Duro de matar: un buen día para morir:
Oscuro Presente
Quinta entrega de la saga (pero no la última, ya que se aseguraron hacer otra más), Duro de matar: un buen día para morir representa a un cine precoz, hecho con rapidez y sin profesionalismo, que descuida detalles argumentales y que no le importa el historial de la saga. Es un ejemplo más de la decadencia del Hollywood actual, no sólo por el resultado final, sino también por el modo indiscriminado con el que la industria trata a sus lucrativas criaturas.
El primer indicio de que algo funciona mal es su duración: sólo 97 minutos -mientras que el resto de las películas de la saga exceden las dos horas-. Una hora y media para un film de acción es llamativo. El género exige tiempo para desarrollar la relación entre los personajes y el ambiente en el que se manifiestan los grandilocuentes movimientos. Duro de matar: un buen día para morir no cree en el género, o mejor dicho, piensa que la acción se hace sólo colocando la cámara en una buena ubicación. A partir de esta retrógrada filosofía, no importa si un helicóptero, o dos o tres se estrella contra un edificio porque no transmitirá la verdadera esencia del género. Los personajes no son marionetas que se colocan en el lugar de los hechos, sino construcciones realizadas a partir de la conexión con el espectador. En este sentido, el buen cine de acción hace que cada secuencia de peligro lo sea también para el público. Si éste siente temor por la vida de los personajes, el film puede estar satisfecho de que cumplió su regla más básica.
Lo peor Duro de matar: un buen día para morir es que también representa a un cine que busca borrar las huellas del pasado. Toda construcción audiovisual que se hizo anteriormente es suprimida en 97 minutos. Tomemos a Bruce Willis/John McClane y sus imprudentes formas de imponer la ley. El carisma, la valentía y la irreverencia -que constituían un arquetipo muy interesante: la modernización del cowboy- en su última y rusa aventura queda reducida a un par de chistes tan efectivos como elementales. Uno de los graves errores de esta película es que McClane nunca parece tener el control de la situación. De esta manera, el necesario y vital camino del héroe (ese que conecta fuertemente al protagonista y el espectador) es nulo.
Si se separa al film del resto de la saga, apenas sería un digno film de acción. Por ejemplo, El transportador 2, dura 10 minutos menos que Duro de matar: un buen día para morir y se trata de una pequeña obra maestra. La gran diferencia entre las dos películas radica en que una es consciente de que el arte que expone -sin miedo ni vergüenza- parte de la relación entre la imagen y el sonido pero además entre el movimiento corporal y el fondo geográfico. Mientras que esta quinta parte agarra a un personaje y lo manda a cualquier destino a enfrentar al malo de turno (que nunca está claro quién es por el poco peso que tiene en la trama), El transportador 2 cree que el cine es, en definitiva, una aventura única e irrepetible.
Duro de matar: un buen día para morir -maltratada duramente por los críticos de Estados Unidos- exterioriza el principal problema que aqueja a Hollywood. La inteligencia de McTiernan -el director de la primera y la tercera-, el sudor de Willis, la creación arquetípica de Roderick Thorp, quedó en el pasado, ya es parte de algo que no importa. Lo que importa es el aquí y el ahora: no hacer más personajes, sino juguetes de fácil manipulación; no hacer más acción, sino colocar correctamente la cámara; no hacer más cine, sino productos.
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