Como un golpe de suerte El director rumano Corneliu Porumboiu (“Bucarest 12:08”; “Policía, adjetivo”) sigue sorprendiendo al público con su particular modo de narrar. En su nueva película, “El tesoro”, condensa de una manera ingeniosa su estilo despojado y a la vez complejo de contar historias de su país. Historias que tienen como protagonistas a personajes impregnados de un espíritu que trasunta desencanto, falta de ilusión, chatura, hasta cierto derrotismo que los muestra apocados, serios y desprovistos de energía vital. Así es la impresión que ofrece Costi (Toma Cuzin), un hombre joven, casado, con un hijo pequeño, a quien se lo ve tratando de cumplir con su rol familiar pero sin poner ningún entusiasmo en su función, aunque es evidente que quiere que los demás, sobre todo su hijo, lo vean como un buen padre. El clima de chatura y mediocridad que se respira en su modesto departamento, sintoniza con un modo de vida burocratizado, gris y sin demasiadas expectativas, tal como Porumboiu describe a la sociedad rumana actual en todos sus films. Sus personajes son seres desangelados que parecen cargar sobre sus espaldas toda una sucesión de hechos convulsos que sacudieron al país en distintas etapas, provocando cimbronazos que afectaron de un extremo a otro tanto la economía como la inclinación política. Rumania forma parte de ese grupo de países que si bien pertenecen a Europa, han estado gran parte del siglo XX bajo la hegemonía del comunismo, y sus poblaciones han sufrido los azotes de las guerras mundiales y sucesivas ocupaciones, particularmente de parte de los nazis y los soviéticos. Pero a su vez, tienen sus propias raíces y tradiciones, que todavía subsisten, mal que mal, en el inconsciente colectivo, aunque en general, con una falta de vigor característica de quienes han vivido mucho tiempo bajo el yugo de regímenes autoritarios y represivos. Porumboiu explota todas esas vetas pero hace una lectura un tanto sarcástica de esa realidad. Muestra las contradicciones sociales acentuando el absurdo y las conductas un tanto extravagantes de los personajes, cuyas vidas están sometidas a los vaivenes del poder, que aunque cambie de manos y de orientación, al parecer, siempre termina castigando a los mismos. El caso es que Costi es un empleado cuyo sueldo apenas le alcanza para pagar su departamento, el auto, la escuela del niño y una vida sin lujos. En tanto que uno de sus vecinos, Adrian (Adrian Purcarescu), está en una situación un poco más apremiante. Su pequeña empresa editorial quebró luego de la última crisis económica del país y no puede hacer frente al pago de su crédito hipotecario, por lo cual está a punto de perder su casa. Una noche en que Costi está tranquilamente leyendo una versión del clásico Robin Hood a su hijo, Adrian llama a la puerta y se despacha pidiéndole 800 euros para tratar de resolver su problema. Costi no tiene para prestarle, pero Adrian insiste y viene con una insólita propuesta que logra quebrar su negativa. De modo que ambos se embarcan en una aventura que a todas luces parece delirante e infantil: intentar encontrar un tesoro escondido en una finca rural perteneciente a la familia de Adrian. Al parecer, su abuelo habría enterrado algo de valor en algún lugar, para salvarlo de la voracidad de los comunistas, quienes se adueñaron de la finca en su momento para darle diversos usos. Ahora, la vivienda, hecha una ruina, ha vuelto a las manos de la familia y es compartida con un hermano, quien aparentemente goza de una vida más acomodada. Porumboiu se divierte mostrando a estos dos perdedores esforzándose por encontrar una solución casi novelesca a sus problemas cotidianos, con la esperanza de salvarse mágicamente de la pobreza y la falta de futuro. El relato va incorporando pequeños detalles que hacen que la aventura parezca una insensantez propia de dos seres inmaduros y fantasiosos, y juega con el suspenso que crea la incertidumbre por ver cómo va a ser el desenlace, si trágico, tragicómico o (menos probable) exitoso. Pero el director rumano, sin abandonar su cáustico humor, le va dando giros inesperados a la historia hasta culminar con un broche de oro simpático y cargado de sentido, en el que el pequeño hijo y sus amiguitos tendrán un papel importante. “El tesoro” es una especie de fábula que ilustra un modus vivendi en donde las penurias de una vida gris y sin esperanzas puede verse sacudida por la irrupción de lo maravilloso y extraordinario, como un golpe de suerte.
