Así como en Hollywood existe la llamada Nueva Comedia Americana, en Argentina se viene gestando de a poco la Nueva Comedia Argentina, un grupo de películas de las cuales la filmografía de Ariel Winograd es un evidente destacado. Mi primera boda, Vino para robar y Sin Hijos son los últimos logros de este director que apuesta por cambiar, con cada nuevo proyecto, caminos bastante transitados en el género local. Permitidos es su film más ambicioso hasta ahora, el más cercano a una comedia norteamericana hecha y derecha y, aunque las comparaciones son odiosas, no deja de sentirse como una traducción local de algo que se vería con actores de élite en los países del norte. Como idea y como producto, Permitidos debería funcionar a las mil maravillas. Una joven pareja -Martin Piroyanksy y Lali Espósito- vive un idilio amoroso y parecen ser tal para cual con una convivencia absolutamente entrañable. Pero luego de una noche con amigos, y en plena discusión de las cualidades interpretativas de la actriz y modelo Zoe del Río -una hermosa y totalmente en personaje Liz Solari-, se escapa la palabra permitido: una licencia con cierta persona inalcanzable. Minutos después de la explicación, lo inesperado sucede y una serie de enredos dispara la trama hacia adelante. Con una pizca de Nothing Hill y mucha picardía nacional, el guión de Julián Loyola y Gabriel Korenfeld arroja a dos personas comunes a la vorágine de la socialité artística local, que nada tiene que envidiarle a otros medios. La bajada de línea y la satirización de las estrellas que tenemos es sublime, y cada capricho y modismo resalta mucho y ayuda a dinamizar el concepto narrativo que llegado al tercer acto deviene en situaciones muy forzadas y poco graciosas. Piroyansky ya directamente filma sin esfuerzo el papel de despistado que tanta fama le generó. Es nuestro Seth Rogen y los zapatos le encajan perfectos. El foco de la tormenta en este caso es el gran protagónico en la pantalla grande de Espósito, abonada a las comedias televisivas y un furor musical entre sus fanáticas. Permitidos la ayuda a alejarse un poco de esa figura angelical y picarona que siempre tuvo, para entrar a un nuevo nivel de su carrera. Piensen en el traspaso que tuvo Miley Cyrus y sabrán por donde viene su evolución. Aunque tiene carisma de sobra y es una loable comediante, Lali solo sobresale cuando la historia la empuja a su lado más histérico, sacada de sí misma, y es en esos momentos en donde realmente brilla. Por el lado de los permitidos famosos, Solari se presta por completo a la parodia que es su actriz, mientras que lo mismo hace Benjamín Vicuña con su armónico e hilarante Joaquín Campos. El combo que promete Permitidos sobresale de a ratos, cuando no está atado a limitaciones del género. Los guionistas han visto muchas comedias americanas y adaptaron muchos chistes de allá, pero dándoles sabor local. A veces funciona y otras son muy forzados, lo que le quita autenticidad a la película terminada. Eso y que tiene graves problemas para cerrar la trama, cuyo foco narrativo se va por la tangente hasta extremos insospechados. Pero ello no quita que sea disfrutable de a ratos, en dosis justas, antes de desplomarse por el peso de las decisiones que la historia les hace tomar a sus protagonistas.
