Ridiculizando al western A Million Ways to Die in the West (traducido como “Un millón de maneras de morir en el Oeste”) es el título original de la película escrita, dirigida y protagonizada por Seth MacFarlane que aquí se presenta con el desafortunado “Pueblo chico, pistola grande”. Seth MacFarlane es conocido por ser el autor intelectual de la serie de televisión “Padre de familia” y por haber dirigido la comedia “Ted” (la del oso de peluche que habla), dos experiencias que han hecho bastante ruido entre el público consumidor de comedias. En esta oportunidad, el joven talento incursiona en una temática muy cara al imaginario estadounidense: el Lejano Oeste. Y lo hace con la explícita intención de demoler a golpes de sarcasmos la mitología del género western, un clásico de la cinematografía. MacFarlane aplica su sentido del humor entre descafeinado y deconstructivo sobre los rasgos y personajes típicos de la época, utilizando para ello un lenguaje audiovisual muy influenciado por el cómic y con alusiones irónicas que suenan como homenajes irrespetuosos o burlas desenfadadas y hasta bastante groseras, en muchos casos. Por ejemplo, el malo, interpretado por Liam Neeson, se llama Clinch Leatherwood (un guiño a Clint Eastwood, un maestro del género). El personaje de MacFarlane, un joven criador de ovejas llamado Albert, utiliza como recurso reiterativo un discurso que hace hincapié en el contraste anacrónico, al asumir una postura crítica sobre sus coetáneos con frases más propias del pensamiento políticamente correcto actual. Aparentemente, pretende ridiculizar la situación en la que un individuo autodenominado como “nerd” se tiene que enfrentar a la violencia sistemática y cotidiana de la sociedad en que le toca vivir. La anécdota es intrascendente. Se trata de un muchacho que vive con sus padres y tiene que encargarse del negocio familiar: una granja de ovejas, cosa que hace a desgano. Pero está de novio con una bella joven del lugar y está entusiasmado con la idea de casarse. El plan fracasa porque ella lo deja al no poder soportar que su prometido sea ridiculizado en público por su falta de coraje para enfrentar a un pistolero. Entonces, aparece una rubia despampanante (Charlize Theron) cuya presencia cambia la historia del pueblo y la suerte de Albert. La película está plagada de mensajes subliminales que apuntan como dardos envenenados contra prejuicios culturales de la sociedad norteamericana y muchos de sus mitos que contribuyeron a diseñar el llamado “sueño americano”. Hay “palazos” contra la sexualidad, la religión y el trato a los indios, entre otros aspectos. Y una historia de amor y coraje, que se resuelve de manera un tanto rocambolesca. La experiencia recuerda la llevada a cabo por el italiano Gore Verbinski en su versión de “El Llanero Solitario” (2013), por su desprolijidad y su irreverencia más inclinada a lo grotesco que al humor, conformando un producto que no termina de cuajar y no resulta muy grato a los sentidos. Rogamos que no se vuelva tendencia y que aparezca algún justiciero que salve el honor del western.
Un viaje que atraviesa varias fronteras Lionel Baier es un joven director nacido en Suiza y admirador de Lubitsch y Tati, impronta humorística que trata de aplicar a su film “La gran noticia”, una realización que ha trascendido el ámbito de los festivales de cine donde Baier es más conocido. La historia está ambientada en 1974 y cuenta el viaje que realiza un equipo de periodistas suizos a Portugal. Son periodistas de radio y van con la misión de entrevistar a instituciones que reciben donaciones de su país y también a residentes de esa nacionalidad en el país ibérico, para promocionar el plan de ayudas del gobierno helvético. Con ese fin viajan Julie (Valérie Donzelli), una periodista feminista y con ambiciones, Joseph (Michel Vuillermoz), un corresponsal de guerra, y el técnico Bob (Patrick Lapp). Baier intenta recrear el espíritu setentista en esta suerte de road movie que mientras va desnudando la personalidad íntima de los protagonistas, obligados a convivir varios días por razones de trabajo, va mostrando una pintura de la época en uno de los países europeos que todavía, en ese entonces, estaba sumido en guerras coloniales. Una de las primeras dificultades que encuentran en territorio portugués es la barrera idiomática, problema que resuelven sumando un intérprete al equipo, el joven Pelé (Francisco Belard), quien habla correctamente el francés, lengua oficial de la cadena radial a la que pertenece el grupo de reporteros. Otros de los contratiempos o detalles que dificultan la tarea tienen que ver con situaciones tragicómicas o grotescas, ya sea porque las ayudas suizas recibidas son casi insignificantes y algunas veces irrisorias, o porque los personajes a entrevistar manifiestan una ideología recalcitrante con una mezcla de racismo y fascismo desopilante. En medio de ese ir y venir por caminos rurales, la cámara de Baier va mostrando un cuadro social donde la pobreza se mezcla con cierta cerrazón cultural, con un atraso evidente respecto de los países centrales de Europa. En su viaje, los