Un duelo de cerebros La French, título original del film de Cédric Jiménez, pone la lupa sobre una red de bandas de narcotraficantes que operó en Francia durante varias décadas del siglo pasado y que se dedicaba a comercializar heroína, proveniente de Turquía y otras regiones de Medio Oriente. Vendía la droga a países europeos y fundamentalmente, la exportaba a Estados Unidos, su principal cliente. Ya la película “Contacto en Francia” (William Friedkin,1971) y su secuela “Contacto en Francia II” (John Frankenheimer,1975) tuvieron a esta famosa red como tema, pero en aquellos casos, los guiones se basan en ficciones inspiradas en las actividades del grupo mafioso y los hechos narrados transcurren principalmente en los Estados Unidos. En cambio, Jiménez opta por una representación dramática de hechos reales que ocurrieron en Marsella y que tuvieron como protagonistas a dos personajes contrapuestos, el juez Pierre Michel (Jean Dujardin), quien se encargó de investigar y perseguir a la organización, fundamentalmente durante la década de los ‘70, y el capo que dirigía todos los negocios en esa ciudad francesa, Gaëtan “Tany” Zampa (Gilles Lellouch). El estilo elegido para la narración pretende ser una especie de aggiornamento del policial negro que hizo furor entre mediados del siglo pasado y la década de los ‘80. La recreación de época es impecable y el ritmo narrativo también. Si bien sigue las normas clásicas, a diferencia del género original, busca minimizar las escenas de violencia y se concentra principalmente en una suerte de contrapunto entre los dos personajes protagónicos, como un duelo entre ego y alter ego. Alternativamente, va mostrando a uno y otro desempeñándose en su oficio y en su vida familiar. Ambos son aproximadamente de la misma edad y hasta se parecen físonómicamente. Lo que propone Jiménez es un retrato del perfil psicológico y temperamental de cada uno, poniendo de relieve varios aspectos en los que hay una gran semejanza entre ellos: físicamente, los muestra muy parecidos; pero también se parecen en el carácter obsesivo, riguroso, moralista y sujeto a códigos estrictos. Ambos son muy metódicos y organizados, son también sensibles y defienden su trabajo con uñas y dientes. Ellos están en veredas opuestas y enfrentados de manera inconciliable, ya que Tany no puede corromper a Michel, como hace con otros jueces y policías, porque el magistrado es inflexible en ese aspecto. De modo que se plantea un duelo de cerebros entre ellos, ya que ambos deben manejarse con suma sagacidad e inteligencia, y medir cada uno de sus pasos, sabiendo que se vigilan mutuamente y no se pierden pisada. Es así que entre zancadillas, emboscadas y engaños, el juez Michel consigue debilitar un tanto a Zampa fogoneando una interna dentro de la propia banda y así, no sin altibajos e intentos de abandono, finalmente, al cabo de un tiempo, la organización es desbaratada, con la colaboración de la DEA, desde Estados Unidos. La historia no tiene un final feliz para ninguno de los dos protagonistas, por lo que la película deja un sabor un tanto amargo, ya que ambos personajes son retratados con fortalezas y debilidades muy humanas y despiertan cierta simpatía en el espectador. La French es un film inteligente y entretenido, con el valor agregado de ser muy atractivo visualmente. La única desventaja que en general se le observa, de parte de la crítica, es que pareciera querer remedar a dos vacas sagradas dentro de la cinefilia: el oscarizado éxito del mítico film “Contacto en Francia” y el policial negro de mediados del siglo pasado. Algo así como querer jugar en primera con los suplentes de la B. Si se dejan a un lado esos pruritos, la película se sostiene a sí misma y se disfruta por sus propios méritos.
Una mirada a la India profunda “La acusación” de Chaitanya Tamhane (Bombay, India, 1987), rodada cuando el director tenía solamente 27 años, ha merecido el premio a mejor ópera prima de la Mostra de Venecia 2014 y ha ganado la Competencia Internacional del último Bafici. La película toma como eje central el caso de Narayan Kamble, un hombre de 65 años que, luego de haber perdido su trabajo en un molino que cerró sus puertas, se dedicó a dar clases particulares a niños y a la música tradicional, siendo compositor de canciones que interpreta él mismo, junto a otros músicos, en eventos populares. Narayan es una especie de activista social, quien mediante el arte ofrece una mirada crítica de la realidad por la que atraviesa el pueblo de ese país, con sus conflictos de clase, el desamparo que sufren los más pobres ante un Estado burocrático y siempre al servicio de los más poderosos, la corrupción y las desigualdades. Por este motivo, el gobierno lo persigue y busca motivos para encarcelarlo. El film comienza cuando el hombre es detenido, en medio de un recital convocado en un suburbio de Mumbai, con motivo de conmemorarse un acontecimiento doloroso ocurrido en el barrio. Narayan es acusado de promover disturbios, pero la querella le endilga particularmente el haber inducido al suicidio a un trabajador del Estado, quien apareció muerto en una alcantarilla subterránea, quien según la policía se suicidó influenciado por una supuesta canción de Narayan, interpretada en dicho evento. El hombre soporta con estoicismo ése y otros reproches que le hacen durante el juicio, dejando en claro que es un viejo conocido de los tribunales donde ya ha tenido que afrontar procesos y prisiones debidos a su actividad contestataria, que incomoda a las autoridades. La propuesta de Tamhane consiste en ofrecer al espectador una pintura costumbrista del entorno del personaje principal, desnudando, con una mirada cínica, las contradicciones de la justicia, que no repara en maniobras absurdas, kafkianas, para acosar mediante demandas al cantante y así someterlo a prisión, de donde es rescatado por un abogado que simpatiza con su causa, pero adonde regresa reiteradamente ya que no ceja en sus actividades críticas al orden establecido. La cámara de Tamhane muestra la pobreza, la inequidad, las diferencias culturales, religiosas, étnicas y de poder adquisitivo de una población compleja, regida por un sistema de leyes que en su mayoría subsisten desde la época en que India estaba bajo el dominio británico. También se detiene en la vida familiar de ambos abogados, el que defiende a Narayan y la fiscal que lleva adelante las acusaciones, mostrando debilidades y miserias de las clases acomodadas, abarcando además otras pinceladas costumbristas que describen un modo de vida un tanto caótico donde coexisten hasta diferentes idiomas. Para cerrar, finalmente, haciendo lo propio con el juez que tiene a su cargo el caso, descubriendo aspectos de su vida privada y ciertos comportamientos corruptos, y hasta supersticiosos, aprovechándose de su influencia y su lugar de privilegio. Tamhane no condena, observa, subraya las contradicciones y destila una atmósfera de desencanto, descontento y también desesperanza, en la que los sectores más humildes sufren muchas injusticias y los intelectuales, impotencia.
