Sean Anders trae una nueva comedia protagonizada por los divertidos Will Ferrell y Mark Wahlberg. Brad, casado hace meses con Sarah, tiene como máximo deseo que los hijos de su esposa lo acepten como padre. Will Ferrell interpreta a Brad, un ejecutivo de una radio de smooth jazz, que está casado con Sarah (Linda Cardellini). Ella tiene dos hijos de otro matrimonio: Megan (Scarlett Estevez) y Dylan (Owen Vaccaro), que no quieren mucho a su padrastro. Cuando los niños comienzan a incorporar a Brad a la familia aparece el ex esposo de Sarah, Dusty (Mark Wahlberg), para hacerle competencia. El padre biológico de los chicos llega para romper todas las estructuras y retar a Brad a una verdadera Guerra de Papás. Dusty, musculoso con campera de cuero y moto, todo un espíritu libre que se borró de la crianza de sus hijos, resulta el completo opuesto de Brad, de panza, traje y camioneta familiar. La competencia entre ambos por ganarse el cariño de los niños es el motor principal de la nueva comedia de Sean Anders. El director se maneja cómodo en este género: en su haber tiene comedias como Ese es mi hijo, Quiero matar a mi jefe y Los pingüinos de papá. Anders es también autor de los guiones de Tonto y retonto 2 y Somos los Miller. En Guerra de Papás utiliza la misma fórmula y obtiene resultados similares. Will Ferrell sabe moverse en la comedia, y esta no es la excepción: es el encargado de llevar los momentos graciosos en la mayor parte de la película, a pesar de no ser su mejor film. Mark Wahlberg está muy bien en su papel de padre badass, pero los aplausos y las risas se las lleva su co-protagonista. Guerra de Papás es una comedia divertida: utiliza recursos clásicos que todavía funcionan. No es la mejor, pero en general vale la pena.
Mark Ruffalo y Zoe Saldana se reúnen en Sentimientos que curan, dirigida por Maya Forbes. Cameron es un hombre bipolar pero eso no le impide tener un matrimonio junto a Maggie y sus dos bellas hijas; cuando ella vuelve a la universidad para estudiar, él debe hacerse cargo de las pequeñas Amelia y Faith. En su debut como directora, Maya Forbes trae una comedia protagonizada por Mark Ruffalo (Begin again) y Zoe Saldana (Guardianes de la galaxia). El guion también estuvo a cargo de Forbes, mientras que la producción la dejó en manos de J.J. Abrams y el mismo Ruffalo, entre otros. Maggie (Saldana) y Cameron (Ruffalo) viven felices y casados junto a sus dos hijas, Faith (Ashley Aufderheide) y Amelia (Imogene Wolodarsky), en una enorme casa en las afueras de Boston. El problema está en que Cam es maníaco depresivo y su condición, a medida que avanza, no le permite mantener una relación estable con su familia, por lo que deciden internarlo. Luego de un tiempo en la casa de reposo, en donde recibió angustiosas visitas, Cam es liberado. Pero la situación económica familiar ha cambiado: Maggie no pudo mantener la casa, y ahora ella y las niñas viven en un pequeño departamento en la ciudad. Ella decide aplicar para estudiar en Nueva York, y tras ser admitida y becada, le pide a Cam que cuide de Amelia y Faith por 18 meses durante su ausencia. A pesar de sus dificultades, Cameron acepta, pero esto representa tanto un desafío para él, quien debe aprender a relacionarse con sus hijas otra vez, como para Faith y Amelia, que tendrán que vigilar a su padre. Ruffalo como el padre bipolar está perfecto y Saldana como la madre que debe ocuparse de todo también: ambos logran un buen equilibro entre la ternura y la seriedad que sus personajes exigen. Por su parte, Wolodarsky y Aufderheide añaden un toque de ingenuidad y simpatía a la película, para poder descontracturar un poco la trama. Con un soundtrack bellísimo protagonizado por George Harrison y otros artistas independientes de menor calibre, Forbes crea un retrato íntimo y precioso sobre lo que ocurre cuando la relación entre padres e hijos se da vuelta. Sin embargo, Sentimientos que curan por momentos pareciera repertirse a ella misma, sin avanzar mucho en la historia, pero de todas formas logra entretener. Sentimientos que curan no es la mejor comedia del año, pero aun así toca algunas fibras sensibles del espectador. La dinámica entre las actuaciones de Ruffalo y Saldana ayuda mucho a la película. Por lo que aquel que busque una lindo retrato y no más que eso, saldrá complacido.
