Ghoul entra a la cancha con todas las de perder. Es una película de terror, de esas que se estrenan de a puñados en la cartelera local, y está filmada en formato cámara en mano. Ya puedo escuchar el resoplido del lector, aburrido y cansado de lo mismo una y otra vez. Yo también resoplé al empezar a verla, pero de inmediato los primeros minutos me atraparon. Estamos en Ucrania, siguiendo al típico trío de documentalistas americanos, pero su foco es interesante. Filmando lo que va a ser un piloto sobre canibalismo, su primera historia será la de hambruna de 1932, y cómo se traslada a la miseria que sufrió su pueblo al tener que recurrir a comerse los unos a los otros. Esos primeros testimonios de ancianas que vieron u oyeron rumores sobre esta situación son el momento más sólido de la propuesta del actor devenido en director y guionista Petr Jákl. Luego, todo es cuesta abajo. Los jóvenes, junto a un guía local y una joven traductora, contactan a un supuesto caníbal que eludió la ley, al cual entrevistarán. El lugar de la entrevista es nada mas y nada menos que una cabaña en un lejano bosque, donde dicen las malas lenguas que este caníbal mató y fagocitó a un colega. Por si fuera poco, la situación se empeora cuando el grupo despierta al espíritu del tristemente célebre asesino y caníbal Andrei Chikatilo, cuya sed de sangre y carne humana no la frenó ni la tumba. El plato está servido para una odisea de terror... O no. Lo que parecía un escenario horrible del género se va tropezando una y otra vez con las ramas de un subgénero agotado. Sustos de cartón, ruidos a todo volumen que pretenden generar un salto en la butaca, gritos, posesiones, rasguños, gatos desmembrados, muchas sesiones espiritistas. Todos los elementos clásicos están presentes, pero no hay nada nuevo bajo el sol. El grupo tiene actuaciones que uno llega a esperar de este tipo de películas, alguno en mejor registro que otro, pero no sobresalen, y nunca llegarán a ese icónico nivel de histeria que Heather Donahue consolidó para la posteridad en el acto final de The Blair Witch Project. Eventualmente, el guión decide avanzar toda la acción en minutos, los protagonistas se van despidiendo de la pantalla de manera rápida y casi estéril -no hay demasiada violencia en pantalla, cosa rara- y la escena final es un vómito de información que no sirve de mucho, que confunde y aplasta ese interesante inicio sobre canibalismo que una vez supo ser la película. Ghoul es otra triste manera de mancillar el nombre del terror que sólo puede gustar a aquellos que buscan dormirse en una sala de cine sin mucha gente, o los que van a darse arrumacos con una persona que están conociendo. Un fanático del horror, a menos que sea muy completista -como yo- no tiene muchas chances de pagar una entrada para ver este esperpento. Ah, y agradezcan que no la ven en 3D, como sí lo hicieron en su país natal, donde fue un éxito de taquillas. Cosas extrañas ocurren por el norte, ¿no?
