster La doble vida de Walter: Cable a tierra cine El film comienza con la imagen de un hombre y una voz en off diciendo: “este es el retrato de Walter Black”. Una imagen sórdida, abatida, de un hombre que parece estar muerto, absolutamente marchito. El castor, personaje más que principal tendrá una personalidad completamente opuesta a la de su “dueño”, siendo extrovertido, simpático, cariñoso, positivo, gracioso, etc. y tendrá una presentación muy diferente a la de Walter, siendo muy solemne y casi mítica, donde nos anuncia que las cosas tomarán otro curso. Walter, al adoptarlo como extensión de su brazo producirá un quiebre en su vida y en la relaciones que venía llevando lo que sería la “sombra” de Walter. Lo que era un hombre gris ahora es el poseedor de un peluche que conquista todo lo que toca. Entonces es posible ver cómo a partir de la apropiación de un elemento ajeno y externo el personaje puede sacar a la luz todas aquellas cosas que las tiene vedadas por su condición; le es necesario un vehículo que lleve a cabo todo lo que él no puede. Igualmente, la gente a su alrededor comenzará a “enamorarse” del representante de Walter, olvidando lo que hay detrás. Y resulta ser que él no puede desempeñarse en la vida cuando intenta despojarse de su amigo peludo. Si bien él es consciente de que quien maneja el muñeco es él mismo, se piensa incapaz para llevar a cabo las acciones que realiza cuando el El Castor está al mando. Ponerse o sacarse el títere implica un cambio de actitud ante la vida sumamente decisivo: la vida o la muerte. En su inestabilidad, Walter vacila y se siente desprotegido sin este personaje que él mismo ha creado, pero que en este momento es el único cable a tierra que lo mantiene vivo. Resulta interesante cómo las atmósferas creadas transmiten el estado de Walter permanentemente: primero sombrías, luego más brillantes e iluminadas y acompañando los altibajos, con una musicalización ideal donde “Exit Music (For a film)” de Radiohead resalta significativamente en uno de los momentos más críticos del film. Y no se puede dejar de destacar el papel de Jodie Foster, que no sólo se puso en el rol de directora sino que interpreta nada menos que a la esposa de Walter quien vive a cada segundo (algo desconcertada) la metamorfosis de su marido, con una actuación muy a medida y muy creíble. Gibson, por su lado, parece haberse tomado su papel muy a pecho, ya que se lo ve descarnado y sumamente inmerso, despojado de sus clichés de galán hollywoodense. El film se me presentó preciso, con algunos desvíos en la historia pero aún así compacto sin decaer en ningún momento; si bien el ritmo es lento, lo cual es entendible por la historia contada. Realmente disfruto las historias simples que delatan una complejidad psicológica y que llevan a sus personajes a límites insospechados. Y eso es La doble vida de Walter, un drama profundo y duro, una crítica, una mirada a la vida, adentrándose en la historia de un hombre corriente que simplemente pide ayuda.
