EL ARTISTA QUE NO PUDO SER Norte de Francia, 1897. La modernidad abre paso al espectáculo y el mercantilismo deteriora todo concepto artístico. La discriminación racial y el colonialismo son formas de dominio y exclusión. En ese contexto, se desarrolla Monsieur Chocolat, del realizador, actor y guionista francés Roschdy Zem (Omar m’a tuer, 2010). Una biopic sobre Rafael Padilla (Omar Sy) apodado “Chocolate”, un esclavo que llegó a hacer el primer hombre negro en debutar en Francia como artista circense de la mano del payaso George Foottit (James Thierrée) con quien formó un dúo exitoso de humoristas. A finales del siglo XIX, el circo, como entretenimiento era un espacio para el asombro. El público blanco se deleitaba ante el desfile de freaks que circulaban frente a ellos: la mujer barbuda, los enanos, el gigante, la contorsionista, un payaso y un negro haciendo de caníbal. Ante las nuevas exigencias de los espectadores sobre algo más espectacular, Foottit debe renovar su show. El potencial de su compañero está desperdiciado y le propone trabajar juntos por un mejor salario y una interpretación más digna. A partir de esa unión, la película hace un recorrido cronológico sobre la historia del protagonista, alternando algunos recuerdos de infancia. La sucesión de imágenes sobreimpresas o fundidas se cargan de contenido para representar la vida de un hombre que va desde el anonimato a la fama, de la esclavitud a la libertad, del éxito al fracaso y del ansia de superación personal limitada por el racismo dominante que padeció. “Chocolat se erigió como precursor de la igualdad de los negros”, explica el director Roschdy Zem (ganador como actor en San Sebastián por Días de gloria), sobre este actor nacido en Cuba y vendido como sirviente a una familia vasca antes de llegar a Francia, donde no consiguió que lo llamaran por su verdadero nombre, Rafael Padilla. En vida, fue simplemente “Chocolat”, el payaso que encajaba los puntapiés de su compañero blanco. Pero también fue un pionero que con su combate propició una evolución en las conciencias”. Con una destacada ambientación se recrea el clima de esplendor de la Belle Epoque, por la que obtuvo el premio César a la mejor escenografía a cargo de Jéremie d. Lignol. Dentro de la misma competencia, fue galardonado el actor James Thierrée (nieto de Charles Chaplin, con un parecido sorprendente) como mejor actor secundario. Su personaje logra meterse en la piel de un payaso que fuera del escenario donde dejaba todo, era un ser ermitaño, antisocial, y que no podía expresar nunca lo que sentía más allá de la amistad incondicional con Chocolat que, a pesar de sus diferencias de carácter, compartió su vida casi hasta el final. Monsieur Chocolat, éxito comercial en la cartelera francesa con casi dos millones de entradas, refleja no sólo la ambivalencia de un artista que no deja de cuestionarse si su éxito se debió a su talento o a la parodia sobre su raza, sino también demuestra la contradicción de una sociedad que se muestra abierta y tolerante frente al mundo cuando, en realidad, perpetúo la concepción colonialista del negro sumiso y explotado que hacía reír a la burguesía. Un mono, como lo dibujaban los afiches publicitarios inspirados en Toulouse-Lautrec. A través de un relato clásico y una narración fluida, la historia nos va conduciendo hacia un final sobrecargado de injusticias cuasi predecible. Sin esquivar el tono dramático y el uso de algunos subrayados en las escenas de violencia o racismo, Zem retrata una época marcada por la desigualdad y la discriminación, a partir de rescatar a un artista que ya nadie recordaba. Como perlita y guiño cinematográfico, se agrega un film de los Hnos. Lumiére de 1909 sobre el dúo de cómicos. MONSIEUR CHOCOLAT Chocolat, Francia, 2016. Direcciuón: Roschdy Zem. Intérpretes: Omar Sy, James Thierrée, Clotilde Hesme, Olivier Gourmet, Frédéric Pierrot, Noémie Lvovsky, Alice de Lencquesaing, Olivier Rabourdin. Guion: Cyril Gely, Roschdy Zem, Olivier Gorce, basados en la novela de Gérard Noiriel. Música: Gabriel Yared/Fotografía: Thomas Letellier.Duración: 110 minutos.