El poder incisivo de James Wan a la hora de dirigir películas de horror es inagotable. Tras haber cimentado no una, no dos, sino tres sagas con Saw, Insidious y The Conjuring, su tarea como productor es seguir impulsando buenas historias ahí donde ya no tiene tiempo para dirigirlas. Tras un par de traspiés donde Annabelle y Demonic no llenaron la expectativa que genera su apellido, el corto devenido en largo Lights Out finalmente tiene la astucia y la capacidad de asustar mientras cuenta una buena historia, cualidades que el género siempre agradece. A lo largo de unos acotados pero muy bien dispersos 81 minutos de duración, el director del cortometraje del 2013 David F. Sandberg y su guionista, Eric Heisserer -de las nuevas A Nightmare on Elm Street y The Thing, más la superlativa Final Destination 5-, toman un miedo tan cotidiano como lo es el de la oscuridad y lo trenzan con un drama sobrenatural acerca de los peligros de la depresión clínica y la horripilante figura que se esconde tras las penurias de una mujer madura, que afectan a cada integrante de su fragmentada familia. Aunque la protagonista casi absoluta es la endurecida Becca de Teresa Palmer, su madre Sophie -interpretada con mucho tacto y sentimiento por María Bello- se roba más de un momento, al atravesar dicho pozo depresivo en el cual se la pasa hablando con una amiga llamada Diana. Siempre en las sombras y mucho mas espeluznante oírla que verla, Diana va cerrando su puño invisible alrededor de la familia de Sophie en el escalofriante prólogo y luego en Martin, el pequeño de la casa. Con una madre desequilibrada, que niega rotundamente cualquier extrañeza en su casa, y apresurada por un galán de turno -Alexander DiPersia, una versión de presupuesto de Jai Courtney bastante solvente-, Becca debe volver a su hogar para proteger a los suyos de una amenaza que le teme a la luz, pero que volvió la oscuridad su dominio. Salvando las distancias en la historia detrás del monstruo ocasional, Lights Out se deja ver porque no subestima a su espectador, sino que lo hace partícipe de la pesadilla que viven sus personajes. Heisserer ya tuvo oportunidad de pulir las fabulosas escenas de muerte en la saga Final Destination y pone manos a la obra en esa misma inventiva, para crear varios momentos de suspenso en los cuales los personajes juegan por su vida con la luz y la oscuridad. No es una novedad en el género. Sin ir más lejos, la menor pero aún interesante Darkness Falls ya jugaba con esas nociones. Pero en esta ocasión están mejor aplicadas, con un impacto mas contundente si se dejan pasar los efectos de sonido, a veces una bendición y una maldición para este tipo de producciones. El toque mágico de James Wan sigue mas vivo que nunca en Lights Out, más allá de que sea la primera vez que su padrinazgo saca buenos frutos. Cual paseo en montaña rusa, el debut cinematográfico de Sandberg es excitante, hilarante cuando puede y muy tenso. Y propone seguir aterrorizando espectadores, porque luego de un exitoso primer fin de semana en su país natal, se ha confirmado una segunda entrega. El miedo a la oscuridad seguirá ganando adeptos de acá a un futuro cercano...
El estudio Illumination Entertainment se ha convertido de la noche a la mañana en una fuerza a seguir de cerca en lo que se refiere a animación computada. A base de un puñado de películas -seis incluyendo a la que nos compete, The Secret Life of Pets- y los ya míticos Minions, la compañía le sigue robando el rayo a Disney y Pixar en todo momento posible. Los sobrios costes de producción en comparación con gigantes animados y sus adorables personajes que tocan una fibra sensible en la platea resultan en un combo demoledor, que esta vez se ocupa de seguir la vida de las mascotas domésticas cuando los dueños no están en sus casas. Y la propuesta, con sus hilarantes avances, prometía más en papel que lo que en verdad resulta. Lo que comienza con un brillante prólogo presentando a una manada de simpáticos y divertidos personajes, cada uno con su cualidad en especial, termina desembocando en la usual trama de dos personajes dispares buscando el camino de regreso a casa. Es un marco narrativo muy mañido que se ha utilizado una y otra vez -a Pixar le encanta, por ejemplo- pero con el aderezo de que los protagonistas son mascotas en apariencia tiernas, que presentan su costado más auténtico cuando quedan entre pares, lejos de la ausente mirada de sus dueños. Por ese costado la película pierde autenticidad y los adultos presentes lo notarán enseguida, cosa que seguro los pequeños pasarán por alto. Con esto no quiero decir que The Secret Life of Pets sea un producto mediocre. Tiene un fantástico equipo de animación por detrás y un elenco de voces estupendas, que lamentablemente en los países donde se estrene doblada al español neutro se perderán. Latinoamérica tiene el aditivo de presentar voces dobladas de artistas cómicos de todos los países, siendo el representante local el humorista Campi, que le da la voz nativa al gigante Duke. Y eso puede generar un problema. El doblaje neutro está tan insertado en la sociedad que escuchar al perro con tonada porteña sacará a más de uno de su eje. Resulta muy chocante escucharlo hablar con modismos y puede ser una gran desventaja a la hora de encarar el visionado de la película. Con el transcurrir del tiempo el efecto pierde eficacia, pero no deja de ser una curiosa estrategia del director de doblaje, que permitió que la voz de Duke llegue con ese detalle. Es gratificante ver que el estudio puede hacer algo más que llenarle la mente de Minions a su público -amén del corto con los muchachitos amarillos que precede a la película-, pero por el otro lado The Secret Life of Pets es una historia demasiado convencional para recordarla mas allá de sus adorables personajes y sus diferentes tics. Es muy entretenida, con pasajes brillantes y hasta un momento muy lacrimógeno en el final muy bien musicalizado, pero es difícil que quede en el recuerdo por mucho tiempo una vez terminada.
