Ocho apellidos vascos fue una sorpresa en su país de origen, donde se convirtió en la película más taquillera del 2014. Ocho apellidos catalanes no tardó en llegar un año después, y el resultado de apurar una historia tan simple pero conducida a buen puerto por sus protagonistas no tiene la misma suerte que la primera entrega. Con el mismo equipo técnico detrás de cámaras que la original -director Emilio Martínez Lázaro y guionistas Borja Cobeaga y Diego San José- transcurre esta decepcionante secuela, donde la adorable pareja que encarnaban Dani Rovira y Clara Lago se han separado al final de su preciosa aventura y han seguido su camino. El Rafa de Rovira sigue con las mañas de siempre, pero sin poderse sacar de la cabeza a Amaia, que le robó su corazón, incluso siendo una vasca hecha y derecha. Por otra parte, el recio Koldo de Karra Elejalde también se ha separado de la adorable Merche de Carmen Machi, y toda la historia parece haber tocado el botón de reinicio. Más allá de las relaciones encontradas del cuarteto, el panorama es básicamente el mismo que al comienzo de esta historia. El triste giro del guión acá es el romance y futuro casamiento de Amaia con un pedante y artista zen catalán, el Pau de Berto Romero, situación que llevará a Rafa, Koldo y Merche a unir fuerzas con una angustiada wedding planner -una hermosa y talentosa Belén Cuesta- para frenar la tan temida unión. Hay un giro más, que es la introducción de la abuela de Pau, Roser (Rosa María Sardá) a la cual su nieto pretende hacerle creer que su amada Cataluña se ha independizado. Los enredos están a la orden del día. Por desgracia, los enredos presentes en el guión no tienen la misma chispa que antes y resultan pesados, con poca gracia y menos situaciones de humor. Rovira, Lago, Elejalde y Machi mantienen intacta la química que tanto elevó de su convencionalidad a Ocho apellidos vascos, pero ellos sólo pueden hacer magia hasta cierto punto. De las nuevas incorporaciones, Sardá es la que hace lo mejor con su personaje y Cuesta la sigue, pero el artista de Romero tiene cero química con Lago y la disyuntiva de saber si se casarán o no, no genera peligro alguno en la trama. Rafa y Amaia son únicos, y Pau es un obstáculo muy soso para su reunión pendiente. Otro apartado importante es el idioma. Hay muchísimos más diálogos en español, castellano y catalán que en la primera parte, y saliendo del territorio español es muy difícil comprender algunos pasajes de la película, aún siendo parte de la escena. Este hecho se hace mucho más evidente cuando en una secuencia clave al final de la película a un personaje se lo subtitula. ¿Por qué no se hizo esto durante toda la película? Ocho apellidos catalanes es una secuela hecha a las apuradas, en la cresta de la ola que generó el recibimiento masivo de su predecesora. Se agradece volver a ver a tan entrañables personajes, pero el nuevo giro en la historia está poco pensado y tiene un humor repetitivo y hasta restrictivo para aquellos no familiarizados con las rencillas nacionales españolas. Si hasta la agradable y notoria música instrumental de Fernando Velásquez fue suplantada por una fanfarria nacionalista hecha por Roque Baños, hasta en ese detalle se nota el cambio para peor de la malograda secuela.