MÁS ALLÁ DEL HORROR Mira: Dios no estuvo en Auschwitz. Lea: Para mí sí. Recuerdo el día en que se llevaron a todos a la cámara de gas, menos a mí. Salvo Josef Mengele, no estuvo nadie. Tampoco sé si fue un “milagro”, el azar, o el destino que les permitió salir vivas de ese infierno. Y eso es lo que importa. Porque el Holocausto en sí mismo aliena cualquier tipo de interpretación posible. Durante la Segunda Guerra Mundial, entre 1939 y 1945, el régimen nazi organizó la mayor maquinaria de muerte con el propósito de depuración racial. En los campos de concentración y exterminio del nacionalsocialismo se asesinaron seis millones de judíos, y cientos de miles de gitanos, homosexuales y discapacitados. El documental dirigido por Poli Martínez Kaplún nos presenta la historia de Mira Kniaziew de Sputnik y Lea Zajac de Novera, dos polacas de 90 años sobrevivientes del genocidio nazi. Ambas fueron enviadas junto a toda su familia al campo de exterminio de Auschwitz. Tenían 12 y 14 años. Allí permanecieron dos años hasta que la guerra terminó. Desde hace décadas, residen en Buenos Aires donde pudieron conseguir trabajo y formar una familia. “Quería hacer una película sobre los sobrevivientes de la Segunda Guerra Mundial porque gente que la padeció aún está viva”, comenta la realizadora. Uno piensa que es algo que sucedió hace mucho tiempo. Fue tan atroz, tan siniestra que parece una historia de la Antigüedad o de la Edad Media y sin embargo, es una historia contemporánea…”. Frente a cámara las mujeres relatan gran parte de su historia con una fluidez asombrosa, mientras las fotos personales y las imágenes de archivo se intercalan como marco histórico. No hay preguntas que desvíen la atención de testimonios estremecedores, al contrario, frente a un contendido tan denso y dramático, Martínez Kaplún logra un registro íntimo, respetuoso frente al tema. La luz cálida y el tono nostálgico de las imágenes dan paso a un cámara que recorre lentamente los hogares de las protagonistas, sus objetos y los detalles de su vida. Hay fotos de sus hijos, de sus nietos, y filmaciones de los lugares o actos donde asisten para contar su historia. “Luchar en contra de la discriminación para que el mundo saque sus conclusiones”, dice Lea. Y agrega: “siento una obligación moral de hacer esto…Yo necesito que la gente se entere y se de cuenta de que seis millones no es un número de una estadística. Eran seis millones de seres humanos y entre ellos, un millón y medio de niños, jóvenes que recién empezaban la vida”. Los diálogos entre Lea y Mira contagian vitalidad y despiertan preguntas metafísicas que quedan por contestar a lo largo de un documental cuasi de observación. Presenciar ejemplos de tanto estoicismo, conmueve y maravilla al mismo tiempo. ¿Cómo lo lograron? Ellas siguen sin entender el comportamiento humano, ni el accionar de un mundo que no aprendió de sus errores y atrocidades. Sin embargo, tienen clara su misión: bregar por la memoria y concientizar a las nuevas generaciones sobre los hechos más aberrantes de la humanidad. LEA Y MIRA DEJAN SU HUELLA Lea y Mira dejan su huella, Argentina. 2016. Dirección: Poli Martínez Kaplún. Duración: 52 minutos
UNA GENERACIÓN EN CRISIS La incomunicación, la falta de identidad cultural, los múltiples conflictos adolescentes, la familia que no, y la educación que tampoco, son algunos de los temas que aborda Lo que no se perdona, ópera prima del cineasta salteño Cristian Barrozo (aquí la entrevista). Leandro (Alvaro Massafra), un introvertido adolescente de clase media siente que no encaja en ningún lado, y prueba transgredir a través de la delincuencia, pero fue fichado por la policía. Ya nada será igual y lidia con eso. Él y algunos pibes del barrio son reclutados por el “Gordo” Ovalle (Roly Serrano) dueño de un aguantadero sórdido, desde donde les pasa trabajitos para hacer. Entre los pibes está Chachota (Luciano Ochoa), sospechado de haber delatado a su amigo Leandro en una entradera. La tensión entre ellos aumenta y Ovalle no quiere buchones en su equipo. Bajo un formato cuasi documental, el realizador se mete en la cotidianidad del protagonista. Registra con detalle las acciones y contextualiza su “incomunicación” con la realidad. A través de largos planos secuencia y cámara en mano el verismo de las imágenes da cuenta de los contrastes sociales y clasistas como parte de la problemática que refleja. La mirada de Leandro carga una marca y su silencio, también. Barrozo trata de meterse en su mundo, en su pensamiento, hallar esa instancia de quiebre con sus lazos afectivos. “Esto tiene directa relación con lo que miles de adolescentes argentinos pasan día a día, comenta su realizador. Sin apoyo y comunicación