Quien haya podido ver -sobre todo en el momento en que fue estrenada, allá por el 2008- aquella rupturista “Vil Romance”, tendrá claro que a partir de ese mismo momento, con sus fanáticos y sus detractores, José Celestino Campusano comenzó a trazar un particular recorrido que lo coloca dentro del cine de autor en nuestra producción nacional. Si bien Campusano no quiere adjudicarse ninguna etiqueta, sin autodefinirse como autor, no podrá negar que su cine lleva su impronta, su barrio, su mirada social y sus propias reglas. Avanzando en su filmografía, su espíritu metalero y motoquero nos trae una de las grandes atracciones del Festival de Cine de Mar del Plata de aquella temporada “Vikingo” a la que siguieron “Fantasmas en la ruta”, “Fango” y “El perro Molina” entre tantas otras y comenzó a generarse ese estilo propio que permite claramente ver una película de Campusano e indudablemente sentir que lleva su firma y que sólo él podría contar las historias de la manera en la que lo hace. Un cine que intenta permanentemente escapar de cualquiera de las convenciones y el encasillamiento en determinados géneros o temáticas y que se dispone a contar historias allí en donde otros realizadores no pondrían jamás su cámara. Enarbola silenciosamente una especie de militancia por lo diferente, generando un espacio en la pantalla para todo aquello que se estigmatiza por su misma marginalidad. Cada uno de sus proyectos ha ido haciendo foco en temáticas poco abordadas por el cine nacional y sin repetirse ni autoplagiarse –como sí sucede con tantos otros directores que miran a este tipo de cine con cierto desdén-, intenta en cada nuevo trabajo, dar visibilidad a temáticas que irá desarrollando con su impronta ideológica siempre presente y sin traicionar un estilo inconfundiblemente propio. Su productora, Cinebruto suele encarar estos proyectos en forma colectiva y no sólo el ojo de Campusano está detrás de la cámara sino que también está presente su escritura y su pensamiento en los guiones que él mismo desarrolla para cada una de sus películas. Del relato visceral y descarnado de un romance gay con desenlace trágico y violento (“Vil Romance”), pasa a una crítica a las pasiones burguesas y el mundo de las clases altas en “Placer y Martirio” o el difícil rol de un asistente de menores en Bariloche para “El Azote” en donde estaban presentes la corrupción institucional, la discriminación, la violencia de género y los abusos y los excesos de todo tipo. Temas tan arriesgados de abordar como el racismo que pesa sobre los pueblos originarios, la xenofobia y el ambiente carcelario y su vínculo tóxico con la justicia aparecían en su notable “El sacrificio de Nehuén Puyelli” y en su reciente “Hombres de piel dura” logra retratar el despertar homosexual del protagonista en una cerrada sociedad pueblerina donde la misma doble moral condena tanto la diferencia de clases como la libertad de ciertas elecciones, mientras que silencian y encubren a un cura pedófilo. En su último trabajo “BAJO MI PIEL MORENA” que se estrena esta semana en la plataforma www.cine.ar/play dentro del ciclo “Jueves Estreno”, Campusano elige como principal protagonista a Morena, una mujer trans que intenta hacerse respetar en la fábrica donde trabaja como operaria, abriéndose camino en un microcosmos dominado abiertamente por el poder machista. Durante el desarrollo de la historia central de Morena –y el vínculo con su madre que es un eje importante dentro del film y en el espacio que siempre otorga Campusano en su cine a la figura materna- se establecerá una fuerte relación con otras dos chicas trans (su amiga Claudia, que ingresa a un colegio secundario como profesora de Historia recientemente recibida y su prima Myriam que se vincula con policías ejerciendo la prostitución) que le permite a Campusano desplegar desde su guion tres historias y tres realidades bien diferentes dentro de un mismo universo, en donde el común denominador es el rechazo, la desprotección y la violencia que viven los personajes en función a sus elecciones de vida por las cuales son fuertemente marcadas y discriminadas. Como en toda realización de Campusano, se encuentran presentes todos los elementos a los que los tiene acostumbrados en su cine: diálogos demasiado impostados y que intencionalmente subrayan los mensajes que quieren transmitir y algunas líneas que no le permiten a sus actores no profesionales fluir de una forma más llevadera. En el universo de su cine, ya sabemos que las frases suenan impostadas y hasta algo escolares, pero así es el cine de Campusano y una vez aceptada esa convención y esas reglas de juego que el director propone, podemos encontrar que detrás de ese artificio ficcional hay un fuerte compromiso con ir más allá de lo que el resto se anima a mostrar, generar un espacio de discusión sobre temas que están ausentes en el cine argentino y mostrar cómo esos conflictos pueden amplificarse cuando se trata de clases sociales más desprotegidas y que no cuentan con un respaldo económico que facilitaría muchas de sus decisiones. Aparece una vez más esa pasión por lo inexplorado, esa búsqueda inquieta de un nuevo lenguaje narrativo como sucede prácticamente en cada una de sus películas –independientemente que algún pulido más meticuloso en los diálogos mejoraría sustancialmente el resultado final- siempre bordeando lo marginal, con una cierta sordidez que sobrevuela en sus ambientes y con su instinto de denuncia tendiente a empoderar a aquellos que parece no tener voz ni espacio de ninguna otra manera. “BAJO MI PIEL MORENA” habla sobre la decisión de vivir una identidad y del derecho a ser respetado, con la franqueza y la libertad que esto implica, lejos de cualquier ocultamiento, lejos de las trampas y los dobles discursos que viven justamente quienes moralmente condenan al resto, brindando una mirada absolutamente despojada de cualquier juzgamiento –como lo hace siempre Campusano con sus personajes- y rescatando los valores más nobles. POR QUE SI: «Por su pasión por lo inexplorado, esa búsqueda inquieta de un nuevo lenguaje narrativo»
