Luego de desembarcar en Hollywood con la alucinante reimaginación Evil Dead, el uruguayo Fede Alvarez tuvo carta blanca para crear lo que él quisiera. Bajo el ala de Sam Raimi, él eligió no seguir el camino predecible con una secuela a la posesión demoníaca y, en cambio, se dio el lujo de cocinar un tenso thriller. Don’t Breathe es un impactante juego del gato y el ratón que a veces puede volverse predecible, pero nunca deja de ser adrenalínico. En el centro de la trama están tres jóvenes que intentan dar un golpe maestro, que termine con el raid de robos y los saque de la decrépita Detroit en la que viven. El objetivo parece fácil, pero las apariencias engañan de una manera brutal y sin piedad. No hace falta mucha empatía por los protagonistas, porque cualquier vestigio de cordura escapa por la ventana al ver la poca monta de sus actos delictivos. Uno se agarra la cabeza más de una vez con sus decisiones apresuradas… pero no hay película si los chicos no toman las elecciones equivocadas. Un gran cambio que se siente entre una película y la otra es el tono. Si Evil Dead terminaba con un enfrentamiento en medio de una lluvia de sangre, Don’t Breathe elige aplastar al espectador en su butaca a fuerza de situaciones límite en las que los personajes son pequeños ratones en un laberinto, en el cual el más leve sonido puede costarles la vida. Desde el guión del propio Alvarez con su amigo y colaborador Rodo Sayagues hay una gran idea de un solo escenario con diferentes niveles, que puede resultar muy familiar en su primer tramo pero que a medida que corren los minutos vira hacia un terreno pantanoso muy retorcido y, de tan horrorífico, resulta fascinante. El sentir en carne propia las peripecias de los ladronzuelos denota una excelente labor de parte de Jane Levy y Dylan Minette, ambos con una sensibilidad a flor de piel y muy expresivos. La historia que les espera por delante no los dejará indemnes, y el contraste del villano silencioso de Stephen Lang es notable, con una figura que ocupa toda la pantalla con una presencia avasalladora. Quizás algunos detalles me hayan quitado un poco de la experiencia que propone Alvarez y compañía… Una costumbre un poco molesta de Hollywood es comenzar la película con un pequeño prólogo, que es un aperitivo de lo que va a suceder luego y esa misma escena puede considerarse un poco “spoiler” por su contenido. Hablo del hecho que si uno es un poco sagaz esperará que ese momento eventualmente llegue, robándose a sí misma la capacidad de sorprender al adentrar al espectador en completa oscuridad. Lo mismo sucede con el final: la película termina y ya. Es algo controvertido, no digamos que ata con un moño la historia ni deja la puerta abierta a una secuela, pero es un cierre extraño, como si se hubiesen agotado ya de tensar al espectador. Lo que sí hay que darle crédito al uruguayo es por tener una visión sublime de lo que quiere hacer con la película, desde la cámara dinámica que se mueve aquí y allá, sigilosa como un ladrón, o el no abuso de sustos comunes, escapando a la media de toda película de suspenso/horror. Hay imágenes y momentos que quedan marcados, y Fede lo logra más de una vez en menos de hora y media. Don’t Breathe es otra interesante adición a la ya impresionante planilla de vida de un director joven que sigue sorprendiendo. Habrá un poco de hype de por medio, pero su segundo largometraje es una pequeña maravilla y un soplo de aire fresco dentro del género que tanto se necesita.