Si algo hay que aplaudirle al equipo técnico detrás de The Angry Birds Movie es el haber enrollado alrededor del popular videojuego una narrativa asequible para disfrutar de la variopinta población pájara en pantalla. No es una locura de historia, sino un mero entretenimiento pasatista para que la platea más pequeña disfrute de sus personajes favoritos, ahora con una voz propia para hacer algo más que destruir cosas. Mi nulo conocimiento de los coloridos plumíferos -exceptuando el famoso primer juego- me tenía en sombras sobre una franquicia con un puñado importante de juegos en diferentes plataformas, así que era imposible tener idea sobre el alcance de la saga. El debut cinematográfico de Clay Kaytis y Fergal Reilly sobresale en el terreno donde los directores tienen confianza, la estupenda animación, pero tambalea frente a construir un espectáculo que resulte duradero de acá a unos meses, por no decir años. El guión de Jon Vitti -uno de los tantos escritores de The Simpsons Movie y las dos primeras entregas de Alvin and the Chipmunks- les da dimensión a los personajes que pueblan el mundo donde ocurre la acción, pero se pierde en el conflicto que desata el enojo del título en los pájaros. Red -un siempre genial Jason Sudeikis en la voz original- es un extraño en su propio pueblo, con un agudo problema de ira que no deja de chocar con otros vecinos y lo lleva a ser un paria en la alegre sociedad. Empujado a clases de manejo de su enojo, es ahí donde conoce a compañeros aún más conflictuados que él, como el acelerado Chuck o el simpático pero explosivo Bomb, y hasta el misterioso gigantón Terrence. La aparición de un barco con un par de curiosos cerdos verdes a bordo tiene ecos de descubrimiento de un nuevo mundo para ambos bandos, pero su llegada trae consigo más peligro de lo que las aves imaginan. El tiempo que le lleva a Angry Birds el establecer el lugar donde ocurre la acción, y a todo un poblado con sus respectivas características, es lo mejor que tiene para ofrecer la película. El trío de inusuales protagonistas tiene una aventura increíble, pero el momento de la acción, el ataque de los pájaros furiosos, llega y en comparación con toda la construcción de la historia, no tiene tiempo suficiente para ser desarrollada. Es sabido que si uno quiere lo que ofrece el juego, mas vale jugarlo en casa y ya, pero estamos hablando de un producto apuntado a los pequeños, que tienen en vista un solo objetivo: ver a los pájaros volar y destruir cosas. Los pequeños no se van a aburrir, la película dura lo justo y necesario, pero se toma su buen tiempo en llegar a destino y aún así las escenas -con brillante animación y todo- no tienen todo el peso que deberían tener. Si además contamos que la película es apta para todo público pero tiene una cantidad ingente de chistes de doble sentido, a veces demasiados, para los adultos que acompañen a los chicos, el resultado es un cóctel entretenido pero peligrosamente ligero, disfrutable al momento pero con poco valor de reproducción a futuro.
Todavía recuerdo el mal sabor de boca que me dejó Martyrs de Pascal Laugier. Fue una experiencia brutal, demoledora, una propuesta totalmente aplastante y pesimista que tardé días en sacarme de la cabeza. Detrás de toda la ultraviolencia presentada en pantalla había un mensaje aterrador y muy profundo, un interrogante difícil de responder y casi imposible de llegar a él. Pero vaya si Laugier llegó, y de una manera insoslayable. Durante años los norteamericanos intentaron revisitar el territorio de la original y su respuesta es Martyrs, una descafeinada versión que resulta sólo pasable para aquél que no haya visto la original, y aún así se queda corta. La película de los hermanos Kevin y Michael Goetz no es terriblemente aburrida, pero tiene una calidad de telefilm imposible de sacudirse durante todo el metraje. Es una versión sanitizada de la original, con muchos puntos en común sin reimaginar, copiados, y en los momentos en lo que tiene que diferenciarse de su compañera, lo hace pero de una manera muy pobre. El guionista Mark L. Smith, quien hace poco deleitó a la platea con la odisea violenta de Leonardo DiCaprio desde el guión de The Revenant, dijo públicamente que intentó evitar escenas violentas todo lo que pudo para enfocarse menos en ver a alguien siendo torturado y mas en la historia de salvar a un amigo en dificultades. Pero su problema es que la presencia de la violencia era un punto sobresaliente de la francesa, en donde se hacía partícipe a la audiencia del martirio infligido a sus protagonistas. Hacer la vista a un lado es evitar la carnicería, claro, pero también es no meterse de lleno en la temática en cuestión. Y suena hipócrita viendo lo que hizo Smith junto a Alejandro G. Iñárritu hace unos meses atrás. Seguir comparando es prácticamente inútil, porque la original siempre estará por encima en todos los estándares posibles. Toda situación incómoda en la francesa acá se cambió para que sea más tolerable, y la salvajía europea brilla por su ausencia. Incluso así, Martyrs resultará aceptable para todo aquél que sienta que la ola de extremismo europeo sea demasiado y se acerque a la brutal pregunta que acarrea la(s) película(s). Por sí sola, es un film que dura lo justo y necesario, tiene un poco de sangre pero no mucha para no abrumar al espectador, pero lado a lado con la película que la inspiró sale perdiendo por goleada.