Por su parte, en Puentes de Cine (www.puentesdecine.com.ar) se presenta el estreno del documental que tiene con protagonista excluyente a una de las figuras que fue parte de ese movimiento de la década de los ’80 que explotó en plena guerra de Malvinas e hizo resurgir con una fuerza contundente a todo el rock nacional. En “RETRATO INCOMPLETO DE LA CANCION INFINITA” recorreremos no solamente la obra y el material de archivo referido a los trabajos e Daniel Melero sino que nos internaremos en sus pensamientos y su personalidad. Descubrimos a este artista que se autodefine como exitoso, no como famoso “… a los exitosos no nos piden autógrafos”, fijando de esta forma una fuerte toma de posición sobre conceptos relativos a la industria, la fama, el éxito, la producción, el arte y su personal forma de sentirlo. El documental de Roly Rauwolf recorre la trayectoria y la obra de Melero, quien tiene la particularidad de haber participado de discos y producciones que son un ícono dentro de la música nacional como (“Canción Animal”, sus teclados de “Oktubre” de Los Redonditos de Ricota o “Colores Santos” junto a Cerati) sin haber alcanzado esa masividad que tantos artistas buscan, sino que obtuvo lo que fue el motor de su propia búsqueda: un enorme reconocimiento dentro del medio. Detrás de Melero están canciones tan entrañables como “Trátame Suavemente” “Quiero estar entre tus cosas” o algunas de su banda “Los Encargados” considerada como el primer grupo de música techno dentro del rock nacional y el documental recorre, guiado por su propio protagonista, toda esta trayectoria que además se ilustra con anécdotas tales como una presentación en el mítico “Feliz Domingo” con Andrés Calamaro oficiando de sonidista, o aquella del BA Rock del ’82 en donde el público arrojaba lo primero que tenía a mano para que se fueran del escenario y apareciera Riff, la banda que estaban esperando. Así desde su verborragia irrefrenable aparecerán los recuerdos vinculados con lo que muchos dieron en llamar “el cuarto Soda” (aunque seguramente él deteste ese mote), un profundo análisis de los movimientos que fueron surgiendo dentro de la música nacional, su clara posición frente a un concepto de mercado dentro del arte y su participación activa en la búsqueda de un estilo propio sin entregarse a la popularidad que lo hubiese relegado de sí mismo, la conceptualización de su obra y de su búsqueda interior como artista. Comparte una cierta mirada en común con el otro documental estrenado esta semana, un formato sumamente televisivo de entrevistas más archivo –sin que por eso deje de ser interesante el recorrido de un artista como Melero- y quizás por momentos demasiado centrado en la figura de su protagonista desde su propia narrativa, sin dar lugar a que aparezcan otras voces que puedan construir esta figura del artista sin tanta auto referencia. Con algo de vanidad y narcisimo, en las dosis exactas, Melero se describe a sí mismo, abre su cabeza, sus pensamientos y sus proyectos, su modo de ver las cosas –en ocasiones sobreabundante y disgresivo-, para internarnos en su propio universo y recorrer un camino artístico trazado con suma coherencia y con una honestidad que no se encuentra frecuentemente en todos los artistas. Tal como reza el título, un retrato inacabado, incompleto, porque todavía en esa canción infinita que propone, la música de Melero seguirá sonando, seguirá buscando y creando y completando, de una u otra manera, este sonido interno que es el hilo conductor del trabajo de Rauwolf que acompaña amorosamente con su cámara, los laberintos de su personaje.
Cine.ar estrena “LOS VERSOS SALVADOS”, el documental de Gabriel Szollosy que retrata la vida de Celina Galeano. Precisamente el trabajo de Szollosy nos aproxima a la vida de esta escritora radicada en Uruguay a través de la narración de Fernanda Galeano, su hija, quien nació en pleno cautiverio durante la última dictadura militar. A través de la lectura de sus textos –quizás a veces no del todo acertado que los pueda leer la propia Celia que entre nervios y “miedo” a la cámara no siempre encuentra el tono acertado para transmitir su producción literaria-, vamos reconstituyendo una historia de vida intensa, interesante, marcada por la militancia, la desaparición de su compañero (y padre de Fernanda), la detención, la clandestinidad y la tortura, como algunos de los elementos que emergen a partir un relato que se va reorganizando en dirección al pasado, aunque con una mirada bien presente. Del centro de detención clandestina El Vesubio a Campo de Mayo, de la liberación al recorrido final, hacia esta especie de lejanía y exilio autoimpuesto que vive en Uruguay, Celina abre su corazón frente a la cámara y seguramente lo más profundo que tiene para entregar este trabajo de Szollosy es la emoción genuina y visceral que aparece en varios segmentos que hablan de hechos dolorosos y profundos que aún hoy, siguen conmoviéndola y atravesándola con solo comenzar a recorrerlos en unas pocas palabras sumamente conmovedoras. Gabriel Szollosy desde la dirección apunta a ir develando el misterio que se esconde tras esa mujer que vive en su propia chacra, algo aislada del mundo y empezar a correr los velos de esta historia de la que no se habla pero que sigue viva con sólo escuchar a Celina o leer alguna de sus poesías. A través de sus poesías y del proceso de producción de sus obras, iremos descubriendo algunas otras facetas más algunos otros datos que su hija Fernanda irá a portando como para poder rearmar el rompecabezas. Si bien, como sucede con algunos otros productos documentales, “LOS VERSOS SALVADOS” apuesta a un formato más televisivo que pensado como para la pantalla grande –y quizás no muestra una estructura sólida desde el guion que queda demasiado ajustado exclusivamente al relato personal de Celina-, encuentra en este decir genuino y profundamente emotivo, una historia de vida que merece ser contada y sobre todo, su punto de vista comprometido respecto de hacer algo fructífero con la responsabilidad de haber sobrevivido.
