Apocalipsis para principiantes. No hay manera mejor para describir a The 5th Wave que esa, un regular intento por un estudio grande de comerse otra tajada de platea juvenil que ya desde la concepción en papel y tinta de Rick Yancey fue considerada como Twilight pero con aliens. Ni siquiera una consagrada actriz joven como Chloë Grace Moretz está a salvo de la amenaza del mundo exterior ni de un rol que tristemente encasilló hace algunos años a Kristen Stewart en la saga vampírica anémica. The 5th Wave no comienza mal. Tiene un buen prólogo, lleno de suspenso, en donde la protagonista Cassie va narrando los diferentes embates que la humanidad fue sufriendo debido a unos visitantes de otro mundo. Con paciencia, uno puede adecuarse a un producto ideado desde el principio para los jóvenes adultos que seguro devoraron la novela a falta de más aventuras de Katniss Everdeen. El costado de ciencia ficción funciona siempre, pero no es cuestión de comer vidrio y, si para lo jóvenes resulta un espectáculo pasajero, para el resto supondrá una aventura de casi dos horas interminable. El joven director J Blakeson, trabajando claramente bajo las órdenes exclusivas de un estudio y sin muchas ideas propias, va encaminando la travesía de Cassie hasta que llega al escollo natural en donde todo se va a pique: el triángulo amoroso. Es entendible que sea un punto a seguir en las novelas del género, pero desde el momento que entra en escena el blando Evan Walker de Alex Roe, Cassie se anula a sí misma como protagonista aguerrida y se vuelve una lisiada mental, siempre damisela en peligro. Y es una pena, porque una actriz del talento de Chloë estaba para más. Es notable su incomodidad con el personaje y es una de las peores cosas que puede sentir el espectador. El otro costado de la película, donde la balanza se equilibra un poco, es cuando los jóvenes y niños son reclutados por el ejército para luchar contra los alienígenas. Dentro de esto caen el pequeño hermano de Cassie y su amor platónico de secundaria, interpretado por Nick Robinson. En un principio pensé que le iban a tener miedo a la violencia infantil, pero hay un par de escenas donde hay prácticas de tiro con chicos usando armas y hasta muertes -no gráficas, obvio- que le escapan un poco a la corrección política de Hollywood, pero hasta ahí llegó el atrevimiento. Después de todo, es una película con calificación PG-13. Este otro lado de la película funciona mucho mejor que los arrumacos de Cassie y Evan, que resultan agotadores y estúpidos en todo sentido. Y no me animo a hablar mucho del casi inexistente elenco adulto, con unos desperdiciados Liev Schrieber, Maria Bello y Ron Livingston, que firmaron contrato por la plata, seguro. The 5th Wave llega para recordarnos que Twilight le hizo mucho mal al género, y que era cuestión de tiempo hasta que le hiciera lo mismo a los aliens. El buen sabor de boca que dejó la saga The Hunger Games parece haber desaparecido y en su lugar tenemos esta tibia, casi fría, aventura juvenil que, espero, logre mejorar un poco su fórmula. Claro, por si no lo sabían, nos esperan dos libros y películas más si la presente llega a tener éxito.
