Para ser una película que basa su entretenimiento en reinos místicos, criaturas fantásticas y grandes batallas entre hombres y monstruos, Warcraft suele quedarse corta en imaginación y emoción. Desde los avances se veía una épica espectacular, con imágenes que empujaban a la audiencia a creer que estaban frente a otra Avatar, pero en resumidas líneas es una que sólo un ávido gamer podría disfrutar con ganas: es pura fachada, con poca sustancia en el interior. Podrá ser el film basado en videosjuegos más taquillero de su clase, pero no es excusa para no tener una historia sólida por debajo de la ola de efectos visuales que pueblan la pantalla en cada fotograma. Si algo hay que entender desde el principio, es que Warcraft está diseñada casi específicamente para el sector demográfico que hizo de la saga una explosión, cuando se estrenó el primer videojuego. El espectador casual que pase a ver una épica fantástica al estilo Lord of the Rings tardará bastante en aclimatarse a todos los elementos que se conjuran en la trama, y es difícil que sienta empatía por alguno de los dos bandos enfrentados en esta contienda, incluso cuando está más que claro que hay un bando bueno y otro malísimo. Habrá alguna que otra pincelada de grises morales, pero estamos hablando de un film con elementos intercambiables con otras sagas fantásticas, tanto que resulta casi increíble que de a ratos funcione y resulte entretenida. Y si la historia es carente de emoción y/o diversidad, por lo menos se redime con la acción. Aún cuando algunas escenas tengan un gusto familiar, los combates a veces son impresionantes y hasta tienen una cualidad de inmersión que bien vale la pena verlos en pantalla grande. La mente ingeniosa de Duncan Jones -presente en las geniales Moon y Source Code- parece haber sido aplastada por la maquinaria hollywoodense, que le exigió demasiado a él y a su co-autor Charles Leavitt -a quien la fantasía lo tiene a mal traer luego de la triste The Seventh Son el año pasado-. El estudio prácticamente les pedía lo imposible, adaptando una franquicia para fanáticos que también actuase como faro para neófitos del juego, a su vez de resultar un entretenimiento pasable para desconectar la mente y jugar a humanos versus orcos. Era mucho y el peso se hace notar. El elenco, por supuesto, hace lo que puede con el material a su disposición. Travis Fimmel logra diferenciar un poco a su héroe humano aportándole ciertos tics y características que hacen que su Lothar no sea un Aragorn cualquiera, mientras que el orco Durotan de Toby Kebbell es la única criatura que merece la atención del espectador. Este último sabe cómo trabajar un personaje enteramente digital al estilo Gollum -ya hizo un excelente trabajo en Dawn of the Planet of the Apes- y junto a Fimmel hace una dupla que se roba el foco de interés siempre que están en pantalla. Por otra parte, Paula Patton está muy incómoda con su personaje cruza entre humano y orco con prótesis dudosas, que encima tiene la tarea de crear un interés romántico para Lothar, el cual nunca termina de convencer. El resto del elenco, tanto humanos como orcos, tanto buenos como malvados, caen en las líneas genéricas de personajes unidimensionales. Con una duración de dos horas, Warcraft es admirable desde lo visual, pero carece de una espina dorsal que cuente una historia fresca. En el eventual caso de que ese corte del director que dura 40 minutos más vea la luz del día, quizás el encuadre narrativo sea diferente y le agregue algo más de peso a la fábula fantástica que llega a las carteleras hoy. Por el momento, es puro fuego artificial que deja una linda estela en el cielo, pero desaparece segundo a segundo luego de esa primera explosión.