periodistas se alojan en humildes posadas en aldeas remotas, o bien duermen directamente a la intemperie, en campamentos improvisados. Y precisamente, en medio de uno de esos caminos perdidos, se enteran casi por casualidad de que el país que están visitando está en revolución. Es el día 25 de abril de 1974, fecha que estalla la denominada Revolución de los Claveles, hecho histórico que marca el fin de la dictadura salazarista que dominaba el país desde 1926. El fin de ese régimen, conocido como Estado Novo, permitió que las últimas colonias portuguesas lograran su independencia tras una larga guerra colonial contra la metrópoli y que Portugal mismo se convirtiera en un Estado democrático de derecho liberal. Este hecho inesperado cambia los planes del equipo periodístico, aun cuando tenga que rebelarse contra las órdenes impartidas por sus jefes desde Suiza, quienes son renuentes a los temas políticos conflictivos y prefieren las notas de color. Pero el estallido popular que se hace dueño de las calles es tan desbordante que atrapa a los cronistas, quienes terminan mezclándose y hasta intimando con los revolucionarios, en una serie de situaciones que rayan muchas veces en el humor sarcástico, aunque cariñoso, por decirlo de alguna manera. La película de Baier es un homenaje nostálgico a una década del siglo XX que fue clave en la historia de Occidente, por los movimientos revolucionarios que tuvieron lugar en distintos países y también por el espíritu libertario que caracterizó a la juventud de la época y a las clases trabajadoras. Y aunque por momentos es un tanto caótica y hasta desprolija, la propuesta es simpática, con una mezcla de ingenuidad y crítica ácida al mismo tiempo.
Lecciones de supervivencia femenina Para decirlo de entrada: “Mujeres al ataque” (The other woman) es un rejunte de buenas ideas amontonadas medio a los apurones y como de mala gana. Quizás sea uno de esos productos que hay que sacar rápido del horno para satisfacer algún tipo de demanda inmediata, algo así como una fast food para salir del paso. En el rubro comedia de mujeres, enredadas y conflictuadas por causa de los hombres, hay varios antecedentes de peso que le hacen sombra, sin ninguna duda, a este experimento no muy feliz de Nick Cassavetes (a quien cuesta perdonarle los errores nada más que por portación de apellido). Pero tampoco hay que exagerar. La película se deja ver con comodidad y puede llegar a divertir, sobre todo cuando Cameron Diaz (verdadero sostén del experimento) despliega sus dotes histriónicas al servicio del humor sarcástico. Está acompañada en esta aventura por Leslie Mann, en un papel mucho más desbordado y estridente. Resulta que Carly (Diaz), una exitosa abogada, tiene un romance con Mark (Nikolaj Coster-Waldau), un atractivo hombre de negocios, y está bastante entusiasmada con la relación. Pero un día descubre que el susodicho está casado (nunca se lo había dicho) y se entera de esto tropezando precisamente con su esposa, Kate (Mann), una mujercita que se la pasa encerrada en su casa consagrada a su marido y no mucho más que eso. El encontronazo es explosivo, porque ambas han sido engañadas por el hombre en cuestión y para las dos resulta un disgusto insoportable. Carly, con más calle, reacciona de manera asertiva y prefiere pasar página rápidamente, pero Kate opta por la crisis expansiva de resultado imprevisible. Se le pegotea a Carly hasta que terminan construyendo una especie de rara amistad, aliándose para espiar y perseguir a Mark. A medida que van descubriendo más secretos oscuros del muchacho, ellas se vuelven más frías y crueles, tanto, que traman someterlo a una dolorosa venganza. Para colmo, aparece una tercera fémina a avivar un poco más la hoguera, la bella Amber (Kate Upton), que es la nueva conquista del insaciable play boy, una joven veinteañera capaz de derretir a los corazones más duros. Sin embargo, las brujas mayores no encuentran ninguna dificultad para sumar otra combatiente a su justa causa. De modo que Mark ahora tiene tres furiosas enemigas operando a sus espaldas con el objetivo de hacerle pagar todas sus traiciones, ofensas y demás maldades. El hombre, que se cree un ganador imbatible, está engolosinado con su éxito. Es irresistible para las mujeres y un león en los negocios. Ni se imagina que alguien, menos su mujercita, pueda estar conspirando en las sombras contra él. Ese exceso de confianza será su ruina. Y las chicas lograrán dar vuelta la historia para ponerla a su favor, infligiéndole un duro castigo al galán insensible y egoísta, con escarnio público incluido. En fin, le dan una paliza de aquéllas. Y después, cada una logrará salir adelante con nuevos proyectos, aunque seguirán unidas de algún modo, porque cuando se trata de complicarse la vida, las mujeres parecen ser incorregibles. La película no es brillante, pero tampoco es un bodrio, aunque hay que reconocer que Cassavetes podría haber aprovechado mejor todo el material disponible, desde el elenco (que incluye al mítico Don Johnson, el buen mozo de “División Miami”) hasta el guión, que con unos ajustes hubiera mejorado bastante.
