Spotlight es una película tan devastadora como necesaria, con una trama de la que ningún territorio donde la fe católica esté presente está exento de culpa. La película de Tom McCarthy no le escapa a los detalles íntimos y escabrosos de una práctica que sigue repitiéndose día a día en diferentes lugares del mundo, y ese compromiso a no volver la cara hacia un lado, evadiendo la verdad, es lo que la hace aún más grande. Con una duración de 128 minutos, el estilo narrativo del film sigue una clara línea investigativa y nunca llega a aburrir al espectador. El grupo de periodistas persigue cada miga de pan de esta historia de abusos en la Iglesia hasta ir desenmascarando una conspiración gigante que, de salir a la luz, podría darle un sacudón inmenso al claustro eclesiástico. Estamos frente a una historia verídica, así que muchos ya sabrán el desenlace de ella, pero no por eso el film es menos revelador e impactante. Los periodistas del grupo Spotlight, que se dedican a artículos de investigación que toman meses en construirse, son personas de carne y hueso, que nunca caen en la caricatura quijotesca. Son seres humanos que tienen familias -aunque casi no los vemos, para aumentar la sensación de ahínco en su tarea y también de soledad- y están dedicados completamente a su trabajo. Ellos investigan, les cierran puertas en la cara pero, antes que por tener una historia, quieren hacerlo por el bien público, por esas personas a las que los degenerados curas les han cambiado la vida para siempre. El dedo en la llaga siempre está presente, pero el guión de McCarthy y Josh Singer nunca se pasa de mano, sino que lo hace de una manera sutil, igualmente dolorosa. Gran parte de que la película tenga un ritmo tan acorde y sea fácil de seguir es por la dirección efusiva de McCarthy, pero también por el talentoso elenco encargado de darles vida al grupo de Spotlight. Mark Ruffalo y Rachel McAdams con justa razón se han ganado sendas nominaciones como actores de reparto para los próximos Oscars, ya que son los más emocionados y emotivos para con el trabajo que conducen al investigar. No por eso son los protagonistas principales, el ensamble está muy bien construído con un recio Michael Keaton, un solapado pero imparable Brian d'Arcy James y un frenético Stanley Tucci, al cual ningún papel le queda chico. Liev Schrieber y John Slattery tienen papeles pequeños pero efectivos, y también hay que destacar la labor de Billy Crudup como un abogado que evita el tema a capa y espada en un papel para nada fácil. Spotlight tiene mi voto para llevarse el galardón máximo el próximo 28 de febrero en la ceremonia de los Oscars. Es un gran documento que queda para la posteridad, filmado con mucha cordura y tacto, que hace las preguntas necesarias y nunca se detiene hasta encontrar la verdad. Eso, y que los gráficos finales -entre los cuales hay 7 casos en abusos en Argentina, entre otras partes del mundo- hacen que miremos no más lejos que en nuestro patio de atrás. Y eso asusta.