familiar ni un sistema educativo que los contenga, se encuentran al límite en una edad difícil, en esa transición hacia la madurez y se enfrentan a obstáculos que no saben cómo resolver”. La película se estructura a partir de un hecho que se muestra dosificado en medio de la historia, para que el espectador vaya uniendo las piezas a lo largo del relato. Un relato que, en su afán de acrecentar el verismo, abusa de los planos secuencia y minimiza las elipsis, lo que disminuye el ritmo narrativo de una historia que amerita mayor dinamismo. Testigo de una generación en crisis, Barrozo filma en la ciudad de Salta con actores locales. Uno de ellos, Álvaro Massafra (Leandro), fue premiado como mejor actor en el Festival Internacional cine de las Alturas (2016) donde fue presentada la película. Al elenco se suma, la participación del talentoso Roly Serrano, interpretando a un tipo oscuro y nefasto que la policía tiene marcado. Lo que no se perdona logra sostener un clima de tensión fusionando el drama realista con el policial, sobre todo hacia el final. Una propuesta que, si bien tropieza en la organización del relato, es consciente del tiempo que denuncia. LO QUE NO SE PERDONA Lo que no se perdona. Argentina, 2015. Dirección: Cristian Maximiliano Barrozo. Guión: Cristian Maximiliano Barrozo y Malen Azzam. Intérpretes: Roly Serrano; Alvaro Massafra; Luciano Ochoa, Angel Collante y Carolina Guerrero. Director de Fotografía: Rusi Millán Pastori/ Sonido: Damián Montes Calabro. Montaje: Emiliano Serra (Teykirisy). Dirección de Arte: Paula Ferrer. Duración: 77 minutos.
EL QUE SE QUEMA CON LECHE ETC Saquen una hoja, tema a escribir: la vaca”. Esa frase transformada en un mito escolar, lleva la certeza de haber sido lo menos motivadora posible a la hora de inspirarnos. Frente al cine sucede algo similar cuando se trata de escribir sobre películas con animales como protagonistas. Del país galo llegó primero La vaca y el presidente (2000) de Philippe Muyl y ahora No se metan con mi vaca (La Vache) segundo film de Mohamed Hamidi luego de La Tierra (2012) donde comenzó a tratar, superficialmente, los vínculos e intercambios culturales entre parisinos y argelinos. Un tema con el que vuelve a insistir, pero con vaca de por medio. Fatah (Fatsah Bouyahmed) es un humilde granjero argelino que vive en un pueblo junto a su esposa, dos hijas pequeñas y su amada vaca, Jacqueline. Él sueña con llevarla a participar del concurso que organiza el Salón de la Agricultura en París. Sorpresivamente llega una carta con una invitación para que Fatah pueda llevar a cabo su viaje. El pueblo ayuda con los gastos y la travesía comienza. Luego de cruzar en barco a Marsella recorrerá a pie toda Francia hasta llegar al destino tan ansiado. La travesía se volverá una gran aventura para Fatah y Jacqueline. Bajo el formato de una road movie bovina (si se me permite el neologismo), la película aborda un viaje que parte del paisaje árido y rural de un pueblo de Argelia para adentrase en un país como Francia desde donde atravesarán varias ciudades hasta llegar a París. Durante el largo y accidentado recorrido, Farah irá intercambiando costumbres con distintos lugareños que le brindan hospitalidad y apoyan su deseo. La travesía no sólo se presenta como un reto para el protagonista sino también para su familia y los habitantes de su pueblo, quienes acostumbrados a una vida inactiva y apacible, lo siguen a través de las fotos que envía o desde el aula de un colegio donde siguen sus pasos. El personaje de Fatah (muy bien interpretado por Bouyahmed) tiene todos los tópicos necesario para cautivar al espectador: simpático, sensible, ingenuo, familiero, buenazo y amante de los animales. Si se apuesta a esa clase de empatía, el relato de Hamidi redobla la apuesta para hablar muy livianamente de las relaciones entre argelinos y francés, su intercambio cultural, la tolerancia y la pacífica convivencia que, en actualidad, pueden mantener, como para dejar contentos a todos. Con la misma liviandad, el realizador muestra el uso comercial de los medios periodísticos y televisivos que cubren la travesía transformando a Fatah en un personaje mediático y feliz. Bajo esas premisas, No te metas con mi vaca es un comedia sencilla, liviana y entretenida a la que no se le puede exigir nada más que eso. NO SE METAN CON MI VACA La vache. Francia, 2015. Director: Mohamed Hamidi. Guión: Alain-Michel Blanc, Fatsah Bouyahmed, Mohamed Hamidi. Música: Ibrahim Maalouf. Fotografía: Elin Kirschfink. Intérpretes: Fatsah Bouyahmed, Lambert Wilson, Jamel Debbouze, Christian Ameri, Fehd Benchemsi, Malik Bentalha, François Bureloup, Abdellah Chakiri, Catherine Davenier, Pierre Diot, Amal El Atrache. Duración: 91 min.