The Hallow poco y nada tiene de hijos y Diablo, como su título local lo indica. El personaje principal teme por la seguridad de su esposa e infante hijo, pero el Diablo acá no tiene nada que hacer, aunque sí hay un bosque encantado, pero no con el encanto que presenta la factoría Disney. El encanto del bosque irlandés del film de Corin Hardy es una fuerza mucho más arcana y antigua de lo que parece, y defiende su hogar a como de lugar. Y lo que en un principio parece una de terror más, se va tornando en una pequeña gema entretenida y escalofriante. En su primer largometraje, Hardy y su colega Felipe Marino juegan con muchas de las nociones del género, las van apilando una encima de la otra, haciendo perfecto equilibrio entre un subgénero y el otro. El núcleo de la trama es una fábula oscura y retorcida, que da paso a trazos de criaturas nocturnas, a la invasión hogareña, a la posesión y hasta al horror corporal. Puede parecer demasiado para una sola película, pero es material más que suficiente para que Hardy se despache con su historia con bajada de línea ecológica y todo. Para Adam y Claire, lo que debería ser un paseo en el bosque -ejem- se torna poco a poco en un acecho feroz y despiadado. Ambos no saben en lo que se han metido, ya que no creen en la superstición local acerca de una fuerza sobrenatural que defiende su territorio, pero casi de inmediato sabrán a que se enfrentan. La labor de Joseph Mawle y Bojana Novakovic ayuda mucho a generar empatía desde el principio; la pareja es muy racional y a medida que el horror llega en oleadas, hacen lo imposible para defenderse de algo que por lógica pura no debería existir, pero lo hace. Y no tardan mucho tiempo en dudar de ello. Al momento que el bosque hace acto de presencia mediante sus terroríficos habitantes, Adam y Claire se ponen en pie de guerra para defenderse. Y Hardy no pierde tiempo alguno en captar todo este horror en pantalla, ayudándose mucho de la localidad elegida para la acción, con bellísimos paisajes tanto de día como cuando cae la noche. Pocas películas del género enganchan al espectador de la misma manera que lo hace The Hallow y para cuando termina, uno se queda con ganas de más, de conocer a fondo toda la mitología que el director desperdiga durante cada fotograma del film, cual pistas para ir reconstruyendo esta fábula desde cero. The Hallow es un promisorio primer capítulo en la filmografía de Corin Hardy, un sólido paso hacia adelante que promete muchísimo talento en el futuro, y que si uno entra a ver con pocas expectativas, sabrá disfrutar de las macabras sorpresas que le depara este suculento y oscuro bosque encantado.
Han pasado 10 años desde que Angelina Jolie y Brad Pitt compartieron pantalla en la pasable Mr. and Mrs. Smith, incendiando Hollywood a su paso con su flamante amorío, devenido en el nacimiento de una de las parejas más resonantes del medio en los últimos tiempos. El regreso por la puerta grande de la dupla a los cines debería agitar las aguas una vez más, pero en By the Sea dichas aguas están demasiado mansas, con una historia tediosa y prolongada, con chispas pero no las suficientes para reiniciar otro fuego que arrase a la Meca del cine una vez más. Mucho se ha dicho de que la tercera incursión de Jolie como directora -y su segunda como guionista- es un proyecto vanidoso, una oportunidad para saciar las ansias expansivas de la actriz para luego en un futuro tenerla conforme y flexible para otras propuestas. Luego de ver las extensas dos horas de metraje, se puede decir que si, es un capricho de la actriz que no resulta muy relevante en algunos aspectos, pero a su vez es una pequeña obra de arte desde lo técnico. Angelina está claramente inspirada en films de hace treinta o cuarenta años, donde una localidad exótica era el fondo perfecto para un drama de parejas. El escenario acá es la costa de Malta, un hotel donde el escritor americano Roland y su mujer ex-bailarina Vanessa llegan para disfrutar de la tranquilidad y ayudar al primero en la escritura de su próxima novela. Detrás de la hermosa fachada de la pareja se esconde un pasado que tarda su debido tiempo en salir a flote, pero eventualmente llega a la superficie. Él hace buenas migas con el agradable cantinero -un sobresaliente Niels Arestrup- que lo mantiene entretenido y con alcohol listo todos los días; ella se la pasa leyendo y tomando pastillas en la habitación del hotel, viendo como un pescador realiza su rutinario ida y vuelta hacia el mar. Es todo muy repetitivo hasta que el arribo de una joven pareja de recién casados agita la poca calma que los protagonistas tienen. Apasionados y sin tapujos, Léa y François -Mélanie Laurent y Melvil Poupaud- son todo lo que Roland y Vanessa han perdido con el tiempo, pero a su vez la diferencia hará que sus actividades extracurriculares acerquen a la pareja en crisis mediante un conector bastante particular, que pierde su sentido si es revelado aquí mismo. Este desarrollo de la trama entrega lejos las mejores escenas de la película, donde la química de Jolie y Pitt resurge con fuerza una vez más, para luego apagarse poco a poco. No es misterio alguno que la dupla ahora tiene una vida de casados mucho más tranquila de lo que fueron sus comienzos, y esa calma matrimonial se filtra hacia sus contrapartidas ficticias. Por un lado, esa relación de comodidad ayuda a transmitir los pesares de Roland y Ness, pero por otro lado esa misma comodidad genera un estado soporífero difícil de remontar. Jolie y Pitt se miran, se tocan, se insultan, se adoran en silencio. Tienen presencia en pantalla, pero son una cáscara brillante a una historia que se ha contado muchas veces, y mejor. La fotografía de Christian Berger y la suave música de Gabriel Yared ayudan a darle un acabado precioso a la mano de Jolie como directora, pero en definitiva es un plato apetitoso que a las horas de haberlo terminado genera hambre de algo más sustancioso.