Las confianzas depositadas en Captain America: Civil War son en este preciso momento, muy elevadas. Luego del fascinante pero a veces aplastante coloso que significó Age of Ultron, y después del singular paso en falso de Batman v Superman, el panorama del cine de superhéroes sólo contaba con Deadpool como escape a la fórmula para respirar entre tanto héroe encapotado. Es tarea de los hermanos Anthony y Joe Russo el saciar esa esperanza, y lo hacen como sólo un producto Marvel lo puede hacer, aunque muestre las carencias de siempre entre tanta espectacularidad. Más Avengers 2.5 que una aventura en solitario de Steve Rogers, Civil War retoma la temática de la culpabilidad de los superhéroes con las casualidades humanas en medio de sus batallas. Tema que ya tocó Batman v Superman hace poco y uno muy interesante si vamos al caso, pero tratado con mucha certeza y desde otra óptica. En una misión con resultados dispares en Nigeria y luego del cataclismo provocado en Sokovia en Age of Ultron, el público está en ciernes y las autoridades del mundo también. ¿Cómo lograr que nuestros salvadores midan sus poderes? ¿Estamos realmente a salvo con ellos defendiéndonos? El Acuerdo de Sokovia entra en juego para actuar como medidor, pero eventualmente se forman dos facciones de contienda. Nuestro querido Cap, que no quiere quedar a merced de maniobras políticas y ayudar al prójimo cuando se lo requiera, y Tony Stark, con mucha culpa luego de la desastrosa idea de crear a Ultron. Las conversaciones del Acuerdo no son blancas ni negras, sino que es una charla en la que todos los integrantes de los Avengers tienen su voz y voto, y esgrimen cada uno su punto de vista. Eventualmente, un agente externo los hará tomar bandos y la pelea está servida. Uno de los aspectos más recordados de The Winter Soldier, una de las mejores entregas del Universo Cinematográfico de Marvel, era su capacidad de darle otro gusto y convertirse en algo más que una simple secuela. El guión de Christopher Markus y Stephen McFeely actuaba como un temblor sísmico al status quo de la historia, y de buenas a primeras se convertía en un thriller heroico imparable, que mantenía en vilo al espectador. Markus y McFreely repiten una vez más en el mundo del Capitán, y si bien no provocan otro sismo como lo hicieron la secuela pasada, tienen entre manos una historia que sabe tomarse su tiempo para arrancar, pero una vez que lo hace no para. El peso mismo de la trama, el balancear varias historias separadas, puede costar la atención de la platea más de una vez, atraídas sin embargo por las geniales secuencias de acción en medio. Ahí enfatiza una vez más la gran labor de los Russo en las maravillosas secuencias de acción en combate mano a mano, y el despliegue de héroes peleando el uno contra el otro. El caso es que toda la factoría Marvel actúa de una manera, y si no está roto para qué arreglarlo, dice el dicho. Hay duras revelaciones y momentos angustiantes durante las más de dos horas de película, pero no hay peligro latente para nuestros héroes. Nunca lo hubo. Como espectadores, ya sabemos lo que vamos a ver en pantalla grande, y como producto Civil War entrega todo lo que uno le pida, pero no tiene ese factor extra que hace que sea recordada duraderamente, como sí pasó por ejemplo con The Winter Soldier. Es lo que hay y está mal a veces pedir de más, pero el hype y las continuas críticas estelares por todo el mundo indicaban una cosa, y la verdad es que tenemos el mismo envase de siempre, pero con envoltorio un poco cambiado. Es una fórmula, y las fórmulas están para replicarlas una y otra vez si funcionan. Si bien desde el guión hay demasiados personajes y héroes en pantalla, cada uno tiene su momento estelar. El grupo de Vengadores está más aceitado que nunca, se los nota como una familia unida y cuando tiene que pelear, lo hace como un enmsable, estén del lado donde estén. Por supuesto, Chris Evans y Robert Downey Jr. tienen asientos preferenciales entre todos los héroes y ambos demuestran otras aristas de sus alter egos, Evans con su Steve Rogers más idealista que nunca y Downey Jr. con su desgastado y atribulado Tony Stark. La Scarlet Witch de Elizabeth Olsen funciona como detonante de una crisis internacional y a la vez personal que tiene un agradable arco junto al Vision de Paul Bettany, mientras que el resto del equipo conocido sigue apoyando