Daddy's Home es una comedia a la que no le había prestado la más mínima atención. Es más, no tenía idea de cómo se llamaba la película en su título original, ésa era la atención que merecía una comedia de familias nuevas, padrastros y padres rebeldes que regresan a competir con el nuevo pilar parental de la casa. Pero detrás de una fachada que se ha visto en el terreno de la comedia una y otra vez, hay chispazos de genialidad y de querer hacer las cosas un poco diferentes, amén de la química entre Will Ferrell y Mark Wahlberg, ya probada en la comedia de acción The Other Guys. No hay nada relativamente original en la película de Sean Anders, pero si no se espera mucho de ella se puede notar aquellos lugares en donde la comedia lucha por rasgar los bordes establecidos y apuntar a momentos más grotescos, inesperados e hilarantes de lo que la propuesta puede encasillar a la trama. Ferrell casi parece en modo automático, y eso no desentona con el tono buscado. Como el padrastro abobado de una familia modelo, su estilo de comedia le viene como anillo al dedo a la contraparte que genera Wahlberg, quien encontró un nicho en el género y parece no despegarse de él con los buenos resultados que obtiene. Su competitiva relación es lo que mantiene a flote a la película, ya que gastados gags sobre racismo, el típico quién la tiene más larga - momento literal en la historia - y demases yerbas luchan por tirar abajo los atisbos orgánicos que pueden ser aplaudidos por la platea. La trama puede flaquear para los noventa minutos de duración, pero el elenco secundario ayuda a subsanar los momentos más áridos de la comedia. Thomas Haden Church en particular tiene grandes escenas como el jefe de Ferrell adepto a contar historias de sus ex-esposas que siempre terminan muy mal, y el trabajador multiuso de Hannibal Buress cae en el estereotipo racista de siempre, pero porque Buress es un gran comediante, salva las papas en más de una ocasión. Daddy's Home es una convencional comedia que se eleva cuando no quiere jugar las cartas habituales de la comedia, y durante toda interacción del dúo Ferrell & Wahlberg. Es una agradable película pasatista que funciona mejor si uno no sabe nada de ella.
Tomando prestado el nombre de otra de las películas que se estrenan esta semana en carteleras locales, la relación cinematográfica entre David O. Russell y Jennifer Lawrence está por llegar a un punto de quiebre. Ya ni siquiera puedo dar por seguro que J-Law sea la actriz fetiche del director, no es capricho que la ponga siempre en sus películas, sino el hecho de que Jennifer es una actriz de la puta madre y que tenerla en un film de prestigio equivale a premios y nominaciones en cantidades, como se probó en la última premiación de los Globos de Oro, donde la veinteañera se alzó con el galardón a Mejor Actriz de Comedia. El verle la comedia pura y dura a Joy es material para otra discusión en otro momento. Idos al caso, la biografía de la creadora de un trapo de piso milagroso - miren hasta donde llegamos en el territorio biográfico - es apenas interesante por el aporte que le hace Lawrence a la protagonista, porque por más vueltas de tuerca que Rusell le haga a la historia, no es más que una linda y agradable fábula de suceso a contramano. Las dramedias de Russell siguen involucionando, acomodándose creo a un estilo que tiene pinceladas típicas del director, pero que viran hacia el conformismo. La historia de una joven divorciada que debe mantener a su familia de cigarras que no hace más que complicarle su existencia y vivir de ella tiene todo el terreno caótico familiar que ya estuvo presente en Silver Linings Playbook y American Hustle, que en definitiva es lo que ofrece los mejores momentos de la película, cuando todo el elenco empuja hacia un lado, y crea magia. Pero son chispazos nomás, el resto es cuestión de que Jennifer le ponga el hombro a la situación, y como es costumbre, lo hace con todo el aplomo del mundo. Quizás su primera venta al público de su trapeador milagroso - cuya incepción tiene una escena que suscitó el enojo de la platea en la función a la que asistí - es la cumbre de lo que puede hacer Lawrence en Joy, momento que de seguro formará parte del clip de Oscar si llega a ser nominada. El resto, es palearla frente a una idea que toma tiempo y dinero en llevar a cabo, pero que en definitiva la fuerza interior de cada uno todo lo puede, y eso cree Joy para cumplir sus sueños. Cuando el terreno es comedia, Joy puede deslumbrar. El elenco, donde destacan mayormente Robert De Niro como el padre de Joy y un sorprendente Edgar Ramirez como el ex-esposo que va cambiando con el correr del tiempo, se une y logra maravillas. Cuando llega el momento del drama, que pesa bastante, ya las cosas cambian. Se agradece igualmente que no se empuje una vez más el romance de la protagonista con Bradley Cooper - ya vimos eso antes y mejor, gracias - sino que es una figura importante en el ascenso de Joy, y nada más que eso aunque haya alguna que otra sutil insinuación aquí y allá. En la dramedia, algunas cosas pueden funcionar y otras no, es por eso que la óptica que decide darle Russell a Joy es la de un filtro novelesco, como esos pequeños bocaditos que se ven aquí y allá de ridículas telenovelas que tanto le gustan a la madre de Joy. Darle ese toque de artificialidad a una historia de vida única es una marca fuerte de director, pero que en definitiva no puede funcionarle a todo el mundo. Joy entonces es una oscilante biografía que sufre por sus excentricidades pero que se ayuda mucho en el poderío actoral que tiene Lawrence. Si fuese otra la protagonista, creo que la fascinante historia de vida de Joy Mangano estaría más cerca del canal Lifetime que de una sala de cine.