Ryan Reynolds nació para interpretar a Wade Wilson, Deadpool, el "merc with a mouth". Fue una desgracia mayor para todos los involucrados en X-Men Origins: Wolverine que el resultado de la presentación del personaje haya sido tan tibia, en comparación con la explosión de violencia e hilaridad con la que Wilson siempre contó. Deadpool entonces es una inestimable cuerda de salvación tanto para el mercenario como para la carrera superheróica de Reynolds, para quien finalmente la tercera es la vencida tras los fracasos de Origins y Green Lantern. Mucho de lo que hace a la película debut de Tim Miller transformarse en una verdadera fiesta cinéfila es la luz verde que le dio Fox a él y a sus guionistas Paul Wernick y Rhett Reese (Zombieland, G.I. Joe: Retaliation) para hacer lo que se les caiga en gracia. Con un presupuesto relativamente pequeño para una entrada del universo Marvel o X-Men -$58 millones- la colaboración del trío se las tiene que arreglar para representar al personaje y conectar lo suficiente con el universo compartido superior a base de puro corazón. Ya desde la campaña promocional se veía venir una película de superhéroes diferente, pero a la vez el estudio fue cauteloso con un film "pequeño" dentro de los parámetros usuales, cosa de que si no llega a funcionar, se cubran sus propias espaldas. Pero Deadpool tiene que andar bien a toda costa. Cualquier falencia o carencia que el proyecto posea, se la disfraza con una cantidad ingente de chistes y referencias que destrozan simplemente la cuarta pared, donde se lo hace partícipe al espectador en todo momento. Hay momentos en los que la platea se estará partiendo tanto de la risa que no prestará tanta atención a los detalles. Y eso, aunque a veces daña, no es el caso de Deadpool. Desde los mismos títulos del comienzo y la aplastante secuencia inicial, estamos claramente frente a la atípica entrada en el mundo Marvel que hasta ahora, nunca habíamos presenciado. En la televisión, Daredevil y Jessica Jones allanaron un poco el camino, y gracias a Fox tenemos una comedia restringida con todos los condimentos de un cómic presentes. Todo lo que siempre quiso ser una adaptación comiquera y nunca pudo por cuestiones comerciales -mientras más gente vea la película, mejor- hoy es realidad. La historia de orígenes es bastante simple y está contada a dos tiempos, algo bien sencillo para presentar al personaje y en un futuro aumentar la realidad del mundo donde camina Deadpool. Repito, hay que hacer maravillas con un presupuesto acotado, y desde el guión Wernick y Reese se sacan un sobresaliente, y el debut de Miller como director ya venía augurado desde esa inolvidable secuencia de créditos en The Girl with the Dragon Tattoo de Fincher. Miller, siendo un creativo visual y artista de tales efectos, tiene la suficiente visión para acompañar con impactantes y grotescas secuencias de acción al Merc y sus acompañantes, en este caso el mutante Coloso que ya todos conocemos de la saga X-Men y la joven Negasonic Teenage Warhead, una muchachita con energía de sobra. De más está decir que Reynolds está fabuloso como Deadpool. Se nota a la legua que ha nacido para interpretar A Wade Wilson, que no quedó conforme con su primera aparición y que ha hecho lo imposible por contarla bien de una vez por todas. Como comediante siempre tuvo esa facilidad para entregar líneas a toda velocidad, y como héroe de acción, siempre sigue probando sus límites. Como contrapartida humorística, el siempre talentoso T.J. Miller actúa como mejor amigo y confidente de Wilson, siempre dispuesto a un ping-pong de improvisación, mientras que en la parte de acción el villano Ajax de Ed Skrein parte y reparte para todos lados, siendo un villano un tanto tranquilo pero funcional a la trama. Por el lado de las féminas, Morena Baccarin se divierte bastante como el interés romántico del antihéroe luego de su paso dramático por la serie Homeland, mientras que Gina Carano vuelve a aportr su granito de arena como heroína de acción y la joven Brianna Hildebrand también se divierte con su mutante X de mal carácter. Deadpool es un conjunto de viñetas de cómic que cobran vida en la pantalla grande. Es un festín de guiños, comentarios, acción, violencia y más violencia, todo lo que un cómic tiene que ser, sin filtros, sin tapujos. Es una verdadera fiesta que no le hace asco a nada y a la cual el término irreverente le queda corto. Bravo por Reynolds, que finalmente logró su cometido y con creces.