tanto en combate como fuera de él. Las incorporaciones llegan del lado del comentado Spider-Man de Tom Holland y el Black Panther de Chadwick Boseman. Holland está más que perfecto como un jovencísimo Peter Parker en una de las mejores encarnaciones del personaje en la pantalla grande, que con contadas escenas eleva la película de un sopor pasajero, y comienza una de las mejores escenas del film, una pelea en un aereopuerto donde se combinan escaramuzas varias entre los héroes y la presencia del humor siempre liviano marveliano. Por otro lado, el Black Panther tiene motivos muy personales para meterse en el medio de la guerra civil y Boseman es un gran actor, pero en verdad no genera una fascinación por saber más de su personaje. Saber que pronto tendrá una película en solitario y que Black Widow todavía tiene que compartir cartelera con otros Avengers es un crimen, y no ayuda al caso del hombre gato. Daniel Brühl se despacha como un misterioso personaje que actúa en contra de los héroes y tiene una historia que podría haber sido de más ayuda al actor, que apenas posee escasas escenas, pero las hace valer. Es más un catalizador de la acción que otra cosa y no pasará a la posteridad como un contrincante de temer, pero su antagonismo es uno de los costados más centrados que tiene para ofrecer una película de superhéroes. Civil War es entretenimiento puro, al fiel estilo Marvel. Tiene todos los aderezos que la platea ama, peleas imparables, personajes queribles, chistes agradables y una trama bien llevada. Pero no se llega a una máquina bien aceitada sin pasarse de aceite lubricante, y detrás de todo el esplendor hay una historia importante, a la que le lleva tiempo llegar a su punto álgido, pero cuando lo hace explota y no para. Pero dicha explosión no tiene el suficiente empuje como para durar días en la mente del espectador y eso puede ser un problema a futuro, cuando el Universo Marvel encare su aparente recta final. Habrá que andar con cuidado para ese entonces.
La carrera de Adrien Brody viene en picada hace rato, otra víctima más de la maldición de ganar un Oscar. La estatua dorada es a veces cruel y no garantiza que un triunfador tenga trabajo estable durante el resto de su carrera. Brody es un ejemplo masculino de dicha maldición y Backtrack caería en esas redes de ignominia actoral, de no ser porque el neoyorkino saca a relucir todo su talento y levanta un producto que, de tener otro protagonista al frente, sería un fiasco total. Sin mentir, Backtrack es una película muy olvidable, que se alimenta de las tramas de otras similares mucho más exitosas, sin intentar demasiado diferenciarse de dichas compañeras de rubro. Brody entonces es la espina dorsal de este procedimental fantasmal, en el cual interpreta a Peter Bower, un psicólogo acosado por una muerte en la familia que no lo deja descansar, y ha abierto las puertas a visiones espantosas que tiene tanto de noche como durante el día. Una misteriosa conexión entre sus pacientes lo empuja a hacer un redescubrimiento atroz en su vida, que lo lleva a su pueblo para descifrar el acoso del más allá que sufre día a día. El director y guionista Michael Petroni juega demasiado con pinceladas de The Sixth Sense como para que uno se sienta cómodo, abrumando con sustos imprevistos y sosos la investigación personal del protagonista, que tiene un buen hilo pero se va deshilvanando a medida que la trama se va concentrando en el pasado de Peter. En tanto que la trama transcurre, Brody se ve mas acomplejado que nunca, hundiéndose en ese pasado que olvidó selectivamente y que ha llevado a un trágico accidente donde se vio involucrado. Pero así como Peter va cayendo más y más dentro de la madriguera de conejo que es su pasado, más se acompleja la trama, escribiéndose una y otra vez sobre sí misma, hasta desembocar en la revelación final que tiene coherencia pero es demasiado enrevesada para que cobre sentido desde el punto inicial de la película. Es un viaje con muchos giros agudos, no una curva de crecimiento sostenida que permita transitar al tren de la trama -broma con sentido dentro de la película, ejem- con ligereza. Viajando a toda velocidad, eventualmente Backtrack termina descarrilando debido al propio peso que se cargó en sus hombros, y el aplaudible trabajo de Adrien Brody se pierde en las vías de una película sin rumbo y un destino conocido.