Para disfrutar sin complejos Por suerte, la entrada al cine para ver a estos dos queribles seductores no es tan inaccesible como sería (para nosotros) la tarifa si quisiera tener un contacto más cercano. Y más suerte, si la puede ver como invitada o con un pase de prensa, nunca más oportuno. Porque con ellos una la pasa bien. Digan lo que digan los demás, “Casi un gigoló” es una experiencia gratificante. Escrita y dirigida por John Turturro, quien la coprotagoniza con el entrañable Woody Allen, ambos acompañados por la magnífica Sharon Stone, la sexy Sofía Vergara y la misteriosa Vanessa Paradis, la película es una comedia neoyorquina encantadora. Resulta que Murray (Allen) tiene una vieja librería en un barrio judío, que fue fundada por su abuelo, la continuó su padre, y ahora él tiene que liquidar, en lo que considera el fin de una era. En tanto que Fioravante (Turturro) está casi desempleado, trabaja dos días a la semana en una florería y con eso subsiste. Son amigos y se apoyan mutuamente. Murray comparte un departamento con una mujer afroamericana que tiene varios hijos (no se explica cuál es la relación entre ellos). Fioravante es un solitario de aspecto melancólico. Todos viven en un barrio judío en Nueva York. En esa situación de dificultad económica e incertidumbre acerca del futuro, a Murray se le ocurre la idea de convertir a su amigo en un acompañante de mujeres maduras. Y para debutar en el oficio, ya tiene una clienta en carpeta. Su dermatóloga (Stone) le acaba de confesar que tiene deseos de experimentar un ménage á trois y que está en la búsqueda del candidato. Luego de algunas vacilaciones, Fior se deja convencer y acepta el desafío. Entonces Murray, devenido en cafishio de su amigo, concerta la cita y el precio, y también establece los porcentajes a repartir entre ambos. El éxito de la experiencia los alienta a seguir buscando clientas, entre ellas, una amiga de la doctora (la voluptuosa Vergara), y al parecer, consiguen aumentar sus ingresos apelando al oficio más antiguo del mundo. Pero... siempre hay un pero, una mujer un poco diferente a las demás los pondrá en aprietos. Se trata de Avigal (Paradis), una viuda de un rabino ortodoxo. Avigal tiene seis hijos, producto de su matrimonio con el religioso difunto, y vive de una manera muy estructurada, siguiendo los cánones de la tradición hasídica. En esta oportunidad, Murray la convence de ponerse en manos de un “sanador”, con el fin de aliviar su estrés, y para ello deberá transformar a su pupilo en un judío recatado especialista en masajes descontracturantes. El caso es que la viudita es vigilada celosamente por un integrante de la patrulla vecinal (Liev Schreiber), quien la pretende. El vigilante la sigue y se pone a investigar a los rufianes, a quienes acusa ante las autoridades religiosas del barrio. El inesperado entrometido desencadena una serie de situaciones contradictorias y enredos, hasta que finalmente, la paz parece volver al tranquilo vecindario. Pero la experiencia dejará sus huellas. Fior quedará tocado emocionalmente por la dulce judía, lo que pondrá en riesgo su “trabajo” y por lo tanto, la sociedad con Murray. Mientras que Avigal, por su parte, comienza un incipiente flirteo con su policía enamorado. Todo sucede en un clima de comedia picaresca costumbrista, fresca, sencilla y elegante, con una banda sonora muy al estilo de las películas de Allen, más un fuerte componente de ternura, en donde todos los personajes son tratados con cariño y buen gusto.