Una propuesta innovadora y diferente llega a la pantalla de www.cine.ar/play dentro de los estrenos de este jueves. El documental “CUMBIA QUE TE VAS DE RONDA” iniciará un viaje alrededor del mundo en la ciudad de Porto, Portugal con una banda portuguesa de cumbia donde justamente Pablo, músico argentino y bandoneonista de la banda –“Rosa mimosa y las mariposas”- inicia un largo viaje a partir de la presentación ante 30 mil personas en el Boom Festival. Viaje que justamente se dispara con una pregunta inicial: “Qué es la cumbia?” y esto permitirá iniciar una búsqueda que va derivando en nuevas experiencias a partir de lo que significa este ritmo para una gran cantidad de entrevistados. De esta forma Pablo Coronel pasará de músico, a registrar con la cámara todos los acontecimientos y convertirse en director de este proyecto frente a su banda, construyendo junto a Analía Bogado, quien ha co-escrito el guion, una invitación a ver qué es lo que ocurre con este ritmo más allá de los países de América Latina donde se supone, más que nada en Colombia, donde forma parte de un contraste de culturas y al que todo el mundo llama el “arte colombiano de la costa atlántica”. Así, de acuerdo con los testimonios de diversos entrevistados, la cumbia significará tanto esa sensación de ritmo que penetra en el cuerpo, será sinónimo de baile y alegría, símbolo de toda una identidad, la reminiscencia de la memoria y la expresión de una historia ancestral, que transmite esa libertad de la que todos disfrutan bailándola, escuchándola, sintiéndola. Chile, Colombia, México, Perú, Brasil y Bolivia entre otros países americanos cuentan con importantes representantes y bandas emblemáticas que van desde lo más vanguardista como el caso de la cumbia ska (que se autodefine como rock pop) hasta lo más tradicional como una representante tan legendaria como la orquesta Roxy. En este abanico tan heterodoxo, encontraremos figuras como Celso Piña, Totó la Momposina, la ya mencionada Rosa Mimosa y las Mariposas y el icónico Coco Barcala. Pero justamente una de las hipótesis que maneja el documental, que Pablo Coronel logrará comprobar a través de las imágenes, es que el ritmo supera absolutamente cualquier frontera, y después de haber visitado a los referentes de la cumbia colombiana, -y filmar cómo esa misma cumbia logra meterse en vivo dentro de un festival de música electrónica- se interna en un viaje alrededor del mundo donde el ritmo logra penetrar en los países menos pensados. El ritmo se propaga y puede aparecer tanto en un recital como en una fiesta familiar, en un intercambio cultural o en una reunión en el barrio, explota en eventos que manejan grandes presupuestos y en el mismo pueblo que lo baila en las calles. Con enorme curiosidad la cámara registra cómo este género ha logrado penetrar en la comunidad japonesa (y registra una banda local de cumbia en Tokio / Caribbean Dandy) así como en Filipinas compite mano a mano con el minyo, su música folclórica logrando el mismo poder de atracción, o en Vietnam donde escuchan cumbia por primera vez (experimento que el director repite en Camboya) y todo esto evidencia que esa música, para ellos tan distante y exótica, logra instalarse con facilidad en sus cuerpos que se dejan llevar rápidamente por esta cadencia y comienzan a enamorarse del ritmo. Rompiendo con cualquier frontera geográfica o cualquier historia cultural, atravesando diferentes lenguas y contrastando culturas milenarias con la actual tecnología imperante en Oriente, el viaje continúa registrando las imágenes alrededor de todo el mundo, sobre la fusión de estas experiencias musicales con las costumbres propias de cada uno de los países que el grupo va visitando, que se ven tentados con el ritmo y rápidamente aparece esa instintiva reacción de seguirlo con los pies. “CUMBIA QUE TE VAS DE RONDA” crece con los testimonios y los clips musicales que claramente son su mayor virtud y presenta, como problema que se repite en algunos registros documentales, el abuso de la voz en off que no gana ningún significado narrativo sino que, por el contrario suele subrayar y repetir lo que estamos viendo en imágenes. Una voz en off que si bien explica las diversas instancias de esta experiencia, debiese haber confiado más profundamente en la potencia de las imágenes, de las canciones y del propio ritmo para dejar fluir sin necesidad alguna de explicación de lo que por sí se comprende perfectamente con la fuerza de lo que sucede en cada territorio, apenas comienzan a sonar los primeros acordes. POR QUE SI: «Propuesta innovadora y diferente»
El estreno de esta semana en Cine.ar/play de “GAUCHITO GIL” nos presenta la ópera prima de Fernando Del Castillo quien nos brinda una nueva biografía del santo popular que ha ganado miles de devotos a lo largo y a lo ancho de nuestro país, el emblemático Antonio Mamerto Gil Nuñez, más conocido como el Gauchito del título que ha impuesto su propia justicia en el marco de la guerra civil correntina. El trabajo de Fernando Del Castillo corre con la desventaja de que recientemente se han hecho una serie de filmes con la figura central del Gauchito como pro ejemplo “Un gauchito Gil” de Joaquín Pedretti, “El Gauchito Gil: la sangre inocente” de Ricardo Becher, la más reciente “Gracias Gauchito” de Cristian Juré en cuanto a los registros de ficción, o inclusive el documental “Antonio Gil” de Lía Dankser que se basaba fundamentalmente en las peregrinaciones que los fieles realizan todos los 8 de Enero hacia el santuario ubicado en las afueras de la Localidad de Mercedes en la Provincia de Corrientes. En este caso, la cantidad de trabajos anteriores alrededor de este personaje / mito / héroe popular hace que haya una especie de saturación del material respecto de una figura que si bien es atractiva, se encuentra prácticamente agotada por las diversas formas en las que ya ha sido abordada por los diferentes realizadores antes mencionados. Si bien el trabajo de Fernando Del Castillo abandona casi en su totalidad la faceta más mística de su figura, el hecho de elegir centrar el relato en su sustento más histórico y en su figura de la rebelión, también implica tomar ciertos riesgos que son propios de concretar una película de época, con las limitaciones presupuestarias que