En las fauces de la locura La trama es, a simple vista, clásica. El alguacil del FBI Edward Daniels (Leonardo DiCaprio) llega a Shutter Island acompañado de un asistente, Chuck (Mark Ruffalo) para investigar la misteriosa desaparición de una paciente psiquiátrica peligrosa. En esta isla del golfo de Boston se erige el asilo penal de Ashecliffe, donde se recluye a los criminales con los que el sistema carcelario convencional no puede lidiar. Daniels no tarda en advertir, desde el momento de trasponer la puerta de la fortaleza, que algo raro sucede tras esas paredes. Como se trata de una intriga sumamente detallada y compleja, conviene no revelar detalles de la trama. Sin embargo sí se debe destacar a un elenco que consigue lucirse, cada quien en su papel, en esta suerte de pesadilla alucinante cuyas claves están siempre a la vista, aunque dispuestas de una manera muy difícil de abordar para el espectador. La acción nunca es morosa, sino climática, con momentos de pura adrenalina. Con la solvencia que lo caracteriza, el realizador Martin Scorsese logra un producto que puede ser apreciado por público asiduo de cualquiera de los géneros que aborda: policial negro, suspenso, drama, terror. Todo en módicas y bien graduadas dosis, que logran fungir en un producto combinando los mejores elementos del cine clásico. Sucede, sin embargo, algo muy llamativo con la fluidez visual del filme. Se produce a lo largo de la historia una creciente sensación de incomodidad debido a los ¿imperceptibles? errores de continuidad, patentes y visibles en los saltos de cámara de un personaje a otro o los cambios de escenarios. Incluso para el ojo no entrenado, esta sensación puede instalarse como una molestia condicionante... o capitalizarse en función del clima agobiante de la película. Si es así y la continuidad ha sido alterada adrede, no hay nada que decir. Pero parece burdo, incluso ordinario si tomamos en cuenta la talla del equipo de producción y dirección, que detalles que no aportan a la resolución del conflicto ni al ambiente de la escena queden tan descuidados. El contraste entre desarrollo y resolución puede resultar decepcionante, y aún así, "La isla siniestra" es un original homenaje, con todas las letras, a las fuentes del cine de Scorsese.
La otra vida de la joven Susie Susie Salmon (Saoirse Roran) es una muchacha soñadora y tímida que proyecta su vitalidad interior a quienes lo rodean, su círculo más íntimo. Es la hija adorada de su padre (Mark Wahlberg) y una fuente de sobresaltos para su madre (Rachel Weisz), que la tuvieron siendo aún muy jóvenes. Una tarde otoñal, cuando apenas tiene catorce años, Susie es asesinada y pasa automáticamente a un estado incierto, entre la vida y la muerte. Con su alma atrapada en este umbral del cielo (un lugar que se parece a todo lo que ella ama), y pese a que sus esfuerzos son bastante infructuosos, Susie intenta mantener el contacto con su familia y con el muchacho al que amaba en secreto. De paso, intentará poner en evidencia a su asesino y descubrirá unas cuantas cosas sobre la forma en que su muerte afecta al mundo que va dejando atrás. Peter Jackson es un hombre con personalidades múltiples. Un cineasta esquizofrénico que a veces saca de la manga una megaproducción como "King Kong" y después baja los decibeles con la delicada, diluída adaptación de una novela melancólica y macabra como "The Lovely Bones", de Alice Sebold. El resultado es un despliegue visual y musical notable, sin la suficiente fuerza para encarnarse en el espectador (como sí sucedía en "Criaturas Celestiales", cuando Jackson manejaba presupuestos modestos y sorprendía a propios y ajenos con ese talento innato que le permite pasar de un género a otro sin perder frescura). A las personas sensibles nos resulta sencillo dejarnos ir flotando en el microuniverso personal de una adolescente atrapada en su propio Limbo, pero ni siquiera la compensación visual equilibra lo endeble de la trama por momentos. Las actuaciones, sobresalientes en el caso de Stanley Tucci y Susan Sarandon (impecable abuela disfuncional), no alcanzan para darle el suficiente relieve a una historia que golpea bajo por momentos y resulta previsible en su totalidad. A Saoirse Roran la vimos en un notable rol protagónico en "Expiación, deseo y pecado" a inicios del año pasado, y en esta ocasión su adolescente desgarbada ofrece más una composición de manual, exagerada y poco convincente, que apenas va remontando hacia las últimas escenas. Le tocan las peores líneas de diálogo y las situaciones más embarazosas, por efectistas. Pasa sin pena ni gloria, cuando debería haberse convertido en un personaje más bien entrañable. En definitiva, y pese a la alta calidad de su cine, Jackson defrauda con el producto más tibio de toda su filmografía. No le faltó jugarse; simplemente, la historia no daba para más. Mucho marco para tan poco contenido.