Versión enlatada de la vida de Jesús "Hijo de Dios” es la adaptación a versión cinematográfica de la serie de TV “La Biblia”, producida por Mark Burnett y Roma Downey para History Channel, que fue un éxito en la temporada de 2013. Dicen los realizadores que la serie surgió con la idea de llegar a las nuevas generaciones de televidentes para atraerlas a los temas bíblicos. La película, dirigida por Christopher Spencer, tiene un explícito formato televisivo, desde el casting de actores, las locaciones con un moderado aunque evidente uso de tecnología digital, la banda sonora utilizada para acentuar algunos climas dramáticos, hasta la teatralización casi escolar de las distintas secuencias de la vida de Jesús, según las narraciones del Nuevo Testamento. Al comenzar con un monólogo de Juan ya anciano recordando los hechos, el film da a entender que la versión se basa en el Evangelio de San Juan, quien tiene a su cargo también el cierre final del relato. El guión alterna diálogos entre Jesús y sus seguidores con determinados sucesos destacados por los apóstoles, como hechos milagrosos y algunas frases de las más conocidas que se atribuyen al Mesías. Paralelamente, se muestran las intrigas entre los patriarcas judíos, a quienes se los ve preocupados por la creciente influencia del hijo de María en la población, lo que perciben como una amenaza a las tradiciones y al poder que ellos representan. Problemas que llegan a los oídos del prefecto nombrado por Roma (Poncio Pilato), porque, como se sabe, los hechos sucedieron durante la ocupación de Jerusalén por parte de los romanos. El enfoque hace bastante hincapié en las implicancias políticas que adquiere la figura de Jesús, en circunstancias en que el pueblo era expoliado por el poder imperial del César, lo que generaba protestas y revueltas. Al advertir los patriarcas que en torno de Jesús se reunían muchos pobladores descontentos con la situación, pensaron que Pilato podía ser un buen aliado para sacárselo de encima. Como se sabe, a Jesús se lo somete a un juicio y termina siendo condenado y crucificado junto a ladrones, asesinos y maleantes, pero Pilato deja que la decisión la tomen los judíos. El guión (a cargo del cuarteto compuesto por Richard Bedser, Christopher Spencer, Colin Swash y Nic Young) recurre en reiteradas oportunidades a ciertos toques de humor, sobre todo al retratar a los malvados, y se toma algunas leves licencias respecto de las Escrituras. El papel de Jesús fue confiado al ex modelo Diogo Morgado, cuya imagen parece salida de algunas estampitas estilo new age, aspecto que se vuelve un tanto bizarro y bastante gore en el momento de la crucifixión. Como casi siempre sucede, entre los malos se pueden observar matices actorales más interesantes. A Pilato se lo muestra como un burócrata rezongón preocupado por su carrera y al centurión a quien Jesús le restituyó la oreja cercenada por uno de sus discípulos se le da también un tratamiento destacado. Los personajes de Pedro y de Judas aparecen, asimismo, con una mayor profundidad y no son tan esquemáticos como todos los otros. Pero en general, es una versión bastante elemental y superficial, que seguramente no trascenderá más allá de un comentario de oficio.