Con un mero puñado de largometrajes, la voz de Whit Stillman se ha convertido en un panteón para la comedia de costumbres que es al mismo tiempo mordaz. Tras ver Love and Friendship, uno se pregunta cómo es que el director no había adaptado todavía a esa magnífica e incisiva dama de la literatura que fue Jane Austen. Es increíble ver cómo el material de uno saca lo mejor del otro, en algo que sólo se puede describir como una cruza celestial. Basada en la novela epistolar Lady Susan, pero tomando prestado el nombre de otro de sus trabajos, Love and Friendship ya comienza a meterse de lleno en el egoísmo de la trama a partir del sarcasmo del título fiado. Poco hay de amor y amistad en la historia de la tenaz Lady Susan, sino un obstinado fervor por alcanzar todos sus objetivos y salirse con la suya en el seno de una sociedad victoriana, que lo que tiene de conservadora en la superficie no lo tiene de recatada bajo las enaguas. Es un costado de Austen que la autora exploró aquí y allá, pero esta vez con una audaz protagonista femenina elevada a la enésima potencia, con un entendimiento moral de la vida bastante mas ventajista que el de las personas que la rodean. En otras palabras, la Lady Susan de la genial Kate Beckinsale es de una monstruosidad victoriana importante, tan maquiavélica en sus planes como lo es de hermosa, aún siendo viuda, un estado civil no muy auspicioso para una mujer de su edad – en dicha época, claro-. Beckinsale se agarra fuerte de las fortalezas de un personaje hecho a medida por el director, con el cual trabajó previamente en The Last Days of Disco, y el resultado es una seguidilla de enredos de clase alta, donde la británica demuestra que no sólo es una actriz de acción sino que las películas de época le sientan más que bien. Hay una mínima reunión con Chloë Sevigny -trabajaron juntas en The Last Days…– que entrega los mejores y más tajantes momentos de la película con una locuacidad sorprendente. Sin embargo, el que se roba todos los aplausos es el Sir James Martin de Tom Bennett, en la construcción de un hombre tan vacuo y perdido en la vida que es deliciosamente vergonzante presenciar todas sus escenas. El resto del elenco está muy a la altura de los anteriores jugadores, inclusive Stephen Fry en prácticamente un cameo, generando un agradable ambiente de cordialidad y engaño en cada reunión y tertulia. Stillman es el Quentin Tarantino de la comedia, siendo Love and Friendship su quinto largometraje en 26 años de carrera. Comparado insistentemente con Woody Allen, hay algunos trazos en común pero en definitiva el estilo de Whit es mucho mas cerrado y de nicho que el del neoyorquino. El humor es muy particular, demasiado sutil a veces por su propio bien, pero la lucidez que tiene su historia y la agilidad de cada diálogo hacen de Love and Friendship una pequeña joyita que todo seguidor de Austen y de la comedia inteligente debería ver.
Uno siempre espera una sorpresa de los proyectos anuales de Woody Allen. El neoyorkino guarda un as bajo la manga y, cuando uno pierde las esperanzas, se despacha con una espectacular Blue Jasmine, olvidando las pequeñas transgresiones pasadas. Pero tras las amables Magic in the Moonlight e Irrational Man, las cartas guardadas no siempre son ganadoras, y así tenemos a Café Society, un hermoso intento de deconstruir la maquina de picar carne que es Hollywood, pero que pierde su propósito entre tanto esplendor. Quien ocupa el lugar de alter ego del director es Jesse Eisenberg interpretando a Bobby, un joven lleno de esperanzas que llega desde el Bronx hasta la cálida Los Angeles de los estruendosos ’30 para hacerse un lugar en la creciente industria del cine. Tiene a su favor el costado nepotista de su tío, un famoso agente de la ciudad que desperdicia un poco a Steve Carrell, pero cuya participación introduce a la adorable asistente Vonnie en un papel que le calza justo a Kristen Stewart. Eisenberg y Stewart retoman esa química tan fácil de conseguir que ya compartieron en Adventureland y brillan juntos en un romance digno de ver, que se convierte en la columna vertebral de la fábula de Woody. Poco y nada más ocurre tras bambalinas excepto el cortejo insistente de Bobby hacia Vonnie. Hay un inesperado triángulo amoroso que llega a complicar las cosas cuando ya están complicadas, pero la escalada de Bobby en el difícil medio del arte se resume a un par de fiestas con gente pomposa y menciones a estrellas al pasar. La familia de él tiene sus líneas argumentales propias, con un hermano gangster que aporta