Civilización o barbarie Cuando veo una película suelen pasarme tres cosas, hablando generalmente: me gusta, no me gusta o, el intermedio y poco definido “me gustaron algunas cosas pero algo le falta”. Bueno, esto me pasó con la tan esperada por mí, Hanna (Joe Wright, 2011). Anunciándose desde hacía un tiempo, con un tráiler prometedor y con la gran Cate Blanchett de por medio, parecía ser una obra prometedora. Y no sé si fue por lo poco que sabía del film antes de verlo, pero me desconcertó su género, su estética, su narrativa. Y todo me desconcertó para bien y para mal. Es difícil explicar qué me pasó con esta película. Hana (Saoirse Ronan) es una niña que ha vivido toda su vida con su padre (Eric Bana) en una región aislada del mundo “civilizado” y moderno. Se ha criado cazando y entrenándose cual soldado, para ser el asesino perfecto y ha conocido el mundo a través de enciclopedias. Hasta que llega el ansiado momento de largarse al mundo urbano para enfrentarse a su enemiga letal, Marissa (Cate Blanchett), para cumplir una misión. La narración podría decirse es inteligente: dejando varios blancos al principio, y durante buena parte del film, nos mantiene en la lógica del rompecabezas y atentos a cada detalle. Acompañado por el ritmo narrativo, la película experimenta una transición desde el mundo natural, salvaje y primitivo con el que comienza, que por un momento pensamos que nos encontramos en una era pasada (retratado con una fotografía deslumbrante) hacia un mundo moderno, civilizado, hasta futurista por momentos. Ese desplazamiento supone un giro en cuanto a estéticas, colores, ambientación, etc. que puede resultar chocante, pero que logra establecer el contraste pretendido para dividir aquellos dos universos tan distanciados. Y es en este punto donde el subtítulo del film viene a colocarse de maravilla: “Adapt or die” (Adaptarse o morir). Se plantea en la película un tránsito entre mundos que conviven paralelamente pero que se contradicen, que no llegan a una síntesis. Y tendremos que esperar al final para saber qué mundo se impone sobre el otro: si es el de la “barbarie” encarnado por Hanna, o el de la “civilización”, representado por el personaje Blanchett. Hanna poster Hanna: Civilización o barbarie cine En medio de todo este planteo, que resulta bastante interesante, se cuelan en la historia muchos datos que luego se sintetizan, pero que resulta un poco engorroso y artificial unirlos; parece que la narración no tuviera un curso fluido y que se encontrara como incomodada por acontecimientos colados. Con esto no me refiero a que no es una buena historia, sino que el orden no fue el más feliz. Un elemento llamativo que no se puede dejar de destacar es la musicalización de la película a cargo de The Chemical Brothers. Parece que el audio no se correspondiera con las imágenes. Pero creo que justamente es esto lo que en el film se busca: desconcertar. Ese mismo desconcierto que vive Hana, una niña que aparece como extraña y mítica todo el tiempo, es lo que se busca generar en el espectador; desde los cambios de patrones estéticos, hasta canciones que parecen desubicadas, secuencias desestructuradas, etc. Y al mismo tiempo, mientras transcurre un film que parece de vanguardia, saltan a la vista los elementos más hollywoodenses. En fin, disfruté de la película, aunque no todo el tiempo. Sí creo muy interesante y valioso el trabajo de contraposición entre dos realidades, retomando una antinomia básica de occidente como lo es pertenecer a la civilización o a la barbarie.