Una fábula atractiva y melancólica Wes Anderson sigue deleitando al público que logró conquistar con su estilo, tan personal como refinado, de narrar. En esta oportunidad, se basa en relatos del escritor austríaco Stefan Zweig, en una propuesta que recrea el espíritu de entreguerra que embargó al intelectual judío, quien no pudo soportar el avance del nazismo y la caída de un mundo, en el que la combinación de una educación aristocrática y una preferencia por los buenos modales hacían que la vida transcurriera de manera agradable. La historia que Anderson relata en “El Gran Hotel Budapest” se desarrolla en un lugar imaginario llamado Zubrowka, ubicado en el centro de Europa, en lo alto de unas montañas nevadas, al que se llega sólo en funicular. Allí se encuentra el hotel mencionado, refugio frecuentado por turistas pertenecientes a familias adineradas de Europa, especialmente damas maduras en procura de descanso y buena compañía. Pero el relato comienza en la época actual, precisamente en el momento en que una adolescente realiza un homenaje ante el monumento a un escritor, ya fallecido, mientras se dispone a leer una de sus novelas. Mediante la estructura clásica de las cajas chinas, la película va engarzando una historia dentro de otra, al saltar a la década de los ochenta del siglo XX, en una escena en la cual el escritor, en vida, explica ante la cámara de dónde tomó el argumento de dicha novela. Entonces se produce otro salto varias décadas atrás, oportunidad en que el escritor, siendo joven, visita al famoso Hotel Budapest (ahora bajo el régimen soviético), y allí, conoce a un anciano, llamado Mustafá, quien le refiere los hechos que luego serán reproducidos en su libro. Para ello, Mustafá retrocede aún más en el tiempo, ubicándose en el período entre las dos guerras mundiales, cuando él, siendo un adolescente, conoce al famoso conserje M. Gustave, quien lo inició en el oficio de botones, en el citado hotel. Zero, nombre de pila de Mustafá, es un apátrida, que se fugó de algún país asolado por guerras intestinas que eliminaron a toda su familia. Siendo un “sin-papeles”, es apadrinado por Gustave y con él vive una vida llena de aventuras, mientras aprende los secretos de la buena administración de un hotel distinguido. Resulta que una de las clientes y amiga íntima de Gustave, una anciana, fallece repentinamente y el conserje es citado por su abogado porque al parecer, la mujer lo ha incluido entre los beneficiarios de su legado patrimonial. Para asistir a la lectura del testamento, Gustave debe trasladarse a un país limítrofe y le pide a Zero que lo acompañe. Ambos viajan en tren entre paisajes nevados y al cruzar la frontera ya se percibe el clima bélico, la hostilidad que preanuncia lo que sucedería después en esa región de Europa. La historia continúa con una serie de sucesos tan conflictivos como disparatados, ya que los hijos de la anciana dama rechazan a Gustave, quien se ve acosado por una falsa denuncia que lo lleva a la cárcel y lo sumerge en una sucesión de padecimientos marcados por la intriga y la violencia. Pero la habilidad de Anderson no se limita a inventar historias llamativas e interesantes, en las que mezcla realidad y fantasía, sino que su gran rasgo de estilo es fundamentalmente la forma narrativa, con un fuerte acento guiñolesco, que no evade ni los temas profundos ni los aspectos cruentos de la realidad, pero los presenta de una manera suave, si se quiere, en la que la melancolía es el rasgo distintivo, logrando conciliar diversas influencias en un clima de fábula muy gratificante. Acompaña a Anderson en esta producción un elenco de grandes actores que ponen todo su indiscutible talento al servicio de una obra encantadora.
Enredo afectivo teñido de malentendidos Marie (Bérénice Bejo) es una mujer muy atractiva. Tan atractiva como compleja, envuelta en misterios y repliegues difíciles de sondear. Marie aguarda en un aeropuerto la llegada de alguien, Ahmad (Ali Mosaffa). Muestra ansiedad, pero el espectador no sabe cuál es el vínculo que une a los dos personajes. La acción transcurre en una ciudad de Francia. El viajero viene de Teherán, su lugar de residencia. A medida que avanza “El pasado”, film dirigido por el iraní Asghar Farhadi (“La separación”), los velos de la trama irán cayendo uno a uno hasta desnudar el drama que viven estos personajes, en el presente, y cómo tienen que lidiar con un ayer que todavía cargan sobre sus hombros sin saber muy bien qué hacer con él. Resulta que Marie y Ahmad fueron marido y mujer en algún momento y desde hace cuatro años están separados. Ahora, Marie quiere reconstruir su vida y le ha solicitado a su ex que se presente en Francia para firmar el divorcio. Ella es madre de dos niñas, una adolescente y otra preadolescente. En su casa, conviven con otro niño de ocho años, que es hijo de la actual pareja de la madre. La casa es el antiguo hogar de Marie y Ahmad, cuando eran marido y mujer, y ahora, él es recibido como un huésped. Las hijas de Marie no le dicen “papá”, lo llaman por su nombre, primer indicio que advierte que hay más secretos por descubrir. Y sí, como se lo puede imaginar el espectador, la protagonista de esta película es una reincidente. Ha tenido varias parejas en su vida y ni las dos niñas son hijas de Ahmad, ni tampoco son hijas de un mismo padre. El relato está centrado en esta visita obligada del hombre para poner un final