UN JUEGO DE ESPEJOS Kékszakállú (Barba Azul en húngaro) el nuevo film de ficción de Gastón Solnicki (aquí la entrevista), luego de Sûden y Papirosen, es una apuesta a un cine no convencional e intertextual, que mantiene, como en sus trabajos anteriores, un cuidadoso trabajo compositivo. Basado en la ópera El castillo de Barba Azul compuesta por el húngaro Béla Bartók, y tomada del clásico cuento de Charles Perrault “Barba Azul”, la película comparte la esencia impresionista de Bartók para hacer un muestrario actual de los hábitos que impone el capitalismo en los jóvenes de clase media alta. De esa manera, el film propone un collage de imágenes que dan cuenta progresivamente de la relación tiempo libre-moda-abulia durante un período veraniego en Punta del Este. Tardes de pileta, surf en el mar, dormir al sol, disfrutar de un amor de verano, las diferencias con los padres, el crecimiento y la falta de identidad, las amigas, el trabajo que estandariza y aliena, la Facultad como la imposición a ser lo que se espera, son algunos de los tópicos sobre los cuales trabajará el realizador argentino. Lejos de la narración clásica, la película se construye con planos fijos y a cierta distancia bajo un gran trabajo visual a cargo de Fernando Lockett y Diego Poleri. No hay movimientos de cámara, solo fluye el tiempo en espacios casi estancos. Los encuadres compuestos con estilización denotan la relación entre el sujeto como parte y extensión de la arquitectura urbana en la que se mueve y se inserta como un engranaje más. Esos sujetos (mujeres jóvenes, principalmente) lidian con una alienación que las incomunica y las describe casi como fluyendo tras algo incierto o reiterado. “Hace cuatro años pasé un verano bajo el encanto de la única ópera de Bartók, y fue a través de una trasfiguración folclórica similar que comencé a desarrollar la fantasía de hacer una película inspirada en su atmósfera musical y política, comenta su realizador. Bartók viajaba con su fonógrafo por el Este de Europa, pocos años antes del estallido de la primera guerra mundial, recolectando la tradición oral de la música campesina y luego escribiendo sus obras a partir de esos materiales. En ese sentido Kékszakállu es un homenaje a Bartók y a sus viajes. Filmamos la primera parte de la película con un grupo muy íntimo de amigos y colegas sin un guion, sin personajes”. La película tuvo su premiere Mundial en Venecia-Orizzonti 2016, donde recibió el premio Fipresci de la crítica internacional y el BIstato D’oro de la crítica joven, ha tenido un gran recorrido a través de los festivales por Toronto, New York Film Festival, Viena, entre muchos otros. Sin desarrollar ninguna historia (como está acostumbrado el espectador medio) y libre desde lo formal, el relato logra una atmósfera por momentos opresiva desde la cual, intenta rebelarse. Esa inquietud de escapar a lo “esperable”, se deposita en una de las protagonistas, una joven conflictuada que busca un sentido a su vida, al igual que Judith (la protagonista de la ópera) la depositaria de siete llaves otorgadas por Barba Azul para abrir sus puertas interiores. En relación a sus lazos intertextuales, del cuento de Perrault se desprende cierta moraleja en relación a la ambición y la seducción del poder de parte de sociedad. Los jóvenes aburguesados de Solinick responden a patrones sociales esperables, sobre los cuales es difícil escapar. Sin embargo, hacia el final, hay un cambio de registro donde el realizador parece jugarse por un rumbo. La música de Bartók refuerza las imágenes de fondo en éste juego de espejos que resulta sobrio e interesante. KÉKSZAKÁLLÚ Kékszakállú. Argentina, 2016. Dirección: Gastón Solnicki. Intérpretes: Laila Maltz, Katia Szechtman, Lara Tarlowski, Natali Maltz, Maria Soldi, Pedro Trocca y Denise Groesman. Montaje: Alan Segal. Francisco D’Eufemia. Fotografía: Diego Poleri. Fernando Lockett. Sonido: Jason Candler. Música: Béla Bartók. Duración 72 minutos.