No se que opinará la mayoría, pero todos tenemos recuerdos de Independence Day. El mío era verla cada vez que la pasaban por Canal 11 y quedarme embobado mientras una flota alienígena se preparaba para atacar a la Tierra en ciertos puntos específicos del globo terráqueo, que de coincidencia enfocaba toda su fuerza en una Estados Unidos celebrando su 4 de Julio. Y todos ya sabemos cómo son los norteamericanos: no le toquen su fecha patria. Para nosotros y para los personajes de Independence Day: Resurgence han pasado veinte años, pero para la raza de otro mundo ha pasado relativamente poco tiempo y vuelve a la carga para terminar lo que sus compañeros empezaron. ¿Suena interesante, no? Pues eso es lo que ni más ni menos representa esta entretenida secuela que se tomó su tiempo en llegar, pero que ofrece balde tras balde de palomitas cinematográficas para aquél bravo espectador que sepa a lo que le está haciendo frente. Tanto como hace Michael Bay, el destructor de mundos Roland Emmerich trabaja en otra frecuencia, la justa para aquellos que disfrutamos de ver cómo el futuro se va al garete, pasmados por cómo han avanzado los efectos técnicos con cada nueva generación. Atrás quedaron el recuerdo de un Will Smith en su juvenil gloria y los efectos prácticos que tan bien se han conservado, contando las dos décadas que ya se carga en sus hombros. Ahora la mayoría de la pantalla está ocupada por efectos digitales y un trío joven de protagonistas que cargan el peso de la trama de acá a una futura, y muy posible, tercera parte. ¿Hay que buscarle la quinta pata al gato, si la trama nos presenta al personaje de Vivica A. Fox, la esposa stripper de Smith en la primera parte, convertida ahora en una enfermera/médica? La verdad es que no y es el tipo de detalles que marcan el tono irreverente y lúdico de una película que tiene su propia percepción del mundo. Es puro entretenimiento de los '90, trasladado al del nuevo siglo. Y como los tiempos nuevos que corren tienen una particular noción del tiempo y el foco de atención del público es cada vez menor, Resurgence se siente recortada, tocando suelo en la vida de los personajes que ya todos conocemos y amamos para arrojarlos al medio del fuego casi inmediatamente. Independence Day era larga, duraba dos horas y media, y el suspenso crecía a medida que las naves se posicionaban en todo el mundo y quedaban latentes, sin vida, hasta activarse. La secuela no tiene tiempo para crear suspense. Después de todo ya sabemos por qué están acá y se arroja a la acción casi de inmediato, aunque tiene la información justa y necesaria, cortesía del científico David del invaluable Jeff Goldblum y la doctora Marceaux de Charlotte Gainsbourg, que genera curiosidad al estar frente a un blockbuster siendo tan abonada a películas menos comerciales. El lado joven lo cubren Dylan (Jessie Usher), el hijo del personaje de Will Smith en la primera parte, la hija del ex-presidente Whitmore -la ascendente Maika Monroe- y uno de los hermanos Hemsworth, Liam, porque el apellido es sinónimo de cine estruendoso acá y en la China. ¿Quieren más? No podía faltar Bill Pullman, ahora más libre de responsabilidades pero aún con ansias de salvar al planeta de nuevo, y el regreso del doctor Okun de Brent Spiner, que se presumía muerto pero sólo estaba en un coma prolongado. Con el plato servido, resta disfrutar de casi dos horas de efectos especiales variados. Quizás hay alguna que otra incomodidad con la avanzada tecnología extraterrestre en la Tierra, lo cual le da a la película un costado mucho más sci-fi por decirlo de alguna manera, pero a la hora de romper todo, Emmerich sigue siendo el maestro. El desembarco alienígena y la destrucción son imponentes y merecen la pena verlos en la pantalla más grande que se pueda. El ensimismamiento que logra el director es tanto que, por un momento, uno se olvida que Smith no quiso volver a la secuela, y esa gran carencia es suplida con combates aéreos a montones, tecnología alien de punta y una creciente subida de humor que demuestra que no estamos ante un agitamiento de bandera patriótico como la vez pasada, sino que es un poco de eso, de homenaje masturbatorio, y al mismo tiempo una franca parodia de todo el legado que la película original generó en veinte años. Con leer el título Independence Day: Resurgence, uno como espectador ya sabe lo que se va a encontrar, y es injusto pedirle un complejo drama sobre una posible colonización extraterrestre. Para eso ya hay series que cubren esa cuota. Están frente a un producto Emmerich, que entretiene y luego permite una vuelta de página sencilla y directa. Simplemente recuéstense en la butaca, disfruten, y hagan como si fuera de nuevo un sábado a la tarde sintonizando Canal 11.