No hay duda alguna de que Quentin Tarantino vive en su mundo particular, uno que se nutre de tantas referencias cinéfilas que su propia filmografía ya se entremezcla en este mundo, creando una metareferencialidad increíble. The Hateful Eight es la viva prueba de ello, un western como ningún otro, perverso, sangriento, que no responde a ninguna ley del género excepto las propias reglas del mundo de Quentin. Es obviamente un festín para el fanático acérrimo del director, con todas sus virtudes y falencias ahora bien visibles debido a la megalomanía de un director que le escapó y le sigue escapando a toda clasificación. Ya desde los mismos títulos de inicio, estamos ante una obra dividida en capítulos que, sabemos, será larga. Quentin elude una vez más la edición, y la larga presentación - con una insinuante pieza cortesía del maestro Ennio Morricone que salió del retiro a pedido del director - es una probada sustanciosa de la a veces agónica elongación que posee el octavo film de Tarantino. Minuto a minuto, los personajes se van presentando uno a uno. La última diligencia a Red Rock ya lleva a dos de los protagonistas del título, y en el camino levantará a dos más. En su posta en el camino, el resto de los odiosos ocho se hará presente, no sin dudas de por medio. Este grupo está conformado en su mayoría por actores fetiche del director, y aquellos a los que Quentin ha sacado provecho de sus actuaciones en sus películas. Los selectos personajes le hacen honor al calificativo de odiosos presentado en el título. No hay personaje alguno que se gane la simpatía total de la platea. Si hay testamento alguno de las capacidades de construir un guión bien formado que tiene Tarantino, eso es la de convertir bastardos en verdaderos shows de lucimiento para todos los involucrados. Kurt Russell es lo más cercano a un justiciero nato, aunque se comporta para con su prisionera, la golpeada Daisy Domergue de una reveladora Jennifer Jason Leigh, como todo menos un caballero. Y no es para menos: Daisy es una bocafloja peligrosa que está a la altura de a companía masculina que la rodea. Samuel L. Jackson es el mismo motherfucker que ya conocemos, y no hace falta explayarnos más en la genialidad que es como actor, mientras que Tim Roth regresa a las huestes de Tarantino ocupando lo que en otra dimensión sería un papel ideal para Christoph Waltz pero ya agotó el mismo carisma de siempre. Otro que nunca falta, Michael Madsen agradeciendo obvio que Quentin lo tenga presente. El resto de los ocho los componen un explosivo Walton Goggins - este muchacho no para de arrasar en papeles no convencionales en Hollywood - el mexicano de turno Demian Bichir y el viejo general de Bruce Dern, que tiene poco y nada que hacer en este grupo, pero que igual está en la escena de los hechos. La trama es una de las más teatrales que Quentin haya ingeniado. La mayoría de su metraje lo ocupa la mercería de Minnie como única locación, una cabaña en medio de la nada azotada por una brutal tormenta de nieve. Con unas pizcas de Diez Negritos de Agatha Christie en la mezcla, los ocho no siempre son lo que aparentan ser, y poco a poco la desconfianza irá creciendo entre ellos. Esto le da pie a los usuales monólogos grandilocuentes a los que nos tiene acostumbrados Tarantino, pero es tanta su locura por sorprender y abrazarse a sí mismo que no todos funcionan. Si lo pienso un momento, sólo uno, la historia de Jackson, es la que más se le queda a uno una vez terminada la película. Y eso que momentos no faltan. Como guión, creo que es uno de los menos pensados en la escasa pero valiosa filmografía, y hasta creo que sería un milagro que quede nominada como Mejor Guión en los próximos Oscar, galardón que siempre se termina llevando Quentin casi como premio consuelo. Si algo no falta, es la sangre. Como no podía ser de otra manera, la dupla Nicotero & Berger se encarga de cumplirle los deseos más siniestros a Quentin, y cuando la violencia toma su merecido centro en la acción, no decepciona. Ya conocen a Quentin, y si todavía siguen sonriendo de oreja a oreja con el conflicto final en Django Unchained, imaginen los mismos preceptos de sangre trasladados a la cabaña en medio de la nada. Por eso lado, no saldrán decepcionados, y todos los involucrados le ponen el pecho a la bala... casi literalmente algunos, y no sólo el pecho. The Hateful Eight quizás peque de excesiva y de ser un monumento onanista del propio Tarantino, pero no por ello deja de ser un festival imperdible para aquellos que saben que el tío Quentin siempre ofrece lo mejor de sí, y a veces se le va la mano.