Hardcore Henry es una película muy extraña, que de seguro dividirá aguas entre la platea que se acerque a ella. Por un lado, es una fascinante entrega dentro del cine de acción, que innova técnicamente con su proeza en primera persona. Por el otro, es un fichín no interactivo, una cinemática de videojuego de hora y media que no le permite al espectador ser parte de la aventura, solo ver a través de los ojos del autómata protagonista. El novel director Ilya Naishuller, apadrinado por el a veces fascinante Timur Bekmambetov, hizo realidad su sueño de saltar a la pantalla grande con un proyecto mayormente fundado por una campaña Kickstarter y filmada, claro, con una cámara GoPro, para darle más gravidez a la acción en pantalla. Pero para darle rienda suelta a esta fantasía, Naishuller tuvo que armar una historia alrededor de la carnicería en suelo ruso que presenta su criatura de celuloide. Y en sus primeros momentos, funciona. El despertar del protagonista, mitad humano mitad cyborg, emula el prólogo de un videojuego, donde uno aprende a controlar al personaje. Llámenle chispa de ingenio o ahorro de energía, pero Henry no tiene voz, y la instalación de un módulo que le permite hablar se ve trunca por la grandiosa entrada del villano de turno, el Akan de Danila Kozlovsky, un psicópata con poderes telekinéticos que se viste como Andy Warhol. En menos de lo que canta un gallo, la acción está servida, y Henry no tiene otra opción que escapar. Sin voz, Henry actúa como el sustituto de la audiencia, empujado a defenderse por las peligrosas calles de Moscú. A patadas y piñas se abre camino por la horda de enemigos que llegan por todos lados, pero es un personaje vacío, carente de identidad -es algo obvio, porque no sabe nada de su pasado excepto algún que otro flashback- que apoya todo su peso en el resto del elenco que sí tiene voz para hacerse valer. La finalidad de Henry es hacer vivir al espectador su viaje, pero a menos que uno no sea un gamer asiduo, lo mínimo que tendrá es desinterés y hasta pueden producirse mareos por la velocidad de las imágenes. El hueco que deja el anodino Henry lo rellena Sharlto Copley en uno de sus mejores papeles al momento, con un desfile de personajes uno mas rutilante que el otro, que le permiten adueñarse de la pantalla en cada aparición suya. Sin él, Hardcore Henry caería en el olvido absoluto inmediatamente. Kozlovsky es un actor prácticamente desconocido, pero su Akan puede traerle un poco de estrellato por lo comprometido que se lo ve con su personaje y sus locuras. La damisela en peligro en esta ocasión es la Estelle de la hermosa Haley Bennett, una joven estrella que poco a poco se va acercando a la luz y este año la veremos no una ni dos, sino tres veces en la pantalla grande y en proyectos importantes. No es mucho lo que tiene que hacer acá, pero sirve lo suficiente. Naishuller tiene tiempo para pulir sus artes pero, como carta de presentación, se lo nota como un director fresco, mas no uno que pueda apoyarse en un guión de manufactura propia. El ruso se vale de todas las artimañas posibles que le permiten su acotado presupuesto, y en algunas escenas de acción destaca muchísimo su labor, inclusive durante un caótico escenario final donde se tira todo por la borda. Pero sin una historia convincente, las escenas de acción son niveles de un videojuego a superar, uno tras otro, subiendo de dificultad con cada obstáculo superado. Por ello, Hardcore Henry termina convertida en una cinemática larga, en donde el espectador/jugador no puede hacer más que observar como se suceden los hechos. Hoy en día, hay juegos que tienen historias fascinantes, y volver a la historia de arcade que presenta la película deja un regusto a poco en el paladar, a que se podría haber hecho mucho más con lo que tenían en las manos. Al final del día, Hardcore Henry se convierte en un muestrario de acción y muertes gratuitas que, cual juego de arcade, se olvida ni bien se aleja de la máquina de picar carne. Será novedad para el espectador común, pero para aquel que tenga un mínimo acercamiento a los videojuegos de acción, será un plato insípido.