Últimamente, todas las películas románticas caen bajo ciertos preceptos. O son un dramón infumable como todo lo que sale de la factoría de Nicholas Sparks, o sorprenden en su exploración del romance cercano a la muerte como la adorable y lacrimógena The Fault in Our Stars, por poner algunos ejemplos sencillos. Me Before You combina la simpleza de las historias de Sparks con el concepto de mortalidad finita de otras, y los sazona con una agradable pareja protagónica que alza el conjunto, al punto de que se deja ver a pesar de sus previsibilidades. En una simple pero efectiva escena inicial, el todopoderoso magnate Will Traynor -el ascendente Sam Claflin- tiene un accidente que lo deja postrado en una silla. En su camino se cruza la energética y efervescente Lou -nuestra Khaleesi querida Emilia Clarke- quien tiene la tarea de acompañarlo en este duro tramo de su vida. Él tiene una manera fría y cínica de ver la vida tras lo que le sucedió. Ella es una batería de optimismo que nunca parece acabarse. ¿Logrará derretir el corazón del otro? No es muy difícil prever los caminos que recorrerá la película de Thea Sharrock -basada en el guión de la propia autora del libro homónimo, Jojo Moyes-, pero sin embargo la luminosidad de Clarke y la caballerosidad que destila Claflin hacen que la dupla y su viaje sean muy interesantes de ver. Ambos tienen una respetable química, aunque la que verdaderamente brilla es Emilia en un papel que le permite dar rienda suelta a sus dotes de comedia, con muchos detalles físicos que le dan mucha personalidad a su Lou, una joven mujer cuyo rumbo en la vida todavía no ha sido encontrado y se conduce alrededor con peculiares atuendos bastante chillones. Claflin, de forma sorprendente acorde a la discapacidad de su personaje, se mantiene con su ropa intacta durante el 90% del metraje, lo que le da al actor la oportunidad de elevarse por sobre la meta quien muestra todo y construye una personalidad con su rostro y poco más, debido a que no puede moverse de la cintura para abajo. Hay algo muy estimulante en presenciar un romance postrado y no a un caballero imposible que llega montado a caballo a salvar a su damisela, lo cual le aporta un sabor diferente. Otra baza fuerte es el peliagudo tema que tocan tanto la novela como el guión, que lleva a lo que podría llamarse un final controvertido, pero que al fin y al cabo no traiciona el espíritu de la historia ni tampoco atenta con las expectativas del espectador. Por supuesto, Clarke y Claflin no son los únicos presentes en la película, sino que pasan su tiempo rodeados de grandes actores británicos como Charles Dance -compartiendo escenas con Emilia, cosa que nunca hizo en Game of Thrones- y Janet McTeer como los preocupados padres de él, mientras que Matthew Lewis -un casi irreconocible Neville Longbottom de Harry Potter- tiene la tarea de enturbiar las aguas como el novio de ella, que tiene algunas de las mejores escenas pero también provoca conflictos que parecen diseñados solamente para que haya piedras en el camino de los protagonistas. Me Before You cumple con todos los preceptos que las películas románticas de hoy en día tienen, aunque es lo suficientemente inteligente como para alejarse un poco de los lugares comunes antes de volverse predecible. Una linda historia, una dupla adorable y agraciada, y la capacidad de hacer que más de uno saque los pañuelos descartables. Es más que suficiente para disfrutarla.
Dependiendo de cual exitosa sea la transposición, las obras teatrales adaptadas a la pantalla grande suelen resultar destacables o una pérdida de tiempo. Nos femmes mientras tanto, elige caer en esa misteriosa categoría del medio que podría llamarse "para aquellos que no la verán en su versión teatral y se tienen que conformar en casa". Basada en la obra de Eric Assous -que dirigió en aquel entonces, mientras que Richard Berry lo hace ahora y además protagoniza junto al genial Daniel Auteuil y Thierry Lhermitte-, Nos femmes tiene en su núcleo a un trío de amigos de toda la vida que siguen una rigurosa rutina, tanto todas las semanas como en sus vacaciones anuales. Se conocen hasta la más mínima falla y ocurrencia, hasta que uno de ellos, el más impredecible de todos, llega y destroza esa calma que han -aparentemente- conseguido en 35 años. Es un giro dramático y muy oscuro, pero que eventualmente se presta a una comedia a veces desopilante, pero que deambula mucho y se la nota desconcentrada. No es culpa de Berry, Auteuil o Lhermitte, que encajan en sus personajes a la perfección, sino en lo manido del asunto, que estira su conflicto de manera impensada durante la tortuosa hora y media que dura esa noche entre amigos. El problema es claro, los participantes están dispuestos a jugar, entonces ¿por que no termina de cuajar? Y es que Nos femmes elige resultar aleccionadora al poner en tela de juicio una amistad de años, con la familia, la comunicación, los celos y el compromiso, dejando de lado la comedia pura y dura teniendo un escenario tan negro y rico en oportunidades. Quizás sea el toque francés el que impida a uno conectar del todo con el humor, pero ya bien se sabe que las obras de teatro no son para todos y menos el arte francés, con otros códigos y preceptos. No digo que no haya gente que la disfrute completamente, sino que hay que tener una sincronización especial con el tipo de humor bien sutil de los franceses en este caso. Nos femmes está recomendada a aquellos que disfruten de estas propuestas teatrales que cobran vida en la pantalla, que siempre representan un gran trabajo de actores consagrados, pero cuya sustancia deja bastante que desear. Ese aire a sala de teatro se pierde en una puesta en escena deslumbrante, y quizás la comodidad de una sala de teatro le sea mucho más oportuna a esta pieza.