formal a una relación que en los hechos terminó hace rato. Sin embargo, parece que el fuego entre ellos no está del todo apagado, y las cosas se van enmarañando a medida que afloran las emociones, los sentimientos contenidos y las novedades que presentan los nuevos integrantes de este conglomerado afectivo de diverso origen. Samir (Tahar Rahim), el padre del niño y nuevo novio de Marie, vive un poco en esa casa y otro poco en su departamento, y se reparte entre su negocio de lavandería y el hospital, donde tiene internada a su ex mujer con un cuadro grave y de mal pronóstico. En este clima denso, los primeros que acusan los efectos de las tensiones son los niños. A través de sus provocaciones emergentes, el espectador irá tomando nota de la complejidad de los conflictos que se entrecruzan en esta pequeña comunidad atravesada por una sensación de desamparo. El rasgo dominante es la tendencia a tomar decisiones irreflexivas, a veces explosivas, que llevan a los personajes a complicaciones cada vez más enrevesadas, y en su afán por liberarse de una situación opresiva, terminan metiéndose en algo peor, al no tener la capacidad de medir las consecuencias de sus actos. El otro rasgo que también comparten todos los personajes es la angustia y la infelicidad. Todos sufren y no saben qué hacer con su sufrimiento. Casi no hay momentos de distensión en el relato y a medida que se van develando los grandes secretos que se cuecen en sordina, va aumentando la sensación de encierro, al advertir que cada uno de ellos, a su manera, con sus decisiones, va construyendo su propio aciago destino, siguiendo un modelo que sólo tiende a acumular frustraciones, las que se agravan con cada salida falsa, que no hace más que llevar a otro encierro, a otra caída. Si bien la fuerza del afecto trata de imponerse y de alguna manera los personajes intentan superar los conflictos mediante el diálogo y la solidaridad, el relato está totalmente impregnado de tristeza y embargado de una sensación de fracaso. Aun así, es una historia verosímil, una suerte de retrato colectivo de algunos de los males sociales de nuestros tiempos, presentado con rigor formal, con un buen manejo de los tiempos y del suspenso, manteniendo el interés del espectador ante cada nuevo giro que va tomando la trama.
Tristezas de un hombrecito gris Joel & Ethan Coen son una marca registrada en el mundo del cine. Dieciséis títulos desde 1984 hasta la fecha abonan una firma y un prestigio bien ganado. Ellos pueden ser reconocidos dentro del subgrupo de cine de autor, porque tienen un estilo propio inconfundible. En su último largometraje, “Balada de un hombre común”, vuelven a recrear muchos de sus tópicos característicos, desde el uso del blanco y negro, la filmación en celuloide, la ambientación en la década del ‘60 (del siglo pasado) y los personajes que siempre oscilan en una frontera inasible entre el sistema establecido y una marginalidad que atrae tanto como repele. También siguen siendo fieles a su modo de narrar, donde la atmósfera es lo más importante. Sus historias revelan situaciones raras y a veces, extremas, en un ambiente que en un principio no muestra nada que se pueda considerar extraordinario, son escenarios comunes donde vive gente común, pero donde de pronto, lo extraño cobra protagonismo, y siempre de un modo inquietante. En esta oportunidad, el personaje central es un músico treintañero, cantante de folk, que apenas sobrevive de su oficio, en 1961, en el hoy mítico Greenwich Village neoyorquino. Llewyn Davis es un joven sombrío, melancólico, solitario. No tiene domicilio fijo y duerme en casa de amigos, una vez aquí, otra vez allá. Con su guitarra acústica a cuestas y un pequeño bolso, este nómade urbano trata de ganarse la vida como cantante de folk, pero la suerte no lo acompaña. No es que no tenga talento. Llewyn es esa clase de persona a la que las cosas no le salen bien en el mundo de los negocios, donde otros, que no tienen más condiciones que él, se mueven con mayor facilidad y logran instalarse de una manera más cómoda. Llewyn deambula por la vida sin encajar en ningún lugar y en esta historia no hay un conflicto que presente nudo y desenlace, es simplemente una historia circular que empieza por el final, luego viene un largo racconto, para concluir en la escena con la que se inició. “Balada de un hombre común” relata lo que sucede en la vida del joven durante apenas cuarenta y ocho horas, en las que parece buscar algo, una oportunidad, materialmente representada por la expectativa de conseguir un trabajo que le permita vivir de lo que le gusta y sabe hacer, que es tocar la guitarra y cantar. Pero las cosas no le salen como quisiera, tampoco sus amigos pueden hacer mucho por él ni su familia (padres ancianos y una hermana no muy acequible) será de gran ayuda. A veces parece sabotearse a sí mismo, otras veces parece confundido, desorientado. O es demasiado ambicioso o cae en un orgullo autodestructivo. Cualquiera sea el nudo del conflicto, Llewyn es un personaje oscuro, un antihéroe, que tampoco tiene una vida afectiva satisfactoria, un perdedor. La narración es circular. Empieza como termina y en el medio, el personaje ha ido de aquí para allá, sin resolver ninguno de sus conflictos, en un gris invierno neoyorquino que acentúa la sensación de tristeza y soledad. No es de las mejores películas de los Coen, pero conserva el atractivo de la marca.