Si algo no está roto, para que arreglarlo, dice el dicho. Una frase muy cierta que le sienta de maravillas a Snoopy & Charlie Brown, una deliciosa aventura infantil que trae a la pantalla grande a los personajes que hace más de cincuenta años deleitan tanto a niños como a adultos por igual, con el gran salto de la tecnología 3D como aliciente principal. La nueva historia de esta pandilla sin igual es una trama muy convencional, pero no por eso menos satisfactoria. Charlie Brown sigue siendo el mismo chico despistado de siempre, y en su afán de demostrar ser algo más que el torpe del grupo, como lo estigmatizan una y otra vez, Charlie hará lo posible para salir de ese status quo en el que se ha visto encerrado durante su corta vida. Hay una gran lección de vida en el guión de Bryan y Craig Schulz - hijo y nieto respectivamente del creador de la historieta, Charles M. Schulz - que está apuntada a la platea infantil, pero que se deja ver por todo aquel al que los personajes le generen nostalgia. En menos de hora y media, la pandilla resume las (des)aventuras de Charlie de escapar su estigma social, a la vez que intenta superar sus propios miedos al hablarle a la chica nueva del curso. Mientras tanto, Snoopy y su amigo alado Woodstock se ven inmersos en su propia aventura, una lucha aérea imaginada en donde Snoopy es un aviador que se enfrenta a la amenaza del Barón Rojo con tal de salvar a la perra Fifi de sus garras. Sin bien toda la animación es bellísima y muy bien diseñada, es en las escenas donde Snoopy deja correr su imaginación que realmente la película se alza desde el suelo y se anima a volar alto, con momentos muy logrados donde el 3D brilla a pura plenitud. Si hay algo de refrescante es que no hay doble sentido, ni situaciones forzadas. Es pura y simplemente una historia infantil, contando un año lectivo en la clase de los Peanuts, con la hilarante voz de la maestra como ruido de fondo. Snoopy & Charlie Brown es un sentido homenaje al fallecido creador de los personajes, y una buena manera de empezar el año con buena animación.
The Big Short es una extraña pero valiente cruza entre la seriedad de Margin Call y la desfachatez económica desfasada de The Wolf of Wall Street. Tomando como centro la impactante pero triste crisis financiera de 2008, la comedia de Adam McKay es a partes iguales una frenética comedia sobre los despropósitos de la ecomonía y sus inusuales recovecos, y un cortante drama sobre la ganancia de unos pocos en detrimento de empujar a otros a la pobreza. La trama se centra en los esfuerzos de tres grupos diferentes de personas que se adelantan a la crisis que se viene unos años antes, y aprovechan la oportunidad para apostar en contra del mercado inmobiliario. Por supuesto, nadie cree que el estado del mercado llegue a implosionar algún día, y los toman como locos, pero todos sabemos como termina la historia. Estos grandes hombres están representado por un puñado de virtuosos actores, la mayoría ajenos a la comedia con excepción de Steve Carrell, pero saben como pilotar este barco. Hay que prestarle especial atención a Christian Bale, que se come la película por completo con su inteligente pero extremadamente introvertido doctor convertido en analista, quien posee una inteligencia descomunal en contraste con sus escasas cualidades intepersonales, amén de su pequeño defecto oftalmológico que distrae más de lo que lo ayuda a socializar. Desde el poster también vemos a Ryan Gosling, quien a veces tiene el descaro de hablarle directamente al público rompiendo la cuarta pared, y a Brad Pitt, quien tiene una pequeñisima parte ayudando a un par de amigos que quiere entrar en grande al mundo de Wall Street. McKay, conocido por sus disparatadas comedias, apunta a una comedia educacional, con grandes trazos de irreverencia e incredulidad ante lo que está sucediendo en el terreno inmobiliario. Una avalancha de créditos, un mercado que parece estar atrapado en una burbuja a punto de explotar, y un sinfín de términos demasiado complicados para el espectador promedio que son explicados mediante un extraordinario uso de grandes artistas son la amalgama perfecta para una comedia que finalmente se transforma en un drama. A pesar de las grandes escenas hilarantes y la franca incapacidad de creer en lo que está pasando ante sus ojos, eventualmente todos los personajes - o una parte de ellos al menos - descubren que su cruzada por adelantarse a la estupidez de los grandes bancos y sacarles provecho no es otra cosa más que sacarle dinero del bolsillo del trabajador promedio, dejándolos en la calle, y aún peor, algunos quitándose la vida al perderlo todo. Detrás del majestuoso elenco y una historia increíble pero tristemente cierta, McKay demuestra en The Big Short todo su talento con una comedia enfocada y con mucha energía.