Una historia sencilla Ya desde el subtítulo de esta película, “Una historia de amor”, se nos anuncia que su naturaleza se reduce a ello; lo cual no tiene por qué ser desmerecedor como algunos piensan. Es que Blue Valentine (Derek Cianfrance, 2010) se propone contar una historia de amor entre dos mortales comunes y corrientes, sólo eso. A veces necesitamos que un film nos muestre una historia extraordinaria, que nos saque de nuestra vida ordinaria y nos haga creer los clásicos “amores de película”. Blue Valentine es totalmente lo contrario: justamente nos interpela, nos pone incómodos, toca los puntos más sensibles de cualquier historia de amor. Blue Valentine retrata la historia de Dean (Ryan Gosling) y Cindy (Michelle Williams), una pareja que se encuentra en crisis y que lucha por sacar a flote su relación. Para relatar este momento deberemos conocer el pasado de ambos solteros y como pareja. Así ingresamos en el film, repleto de flashbacks donde a cada momento es posible identificarse o “ponerse del lado” de alguno de los personajes. Realmente es deleitante encontrarse con películas que nos ofrecen una historia simple, que se encuentra a la vuelta de tu casa (o dentro de tu casa) y que sin una multiplicidad de hechos pueden mantener una narración interesante durante su extensión. Y digo esto por la cantidad de films que se esmeran en crear historias “complejas”, con recovecos, grandes giros, finales inesperados, etc. que de vez en cuando resulta hasta innovador descubrir argumentos sencillos. Y justamente lo destacable de esto es que detrás de eso que parece una historia simple y sosa se esconde una gran complejidad. Blue Valentine consigue no sólo todo lo anterior sino que en su entereza logra mantener la línea de lo cotidiano. Los personajes, las actuaciones, las locaciones, los sucesos y diálogos se presentan a la medida de cualquier mortal, lo cual abre la posibilidad de una fuerte identificación por parte del espectador. Blue Valentine poster Blue Valentine: Una historia sencilla cine Si bien pueden verse algunas similitudes con película como Diario de una pasión, Blue Valentine no cae en cursilerías, y sus hechos son tan crueles como reales. Y es el condimento de la realidad lo que hizo que esta historia me atrajera: y es que los pretendidos y clásicos “amores de película” parecen haber caducado; dejando de lado los estereotipos de amor feliz y para siempre, este film penetra tanto en las zonas más rosadas de una historia de amor como en las más cruentas. Y al mismo tiempo plantea una crítica a la institución del matrimonio, o tal vez una mirada pesimista en detrimento de esta idea de lo perpetuo de la unión conyugal. El amor puede morir y las situaciones pueden volverse insostenibles. Y a pesar de todo esto, como decíamos al principio, sigue siendo una historia de amor, sólo que anclada en la realidad, haciendo hincapié en todos los aspectos de una relación amorosa; sin pintarnos ese cuadro tan añorado que el séptimo arte desde siempre se asignó el papel de mostrar: parejas felices, parejas ideales. Pero creo que es interesante que el espectador pueda sentirse incomodado por la historia, y en vez de terminar abrazado con su pareja mientras miran el film, sintiéndose una reproducción de los actores, pueda verse reflejado. Resulta indispensable destacar las grandes interpretaciones de los actores principales (sobre todo Gosling) que parecen haber hecho carne la historia, y que generan esa sensación de realmente haber vivido las experiencias narradas dentro de esta línea de lo verosímil y cotidiano. Blue Valentine, es de esas películas que lo desencantan a uno, que en vez de permitirle imaginar y zambullirse en la pantalla cual amantes de Casablanca, nos invita a presenciar un quiebre, una fisura dentro de algo que alguna vez estuvo completo. Y creo que si bien una de las características más hermosas del cine es poder crear mundos paralelos que nos permitan escapar por un ratito, es también interesante que de vez en cuando esos mundos nos incomoden, nos hagan dudar, al fin y al cabo, pensar.