Hay muchas cosas que están mal en Transporter Refueled, pero su pecado mayor es quererle vender al seguidor de la saga que Frank Martin ya no tiene la cara del imparable Jason Statham sino la del anodino Ed Skrein, que quizás recordarán por ser un Daario Naharis tan aburrido en la serie Game of Thrones que a la siguiente temporada lo cambiaron por otro actor. Y del recargado del título no hay mucho, ya que la nafta utilizada para esta nueva entrega no es de la misma calidad que antes. Con la estampa de Luc Besson siempre presente -ayudó desde la producción y el inexistente guión de la misma- tenemos en la trama a un joven Transportador que se ve metido en un embrollo debido a un grupo de prostitutas que se creen modernas Mosqueteras -Alexandre Dumas debe revolcarse en su tumba- y secuestran al padre de Frank para salir intactas con su gran robo a su proxeneta. En líneas generales, ésa es la historia, y la dirección de Camille Delamarre tiene que llenar noventa minutos con las persecuciones, choques y combates mano a mano que siempre presenta la factoría Besson. El esfuerzo de Delamarre es evidente y hay interesantes secuencias de acción, pero es más de lo mismo y Skrein no está a la altura de las circunstancias. Más si tiene unos zapatos muy grandes que llenar, porque estamos hablando del mismo Frank Martin que le abrió las puertas de Hollywood a Statham, no otro personaje en el mismo rubro empresarial. Podrá tener un físico privilegiado, pero Statham es Statham. El resto del elenco es lo usual, villanos muy villanos, femme fatales filmadas en cámara lenta, y a Ray Stevenson como el padre del Transportador, el único que parece saber en qué clase de película está metido, y le da a su personaje todo lo que el guión le pide. Su papel tiene mucha mas chispa que el de su hijo, y si en él hubiese recaído el nuevo papel del Transportador, las quejas no hubiesen sido las mismas. Transporter Refueled es un largo comercial para promocionar las hermosas costas de Francia y el auto último modelo del protagonista. Más allá de eso, hay alguna que otra buena secuencia técnica, pero en definitiva es un plato recalentado de una saga que ya estaba en las últimas y mas ahora que Statham abandonó el barco -o mejor dicho, el auto-. Un nuevo arranque que no pasa de la primera marcha.