Las chicas también quieren divertirse, pero las reglas de una injusta sociedad no se lo permiten. Y en Neighbors 2 harán lo que sea para abolir el estatuto que dice que no se pueden portar igual o peor que los chicos desbocados que conocimos hace dos años en la primera parte. Las secuelas apuradas no siempre funcionan, pero el mismo equipo técnico y artístico de la original se las ingenió para seguir las andanzas de los personajes y elevar la apuesta desde un costado un poco más femenino, y no dar puntada sin hilo en esta hilarante comedia restringida. Una de las grandes cosas que hizo que Neighbors tenga tanto éxito fue la grandiosa habilidad de Nicholas Stoller y compañía de hacer magia con la química entre Seth Rogen, Zac Efron y Rose Byrne, mezclándolos en muchas situaciones dispares. Así, los momentos de comedia iban acompañados por moralejas y cuestiones importantes, como ser el crecer y convertirse en buenos padres sin dejar de ser divertidos. Replicar esas situaciones parecía difícil, casi imposible considerando que las segundas partes nunca son buenas, pero el grupo viene con mucha fuerza y entrega una continuación más que digna, que no pierde tiempo en representar a los viejos conocidos y tampoco en introducir al trío de féminas que serán un verdadero quebradero de cabeza para la familia moderna que pretende mudarse a nuevas pasturas. Cambiar de una fraternidad a una casa llena de mujeres puede parecer una simple manera de crear conflicto, pero más allá de sentirse como una opción orgánica para la historia, viene acompañada de una interesante bajada de línea muy acorde a los tiempos que corren. ¿Por qué las mujeres no pueden hacer fiestas en donde no sólo sean un objeto de deseo? ¿Por qué se las limita mientras que los hombres pueden hacer lo que sea? Es una gran pregunta que Neighbors 2 responde con mucho énfasis, sin resultar aleccionadora y sin perder nunca el tono de comedia de por medio. Rogen y Efron vuelven a destacarse en escenas que tendrán a más de uno llorando de la risa, pero nunca hay que perder de vista a Byrne como la gran comediante que es, mientras que la ingresante Chloë Grace Moretz se une a la familia aportando otro costado a la historia. Por más negra y estúpida que se vuelva, dentro de toda la locura que lleva de por medio Neighbors 2 hay personajes con mucha humanidad, ya sea el matrimonio Radner, la crisis de crecimiento del personaje de Efron o la aventura anárquica de Moretz. Stoller sabe que tiene una gran columna vertebral en sus viajes y apoyar la comedia en su costado más humano hace maravillas. A muchos los puede afectar el nivel oscuro de algunas bromas o la idiotez generalizada que se presenta en la superficie, pero escarbando más profundo hay cuestiones y preguntas que valen la pena explorar... y si es con carcajadas de por medio, mejor aún.