Cuando el Estado debe investigarse a sí mismo Los alemanes siguen revisando su pasado de manera insistente y sistemática. El capítulo de su historia marcado a sangre y fuego por el nazismo no cesa de generarles un sinfín de interpretaciones, consideraciones, reflexiones, confesiones, críticas, autocríticas, excusas, deambulando siempre el entendimiento entre luces y sombras. Un capítulo que se niega a cerrarse y que siempre está abierto a nuevas miradas, opiniones, recreaciones, elucubraciones, que intentan explicar aquel fenómeno que tuvo a ese pueblo como protagonista. Un fenómeno que se ha erigido como único en la historia universal, por sus características, y paradigma de cuanto horror y crueldad se le pueda atribuir a la especie humana. Una mancha en la memoria colectiva de los alemanes, que siempre incomoda y perturba, y que reclama una especie de expiación a perpetuidad. El cine, la literatura, el teatro, el arte y en todas las manifestaciones culturales en general, no pueden eludir ese estigma, que se lleva como un conflicto nunca resuelto del todo y siempre vigente, ya sea explícitamente o de manera implícita. “Agenda secreta”, la película de Lars Kraume, ofrece una nueva versión de los sucesos previos a la sustanciación de los Juicios de Nüremberg, en la década de 1950 a 1960, que tuvieron como protagonista principal al fiscal general del Estado de Hessen, el abogado Fritz Bauer. Kraume presenta a un Bauer (excelente trabajo de Burghart Klaussner) como un hombre que se ha tomado en serio su trabajo de investigar los posibles crímenes cometidos por los nazis durante la Segunda Guerra Mundial. Pero, como se sabe, las dificultades a las que se enfrentaba eran muchas y muy difíciles de superar. El remanente del nazismo seguía todavía muy vivo y presente en la mayoría de las instancias estatales y en muchos ámbitos no había predisposición a contribuir ni a colaborar con esa investigación, ya que, de prosperar, se ventilarían verdades incómodas para muchas personas todavía en funciones. El Bauer interpretado por Klaussner es un hombre vulnerable, solitario, consciente de la debilidad de su posición, pero con una gran voluntad para intentar seguir adelante pese a todo. Tiene poca gente de confianza (“mi propia oficina es territorio enemigo”, dice) y aunque a veces duda y vacila, esas dos o tres personas están ahí para alentarlo a continuar. Entre sus asistentes, se destaca el joven fiscal Karl Angermann (Ronald Zehrfeld), quien resulta de gran ayuda. La obsesión de Bauer era obtener algún logro que pudiera ofrecerse a la opinión pública como fruto de sus esfuerzos y que le dé sentido a su trabajo, que estaba siempre entorpecido y atacado de manera soterrada por las mismas estructuras estatales que debían asistirlo en su tarea. Cuando tuvo información de que el criminal nazi Adolf Eichmann había sido visto en la Argentina, donde supuestamente estaba exiliado y viviendo bajo una identidad falsa, Bauer vio la posibilidad de reivindicarse ante la sociedad y ante sí mismo, y recobró fuerzas, reforzó su voluntad y encaró con decisión la búsqueda del prófugo. Para ello, no dudó en contactar con los servicios secretos israelíes, el Mossad, algo que no le estaba permitido por las leyes alemanas. Se movió con astucia, asumiendo riesgos y lo intentó todo para confirmar la ubicación de Eichmann y procurar deportarlo a Alemania para llevarlo a juicio ante tribunales de su país. Pero, como es sabido, no pudo conseguirlo ya que la misma Corte alemana no lo autorizó. Eichmann finalmente fue capturado por el Mossad, llevado a juicio en Israel y ejecutado. Y Bauer tuvo que resignarse a no poder coronar su empeño con el éxito que hubiera deseado. Sin embargo, su trabajo fue reconocido de manera póstuma, como un valioso antecedente que posibilitó los posteriores Juicios de Nüremberg. La versión que Kraume ofrece de aquellos episodios es una suerte de sinopsis de información que se da por sabida y conocida por todos, y se detiene en recrear el espíritu de la época, condimentando su relato con aspectos de la vida personal de Bauer y también de su asistente Angermann, a quienes se los tacha de homosexuales. Esta cuestión (aun no del todo confirmada por la historia oficial), al parecer, enturbió más su desempeño y complicó su tarea, ya que en esa época, la homosexualidad estaba penada por la ley en Alemania. En síntesis, “Agenda secreta” es un nuevo aporte a la eterna revisión histórica de su pasado oscuro que ofrecen los alemanes al público, para cumplir quizás con algún mandato no escrito que los obliga a la expiación recurrente de aquellas viejas culpas.