Una de las grandes injusticias de los últimos años es que la excelente antología de terror Trick 'r Treat nunca se haya estrenado comercialmente, y haya tenido que esperar al mercado hogareño para reventarlo y generar su merecido seguimiento de culto. Inventiva a más no poder, la película del 2007 fue una gran carta de presentación para el director Michael Dougherty, quien regresa esta vez por la puerta grande con Krampus, una historia navideña de terror que anima las festividades con una trama graciosa y terrorífica a partes iguales. Todo el que tenga una familia numerosa sabe que las fiestas de fin de año son una bendición y maldición al mismo tiempo. No nos llevamos bien con todo el mundo, y estas ocasiones puedan sacar lo mejor y lo peor del espíritu humano. Y sino pregúntenle al jovencito Max, que ve como una de sus fiestas favoritas se ve arruinada con la llegada de su familia, que desbarata toda la poca tranquilidad que ya había en su gélida casa. Los Engels son una familia más que correcta, todo lo contrario de sus familiares, que son una patota desarreglada y atolondrada, que encima traen como sorpresa a una tía alcohólica y muy propensa a largar la verdad a cada momento, aunque duela. Al llegar el punto de quiebre de Max gracias a sus primas buenas para nada, el inofensivo acto de destruir una carta a Papa Noel y lanzarla al aire invernal desata la aparición de una criatura mitológica que es la contrapartida del adorable Santa que todos conocemos, y no trae más que caos y destrucción consigo. Dougherty y compañía -los guionistas Todd Casey y Zack Shields- eligen la senda de una narrativa convencional en lugar de las historias interconectadas de Trick 'r Treat, y el camino hacia la revelación del villano se hace mediante el uso de la tensión y escenas de suspenso por demás angustiantes. La familia queda aislada completamente del mundo exterior, y su barrio y hogar son asediados por extrañas criaturas, una combinación inventiva y en algunos casos repulsiva, de seres digitales y prácticos. El aislamiento ocurre relativamente temprano en la película, y la familia empieza a caer miembro a miembro sin saber exactamente qué es lo que los ataca. Pero cuando la abuela Omi revela la historia detrás de Krampus, la acción y el terror se combinan de la mejor manera. Si el espíritu del film recuerda a otras propuestas del género, su principal es la inmortal Gremlins de Joe Dante. Al ser una película de estudio, se siente que a Dougherty le bajaron un poco el pulgar y se pasa de la relativamente sangrienta primera película a un plan más familiar; la calificación PG-13 se hace notar, además de que el nivel de mala leche que poseía su previo proyecto se ve un poco edulcorado con un tramo final que apunta hacia una dirección pero que recula hacia terreno más seguro. Es una lástima, porque los títulos iniciales prometían un nivel de cinismo elevado que está presente a lo largo de la película, pero no en el desenlace. El elenco es el otro gran punto de entrada para el espectador, y no decepciona. Adam Scott y Toni Collete comandan a esta familia en aprietos con mucha solidez, sobre todo Toni, que es una eximia actriz de gran carrera y no le tiene miedo a creerse el papel en el que se encuentra, nunca sobreactuarlo o, si lo hace, sólo lo suficiente para sentir empatía por su situación. Emjay Anthony es el retoño que desencadena la tragedia y su candidez frente a la frialdad del resto de su clan es entrañable al extremo. Grandes comediantes como David Koechner y Conchata Ferrell son los encargados de alivianar la tensión con humor, y son los responsables de las mejores escenas de la película, sin lugar a dudas. El grupo se siente como una familia hecha y derecha, y eso es lo que más importa a la hora de crear clima y suspenso. En definitiva, Krampus es una genial adición final a un año de horror que tuvo sus embates como siempre, y se despide por la puerta grande. Es una película sobresaliente desde lo técnico, que cuenta una bonita y escalofriante historia, y se despacha con un sentido del humor muy particular.