Carol viene con una inmensa carga de nominaciones, galardones y todo tipo de comentarios extremadamente positivos en esta historia acerca de dos mujeres, muy diferentes entre sí, que caen bajo el hechizo la una de la otra. El problema es que una está casada, y la época en la que transcurre el film -los años '50- no son precisamente un canto a la vida libre. El caso de Carol es que arriba con bombos y platillos, y el resultado final no es para todos. La historia de amor basada en la novela semiautobiográfica de Patricia Highsmith tiene un aire extremadamente clásico, gracias a una tremenda dirección de Todd Haynes y un sutil guión adaptado de Phyllis Nagy. Todo está milimétricamente pensado para el desarrollo pausado y paulatino de la trama, desde ese momento casi onírico en el cual la Carol de Cate Blanchett y la tímida Therese de Rooney Mara cruzan miradas en la tienda comercial. Cate y Rooney son la historia misma, todo comienza y termina en ellas, y Carol se favorece mucho de ello. Ambas son magnéticas y su cortejo comporta los momentos álgidos de la propuesta, con matices homosexuales que siempre le gusta manejar a Haynes. Las notas tibias en las que se maneja Carol pueden resultar eso mismo, tibias. No hay grandes vueltas de tuerca, ni revelaciones apresuradas. La relación íntima e ilícita de Carol y Therese se va construyendo poco a poco, y va evolucionando a pasos pequeños, sin grandes demostraciones de afecto. Es más lo que se insinúa que lo que se dice, y en ese campo tanto Blanchett como Mara se juegan todas sus cartas. Cate es un monumento actoral, y si bien no explota como bien lo hizo en Blue Jasmine, tiene un toque frío y señorial que contrasta perfectamente con la cálida juventud y mirada explorativa de la Therese de Rooney. Ambas son un complemento perfecto y llevan la trama a buen puerto. Mas allá del juego del gato y el ratón que interpreta la pareja protagónica, no hay mucha más trama relevante. Detrás de la pasión no consumada de Carol y Therese hay un marido -Kyle Chandler- que quiere a toda costa volver a formar una familia que desde un comienzo estaba rota, un joven -Jake Lacy- que no entiende la infatuación de su novia por un mujer mayor, y una incondicional amiga -Sarah Paulson- que ayuda en más de una ocasión a su amiga en aprietos. El elenco es sobrio y ayuda a sostener la dupla interpretativa en camino a su relación. Quizás ese falta de emociones fuertes es lo que haga que Carol se sienta tibia, pero no por ello disminuye el placer de ver a dos grandes actrices dándolo todo. Detrás de su magistral nota técnica -fotografía de Ed Lachmann, música de Carter Burwell, vestuario de Sandy Powell, todos trabajando en armonía con el relato- se esconde una adorable historia de amor que al día de hoy no significa mucho, pero trasladada a las vicisitudes de una relación del estilo en los años '50, se antoja trasgresora y necesaria. Si la temática no es de su agrado, al menos mirenla por la clase maestra de actuación que entregan Cate Blanchett y Rooney Mara.
Anomalisa es una pequeña gran anomalía en el cine de animación. Pequeña, porque cuenta una historia simple pero con toda la impronta del guionista y director Charlie Kaufman, y grande, porque es una película animada apuntada a la platea madura, alejada del territorio de Disney, Pixar y DreamWorks, y la primera de su clase en tener una calificación restringida y ser nominada a un premio de la Academia. El concepto que manejan Kaufman y su co-director Duke Johnson es bastante sencillo, pero funciona mucho a su favor. Un entristecido autor a punto de dar una charla en un gran hotel se ve agobiado al extremo por su estancada vida. Ha llegado a un punto en el que simplemente ve a toda la gente a su alrededor con las mismas expresiones faciales, y hasta oye la misma voz en cada uno de ellos, desde el taxista y el recepcionista del hotel, hasta su propia esposa e hijo -en la voz del siempre servicial Tom Noonan-. El detalle es desconcertante y muy kaufmaniano si vamos al caso, pero hay tristemente una condición psicológica llamada Síndrome de Fregoli, en la que quien la padece siente que varias personas en su vida son en verdad una misma persona bajo un disfraz. No por nada el hotel donde se hospeda Michael Stone -un maravilloso David Thewlis- se llama The Fregoli, en un guiño no tan solapado como uno esperaría. Michael lo prueba todo para salir del pozo depresivo en donde se encuentra, incluso un incómodo y desesperado intento de reconectarse con un amor del pasado, pero todo esfuerzo fracasa. Pero no es hasta que sale de una ducha que escucha en el pasillo algo maravilloso e inesperado, que hace estallar dentro de él emociones que hace rato creía perdidas. El resto, por supuesto, es cuestión de descubrirlo al ver la película. Anomalisa es un gran drama que cuenta con la particularidad de tener