La figura de Tarzán tiene casi tantos años como el cine mismo y una infinidad de adaptaciones, tanto en la pantalla grande como en la chica. Para todo aquel que no siguió de cerca la saga de libros de Edgar Rice Burroughs tendrá como referente más próximo a la versión de Disney de 1999 y ya. En la primera adaptación live-action en décadas, The Legend of Tarzan de David Yates marca un nuevo capítulo en la historia del trepalianas, pero uno que no dejará mucha huella en un futuro cercano. Ambientada a fines del siglo 19, encuentra al forajido asentado en la sociedad victoriana junto a su bella esposa Jane, habiendo dejado la jungla atrás para recuperar su nombre y su estado nobiliario. La excusa para volver a la selva es la división y conquista del Congo por parte del imperio británico de un lado y Bélgica del otro, aunque por detrás hay una -siempre- turbia historia de esclavitud y extracción de diamantes. Acompañados por un emisario americano, el parlanchín George Washington Williams de Samuel L. Jackson, John y Jane se embarcan de regreso al viejo continente, mientras que desde las sombras los espera el maquiavélico villano Leon Rom, que interpreta Christoph Waltz. El viaje de regreso está aderezado con flashbacks que tiene John Clayton a sus aventuras previas, con un extenso trabajo de parte del guión de actualizar aquello que ya vimos en el ya clásico de Disney: la llegada del bebé Tarzán con su familia original, su duro crecimiento entre los animales, su encuentro con Jane y demás. Es un esfuerzo notable de parte del guión de Adam Cozad y Craig Brewer, pero se sienten todo el tiempo forzados y le quitan fuerza a la trama principal. Es un claro intento de ofrecerles a la audiencia una refrescada a la historia de Tarzán, pero no siempre funciona del todo. Pero ése no es el único problema con que cuenta la película. Un director tan consagrado en grandes películas como la saga Harry Potter debería sentirse cómodo frente a una superproducción de este calibre. Mas no es el caso, ya que las escenas de acción no terminan de cuajar nunca y la calidad de los efectos digitales deja bastante que desear durante ciertos pasajes, volviendo irreal la frondosa selva. Pero nada llega a ser tan excitante como una aventura con Tarzán debería serlo. Alexander Skarsgård parece haber nacido para el papel, tanto por dentro como por fuera. El actor nórdico está en plena forma física para interpretar toda la ferocidad del costado más animal del personaje, y literalmente le pone todo el cuerpo a la producción, levantándola ahí donde las fallas se hacen mas notorias. Margot Robbie lo sigue de cerca con su iteración de Jane, a partes iguales aguerrida y damisela en peligro, que no tiene mucho que hacer excepto cuando interactúa junto a Alexander. Por el lado secundario, Samuel L. Jackson es simplemente el Jackson que todos conocemos, sin variaciones en su carácter pero siempre aportando esa chispa especial que lo hace tan reconocido. Triste es lo de Waltz, que sigue cavando un pozo construyendo villano tras villano poco memorable luego de su más que tibio paso por SPECTRE, y ni hablar de Djimon Honsou, una cifra en toda la trama. The Legend of Tarzan es un tembloroso inicio de una posible nueva saga para el querido personaje, que tiene sus pros y contras pero sale adelante en cuanto Skarsgård deja salir su instinto animal a flote. Mejor suerte le espera a Yates en noviembre, cuando reinicie el mundo mágico de Harry Potter con el spin-off Fantastic Beasts and Where to Find Them. O eso esperamos.