Fuera de Hollywood, el trabajo dentro del género del drama y el horror a veces puede resultar muy sugerente y diferente a todo lo que uno ha visto. La atmósfera opresiva y un elemento de peligro hogareño son los principales alicientes a la hora de enfrentar la tensa Goodnight Mommy, una íntima delicia austriaca que va asfixiando de a poco y no suelta hasta el final. La llegada al hogar de los padres cuando uno es chico es una especie de mini-festividad, donde el padre o la madre se recibe con los brazos abiertos. Pero para Lukas y Elias -los soberbios Lukas y Elizas Schwarz- este momento en pleno verano se ve trunco por el arribo de su madre, una mujer que dista mucho de la que ellos conocían. Con un semblante recio, poco cariñosa, llena de órdenes y lo que es peor, la cara oculta bajo varias vueltas de vendaje, los pequeños gemelos deben adecuarse a la nueva realidad en su hogar. Pero algo no está bien, algo los hace dudar y esa duda los llevará por caminos muy oscuros para pequeños de su edad. Los directores Severin Fiala y Veronika Franz se despachan con un thriller psicológico que se va tornando terrorífico conforme pasan los días en el hermoso hogar. Ambos tienen la capacidad de incomodar con un puñado de escenas y alguna que otra imagen desoladora y tétrica, sin contar los efectos de sonido que aumentan la presión en el espectador a cada segundo. El trabajo de Susanne Wuest como la Madre es tan desconcertante como su personaje, y a medida que las vendas van cayendo así mismo caen los velos de su persona, dando paso a algo tan siniestro como dramático. Goodnight Mommy tiene pasajes salidos del horror puro y duro, y hasta coquetea con la tortura, pero en el fondo es un drama familiar severo, que guarda un doloroso as bajo la manga revelado en el momento más crucial de la trama. Ojos atentos pueden dar cuenta de esta revelación mucho antes en la película, pero no le quita el peso a ese clímax rabioso en una de las imágenes más potentes que ha entregado el cine de género en años. Toma tiempo llegar al quid de la cuestión, pero cuando lo hace, Fiala y Franz están ahí para no dejarle perder momento alguno al espectador. Habrá tardado en llegar a las carteleras locales, pero se agradece que haya llegado para desplegar sus sombras oscuras por toda la sala.
Tras celebrar festividades que unen gente como Valentine's Day y New Year's Eve, el director de la icónica Pretty Woman Garry Marshall vuelve a la antología con Mother's Day, otra colección de historias esta vez enfocadas en la maternidad. A pesar de tener un elenco más que potable, la película no atrasa ni adelanta, sino que se dedica a revolver los mismos problemas que otras comedias han logrado con mucho más éxito. Miranda (Julia Roberts) es una aclamada escritora, que en el pasado dio a una hija en adopción, hija (Britt Robinson) que ahora en su plenitud y a punto de casarse corre en busca de su pasado perdido y una vía de reconectarse con esa figura materna que siempre le faltó. Sandy (Jennifer Aniston) es una divorciada madre de dos adolescentes que lidia con sus hijos y su ex, que se casó con una mujer mucho más joven que él. Jesse (Kate Hudson) tiene una relación trunca con sus padres, y la visita inesperada de ellos la empuja a estrechar los lazos de sangre. Por último está Bradley (Jason Sudeikis) quien debe reemplazar a la figura materna mientras sus hijas atraviesan la tan temida pubertad. Como ya es sabido por anteriores entregas antológicas, estos personajes y los secundarios que los orbitan se entrecruzarán de alguna y otra manera, con las pequeñas vueltas de tuerca que acostumbran las últimas películas de Marshall, así que por ese lado estarán las sorpresas, porque desde el guión puro y duro, poco y nada pasa. A pesar de haber hasta cuatro escritores que han confeccionado la historia y el guión de la misma, Mother's Day elige los mismos retazos y chistes sobre la maternidad, la edad y el paso del tiempo que no establecen nada nuevo en el género. El elenco está más que consagrado y levanta el vuelo a ciertas historias carentes de emoción y repetitivas, pero la magia de Roberts -con una horrible peluca, por cierto-, Aniston, Hudson y Sudeikis sólo alcanza hasta cierto punto y el resto se cae por peso propio. Es casi imposible pedir que Marshall regrese a sus alturas de comedia de su pasado, sobre todo con guiones que se piensan mordaces pero su nivel es apuntar a reírse con un chiste sobre ponerse en contacto mediante un tweet. Que el título en castellano con el que se presente en carteleras sea Enredadas...pero felices! tampoco ayuda mucho a crear un caso positivo sobre la misma. Es una comedia más que liviana, en sintonía con las anteriores antologías, y sin mucha sustancia.