una historia muy simple y concisa, que requiere de animación porque de otra manera habría momentos que quedarían bastante más extraños con actores de carne y hueso. El nivel de animación, por otra parte, es una combinación tan bien conducida que por momentos a uno se le olvida que está mirando marionetas moverse. Tienen rasgos humanos, pero a la vez bisagras mecánicas. Todo es muy extraño, pero ¿qué no lo es en una película de Charlie Kaufman? La resolución del conflicto puede ser agridulce, pero no es nada que no se haya esperado desde el inicio. Es triste, pero es algo que pasa cotidianamente. Es la maravilla de la película de Kaufman y Johnson, la cotidianeidad de su trama, y lo fácil que es sentirse identificado con alguno de los personajes. Personajes que por cierto están increíblemente interpretados por Thewlis y una suprema Jennifer Jason Leigh, que junto a su actuación en The Hateful Eight tiene su merecido resurgimiento en Hollywood. Su voz es simplemente atrapante y su trabajo sencillamente podría calificar para recibir premios de la Academia. Junto con la labor de Noonan, conforman un trío lleno de expresividad que construye un pequeño mundo alrededor de pocos detalles. Anomalisa es una enternecedora y dramática historia que tiene la peculiaridad de estar contada a traves de animación stop-motion. El resto es sencillamente magia pura gracias a todos los involucrados. Imperdible si quieren presenciar una de las historias más humanas de la temporada, y ver otro tipo de animación a la que no estamos acostumbrados.
No había que esperar mucho de un título tan irreverente como Pride and Prejudice and Zombies, y aunque el resultado de la adaptación fílmica de Burr Steers no es tan abismal como la novela homónima, sí es un poco decepcionante. Nada malo tiene la historia, la ya clásica lucha de clases y estereotipos que tan hábilmente escribió Jane Austen hace años y que aún sigue en vigencia. El primer problema que suscita es el equilibrio entre un tipo de prosa y el nuevo agregado de los no-muertos. Si bien el escenario apocalíptico victoriano promete mucho en principio, el correr del tiempo termina por agotar la novedad, que da paso a que los eventos de la novela original se vean adaptados una vez más, sino mucho zombie de por medio. Los muertos son una amenaza casi latente, pero nunca son lo suficientemente terroríficos como para causar pánico, ni tampoco tan graciosos para que el costado de la comedia brille. Hay elementos de uno y otro lado, pero la combinación nunca llega a cuajar. La culpa tampoco es de un inspirado elenco, que se ven ensimismados en los papeles que les tocó en gracia y llevan a cuestas una trama que es una locura desde el comienzo. Lily James y Sam Riley son geniales como Lizzie Bennett y Mr. Darcy, tanto luchando con sus filosas lenguas como en combates mano a mano. Son el corazón de la película, y gracias a esta dupla es que Pride and Prejudice and Zombies no se hunde. Bella Heathcote es una hermosa y letal Jane Bennett, mientras que los aplausos se los lleva un denso e hiperquinético Parson Collins, interpretado con gusto por Matt Smith quien se roba varios momentos con su personaje. Lena Headey, la imparable Cersei de Game of Thrones, hace lo que puede con un dignificado cameo que está para poner su nombre en el póster y no mucho más. Mejor suerte le va a Charles Dance con su correcto Mr. Bennett, pero no mucho más lejos del territorio de la mera participación. Una de las complicaciones fundamentales a la hora de empañar el entretenimiento de una propuesta que casi no se lleva a cabo -piensen que en algún momento iba a ser protagonizada por Natalie Portman y dirigida por David O. Russell- es su contenido. Hay violencia y sangre, sí, pero la calificación PG-13 no permite que todo estalle como debería hacerlo. Hay muertes, decapitaciones y heridas varias, pero todo es tan rápido que apenas se puede apreciar bien el nivel de detalle. Hay buena coreografía, interesantes escenas de acción, pero el apocalipsis zombie apenas se siente verdadero. Ya para el acto final, hay muchas reglas inherentes al género que se rompen sólo por romperse y no tienen sentido. Lo poco que se había logrado se destruye con esos momentos, y por mucho que el elenco lo intente, ya no hay vuelta atrás. Pride and Prejudice and Zombies tiene una premisa tan descabellada que tenía que funcionar. Como libro no lo hizo del todo, y como película tiene sus momentos de gloria, pero son entrecortados, espaciados y se apagan pronto. Un elenco joven y fresco tiene poder para levantar de entre los muertos dicha propuesta, pero sólo pueden sostenerla durante cierto tiempo. En el camino hay un epílogo que promete el doble de acción y aventura, pero dudo que lleguemos a verlo algún día. Y si la adrenalina viene tan descafeinada como ahora, dudo de que queramos hacerlo.