The BFG parece una película de aventuras familiar, que Steven Spielberg realizó en los años '90. Es como si se hubiese perdido en el tiempo, encerrada por décadas, pero con la asombrosa tecnología actual. Alejada de los loables pero algo pesados dramas biográficos que lanzó consecutivamente -Lincoln, Bridge of Spies-, la adaptación de una de las historias menos conocidas del autor infantil Roald Dahl tiene la pureza spielbergiana que recuerda al mejor E.T., pero cuya injusta competencia con la animación en secuelas que pueblan las pantallas de cine la ha relegado a las sombras. Y mas allá de que estamos frente a un Spielberg menor, no deja de ser una causa de celebración encontrar sus películas en la cartelera. La protagonista absoluta de esta historia es la pequeña Sophie, encarnada con frescura por Ruby Barnhill en su debut cinematográfico. Ella es una huérfana muy curiosa y llena de vitalidad, lo que le lleva una noche a cruzar miradas con un gigante que la rapta y la traslada a su guarida secreta. Este no es como los comehombres de los cuentos, sino que es mas pequeño pero, como bien reza su apodo, es grande y amigable. Spielberg vuelve a confiar en la experiencia de Mark Rylance que, con un flamante Oscar bajo su brazo, se presta a darle vida a esta creación digital por demás realista. Las primeras interacciones entre Sophie y el BFG desafían a los ojos del espectador con su combinación entre animación y personas de carne y hueso, pero eventualmente la bravura de la mano adiestrada del realizador termina de salvar ese escollo y la acción entre uno y otro terreno se deja seguir fácilmente. La narración tiene el mismo efecto. Ciertamente hay una meseta narrativa en donde se presenta el conflicto y se desarrolla la relación entre los protagonistas -incluido ese lenguaje inventado del BFG que tiende a cansar a veces-, pero en definitiva es una gran labor de parte de la fallecida Melissa Mathison, quien trabajó con Spielberg en E.T y no escribía un guión desde 1997. Donde realmente se aleja la acción de lugares comunes es cuando a la historia se le suma una visita a la mismísima reina de Inglaterra, que tiene una de las mejores escenas de la película en el desayuno, y a partir de ahí se dirige a mejores y más extravagantes pasturas para darle lugar al tercer y satisfactorio acto. Quizás no sea la mejor historia de Dahl, pero Spielberg la adapta con mucho gusto, y entrega secuencias fantásticas y muy coloridas, como el salto a la Tierra de los Sueños o cualquier secuencia que involucre a los gigantes, en especial esa persecución final que se vuelve de visionado imprescindible por lo que puede lograr el director en pantalla. Sumado a la sensibilidad de la dupla Barnhill + Rylance y una historia sencilla y muy vistosa, The BFG resulta un divertimento absoluto alejado de tantos peces de Disney, ardillas o animales prehistóricos en pantalla. Y con el sello del celebrado cineasta, ¿qué más que eso se puede pedir?
No hay muchas sagas de horror que puedan decir con orgullo que mejoran con cada entrega. The Purge puede levantar la mano a mucha honra, ya que la franquicia escrita y dirigida en su totalidad por James DeMonaco ha logrado lo imposible con The Purge: Election Year, una satisfactoria juntura entre thriller de horror y bajada de línea política muy actual, que se favorece -y mucho- de tener al frente a un gran actor de acción como lo es Frank Grillo. Con una de las premisas mas originales del género en los últimos años -un período anual de 12 horas en la que el crimen es legal-, la serie pasó de ser un claustrofóbico pero aburrido thriller de invasión hogareña en su primera entrega, a una anarquía callejera total en la segunda. Había pocos lugares restantes para explorar, pero DeMonaco encontró un nicho para su tercera parte en el personaje de la senadora Charlie Roan, que interpreta la siempre sólida Elizabeth Mitchell. Siendo la única sobreviviente de su