De la mano de Sam Mendes por segunda vez, llega la cuarta película de la saga del James Bond encarnado por Daniel Craig. En esta ocasión, 007 tendrá que luchar con fantasmas de su pasado para poder establecer paz en un mundo que se ve atormentado por las atrocidades de Franz Oberhauser, quien es interpretado por, nada más y nada menos, que Christoph Waltz. James Bond es uno de los personajes más icónicos del cine de acción, así como también de la literatura de dicho género. Varios actores lo han interpretado (resaltan Sean Connery, Roger Moore, Pierce Brosnan), algunos mejor y otros peor (pero eso corre a gusto del consumidor). Entre tantos 007, la particularidad del de Daniel Craig, desde Casino Royale (2006), atravesando Quantum of Solace (2008), Skyfall (2012), hasta hoy Spectre, está en el matiz introspectivo que se le otorgó al espía. Sin duda, ser Bond es una responsabilidad enorme que Craig supo cómo llevarla. En la primera secuencia de la película, aparece Bond en México durante el Día de los Muertos, única ocasión del año en el que la puerta entre el mundo de los vivos y de los muertos queda abierta. Después de la explosión de un edifico que termina con un tal señor Sciarra muerto luego de ser arrojado de un helicóptero por 007, el espía vuelve a Inglaterra para revelar que él estuvo allí solo por pedido de M. No, no Ralph Fiennes, sino de M(other) Judi Dench: sin dejar que la muerte se interpusiera en su trabajo, le pidió a Bond que asesinara a este hombre y fuera a su funeral. El desastre en México hace que M suspenda a Bond, mientras le cuenta que el jefe de seguridad nacional, Max/C (Andrew Scott), podría usar esto como excusa para eliminar el programa de los “00”, al querer fusionar al M16 con otros organismos de protección internacional. No sería una película de James Bond si éste no hiciera todo lo contrario: con la ayuda de Moneypenny (Naomie Harris) y Q (Ben Whishaw), 007 acude a Roma para el funeral de Sciarra en donde conoce a la seductora viuda (Monica Bellucci), quien le cuenta sobre la organización a la que su esposo perteneció. Todo apunta a una siniestra y misteriosa entidad llamada SPECTRE. Este es solo el comienzo de la aventura en la que Bond se encamina, donde conocerá a su nueva compañera Madeleine Swann (Léa Seydoux) y luchará con fantasmas del pasado en lo que podría llegar a ser su última misión. Si en Skyfall Sam Mendes dirigió a un Bond oscuro, solitario e introspectivo, en esta ocasión se ocupa de sacarlo un poco de ese lugar. Por el contrario, se lo ve apoyarse en los pocos aliados que le quedan. Sin embargo, 007 siempre será 007: bonito, irónico, seductor, astuto, “una cometa bailando en un huracán”. El icónico personaje de Ian Fleming, como se dijo antes, está interpretado muy bien por Craig, cuya arma más poderosa es el celeste de sus ojos. El problema principal está en el resto de los protagonistas. Qué alegría fue escuchar que el maravilloso Christoph Waltz iba a ser el nuevo villano, y qué decepción fue verlo en pantalla: un actor que era la elección obvia y segura, se transforma en un personaje muy desaprovechado y al que no se le da la profundidad que merece. Por otro lado está la hermosa Léa Seydoux (quien compartió pantalla con Waltz en Inglorious Basterds, 2009, de Quentin Tarantino), a la que algo le falta para ser una verdadera chica Bond: la dinámica con el espía no luce natural, sino más bien forzada, mientras que ella se ve un tanto exagerada. La música merece mención aparte: al igual que en Skyfall, ésta estuvo a cargo de Thomas Newman, un clásico colaborador de Mendes. La canción principal, “Writings on the wall”, es interpretada por Sam Smith, una composición igual de obvia que la de Adele en la película anterior de 007 (¿dónde habrá quedado el rock de Chris Cornell y la osadía de Jack White y Alicia Keys?). Spectre es una buena película de acción, no cabe duda de eso: a Mendes hay que reconocerle su virtuosismo para mantener al espectador al borde del asiento. Sin embargo, se queda corta: no está entre las mejores de Bond, ni se encuentra cerca de lo que fue Skyfall, que por su brillantez, resulta la culpable de las expectativas que se crearon alrededor de esta 007. Pero de todas formas, James Bond es sinónimo de adrenalina, y el que busca un poco de entretenimiento y no tanto un producto reflexivo, podrá disfrutar sin problema de la nueva aventura de uno de los mejores espías de la historia del cine.