LA NATURALEZA COMO EXCUSA Un paneo recorre la exuberancia natural del monte misionero, el sonido ambiente completa una imagen que se volverá la principal protagonista de La tierra roja, tercer film del cineasta Diego Martínez Vignatti (La marea y La cantante de tango), en coproducción con Argentina, Bélgica y Brasil. Esa primer imagen será el escenario para desarrollar el tema central: la contaminación ambiental. El conflicto surge en manos de una empresa multinacional dedicada al papel que tala árboles y esparce agrotóxicos en las plantaciones del lugar. Ese trabajo está en manos de Pierre (el belga Geert Van Rampelberg, ganador del Oscar por Alabama Monroe), encargado del lugar y, paralelamente, entrenador de rugby de un equipo local de jóvenes de clase media alta. Radicado en Misiones hace tres años, Pierre mantiene una relación sentimental con Ana (Eugenia Ramírez), una maestra y activista política que lucha por los derechos de los lugareños, quienes sufren las consecuencias de la contaminación: problemas en la piel, malformaciones en los bebés y todo tipo de enfermedades cancerígenas. El diagnóstico médico confirmado por el doctor Balza (Enrique Piñeyro, en su rol de denunciante) alerta a la población sobre la toxicidad a la que están expuestos los peones rurales y los habitantes del lugar. El reclamo social no tarda en aparecer ante las autoridades gubernamentales que hacen la vista gorda. Los gremios se alinean y Pierre deberá enfrentar un nuevo dilema. A partir de la dicotomía hombre-naturaleza, la puesta en escena gira en torno al accionar del protagonista, a través del cual se subrayan los contrastes de clase dentro del pueblo. Su rol de capataz dista mucho de la camaradería ante su equipo de rugby; pero no sólo se marca esa diferencia entre las escenas que se van intercalando, sino también las características de cada grupo bien contrastadas desde lo físico y actitudinal. A los peones se los muestra débiles, sumisos y en contacto con el material que los enferma, a diferencia de los rugbiers que destilan felicidad, salud y vitalidad. Desde otro lugar, Ana, en su rol de maestra, ayuda a los lugareños y se muestra comprometida políticamente a defender los derechos de su gente. Otro tanto, pasa con el médico, un idealista que pretende llevar su verdad para denunciarla ante el gobernador (Lorenzo Quinteros en una breve aparición). Los tres personajes responden a estereotipos bien radicalizados. La falta de matices lleva al espectador a predecir sus acciones, a lo esperable. La película va construyendo un discurso apelativo orientado a denunciar un tema de actualidad, y eso está muy bien, pero detrás de esa buena intencionalidad aparecen otros temas relacionados: la explotación laboral, el clientelismo político, la diferencia de clases, la corrupción, el abuso de poder y la pobreza. En ese afán por querer “decir todo” en 104 minutos, la película falla narrativamente. A esto se suma, la historia de amor entre Pierre y Ana con todo lo imaginable y redundante de una atracción entre dos seres tan opuestos. Martínez Vignatti, radicado en Bélgica desde finales de los noventa, logra desde lo formal mantener una tensión latente en torno al surgimiento del movimiento gremial de los trabajadores rurales. Esa sindicalización de los peones se muestra idealizada frente a la mano dura del gobierno de turno, y también era algo esperado en sus enfrentamientos. Dentro de lo que podría denominarse un cine orientado a “desastres ecológicos”, como Erin Brockovich (salvando las grandes diferencias), La tierra roja se queda a mitad de camino de esa denuncia inicial que parecía contundente, para diluirse a través de un guión que recurre a lugares comunes y golpes de efecto. LA TIERRA ROJA Argentina/ Bélgica/Brasil, 2015. Dirección y guion: Diego Martínez Vignatti. Intérpretes: Geert Van Rampelberg; Eugenia Ramírez, Enrique Piñeyro, Marcello Crawshaw; Héctor Bordoni, Lorenzo Quinteros. Fotografía: Diego Martínez Vignatti/ Sonido: Dirk Bombey/ Dirección arte: Miguel Ojeda/ Vestuario: Bea López. Duración: 104 minutos.