liviandad a la vida criminal pero que desaprovecha el inmenso talento de Corey Stoll -que, sabemos, dinamitó Midnight in Paris con su Ernest Hemingway- y una hermana casada con un hombre que prefiere evitar cualquier tipo de confrontación que no se pueda resolver verbalmente. Los padres de él están para unir a la familia y ser el disparador de la trama, amén de algún que otro chiste sobre judíos que siempre tienen que tener los guiones de Woody. Hay muchas subtramas paralelas que sirven menos para distraer del conflicto principal que para rellenar una historia de amores platónicos y la fuerza gravitacional que tiene ese primer gran amor. Hay un buen conflicto, que en el camino agrega a una luminosa Blake Lively -que sigue eligiendo buenos papeles- para sobresalir por sobre el resto del elenco, pero no es suficiente para suplir la carencia de emoción que generan las películas del adorado cineasta. En su producción número 47, Woody se pasa al formato digital y, con la ayuda de Vittorio Storaro y su suntuosa fotografía, hace maravillas recreando una época de la Meca del Cine gloriosa y muy detallista, que ayuda al espectador a zambullirse en una era que puede dejar mucho más peso dramático que la trama en general. Si hay que elegir un momento en donde se note esta brillante colaboración, es en la charla con fondo de jazz que tienen los personajes de Eisenberg y Lively donde ella, a medida que cuenta una anécdota, brilla radiante. La cámara la ama, Woody la ama y hay que esperar que sea el comienzo de un lindo camino donde Blake sea su nueva musa. Café Society es diminuta en la monstruosa filmografía del realizador, aunque siempre una película suya resulte un sabroso bocado al paladar entre tanto tanque hollywoodense. Tiene sus cosas buenas, pero denota un poco de talento desperdiciado en una historia que cuando concluye raudamente deja ganas de más. Esperemos que la próxima Crisis in Six Scenes, su serie para Amazon, retome un poco esa chispa sagaz y cínica que Woody tiene de sobra.
El pistoletazo de largada de Mike and Dave Need Wedding Dates lo da el anuncio real de dos hermanos fiesteros, que publicitan en el infame sitio Craigslist una cita doble para asistir al casamiento de su hermana Jeanie y no hacer pasar vergüenza a toda la familia. Es una idea algo fresca y, por sobre todo, apunta a ser entretenida. Y durante gran parte de su trama lo es, pero lejos está de ser una luminaria dentro de la Nueva Comedia Americana. Es ligera y terriblemente pasatista, con algunas situaciones muy inspiradas y otras que dejan que desear. Zac Efron y Adam DeVine, como los hermanos que son el alma de todas las fiestas familiares, hacen un gran dúo con mucha química entre sí, pero están a punto de conocer a feroces enemigos en la piel de las amigas desempleadas de Anna Kendrick y Aubrey Plaza. El cuarteto es imparable y es el núcleo central de la propuesta, que no tendrá el mejor guión del mundo ni sus valores en claro, pero para pasar el rato no hay mejor desmadre que el que crean cuando se reúnen. Efron sigue levantando apuestas en comedia como nadie, ansioso por borrarse la etiqueta Disney que siempre cargó en su espalda, mientras que a DeVine si se lo descuida se vuelve un Kevin Hart caucásico, con sus gritos y manierismos. Aubrey desde Parks and Recreation continúa su ascenso al estrellato con un sinfín de situaciones cómicas y una actitud temeraria frente al resto, mientras que Kendrick es la única que está a contramano de todos los papeles que le tocaron en suerte y a veces se siente descolocada del resto, pero es una luchadora nata frente al talento de otros comediantes. Sí es una pena que el debut de Jake Szymanski como director traiga aparejado una historia que no tenga moraleja -no es que la necesite con urgencia- pero tampoco protagonistas del todo agradables. Cuando la comedia lo necesita, ahí están todos, pero cuando las aristas románticas empiezan a asomar y se adueñan de la trama, la cuota de humor comienza a descender y lo que empezó con un nivel alto de hilaridad termina tranquilo, para nada desbocado. No sirve tampoco si los homenajes son tan geniales como el de Jurassic Park o tristes como el de Wedding Crashers, una película que todas las comedias de enredos y bodas deberían evitar de acá a 30 años. Mike and Dave Need Wedding Dates no pasará a la historia como una comedia para demayarse de risa, pero al menos es ligeramente superior al bodrio de Efron, Plaza y Robert DeNiro en Bad Grandpa. Tiene momentos geniales y otros no tanto, pero se deja disfrutar a pleno.