Revisitar clásicos nunca es fácil. Joe Wright, acostumbrado a adaptar piezas de literatura al cine (Orgullo y prejuicio, 2005; Anna Karenina, 2012), se aventuró en esta ocasión con Peter Pan, cuyo origen está en la obra para niños homónima del escosés James M. Barrie, escrita en 1904, y cuyas adaptaciones, tradicionales o no, son demasiadas (resaltan Peter Pan -1953-, producción de Disney y Hook -1991-, dirigida por Steven Spielberg). Sin embargo, en esta ocasión el espectador se encuentra con la precuela de la leyenda del niño que nunca creció. Peter Pan (Miller) es un pequeño huérfano, abandonado por su madre en un orfanato cuando era bebé. A medida que él crece, se vuelve un niño rebelde y aventurero, cuyo mayor placer lo encuentra en molestar a las monjas a cargo. Hasta que un día, casi por arte de magia, Peter, de 12 años, es raptado junto a otros compañeros por un grupo de piratas, que se trasladan en un barco volador. ¿El destino? Nunca Jamás. Allí, Peter, junto a otros huérfanos/niños perdidos, es obligado a trabajar en una mina de polvo de hadas, bajo el mandato del malvado capitán Barbanegra (Jackman). Durante el trabajo, Peter conoce a Garfio (Hedlund), quien se convertirá en su cómplice a la hora de escapar (porque todavía no es el villano y conserva sus dos manos). Juntos, se unirán a la tribu de nativos y Tigrilla (Mara) para poder vencer a Barbanegra y restaurar así la paz en Nunca Jamás. La película inicia con una frase que dice “para saber cómo termina todo, hay que saber cómo empezó”, es decir que Wright busca explicar los orígenes de Peter Pan: cómo llegó a convertirse en la leyenda que representa. Sin embargo, no cumple con su objetivo: quedan cabos sin atar y el viaje no es del todo llevadero. La historia se pierde en un mar de efectos tecnológicos, y por momentos cansa. Aun así, hay pequeños momentos que le sacan sonrisas a los espectadores más grandes. Ejemplos pueden ser la utilización de Nirvana como soundtrack, un Garfio muy similar a Indiana Jones en su espíritu aventurero y su sombrero marrón, o las pequeñas reminiscencias al relato original de Barrie. Miller, en su debut actoral como protagonista, encarna bien al pequeño Pan (por lo menos mejor que Jeremy Sumpter en Peter Pan: la gran aventura, de 2003). Tanto Jackman como Hedlund son correctos en sus respectivos papeles, mientras que Mara se queda un poco atrás: una Tigrilla ni muy niña, ni muy adulta, es decir que no seduce por ningún lado al espectador. Aunque por momentos pesada, la película tiene sus momentos de entretenimiento, pero deja al público con ganas de un poco más. Peter Pan es uno de los personajes más clásicos y universales de la literatura, y a esta altura, también del cine, es por esto que revisitarlo no es una tarea para nada simple. El objetivo de una precuela, es el de querer contar una historia para comprender mejor otra, y Wright con su Peter Pan pareciera querer desvincularse de toda tradición pasada.