se imponen en este tipo de productos. En este caso “GAUCHITO GIL” profundizará sobre la rebelión y la lucha armada que se presentó luego de la finalización de la Guerra de la Triple Alianza, a fines de 1870, imprimiéndole a los hechos reales un aire de western de provincia –fue justamente rodada en la Localidad de Paso de los Libres en la provincia de Corrientes- y de esta forma, volver a recorrer la historia de este símbolo de la justicia y la lucha contra la opresión imperante y las injusticias sociales de la época. El realizador, entonces, pone el acento mayormente en su historia personal, en sus amores, en su pasión, en su lucha por la igualdad y por el fin de la violencia y se enfoca mucho más en el hombre que en el mito. Es así como el guion escrito también por el propio Del Castillo, lo muestra en una faceta completamente humanizada: en esta ocasión Gil sufre, se enamora, tiene sus propias contradicciones y aun cuando sabe que tiene todo el poder policial y de la justicia en su contra y persiguiéndolo, no cesará en su lucha personal por la conquista de los derechos de los más vulnerados, aun cuando el poder de turno lo etiqueta como un delincuente, historia que se espeja con cierta reminiscencia en nuestra historia actual y con esa necesidad de líderes que puedan tener su carisma y que luchen por la justicia. Roberto Vallejos (quien ha participado en filmes como en “Gato Negro” “Paco” y “El tío” y sus participaciones televisivas en “Mujeres Asesinas” “El Tigre Verón” y, recientemente, en “Tu parte del trato”) es quien parece tener más en claro el sentido que se busca en esta nueva producción y entrega una composición justa, medida y que logra una fuerte credibilidad en su papel y se transforma en el punto más fuerte en donde se estructura toda esta nueva historia alrededor de Antonio Gil. El resto del elenco, lamentablemente no corre la misma suerte y hay notables problemas en el tono con el que discurren los personajes, tanto en la composición de un acento de provincia que no termina de encontrar la precisión necesaria como para poder formar un equipo homogéneo sin que existan diferencias tan notables (por ejemplo la chamana / curandera / bruja de Marta Lubos, ya desde su vestuario y su marcación exagerada parece más una caricatura que un personaje histórico). Hay ciertos momentos en que gana una puesta en escena que remite más a un producto televisivo que a una estética propiamente cinematográfica y ciertos problemas con los rubros técnicos se ven más complicados todavía por un guion en el cual se presentan abundan situaciones forzadas y, en algunos momentos, no del todo bien resueltas. Sin embargo, en la opera prima de Fernando Del Castillo prevalecen las buenas intenciones, una innegable corrección y una necesidad de salvar a la figura de Antonio como un gran hombre y sobre el final, rememora la anécdota de su verdugo. Momentos antes de ser ejecutado, Gil le dice al verdugo que su hijo que se encontraba gravemente enfermo, agonizante y ya sin esperanzas, podrá sanar si rezaban en su nombre. El verdugo regresa a su hogar y en un acto desesperado reza y su hijo sana milagrosamente. Allí nacerá el mito, ese que Del Castillo intenta dejar en manos del propio espectador cuando termine su película, en donde Antonio Gil se construye como ese luchador inquebrantable, en una Corrientes abatida por el dolor, la injusticia y la persecución y al que la película le rinde su sensible homenaje. POR QUE NO: «Notables problemas en el tono con el que discurren los personajes»
Una pareja (Jazmín Stuart y Esteban Bigliardi) llegan a una inmensa estancia de campo. Allí los recibe el padre de ella (Gerardo Romano) y todo nos va indicando que se están ultimando los detalles previos a su boda, que será justamente en esa casona familiar, al día siguiente. Un suegro con la prepotencia que parecen darle su posición privilegiada y su cuota de poder, se encuentra demasiado involucrado en las decisiones de los ajustes de último momento que debiesen ser propios de la pareja: se preocupa por ubicar a sus invitados –que más que genuinas amistades son contactos políticos con los que debe sostener un mundo de status y de apariencias- y esto suma mayor presión todavía a un clima que ya de por sí se presenta enrarecido, tenso, con demasiado nerviosismo. La pareja luce notablemente desconectada y cuando ella busca a su futuro esposo con un cierto deseo sexual, él no la rechaza abiertamente, pero tampoco accede al encuentro sino que lo pospone. En el medio de la noche ella sale a tomar aire, a distenderse, a aquietar su cabeza y llega hasta una quinta muy cercana en donde un grupo de jóvenes está llevando a cabo una fiesta electrónica. Rápidamente se sumerge en el mundo que le propone la música y en ese fluir, se siente atraída por uno de los jóvenes de la fiesta (otro excelente trabajo de Lautaro Bettoni, que ya había brillado en “Temporada de Caza”) y se va dejando llevar por el deseo. Entre besos y caricias, lo que arranca como un juego de seducción y atracción sexual, termina de una manera completamente imprevisible y desata una serie de acontecimientos que generan una escalada de violencia y tensión donde ese clima que había sido presentado inicialmente con cierta densidad, terina convirtiéndose en una verdadera pesadilla, cuando esta cadena desafortunada de sucesos se eche a rodar. No solamente el director Diego Fried (con sus trabajos anteriores “Sangrita” y “Vino”) se consolida con una gran madurez llevando el pulso de un thriller que no da respiro en ningún momento, sino que además “LA FIESTA SILENCIOSA”, desde su guion -escrito por el propio Fried junto a Nicolás Gueilburt y Luz Orlando Brennan- propone al espectador no quedarse afuera de la historia sino tener que tomar partido del dilema moral que aparece apenas se planteen cada una de las motivaciones de los personajes. En un tiempo donde los movimientos femeninos como el #MiraComoNosPonemos, #NoEsNo o el #MeToo son el centro de la mirada y ocupan un importante espacio en la agenda de los medios, Fried no evita tomar ninguno de los riesgos que implica el tratamiento de este tema y exponer todas sus posibles implicancias. La astucia en la forma de presentar la historia es que ni los espectadores ni muchos de los personajes