Nocturnal Animals, la segunda película del diseñador devenido en cineasta Tom Ford, va camino a convertirse en una de aquellas a las que se le debe un segundo visionado por la densidad de su historia y la suntuosidad de sus imágenes. Puede incluso decirse que las sensaciones que provoca son muy polarizantes, y cada espectador tendrá un viaje subjetivo cuando elija verla. Por lo pronto, hay que aplaudir la capacidad de Ford de adaptar la novela Tony & Susan y fragmentarla en tres líneas de tiempo, y sobre todo tener la maestría suficiente para barajar mediante un excelente uso de la edición los diferentes estadíos del film. El catalizador de la trama es la llegada de un manuscrito a la gélida galerista de arte Susan de parte de su ex-marido, al que no ve hace años. Al reconectarse con el que fue su gran amor de joven, ella se ve inmersa en la segunda historia, un thriller sureño en donde una familia se ve acosada por un grupo de palurdos de pueblo que les hace la vida imposible. Movida por la ferocidad de la prosa de su ex-esposo, Susan recuerda su pasado juntos y cómo llegó a ser la mujer que es ahora, con un vacío espiritual severo en lo que se puede considerar la tercera línea narrativa del film. Tanto Amy Adams como Jake Gyllenhaal entregan todo en sus papeles, mas que nada el segundo que tiene la tarea dual de hacer de un padre sufrido en la novela que ella lee, y representar al ex que no puede darle la vida de clase alta que requiere una mujer rodeada de lujos. Amy destila hielo en su Susan adulta y calidez en la del pasado, pero el que se come la pantalla es Gyllenhaal con la tarea hercúlea de empujar la trama hacia adelante, llevando la sordidez del policial hacia derroteros oscuros, acompañado siempre por los muy talentosos Michael Shannon como el detective a cargo del caso de la desaparición de su familia, y Aaron Taylor-Johnson como el joven descarriado responsable del siniestro. Estos dos últimos mastican cada escena en la que se encuentran y no hay dudas de que son personajes magnéticos. El gran problema que le encuentro a Nocturnal Animals es su poca conexión con su público. Mas allá de los títulos iniciales más provocativos que ha entregado el cine en años, la suntuosidad de la cámara de Ford hipnotiza, así como también la fuerza que tiene esa historia policial secundaria donde Gyllenhaal, Shannon y Taylor-Johnson tienen un duelo interpretativo fascinante. Pero la potencia de la historia se va perdiendo en el camino, y el acto final puede llegar a sentirse poco satisfactorio. Es un gran envoltorio hermoso, o varios si vamos al caso, pero cuando uno termina de desarmar el regalo, lo que uno encuentra no es lo que esperaba. Lo que los brillantes paquetes auguraban, encierran muchos interrogantes y pocas respuestas concretas. En papel, todos los elementos del segundo film de Tom Ford están a plena disposición para armar un thriller dramático que envuelva al espectador, pero en definitiva ni el esmerado elenco ni el ojo atento del director pueden terminar de encauzar una historia ambiciosa, pero con poca definición.