En los tres simples actos de los que consta Steve Jobs, el director británico Danny Boyle, el guionista Aaron Sorkin y Michael Fassbender logran venderle al espectador un atisbo a la vida de este absoluto genio de la informática, sin perder nunca el hilo, sin explicaciones de mas ni grandes aspavientos. Son momentos claves en la vida de Jobs, y el espectador está presente en modo omnisciente, siendo partícipe de todo lo que sucede sin perderse detalle alguno. Y aunque la verdad está dramatizada como es usual, es relevante el retrato humano alrededor de una figura icónica de la tecnología que disfrutamos todos hoy en día. Para empezar, no estamos frente a una biopic de esas que comienzan con la vida del sujeto en cuestión, y terminan en cierto punto, mayormente la muerte del interesado. No, el camino de Boyle y Sorkin es otro. Es tomar ciertos puntos claves y enfocarse en los mismos, sin masticar la información para el espectador, sin darle nada servido en bandeja. Steve Jobs era un ser humano como cualquier otro, un genio algo incomprendido que tenía sus manías, vicios y fallas, pero que nunca dejó de avanzar en pos de lo que él creía que era el futuro tecnológico. Si en el camino lograba enemistar hasta al sangre de su sangre, eso se podía arreglar, pero el futuro venía antes. Las comparaciones con The Social Network, escrita también por Sorkin, serán odiosas, pero en cierto punto tocan los mismos ejes temáticos. El diálogo tan característico del guionista, rápido y cargado de información, baja un poco de decibeles y resulta mucho más entendible. También, Boyle no es ningún David Fincher, pero su virtuosismo pasa por otro lado. Steve Jobs nunca decae en ritmo; quizás en su acto final, donde la persona poco grata de Jobs se suaviza con el cambiar de los tiempos, pero no por eso se desestima los eléctricos primer y segundo actos, donde hasta la música conducida por Daniel Pemberton se va actualizando a medida que corre el tiempo. Si a principios de año me hubiesen dicho que iba a disfrutar como loco de una película donde se presentaban tres productos electrónicos, dos de ellos fallidos, no les hubiese creído en lo absoluto, pero Boyle tiene dedos y ojos mágicos, y lo que parecía otra biografía aburrida tiene un ritmo explosivo y cautivador. Cautivador es también el elenco, empezando y terminando por la pièce de résistance que resulta la interpretación de Fassbender como el titular de la película. El británico se memorizó el libreto por completo, así que no es casualidad que su Steve sea un personaje magnético, imposible de despegar los ojos de él incluso cuando está siendo un pedazo de basura frente a su hija y la madre de la misma, a la cual les niega el salario familiar de una manera horrible y fría. Detrás de ese genio había un ser humano muy frío, y Boyle y Fassbender se encargan de demostrarlo, aunque para el final hay una concesión bastante liviana y la emotividad prima ante todo. Entiendo este punto, no querían que Steve fuese un villano calculador, pero se nota una pulida de más en dejarlo bien parado. Pero Fassbender no es el único que destaca; así también lo hace Kate Winslet como la asistente de marketing y consejera personal de Jobs, cuya trayectoria fue ligada a la de él y siempre le hizo frente incluso en sus peores momentos. Jeff Daniels no pierde un segundo en volver a estar bajo el libreto de Sorkin, ya que es un maestro en la velocidad inaudita de los parlamentos del guionista, y su personaje tiene varios cruces verbales con Jobs que al terminar dejan al espectador más exhausto que una escena de acción de quince minutos. Y obvio, Seth Rogen volviendo a experimentar con el drama, territorio que le sienta muy bien al comediante. Menos experimental que sus trabajos usuales pero no por ello menos electrizante, es otro gran plato fuerte de Danny Boyle. Ojalá todas las biografías tuviesen el ritmo y calidad presentes acá.