En mi experiencia personal, Jaume Collet-Serra no puede hacer películas de género mal. Desde su auspicioso inicio en la violenta e infravalorada House of Wax y pasando por la intrigante Orphan, el oriundo de Barcelona ha ido marcando territorio en el horror con proyectos muy diferentes entre sí. Puede haber quedado estancado con su trilogía de colaboraciones con Liam Neeson en Unknown, Non-Stop y Run All Night, pero lo que mejor le sienta es angustiar a su platea, ya sea mediante borbotones de sangre o con puro aislamiento psicológico. The Shallows viene a recuperar ese terreno que Jaume no tocaba desde el 2009 y su regreso no podía ser mas excepcional, con una historia de supervivencia impresionante y una heroína dura de roer, dos cualidades que hacen de su último trabajo un festín de nervios y situaciones tensas. En pocos minutos, Collet-Serra y su guionista Anthony Jaswinski establecen a la estudiante de medicina Nancy como una alegre joven, de visita en una paradisíaca playa en México, con todos los tics gringos que tienen los extranjeros. No la hacen quedar como una rubia tarada ni una antiheroína que rechaza lo que no conoce, sino que es una visitante en busca de un pedacito de la memoria de su madre, fallecida hace no mucho tiempo pero que siempre la acompaña. Cuando Nancy finalmente se mete entre las agradables aguas cristalinas es que la acción comienza y, tras un desfile del escultural cuerpo de Blake Lively en las doradas arenas mexicanas y un notable abuso del CGI en las tomas acuáticas de la actriz que son más que evidentes, el escualo gigante ataca y todo se va al garete. La excusa de The Shallows para varar a su protagonista a escasos metros de la costa es simple, sencilla y aterradora. Con pocos recursos se construye un juego del gato y el ratón pero no en alta mar, sino en la mera superficie -algo que el título en castellano Miedo Profundo no termina de entender, en contraste con su título original-. Pasada la sorpresa del ataque, es cuestión de abocarse a admirar el trabajo de Lively como una víctima que no deja que la situación la desborde, sino que su proactividad se pone en marcha para salir de allí con vida. Hay un gran paralelismo con la excelente Buried, que lo tenía a su ahora marido Ryan Reynolds atrapado en una sola locación durante todo el metraje, y ambos parecen sobrepasar ese nicho en donde estaban ubicados como actores bonitos de poca sustancia. Lively siempre pareció una actriz vacua, pero a partir de ahora rompe barreras con un personaje sentido, enfrentando cada situación a todo pulmón y con el horror a flor de piel. Hay escenas desesperantes y, si en las primeras se mostraba su esbelto cuerpo con lujo de detalles, cuando la crisis la golpee miserablemente la cámara no aflojará su mirada, incluso en los momentos más dañinos donde Nancy esta más que perjudicada. Gracias al trabajo de Lively y su poderío magnético para mantener al espectador en vilo es que se viven las circunstancias límites de manera asequible, incluso cuando el guión se torna más que inverosímil en su tercer acto y ciertas situaciones se viven con un humor negrísimo y sutil. Es imposible creerse del todo lo que sucede, pero el guión se maneja con la suficiente astucia durante gran parte del camino y es en el final donde se tira todo por la borda en pos de un espectáculo visual un poco digitalizado, pero totalmente gratificante. Es una fina línea entre lo que trajo a colación la mítica Jaws de Steven Spielberg y las insufribles Sharknado, que tanto mal le han hecho al subgénero. Pero de más está decir que The Shallows es un buen mal rato para los espectadores que se animen a sufrir de las desventuras de Nancy.