No es fácil ser objetivo con la versión americana de la adorada El Secreto de sus Ojos, pero tampoco imposible. La película de Juan José Campanella del 2009, ganadora del Oscar a la Mejor Extranjera ese mismo año, se ha convertido en un clásico con el correr de los tiempos, y la revisión angloparlante sonaba a manotazo de ahogado en un medio donde las ideas escasean. Por fortuna, Secret in Their Eyes actualiza a las modas locales una historia muy costumbrista argentina, cambiando un par de situaciones, personajes y escenarios, pero dejando el núcleo emotivo y funcional de la original. El juego de las diferencias está presto a comenzar, es inevitable, así que allí vamos. Escrita y dirigida por Billy Ray -Flightplan, The Hunger Games, Captain Phillips-, lleva el terreno de juego de una Argentina pre y post Dictadura a unos Estados Unidos pre y post 11 de septiembre, con las alarmas todas atentas a cualquier indicio de terrorismo. Un equipo inseparable de agentes del FBI, Ray y Jess -Chiwetel Ejiofor y Julia Roberts-, están siguiendo de cerca a los integrantes de una mezquita, cuando su labor es interrumpida por un llamado: un cuerpo ha sido encontrado cerca de dicho recinto. El problema se profundiza aún más cuando ese mismo cadáver, el de una joven violada y asesinada, es familiar directo de este dueto de amigos y colegas. Suenan los violines del drama... A esta altura, ya sabrán que la labor de Ricardo Darín y Guillermo Franchella recaen en Ejiofor y Roberts respectivamente, pero esa alineación con el asesinato de un familiar es lo que genera el cambio más notorio de una versión a otra. La investigación ahora tiene un elemento mucho más emocional y el espectador se puede sentir más atormentado, metido de lleno en la cruzada de una madre por encontrar al asesino de su hija. Por desgracia, luego de ese cambio, hay pocos detalles que generen un interés genuino para aquellos que vieron la original. Todos y cada uno de los grandes momentos del film de Campanella están aggiornados con gusto americano. Si en una versión el supuesto asesino es fanático del fútbol, en la otra lo es del béisbol, y así sucesivamente. La estupenda labor de Julia como la angustiada y atribulada madre es lo mejor que tiene para ofrecer la película en materia de elenco, aunque el resto que la rodea es muy sólido. El problema es que con el cambio de foco, la trama debería estar encima del personaje de Julia todo el tiempo, y se disuelve cuando se preocupa más por la relación entre Ejiofor y la fiscal que interpreta Nicole Kidman. Ambos tienen un poco de química, pero no la suficiente como para interesar más que el viaje doloroso de Roberts, que queda relegada a un segundo plano muchas veces y es la trama que más importa en esta ocasión. Secret in Their Eyes gustará mucho a aquellos que no hayan visto la original; el resto encontrará algunos cambios sustanciales que valen la pena verlos, pero por otro lado es una adaptación sin grandes aspavientos. Si la original funciona, ¿por qué arreglarla? Es una linda maquillada, bonita, pero algo insulsa con el correr de las horas, aunque la labor de Julia Roberts sola bien paga la entrada.
En una época en la cual la reinvención de historias está de moda, el lugar que viene a ocupar Victor Frankenstein es uno muy concurrido. Los monstruos clásicos del cine han vuelto una y otra vez, contando la misma trama desde diferentes ópticas, y siempre bajo el refrán "La historia que nunca te contaron". La película de Paul McGuigan, entonces, es una nueva visión de la inmortal novela de Mary Shelley, esta vez contada desde los ojos de Igor. Sin trascender tanto como ella misma cree que lo hace, en el camino deja un par de elementos destacables para no hundirla por completo en el lodo. El guión de Max Landis -su segunda película escrita en el año después de American Ultra- ofrece algún que otro cambio sustancial en la prosa de Shelley, y eso significa subir de nivel a Igor de secuaz a par de Victor, un ser defenestrado por la sociedad que guarda dentro de sí una inteligencia nata, que lo convierte en colega del doctor instantáneamente. Hay algún que otro intento de meter un romance para Igor con la trapecista Lorelei -Jessica Brown Findlay-, pero apenas se registra. Desde el guión, parece más que un detalle por no haber presencia de un rol femenino, pero lo cierto es que el romance es fagocitado por la amistad cercana de Igor y Victor. Tampoco el intenso detective religioso que persigue los crímenes