No pudieron darle la saga 007 a Idris Elba, así que se tuvo que contentar con Bastille Day, una respuesta anglofrancesa y no alienígena al ataque sufrido por los norteamericanos en la fiesta patria por excelencia. Corta de ideas pero con anhelos fílmicos interesantes, la nueva película del inglés James Watkins -la fascinante y turbia Eden Lake, la atmosférica The Woman in Black– se queda a medio camino entre el fragor de las sugerentes escenas de acción y la mala planeación del guión. ¿En qué mundo un ladrón de poca monta se ve involucrado con un agente encubierto de la CIA en París como agente de repuesto en su intento para frenar el atentado terrorista del título? En el mundo que crean a partir del guión Watkins con el novato Andrew Baldwin, donde los caprichos de la trama deben dejarse de lado para disfrutar de las sinceras motivaciones de un grupo de villanos frente a la bondad de un dúo disparejo que se une por la fuerza del destino. Tanto el Briar de Idris como el Michael Mason de Richard Madden tienen esa química que remite a otras duplas memorables del cine de acción, pero por mas que se esfuercen en soltar diálogos convincentes, es la línea narrativa la que no los ayuda en nada y se dedican a lanzar frases que dan vergüenza en ciertos momentos pero resultan loables en otros. Por otro lado, el apartado femenino se queda corto, con la linda Charlotte Le Bon reducida a una mezcla de damisela en peligro e histeria, mientras que la bellísima Kelly Reilly está totalmente desperdiciada como una agente de la CIA que se la pasa de oficina en oficina. Sí, el plan de los malos tiene sentido y aparenta lo que no es, pero su ejecución es de un estilo tan de manual que cae en los lugares más obvios imaginables, donde el espectador astuto podrá identificar cuáles son los próximos giros y revelaciones. La película sale a flote por el carisma de Elba y por las inspiradas escenas de acción, una corrida por los techos parisinos aquí, una persecución a alta velocidad allá, y un par de piñas y tiros para condimentar. Bastille Day funciona, dura lo justo y necesario, pero le quiere competir a producciones americanas con una temática en la que los yanquis son amos y señores. Al ser un film acotado, el patriotismo apenas si se siente en la trama, como si la historia fuese totalmente intercambiable con otras naciones portentosas del mundo. Y ya cuando las ideas huelen a intercambio, el resultado tiene que ser excelente y, lamentablemente, la última película de Watkins apenas si araña lo interesante.
Detrás de una gran idea a veces hay una pobre ejecución, y eso es lo que precisamente le ocurre a Fulboy, el debut como director de Martín Farina, a quien se le van los ojos por los torneados cuerpos masculinos en pantalla y pierde foco de la historia de su documental. Como ya ocurriese en la filmografía de su compañero Marco Berger, el histeriqueo masculino es la principal baza que parece rondar la mente del realizador, quien se dedica cámara en mano a seguir las andanzas de su hermano Tomás y sus compañeros futboleros en la previa a una final de torneo. El gran estigma del jugador profesional, los sueños y esperanzas que cada uno tiene, el apoyo de la familia o la religión, cada pequeño tema es explorado por Farina con ahínco. Pero los momentos picantes no se guardan para una exploración profunda de lo que conlleva ser un profesional en la cancha, sino que se reserva a una seguidilla de duchas entre compañeros que más que establecer un estadío de realidad lo hace por la propia mente voyeur del director. Hay grandes charlas entre los compañeros del club, e incluso una muy estimulante en donde el hermano del director apunta a su propia sangre, señalándolo como un extraño entre ellos, imponiéndoles una idea de falsa realidad que pretende conseguir frente a las cámaras. Es un punto álgido para la película, que acto seguido se ve disminuido completamente con una escena de baño, concentrada hasta el más mínimo detalle en los físicos de los muchachos. El elenco, todos jugadores en la vida real, se mantiene tímido frente a la cámara, hasta que se acostumbran a ella e incluso hablan a la misma transmitiendo sus historias de vida, uno con mucha pasión y candor comentando los azares de ser futbolista profesional, y lo que ello significa. Fulboy podría haber sido más mordaz y hacer preguntas difíciles, pero se conforma con apuntar la cámara en ciertos momentos decisivos y perderse en una ducha tras otra, o cualquier actividad que los hombres hagan en paños menores.