familia a manos de un sádico asesino hace 18 años, la ahora adulta ha dedicado su vida entera a frenar esta matanza indiscriminada que tan sólo ayuda a los intereses del 1% más rico del país. Pero ir contracorriente no va a resultar tan fácil y la sorpresa de la Purga anual será que nadie está a salvo, ni siquiera los más privilegiados, lo cual pone a la senadora en terreno cenagoso. Si quiere sobrevivir, deberá escuchar atentamente todas las indicaciones que su guardaespaldas le diga y no confiar en nadie más que en él. Las calles vuelven a tomar protagonismo con una cantidad numerosa de gente que desata a su bestia interna, en lo que un personaje indica como "el Halloween para adultos". Los comentarios ácidos no sólo se remiten al tempestivo panorama actual político de Estados Unidos, sino también a las nuevas generaciones de jóvenes sin límites y a los turistas extranjeros, que llegan los días previos a la Purga para matar y saciar su sed de sangre al grito de "Estados Unidos es el mejor país del mundo". No estamos frente a una sátira muy inteligente, porque a veces el guión del mismo DeMonaco se vuelve subrayado y obvio, pero si están en la sala viendo Election Year es para ver cómo la gente se mata la una a la otra de maneras brutales, sangrientas y creativas. Aparte de Grillo, que sigue sumando puntos como una estupenda figura de acción, y su agradable química en pantalla con Mitchell, hay un grupo de vecinos compuesto por el tendero de Mykelti Williamson, el ayudante latino Marcos de Joseph Julian Soria y la misteriosa Laney de Betty Gabriel, quienes representan a la minoría y eventualmente cruzan caminos con el dúo en pleno escape. El grupo se vuelve indispensable los unos a los otros y enfrentan a las calles llenas de peligro, colegialas mortíferas en busca de venganza, neonazis entrenados para matar y un grupo subterráneo que ofrece ayuda al prójimo durante la salvaje noche. No hay momentos relativamente novedosos pero en líneas generales la trama se desenvuelve con bastantes bajas, muertes de todo tipo, hasta llegar hasta su tempestivo final, no sin antes dejarnos con un último momento que promete ser ominoso de acá al resultado de las próximas elecciones norteamericanas. Cohesivamente, Election Year es la más solida de las tres partes de esta saga, con personajes interesantes, escenarios realistas y mucha violencia de por medio. No es una maravilla del género, pero resulta estimulante ver su crecimiento a través del tiempo y saber que se fueron ajustando los problemas del pasado. Si así termina la serie, lo hace con el listón bastante alto y se despide de la mejor manera.
No hay nada peor en este mundo que el fanatismo mal encaminado, y de eso sabe mucho esta reimaginación de Ghostbusters. Meses antes de su estreno, la nueva producción del genial director de comedias Paul Feig tuvo que enfrentar un duro rebote del público, que mayormente clamaba que la saga "ya no era lo mismo" por tener a cuatro mujeres al frente de la franquicia, en vez de hombres. Quizás sea misoginia absoluta disfrazada de "no toquen a los Cazafantasmas", pero lo cierto es que por momentos se creía una batalla perdida, un fracaso incluso mayor que el que vio hace meses Batman v Superman, y todo esto basándose en un par de trailers y clips, sin ver el producto completo. Con este prospecto, la película tenía una difícil tarea por delante, que afortunadamente cubre a duras penas, ya que no es la maravilla que debería haberle tapado la boca a más de uno, pero tampoco es el desastre que muchos vaticinaron. Uno de los máximos problemas que tiene en el camino este botón de reinicio que aprieta Feig, es el valor nostálgico que trae aparejado el sacar a la saga de las sombras. Han pasado treinta años desde la original, que se ha convertido en un clásico a estas alturas con tantas repeticiones en la televisión y tantos momentos inmortalizados con el paso del tiempo. Feig y su co-guionista