Pixar nunca fue un estudio escaso en ideas innovadoras, siempre fue una vanguardia animada, que entregó película a película vastos mundos ricos en detalles y personajes inolvidables. Su aproximación a las secuelas de películas adoradas no sigue un camino irregular, sino que todas resultaron o excelentes -Toy Story 2 y Toy Story 3- hasta pasables -Cars 2, la menos querida de toda la filmografía del estudio-. Es por eso que el anuncio de Finding Dory resultó al mismo tiempo un estallido de euforia y un silencio de expectativa. Después de todo, Finding Nemo es una de las aventuras animadas más estimadas por el público de todas las edades, con momentos imborrables que cimentaron la fama de la compañía como una gran casa narradora. Han pasado trece años y, si bien el regreso al mundo acuático ya no es similar, es una estupenda continuación que aprieta todos los botones nostálgicos correctos. No sé hasta que punto se puede hablar de nostalgia si no han pasado tantos años, tanto en la vida real como dentro de la historia, donde ha transcurrido un año desde la gran aventura de Marlin, Dory y Nemo. La familia marítima está más contenta que nunca, hasta que Dory comienza a tener flashes de su vida de pequeña, junto a sus padres, antes de extraviarse en una escena tan triste como esperanzadora mientras el tiempo corre y la tierna y pequeña Dory crece y se convierte en el personaje que todos conocemos y amamos. Esta conveniente artimaña del guión la fuerza a emprender un viaje para reconectarse con su familia biológica. Lo que se antoja como una nueva travesía resulta un poco desconcertante porque el tiempo de viaje resulta cortísimo para llegar a un solo lugar, la Joya de Morro Bay, donde tiene lugar la mayoría de las escenas del film. Hay prácticamente muy pocos personajes conocidos que se extrañan -la tortuga Crush tan sólo tiene una escena, muy corta-, todo para presentar a la nueva tirada de animales que acompañarán a Dory en su búsqueda. Dichos personajes tendrán su prueba de fuego para quedarse en la retina de los espectadores, pero resultan peculiares y adorables, como la increíble beluga Bailey de Ty Burrell, la ballena tiburón miope Destiny de Kaitlin Olson o el escurridizo pulpo Hank de Ed O'Neill. Por supuesto, toda la atención está puesta en la maravillosa Dory de Ellen Degeneres, que regresa al adorado pez azul como si no hubiese pasado un día desde que le dio vida con su voz. Algunos momentos de drama son creados para que los personajes se peleen entre sí, lo cual parece muy extraño porque el drama en Pixar siempre se siente natural y doloroso en sus mejores peores momentos. No alcanza el nivel de lágrimas del basurero en Toy Story 3, pero hay escenas en Finding Dory que tendrán a muchos conteniéndolas. El director Andrew Stanton parece haber rebotado del mundo live action con la aburrida John Carter y volvió con todo en la secuela animada, que se ve hermosa y casi palpable en sus imágenes como cualquier producto animado, a lo que se le suma un puñado de escenas de persecución muy interesantes -todo dentro de los confines del santuario marino donde tiene lugar la acción- y un par de aplaudibles momentos de comedia. Uno de ellos, totalmente inesperado, es la mención de una gran figura de Hollywood que se interpreta a sí misma y causa risas cada vez que hace aparición en escena. Finding Dory es una vibrante y entretenida comedia animada que le da su momento de brillar a la pez azul y la acompaña en un viaje único, que alcanza cotas inusitadas de locura cuando debe y, cuando no, es una sentida continuación a una de las películas animadas mas repetidas hasta el cansancio en la niñez de cualquiera.
Describir a The Dressmaker es una tarea muy difícil de realizar. Su título en castellano -El poder de la moda- tampoco ayuda mucho a este crisol fílmico que mezcla pura comedia con drama lacrimógeno, a una venganza gestada hace años y al típico pueblo chico, infierno grande. Son tantas las influencias que maneja -la misma directora Jocelyn Moorhouse la describió como The Unforgiven de Clint Eastwood pero con una máquina de coser de por medio- que verdaderamente es una gema única dentro del panorama cinéfilo actual. Basada en la novela gótica de la australiana Rosalie Ham, sigue las andanzas de Myrtle Tilly Dunnage, una modista que regresa a su pueblo natal Dungatar para cuidar de su avejentada madre y poner en orden sus asuntos. Hace 25 años hubo una gran tragedia en la cual ella estuvo involucrada, motivo por el cual fue removida de su pueblo, y ahora la creadora de alta costura ha vuelto para quitarle el velo a su pasado y hacer las paces con una maldición que la persigue allí a donde vaya. Esta clase de artilugio narrativo -el regreso a casa de un personaje- se ha utilizado hasta el hartazgo y muchas veces cansa. Pero si bien la primera mitad de la película puede resultar previsible, su elenco la sostiene, al menos hasta que el tono vaya cambiando y se transforme en algo diferente. De manera imprevisible, el drama se apodera de la historia y, así como en la vida misma, los personajes deben enfrentarse al odio, la mezquindad, la vergüenza y los secretos desde el otro lado de la vereda. Si en un primer momento todo estaba pintado con los colores cálidos de la comedia, los fríos del drama se adueñan de la trama y conducen hasta un ardoroso final que resulta extremadamente catártico. En el camino quedan algún que otro desnivel actoral, sobre todo el desequilibrado elenco que enfrenta a una madura Kate Winslet con la joven estrella Liam Hemsworth, para enredarlos de forma romántica y hacerlos pasar como si tuviesen la misma edad, pero son detalles -notorios, eso sí- que no afectan la calidad del relato. Winslet puede hacer lo que sea y, además de alucinar con un par de atuendos hechos a medida, resulta demasiado estimulante junto a la legendaria Judy Davis, quien interpreta a su alcohólica y peleadora madre. The Dressmaker es completamente disfrutable si se entra en su mundo pasando el título algo genérico. Dentro hay una gran historia con matices un poco conocidos, pero con drásticos giros esperando a que un espectador incauto caiga en ellos.