Muñecas surrealistas Fui al cine con pocas expectativas sobre esta película; y, exceptuando por el ser que a mi lado masticaba fervorosamente pochoclo, me lleve una gratísima sorpresa. Mejor dicho, la pasé bomba. Sucker Punch, mundo surreal (Sucker Punch, Zack Snyder, 2011) principalmente es un despliegue: de imágenes, de sensualidad, de efectos especiales y visuales, de trabajo de edición. Se encuentra uno ante una pantalla que lo absorbe en imágenes surrealistas, con un estilo cómic. Y es por esto que disfruté tanto de la película: lo visual y lo auditivo son privilegiados, la historia queda en un segundo plano. Baby Doll (Emily Browning) es encerrada por su padrastro (Gerard Plunkett) en un hospital psiquiátrico. Apenas ingresa allí, en su imaginación, convierte al hospital en un burdel. Y para escapar de él debe encontrar cinco elementos. Para hacerlo se sumerge, también en su imaginación, en submundos surreales donde pelea contra soldados zombies, dragones, orcos, etc. Para esta tarea cuenta con sus ayudantes: Sweet Pea (Abbie Cornish), Rocket (Jena Malone), Blondie (Vanessa Hudgens) y Amber (Jamie Chung). El argumento se presenta simplísimo. Pero creo que Sucker Punch no es el tipo de película del cual se deba esperar un guión fabuloso o profundo, sino que es interesante apreciar el resto de las cosas que nos ofrece e ir al cine con una predisposición sobre lo que vamos a encontrar. Sobre la base de ese pensamiento, puedo decir que Zack Snyder hizo un trabajo maravilloso. Conservando esa estética tan particular usada en 300 y un poco de la de Watchmen, el tratamiento de la imagen en el film es sublime. Unido esto a los efectos visuales y especiales, la película logra trasportarnos hacia aquellos ambientes surrealistas que la revisten y que logran cubrir lo vacío de la historia. Otro agregado que hace de esta estética algo completamente disfrutable son las actrices que, sin tener actuaciones deslumbrantes (para nada) cumplen su verdadero rol: el film no les exige un gran despliegue de emociones, sino una exhibición de “poderes” y de su cuerpo. Las cinco amigas se pasean en paños menores toda la película, con un maquillaje de primera línea en medio de ambientes hostiles. Y creo que específicamente esta contradicción visual ayuda a crear lo surrealista: dentro de una cocina inmunda baila una muñeca rubia, con dos colitas y mini vestido de colegiala. Sucker Punch poster Sucker Punch: Muñecas surrealistas cine Otro aspecto que también se resalta es la musicalización, comenzando el film con una versión de la ya clásica “Sweet dreams (are made of this)” interpretada por la misma actriz Emily Browning. Durante la primera secuencia, los sucesos son relatados con esta bellísima versión de fondo y sin diálogos, sólo mediante contundentes imágenes que nos resumen, de una manera muy acertada, la historia previa de Baby Doll. Realmente muy buena elección de narración. Igualmente vemos cómo cada canción concuerda con la estética surrealista del film: “Sweet dreams…” nos remite a esta atmósfera de ensueño propia del surrealismo, “Army of me” de Björk se presenta como una elección perfecta, a mi juicio, desplegando la irrealidad que rodea a la cantante, “Tomorrow never knows” de The Beatles, en una versión a cargo de Carl Azar que respeta la naturaleza “lisérgica” de la canción. Al igual, que hablábamos en la en la reseña de Scott Pilgrim contra el mundo, en Sucker Punch también vemos la influencia del videojuego, del cómic y del videoclip: sobre todo videojuegos y videoclip, ya que el primero se refleja en las etapas que deben superar para llegar al objetivo y se presentan más dificultosas cada vez y en los diseños de ciertos personajes. Y podría decir que el film remite al videoclip por el hecho de estructurar cada “etapa” de lucha con una canción, que empieza y termina con el reto y que se corresponden. Finalmente puedo decir que, más allá de la poca solidez del argumento, Sucker punch se convierte en una deleitante experiencia audiovisual. Sí, podemos decir que presenta un gran vacío argumental, pero creo que no es el propósito del film ahondar en la historia, sino que ésta es una mera excusa para darle un poco de sustento al despliegue audiovisual. Esto se ve, sobre todo en el hecho de que la mayoría de las cosas se justifican o se resuelven desde lo imaginario o irreal (cómo consiguen las protagonistas sus armas de defensa, por ejemplo). Es decir, que lo visual nos contenta con algo extraordinario sin hacernos pensar en la lógica que debería tener una acción en la realidad. Y según mi experiencia con el film, lo logra de una manera exitosa.