Entre el prejuicio y la oportunidad “Una segunda madre” o “Que horas ela volta?” es una película brasileña que toma como eje del relato la relación entre madres e hijos afectados por la distancia. Puede ser la distancia física o la distancia emocional, o ambas cosas. Val es una mujer oriunda del nordeste del país, una región más pobre que el centro y el sur. Como tantos otros nordestinos, ella arribó a San Pablo en busca de trabajo. La gran urbe, con su perfil industrial y pujante, que se alza compitiendo con las grandes capitales del mundo, es un lugar en el que una empleada doméstica, bien ubicada en una casa de una familia de clase media acomodada, puede ganar un buen sueldo que le alcanza para ella y también para enviar a su familia, que ha quedado allá en el norte. Es el caso de Val, que trabaja cama adentro en un hogar compuesto por un matrimonio con un hijo. Cuando ella llegó, el niño era pequeño. Ahora, ya han pasado diez años desde entonces, y el pequeño es un adolescente que ha crecido, mimado y malcriado por una Val que añora a su propia hija, a quien ha visto poco y nada durante todo este tiempo. La mujer esconde un pasado conflictivo. Ha tenido una pareja con quien ha tenido una hija, pero por alguna causa, el matrimonio no funcionó y ella decidió abandonar el hogar en busca de un destino mejor. La niña ha quedado al cuidado de alguien de la familia, aunque Val le ha estado enviando dinero todos esos años. De repente, Jéssica, la joven, le comunica un día que irá a San Pablo a reunirse con ella, porque quiere ingresar a la universidad a estudiar arquitectura. Hace diez años que madre e hija no se ven y el reencuentro es un tanto tenso y en principio, complicado. A simple vista, Jéssica aparenta ser una joven independiente, segura de sí misma y sin los prejuicios de clase que afectan a Val, quien, como empleada doméstica cama adentro, tiene que respetar algunos límites, ciertas barreras invisibles pero bien concretas, entre sus patrones y ella. Jéssica pensaba vivir con su madre, pero ignoraba que no tenía un lugar propio. Si bien en un principio la familia la acepta, hasta que encuentre un lugar mejor donde alojarse mientras curse en la universidad, pronto su presencia comienza a alterar, aunque sin querer, el orden establecido y pone nerviosos a todos. La película, opera prima de Anna Muylaert, constituye un relato costumbrista que, apelando a oportunas dosis de humor y un compendio de imágenes metafóricas y símbolos, grafica las desigualdades sociales imperantes en Brasil, mostrando un caso testigo, tomado seguramente de los miles de casos parecidos que se dan en la realidad. La convivencia entre estos seres de distinto origen, con diferentes expectativas, intereses y hábitos, si bien está impregnada de modernidad y tolerancia, dispara una complejidad de prejuicios de uno y otro lado, que amenazan con derivar en verdaderos conflictos. Pero, antes de que la sangre llegue el río, las cosas se resolverán y cada uno encontrará su lugar, aunque las diferencias tenderán a blanquearse y acentuarse. Sin ahondar demasiado en el profundidad psicológica de los personajes, Muylaert esboza a grandes rasgos los perfiles de cada uno, insinuando más que desnudando, historias de vida en las que cada uno lleva su propia cruz a cuestas y tiene que lidiar con el rol y el lugar que le ha tocado en suerte. Y si bien hay cierto fatalismo en su mirada, siempre aflora una suerte de salida alternativa que intenta sobreponerse a los condicionamientos rígidos. Toda la película se concentra mayormente en el proceso de Val, quien es la que sufre la mayor de las transformaciones y aprovecha la oportunidad que la da su hija de resolver un conflicto personal para saldar una cuenta pendiente con su pasado y poder encarar el futuro de otra manera.