He aquí una interesante historia sobre el poder de los medios y cómo la filtración de un escándalo puede modificar el futuro de una franquicia. Durante la filmación de Snow White and the Huntsman, Kristen Stewart comenzó un affaire con el director de la misma, Rupert Sanders, hombre casado en ese momento. Lo que debió haber sido un asunto a puertas cerradas liberó una vorágine sensacionalista que llevó a disculpas públicas de los amantes, un divorcio y una situación de jaque para una posible secuela de la exitosa reimaginación de la historia de Blancanieves. ¿Cómo se procede a partir de esta pesadilla publicitaria? ¿Cómo se sigue rentabilizando una propiedad sin herir susceptibilidades? El resultado está a la vista en The Huntsman: Winter's War, una especie de híbrido entre precuela y secuela que circunscribe la trama del film de 2012 y se enfoca en todo aquello que el escándalo no mancilló. Por supuesto, la situación es casi incontrolable y a pesar de que la película terminada lejos está de ser un desastre completo, tampoco resulta fascinante como se hubiese esperado. El foco de la historia entonces se posa sobre la figura del Cazador interpretado, en su tiempo libre de Thor, por Chris Hemsworth y las tres compañeras femeninas que lo rodean durante todo el metraje. La mas importante es la Cazadora Sara de Jessica Chastain, con la cual tiene una relación cuerpo a cuerpo y una química que no era muy difícil de superar con la fría Blancanieves de Stewart. Y como había que traer a Charlize Theron de nuevo al ruedo -sencillamente, lo mejor de la anterior entrega- se la trae manipulando en forma creativa el guión, que además se saca de la galera una hermana a la que nunca se hizo mención, la reina Freya de Emily Blunt que no es otra que la versión adulta de la Elsa que conocimos en Frozen. El cuarteto es un elenco impensable para una secuela que nadie esperaba y que tantos embates tuvo en su producción. Son nombres de peso de actores que están en la cima de su potencial, que ayudan mucho a levantar el perfil de una historia que no tiene mucha razón de ser. Si algo hay que aplaudir del guión de Evan Spiliotopoulos y Craig Mazin, es esa capacidad de sacarle lustre a un sinfín de cabos sueltos y atarlos para crear una continuación evitando situaciones espinosas. Pero dicha magia funciona hasta cierto punto, y ahí en donde se las ingeniaron para encontrar nuevos retos tampoco hay mucha narrativa que sostenga dos horas de película. Si uno mira los créditos anteriores de los guionistas, verá que han sido encargados para hacer secuelas a video de productos de Disney o continuaciones de comedias que uno desearía no haber visto. Puede que The Huntsman: Winter's War sea lo mejor que tengan para ofrecer y es un gran mérito para ellos, pero tampoco es terriblemente entretenida. O, si vamos al caso, terriblemente necesaria. Las tareas de director recaen en Cedric Nicolas-Troyan, que debuta en tal posición luego de haber sido el encargado de los efectos especiales de la predecesora y Maleficent. Lo que una vez pudo haber sido un film del gran Frank Darabont se convirtió ahora en un proyecto por encargo, casi con desesperación. Con un presupuesto más acotado que antes, Nicolas-Troyan hizo lo que pudo y por el lado donde debería haber destacado más, la animación, no lo hace. Por Snow White fue nominado al Oscar y en The Huntsman genera una gran incógnita con varios efectos bastante pobres, aspecto que seguro tuvo que dejar en otras manos dado su nueva posición laboral. Pero tampoco destaca como un gran realizador, con peleas desenfocadas y un manejo de edición muy desprolijo, casi inadmisible en una película del calibre de la secuela. Hemsworth y Chastain logran hacer evadir al espectador de una producción bastante fallida con su química y presencia en pantalla, mientras que Theron vuelve a comerse al resto del elenco con sus pocas escenas, y la inclusión del personaje de Blunt le da lugar a una villana conflictuada, que osa interponerse frente a su hermana en varios duelos visuales e interpretativos. Ellos cuatro se encargan de ponerse a los hombros toda la película y son el pegamento que une los aspectos dispares de este híbrido. The Huntsman: Winter's War podría haber sido un desastre total y, en vista de todo lo ocurrido, sale más airosa de lo que uno pudiese haber esperado. Hay posibilidad de una tercera parte, pero eso ya queda a cargo de la recaudación que pueda generar este curioso experimento cinematográfico. ¿Volverá Kristen o ya es hora de encarar la historia para otros lados?