La dolorosa tarea de estar acompañado. Una nueva película argentina con la cara de Ricardo Darín en el poster. ¿Qué no hay otros buenos actores en nuestro país? Tenemos que admitir, los argentinos, que un poquito de bronca hemos desarrollado hacia el rostro que aparece en una buena cantidad de los films de nuestra industria. En fin, siempre me canso de ver películas donde el afamado actor actúa de sí mismo: el típico “langa” porteño, pero esta vez me llevé una sorpresa. En Un cuento chino (Sebastián Borenztein, 2011), Darín se puso en los zapatos de un hombre más maduro y en un personaje profundo. La película tiene como excusa un hecho real: en China una vaca cae del cielo y mata a una joven mientras su novio le estaba por proponer matrimonio. Del otro lado del mundo, en Argentina, Roberto (Ricardo Darín) vive una vida monótona, rutinaria y sin muchas complicaciones; es dueño de una ferretería bastante anticuada y es lo suficientemente malhumorado como para estar bastante solo. Azarosamente, Roberto ayuda a Jun (Ignacio Huang), un chino que está perdido en Buenos Aires, y que terminará viviendo con él sin entenderse mutuamente ni una sola palabra. Tendrán que convivir dos seres opuestos, con culturas y costumbres también opuestas mientras la compañía se presenta particularmente tediosa y tortuosa para Roberto. Creo que uno de los puntos más interesante del film es el excelente tratamiento del personaje de Roberto. Básicamente su carácter es el sustento de la historia. Es decir, es pintándolo como solitario, gruñón y rutinario hasta la médula, que la figura del intruso viene a ser una gran complicación, una ruptura tan enorme que lo obligará a cuestionar y remover ciertos aspectos de su vida. Además, durante toda la película se hace hincapié en la relación que mantiene Roberto con los otros y con el mundo; Mari (Muriel Santa Ana), quien está enamorada de él, viene a ser fundamental en este punto, ya que es ella quien remarca explícitamente el especial carácter de Roberto. Otro aspecto que muestra estas relaciones es la extraña colección que lleva nuestro personaje: colecciona en un cuaderno, prolijamente pegadas, noticias de diarios insólitas. Es allí donde reside su diversión diaria, su escape imaginario hacia esos acontecimientos que escapan de lo común. Pero la relación construida con Jun no será un simple acto de solidaridad; sino que constituirá la llegada de la compañía y lo peor de todo, la alteración del orden. Este orden, este sistema que Roberto mantiene de una forma casi religiosa entra en peligro con la intromisión de otro. Y aunque aquel se manifieste perturbado, podría pensarse cómo, adrede llega a pedir la presencia de alguien que desbarajuste un poco la monotonía. Dejar por un momento aquel lugar tan cómodo para pasar al desequilibrio que puede llegar a convertirse en positivo. El personaje de Roberto viene a ser perfectamente construido: desde la fantástica escenografía que construye su casa anticuada y la ferretería de la que es dueño, hasta las reacciones dignas del estereotipo representado. Ahora, el film intenta explicarnos o justificar el carácter de Roberto; en su desarrollo se muestran pequeños indicios, como por ejemplo un apego importante a la figura materna. Pero la gran justificación llega justamente cuando nos enteramos que es un veterano de la Guerra de Malvinas. Instantáneamente la pantalla no lleva hacia aquella época, con un tono vintage y aviones y tanques de guerra. No pretendo juzgarlo innecesario, pero sí lo considero un tanto “traído de los pelos”. El ambiente del film se ve interrumpido por este episodio meramente justificativo como si estuviera inserto a la fuerza, lo cual provoca este cambio de atmósfera un poco brusco. Un cuento chino Un cuento chino: La dolorosa tarea de estar acompañado. cine No se puede dejar de resaltar que Un cuento chino le hace honor al género cómico: es una verdadera comedia, con guiños muy argentos y un agregado costumbrista fantásticamente realizado. Como es de esperar, no se podía dejar de lado la temática de la inmigración de personas orientales en nuestro país: muchas escenas suceden en el Barrio Chino, se hacen los típicos comentarios de confundir a japoneses y chinos (con ese dejo despectivo de los argentinos), incluso en una cena que mantiene Roberto con amigos, se deja transparentar, en una conversación, las concepciones del extranjero en relación al argentino y de la visión que se tiene de la cultura oriental en sí. Un cuento chino es una película realmente disfrutable, con personajes sumamente estereotipados que son el condimento perfecto para una historia que retrata una realidad propia de nuestro país. Sobre todo el personaje de Roberto que no impide que todos encontremos un poquito de uno mismo en él ni que no pensemos en la difícil tarea de convivir con el otro, con la diferencia.