Como el carro de precuelas a las historias que ya todos conocemos tiene un impulso constante estos días, no faltaba mucho para que directores como Ron Howard probaran su suerte en el terreno. Howard es el último director a inmiscuirse en la moda, y el resultado a simple vista es In The Heart of the Sea, una aventura marítima que hubiese funcionado mucho mejor siendo una adaptación pura y dura de Moby Dick en lugar de contarnos la verdadera historia detrás de la creación de uno de los libros más venerados de la Literatura. A excepción de la saga de Robert Langdon, es difícil ver a Howard como un director taquillero. Una película de este calibre no está fuera de sus límites, por supuesto, pero Ron se entrega de lleno a una aventura marítima enmarcada en la historia que un sobreviviente de la misma le narra al mismísimo Herman Melville para inspirarlo a escribir. Talento no le falta, y producción tampoco, sino que el cuento es a lo que, curiosamente, le falta aceite. Volviendo a repetir con Chris Hemsworth como protagonista luego de la exitosa Rush, Howard toma como punto de partida al barco ballenero Essex, donde Owen Chase, el personaje de Hemsworth, es el segundo de mando. Quizás fuese capitán, de no se porque la compañía ha designado como capitán al inexperto marinero George Pollard - Benjamin Walker - para vigilar los bienes en juego. De más está decir que los diferentes puntos de vista podrán a Chase y Pollard en diferentes esquinas del cuadrilátero, y sus decisiones les costarán caro a la vida de toda la tripulación, más cuando una extraña criatura marina se les cruce en el camino y los ataque ferozmente. Ya deben saber de qué criatura les hablo... In the Heart of the Sea funciona mejor con las aventuras en altamar y las tareas cotidianas que cuando está naufragando y se convierte en otra película más de supervivencia. Aunque duras por las imágenes que muestra, Howard nunca le hace asco a mostrar las actividades curriculares del ballenero, en escenas grotescas y muy detalladas, pero también muy bellas por la manera en la que están contadas, filmadas y acompañadas por música. Técnicamente, es una gloria absoluta verla en la pantalla grande, porque no se puede decir que Howard sea un director que haya las cosas a la mitad. La aventura en alta mar se vive a toda adrenalina en la sala de cine, y mientras haya un equipo de sonido envolvente, el barco Essex hará su parte para entretener. Por desgracia, la historia no trabaja otras líneas de la que ya se han visto en decenas de películas. El Owen Chase de Hemsworth es un personaje inspirador para el joven marinero Nickerson que interpreta Tom Holland, los choques para con el Pollard de Walker es la misma batalla de egos de siempre, y los efectos de la inanición apenas se le notan al australiano que está acostumbrado a ser una mole de músculos en la saga de Marvel. Verlo delgado es verlo como una persona normal, y sí en cambio afecta muchísimo ver el pésimo estado de salud del Capitán Pollard, una jugada por parte de Walker que se acerca mucho al territorio de Christian Bale en El Maquinista. El marco general de la historia, narrada por un Nickerson crecido encarnado por el grande Brendan Gleeson al joven Melville de Ben Wishaw tiene peso dramático, pero prácticamente sabemos hacia donde va la historia siempre. In the Heart of the Sea es un agradable paseo en alta mar, con efectos impresionantes y un virtuoso elenco, pero queda a la deriva con un cuento que ya todos conocemos.