Hubo una época en la cual las adaptaciones al cine y la televisión del maestro del terror Stephen King eran laureadas historias, alabadas por el público y la crítica. Ahora, por cada The Mist y 11.22.63 tenemos una Under the Dome que defrauda o la tristísima película que nos trae al caso, Cell. En pleno auge moderno de las hordas de no muertos, King publicó en 2006 la historia de un apocalipsis mundial provocado por un pulso que atacaba a todos los celulares del mundo. Una premisa tan universal como crítica de los tiempos que corren, pero que en definitiva no era una de los mejores trabajos del autor. Por su parte, todas las cualidades redimibles del libro no han podido ser trasladadas a la pantalla grande, creando un inservible fin del mundo que provoca bostezos al por mayor. Cell fue publicada en enero de 2006 y para marzo los derechos para cine ya estaban comprados. Tras un desarrollo infernal, se tardaron 10 años para ver los frutos en pantalla, y ni el pobre guión del mismísimo King junto a Adam Alleca -guionista de la provocadora remake The Last House on the Left, de otro genio del terror como fue Wes Craven– salvan al film de Tod Williams de aburrir. El director carga en su espalda la tarea de conducir esta historia luego de la baja de Eli Roth, y su paso por la saga sobrenatural en la soporífera Paranormal Activity 2 no lo deja bien parado. Su trabajo más bien es de encargo, porque simplemente apunta la cámara y deja que su elenco lea sus líneas correspondientes sin demasiado ahínco, mientras que las grandes escenas de acción son aplastadas por ridículos efectos digitales que le dan una arista aún más de clase B a la trama. Su única salvación son esos momentos iniciales, donde el caos reinante glorifica su contraparte de tinta y papel. John Cusack y Samuel L. Jackson tienen una minireunión kingniana -ambos protagonizaron la de terror psicológico 1408– y les falta una cerveza en la mano en cada escena para completar la idea de que aceptaron el trabajo por plata. Hay cero interés de parte de ellos de componer un personaje coherente. Ambos se interpretan a sí mismos en pleno apocalipsis, y sólo por el mero hecho de ser estrellas consagradas salen adelante con el triste material que tienen enfrente. De más está decir que el conflicto en general se reduce a que los personajes se muevan de un lado al otro evitando las manadas de descerebrados que quieren atraparlos y ya. Si Stephen King tuvo un problema en su prosa, fue el hecho de tener grandes ideas que se desinflan en finales apurados o poco satisfactorios en comparación con el viaje que sus protagonistas hicieron. Cell fue criticada por ello y es por eso que la película cuenta con un final diferente, uno que realmente da pena y en vez de dejar el camino abierto a interpretación subraya el nihilismo latente en la historia. Cosa que de haber sido bien trabajada durante todo el metraje hubiese funcionado, pero es una salida fácil a una historia que tenía mucho potencial. Cell es una pobrísima adaptación de uno de los mejores escritores de horror contemporáneos, que no le hace honor a su bibliografía y sirve poco como entretenimiento. Su visionado es sólo recomendado a aquellos acérrimos al autor que necesitan ver todo su material. El resto, evitelo. Y apaguen sus celulares mientras tanto.