Jumanji mágico Dolió abandonar el mundo fantástico de Harry Potter en 2011. Más para aquellos que crecimos con la historia del Niño que Vivió, sus amigos y, por sobre todas las cosas, la colosal obra que se mandó J.K. Rowling. Cinco años después de decirle adiós al joven mago, las puertas vuelven a abrirse y corriendo a todo galope llega Fantastic Beasts and Where to Find Them, un vistazo al mismo mundo pero desde otra óptica. Si hay algo más que aplaudirle a la autora, es su ingeniosa capacidad -con ayuda del estudio por detrás, claro- de expandir un libro de texto ínfimo pero adorable en una inminente pentalogía, que explorará la mitología de la Gran Guerra en el Mundo Mágico muchos años antes del alzamiento al poder de Voldemort. En lo que marca su primer guión cinematográfico, su estilo y picardía siguen intactos como siempre, aparte de contar con una gran narrativa. Ayuda mucho también que el genial David Yates -que ya estaría olvidando el pequeño fiasco de The Legend of Tarzan de hace unos meses- vuelva a la saga con un sentido de obligación, para continuar el gran trabajo que ha venido logrando al adaptar las obras de la inglesa. critica-fantastic-beasts-and-where-to-find-them5 El año es 1926 y, en medio de un revuelo mundial por la amenaza del mago Gellert Grindelwald, el magizóologo Newt Scamander llega a Nueva York con una maleta llena de misteriosos animales mágicos que, a fuerza de una confusión bastante obvia pero no por ello menos disfrutable, terminan liberados en la ciudad. Causando gran alboroto y desesperación por parte del Ministerio Mágico local, estos son una amenaza para la frágil línea que separa a los humanos de los no-magos, y es cuestión de tiempo para que una crisis estalle por los aires. En este contexto es que se presenta al nuevo protagonista de la saga -esperemos- que significa el Newt de Eddie Redmayne. Él le pone el cuerpo y la voz a ese profesor alocado y vivaz, que lamentablemente queda relegado por el peso de la trama y el resto de los personajes. Su Newt es adorable pero el carisma que despide el actor no es muy diferente a otros personajes que ha compuesto en el pasado. Siendo más claros, es Redmayne con una varita en mano; y eso no es nada malo, que conste, pero se requería otro tipo de fineza para hacerlo más destacable. Lo mismo ocurre en cierta medida con la Tina de la ascendente Katherine Waterston, que tiene ciertos momentos pero no termina de encajar con su maga hambrienta de aventuras. Por otro lado, los que les roban protagonismo son el soberbio Jacob de Dan Fogler y la tierna pero sexy Queenie de Alison Sudol, verdaderas revelaciones que tienen una química abrumadora juntos. El cuarteto funciona muy aceitado en grupo, y la elección de actores prácticamente desconocidos en general ayuda a generar empatía con ellos. critica-fantastic-beasts-and-where-to-find-them4 Sin embargo, el gran destacado de la película es el mundo mágico por el que se mueven los personajes. Nueva York vibra con detalles, muy puntillosos, que no podían faltar en una obra con el sello de J.K. Los animales son -ejem- fantásticos, muy inventivos, con colores destellantes y diseños más que llamativos. La historia que los acompaña es agradable y sencilla, aunque tiene grandes pinceladas de lo que se vendrá en el futuro. A veces puede parecer un prólogo, pero es más que disfrutable por sí sola. Las maravillas hablan por ellas mismas. Es una versión más mágica, si se puede, de la icónica Jumanji, pero con un maridaje de animales raros y exóticos. Fantastic Beasts… es un gran puntapié inicial de lo que puede llegar a ser una excelente segunda saga mágica, que promete mucho con una historia más oscura que la original de Potter, pero nunca perdiendo ese costado gracioso, hilarante y tierno que sólo puede contener el universo de Rowling. Una vez más, gracias por tanta magia.
La cuota de horror semanal en la cartelera viene nuevamente de tierras irlandesas con el estreno de From the Dark, de Conor McMahon. El director, quien ya había entrado en tema con la comedia de terror Stitches, se vuelca completamente al terreno de criaturas en la oscuridad con una historia tan vieja como el tiempo mismo, pero no por ello dejar de ser medianamente disfrutable. Sarah y Mark han emprendido un viaje hacia el lado campestre de Irlanda y lo usual pasa: se descompone su auto en medio de la nada y pronto se ven acechados por una criatura con pocas pulgas, sed de sangre y una acuciante fobia por la luz. Es tarea de la joven pareja escapar de este horror, o al menos sobrevivir hasta que la luz del día los salve. No hay lugar común que McMahon deje intacto. Todos y cada uno de los momentos que deben estar en una película del género son seguidos como si fuese un manual por el director, que narrativamente nunca apunta a innovar, sino a insistir en lo habitual. Hay, sin embargo, ciertos detalles que hacen que el trayecto valga la pena. Tanto Niamh Algar como Stephen Cromwell se prestan de lleno a la historia, aunque tengan cero química. La sorpresa es ella, que en la posición de la final girl de turno se torna astuta y con un ahínco por sobrevivir tremendo. No es nada del otro mundo, pero se carga la película al hombro hasta la mismísima conclusión y eso ayuda mucho a hacer la vista gorda a los clichés. El diseño de la criatura no está sorprendentemente logrado, pero tiene un aire muy fuerte a Nosferatu que puede calificarse más como homenaje que copia. Eso y que se la pasa escondido en las sombras, ayudando a que el valor de producción diminuto no se note tanto. Repito: From the Dark no es una locura de película, pero se deja disfrutar. Es muy posible que se olviden de ella muy rápido, pero tiene condimentos de sobra para funcionar como aperitivo de horror mientras esperamos se estrene algo del género con más peso y sustancia. Es correcta y no más.