Dentro del género de horror, James Wan es una pequeña leyenda que crece día a día. Con la mínima producción de Saw en 2004 saltó a las grandes ligas, de la mano de un thriller novedoso que tuvo una inmensa reverberación en el terror durante años, pero fue con Insidious en 2010 y la suprema The Conjuring en 2013 con las que finalmente se consagró como un fantástico director, que sabe convertir todo lo que toca en una pesadilla. Tras pasar por la picadora de carne que es el cine pochoclero de acción en Furious 7 y demostrar que puede manejar tanto un presupuesto ínfimo como un gigante de millones de dólares, Wan volvió una vez más a las historias del dúo de Ed y Lorraine Warren, que esta vez cruzan el charco y se enfrentan a uno de sus casos más importantes en su controvertida área de trabajo. Si en 2013 la escena introductoria era la historia de la tétrica muñeca Annabelle, en esta ocasión la encargada de abrir la trama es la megapopular situación en Amityville, que ya tantas adaptaciones ha tenido a lo largo de sus años. Es muy inteligente de parte de los guionistas el utilizar esta célebre historia para comenzar a tejer lo que será el conflicto que subyace a la crisis en Enfield, Inglaterra, dando las claves para que los Warren salten al ojo mediático de la tormenta con su participación en Amityville, así como también sus razones personales para hacerse a un lado. Mas allá de ser una fantástica entrega de horror al estilo vieja escuela, lo que hacía maravillosa a The Conjuring era su proceso de darles vida a los personajes, con dimensiones muy cercanas y sensibles, lo cual hace que uno como espectador sienta mucha empatía con ellos. Pero el Mal no va a dejar nunca de perseguirlos y, cuando el drama en Enfield estalle, ahí estarán Ed y Lorraine para salvar el día, si es que pueden. Si algo demostró Wan previamente, es que es un maestro a la hora de crear climas tensos y atmósferas espeluznantes. Con una duración que supera las dos horas de metraje, es imposible sentir a The Conjuring 2 como una película que se extiende más de lo que debe. Desde la primera escena la platea percibirá una opresión constante, esperando el próximo salto en la butaca, que hace que se llegue al final y ahí es donde uno recién puede respirar. Algunos sustos están mejor diseñados que otros -nada supera el juego de manos de la primera entrega- pero en general son situaciones cargadas de tensión y dirigidas milimétricamente por Wan, que exprime hasta el último segundo de suspenso hasta explotar el miedo en la cara de uno. Nuevamente, el elenco es un destacado absoluto que eleva la propuesta por encima de la media en el género. Los consagrados Vera Farmiga y Patrick Wilson vuelven a calzarse sus atuendos respectivos y hacen lo que mejor saben: darle peso a sus caracterizaciones de personas reales, dándolo todo incluso cuando algunas escenas pueden resultarles a algunos ridículas. Farmiga es una actriz a la que es imposible sacarle los ojos de encima por la intensidad con la que trabaja sus papeles, y el terror le permite darle rienda suelta a esa potencia, mientras que Wilson esta vez tiene un poco más de protagonismo que ella y sabe ocupar la pantalla mientras la cámara lo sigue. Frances O'Connor es la genial y atribulada matriarca Hodgson, mientras que la Hodgson que se roba todas las escenas es la Janet de Madison Wolfe, quien tomó a pecho lo que hizo Linda Blair en The Exorcist y entrega una sentida y terrorífica actuación como el envase para toda la presencia demoníaca en su hogar. The Conjuring 2 es una soberbia segunda parte, en línea con la avasalladora primera, que encuentra solidez en una historia basada en hechos reales y crea una pesadilla inventada alrededor de dichos sucesos aparentemente ciertos. Su aire retro, la excelencia de Wan y el elenco, y una sucesión de escenas memorables la hacen una de las mejores entregas de horror del año, al igual que una exitosa continuación que puede no mejorar lo que se hizo previamente, pero que no deja de intentarlo con fuerza.