No hay dudas de la estelaridad que le aporta Dwayne “The Rock” Johnson a todas las películas en las que esté presente, incluso aquellas que deberían hundirse sin tener el carisma del ex-luchador. Central Intelligence es uno de esos hundimientos, una película con una trama a medio cocinar que se extiende más de lo que debería y termina ahogando muchos buenos momentos con una historia trillada y de poco valor. El comienzo de la misma, eso sí, es decididamente inspirado. El chico más popular del colegio, a punto de graduarse, y el rellenito inadaptado cruzan sus caminos de la manera mas vergonzante posible, en un momento que los marcará para toda la vida. 20 años después, la joven promesa de la secundaria tiene un trabajo de oficinista más que normal y añora lo que pudo ser su promisorio futuro. En contraste, el joven del cual todos rieron es un gigantesco bonachón que un buen día se contacta con aquella persona que alguna vez tuvo la decencia de ayudarlo, para rememorar el pasado. Cerveza va y viene, los dos terminan enfrascados en una aventura de espionaje en la cual todos sospechan de todos y los tiros no se hacen esperar. La idea detrás del guión del comediante Ike Barinholtz, David Stassen -tiene en su haber varios capítulos de la comedia The Mindy Project– y del mismo director Rawson Marshall Thurber (Dodgeball, We’re the Millers) tiene una buena base, con el tema del bullying y las promesas frustradas de la juventud, encapsuladas genialmente en el disparatado Bob Stone de Johnson y el decididamente apaciguado Calvin de Kevin Hart. Pero el brillo de ambos y su química rayana en el bromance sólo pueden llegar hasta cierto punto con una narrativa de espías vista una y otra vez, con poquísimas sorpresas amén de un par de cameos entremedio. Las escenas de acción compran, sobre todo por la confusión con las que Hart las encara, metido en un complot que no comprende, y Johnson sacando a relucir la estrella de acción de la que está hecho y nunca defrauda. Pero el conflicto se estira hasta límites insospechados y, cuando no hay novedad de por medio, termina aburriendo. Es muy raro que las palabras “aburrido” y “The Rock” terminen en el mismo párrafo, pero es una triste verdad. Quizás la próxima vez haya más suerte, pero en esta ocasión su toque de Midas no fue suficiente.
Now You See Mee 2 es una secuela que nadie pidió en forma explícita, pero que gracias a un buen boca a boca logró cuadruplicar su presupuesto en la taquilla mundial. La historia de los Cuatro Jinetes y sus inverosímiles trucos de magia multitudinarios lograron convencer a su público de que un momento entretenido sumaba más que una trama sólida, con lo que tres años después presentan el Segundo Acto de sus andanzas. Con un pequeño cambio estructural detrás de bambalinas -sale el director Louis Leterrier y entra Jon M. Chu, mientras que Ed Solomon es el único guionista en esta ocasión- y el enroque de las protagonistas femeninas -la talentosa comediante Isla Fisher le deja paso a la igualmente talentosa Lizzy Caplan– las aventuras robinhoodescas del grupo se ven truncas cuando un nuevo enemigo los agarre desprevenidos y el equipo termine separado, con su líder por un lado y el resto en la vistosa ciudad asiática de Macau. Chu, que viene de dirigir el fracaso Jem and the Holograms y tiene en su haber un par de conciertos de Justin Bieber, un par de Step Up y la muy entretenida G.I. Joe: Retaliation, tiene una mente y visión cinética a la hora de dirigir este curioso subgénero que es el arte de la magia y la prestidigitación en la pantalla grande, y sale airoso cuando mezcla los trucos imposibles con las escenas de acción y persecución que pueblan la trama. El guión de Solomon puede que ahonde en la vida del agente el FBI Rhodes, del siempre alucinante Mark Ruffalo, y en la conexión entre los personajes que ya conocemos para traer a todas las caras conocidas a una vuelta más, pero la extensión del plan del villano no siempre se sostiene en las casi dos horas de función de magia. Si en la primera entrega el dicho “creer o reventar” era el mayor credo que ponía a prueba, dicho mantra es verificado más de una vez en la secuela, con situaciones aún más descabelladas que antes y un ambiente lúdico entre el elenco, que saca a flote contadas situaciones muy forzadas a prueba de una química insondable. Dave Franco y Woody Harrelson la pasan fantástico cada vez que aparecen en pantalla, en especial el segundo, que tiene la labor doble de construir dos personajes al mismo tiempo en esta ocasión. Jesse Eisemberg deja la apatía usual de sus personajes de siempre y se dedica a jugar en equipo, mientras que Ruffalo no decepciona y Caplan rellena el lugar femenino con mucho tino. Hay un gran regreso en la dupla de los inmortales Morgan Freeman y Michael Caine, mientras que la nueva adición de Daniel Radcliffe le permite seguir esquivando el encasillamiento de Harry Potter, con un papel diferente y divertido. Now You See Me 2 se ha estrenado en muchos lugares del mundo ya y ha capturado la atención de una gran masa de público, logrando triplicar su ingente presupuesto de $90 millones. La clave del éxito es clara: hay buenos personajes, una historia decente y una idea detrás que engaña a la imaginación, si uno deja la mente en blanco para que el ardid sea corpóreo. El Tercer Acto de los Cuatro Jinetes está en preparación temprana, y vale la pena volver a disfrutar de sus extravagantes aventuras.