Ben Whittaker está jubilado y es viudo, pero eso no le saca el deseo de aprender y probar cosas nuevas. Es por esto que Ben entra a trabajar como asistente de Jules Ostin, dueña de una compañía de venta de ropa on line. En su nueva comedia, Nancy Meyers muestra que nunca se es muy viejo para empezar de nuevo. Nancy Meyers, a esta altura de su carrera, ya puede considerase una experta en el género de comedia. Lo demostró con las románticas El Descanso (The Holiday) y Enamorándome de mi ex (It’s complicated), por nombrar algunas de sus obras. Meyers sabe que un poco de humor mezclado con historias de amor no tan clásicas (es decir, cuentos que no tratan de un chico perfecto que conoce a una chica perfecta y se dan cuenta de que son el uno para el otro y viven felices por siempre) es la mejor receta para crear una buena película de este género. En Pasante de moda, protagonizada por Robert De Niro y Anne Hathaway, Meyers repite su patrón. “Amor y trabajo, trabajo y amor. Eso es todo lo que hay”, dice Ben Whittaker (De Niro) al comienzo de Pasante de moda. Pero Ben, a los 70 años, ya se jubiló y enviudó, y no por eso quiere dejar de estar activo. Luego de probar clases de cocina, de yoga y de tantas otras cosas, decide ingresar a trabajar como pasante en una empresa de venta de ropa on line, gracias a un programa que ayuda a las personas mayores a integrarse en la comunidad. La dueña de esta compañía, llamada About The Fit, es Jules Ostin (Hathaway), una joven madre emprendedora que cede el rol de “ama de casa” a su marido. Ben se transforma en el asistente de Jules, que descubre en él un amigo y un sabio consejero. No, el personaje de Hathaway no es una versión más joven del de Meryl Streep en El diablo viste a la moda (dirigida por David Frankel en el 2006. Cuenta la historia de una abusiva editora de una revista de modas, Streep, que toma a una ingenua pasante que solo quiere escribir, Hathaway), pero la simetría entre ambas películas es clara. Ostin toma el lugar del personaje de Streep como conocedora de un mundo del que su pasante no tiene idea, pero en esta oportunidad, el poder entre ambas partes está equilibrado: Ben tiene algo que aprender de Jules, y Jules algo de Ben. El dúo De Niro y Hathaway es perfecto y se hace difícil pensar en una pareja que pudiera funcionar mejor: la química en pantalla es estupenda. Los personajes secundarios acompañan y no se quedan atrás. Resaltan Andrew Rannells (conocido por su papel como Elijah en Girls) como el segundo de Jules, Adam DeVine (Pitch Perfect) como el compañero de Ben y Rene Russo como la simpatía amorosa del viejo Whittaker. Meyers, con Pasante de Moda, continúa una historia que comenzó en Enamorándome de mi ex (película en la que una mujer divorciada de 60 años se encuentra entre su ex marido, que trata de reconquistarla, y un nuevo candidato): la de desmitificar que la gente mayor no tiene una vida. Sí es cierto que a determinada edad las personas mueren, de hecho Ben cuenta que en sus actividades cotidianas está la de ir a funerales. Sí es cierto que a determinada edad las personas no pueden hacer todo lo que hacían cuando eran jóvenes. Pero no es cierto que eso los transforma en una parte “inactiva” de la sociedad. No es cierto que no tienen vidas sexuales. No es cierto que no hay vida en la vejez. “Sé que hay un vacío y necesito llenarlo pronto”, cuenta Ben Whittaker en su entrevista para conseguir el trabajo en About The Fit. La visión de Meyers sobre las películas de comedia es fresca y es justo lo que necesita el género. Con Pasante de moda repite su fórmula: humor, amistad, amor y personajes con los que el espectador puede relacionarse. El resultado final es una historia más que agradable, que por momentos hará que el público ría y por momentos hará se emocione.