Para haber sido una secuela de la película de culto Se7en que luego mutó en lo que ahora conocemos como Solace, el resultado final del film del brasileño Afonso Poyart es un estilizado y competente thriller policíaco. Tendrá sus peros, mas tiene personajes atractivos, una trama inmersiva y uno de los mejores papeles de Anthony Hopkins en años, gran actor que ha mancillado su carrera con una seguidilla de proyectos paupérrimos. Sin contar con la violencia explícita ni la oscuridad latente de Los 7 Pecados Capitales, Solace tiene la tan distinguida historia de un asesino en serie suelto, y dos detectives -uno curtido, la otra novata- que lo persiguen a toda costa. Este asesino es totalmente elusivo, y la dupla no tiene mejor idea que traer al ruedo a un renombrado doctor con habilidades paranormales únicas para darle caza. Sí, suena mucho también a la trama de Silence of the Lambs pero, en este caso, el personaje de Hopkins está del lado de los buenos, y tampoco es que es una copia a su enorme Hannibal Lecter. El desembarco de Poyart en Hollywood bebe de esas dos fuentes destacables, pero tanto su detallado ojo visual como el certero guión de Peter Morgan y Sean Bailey eligen enfocar las cosas de manera diferente. El hilo narrativo es bastante procedimental y las habilidades del personaje de Hopkins ayudan mucho a la búsqueda desesperada del asesino. Durante gran parte del metraje se esconde a dicho maníaco, un siempre correcto Colin Farrell, en las ráfagas de visiones del doctor para luego hacer acto de aparición ya pasada una buena hora, pero cuando aparece raudamente, el duelo interpretativo entre Hopkins y Farrell es innegable. Muy correctos también están Jeffrey Dean Morgan como el amigo y colega del doctor clarividente, y la joven Abbie Cornish como la novata que tiene más de un cruce con el doctor, pero en definitiva hacen una dupla de temer. Solace es un cliché andante, pero tiene la amabilidad de intercambiar algunos de sus notables preconceptos y entregar alguna que otra sorpresa a la platea. Que dure lo justo y necesario, que plantee algunos dilemas morales en el camino, y que por sobre todas las cosas se deje ver con su estilizado sentido del crimen es más que suficiente para pasar un buen momento en el cine. Y para ver, por supuesto, a un Anthony Hopkins inspirado comiéndose cada escena en la que esté presente.