La prosa de William Shakespeare es tan primordial y abundante en drama humano que una y otra vez resurge, ya sea en su forma original, o en adaptaciones teatrales, en cine, en televisión. Él está en todos lados, y una vez más llega a la pantalla grande en Macbeth, cortesía de Justin Kurzel, trayendo consigo esta inmortal historia de codicia y muerte con un lavado de cara profundo y muy satisfactorio. Para aquellos no familiarizados con la trama, Macbeth está bajo las órdenes del Rey Duncan en una feroz guerra civil en Escocia, y tras una cruenta batalla final, en donde resulta victorioso, la mística aparición de tres mujeres en pleno campo de batalla le vaticinan que escalará rápido de rango y llegará a ser Rey de Escocia en un futuro. Tras haber perdido a su hijo poco tiempo atrás, Macbeth y su esposa, Lady Macbeth, ateridos por el frío de su dolor, idean un plan funesto para lograr que la visión de las brujas se haga realidad. Lo que sigue es un descenso a la locura, teñido de sangre de principio a fin. Kurzel no es ajeno a la violencia. El australiano, en su debut cinematográfico Snowtown, ya reflejaba un apego con las historias violentas que continúa aquí con un refinado sentido estético que abruma todos los sentidos. Sí, Macbeth es una historia violenta, y Kurzel no hace la vista gorda frente a eso, y las escenas más cruentas, como la batalla inicial, tienen una estética fascinante. Hay cámara lenta, pero no está abusada y permite discernir mejor todos los detalles en pantalla. Hay un fondo precioso, donde los majestuosos paisajes escoceses destacan con una fotografía muy precisa y suntuosa. Y la música está a cargo de Jed Kurzel, hermano del director, quien se despacha con una banda de sonido hermosa y cruel al mismo tiempo. Y si estéticamente hablando Macbeth es una obra de arte, el elenco no se queda atrás. Con un guión actualizando las inmortales palabras de Shakespeare por Jacob Koskoff, Michael Lesslie y Todd Louiso, los inmensos Michael Fassbender y Marion Cotilliard abrazan las penas de Macbeth y Lady Macbeth y las hacen suyas, con cada parlamento y línea reflejando el dolor y la pérdida de la humanidad de cada uno con profunda exquisitez. Suena raro teniendo en cuenta el material del que surge esta pareja, pero ambos tienen mucha química juntos, ya que por separado tienen escenas brutales y monólogos impresionantes, y en la misma escena son dinamita. Los secundarios no se quedan atrás, con fantásticos trabajos de parte de Paddy Considine y Sean Harris como los únicos que buscan ponerle un freno a la locura desenfrenada de Macbeth. Macbeth es una trascendente nueva adaptación de un clásico no peredecero, que quizás pueda resultar pesado por sus intrincados diálogos, pero que no afectan en lo absoluto al visionado de la misma. Brutal y bella al mismo tiempo, es una obra de arte en movimiento. En las manos de Kurzel, la adaptación del videojuego Assassin's Creed que llega en diciembre próximo promete y mucho si sigue la misma veta artística presente aquí.