MOVIENDO LAS CABEZAS Guido Models es un buen comienzo para la carrera de la fotógrafa argentina, Julieta Sans (aquí la entrevista) en su incursión en un documental que fue exhibido dentro de la Competencia argentina de la 17ª Edición del BAFICI 2015, iniciando un recorrido por muchos Festivales. La mirada de realizadora centra su atención en Guido Fuentes, un modisto boliviano que llegó a la Argentina para crear una agencia de modelos, “Guido Models” dentro de la Villa 31, donde también reside. Su objetivo es darles una oportunidad laboral a las chicas sin recursos, ofreciéndoles otro rumbo, una oportunidad que les permita alcanzar un sueño. “Es una utopía un poco descabellada en el universo de la moda, pero él quiere que todo el mundo que desea modelar pueda hacerlo, cuenta Sans. Guido es un romántico”. La cámara en mano se inserta en la villa, recorre sus calles, muestra la dificultad en el armado de los desfiles, los tacos hundidos en el barro, pero al igual que un back stage de cualquier otro desfile, éste se hace con ciertas limitaciones económicas, pero no con menos pasión y entrega. Allí, vemos a Guido en plena acción. Tiene un humilde taller costura donde crea cada uno de los diseños, luego corta y cose. Él también se permite otra oportunidad y va hacia adelante sin renegar de su origen, al contrario, su slogan en los desfiles es: “Todos por la integración. Romper las barreras de la discriminación”. El relato se construye en dos partes casi indivisibles. La primera filmada en Buenos Aires y la otra en Bolivia, donde no sólo habrá un reencuentro familiar sino la oportunidad de montar un gran desfile con dos de sus modelos, Sonia y Delia, a quienes seguimos en su cotidianidad. Tal vez, la duración de algunos planos o escenas, con música local de fondo, intenten subrayar las condiciones sociales, que están muy claras desde el inicio. En Guido Models los protagonistas están enmarcados en su entorno, siempre contextualizados, como emergentes sociales de una realidad adversa. La idea es rescatar el esfuerzo diario de cada uno de los habitantes de la villa, es un logro del documental. Sans ofrece un relato inclusivo desde una distancia necesaria con lo que registra, visibilizando a seres tan especiales como Guido, en su afán lucha e integración. GUIDO MODELS Guido Models. Argentina, 2015. Dirección y Guion: Julieta Sans. Fotografía: Juan Guillermo Peña. Montaje: Renato Alvarado, Julieta Sans, Bruno López. Sonido: Renato Alvarado. Música: Patricio Alvarado. Intérpretes: Guido Fuentes, Delia León y Sonia Cáceres. Duración: 67 min.
CUANDO NO HAY NADA QUE PERDER Un film sobre el pueblo hecho por un autor no es lo mismo que un film hecho por el pueblo por intermedio de un autor; como intérprete y traductor de ese pueblo se convierte en vehículo del pueblo“. Jorge Sanjinés El llamado Nuevo Cine Latinoamericano surge en los sesenta como respuesta a los conflictos de su región, ha influido a muchos directores que continuaron desde el documental político-social, principalmente, expresando la voz de los pueblos a la que alude Sanjinés, uno de los grandes realizadores del cine boliviano, creador del grupo Ukamanu que promovía un cine revolucionario para la liberación. Mujeres de la mina desarrolla la historia de las mujeres mineras en Bolivia, tomando como punto de partida el relato de tres de ellas, pero sin duda en ellas está consolidada la expresión de tantas otras que han dejado su vida en la crudeza geográfica del Cerro Pico, en Potosí. Una zona de gran riqueza que durante el colonialismo colmó las arcas de los europeos en detrimento de un pueblo empobrecido y explotado. Tal como cita Eduardo Galeano, quien participa del film, “los europeos deberían pedirles perdón”. El documental de las realizadoras Malena Bystrowicz y Loreley Unamuno surge en el año 2006, cuando Loreley viaja a Bolivia para participar de la primer Asunción de Evo Morales. En el camino de regreso, al pasar unos días en Potosí realiza un recorrido por las minas donde conoce a una mujer que hará germinar este documental como idea-proyecto: Francisca. Una mujer muy humilde, de rostro y manos curtidas que le dijo: – sería bueno hacer un documental con nosotras, las mujeres de las minas… A través de las voces de Lucia Armijo; Domitila Barrios de Chungara y Francisca González Santos se hace un recorrido de corte antropológico e histórico sobre un país que ha padecido, como en el resto de Latinoamérica períodos dictatoriales que acallaron cualquier intento de expresión o pensamiento y que, además, padeció la explotación del suelo a través de la actividad minera, donde los hombres dejan la vida de forma temprana al morir intoxicados por el polvo de silicosis. Sus viudas tuvieron que reemplazarlos en las minas, a pesar de que la tradición prohibía su entrada, a fin de sostener lo poco que tenían: una casa de adobe y paja, sin luz, y muchos hijos para alimentar. Esas mujeres fuertes, valientes, sacrificadas, enfrentaron el machismo que impedía su ingreso a las minas como la desigualdad laboral. A pesar de ser analfabetas o con escasa escolaridad, algunas de ellas, como Domitila Chungara fueron militantes mineras organizadas que bregaron por sus derechos, fueron presas y