usual Katie Dippold (The Heat) tuvieron la ardua tarea de hacerle un gran guiño a ello. Pero también insuflar aire fresco y actual a los procedimientos de la comedia, además de trabajar con una calificación PG-13 para acceder a un público mayor, cuando sabemos que ellos funcionan mejor con la comedia restringida. Son muchos detalles que se le suman a lo que el estudio pedía del producto contra lo que ellos querían ofrecer, creando una tormenta de condiciones que por momentos funciona, pero en otros se aplasta a sí misma en el intento de satisfacer a todo el mundo. Viéndola y juzgándola tal cual está ahora, Ghostbusters es una agradable y bobalicona comedia sobrenatural, con bastante acción desperdigada durante el metraje, que sobresale mucho cuando se enfoca en las relaciones interpersonales entre el cuarteto protagonista. Tanto Kristen Wiig como Melissa McCarthy ya han demostrado con creces su excelencia en la comedia. Ambas tienen una conexión instantánea, lo que favorece su relación en pantalla, pero a Wiig se la nota a mitad de la capacidad usual, mientras que McCarthy -usualmente la carta salvaje del elenco- llena los zapatos de Abby de manera seria -graciosa pero seria-, lo que le impide liberar todo su poderío físico al que siempre nos tiene acostumbrados. Y su mala lengua, otro as bajo la manga, se queda guardada esperando la próxima oportunidad. Pero mientras que estas dos consagradas actrices dejan espacio para el resto, es cuestión de ver cómo se mueven las sorpresas del momento, en la piel de la brillante Kate McKinnon, la brutal Leslie Jones y el inesperado Chris Hemsworth. La Holtzmann de McKinnon será un instantáneo suceso con sus extravagantes comentarios y modismos, mientras que Jones, si bien recurre mucho al lunfardo callejero del personaje negro de turno, tiene la dimensión agregada de ser la única en el grupo que no es una científica, sino una ciudadana con muchas ganas de ayudar. Hemsworth, por otro lado, sobresale en el reverso de un papel habitual en las comedias: la secretaria sensual y despistada. Por una vez, el cambio es muy interesante y provoca varias secuencias magistrales de comedia, a las que el fornido actor siempre le presta su cuerpo y actitud para que lleguen a buen puerto. Hay cameos de sobra, pero no conviene adelantarlos sino descubrirlos en pantalla. En sus últimos comentarios, Feig admitió que el primer corte de la película duraba unas 4 horas, para luego recortarla a 3 y finalmente presentar una versión de cerca de 2 horas para que sea asequible al público. Es de sobra conocido que esa duración es extremadamente larga por la libertad con la que los actores improvisan momentos y frases, y por dicha razón la edición de Ghostbusters puede sentirse caótica, saltando de una escena a otra sin muchos miramientos. Para durar 2 horas, realmente se siente como un viaje más corto de lo usual debido a este montaje forzado, además de que la historia no tiene grandes vueltas de tuerca ni tampoco un villano con mucho peso para generar un buen contrincante para el grupo de féminas. Pero no por ello es menos disfrutable. El elenco está preparado para las escenas de comedia y las de acción por igual, los efectos digitales destacan por su suavidad y colorido bien chillón -aunque se extrañen a veces los efectos prácticos pegajosos- y en el camino se va borrando el mal sabor que muchos se empeñaron en adosarle. Ghostbusters es la película más grande y costosa al momento de Paul Feig. Es una gran apuesta, con una saga muy querida, y los primeros silbidos eran de esperarse. No pasará a la historia como una excelente comedia sobrenatural, pero es muy entretenida, tiene pasajes gloriosos y demuestra que un grupo de mujeres puede resultar igualmente satisfactorio como heroínas que un grupo de hombres. Poder se puede y Feig lo demostró una vez más. Resta disfrutar ahora del algodón de azúcar fantasma que el director creó para el público.
