Post Tenebras Lux es extraordinaria, única, incómoda. Incómoda porque en ningún momento Reygadas parece estar haciendo su film para el espectador. Las respuestas, claramente, no son fáciles (la línea temporal y espacial se encuentra alterada) pero tampoco lo es su visión con respecto a lo que sucede. En su trabajo más personal hasta la fecha, Reygadas encuentra en su infancia y su adolescencia la manera de plasmar el terror de una familia que vive en las afueras de la ciudad de México. Tanto los primeros ocho minutos como la última media hora están recubiertos por una intensidad casi insoportable. En la primera -magistral- secuencia, el director muestra a una niña (la propia hija de Reygadas) caminando por un campo (cercano a la casa del realizador) alrededor de vacas, caballos y perros. Apenas puede hablar mientras corre, juega y observa la naturaleza -enorme, potente, amenazante-. Es inminente la tormenta, que llega con la oscuridad, tapando por completo la insignificante figura de la niña...
Cuestión de universos A pesar de no haber visto Mi Villano Favorito, puedo analizar su secuela a partir de este no tan pequeño detalle. Todas las películas son universos y acceder de forma tardía a uno de ellos es algo incómodo: es tener que ajustarse a códigos, tradiciones, identidades que ya fueron contadas con anterioridad. La experiencia debe ser inmediata y hay que ser rápido en conseguir una identificación, sino nada tiene demasiado sentido...
Melodía Fantástica Joven algo rebelde llega a la universidad y se anota en un decadente grupo de cantantes a capela que luchan por ganar un prestigioso premio luego de varios fracasos. "Vale más partir del cliché que llegar a él", decía Hitchcock. Bueno, Ritmo Perfecto tiene una estructura narrativa convencional, personajes ya vistos, situaciones reconocibles, temáticas ya aprendidas. Y sin embargo, se encuentra construida y sostenida sobre bases inoxidables. La frase del maestro Hitchcock puede servir para entender el verdadero propósito de esta película: ver todos estos elementos como si fuera la primera vez...
Publicada en la edición digital Nº 6 de la revista.
Algunas películas son vistas con desconfianza incluso antes de su estreno. No son pocas las personas con las que hablé sobre este film y que me manifestaron las dudas respecto a su calidad. Las bajas expectativas que se podían tener (esos zombies que corren tan rápido y la digitalización excesiva de los mismos, por ejemplo) desaparecen a fuerza de un puñado de muy buenas secuencias (algunas excelentes) que demuestran que cada película debe tener su oportunidad, más todavía aquellas que parecen tener todo para perder...
A veces miramos una película y deseamos vivir en su mundo. Por ejemplo, nos gustaría vivir en la Tierra defendida por Los Vengadores, en el mismo barrio de Larry Crowne o transitar el subte de Nueva York topándonos con las pandillas de The Warriors. Mundos que no son perfectos sino incluso peligrosos e injustos pero que tienen el encanto de lo vital. Un Lugar Donde Refugiarse, de Lasse Hallström, presenta un universo propio pero éste no puede ser más aburrido. Bello sí, pero tan poco emocionante como los personajes que lo pueblan. La historia de Un Lugar Donde Refugiarse sigue a Katie (Julianne Hough), una misteriosa joven (con un pasado oscuro e incluso un policía que la persigue) que llega a un pueblo costero de Carolina Del Norte. En realidad, su destino es incierto pero luego de diez minutos ahí decide quedarse. Al rato -con una rapidez incluso inverosímil para el entusiasmo general de la gestión Obama- consigue trabajo y una hermosa vivienda (una cabaña en un bosque bastante bien mantenida). Es que Southport es el lugar ideal: hermosos barquitos, un lindo atardecer, el sonido de las gaviotas, dulces niños y el más apuesto empleado de un mercado que se recuerde en el cine (Josh Duhamel). No tarda mucho, entre irritantes idas y vueltas, llegar el amor.
Publicada en la edición digital Nº 6 de la revista.
Publicada en la edición digital Nº 6 de la revista.