hasta lograron derrocar la dictadura del general Banzer (1971-1978). Luego de ser presentado en muchos festivales del mundo, donde obtuvo diez premios internacionales, el documental construido a partir de imágenes de archivo, fotografías y relatos a cámara, se destaca por el gran trabajo de fotografía y el cuidado estético de la imágenes. La cámara recorre con cierto lirismo los paisajes, y el sacrificio diario de estas mujeres luchadoras que, como una de ellas dice: no tenemos nada que perder más que nuestra pobreza y sufrimiento. Mujeres de la mina logra un destacado equilibrio entre forma y contenido. Transmite un discurso crítico y apelativo bajo la mirada sensible y comprometida de las realizadoras que no descuidan el tratamiento poético de las imágenes que acompañan con música local. Una propuesta interesante dentro de la oferta cinematográfica local. MUJERES DE LA MINA Mujeres de la mina. Argentina, 2014. Dirección: Malena Bystrowicz y Loreley Unamuno. Intérpretes: Lucia Armijo, Domitila Barrios de Chungara, Francisca Gonzales Santos, Eduardo Galeano. Duración 60 minutos.
PONER A DIOS ENTRE PARÉNTESIS Diciembre de 1945, Polonia. La guerra finalizó, pero las secuelas se extienden a una población devastada y empobrecida tras el conflicto bélico, donde se desarrollará la historia. En la región, una unidad especial de la Cruz Roja asiste a las víctimas. Allí, trabaja una joven médica francesa Mathilde Bealieu (Lou de Lâage, en un gran papel), que recibe a una monja desesperada pidiéndole que vaya con urgencia a atender a una hermana de su convento. Ayudarla implica desobedecer las órdenes de su jefe, pero sus principios pueden más. Al llegar al convento de clausura jamás imaginó encontrarse con monjas abusadas sexualmente por soldados rusos. Siete de ellas quedaron embarazas, pero nadie deberá enterarse de lo sucedido. Pese a la oposición de la madre superiora (Agata Kulesza) de pedir ayuda a un extraño por miedo a ser descubierto ese secreto humillante, la necesidad de atención médica, por más precaria que sea, debe salvar la vida de las mujeres y los recién nacidos. Ese primer contacto, aunque resistido y culposo, comenzará a generar un vínculo inesperado entre Mathilde y las hermanas, principalmente con María (Agata Buzek) quien la ayuda con los pacientes. Esa experiencia mutua pondrá a prueba cuestiones morales, metafísicas y humanas. La directora franco-luxemburguesa Anne Fontaine (La chica de Mónaco, Mi peor pesadilla, Coco antes de Chanel, Madres perfectas, entre otras) vuelve con un relato sobrio y elegante sobre un suceso real basado en las notas que escribió la francesa Madeleine Pauliac, médica de la Cruz Roja, donde cuenta su vivencia con las monjas embarazadas y el conflicto interior que presenció en cada una de ellas; un sentimiento ambivalente que se manifiesta con intensidad a lo largo de la película. En Las inocentes ese conflicto permanece latente no sólo dentro de los claustros y en el interior mismo de las protagonistas sino también en el afuera donde habita el enemigo que acecha y lastima. Esas huellas parecen estigmas sobre el cuerpo impoluto de las monjas. Esos cuerpos virginales que no se tocan, ni se acarician, ni se muestran desnudos. Hacerlo sería como aceptar el placer de lo prohibido y entonces entregarse al castigo. La maternidad se presenta como el desafío que las llena de contradicciones, de miedos y de una angustia que pone a prueba la fe en Dios. Con pasajes que recuerdan a Ida (2013) de Pawel Pawlikowski, la austeridad de los planos, los leves movimientos de la cámara recorriendo el Convento narran con fluidez y esteticismo un relato dramático que no deja de relacionarse con su contexto político. Su formalismo destaca el gran trabajo de fotografía de Caroline Champetier. El manejo de la luz otorga calidez a los ambientes y un tono intimista a los interiores para contrastarlos con las imágenes blanquecinas y amenazantes del exterior. Al igual que Coco, la protagonista de Coco antes de Chanel, la médica se muestra valiente y con la convicción sobre sus ideales. Es independiente y tiene confianza en sí misma. La mirada de la realizadora no juzga a sus personajes sino más bien los enfrenta con su destino en el que resalta las cualidades que las diferencian del resto. Las inocentes, estrenada en el Sundance en la sección Premieres, contó con el guion de Sabrina Karine y Alice Vial, adaptado por la directora junto al talentoso Pascal Bonitzer. Su éxito la llevó a estar entre las posibles competidoras para el Oscar como mejor película en lengua extranjera. El film logra mantener la tensión y el dramatismo de la historia de manera equilibrada, salvo hacia el final donde redundan las escenas sobre la problemática de las religiosas, innecesariamente. Más allá de eso, la película es interesante y transmite esa dualidad constante entre el ser y el deber ser. LAS INOCENTES Les Innocentes. Francia/Polonia, 2016. Dirección: Anne Fontaine. Guión: Sabrina B. Karine y Alice Vial. Intérpretes: Lou de Laage, Agata Buzek, Agata Kulesza, Vincent Macaigne, Joanna Kulig, Eliza Rycembel y Anna Prochniak. Fotografía: Caroline Champetier/ Música: Gregoire Hetzel/ Edición: Annette Dutertre. Duración: 115 minutos.