Usualmente, el espectador está acostumbrado a ver películas biográficas de grandes figuras de la historia que, a través de su pasión y ansias de excelencia, han logrado llegar al panteón al que muy pocos pueden acceder. Pero hay ciertos casos en los cuales sus protagonistas parecen condenados al fracaso absoluto, pero a fuerza de ambición y fiereza salen adelante. Hace unos meses vivimos la historia del saltador olímpico Eddie Edwards en Eddie the Eagle, y ahora le toca el turno a la gran Meryl Streep de hacernos sentir que todo se puede, interpretando a la homónima cantante en Florence Foster Jenkins, para muchos la peor de la historia. Quizás pueda resultar un déja vú la historia de Florence, adaptada en 2015 por el francés Xavier Giannoli en Marguerite, pero la tragicomedia del estupendo Stephen Frears (The Queen, Philomena) brilla al no juzgar nunca a sus personajes ni a sus acciones, por más que la gente alrededor de la aristócrata y millonaria heredera se apile a sus pies para complacerla. A Florence la acompaña su compañero de vida, el St Clair Bayfield de Hugh Grant, como un actor también de dudoso talento, quien la apoya abnegadamente en su propósito de cantar y deleitar a la audiencia con una voz que ella cree magnífica pero no lo es. Decididamente uno de los mejores papeles de Grant en su actual estadío artístico, él y la inconmensurable Streep hacen una dupla sensible y melancólica, con una relación compleja y sentida en todo momento. El terceto cómico lo completa Simon Helberg como el joven compositor Cosme McMoon, que se llevará un buen disgusto al trabajar con la inusitada calidad vocal de Florence. Helberg, conocido mundialmente por su papel en la serie The Big Bang Theory, consigue despegarse de todos los mañierismos de su personaje serial y demuestra que puede ser un excelente comediante, si se lo saca del hueco en el que ha encontrado el éxito en el medio. Más allá de su prontuario en el cine, Streep se ha despachado más de una vez en musicales -Mamma Mia!, Into the Woods, Ricki and the Flash- y se sabe que voz no es un don del cual carezca. Ahora, el desafío que le propone Florence es el de cascar esa voz, dejarla de lado y cantar mal, por ponerlo en términos sencillos. Es un gran salto al vacío, al cual Meryl no le tiene miedo y termina aplastándolo todo a su paso, tanto en el momento de la verdad como en los más nobles, donde el alma de la verdadera Florence transpira a través de la mejor actriz de nuestros tiempos, en resumidas cuentas. A los 74 años, Frears no le teme al espectáculo y, por más inclasificable que se vaya volviendo su filmografía -la más cercana en tono es Mrs. Henderson Presents-, todavía tiene carrete de sobra para poblar a su película con personajes peculiares. También para darle un tono lúdico que invita a reír con él -y no de él como el triste caso de la cantante real-, unos escenarios vistosos y un vestuario único, todo bordado con melodías agradables del genio Alexandre Desplat, que nunca opacan al peculiar cantar de Streep en pantalla. Florence Foster Jenkins es una biopic a la inversa, que cuenta un fracaso en vez de un éxito, pero no deja de ser impresionante el hecho de convertir plomo en oro, tal cual lo hizo la irreverente e ilusionada cantante en vida. Si pudiese saber que la icónica Meryl Streep la personificaría con excelencia en pantalla, creo que hubiese valido la pena todo su sacrificio.
Hubo una época en la que el cine catástrofe estuvo muy de moda. Pensando en frío, siempre recuerdo ese doblete que significó Volcano y Dante's Peak, en donde la lava se esparcía por todos lados y algunos incautos quedaban en el medio. Esta última tiene bastante en común con la película que nos compete, Bølgen, una catástrofe de origen noruego que nada tiene que envidiarle a producciones americanas. Los condimentos están todos presentes: geólogo en sus últimos días de trabajo en un pueblito hermoso, en medio de bellas montañas, una familia modelo pero con algunos problemas maritales de por medio, colegas que no atienden a razón cuando los signos de una catástrofe son más que inminentes y, por supuesto, el plato principal: la catástrofe, esta vez en forma de una ola gigante que arrasa con todos y todo. No hay nada novedoso, ni tampoco nada más cercano a la realidad que en algún momento pueda llegar a suceder. El director Roar Uthaug sabe lo que tiene entre manos, y encastra las piezas a la perfección para entregar un producto convincente y entretenido. El manejo de la tensión es muy interesante, más aún sabiendo del lado de la platea lo que sucede y lo que va a suceder. El terror está a la vuelta de la esquina, pero es imposible sacar los ojos de la pantalla teniendo paisajes tan espectaculares como los presentes, y sabiendo que esa paz y armonía no van a durar mucho tiempo más. Uthaug se toma su tiempo para posicionar todos los elementos en diferentes