de lesa humanidad de Victor tiene mucho peso, excepto el de empujar la trama hacia su nudo y desenlace. Todo acá tiene que ver con la relación de los protagonistas, y sus intentos en conjunto de crear vida allí donde no la hay. La dirección de McGuigan, apoyada en el libreto de Landis, gira demasiado en torno al lavado de cara que le hizo Guy Ritchie a Sherlock Holmes, con mucho slow motion y demás detalles que generarán más de una comparación. Dejando de lado los aspectos técnicos, más que correctos para un film de época, el costado más sobresaliente de Victor Frankenstein es su dupla protagónica. James McAvoy se subió al caballo del científico loco y su actuación es tan agitada como una puerta mal cerrada en pleno huracán. Es una locura de papel, lo que le permite sobreactuar, gritar y salivar todo el tiempo, entregando líneas con un tono de voz que bordea lo exagerado, pero le funciona muy bien al marco de la película. Si ponemos al extravagante Frankenstein al lado del tímido y retraído Igor de Daniel Radcliffe, el bromance está servido y cada escena en la que participen los dos conforma el alma de la propuesta. Victor Frankenstein es, en resumidas cuentas, un intento más fresco que otras contrapartidas de insuflarle vida nuevamente a la terrorífica novela que todos conocemos, pero detrás de sus protagonistas y bonita fachada no se esconde nada nuevo bajo el sol. Incluso la manera de cerrar la historia deja lugar a una pincelada más, un punto y aparte que podría prometer una secuela si le llega a ir bien en taquilla a estos nuevos orígenes. Entretiene, pero no genera emoción a futuro.
Para el lector, no es misterio alguno que dividir Sinsajo, el final de la trilogía de Los Juegos del Hambre de Suzanne Collins, fue un craso error. Movidos por la máquina de hacer billetes en la que se convirtió la saga, al cercenar el (algo flojo) desenlace en dos partes, el resultado fue una pálida primera entrega, mientras que el bloque que significa la segunda finalmente tocó esos momentos que lograron que la tríada de libros de Collins terminase en una nota muy oscura, irónica y bastante diferente a lo que las sagas juveniles ofrecen hoy en día. Así, The Hunger Games - Mockingjay: Part II es un noble y entretenido punto final para una serie que supo sacarle provecho a la maravillosa actriz que es Jennifer Lawrence, que no se despide de su personaje sin entregar escenas explosivas y muy emotivas. No hay mucho tiempo que perder cuando comienza la película. En el primero de muchos momentos fuertes, Katniss ensaya un discurso con su voz rasposa debido al intento de asesinato por parte de su amor Peeta. Con la voz ronca, los nervios destruidos y los ánimos por el piso, Katniss -y por extensión, Lawrence- demuestra toda su humanidad, en un escenario lúgubre y desolador. Ella sigue siendo el Sinsajo y la guerra está en su punto mas álgido, pero falta extraer de la ecuación a alguien: el presidente Snow. El sutil juego generado entre ambos ha llegado hasta los momentos decisivos, y es hora de mandar el mensaje final para liberar a todo el pueblo de Panem. Las pinceladas políticas siguen muy presentes, con una Katniss manejada cual títere de campaña de la fría y calculadora presidenta del Distrito 13 Alma Coin -nuevamente, Julianne Moore hace mucho de un personaje controversial con muy pocos recursos artísticos-, siendo presentado el Sinsajo como el estandarte flameando al viento en el frente de guerra. Entre una fachada televisiva y muchos tires y aflojes, la joven termina junto a un grupo de élite y sus viejos amigos en pleno centro del Capitolio, ahora convertido en una seguidilla de trampas mortales, una peor que la otra. Como bien menciona un personaje, "Bienvenidos a los 76º Juegos del Hambre". Si algo no carece Mockingjay: Part II, es de acción. El problema de la entrega anterior era que sus pasajes eran pura transición, pero el polo opuesto es su continuación, donde el ritmo no decae casi nunca y los peligros se suceden unos a otros. Hay muertes inesperadas y cruentas, hay violencia, traiciones y hasta incluso el director Francis Lawrence se despacha con un momento excepcionalmente tenso bajo túneles subterráneos, donde el riesgo es palpable y puede cortarse el aire con una flecha del carcaj de Katniss. Siendo un lector de la saga, debo admitir que en papel algunas escenas no cuajaban del todo, pero el equipo técnico de Lawrence y compañía han logrado escenarios muy bien definidos y decididamente