UN DILEMA MORAL Uno de los problemas de hacer cine en Bulgaria es la falta de apoyo e incentivo que reciben los cineastas de parte del Estado, al que sólo parece interesarle el lado comercial de la industria. A pesar de esa falta, los realizadores búlgaros Kristina Grozeva y Petar Valchanov presentaron el largometraje La Lección. Su ópera prima, estrenada en Toronto, fue premiada en el Talent Project Market de la Berlinale 2013. El film, según sus directores, es la primera parte de una trilogía acerca de la “rebelión tranquila de una persona pequeña contra el mundo sin alma, cínico y mercantil en el que vivimos”. O sea, la cruel realidad en la que todos nos vemos reflejados tanto aquí como allá. Esa persona pequeña y tranquila es Nadezhda (Margita Gosheva) una profesora de inglés de mediana edad, casada y con una hija pequeña obsesionada con un robo dentro su clase. Para ella, lograr desenmascarar al culpable será el propósito diario ante sus alumnos, que no parecen perturbados por la severidad de sus estrategias “aleccionadoras”. Sin embargo, un hecho desviará su atención: su marido olvidó pagar la hipoteca de la casa y comprar un repuesto para el auto que no servía. Ante la intimación del banco, ella deberá realizar lo que sea antes de perder lo poco que tienen. El esfuerzo por conseguir el dinero y sacar adelante el futuro de su familia, enfrentará a Nadezcha (esperanza en búlgaro) a vivenciar los abusos de un sistema que cambiará sus valores más preciados. En La Lección no hay títulos iniciales, ni música. El sonido ambiente y la cámara en mano logran un tono realista que se aleja de cualquier esteticismo. Así de directa y sin preámbulos refleja una cotidianidad en crisis como marco para desarrollar la historia. Las escenas transcurren dentro de un pueblo donde no parece suceder nada fuera de lo común y donde nadie se involucra con el otro. Como si diera lo mismo tomar para una dirección o para otra, y como si los personajes estuvieran solos ante su devenir. Ese impronta existencialista, le da cierto desapego a los personajes, pero no vuelve menos empática la mirada del espectador en relación a la lucha de la protagonista. Los planos cerrados del rostro inexpresivo de Nadezcha, acumulan una ansiedad latente que va in crescendo. Obtener el dinero para salvar su hogar es lo único que importa. El tiempo corre y esa desesperación la lleva a tener que sortear las trabas que se le presentan y actuar en contra de sus principios por más inverosímiles que parezcan los hechos. Los realizadores apuestan a un relato cargado de tensión, donde no hay tiempo para la duda. El ritmo se sostiene y el cambio de carácter de la protagonista (muy bien interpretada por Gosheva) da por descontado que los valores, dentro de la sociedad, son principios relativos y efímeros. En La lección, nada es tan seguro ni todo es lo que parece. LA LECCIÓN UROK, Bulgaria, 2014. Directores: Kristina Grozeva y Petar Valchanov. Guion: Kristina Grozeva y Petar Valchanov. Fotografía: Krum Rodriguez. Intérpretes: Margita Gosheva, Ivan Burnev, Ivanka Bratoeva, Ivan Savov, Deya Todorova, Stefan Denolyubov. Duración: 107 minutos.