tar Wars: The Force Awakens fue desde el momento de su anuncio un plato muy esperado, no sólo por los fanáticos acérrimos de la saga, sino por todo cinéfilo que aprecie a la serie iniciada en 1977 por George Lucas como un verdadero hito del cine de ciencia ficción. Lo cierto es que J.J. Abrams no tenía el territorio muy complicado luego de las tibias precuelas, y si algo se sabe de él es que tiene el toque de Midas: todo lo que roza con las manos lo convierte en oro. Sin ir mas lejos, miren lo que logró con el reinicio de Star Trek en 2009. No debe ser coincidencia alguna que lo hayan convocado para el resurgir de la Fuerza, porque The Force Awakens es la película de ciencia ficción que cierra el año a pleno, con una secuela que dignifica a la saga y que promete volverla a su legítimo lugar en el podio del género, ese que durante treinta años prestó a otras compañeras. Más de lo que se puede ver en los trailers, uno no puede contar, para no perder la emoción de ver cómo sigue la historia luego de la caída del Imperio en Return of the Jedi. El equipo al comando de la historia con el propio Abrams, el regreso de Lawrence Kasdan luego de los Episodios V y VI, y Michael Arndt -Little Miss Sunshine, Toy Story 3, Hunger Games: Catching Fire- tuvo una gran tarea entre manos. Esa fue la de crear un puente entre lo viejo y lo nuevo, entre la historia asentada en la mitología y el futuro de la serie, y creo que salen airosos en su intento. Star Wars es icónica y su huella en el cine es muy visible todavía. Por ello, esos treinta años de historia se han convertido en mito dentro del marco narrativo de The Force Awakens, y los personajes de la trilogía original son leyendas, aún cuando anden desperdigadas por la galaxia. Si de algo tengo mis reservas es en la historia, que sigue mucho los lineamientos generales de A New Hope casi a rajatabla. Dentro de la lucha a gran escala del Bien contra el Mal, la aventura es casi la misma, pero con muchísimos toques de nostalgia absolutamente deliciosos, pero que distraen de una trama que podría ser mucho más profunda si quisiese. Tras un sinfín de metacomentarios, de revelaciones y giros del guión, la historia es sólida y cimienta una continuación que aparentemente no tiene miedo de sacrificar elementos en pos de dramatismo puro. Abrams nunca le tuvo miedo a saltar al vacío y acá lo demuestra con creces. Hay riesgos que tomar, y él los toma. A nuevas generaciones, nuevos protagonistas deben seguirle la pista, ya que Mark Hamill, Carrie Fisher y Harrison Ford están un poco mayores para andar corriendo de aquí hacia allá. El nuevo trío que anclará el peso narrativo durante esta trilogía son la carroñera Rey (Daisy Ridley), el soldado Imperial Finn (John Boyega) y el piloto de la resistencia Poe Dameron (Oscar Isaac). Este grupo que se ve arrastrado a la aventura casi sin quererlo, en la búsqueda de un personaje desaparecido que sería la clave para enfrentar a la naciente Primera Orden, la heredera orgánica del Imperio, comandada por el General Hux (Domnhall Gleeson) y el misterioso enmascarado Kylo Ren (Adam Driver). Dicho elenco puede parecer muy ecléctico, pero su relativo bajo perfil ayuda demasiado a encariñarse con los personajes desde el comienzo. Rey cierra un muy buen año para ser una protagonista femenina en el cine de acción, y le lucha codo a codo a los muchachos -buenos y malos- en su lugar propio de guerrera que sabe más de lo que deja ver. Hace un gran dúo con el Finn de Boyega, que tiene presencia y ayuda a alivianar tensiones con sus constantes chistes, y el diplomático piloto Poe Dameron los abraza a ambos aunque no tenga gran peso en la historia -por ahora-. Éste es el encuentro entre Rey y Finn, y su batalla sin cuartel contra el siniestro Kylo Ren, un convincente Driver que parece nacido para ser malo. Podría seguir hablando eternamente sobre el elenco, pero hay que guardarse un poco. Los cameos se hicieron esperar y, cuando llegan, suscitan aplausos de la platea, en especial el gran papel que tiene el inoxidable Han Solo, que se anima a corretear por el universo con los debutantes de la saga sin perder el aliento. Y las andadas por la galaxia nunca lucieron mejor. Haciendo un uso del 3D que en algunos momentos vale la entrada, Abrams construye un viaje cargo de adrenalina y lleno de escenas de acción, persecuciones a toda velocidad, vueltas de cámara imposibles y criaturas rebosantes de animación y efectos prácticos de gran calidad. No escatimaron en gastos y eso se nota en la pantalla grande, que es de la única forma de disfrutar por completo esta gran película. Todo lo que la saga quiso ser y nunca pudo por cuestiones de presupuesto, hoy en día esos sueños están concretados en pantalla, en cada salida del Halcón Milenario, en cada combate mano a mano con sables láser, en cada efecto de sonido. Es, personalmente, todo lo que quise que Star Wars sea, y más. Es el sueño del pibe, cumplido. ¿Hace falta una reseña para decidir si ir a ver o no The Force Awakens? Me parece que no. J. J. Abrams es sinónimo de calidad y no habrá nadie que salga decepcionado con lo que hizo en esta monumental secuela. Seas fanático o no, es un momento histórico que se tiene que vivir dentro de una sala de cine.