na parodia de la exitosa Fifty Shades of Grey era fruta que estaba colgando muy bajo del árbol, y la dupla del actor Marlon Wayans con su director predilecto Michael Tiddes vieron la oportunidad y se lanzaron al vacío. El resultado, como siempre, es un refrito de la historia que tiene el humor habitual de la dupla, que tanto los caracteriza: burdo, simple y gastado. Soy de esos que consideran que la película original no es un producto malo, pero tampoco es bueno. Es mucho mejor de lo que a simple vista el libro puede llegar a considerarse, y eso habiendo leído algún que otro pasaje de la inleíble novela. Ya el guión de Kelly Marcel se prestaba a la parodia sutil, a reírse del producto tan solapadamente que uno no sabía que estaba viendo una comedia en modo ninja, riéndose de la visión tan vainilla del mundo de la dominación que presentaba la historia de Anastasia Steele y Christian Grey. Es por eso que Fifty Shades of Black es tan innecesaria. Puede resultar catártica en algunos momentos, cuando tanto Wayans como Tiddes son iluminados desde arriba y le propinan a la naciente saga un par de golpes bajos que te pueden sacar una sonrisa, pero hasta ahí llegan. Si vamos a destacarle alguna que otra cosa antes de pegarle miserablemente, es que en algunos momentos, los escenarios son prácticamente calcados del film original. La sala de juegos de Grey, o la oficina con luz tenue y cálida donde se firma el contrato de confidencialidad se notan tan o igualmente similares que abruman y le dan un toque extra. Wayans a esta altura es inimputable, puede hacer lo que quiera porque total el dinero lo va a recuperar -estas parodias cuestan un vuelto en Hollywood, prácticamente- y las expresiones faciales que hace pueden hacerte bufar de la risa. Eso, y que de paso siempre elige mostrar su esbelto cuerpo, para aquel que le preocupe admirarlo. Kali Hawk, la Anastasia de turno, es una interesante comediante, que obviamente supera las circunstancias a las que se ve encasillada en el pobre guión, pero le sigue el ritmo a Wayans en todas las escenas. No se pierden oportunidad también de pasearse por la película los cameos de comediantes como Fred Willard y Mike Epps, así como también la aparición de Jane Seymour, lejos ya de ser la Doctora Quinn que todos conocimos. Si entran a la sala de cine para ver Fifty Shades of Black los felicito, tienen mas coraje que el que les escribe. Si están sentados en la butaca, sabrán que pasarán hora y media con una comedia cuyo humor conocen de antemano, y no habrá muchas sorpresas de por medio. Están avisados.
Pare de sufrir Para Alejandro González Iñárritu, si un protagonista suyo no sufre, no merece estar en su película. Tomando una página de su compatriota Alfonso Cuarón, The Revenant es para Leonardo DiCaprio lo que Gravity fue para Sandra Bullock. Aunque ella la pasó pésimo en el espacio, él se lleva la torta con una travesía sangrienta que no le da respiro casi en ningún momento, y por el que llegado a cierto punto uno como espectador ya quiere implorarle a la Academia que le entregue un Oscar así no tiene que volver a pasar por estas situaciones con tal de obtener la preciada estatua dorada. Para una odisea de dos horas y media, la fábula de supervivencia y venganza de Iñárritu en colaboración con Mark L. Smith tiene un ritmo melodramático pausado, pero nunca soporífero. Al menos, hay que otorgarle eso a Alejandro. Como guía de una expedición de cazadores de pieles que debe abandonar su tarea por el ataque de una tribu de nativos en busca de una de los suyos, Hugh Glass -DiCaprio- no empieza la película con el pie correcto. Con una responsabilidad enorme de poner a salvo al restante de la expedición, y con el asedio de uno de los participantes que se ha ensimismado con él y su hijo mestizo, las cosas no se pueden poner peor hasta que un oso destruye la poca estabilidad del grupo. Ese feroz ataque es el punto de inflexión de la trama, que opta por separar al grupo y deja a un malherido Glass al borde de la muerte. El resto de la historia se va contando sola... De no ser por la inestimable cooperación del director de fotografía Emmanuel Lubezki, y las fascinantes interpretaciones de Leonardo y un cruento pero fantástico Tom Hardy como el antagonista de Glass, The Revenant hubiese pasado con más pena que gloria. Conocido es el ego inflamado de Iñárritu de querer hacer de sus proyectos obras maestras sin pasar por el test del tiempo, y su último film no le escapa a esa arrogancia que amenaza con quemarlo todo. La historia tiene pasajes increíbles por la nitidez de su acción, la crueldad de los actos humanos y una belleza insoslayable, cortesía de un Lubezki siempre dispuesto a hacer de cada fotograma una obra de arte. El problema de Alejandro es que el cuento que quiere contar en esta ocasión es uno que ya se ha visto antes, muchas veces aquí y allá. The Revenant no es una copia ni un