Sí, ya es sabido que J.J. Abrams tiene el toque de Midas. Todo sobre lo que posa su mano lo convierte en oro. Incluso lo que ya es oro, el lo toca y le da otro brillo especial. Eso es lo que pasó con 10 Cloverfield Lane, previamente conocida como The Cellar y Valencia. Este pequeño gran thriller, dirigido con proeza por Dan Trachtenberg, no hubiese conocido la luz del día si el productor no le hubiese dado una vuelta de tuerca para acercarla al estrellato bajo luces más comerciales que artísticas. Idos al caso, el debut de Tratchtenberg tiene poco y nada con aquella particular película de 2008 que dejó en vilo a todos por su rauda aparición. 10 Cloverfield Lane actúa con ese mismo efecto sorpresa. En pleno enero se liberó su trailer presentando el título de la película, y en escasos meses ya estaba en cines. La locura generalizada dio paso a las palabras de Abrams, diciendo que la película en cuestión era una pariente de sangre de Cloverfield. Un certero y aplaudible truco, en verdad, para darle notoriedad a una película que de otra manera no la tendría por sí sola. Y sí, Abrams lo logró, porque con un presupuesto ínfimo la película recaudó casi seis veces su valor a nivel mundial. Pero para verla con ojos justos, hay que considerarla en el marco de una antología. Cloverfield y 10 Cloverfield Lane son películas completamente diferentes, que cuentan historias distintas, unidas por un nexo de ciencia ficción que, hasta el momento, no parece muy claro del todo. En el film que nos ocupa, se ha dejado de lado la cámara en mano en pos de una dirección convencional, con música orquestal de fondo y todo. Es la historia de Michelle la que toma el centro de la atención, una joven que escapa misteriosamente de una relación para verse acto seguido envuelta en otra mucho más siniestra. Secuestrada en un bunker por un hombre que le dice que el mundo como ella lo conoce ha desaparecido y que sólo quedan ellos, guarecidos bajo tierra. Una noticia así no cae a la ligera y la desconfianza da paso a una aguerrida Michelle, para intentar escapar de las garras de su captor en cada oportunidad que pueda. Lo interesante es que no tarda mucho para que la verdad salga a la luz y eso no le impide a la trama seguir apilando situaciones incómodas y tensas, una tras otra. El guión no se queda encerrado como sus personajes, sino que encuentra maneras de expandir el nerviosismo de los habitantes del bunker hacia el espectador de formas impensables. Como thriller postapocalíptico, 10 Cloverfield Lane funciona mas allá de lo que uno se pudiese imaginar. Mucho ayuda que el trío de protagonistas sea increíble. Mary Elizabeth Winstead está esperando hace rato su gran oportunidad de saltar al estrellato y, si bien tuvo muchos papeles indies que le valieron el aplauso de la crítica, creo que con Michelle podría finalmente llegar a todos lados. Su personaje es vulnerable pero de un momento a otro cobra fuerzas para enfrentar la asfixiante situación en la que se encuentra y, para el final, tenemos a una Nueva Michelle que con el debido paso del tiempo podría convertirse en una heroína del género. El peso actoral del gran John Goodman genera un gran ping pong con los jóvenes actores -no me olvido de destacar al gran John Gallagher Jr.- y le da otro color a la situación con su preparado Howard, un hombre que siempre estuvo listo para lo peor y finalmente le ha llegado el momento de demostrarlo. Pero, y todo tiene un pero, la tensión lleva al punto mas conflictivo de la película. Se puede ver claramente un antes y un después de Abrams y su conexión al universo Cloverfield. No hay que ser un gurú del cine para saber qué fue lo agregado para que la conexión sea exitosa. Y si bien dicho acto final es impactante, le juega en contra un poco a toda la asfixia que había generado la trama hasta el momento. El tramo final no es menos angustioso, pero es otro tipo de angustia, una más prefabricada y a todas luces más intencionada. Es ese momento el que finalmente conecta de una u otra manera las películas, es una hebra fantástica que según el productor en algún momento del futuro próximas películas puedan unir definitivamente los mundos, pero por ahora tenemos esto. Winstead interpreta con pasión estos momentos finales, pero no puede dejar de sentirse una desilusión grande por algo que vendieron y no fue. Resultó otra cosa, maravillosa en su propio terreno, pero no es lo que muchos habrán ido al cine a ver. 10 Cloverfield Lane es un engendro totalmente diferente al que muchos esperaban, pero no por ello menos destacable. Es un thriller intenso con grandes interpretaciones y debería ser tenido en cuenta más allá de su cierre, que es donde incuestionablemente se encontrarán las críticas más acérrimas.