saben lo que puntualmente sucedió en esa fiesta y sin embargo toman decisiones en base a la información parcializada con la que cuentan (un fragmento grabado en el celular, lo que la protagonista puede expresar a medias, lo que cada uno intuye sobre los hechos) y se dejan llevar por sus impulsos, por lo que prejuzgan, por sus propios preconceptos. Es muy interesante ver como de alguna manera con los datos omitidos –que se irán develando dentro de los giros de la trama-, tanto los protagonistas como los espectadores, intentan tomar partido y, casi sin quererlo, intercambiar muy fácilmente los roles de victima / victimario. Aparece un juzgamiento, una mirada de sentencia, aun sabiendo que no se cuenta con la totalidad de la información y es ahí cuando Fried nos pone frente a un espejo de lo que hacemos cotidianamente, en forma casi inconsciente y sin pensarlo. Lo que en apariencia es un thriller de tensión extrema, tiene la pericia de incomodar con las decisiones que van tomando los personajes, empujando hacia los extremos, jugando permanentemente con el límite, al filo de la navaja. Es inevitable que como espectadores nuestra propia ética y nuestros valores se pongan en un juego con esto que los protagonistas ponen en acto y que, inevitablemente, la butaca se vaya transformando en una especie de tribunal en donde el mismo ritmo que no da respiro, nos empuja a ponernos de un lado o del otro de los acontecimientos. Uno de los grandes logros de “LA FIESTA SILENCIOSA” es involucrarnos dentro de la trama y preguntarnos a nosotros mismos hasta donde nos empujarían nuestros propios impulsos y cuáles son los valores y principios que estaríamos dispuestos a romper frente a una situación límite. El trabajo de Jazmín Stuart transmite la tensión, la asfixia y la desesperación que necesita el relato, Gerardo Romano vuelve a brillar en ese padre/suegro déspota y villano que tan bien le sienta y Gastón Cocchiarale se luce en un papel particularmente complejo, con el que el espectador claramente no empatizará pero que sin embargo, expone sus motivos y sus propias razones. La tercera película de Fried, presentada dentro de las Noches Especiales del “Panorama del Cine Argentino” en el último Festival Internacional de cine de Mar del Plata, se conoce esta semana como uno de los estrenos que forman parte de la propuesta de www.cine.ar/play y se convierte de esta manera en uno de los trabajos más sólidos que se presentan dentro de su programación. POR QUE SÍ: «Lo que en apariencia es un thriller de tensión extrema, tiene la pericia de incomodar con las decisiones que van tomando los personajes, empujando hacia los extremos, jugando permanentemente con el límite, al filo de la navaja»
El estreno de esta semana en www.cine.ar/play forma parte de las producciones argentinas realizadas con Brasil, de las que por ejemplo ya hemos podido ver “Viaje Inesperado” de Juan Jose Jusid con Pablo Rago y Cecilia Dopazo o “Happy Hour” con Pablo Echarri y Letícia Sabatella. Es ahora el turno de “LA CHANCHA” de Franco Verdoia, director cordobés que filma por primera vez en solitario después de sus filmes “Chile 672” y “La Vida Después” (codirigidos con Pablo Bardauil) y que marca una diferencia de calidad notable respecto de las mencionadas coproducciones, con un relato que equilibra en partes iguales y dosifica perfectamente el drama y el thriller psicológico. Pablo (Esteban Meloni) que actualmente vive en Brasil con su esposa Raquel y su hijo Joao, decide hacer un descanso, tomarse unas vacaciones familiares y la geografía elegida para ese momento de placer, son los paisajes cordobeses que tanto recuerda de su niñez y que es una forma de volver a su pueblo y mostrarle esos lugares tan entrañables a su familia. Apenas llegados a un pequeño albergue de las sierras cordobesas -cerca de La Cumbre y Villa Carlos Paz-, en una de las caminatas con su hijo, ven en un chiquero una imagen con unos cerdos que se presenta de una forma inquietante y extrañamente perturbadora, y que será el disparador inicial de un conflicto que en principio desconocemos, pero que obviamente, está relacionado a algún hecho que Pablo ha vivido en su pasado. Mientras esta imagen va quedando en suspenso como pieza inicial de un pequeño rompecabezas que Verdoia nos invitará a rearmarlo delicadamente como espectadores, un encuentro posterior con una pareja que se vincula con su familia durante las vacaciones (Gabriel Goity y Gladys Florimonte), desencadenará finalmente, el verdadero epicentro del conflicto. En este viaje, Pablo sale al reencuentro con su pasado: ha planificado unas vacaciones para volver a esos lugares tan importantes de su infancia y de su vida, esta vez para compartirlos junto a su familia. No por casualidad, este particular e impactante encuentro lo obligará a emprender también un viaje hacia los lugares más oscuros de su niñez y volver, casi sin quererlo, a un trauma infantil que parecía tener olvidado: un pasado que vuelve con la potencia que traen los recuerdos, los hechos que nos marcaron y esa posibilidad de volver a recorrerlos ya con otra mirada, con otra distancia, con otros recursos que permitan intentar aceptarlo y retomar el control. En un relato que el propio Verdoia confiesa como biográfico y personal, “LA CHANCHA” maneja perfectamente ese clima de tensión creciente entre los protagonistas, sin develar claramente, al mismo tiempo, lo que puntualmente ha sucedido sin perder en ningún momento el eje central del relato mostrando el impacto que significa esta experiencia, aún hoy, en Pablo, La fuerza arrolladora con que el pasado vuelve a hacerse presente, despertando sus zonas más vulnerables y volviendo a mostrarle esos nudos tan difíciles de deshacer. Si bien indudablemente uno de los mayores aciertos es un guion que va generando la tensión de un ambiente enrarecido al mismo tiempo que se interna en las zonas más grises del personaje, el otro gran logro que tiene “LA CHANCHA” es contar con un elenco impecable. Raquel Karro es la esposa que trata de ayudar y entender lo que sucede y de dar contención frente a un suceso absolutamente inesperado y de la pareja de turistas que componen Gabriel Goity y Gladys Florimonte, es imposible no quedar sorprendido por el perfecto trabajo de Florimonte, que se merecía