Un intento desesperado por recobrar la humanidad perdida “El hijo de Saúl” es la opera prima del director húngaro László Nemes (Budapest, 1977), film que mereció importantes premios: Oscar a mejor película de habla no inglesa, Globo de Oro, Independent Spirit Award, Spotlight de la Sociedad Americana de Cinematógrafos, Satellite y de la Crítica Cinematográfica. Para un debut, el reconocimiento de los expertos es muy impactante. La película se lo merece. Nemes ha explicado en una entrevista que para escribir el guión, junto con Clara Royer, se inspiró en un documento titulado “Voces desde las cenizas”, que reúne testimonios escritos por sonderkommandos y que había permanecido oculto desde 1944. Los sonderkommandos eran los judíos que tenían algunos privilegios dentro de los campos de concentración durante el régimen nazi. Les daban trabajo y comida y algunos otros mínimos beneficios durante un tiempo. Debían organizar el exterminio de los miles de judíos que arribaban permanentemente a esos campos para su eliminación. Al cabo, iban a morir igual que los otros, pero mientras tanto, algunos abrigaban la esperanza de poder huir e incluso, como en este caso, protagonizaban rebeliones e intentos de fuga. El protagonista de esta historia es Saúl (Géza Röhrig), un judío de origen húngaro, un sonderkommando que ha perdido a su esposa y otros familiares. Nemes, con cámara en mano, construye su relato de una manera muy especial: no se aparta ni un segundo de Saúl, a quien enfoca siempre en primer plano registrando tanto su rostro como su espalda durante un fatídico e interminable día y medio en el propio infierno. Sus acciones, sus gestos, sus emociones, mientras a su alrededor, en un segundo plano borroso, se suceden acontecimientos difíciles de explicar, caóticos muchas veces, en un ámbito sucio, oscuro, deprimente, confuso, donde los sonderkommandos debían hacerse cargo de los trabajos más ruines relacionados directamente con los asesinatos en masa y la disposición de los cuerpos. Entre gritos, llantos, disparos, crematorios, fosas y salas de autopsias, donde médicos, también prisioneros judíos, debían eviscerar a otros judíos y elevar informes, Saúl pasa su tiempo. Mientras otros compañeros, entre los que siempre hay desconfianza y resquemor, preparan un levantamiento. Con pocos y brevísimos diálogos, siempre en voz baja y evitando ser sorprendidos por los guardias alemanes, los prisioneros establecen una comunicación entre ellos que puede ser para requerir información, para hacerse favores o transmitir alguna orden. En ese caos, Saúl, que parece un autómata en medio del horror, ve cómo un oficial nazi asesina a un muchachito que había sobrevivido a la cámara de gas. Saúl se obsesiona con el cadáver del pequeño y quiere evitar que termine eviscerado y destrozado, para luego ser incinerado como todos los otros. Él quiere darle sepultura y quiere que un rabino lo ayude a cumplir con el rito. Para ello, debe conseguir la ayuda del judío médico que debe hacerle la autopsia al chico, para que le permita ocultar el cadáver, y también debe conseguir algún rabino para que eleve el rezo ritual. Mientras trata de conseguir todo eso, tiene que seguir haciendo su trabajo en el campo, en el medio del constante caos, y asistir a los insurgentes en sus demandas. Allí nadie es amigo de nadie y todos vigilan a todos. El relato de Nemes es sumamente inquietante, sin concesiones, cruel y desgarrador, como no puede ser de otra manera, pero evitando el dramatismo exagerado. Formalmente, eligió filmar en celuloide, en 35 mm y con un encuadre apretado, cerrado sobre el protagonista. Todo lo que ocurre, más allá de Saúl, es una sucesión de cuerpos y sonidos que van y vienen. Lo que quiere expresar “El hijo de Saúl” es el intento de un hombre vaciado de toda humanidad por aferrarse a un último aliento de vida, de dignidad, de ética y sentido. Él ve al pequeño muerto como a su hijo y darle entierro cumpliendo con los ritos religiosos significa para él una suerte de rebelión, un intento desesperado por recobrar algo de la humanidad perdida, de no sentirse tan vacío y miserable. Se trata de un relato verdaderamente original, sobrecogedor, que se aparta de los cánones propios del género de películas acerca del holocausto, que introduce un nuevo punto de vista, iluminando otro aspecto de aquella realidad morbosa y trágica, concentrándose en la vivencia de un individuo y sugiriendo todo lo demás.