cinematográficos. Hay muchos comentarios dando vueltas de no-lectores que consideran el final de la saga como muy oscuro. De todas las carencias y falencias de la prosa de Collins, me saco el sombrero frente a algunas decisiones que la autora tomó, muchos riesgos que en el cierre cobran una brutal ironía y ya los podrán descubrir cuando vean la película. Son elecciones que en pantalla causan impacto, y generan en el espectador una respuesta emotiva instantánea. Dejando de lado el cansino triángulo amoroso, cuyos momentos esparcidos durante la película son el eslabón más débil de la secuela, los giros y momentos definitivos del film recaen sobre un elenco de virtuosos, en especial Jennifer, quien desde un comienzo elevó la propuesta con un ahínco y entrega impensados para una saga juvenil. A Katniss le toca sufrir muy de cerca, y Lawrence dignifica en ese aspecto. Puede que el resto de los personajes tengan cameos glorificados con excepción del trío de jóvenes y la antes mencionada Moore, pero Donald Sutherland se come las escenas donde esté presente con los últimos estertores del mandato de su presidente Snow. Sinsajo: Parte II despide a la serie en un punto alto, con una batalla final sin cuartel que deja un rastro de sangre allí donde vaya Katniss y su séquito. Brutal, con una factura técnica incuestionable, es un gran beso de despedida de parte del tributo voluntario del Distrito 12 que quedará en el recuerdo, aunque su cuestionable epílogo deje a más de uno descolgado. Vamos, que todos sabemos que los epílogos son difíciles.
No hay lugar común alguno que Suite francesa no se prive de tocar, pero eso no la convierte en una mala película, sino todo lo contrario. Luego de vestirse de época con The Duchess, el director Saul Dibb se acerca mucho más en el tiempo y es ahora el escenario siempre recurrente de la Segunda Guerra Mundial el elegido para narrar una historia de amor y valentía en pleno holocausto. Dentro de los primeros minutos, la tensión que propone el film es palpable. Una joven mujer, Lucile -Michelle Williams-, vive junto a su suegra -Kristin Scott Thomas- en un pequeño pueblo. Es en el mismo momento que el espectador conecta con la historia que dicho pueblo se ve atacado y ocupado por un régimen de soldados nazis que no generan más que temor y desconfianza absoluta entre los pobladores. Los problemas de las mujeres Angellier no hacen más que empeorar cuando un apuesto y callado teniente alemán se instale en sus casas, y cambie sus vidas de una manera u otra. Todos los tópicos habidos y por haber que se les ocurra pasarán en Suite francesa y, en vez de intentar deshacerse de ellos, la adaptación de la célebre novela de Irène Némirovsky se regodea con ellos. En el guión del propio director y su colaborador Matt Charman, importa más el entramado de los pueblerinos versus los soldados que el nacimiento de la historia romántica en sí. Y no es que Williams ni el noble teniente de Matthias Schoenaerts no posean química alguna, sino que su trama, la que debería importar, se ve aplastada en pos de seguir las tensiones dentro del pueblo. Amén de desperdiciar un poco al personaje que interpreta Margot Robbie, que queda reducida a una pueblerina calenturienta -no nos quejamos de ello, pero Margot está para más-, las intrigas generadas entre un bando y otro sobresalen por el virtuoso elenco, comenzando por la pareja de campesinos que componen la genial Ruth Wilson y su marido Sam Riley, mientras que el francés Lambert Wilson hace de las suyas como el vizconde que rige en el pueblo antes de la llegada de los invitados alemanes. Los entretelones de los enfrentamientos, dentro de las facciones como entre unas y otras, son el verdadero corazón de la película, y si bien más de un espectador llegará a ella por la promesa de un amor imposible entre una joven francesa y un soldado alemán, seguro se llevará mucho más con el drama bélico que proponen Dibb y su cohorte. No me quiero olvidar, por supuesto, de la gran Kristin Scott Thomas, una actriz de pedigree a la que no le faltan credenciales ni el talento para abordar un personaje muy contradictorio e injusto a veces, pero que va cambiando con el correr de los minutos. Suite francesa retoma ese tan transitado camino de la brecha humana durante la 2º Guerra Mundial y en su relato pueden caber muchos lugares comunes. Pero, en general, el combo es bastante satisfactorio, con una factura técnica loable y con temas morales que siguen siendo necesarios hoy en día.