un papel en donde pudiese desplegar su oficio, más allá de sus personajes humorísticos de gran efectividad en algunos programas televisivos pero que no le habían permitido mostrar hasta el momento una faceta diferente como la que puede presentarnos, gracias a su personaje en “LA CHANCHA”. Gabriel Goity llena de enigma a ese personaje oscuro que también intenta escapar, de una manera diferente, a un pasado que también lo presiona. Sus silencios y sus miradas aportan la negrura necesaria, logrando junto a Meloni una escena perfecta para el clímax de la historia. Pero lo más atractivo dentro del excelente elenco, es el trabajo de Esteban Meloni. Actor que ya ha demostrado su versatilidad en trabajos teatrales tan diferentes como “El principio de Arquímedes” u “Olvidémonos de ser turistas” ambas de Josep María Miró, la impactante “Miedo” junto a Diego Velázquez y con dirección de Ana Frenkel o su participación en propuestas más comerciales como “Todas las Rayuelas” o “Los elegidos”. Frente a la conducción segura de Verdoia (con quien ya había trabajado en “La vida después”), Meloni aprovecha la oportunidad de lucirse con un gran protagónico en donde atraviesa diversas emociones, mostrándose siempre seguro y atravesando momentos difíciles, sin desbordes. En medio del paisaje de las sierras cordobesas, el famoso camino de las cien curvas se transforma en la parábola perfecta de los giros que puede dar nuestra vida y “LA CHANCHA” nos despide con una potente imagen final que habla de sanar nuestro niño interior y, finalmente, escapar de nuestro propio laberinto. POR QUE SI: » Maneja perfectamente ese clima de tensión creciente entre los protagonistas, sin develar claramente, al mismo tiempo, lo que puntualmente ha sucedido»
Dueño de una mirada provocadora y superadora de cualquier lugar común dentro del género, Marco Berger ha logrado instalar (casi) por primera vez dentro del cine nacional, la construcción de un universo centrado en el homoerotismo de sus protagonistas, que ya ha logrado transformarse en una marca completamente distintiva en su obra: las pulsiones, un deseo que muchas veces tarda en concretarse, miradas y señales que forman parte de un mecanismo de seducción que Berger plasma en la pantalla y sabe coreografiar como pocos. Además es un cineasta que ha logrado superarse a sí mismo, y pasados sus relatos iniciales centrados en la historia de “chico conoce chico” como “Plan B” “Hawaii” o incluso en “Ausente” –aunque con otros ribetes y diferencias-, su filmografía encuentra en “Un Rubio” un gran punto de inflexión: una obra mucho más madura, con una exploración mucho más profunda y abre, en cierto modo, una nueva etapa en su cine. Es así como llega “EL CAZADOR”, su nuevo trabajo que se estrena dentro de la programación de la plataforma www.cine.ar/play, en donde vuelve a trabajar la construcción de una identidad –no sólo en el plano meramente sexual pero partiendo desde esa premisa- y del fluir del propio deseo, sumándole en este caso, la exploración de un nuevo territorio, que atravesará en forma de thriller psicológico, cuando el protagonista se enfrente con una revelación inesperada. Con su sello personal, Berger apela a los elementos típicos en su filmografía; vuelve a instalar ese recorrido de la cámara explorando el cuerpo masculino –fragmentándolo y recomponiéndolo-, la desnudez, la insinuación, la mirada voyeur depositada en el espectador y ese código de gestos, silencios y miradas, que ahora lo tienen a Ezequiel (magnífico Juan Pablo Cestaro llevando el peso protagónico del relato) en el centro de la escena: un adolescente de clase media bastante acomodada que mantiene algunos encuentros con otros hombres en su casa, en donde hay una fuerte ausencia de la estructura familiar que brinde cierta contención. Su mundo cambia por completo cuando conoce en una plaza del barrio a Mono (Lautaro Rodriguez), entregándose a un juego de seducción correspondido donde se inicia una pequeña relación. Pronto Mono lo invita a pasar un fin de semana en la quinta de su primo “el Chino” y durante esa noche que queden solos en la casa, Ezequiel ignorará por completo lo que está planeado. Sin saberlo, caerá en una trampa que poco tiene que ver con la historia de amor que él pensaba que estaba iniciando con Mono. Este momento es una bisagra fundamental que divide a “EL CAZADOR” en dos mitades bien diferenciadas. No solamente por el rol que cumplirá Ezequiel en cada una de ellas –antagónicos y a la vez complementarios-, sino por el tratamiento que propone Berger tanto en el clima como en el guion, para cada una de las dos mitades de la historia. En la primera parte se manejan climas enrarecidos –no solamente porque Ezequiel vive marginalmente, secretamente y a escondidas su sexualidad- sino que el clima de thriller hace densa la atmósfera, que irradia una sensación de peligro aun cuando las imágenes puedan decir lo contrario. Finalmente todo cambia cuando Ezequiel haya caído en la trama: su noche con el Mono que pensaba a solas, ha sido filmada y será usada como extorsión para que su intimidad se haga pública y salga a la luz. Al mismo tiempo, “el Chino” le propondrá un negocio, de forma tal que su secreto quede a salvo. Berger había propuesto un hermoso espejo para el conjunto de sus personajes de “Mariposa”, y la manera que tiene Ezequiel de evitar que se difunda el video, será justamente atravesar ese espejo e invertir los roles. Más precisamente, el negocio que el Chino le propone es que le acerque una nueva “presa”, que alguien ocupe ahora el lugar que él inocentemente y sin saberlo ha ocupado. Así se produce el encuentro con Juan Ignacio (Patricio Rodríguez), un joven que parece estar unos escalones más atrás que Ezequiel, intentando descubrirse a sí mismo y dejándose atravesar por esa atracción que siente por el mismo sexo. En esta segunda mitad, sin abandonar el clima de tensión, la cámara apela nuevamente a los primeros planos mientras que el guion propone una mirada más introspectiva en torno al protagonista, quien se debate entre su propia ética y ejecutar esa propuesta que le permita “salvarse”: aparece irremediablemente un sentimiento de culpa que lo atraviesa, sabiendo que deberá victimizar a otro para que de esta forma pueda perpetuarse la cadena. Una