Una marca de origen “El rey del Once” es una película que se destaca por una economía de recursos casi extrema. Desde la presentación y el título hasta los créditos, todo parece hecho con material de descarte y reciclado, sin apelar a adornos y con una apoyatura musical mínima. El objetivo del director Daniel Burman parecería ser obtener un retrato lo más fiel posible de la idiosincrasia de la comunidad judía del barrio de Once porteño y mostrarlo tal como es, sin análisis, sin comentarios, sin reflexiones ni opiniones, y evitando caer en exageraciones. El protagonista de esta historia es Ariel, un joven empresario ligado a las finanzas que está viviendo en Estados Unidos, pero que ha nacido y fue criado por una familia tradicional de Once. Ariel viene a Buenos Aires a hacer una visita a su padre, quien le ha pedido que viaje con su novia (quien finalmente, no viaja) para conocerla y de paso le hace otros pedidos que tienen que ver con aspectos relacionados a su actividad como líder de una fundación que se dedica a asistir a los más pobres de su comunidad. La relación con el padre, llena de sentimientos contradictorios desde muy temprana edad, más ese mundo caótico con reglas propias difíciles de conciliar con el resto del mundo, fueron los factores que impulsaron a Ariel a tomar distancia e intentar hacer otra vida, lejos de sus orígenes. Sin embargo y pese a sus esfuerzos por hacer una carrera y encarar otra forma de existencia, con parámetros más acordes con el mundo capitalista global, sus raíces lo atraen de una manera poderosa y lo ponen frente a un dilema que no solamente pasa por la memoria emotiva y los aspectos afectivos; todo parece conducir a una crisis de identidad. Ariel opone resistencia al insistente llamado telefónico de su padre, que desde algún lugar parece querer controlar todos los pasos de su hijo con indicaciones, encargos, consejos y hasta mandatos, mientras él está siempre “en camino”, ocupado en resolver otros menesteres en otros lugares. Algo que al joven lo irrita porque toda su vida tuvo que competir por la atención de su padre con un sinnúmero de obligaciones que el hombre asumía fuera de casa. En este viaje de reencuentro, Ariel se zambulle otra vez en ese mundo tan particular y único del barrio de Once, un mundo que lo va engullendo pese a sus resistencias y que va desarmando todas las corazas adquiridas en el exterior, hasta volver a convertirlo en el que siempre fue y será: uno más de la comunidad. Ese padre, líder referencial para un grupo de gente que encuentra en él orientación, ayuda y una suerte de organización que resuelve techo, comida, ropa, medicamentos, asistencia médica a los necesitados que no tienen otros recursos ni adónde recurrir, moviendo los hilos subrepticiamente y deliberadamente, lo que está haciendo es preparando a su hijo para que reciba su legado. Lo que ocurre con Ariel en este viaje, que en principio sería nada más que una visita circunstancial, es que como de sopetón tendrá que hacerse cargo de ser el sucesor de su padre y continuar con la tradición familiar marcada por él. Algo que se da de una manera que no es exactamente una imposición ni una coerción, sino una decisión aparentemente libre del propio Ariel, que decide cambiar de planes de improviso al reencontrarse con sus raíces. Un proceso interno que el actor Alan Sabbagh interpreta con gran convicción. Filmada en locaciones naturales, propias del mismo barrio de Once, con muchos personajes que también son gente del lugar y que constituyen ese colectivo al cual ha entregado su vida Usher, el padre, la película linda por momentos con el estilo informal e improvisado de un documental, en el que se hace un recorrido por algunas de las costumbres atávicas y por aspectos cargados de simbolismos que estructuran la vida de los judíos de Once. Un universo muy particular y sui generis, una marca de origen.
“Y en un momento, todo se fue a la m...” Deniz Gamze Ergüven es una joven realizadora turca que habitualmente vive en Francia. “Mustang” es su primer largometraje y relata su mirada acerca de lo que se entiende por ser una mujer en Turquía. A partir de experiencias personales vividas en su país desde edad muy temprana, decidió contar esta historia que tiene como protagonistas a cinco hermanas huérfanas, que van desde los 12 a los 16 años, y que viven con su abuela y un tío en un pueblo del norte del país, en la costa del Mar Negro. La película empieza con una escena lacrimógena en la que una maestra de escuela se despide de sus alumnos porque se traslada a Estambul. Posteriormente, un grupo de esos alumnos van a la playa y se divierten en el mar y la arena, en un momento de esparcimiento. En ese grupo están las cinco hermanas, quienes al llegar a su casa son duramente reprendidas por su abuela por haber sido la comidilla de todo el pueblo debido a su comportamiento “obsceno” a la vista de todos. A partir de allí, empieza una sucesión de cortocircuitos entre las niñas, su abuela y el tío con quienes conviven desde que sus padres fallecieron. El tío le reprocha a su madre que no sabe cuidar de ellas y que está poniendo en riesgo la posibilidad de encontrarles un marido. En ese lugar, las bodas se arreglan entre las familias de los futuros esposos y las mujeres deben llegar vírgenes al matrimonio, situación que se comprueba mediante métodos habitualmente humillantes para las mujeres. Un procedimiento del que ninguna, al parecer, puede escapar. Las cinco hermanas funcionan como una unidad prácticamente indisoluble, van juntas a todos lados y se protegen unas a otras. Según señala Ergüven, les quiso otorgar a sus personajes un coraje que ella nunca tuvo y al mostrarlas con temperamentos dispares, quiso mostrar “los cinco destinos posibles para una misma mujer” en ese lugar del mundo. En tanto que al tío, el antagonista, el que encarna el aspecto oscuro y sombrío del sistema masculino represivo y perverso que acorrala a las mujeres, lo ve como una especie de minotauro en su laberinto. El