En la nueva comedia de Peter Bogdanovich, protagonizada por Owen Wilson, el lema es “el show debe continuar”. El director de teatro, Arnold Albertson, llega Broadway antes que su familia y decide pasar la noche con una prostituta. Lo que él no esperaba era que ella apareciera en las audiciones de su nueva obra al día siguiente y, como si fuera poco, que fuera tan perfecta para el papel. El drama multi-nominado La última película (The last picture show) apareció en los cines hace 44 años. Peter Bogdanovich, hoy, trae al cine una entretenida comedia a la que le dio el nombre de Terapia en Broadway (She’s funny that way). Con un elenco que mezcla caras reconocidas, con algunas nuevas y frescas, el longevo director vuelve al cine después de 13 años desde su última película, The cat’s meow (sin contar el documental de 2007 Runnin’ down a dream). Arnold Albertson (Owen Wilson), director de teatro a punto de estrenar en Broadway, decide en su noche “libre” de esposa e hijos llamar a una prostituta, mientras utiliza el seudónimo de Derek Thomas. La empresa de “señoritas” le envía a la simpática Izzy (Imogen Poots, conocida por su papel como Julia en Need for speed), alias Glo, quien se considera una “musa que hace que los hombres se sientan especiales”, no una dama de la noche. Como no podía ser de otra forma, el sueño de Izzy es el de triunfar como actriz, y el día siguiente a la noche que pasó con Arnold, ella se presenta en el casting de la nueva obra de él. Desesperada, Izzy decide psicoanalizarse con Jane (Jennifer Aniston), quien está consumida por su relación con Josh (Will Forte, actor que ganó fama durante su período en Saturday Night Live), que a su vez es el guionista de la obra de Arnold. Terapia I El argumento lo dice de forma clara: Terapia en Broadway es una película de enredos y desenredos, de encuentros y desencuentros. Y durante la hora y media de duración, se respira una clara influencia del padre de este tipo de comedias: Woody Allen, contemporáneo de Bogdanovich. Y este resulta ser el principal problema de Terapia en Broadway, porque, lejos de funcionar como homenaje, parece más un plagio. En Terapia en Broadway hay varias referencias más que obvias al viejo Hollywood. Por lo que la película mezcla una estética que busca ser moderna con el antiguo glamour de una época que ya pasó. Esto es algo que recuerda a Medianoche en París, dirigida por Allen y protagonizada por (¿casualidad?) Owen Wilson. La música de Ed Shearmur (compositor inglés que le dio vida a las partituras de las comedias La cosa más dulce y Guerra de novias, entre otras) acompaña la armonía de la película, porque armó melodías que recuerdan a los años 40’, es decir, al momento más esplendoroso de la época de oro de Hollywood. Por supuesto que hay guiños a Casablanca. Terapia V En cuanto a los actores, Owen Wilson como protagonista está bien, sobrio, pero como se dijo antes, muy parecido a Gil Pender, su personaje de Medianoche en París. Imogen Poots, que trae un elemento fresco al elenco, es bellísima y encantadora, pero por momentos exagerada. Mientras que Jennifer Aniston y Will Forte no hacen más ni menos de lo que les pide su papel. Terapia en Broadway también cuenta con el aporte de Kathryn Hahn (Como perder a un hombre en 10 días, Hasta que la muerte los juntó), también muy correcta, y el divertido y simpático Rhys Ifans (más conocido como Spike, el compañero de casa de Will, en Un lugar llamado Notting Hill). Terapia VI El resultado final del esperado regreso de Bogdanovich a las canchas no está ni cerca de lo que fueron sus gloriosas La última película o Qué me pasa doctor, pero no por eso deja de ser un producto agradable, el problema es que no va más allá de eso. Sin embargo, Terapia en Broadway no aburre, y tal vez ese sea su principal objetivo: hacer pasar al espectador un buen rato.