Aberraciones del sistema Germain (Fabrice Luchini) es un profesor de escuela secundaria (sólo para varones) en la cátedra de francés. Hombre de mediana edad, está casado con Jeanne (Kristin Scott Thomas), una mujer que regentea una galería de arte. No tienen hijos y viven bastante cómodamente instalados en la aparente tranquilidad de la clase media ilustrada francesa. Casi se diría que se aburren bastante, pero es la vida que eligieron. Sin embargo, Germain muestra algunos indicios de malestar, algo así como una comezón difusa, incipiente, y un aire de ausencia. En tanto que Jeanne se queja de la falta de éxito de su galería, lo que empieza a generarle el temor a perder su trabajo. En estas circunstancias, Germain se ve sorprendido por uno de sus alumnos, Claude (Ernst Umhauer). Entre los ejercicios que el profesor ordena a su clase, está el de escribir narraciones breves sobre algún tema de su interés. Cansado de corregir textos elementales y generalmente mal escritos, de pronto descubre algo interesante en la redacción de Claude. Acostumbrado a compartir casi todo con Jeanne, Germain le hace leer el escrito a ella y el caso se convierte en motivo de interés y conversación entre los esposos. Pero el detalle inquietante es que Claude relata su experiencia como invitado en la casa de un compañero de curso, a quien está ayudando en matemática. El compañerito se llama Rafa y vive con su papá, Rafa padre (Denis Ménochet), y su mamá Esther (Emmanuelle Seigner), en una casa de dos plantas y con jardín. Según el punto de vista de Claude, es una familia de clase media normal, y es precisamente eso lo que lo atrae, puesto que él viene de un hogar disfuncional: su madre lo abandonó cuando tenía nueve años y su padre es un hombre lisiado y desempleado que depende de la atención de su único hijo. “En la casa” (“Dans la maison”), la película dirigida por François Ozon, está basada en una obra teatral del español Juan Mayorga, guión que ofrece una complejidad semántica cuyas posibles interpretaciones se van superponiendo unas con otras, envolviendo al espectador en una trama abundante en sutilezas y no carente de suspenso. Germain, escritor frustrado y profesor desencantado con sus alumnos, descubre en Claude una chispa de talento por lo cual considera que merece una atención especial de su parte. El caso es que le pide que continúe con su historia, enfocada en la familia de Rafa, aun cuando advierte que se están metiendo en un terreno peligroso, porque se trata de ventilar la intimidad de otro alumno del colegio. Pero el riesgo parece fascinarlos a los dos y Claude se dedica a narrar un relato por entregas, con revelaciones cada vez más audaces, estimulado por su profesor, quien también se ve comprometido en situaciones peligrosas, al transgredir algunas de las reglas del establecimiento. La trama va enredando con sagacidad y originalidad una relación profesor-alumno caracterizada por la perversión, relación que finalmente no consigue mantenerse dentro de los límites de la prudencia y empieza a contaminar todo el entorno, hasta que al final, la bomba estallará y la inusual experiencia no quedará impune para ninguno de los dos. “En la casa” es una película tan inteligente como inquietante, estructurada en torno de un eje fundamental que es la necesidad, que se vuelve excluyente, de alimentar cotidianamente una ficción que llene el vacío de una vida real desmotivada, aburrida y decepcionante. Ese es el punto en el que confluyen dos personalidades fronterizas y en el que congenian, aunque es también lo que termina por acentuar su desajuste con el resto del mundo. “Cada uno puede hacer su propia película -dice Ozon sobre su obra. Intenté instaurar un dispositivo y una forma muy intrincada de contar la historia. Y sobre todo, mostrar cómo maestro y alumno se necesitan mutuamente para poder vivir, porque ninguno de ellos está adaptado a la realidad”. Y agrega que el film “descubre al espectador su soberanía frente a un cine que generalmente lo trata como un mero consumidor. El espectador sale de ver esta película con muchas preguntas y hambre de respuestas, pero es él mismo quien debe responderlas”.