Con el estreno de Teenage Mutant Ninja Turtles en agosto de 2014, ya se había anunciado que habría una secuela, independientemente del resultado comercial de esta reimaginación del nuevo milenio. Por supuesto fue un moderado éxito, que garantizó la rápida llegada de Teenage Mutant Ninja Turtles: Out of the Shadows a menos de dos años del estreno de la primera parte. Este raudo movimiento sonaba a apuro comercial y eso es muy cierto, pero también podía significar un descenso en calidad. Ahí es donde la secuela excede las expectativas. Con un presupuesto apenas superior a su predecesora, la película de Dave Green -debutó en 2014 con Earth to Echo- difiere de la visión de Jonathan Liebesman lo suficiente como para resultar escandalosamente entretenida incluso bordeando las dos horas de duración, algo casi impensado hoy en día para películas apuntadas a los espectadores preadolescentes, para los cuales los quince segundos de los videos de Instagram son el medidor de atención por excelencia. Y no es que Green o los guionistas Josh Appelbaum y André Nemec hagan un trabajo sustancialmente innovador, sino que apuntan a las fortalezas que se vieron antes y recortaron lo que no sirvió del todo, en pos de entretener a toda costa. El cuarteto de las alcantarillas y su inseparable amiga April O'Neill esta vez se enfrentan al regreso de su enemigo Shredder, que se revela como un peón para un mal mayor, un ser de otra dimensión que amenaza con transportarse a la Tierra y causar estragos insospechados. Explorar temas mas profundos, como un suero que podría convertir a los hermanos en humanos y no vivir en las sombras por siempre, son apenas aristas que sirven para crear un poco de drama y desunión, pero no prosperan lo suficiente como para importar demasiado. Y tampoco debería. Son cuestiones introducidas para generar un poco de distensión entre tantas secuencias de acción, y está perfecto viniendo de factorías como Nickelodeon o Michael Bay. Si algo se aprende del visionado de la primera parte, es la de tomar a Out of the Shadows con la ligereza que la tomaría un chico de 12 años, y disfrutarla pese a su corto alcance de vida dentro de la cartelera atestada de productos de superhéroes que demandan mayor atención. Liberados de las cadenas de pretensiones, el enfoque de aventura y acción de la secuela promete muchas escenas atronadoras, con un nivel de animación francamente interesante y el humor simplón que siempre caracterizó a la franquicia. Megan Fox no puede despegarse de la figura que siempre la caracterizó, y con su primera aparición en pantalla deja en claro que tampoco quiere hacerlo, luciendo sus encantos para perseguir los mantras indómitos de su intrépida reportera. Su compañero de aventuras, el Vernon de Will Arnett, se nota desplazado por la creciente figura del Casey Jones del ascendente Stephen Amell, que con el éxito de la serie Arrow y su resplandeciente juventud hace una pareja mucho más acorde para Fox que el comediante. También aporta su lado de estrella de acción en unas cuantas partidas contra Bebop y Rocksteady, figuras siempre presentes en la saga de dibujos animados. Sorprende además la aparición de una actriz dramática de renombre como Laura Linney en una propuesta del estilo, pero su participación como una detective no molesta para nada y le aporta un poco más de peso dramático al film. Teenage Mutant Ninja Turtles: Out of the Shadows es un producto enteramente diseñado para un sector familiar y preadolescente de la platea, que sin duda alguna disfrutará mucho de esta nueva entrega en la renaciente saga. El resto puede sin duda alguna disfrutar de la acción a raudales que presenta la película, y para el sector fanático más acérrimo de las tortugas, siempre tienen la trilogía de los '90 para regodearse con los personajes.