Es fácil desestimar a Infinitely Polar Bear gracias a su extraño título o a su temática, la lucha de un padre diagnosticado con depresión maníaca para mantener a su familia a flote mientras su mujer sale a ganarse el pan de cada día. Pero el debut como directora de Maya Forbes, que cuenta su historia personal, exuda confianza y tiene una humanidad demoledora, que eventualmente termina por asimilar al espectador de una manera u otra. En la vorágine del film se encuentra un colosal Mark Ruffalo como Cam, el seguidor de un linaje de alcurnia al cual su enfermedad no le ha permitido terminar estudio alguno, conseguir trabajo o concluir cualquier proyecto, por más pequeño que fuese. Él cuenta con el amor de sus dos hijas, la mayor Amelia -Imogene Wolodarsky, hija de la directora y contrapartida fílmica de Forbes- y la radiante Faith -una explosiva Ashley Aufderheide-, pero no consigue recuperar esa chispa que tuvo con su esposa, la afligida Maggie que interpreta Zoe Saldana. Decidida a darle la mejor educación a sus hijas, Maggie decide retomar sus estudios para conseguirle un futuro mejor a su familia, pero la elección que debe tomar es drástica: mientras estudia, su inestable marido se debe hacer cargo de los retoños de la pareja. Infinitely Polar Bear no necesita de golpes bajos para establecer la condición de Cam como algo grave. Si bien el cuidar de sus hijas de manera rutinaria ejerce una clara presión sobre él, sus hijas entienden a su padre de una manera muy madura, y ambas ayudan a sobreponerse de la situación mientras que no pueden evitar sentirse avergonzadas cuando su padre interviene una y otra vez en sus vidas preadolescentes. La química entre el cuarteto es fantástica y muy real, ya sea en las interacciones de Ruffalo y sus precoces hijas, donde Wolodarsky y Aufderheide proceden a devorar toda escena en la que están presentes, o en las idas y vueltas de Ruffalo y Saldana. El elenco necesita sostener esta idea de una familia disfuncional, y en ese aspecto cumplen con creces. Forbes se lanza de lleno a contar su propia historia tanto como guionista como directora, y saltar alto le trajo sus buenos resultados. En menos de 90 minutos tiene resuelta la trama, con sus altibajos, sin recurrir al drama puro y duro, sino sobrellevar esa liviandad que pesa sobre un tema de este calibre. Hay una fluidez en su dirección que, acoplada a una agradable composición de los años '70 donde transcurre la acción, a veces transmite mucho más de lo que se dice. Infinitely Polar Bear es mucho más liviana de lo que aparenta ser en un principio, pero dicha ligereza no obstruye el camino de contar una historia de vida para nada simple y no menos carente de obstáculos. Gracias a la fuerza actoral presente y al pulso de una directora que sabe lo que hace, el resultado final es una emocionante y humana lucha contra la desestabilidad mental que prometía poco pero que en resumidas cuentas entrega a raudales.