título del film refiere a una clase de caballos salvajes, que representa para ella la belleza y la libertad en estado natural, y es así como quiere que se vean las cinco hermanas. La historia transcurre en un pueblo que tiene características particulares: una naturaleza atractiva e inquietante, con colinas, mar y abundante vegetación. La mayoría de las escenas transcurren en el interior de la casona familiar, donde son prácticamente encerradas las niñas a partir del momento en que su comportamiento puso en crisis a la abuela. Se trata de una vivienda con dos plantas, muchas habitaciones, escaleras, ventanas y puertas, que a su vez está ubicada en un lugar donde las calles son sinuosas, contribuyendo todo a crear una atmósfera compleja donde se entrecruzan caminos y puntos de vista. Un lugar ideal, según Ergüven, para contar su historia, que adquiere por momentos una dimensión un tanto fantástica. Una historia que es narrada por la menor de las niñas, Lale, la más rebelde de todas, quien observa con preocupación lo que ocurre a su alrededor y tiene manifestaciones de intolerancia a ciertas exigencias a las que son sometidas ella y sus hermanas. En poco tiempo, las dos más grandes son casadas en bodas arregladas por su abuela, y cuando le llega el turno a la siguiente, ocurre un hecho violento que eleva el nivel de alerta de la pequeña Lale, quien solamente piensa en huir de ese destino de sometimiento y dolor. El relato es muy dinámico y atraviesa momentos tragicómicos, transitando desde lo más sombrío y agobiante hacia una luz de esperanza, que no se presentará como una gracia sino que implicará una decisión arriesgada y valiente de parte de las dos niñas menores, que deciden luchar por lograr un destino diferente al que tuvieron sus hermanas. “Mustang”, nominada al Oscar como mejor película de habla no inglesa, es una producción muy lograda, que denota una fina sensibilidad al momento de desnudar algunos de los aspectos más urticantes de las costumbres tradicionales del pueblo turco que afectan en especial a las mujeres.
Un desafío moral El director francés Stéphane Brizé cuenta esta historia de ficción como si fuera un documental. El recurso narrativo que utiliza de manera prácticamente excluyente es enfocar la cámara como si se tratara de un personaje más de la trama, sólo que adopta las características de una especie de intruso que observa sin ser advertido por los otros personajes. Ese intruso se mueve con un punto de vista a la altura del ojo humano, precisamente, y acompaña sobre todo a Thierry, un hombre de 51 años, desempleado desde hace más de un año y con una familia a cargo. Con un reiterado uso de plano y contraplano, y otros momentos, como en la escena final, con un nervioso travelling casi corriendo detrás del protagonista, “El precio de un hombre” (La loi du marché/La ley del mercado, en el original) relata paso a paso todo el proceso de adaptación a la nueva situación por parte de este individuo, que ha quedado excluido del mercado laboral al cerrar la empresa en la que trabajaba, y las dificultades que encuentra para volver a insertarse. Con una rigurosa economía de recursos expresivos, el observador va mostrando a Thierry en diferentes situaciones. Comienza con el personaje en plena entrevista laboral en la oficina de empleo, donde se entera de que, pese a haber realizado un curso de capacitación, no califica para un trabajo por no reunir una serie de requisitos de los cuales no fue advertido al hacer dicho curso. Frustrado y con la sensación de haber perdido mucho tiempo y tal vez otras oportunidades, Thierry se traga la bronca y sigue buscando alternativas. El suyo es un camino individual, ya que rechaza la propuesta de otros compañeros en situación similar de realizar reclamos conjuntos. Thierry ni siquiera habla con su esposa de ese tema. También tiene un hijo adolescente discapacitado a quien atiende con especial solicitud, pero se cuida todo el tiempo de no transferirle al muchacho su angustia de padre y de esposo, y se muestra, en cambio, abierto a seguir las recomendaciones de los especialistas en recursos humanos, que lo llevan a concurrir a reuniones de evaluación en grupo de sus aptitudes y también otras prácticas para mejorar su expresividad y comunicación. Breve y conciso para manifestar sus pensamientos y también sus emociones, va maniobrando ante la adversidad, sorteando cada dificultad, haciendo concesiones a su dignidad, en la medida en que su espíritu de lucha se lo permite. Después de algunos intentos fallidos, finalmente, consigue otro empleo, aunque de menor jerarquía y salario más bajo que el que perdió. Las cosas empiezan levemente a mejorar, en ese aspecto, aunque el sistema muestra otro frente difícil, que es la inserción del hijo discapacitado en un mundo insensible y altamente competitivo. Sin bajar los brazos, Thierry y su esposa siguen adelante, buscando opciones para el joven y también para ellos. Pero en su nuevo empleo, este padre de familia deberá enfrentarse a un desafío moral que lo pondrá en una encrucijada que parece colmarle la paciencia. Si bien el final es abierto, deja la sensación de que esta vez a Thierry la presión le ha dado en un punto de no retorno o por lo menos, extremadamente difícil de digerir. La pregunta que deja flotando Stéphane Brizé es hasta dónde está dispuesto un ser humano normal, y en condiciones de desempeñar un trabajo de no poca responsabilidad, a tolerar conductas abusivas de los empleadores, en busca de obtener mayor rentabilidad a cualquier precio. Una pintura social de un momento histórico en el que los problemas laborales de la sociedad actual afectan a gran cantidad de miembros de la clase media proletaria de las grandes ciudades. Un tema recurrente en la cinematografía francesa de los últimos años al que el “El precio de un hombre” de Brizé aporta su punto de vista. Cabe mencionar que el actor Vincent Lindon ha obtenido el merecido premio a la mejor actuación, por este papel, en el 68º Festival de Cannes.