Fin de fiesta En una de las mejores secuencias de El Gran Gatsby, Nick Carraway (un acertado Tobey Maguire) mira perplejo la fiesta que organiza el protagonista y pregunta: "¿por qué hace todo esto?". Su asombro es más que entendible ya que la celebración es tan ostentosa y excesiva que hasta duele calcular el dinero invertido en ese descontrol de champagne, bandas musicales, bailarinas y confeti que cae de quién sabe dónde. Mientras que el personaje busca la respuesta a su pregunta, se puede indagar lo mismo pero con respecto al director Baz Luhrmann. Ninguno de los dos -Gatsby ni el realizador- pueden esconder aquello que es obvio a la vista. Se trata de una fiesta y una película grande, poderosa, y por momentos, difícil de comprender. Sin embargo, se puede empezar determinando dos etapas: la fiesta y el drama. En la fiesta todo se encuentra apretado, extremadamente en contacto. Los cuerpos se unifican en la danza, o en besos, o en lujuriosas persecuciones. No hay espacios libres: todo es ocupado a partir del choque entre los personajes. Es una fiesta hermosa, hay que ser sinceros. Pero es más bello lo buen anfitrión que es Luhrmann a lo que diversión se refiere. En este sentido, es interesante la unión entre el personaje creado por F. Scott Fitzgerald y el punto de vista que le otorga el realizador. El público accede a la casa de Gatsby mirando todo con los inocentes ojos de Nick. En las fiestas hay frenesí, y pocos films transmiten las ganas de querer entrar en la pantalla. Pero cuando la fiesta se termina y Gatsby observa como todos se van a sus casas, queda el drama. Y el drama no está tan bien manejado como la contracara de este film. En donde debería haber un igual o mayor contacto entre los personajes -especialmente de la pareja protagónica- el film muestra su costado menos interesante. Es irregular, densa y por momentos, muy fría. No hay demasiado impacto emocional en El Gran Gatsby. Posiblemente, no lo haya por completo. Si el color rojo era protagonista en Moulin Rouge, en El Gran Gatsby es el azul. Y es un azul muy frío, que si se tuviese que hacer un paralelismo en la película se podría encontrar la imagen en el muelle escondido detrás de la bruma de la casa del protagonista. La pasión es distante, indiferente. La tragedia existe, pero nunca puede transmitirse. Una gran falla es la elección de la protagonista femenina: Carey Mulligan repite la misma fórmula de inocencia que en otros papeles. La blancura, la pureza, lo inmaculado son elementos que la actriz no puede (o no quiere) dejar de lado. Mulligan, además, pertenece a una escuela de actuación poco interesante y extrañamente latente en la actualidad: es la que enseña que a partir del llanto se obtienen los laureles. Las lágrimas, en esta actriz (Natalie Portman es otra quien se basa a partir de esos componentes), no tienen peso dramático, sino la prueba de la repetición. Del otro lado de la pareja, está Di Caprio, que sigue demostrando que es un grande. Lo mejor que hace el actor en El Gran Gatsby es componer a su personaje a partir de la ausencia. Todo pasa por esa sencillez que oculta un complejo mundo de sensibilidad. En una secuencia muy lograda, el protagonista le pide a su amigo Nick que organice una reunión con Daisy, su antiguo amor a quien no ve hace años. Gatsby se detiene en el jardín de su amigo y observa que el pasto se halla desordenado, desprolijo, indiferente. En el instante que el personaje le pregunta con delicado respeto si podría hacer algunos arreglos, Di Caprio ejecuta un pequeño gesto con la mano. Es un gesto amanerado que indica la libertad que Gatsby ha tomado con respecto al otro. Las acciones y las palabras ahora son independientes, alejadas de la vergüenza que le pudiera dar todo el asunto (en definitiva, no es más que un niño enamorado). Mulligan, cuando actúa, usa únicamente sus ojos llorosos; Di Caprio, cuando actúa, utiliza todo su cuerpo. El resto del casting es sobresaliente porque se basa en una increíble correspondencia con la creación de Fitzgerald. Di Caprio es Gatsby, Maguire es Carraway (quien no dista de poseer la inocencia del Peter Parker de Sam Raimi), y Joel Edgerton está perfecto como el oscuro esposo de Daisy. Por momentos, El Gran Gatsby de Luhrmann es realmente la obra concebida por el escritor estadounidense. Uno de los méritos de esta película es captar la esencia de ciertos momentos tal cual fueron delineados en la novela. Por ejemplo, la secuencia en el hotel Plaza en la que el insoportable calor amenaza con desmantelar la verdad entre los personajes, posee la misma textura molesta que transmite Fitzgerald; las fiestas parecen transcribirse desde el papel a la pantalla; y el absurdo y catastrófico reencuentro entre los enamorados denota haber sido leída y comprendida. Eso está muy bien, entonces, ¿por qué el director cede a sus caprichos? Por aburrimiento, se puede suponer. Hay que admitirlo, El Gran Gatsby es una gran novela pero simple en su argumento. En su superficie por supuesto, no se trata de algo más que un melodrama. Y además, es una obra corta de menos de doscientas páginas, por lo que el director habrá querido darle una mayor mirada personal. Pero ahí es donde todo falla porque las ideas originales escasean y los caprichos aparecen. El 3D aumenta la brecha entre el clasicismo de la novela y la mirada posmoderna de su director. Es contradictorio, porque la persona que entiende tan bien algunas partes del relato es la misma que necesita darle una no del todo novedosa pirotecnia visual (la música pop y anacrónica ya fue usada por Tarantino; la superposición de imágenes ya lo hizo Ang Lee en su Hulk; la aparición de textos en la pantalla lo ha hecho Fincher en El Club de la Pelea). Entonces, retomando la pregunta de Carraway, ¿por qué toda esta exageración? Gatsby, para atraer a Daisy; Luhrmann, para atraer al espectador.