Que una película se estrene comercialmente dos años después de su lanzamiento mundial, augura un resultado bastante pesaroso. A veces puede funcionar con pequeñas obras maestras que llegan muy tarde, y otras las distribuidoras las arrojan a la cartelera local para ocupar el nicho del Estreno de Terror de todas las semanas. The Canal de Ivan Kavanagh es la elegida en esta ocasión, y lamentablemente cae en la segunda categoría. ¿Quieren ver un fantasma? Con esa sugerente frase comienza la historia David –Rupert Evans-, un archivista que se gana la vida recuperando cintas que, a veces, datan de hace cien años. En una de ellas, coincidentemente, se detalla una brutal escena de un crimen que ha tenido lugar en la misma casa en la que reside con su bella esposa y su pequeño hijo. Estas macabras imágenes -cortesía de un muy inspirado Kavanagh, lo más destacado del film- abren una compuerta siniestra en la vida del protagonista, cuya esposa desaparece en misteriosas circunstancias luego de un angustiante problema personal en la pareja. No hay nada nuevo en The Canal que el horror no haya entregado en mejor calidad en otros clásicos. La obsesión de David con el crimen, la omnisciente presencia del oscuro canal cerca de su hogar, la investigación policial que sospecha demasiado –“Siempre es el marido en estos casos”, argumenta el detective a cargo-, todos son aspectos del terror psicológico o el policial negro que hacen un buen combo, pero no en esta ocasión. El ambiente que logra el director es siniestro y absorbente, pero durante gran parte del nudo de la trama se pierde el ritmo narrativo, y para cuando llega el final, la poca sorpresa que depara el desenlace no es lo suficientemente fuerte para justificar los soporíferos recovecos a los que se sometió a la platea. Es loable el nivel técnico del film, correcto por donde se lo mire y con espeluznantes momentos que incomodan, pero en definitiva no aporta nada nuevo al género y se olvida fácilmente una vez terminada.
No hay escenario más doloroso y vasto que la Segunda Guerra Mundial para narrar historias verídicas de personas excepcionales frente a circunstancias extraordinarias. Anthropoid, de Sean Ellis, elige la poco contada historia de un grupo de checoslovacos enviados a asesinar sin miramientos a un alto comando de las fuerzas nazis. De corte clásico pero muy bien filmada, en definitiva es otro relato que vale la pena contar pero que no trae nada nuevo a la mesa para uno de los episodios más negros de la humanidad.