Durante las casi dos horas y media que dura esta nueva incursión de los mutantes, hay una escena donde unos jóvenes Jean Grey, Cíclope, Júbilo y Nightcrawler salen del cine y comentan el estado de las secuelas en el cine, para determinar que "la tercera siempre es la peor", en un claro codazo del guionista Simon Kinberg hacia su yo del pasado por firmar la fallida pero igualmente entretenida X-Men: The Last Stand. La broma actúa como efecto boomerang, ya que X-Men: Apocalypse es la película más defectuosa de la nueva trilogía, pero incluso con todas sus falencias resulta un espectáculo entretenido como lo son siempre las apariciones en la pantalla grande de los héroes con poderes. Como bien lo anticipaba la escena post-créditos de Days of Future Past, en los primeros minutos de la última película de Bryan Singer conocemos a En Sabah Nur, el primer mutante de la historia, y su descenso hacia el olvido para resurgir de forma imprevista en medio de los años '80, unos diez años después de la acción de la entrega previa. Al despertar y ver el estado actual del mundo, dominado por los débiles que siguen a falsos dioses, el villano púrpura comenzará a reunir a su equipo de seguidores con el cual recuperará su estado de gloria y forjará un mundo acorde para todos los suyos. Si esa motivación les suena ligeramente familiar, es porque desde la primera y visionaria X-Men en el 2000, la temática ha sido repetida de diferente manera en todas las iteraciones mutantes en el cine. Es una fórmula que en sus primeros momentos fascinaba por explorar en sus protagonistas lo que significaba ser distinto en un mundo temeroso de las diferencias, pero que con siete secuelas y spin-offs en su haber ya está ligeramente desgastada. El conflicto entre buenos y malos tendrá algunos lugares grises, como bien lo demuestra la trágica historia que sigue de cerca al siempre explosivo Magneto de Michael Fassbender, pero lo que antes se notaba innovador ahora es la historia de siempre, con un villano intercambiable que por más poderoso que resulte, no genera la misma emoción que antes. El Apocalipsis de Oscar Isaac es un personaje acartonado, tanto en motivos como en apariencia. Es un gran desperdicio de un actor consagrado, porque detrás del maquillaje, el traje prostético y la voz modificada por computadora, podría estar cualquier actor importante de Hollywood y aún así le sería difícil levantar a un personaje con tan poca dimensión. Lo mismo sus seguidores, de los cuales solo se destaca Magneto, porque la Psylocke de Olivia Munn y los jóvenes Storm de Alexandra Shipp y el Angel de Ben Hardy son meros títeres. Por el lado de los buenos, James McAvoy sigue brillando como el atribulado profesor Xavier, mientras que se le da paso a los nuevos Jean Grey de Sophie Turner y el Cíclope de Tye Sheridan, que le aportan frescura al elenco, como el gracioso Nightcrawler de Kodi Smit-McPhee. Improbablemente, la Mystique de Jennifer Lawrence queda relegadísima a un papel de heroína estandarte con muy poco para hacer en la trama más que estar en los momentos importantes, lo cual genera dudas porque Lawrence está en lo más alto de su carrera y las tramas de las secuelas han ido posicionando a la siempre ignota Mystique en el centro de la acción. El mayor problema que sigue teniendo la saga es el cansancio que genera la misma historia una y otra vez, y la maquinaria de venta detrás de los mutantes, que lleva a los productores a pedir que se apriete una y otra vez el botón de reseteo en las historias. Los estudios Fox no son Marvel, y el seguir construyendo nuevas plataformas sobre lo anterior en vez de pensar a futuro lleva a la reescritura de la historia -léase líneas temporales alternativas- dejando obsoletas y fuera del canon fílmico a todo lo que vino antes de First Class. Hay que seguir vendiendo, sí, pero cuando ya vemos por tercera vez el escape de un Wolverine de las garras de Stryker metido con calzador para lucrar con la imagen y el personaje que se adueñó Hugh Jackman hay que preocuparse. En los cómics funcionará este constante reinicio, pero escribir con la mano para ir borrando con el codo es algo que no se traslada bien a la pantalla grande, aún cuando sea un excelente espectáculo. Esta reseña puede notarse como un poco malintencionada y negativa, pero viene desde un lugar de amor por la primera saga de X-Men y la explosiva First Class, y los constantes arreglos que se le vienen haciendo a la franquicia con tal de seguir generando ingresos con la misma historia pero diferentes elencos. Con esto no quiero decir que Apocalypse sea una mala película. Es templada y simplista, pero no por ello deja de ser un espectáculo llevadero y entretenido, que hace pasar unas buenas dos horas en el cine, aún cuando al salir se la discuta y se la olvide a fin de año. Singer se aboca a lo que funciona, y si bien para todo el apocalipsis y guerra que se anticipaban en los avances hay poca sustancia en el conflicto, el escenario de una Cairo diezmada tiene ese gusto a excitación de combate mutante versus mutante que siempre gustó tanto en la platea. El Quicksilver de Evan Peters vuelve a hacer de las suyas en una escena a cámara lente francamente impresionante, amén de que llega en un momento en el que la mezcla tonal entre el drama y la comedia se nota demasiado. X-Men: Apocalypse es un buen espectáculo que trae una vez más a los personajes más queridos de la franquicia, pero al cual si se le empiezan a ver las costuras de cerca se notan sus problemas. Por suerte hay un gran elenco por detrás que ayuda a correr la vista de esos errores, y una suerte de premisa interesante de acá al futuro que podría resultar espectacular si es que no siguen jugando a cambiar las líneas temporales.