segunda parte en la que se hace mucho más profundo un planteo moral en el personaje, inherente a su construcción y su escala de valores, identidad que va mucho más allá de una mera elección sexual. Es ahora cuando la tensión que estaba presente en el afuera, finalmente se internaliza y Ezequiel empieza a vivenciar las contradicciones que se presentan al intentar llevar a cabo la propuesta del Chino. Berger vuelve sobre su propia obra, retoma algunas de sus principales obsesiones y avanza varios casilleros, internándose en zonas más oscuras, no solamente por tocar el tema de la pornografía que involucra a menores, sino por una profundidad mucho más marcada en el conflicto de sus personajes. A un brillante trabajo protagónico de Juan Pablo Cestaro se suma una excelente química con Lautaro Rodríguez (el Mono), y la participación de Juan Barberini, (“Fin de Siglo” “El incendio” “La Flor”) como “el Chino”, en un papel completamente diferente al que nos tiene acostumbrados. Nuevamente Berger arriesga y gana con un trabajo que explora un registro diferente pero que acierta con esa misma seguridad que siempre atraviesa su obra. POR QUE SI: » La atmósfera irradia una sensación de peligro aun cuando las imágenes puedan decir lo contrario»
En medio de la profunda crisis que vive la industria audiovisual argentina surgen nuevas ideas que permiten generar alternativas para seguir estrenando aún frente al cierre de todas las posibilidades de exhibición en las salas de los complejos más tradicionales. A partir de este jueves 14 de mayo, se sumará a los estrenos de la plataforma www.cine.ar/play, la apertura de una “Sala de cine virtual” que propone el portal Puentes de Cine (www.puentesdecine.com) que acompañará a las otras propuestas dentro del portal de la Asociación de Directores de Cine, que incluye también charlas exclusivas online con directores, exhibiciones especiales gratuitas y diversos ciclos programados en la página. La película elegida para la apertura de esta nueva modalidad de ver cine online, es el documental de la rosarina Cecilia del Valle “CANELA, sólo se vive dos veces” que hace foco en la vida de Áyax Grandi, quien inicia un camino de construcción de una nueva identidad a sus 49 años, momento en el cual diversos hechos disparadores de su pasado vuelven a instalar la idea de una nueva búsqueda dentro de su identidad de género. Este nuevo documental se incorpora a un grupo de trabajos que recientemente se ha enfocado a poder incorporar una mirada transgénero dentro del cine nacional, visibilizando movimientos como el colectivo conformado por la cooperativa Arte trans en “Reina de Corazones” de Guillermo Bergandi, una mirada a la educación con el primer bachillerato trans del mundo que funciona en el barrio de Chacarita con “Mocha (nuestra lucha, su vida, mi derecho)” de Francisco Quiñones Cuartas y Rayan Hindi, hasta llegar a relatos más personales, más íntimos, más ligados a la experiencia individual y personal como “El laberinto de las lunas” de Lucrecia Mastrángelo –en donde se explora el tema de la maternidad y se aborda el caso de Gabriela Mansilla, mamá de una niña trans- y “Madam Baterflai” de Carina Sama, en donde a través del retrato de cuatro chicas travestis y una transexual, empieza a aparecer un tema que se conforma como eje central de “CANELA” que es el debate interior frente a la intervención quirúrgica para dar un “cierre” a este proceso que la protagonista ha iniciado unos años atrás. Cecilia del Valle, escritora del guion junto a Romina Tamburello, pone a disposición y amorosamente el ojo de su cámara para seguir a Canela en su cotidiano y a través de esas “polaroids” de su vida hoy, podemos empezar a comprender el enorme proceso de cambio que ha vivido cuando con casi 50 años y una vida familiar constituida (junto a sus tres hijos) y un desarrollo profesional como arquitecto y con su propia empresa constructora, Áyax fue por sus verdaderos sueños más profundos y logró permitirse que apareciese Canela en su vida. El tono que acompaña todo el relato es de una calidez absoluta, respira libertad y espontaneidad y se va potenciando y nutriendo de la generosidad con la que Canela permite que vayamos formando parte de su vida. Lo hace con una dosis de valentía y coraje única, en donde plantea frente a cámara (una cámara que por suerte la inteligencia de la directora hace que se perciba como invisible y dé una verdadera sensación de inmersión en la privacidad de Canela) momentos de reflexión y emoción muy profunda, como los que aparecen en las sesiones con su analista o de poder abrir las conversaciones con sus hijos y su familia en este momento tan particular en el que se encuentra, en esta encrucijada de tomar difíciles decisiones como mencionábamos anteriormente, su operación para el cambio de sexo. La ciudad de Rosario, además, se suma a la propuesta como un hermoso marco de referencia con sus lugares entrañables, sus edificios, el icónico Monumento a la Bandera y su costanera, todos los lugares por donde Canela se maneja con su camioneta naranja, algo destartalada y va atravesando la ciudad. La acompañamos en su actividad profesional como arquitecta dentro de su estudio y su propia empresa constructora –aun cuando confiesa que en un momento perdió a casi toda su clientela al tomar la decisión de su nueva identidad y que pudo reinventarse con un nuevo grupo de clientes con los que pudo desarrollarse y sentirse profesionalmente contenida-, como docente en la Universidad de Rosario y surgen en ese cotidiano compartido, sus anécdotas personales y reencuentros con personas que la han marcado en su vida, notamos que no solamente enfrenta este cambio con una gran fortaleza interior y una gran decisión, sino con suma inteligencia. Esos chispazos de humor y absoluta lucidez con los que Canela nos sorprende, porque justamente sin hacer alarde de toda su intelectualidad sino con su tono sincero, directo, genuino, va compartiendo algunos pensamientos que invitan a la reflexión y a construir este nuevo espacio de inclusión y pluralidad que se rearma a partir de pequeños detalles como el nuevo DNI que le muestra a su amiga o los momentos de consulta médica en torno a ese paso que quiere decidir. En un colectivo muchas veces discriminado, segregado, relegado a condiciones tan extremas como la prostitución como único medio posible de vida, la historia de Canela se alza como una voz diferente –que incluso ella reconoce como absolutamente privilegiada y diferente al resto de sus compañeras- para mostrar que el cambio es posible y que ese impulso que va mucho más allá de uno mismo, tiene espacio para ser escuchado y que no hay edad ni condición para poner en juego el verdadero deseo e iniciar ese arduo camino de la construcción de nuestra propia identidad, de nuestra propia historia. POR QUE SI: «Calidez absoluta del relato»