Parece que Disney no sólo se dedica a reformular sus clásicos de siempre, como lo hizo sin ir mas lejos el pasado abril con la fabulosa The Jungle Book, sino que también está desempolvando su muestrario más anticuado, a veces hasta llegar al punto de lo ignoto como el caso de Pete’s Dragon. Basada en la de 1977 -de la cual no tenía idea de su existencia hasta que se anunció la consiguiente remake– pero sin estar plagada de números musicales y ahora con un dragón totalmente digital, la segunda película de David Lowery es una historia tan sentida y sensible que es imposible no derretir hasta al más duro espectador. Por momentos tan mínima que parece de factura indie, en un claro contraste a la masificación del gigante animado, Pete’s Dragon sigue la amarga historia del pequeño del título, que por una tragedia queda huérfano a la merced de un bosque inmenso pero bajo la gigante ala de un adorable dragón que lo adopta sin miramientos. Lo que sigue es un edulcorado relato de compañerismo y familia, casi con cero conflicto a excepción del que tiene que surgir para empujar la historia a su acto final. La elección de Lowery como director, luego de su sensación festivalera Ain’t Them Bodies Saint, es más que acertada porque tiene una visión muy particular para contar la historia que por momentos trasciende ciertas barreras de un guión ya transitado varias veces, en el estilo de cine sobre criaturas fantásticas. Su labor está en los detalles y no en lo masivo, algo de lo que la película se favorece mucho y se nota en las inspiradas secuencias en donde interactúan Pete y su amigo alado Elliot. Es más que evidente que las ventas de merchandising se dispararán con la (re)aparición en escena de este último y no es para menos. El gigante verde es todo un personaje en su propia ley, con un nivel de delicadeza alucinante, y comparte todo el protagonismo con la revelación que es Oakes Fegley en otra inspirada elección de elenco. Él es hipnotizador y se lleva todos los aplausos, estando incluso frente a luminarias como Bryce Dallas Howard y el mismísimo Robert Redford. Pete’s Dragon guarda mas de un paralelo con las aventuras de Mowgli pero son productos muy diferentes, aunque igual de satisfactorios. Sigo valorando mucho estas reimaginaciones, que traen viejas historias a nuevas generaciones sin bombardearlas con canciones y con un nivel técnico sublime. Es un gran entretenimiento para toda la familia, con personajes maravillosos y una linda moraleja. ¿Para que complicarla si la fórmula funciona?