homenaje, pero a veces quiere ser tan absoluta y sesuda que se pierde el mensaje, si es que hay uno. Es como si Iñárritu quisiese marcar una línea y decir: "Nadie nunca va a hacer una historia de venganza y supervivencia como la que he contado yo. Vamos, los desafío a hacerlo". Pero no por eso la película se desintegra por completo. Si se puede dejar de lado el infantilismo del director, hay muchas otras variables que hacen del tortuoso destino de Hugh Glass un pasaje más ameno, si se lo puede llamar así a la cantidad de ataques y escenas de violencia de la cual Apocalypto de Mel Gibson estaría orgullosa de llamarse prima. DiCaprio supo aprovechar su oportunidad y lo entrega absolutamente todo en la interpretación del guía al que no le sale una bien. Ya en algún que otro momento se escapa la risa nerviosa con todo lo que le pasa, pero Leo sigue indemne y entregado en alma y corazón al personaje que finalmente puede abrirle las puertas al Oscar. Definitivamente no es uno de sus mejores papeles, pero su tenacidad no puede ser ignorada. Hardy es la contrapartida de DiCaprio, interpreta a un ser detestable y sin escrúpulos. La factoría del actor británico no parece tener fin y él sigue bordando personajes controversiales y, de alguna u otra manera, inolvidables. El resto del elenco es muy sólido, con jóvenes promesas como Domhnall Gleeson y Will Poulter endureciéndose en el frío invierno americano. El amor que le tiene la Academia a Iñárritu es verdaderamente inexplicable. The Revenant es la película que más nominaciones tiene de cara a los próximos premios y se entiende desde los aspectos técnicos, porque es maravillosa desde esa óptica, pero en general es una película que deja con gusto a poco si se la mira un poco más en profundidad pasando lo visual y el duelo interpretativo de DiCaprio y Hardy. Si la ven en el cine, lleven una dosis de adrenalina para inyectarse después de terminada la película, porque van a necesitar un golpe fuerte para despertarse de este sueño onírico y violento que preparó el controversial director mexicano.
Legend puede parecer otra biografía criminal más de sujetos que ganaron mucho dinero y mala fama con actividades extracurriculares, con una ligera diferencia de por medio: Tom Hardy. En este caso en particular, fue una dupla la que causó estragos en una Londres de 1960, los hermanos gemelos Ronald y Reginald Kray, Ron y Reggie para los más allegados. Y es el mismo Hardy que se divide en dos y les otorga personalidad a los Kray con su extravagante actitud y aplomo, convirtiéndose el actor británico en el principio y el fin de lo que la hace sobresalir. La película de Brian Helgeland, con guión propio basada en el libro de John Pearson, es bastante tópica en la recreación de época y en los conflictos entre diferentes grupos de criminales, pero se destaca cuando le da paso a que aflore el conflicto familiar entre los gemelos. Es en esos momentos en donde Hardy reune toda su fuerza interpretativa y, por un lado, construye a Reggie, el más calmo y racional de los hermanos, casi como una extensión de su propia persona. Reggie es suave y sofisticado, todo lo contrario a Ron, un homosexual declarado al que le falta más de un caramelo en el frasco. Es Ron el que le permite a Hardy meterse en personaje y desplegar todos sus recursos para darle dimensión a una persona conflictiva, con muchos problemas personales, pero que da lugar a inmensas escenas donde el actor se nota imparable. Ambos papeles son muy diferentes, y no sólo en la presencia física y los atuendos. Hardy es el núcleo del film, y cuando no está en pantalla, la trama pierde fuelle. Es una pena, porque hay un excelente elenco secundario, comenzando con la mujer que osa interponerse entre los hermanos, la narradora poco confiable que es la Frances Shea de Emily Browning, y siguiendo con grandes nombres como Christoper Eccleston como el detective tras la pista de los hermanos, David Thewlis como el abogado fiel de los Kray, y hasta un cameo de Paul Bettany como un rival. Pero con una duración de dos horas y un poco más, los eventos que se suceden terminan por estirar una historia que con menos metraje hubiese resultado mucho más sólida, y de no haber apelado tanto a la narración omnisciente del personaje de Browning, las cosas hubiesen quedado mucho mejor a interpretación del espectador y no con información repetida una y otra vez. La película de Helgeland tiene estilo, pero no tanta sustancia como se cree. La primera mitad es muy interesante, pero luego la atención se va perdiendo, no importa cuántos entrecruces y peleas haya entre los hermanos, amén de un excelente equipo técnico y dobles de riesgo que hacen de una pelea entre los Kray uno de los mejores momentos que Legend tiene para ofrecer. Si de algo sirve esta historia biográfica de gángsters, es para cimentar nuevamente lo colosalmente grande que es Tom Hardy como actor.