Dentro de los estrenos que se presentan semana a semana en la plataforma www.cine.ar/play y CINEAR TV este jueves es el turno de “EL MAESTRO”, el filme de Cristina Tamagnini y Julián Dabien, que, basado en la figura excluyente del personaje interpretado por Diego Velázquez, cuenta la historia de un típico docente de pueblo enfrentado y sometido a las normas que suelen regir el consabido estigma del “pueblo chico, infierno grande”. Partiendo de un hecho real –la historia de Eric Sattler-, la historia se ficcionaliza en la figura Natalio, un apasionado docente de pueblo que parece tener una vida apacible y equilibrada. Todavía vive con su madre, extremadamente posesiva y manipuladora, entrometida y digitando su vida personal y mantiene un estrecho lazo con Susana (Ana Katz), quien realiza tareas domésticas en su casa. El hijo de Ana, Miguel (Valentín Mayor Borzone), es un alumno por el cual él siente un especial cariño que vuelca en cada una de las clases particulares que le da como ayuda escolar, y que sirven, de un modo u otro, de cierto refugio a la violencia que el niño sufre por parte de Hugo, la pareja de su madre. Arquetipo del machismo más exacerbado, Hugo no logra comprender en absoluto, el vínculo de afecto y de admiración que entabla Miguel con su maestro, quien a su vez le ofrece el cariño, la comprensión y la protección que parece no poder encontrar plenamente en su hogar, en donde la fuerte presencia de la pareja de su madre, tiñe absolutamente todo de una gran dosis de violencia. El disparador del conflicto de la historia, surge cuando un amigo del maestro, Juani (interpretado por Ezequiel Tronconi), llega a vivir al pueblo y Natalio se encarga primero, de darle refugio y luego, de poder encontrarle un lugar para en donde pueda instalarse. Sus visitas asiduas a la casa de su amigo hacen que rápidamente comience a flotar en el aire una cierta ambigüedad que el pueblo traduce, casi inmediatamente en rumores que corren como reguero de pólvora, sobre su orientación sexual, una situación que el pueblo jamás aceptaría y menos aún si se trata de la figura de un docente de escuela primaria. La sombra de la discriminación y la intolerancia –representada en este pueblo salteño pero que no deja de ser el espejo de lo que sigue sucediendo en nuestra sociedad y sobre todo en los pueblos más pequeños en el interior- se hace presente casi de inmediato y la directora del colegio se verá presionada por los padres para que rápidamente Natalio sea separado del cargo. Todo esto sucede, además, en medio de los preparativos de un proyecto junto a sus alumnos, que había ido motivando paulatinamente para poder llevar adelante una puesta de “El Principito” de Saint-Exupéry, para un acto escolar. La figura de este mítico texto será el vehículo que utiliza el guion de Tamagnini para volver a poner la mirada sobre ciertos valores esenciales que se trabajan en la historia en forma paralela: los vínculos de amor y amistad, la profunda empatía que nace a partir de esos encuentros (sobre todo en la relación Natalio / Miguel), la magnitud que cobran los sentimientos y la supremacía de los gestos por sobre las palabras, todos hechos que van reforzando esa idea de “ser responsable para siempre de lo que has domesticado”. “EL MAESTRO” vuelve a poner al descubierto la típica hipocresía pueblerina que no acepta la diferencia y funciona sólo dentro de ciertos parámetros estancos a los que cada uno de los miembros de la sociedad, deberá adaptarse para poder lograr ese sentido de la pertenencia que nos es tan necesario. Si bien el guion dibuja a Natalio dentro de los esquemas y los cánones sobre los que podemos predecir, de antemano, que irá corriendo la historia y sin apartarse demasiado de los esquemas que se plantean en un relato como éste, enfocado a la discriminación y la intolerancia – que ya fuera contada por el cine en otras ocasiones-, el detallado y preciso trabajo de Diego Velázquez en la construcción de su personaje, hace que tanto el protagonista como la propia historia que no logra desmarcarse de ciertos lugares comunes, tomen una dimensión especial y consolida el producto. Velázquez, de consagrados trabajos junto a directores de gran trayectoria teatral (sólo por mencionar alguno de sus trabajos “Estado de Ira” e “Invocación Stanislavsky” junto a Ciro Zórzoli, “El escrito fracasado” dirigido por Marilú Marini, su ductilidad en “Miedo” de Ana Frenkel, “La Terquedad” de Spregelburd o propuestas dentro del circuito comercial como “Cock” dirigido por Veronese), ha logrado abrirse camino con sus personajes cinematográficos, fundamentalmente a partir de su impecable protagónico en “La larga noche de Francisco Sanctis” y lo hemos visto recientemente junto a Valeria Bertucelli en “La reina del miedo”, como contrafigura de Oscar Martinez en “La misma sangre” y en proyectos más independientes como sus participaciones en “Familia Sumergida” de María Alché o en “Camping” de próximo estreno. Su trabajo es realmente impecable, sin estridencias ni desbordes, sino por el contrario, de una gestualidad medida y trabajada en los detalles, acompañado por Ana Katz y Ezequiel Tronconi, con pequeñas intervenciones que ayudan a dar avance al relato, que más allá de las convenciones, logra poner en pantalla una historia que invita a reflexionar sobre los prejuicios, los deseos contenidos y las dificultades que aparecen frente al intento de ocupar el verdadero lugar de cada uno, lidiando con la intolerancia y la homofobia que se despierta en los demás, una de las tantas aristas que presenta esta valiosa mirada que aporta “EL MAESTRO”. POR QUE SI: «Pone al descubierto la típica hipocresía pueblerina que no acepta la diferencia»