DC Extended Universe: Strike Dos No hay mayor decepción que la que supone esperar una película con ansias y después ver el caótico resultado final. No ayuda en nada que todos los trailers promocionales de Suicide Squad fueran uno más maravilloso que el anterior, prometiendo algo que al final de cuentas terminó siendo un grupo de antihéroes en busca de una historia que los favorezca. Se podrá defender y repudiar muchas cosas de la nueva película de David Ayer, pero se necesita urgente las aventuras en solitario de una amazona con poderes para que DC salga del fango en el que ella misma se metió. Ya no hace falta aclarar que la batalla en la que está enzarzada DC Films con Marvel Studios es prácticamente una humillación pública. El universo que a una le costó construir a base de años de preparación, la otra lo quiere hacer de una película a la otra, y los resultados están a la vista tanto en Batman v Superman: Dawn of Justice como en la presente. A la hora de compararlas, Suicide Squad sale un poco más airosa como entretenimiento puro, pero está tan desequilibrada que todo lo que uno esperaba de ella se va desvaneciendo conforme el grupo de malos se enfrente a su primera misión. suicide-squad-critica2 Es un triste caso más de la intrusión de un estudio versus la visión de un director sobre el proyecto, con una variedad de rumores -algunos de ellos se confirman directamente en la pantalla grande- que varían desde la rapidez con la que llegó la película a los cines hasta las diferentes ediciones contrarias que se sopesaron para el lanzamiento y, francamente, se le suma la pobre labor de Ayer en crear una trama coherente y convincente. A no equivocarse: Suicide Squad es altamente entretenida, tiene todos los condimentos necesarios para pasar dos horas en una butaca y no aburrirse nunca, pero como en toda receta, los ingredientes deben ir en orden y no como se le plazca al cocinero, el problema más radical de la película. Con una edición francamente atroz, que se nota a la legua, hay una sobre-presentación de personajes o escasez de la misma, lo que logra que algunos integrantes del equipo sean sólo una cifra, una cara bonita que puede guardar o no una historia interesante por debajo de la superficie. El Deadshot de Will Smith y la Harley Quinn de Margot Robbie son los principales beneficiados y logran ser el corazón de la propuesta. Él es básicamente Will Smith pero con traje de héroe y de eso nunca puede haber suficiente, mientras que Robbie se roba una vez mas todas las miradas con un personaje descontracturado que promete convertirse en un verdadero ícono en un futuro cercano. suicide-squad-critica3 Por otro lado, el Joker de Jared Leto generó tanta espuma que finalmente no afecta en nada a la trama en general, siendo mas un cameo que se quedó en la sala de edición que un factor importante en las aventuras del escuadrón, mientras que la Amanda Waller de la inmensa Viola Davis tiene mucho más peso del imaginado como la autora intelectual del grupo, una persona fría y calculadora que a veces parece más villana que lo peor de lo peor. El Diablo de Jay Hernandez sobresale bastante más que el agradable pero casi inútil Boomerang de Jai Courtney, el Rick Flag de Joel Kinnaman tiene cierta presencia pero no mucho mas que eso, y ni hablar de lo que le dejan a la Enchantress de Cara Delevingne, que queda aplastada por decisiones de la trama y encasillada en un mismo lugar. El viaje de Suicide Squad es turbulento, tan destacable como vergonzante. En menos de 15 minutos se gastan todo un soundtrack completo como si se quisiera señalar cuánto se corresponde una canción con la determinada escena, para subsanar carencias del guión. Por otra parte el equipo empujado a la fuerza a actuar por sobre sus propios intereses se mezcla muy rápido, dejándose entrever un poco del humor que tanto necesitaba Dawn of Justice. La oscuridad de DC que tanto parecía que iba a levantar la película con su paleta de colores chillona sigue ahí ya que, por más coloridos que sean sus personajes y sus atuendos, la pantalla sigue tan oscura como siempre. A esta altura, DC no tiene que replantearse proyectos, sino su acercamiento a ellos. Definitivamente las críticas que la película recibió en su país de origen fueron viles, pero el público acompañó mucho al resultado del primer fin de semana. Pero, simplemente, no es lo que a uno le habían vendido con tanta fuerza como “DC tiene humor, color y podemos demostrarlo”. Lo que comienza como algo subversivamente divertido se termina convirtiendo en algo mundano y previsible, dos términos en los que Suicide Squad no debería encasillarse jamás. No es mala, solo que decepciona y mucho.