Durante meses, se hablaba de que Room era un drama demoledor. Una vez que se terminan sus angustiosas dos horas, habrán presenciado una experiencia única, y muchas veces para nada placentera, confirmando todo lo que se decía de ella. Para ser una historia que parece salida de la primera plana de los diarios, y pasar la mitad de su metraje ubicada en una sola locación, el resultado final es una pieza encantadora y con mucha esperanza, que toca un tema muy doloroso pero lo hace con gracia de sobra. El núcleo de la galardonada pieza de Lenny Abrahamson puede erróneamente ser confundida con la localidad del título, pero en verdad es la relación entre Ma y su hijo Jack, nacido en cautiverio y cuyo mundo se reduce a las paredes en las que están encerrados. Esta habitación florece con los juegos y momentos íntimos que comparten la dupla, reacios a ser confinados en tan pequeño espacio, hasta que por las noches su juego se acaba y la llegada de su secuestrador ensombrece todo alrededor. Ya de por sí son momentos desgarradores, pero gracias al ojo de Abrahamson cobran otra dimensión terrorífica al ser presenciados a través de los ojos del pequeño Jack, encerrado en su habitación-ropero, sabiendo muy bien lo que pasa pero a la vez no entendiendo nada. Pero la aplastante rutina de Ma y Jack se tiene que terminar alguna vez, y con el crecimiento del muchacho, Ma idea un peligroso plan para eludir finalmente su prisión. Durante la primera mitad de la película, tanto Brie Larson como el fresco de la fábrica Jacob Tremblay poseen una química única, que va más allá de ser madres e hijos comunes. Comparten una prisión, pero la han dotado de humanidad, esa misma humanidad que su carcelero les ha quitado poco a poco. Ma y Jack se divierten y se reprochan al mismo tiempo, y Larson y Tremblay le ponen el cuerpo a sendos personajes muy difíciles de abordar, y salen más que airosos. Brie estuvo a punto de estallar hace poquitos años con la excelente Short Term 12, y ahora el merecido reconocimiento le llega con este papel muy duro, al que le agrega faceta tras faceta con sólo algunos gestos y mucha emoción. Jacob no se queda nunca atrás y sorprende a su corta edad con una caracterización que emociona y deja sin palabras al mismo tiempo. Imposible contenerse con varias escenas, sobre todo esa tan reveladora cuando descubre el mundo exterior en medio de su odisea de rescate. La segunda mitad de Room es mucho menos pesada, pero retrata otro tipo de horror diferente al cautiverio. Normalmente la adaptación al mundo exterior es un costado que no se toca mucho en películas con personas secuestradas. El encierro puede haber acabado, pero la odisea aún no. Es otra arista a la cual tienen que enfrentarse Ma y Jack, acostumbrarse al mundo tangible y no imaginario, y Larson y Tremblay están más que dispuestos a enfrentarse al desafío. Room es un canto a la vida, que tiene sus embates morales y sociales, pero que en definitiva sobresale por las enormes actuaciones de su dupla protagonista. Es una película imperdible.