El aire festivalero que despide Miss, la ópera prima de Robert Bonomo, es innegable. Tiene un personaje principal que rebosa peculiaridad en todas las direcciones. Tiene una aventura mínima que se torna extraordinaria en su aparente vacía vida cotidiana. Cuenta con una musa inspiradora que actúa como guía de nuestro antihéroe de turno y lo acompaña en su camino hacia la gloria personal. Los condimentos están todos presentes para una loable comedia con amplitud de adaptaciones internacionales, pero no vuela tan alto como uno desearía que lo hiciese con el material disponible. Robert tiene una triste vida, que oscila entre ir a castings para ser extra en comerciales y leer su libro de cabecera, como él llama al Libro de Récords Guinness. El cambio de rutina lo generan dos ejes: el cuidado de la lujosa casa de una ex Miss Argentina, cuya belleza sigue intacta en las fotos de antaño, y el cruce fortuito con la joven aprendiz de modelo Malena (Malena Villa), que lo empujará a salir de su zona de confianza y abrirse al amor. En esas idas y venidas de Robert y Malena transcurre la acotada pero adorable duración de Miss, un extraño híbrido de la trilogía Before…, de Richard Linklater, con bastante sabor local. No tiene muchas pretensiones más que las de contar una historia chiquita, y se contenta con lograrlo con pocos artificios y mucho carisma de parte de su pareja central. Miss tiene ciertas escenas hilarantes, más que nada por la vergüenza -o falta de ella- de parte del protagonista, ternura y compasión por su situación, y no mucho más que eso. Por más genial que sea el trabajo de Roberto L. Makita como el socialmente anoréxico Robert y esa amistad con su amigo Rigo –Rigoberto Zárate-, sumadas a las interacciones con Malena o esa vecina adorable que vive al lado de la ex-Miss, no hay mucho más en el camino excepto el ahínco con el que Robert sigue a todas partes a su amor imposible. Hay algunas situaciones donde acecha el drama, pero en general es un intento amable de comedia que podría haberse beneficiado de una estructura un poco más compleja, más personajes o situaciones más peculiares aparte de las que ya habitan el metraje. Para ser el primer largometraje de Bonomo, su pequeña historia sale bastante bien parada. Tiene personajes interesantes y momentos graciosos, aparte de una historia con mucho corazón. A veces, eso es lo único que se necesita.
La irreverencia de Seth Rogen y compañía no tiene límites, y ahora dan el gran salto a la animación con una vuelta de tuerca más que descabellada: la comida tiene vida y es tan malhablada como sus creadores. Rápidamente se vienen a la mente los nombres de Trey Parker y Matt Stone, los genios detrás de South Park, como pioneros del género, pero si bien Sausage Party puede considerarse una prima lejana, es una que apunta alto y no falla en términos de humor negro y subido de tono.
A través de la historia han desfilado algunos personajes tan importantes y relevantes que han tenido más de una revisión en el cine, de tan grande que es su obra o leyenda. Otros, más ignotos pero no por ello menos sobresalientes, tienen que esperar su momento oportuno para que alguien reflote sus hazañas de vida. En The Man Who Knew Infinity, a cargo del director y guionista Matthew Brown, le toca el segundo turno al indio Srinivasa Ramanujan -la primera fue en su país de origen, en 2014-, un pionero en el campo de la matemática teórica que tuvo una vida salida de un cuento de hadas y la película así la retrata, con todo lo que conlleva contar una biografía como una fábula mágica. Demasiado edulcorada en su narrativa, tiene en su centro al incansable Dev Patel como Ramanujan -parece que es el único indio disponible en el cine mainstream-, que encarna al joven matemático con una mente brillante -ejem-, que agota todas las posibilidades para darse a conocer en el mundo. El único que se fija en él por sus méritos y no su apariencia es el renombrado matemático G. H. Hardy, que encarna con la calidad de siempre Jeremy Irons, y es en esa dupla que la película encuentra el carisma necesario para subsistir en un ambiente en el que las historias de vida ya han sido más que contadas y en mejores condiciones por otros directores. No por eso se desmerece la labor de Brown, ni las emociones que pretende inspirar en los espectadores, pero sólo los más ávidos de relatos de superación podrán encontrar al film completamente encantador. Uno de los principales problemas que suelen suscitarse en este tipo de producciones es la bajada de línea moral y, en este caso, teológica. Por un lado, hay personas y profesores malos, malísimos, que atacan al pobre Ramanujan por dejarlos en ridículo con su mente veloz. Por el otro, el ateísmo de Hardy versus la visión divina de cómo le llegan los números a Ramanujan, sin tener prueba fehaciente de los procesos matemáticos para llegar a ellos. Hay muchos blancos y negros, y pocos matices grises como para provocar un pensamiento profundo tras salir de la sala. En definitiva, The Man Who Knew Infinity es carne de cañón para aquellos que gocen de conocer vidas ajenas extraordinarias y agradezcan el triunfo del espíritu de otros. Lamentablemente, la película es demasiado solemne consigo misma y el hecho de seguir a rajatabla los conceptos de las biopics no le hace muchos favores.