zonas para maximizar las problemáticas a superar, y cuando ya la situación no se puede estirar más, libera la acción que promete el título. Y esa promesa se cumple con creces, en escenas que capturan la desesperación de salvarse a toda costa a merced de una pared inmensa de agua que fagocita todo a su paso. La ola es muy efectiva, con una calidad digital que deja boquiabierto por la majestuosidad del evento y lo aterradoramente real que resulta. Parte de que se sienta en carne viva lo que sucede es que hubo un gran trabajo de parte de los guionistas John Kåre Raake y Harald Rosenløw-Eeg, para que los personajes se vean y actúen como seres humanos, generando empatía con su angustiante situación. Pero una vez que pasa el gran evento catastrófico, las secuelas para estirar la acción hasta el final se sienten a medio camino entre lo orgánico de la situación y el capricho de continuar un poco más. No es la culpa del elenco, que resulta muy convincente en todo tipo de situación, sino la mano del guión que los lleva a lugares aún más comunes del género. Kristoffer Joner es un excelente protagonista, creíble en todo momento, al que lo sigue una convincente Ane Dahl Torp como su esposa Idun, de mente fría y pensamiento rápido frente a la crisis, y su hijo adolescente Sondre, encarnado por Jonas Hoff Oftebro, el cual genera con su comportamiento puberto el tercer acto de la película, quizás el más caprichoso pero no menos sofocante del film. En una época en donde el cine catástrofe se reduce a una ola de tiburones -gracias SyFy por seguir patrocinando estupideces-, es aplaudible que se vuelva a las raíces de lo que significa este subgénero. En ese aspecto, Bølgen sale airosa al ser un espectáculo técnico maravilloso, terrorífico y emocionante al mismo tiempo, cualidades que parecían perdidas entre tanta parodia al género.
Resulta irónico que en el momento en el que más se necesita una bocanada de aire fresco entre tantas franquicias superheróicas, sea Shane Black, el director de la tempestiva Iron Man 3, quien se despache una comedia de acción en solitario, la aventura de una pareja dispareja -si se quiere-, libre de efectos digitales a mansalva, héroes en trajes ajustados y sin amenazas del fin del mundo. The Nice Guys es lo más cercano que se puede estar a un viaje en el tiempo, a partir de los logos iniciales retro hasta la acción en 1977, con una recreación de época impecable y con un realizador al tope de su capacidad artística. Como si fuese su debut cinematográfico Kiss Kiss Bang Bang pero con mucho más presupuesto y presencia estelar, The Nice Guys retoma las mejores trazas de uno de los pioneros del nuevo cine de acción -fue el escritor de Lethal Weapon y Last Action Hero-. Hay dos personajes principales, muy diferentes en la superficie pero por debajo son los tipos agradables del título, que no tienen miedo a romper algunos huesos y patear algunos traseros con tal de resolver el misterio que se les presenta ante ellos. En su camino, hay un sinfín de sujetos con diferentes intenciones y una atmósfera grande, rebosante de colores, graciosa y excitante al mismo tiempo, que envuelve a la investigación con mucho espíritu y cantidades ingentes de diálogos rápidos y furiosos, marca ya registrada de Black. Tanto Russell Crowe como Ryan Gosling supieron aprovechar la oportunidad presente y están mejores que nunca. El primero es el recio héroe que no teme en trasgredir y atacar con tal de cumplir su trabajo, mientras que Gosling es un temeroso investigador privado que no le escapa a los ataques de pánico y escenas de llanto frente a una situación peligrosa. Son muy diferentes entre sí, pero eso hace que se complementen tan bien y sean reyes de la comedia física, siempre con un toque macabro de por medio que hará las delicias de aquellos que disfruten del humor negrísimo que presenta la película. Es una dupla que promete y cumple, y encima dejan con ganas de seguir viéndolos en más desventuras. La sorpresa no viene por el lado del equipo villano, que tiene a un Matthew Bomer como matón, actuando contracorriente de sus papeles usuales, pero que no resulta una amenaza de peso contra los héroes. Sino que llega por el lado de la joven hija de Gosling, que interpreta Angourie Rice. Lejos de ser un estorbo, resulta estimulante verla convertida en una tercera protagonista que envuelve a los hombres y les aporta una estupenda dinámica de grupo inseparable. The Nice Guys puede no ser maravillosa, pero llega en un momento crucial en donde las salas están saturadas de super-películas, y su viaje a épocas doradas del cine de acción es suficiente para incitar todos los sentidos. Shane Black no puede dar mal paso, y su peculiar manera de ver al cine de acción promete buenas cosas para su próximo proyecto, The Predator. Mientras tanto déjense cautivar por la dupla de Healy & March, que no serán decepcionados.