Al rescate de los valores robados "Operación monumento”, escrita, dirigida y protagonizada por George Clooney, no es de lo mejor que ha producido el astro norteamericano. Someramente basada en hechos reales, la película narra el caso de un grupo de estudiosos y expertos en arte que durante la Segunda Guerra Mundial, y bajo la autorización de Franklin D. Roosevelt, se dedicó a rescatar los tesoros artísticos robados por los nazis. Frank Stokes (Clooney) es un profesor universitario en Nueva York que hace pública su preocupación por esta pérdida, poniendo el acento en el saqueo sistemático que realizan las tropas alemanas tanto a los domicilios particulares como a los museos de arte de los países que van ocupando, aunque también resalta la destrucción provocada por los bombardeos, a veces de los propios aliados. Stokes logra sensibilizar a la opinión pública y consigue la autorización del presidente para formar un grupo de expertos que tendrá la misión de rescatar las obras robadas. Así, se unirán a Stokes seis expertos (cuatro estadounidenses, un francés y un inglés). Obviamente, son todos civiles sin entrenamiento militar. No obstante, deberán infiltrarse en el frente de batalla y asumir los mismos riesgos que los combatientes, para rastrear los tesoros que están buscando. El objetivo principal de esta misión especial, denominada “Operación monumento”, es la conservación de lo que consideran representativo de la historia de la humanidad. La idea que sustenta la iniciativa es que la pérdida de la identidad cultural de la civilización occidental provocaría un daño irreparable y de consecuencias desastrosas para el futuro de la humanidad. Y además, están convencidos de que eso es precisamente lo que pretende Hitler, para consolidar su proyecto de poder tiránico y absolutista. Insuflado de este fervor humanista, el grupo de voluntarios, interpretados por Matt Damon, Bill Murray, John Goodman, Bob Balaban, Jean Dujardin y Hugh Bonneville, va en busca de las obras de autores como Miguel Ángel, Da Vinci, Rembrandt y Rodin, entre otras importantes figuras del arte universal, y también de algunos contemporáneos, como Picasso o Cézanne. En París, contactarán con Claire (Cate Blanchett), bibliotecaria del Museo del Jeu de Paume, donde se concentraba el material de saqueo acumulado para las visitas “selectivas” del nazi Hermann Göring, que luego era enviado a Alemania. El personaje, inspirado en una de las líderes de la Resistencia, Rose Valland, ofrece una ayuda valiosa al grupo, ya que tuvo la oportunidad de llevar un registro minucioso de las obras que pasaron por ese lugar y su posible destino en territorio nazi. La película está presentada en un formato clásico que recuerda las producciones de temática bélica hollywoodenses de los años '60 (con banda musical típica y todo), en la que se caracteriza a los nazis como el estereotipo del mal que raya en la necedad, en tanto que los aliados representan los valores de la libertad, la paz y el respeto por la vida. “Operación monumento”, con un importante esfuerzo de producción, ofrece una versión un tanto edulcorada de lo que fue uno de los conflictos bélicos más sangrientos de la historia, enfocando el drama en si merece la pena arriesgar -e incluso perder- vidas humanas (de civiles, como en este caso) para salvar obras de arte. Por supuesto que la respuesta es positiva, tanto como lo fue el resultado de la misión. En esta producción, Clooney está acompañado por varios pesos pesado que conforman un grupo de talentosos y simpáticos misioneros, quienes parecen haberse convocado para ir al rescate de un amigo al que todos quieren y respetan, pero que esta vez, no logra lucirse como en otras ocasiones.