Dos personajes en busca de sentido “Mr. Kaplan”, escrita y dirigida por el uruguayo Álvaro Brechner, está registrada como comedia dramática de suspenso y se basa en una novela de un escritor colombiano: “El salmo de Kaplan”, de Marco Schwartz. El personaje protagónico, Jacobo Kaplan, es un hombre que, a fines del siglo XX, ha cumplido 76 años de vida y atraviesa por una crisis finisecular de características complejas. Es judío y llegó a Uruguay siendo un niño. En un racconto, el espectador se entera de que el pequeño Jacobo huyó de Europa por orden de sus padres, quienes lo obligaron a emigrar solo, prometiéndole que se reunirían con él más adelante. Algo que al parecer, nunca ocurrió. Jacobo integra la comunidad judía instalada en algún lugar de la costa uruguaya sobre el Atlántico. Hace 50 años que está casado con Rebeca, con quien ha tenido dos hijos. En su fuero íntimo, el anciano recuerda aquel episodio de su infancia en que se tuvo que separar de sus padres y se pregunta qué ha hecho de su vida. Se siente en deuda con sus orígenes y mirando televisión, se entera de que en el Amazonas brasileño han encontrado a un ex nazi que era buscado por Israel para someterlo a juicio por los crímenes de la Segunda Guerra Mundial. En el noticiero también se hace referencia a un acuerdo entre los presidentes de Estados Unidos y de Rusia, Bill Clinton y Boris Yeltsin, respectivamente. Hecho que da indicios de la época en que está ambientada la película. También casualmente, se entera de que en una playa cercana a la ciudad donde vive, hay un hombre solitario que explota un chiringuito, al que le llaman “El Alemán”. Jacobo asocia la noticia del nazi hallado en Brasil con este otro dato y se propone investigar. En su fantasía, cree haber encontrado la punta del ovillo que lo puede llevar a descubrir a otro nazi, que quizás haya llegado en el mismo barco que aquél. El anciano mantiene en secreto su inquietud y se busca un ayudante, un ex policía borrachín y desempleado, con quien emprende una seguidilla de acciones disparatadas en su plan para desenmascarar a “El Alemán” y hacer que lo trasladen a Israel para ser juzgado. Paralelamente, Brechner va trazando una pintura costumbrista de la comunidad judía en ese lugar recóndito de la costa uruguaya, con sus prejuicios, vicios y virtudes. También describe la idiosincrasia de la familia que han formado Jacobo y Rebeca, una familia de clase media ubicada un escalón más abajo que el resto de los judíos de la comunidad. Y además, se detiene con especial dedicación en la figura del ex policía y su propio contexto familiar, mostrando una especie de parodia que por momentos recuerda al personaje de Torrente, creación del español Santiago Segura, aunque no tan sórdido. La propuesta de Brechner está impregnada del humor sutil y melancólico típico de los uruguayos, mostrando a los personajes con sus defectos y miserias, pero también con su costado humano y noble. Una fórmula que da como resultado un producto entrañable y querible, no exento de emoción genuina y profunda humanidad. El dúo protagónico está a cargo de los actores Héctor Noguera (Jacobo Kaplan) y Néstor Guzzini (el ex policía Contreras), quienes logran una buena química entre ellos, alcanzando momentos verdaderamente graciosos que no eluden la sensibilidad, potenciando cada personaje el delirio del otro y metiéndose siempre en problemas disparatados. El final deja un sabor agridulce en el espectador, porque volver a la realidad tiene un costo que tanto Jacobo como Contreras tendrán que asumir.