Spring Breakers: Viviendo al límite aunque sin fiesta Cuando se conoció la noticia de que Harmony Korine dirigiría a estrellas fabricadas por Disney, todos se sorprendieron. Y no es para menos: un realizador que venía de hacer Trash humpers -en la cual unas personas con máscaras de ancianos tenían sexo con tachos de basura-, ahora encargado de pervertir a las ex princesas de la compañía de Mickey (con Vanessa Hudgens y Selena Gómez como protagonistas) llamaba mínimamente la atención. Y lograba generar cierta ilusión, para ser sincero. Es que los universos entre director y actrices son tan lejanos que su choque iba a ser, cual espectáculo de la naturaleza, atractivo de ver. Sin embargo, algo pasó. Un film puede ser fallido pero al menos tener ciertos elementos loables; también puede ser una acumulación de errores pero al mismo tiempo ser digno de un entretenimiento. Spring breakers: viviendo al límite no pertenece a ninguno de estos dos grupos. Es el claro ejemplo de un tercer grupo: el de las películas que fracasan en todo lo que se proponen. Spring Breakers sigue a cuatro amigas que desean irse de vacaciones a Florida. Al no tener dinero, tres de ellas (Selena Gómez es la más conservadora del grupo) asaltan violentamente un restaurante, sólo para cumplir sus apetitos de fiestas, diversión y sexo. En efecto, una vez allí, todo se trata de eso: descontrol, gritos, cuerpos esculturales, y todo lo que hay en Estados Unidos en verano. Todo se complica cuando las chicas son arrestadas y un patético gángster las libera de la cárcel. Pero, ¿acaso esto importa? Es interesante observar como la película se divide en dos partes bien notorias. Los primeros quince minutos sorprenden, encandilan. Es asombrarse con un regalo pero estirado en esa porción de tiempo. Luego de ver a estas chicas en bikini, el asalto en cuestión y la primera de las fiestas a las que asisten, todo se derrumba. O se vuelve una repetición de este desmoronamiento. Y lo que aburre, increíblemente, son las fiestas. La recién estrenada El gran Gatsby, de Baz Luhrmann, tiene sus fallas pero al menos se hace cargo del exceso. Además, las fiestas organizadas por Gatsby sí son divertidas y contagian el entusiasmo que debe transmitir una celebración tan lejana como la que se encuentra en la pantalla cinematográfica. Spring breakers, más allá de enaltecer las hormonas, no encuentra el gran mérito de Luhrmann. Y peca, como si fuera poco, por el incumplimiento de lo que prometía: lo salvaje y lo extremo queda simplemente plasmado en la espalda desnuda de Vanessa Hudgens (famosa, entre otras cosas, por haber sido víctima de un hackeo de sus fotos privadas). De los pocos elementos interesantes en Spring breakers, Selena Gómez es uno de ellos. Su personaje parece ser el único realmente delineado de toda la película. Faith se debate entre la religión y las fiestas, y la actriz transmite, de forma muy profesional, esa encrucijada. Es la única en el film que le da una dimensión a su personaje. O, capaz, la única que no es una imitación de una chica divirtiéndose o un patético mafioso. El único momento de libertad absoluta ocurre cuando las chicas y James Franco interpretan un cover de la maravillosa Everytime, de Britney Spears. Si esa secuencia consigue emocionar es porque Korine se despega de la repetición y el desinterés para centrarse en aquellos acordes que provienen del corazón de los protagonistas (Britney es una especie de diosa, de voz para estos adolescentes descarriados). Spring breakers, con la expectativa generada y sus chicas en bikini, tiene más de cansancio que de celebración. La formas, los colores, los sonidos y la música son meros artificios que tapan los problemas de una carrera. Si en Trash humpers, Korine engañaba a su público con sus imágenes grabadas en VHS, en su nuevo film sólo hay una inútil capa de colores y formas hechas para la distracción de un guión inexistente. Es un cine perezoso, que en vez de pensar un guión hipnotiza con su exaltación visual; y es un cine aburrido, porque no sabe como plasmar esto en la pantalla.