Ciudadano lobo con piel de cordero Clyde Shelton (Gerald Butler) es un ciudadano modelo de los suburbios que recibe el más inesperado y devastador de los golpes cuando pierde, en una misma noche, a su esposa e hija durante el violento asalto a su casa. Sin embargo, el fiscal del caso (Jamie Foxx), un joven abogado seguro de sí mismo que siempre apuesta a ganador, decide pactar con uno de los dos delincuentes que arruinaron la vida de Clyde para poder condenar a muerte al otro. Insatisfecho con el sistema judicial por esta sentencia, el otrora tranquilo ingeniero y padre de familia madura a lo largo de una década sus planes de venganza, planes que incluyen a cada uno de los involucrados en el juicio (fiscal y jueces incluídos) a modo de un grotesco y violento juego de estrategia donde todas las piezas son movidas desde las sombras por una mente de asombrosa lucidez e inteligencia. A Gerald Butler, agotados todos sus mohines, sólo le queda componer un villano arquetípico del que se habla más de lo que se ve, pero que al mismo tiempo está lejos de generar el impacto de otros villanos (Keyzer Soze, de "Los Sospechosos de siempre", es un referente muy cercano, aunque lo que Butler compone recuerda más a una parodia que a un homenaje). Y Jamie Foxx hace lo que puede, en medio de una trama que sobrevive a puro golpe de efecto y que al momento de hacer hablar a los personajes deriva en diálogos casi tan ridículos y estereotipados como los de "Avatar". En sí, la premisa promete; pero como toda promesa debería sostenerse con buenos momentos de acción en pantalla, y estos momentos son escasos, cuando no previsibles. En una suerte de escalada de suspenso invertida, F. Gary Gray pone toda la carne al asador al principio, y una vez que se aseguró el interés del espectador (más allá de que en todo momento está claro cuáles serán los movimientos del psicópata, con la consiguiente pérdida de dicho interés) deja al garete su historia, derivando en uno de los finales más previsibles y descuidados del cine. Esta es la mayor flaqueza de la película; en un thriller como el que pretende ser, no sólo es un detalle mayor: es imperdonable.
Una educación por otra A Jenny (Carey Mulligan) la espera un futuro brillante. En la Inglaterra de los años ´60, ella sólo tiene dos prospectos: casarse con el mejor partido posible, o volcarse a la vida universitaria en Oxford. Teniendo en cuenta que Jenny es una jovencita excepcionalmente madura e inteligente, la opción Oxford es su mayor aspiración y sus profesoras la alientan a tomar ese camino. Al menos hasta el día en que se cruza con David (Peter Sarsgaard), un hombre bastante mayor que ella, con chispas de sofisticación y deliberadamente ostentoso, que comienza a cortejarla sin disimulo. A partir de ese momento esta colegiala aplicada comienza un nuevo camino, una suerte de educación alternativa compuesta de salidas a cenar, viajes, bailes y conciertos. Jenny siente que su vida ordinaria se le vuelve doblemente pesada, y que quizá haya posibilidad de combinar sus aspiraciones académicas con otras más mundanas. Sin embargo, hasta el mejor de los sueños revela sus dobleces, y Jenny no tardará en enfrentarse a una decisión capaz de torcer su destino. Con un notabilísimo guión (no podía ser menos viniendo de Nick Hornby, ampliamente reconocido en este terreno desde háce más de una década), la eficaz Lone Scherfig se mete con un tema atemporal: el dilema de la educación (o no) de las jóvenes. Viene bien recordar que el progreso académico femenino recién se volvió una cuestión naturalizada a partir de los años ´70, y su Jenny es en más de un sentido un personaje de avanzada para su época, aunque la paradoja que le toca vivir la acerca más a la realidad de su época y su sociedad de lo que le gustaría. La puesta en escena, fotografía y ambientación son maravillosas, muy adecuadas para enmarcar una historia donde ningún personaje es totalmente secundario. Por ejemplo, esa directora de instituto que compone Emma Thompson. O ese padre ciclotímico y melindroso que encarna Alfred Molina. Todos con su propio relieve y espacio, contribuyen a esta historia que abre y cierra como el mejor de los cuentos. Casi, casi con moraleja y todo. "Enseñanza de vida" es, pese a lo remanido e inadecuado de su título como avance, una de las mejores propuestas que ofrece la cartelera este verano.
Demasiada inspiración En lo que parece ser una costumbre reciente, el viejo Clint retoma la temática histórica (el famoso "basado en un caso real") esta vez un poco más próxima en el tiempo que sus últimas cintas ("El sustituto", o el díptico "La conquista del honor" y "Cartas desde Iwo Jima"). Nos trae a los primeros años de Nelson Mandela libre, un líder en el que la cambiante Sudáfrica se apoyó para dejar atrás los años vergonzantes del apartheid. En una apelación a las pasiones que inflaman el espíritu patriótico, el entonces presidente jugó una baza inesperada: enfocar sus energías al deporte, al rescate de un equipo de rugby decadente que significaba mucho más para la minoría blanca que para sus hermanos de raza. Como siempre, Morgan Freeman no defrauda en su rol protagónico, un personaje que ocupa la pantalla aún de manera omnisciente. La presencia de Madiba (nombre que los sudafricanos le daban a Mandela) se siente en todo momento, de manera incluso excesiva, quizá por ese intento de Eastwood para hacer que su espectador comprenda la magnitud de su figura como inspiración a nivel nacional. Para aquellos que sólo escucharon hablar del apartheid de manera superficial, escenas como la que se producen en las afueras del estadio al momento de la gran final son un momento sensiblero, distractivo. Las secuencias en ralenti no contribuyen a un auténtico clima cinematográfico, sino que parecen funcionar más como un aliviador de la tensión sobre un final que llega flojo de emociones para el público que no tiene particular afecto hacia los deportes. Eso sí: capta muy bien esa suerte de delirio colectivo de las naciones desesperadas por un poco de motivación. Después de todo... es Clint Eastwood, y su vigencia indiscutible, sumada a una experiencia bien ganada por los años de cine, hacen de cada historia suya una pequeña gema. Algunas, por supuesto, brillan más que otras.
La reina enamorada Se avecinan tiempos de cambio para Inglaterra. A la muerte del rey Guillermo (Jim Broadbent), su última descendiente pura, la joven Victoria de Kent (Emily Blunt) se convierte en la heredera del trono británico, y con esto se vuelve también la presa codiciada de políticos dentro y fuera de la Isla. Victoria acaba de cumplir dieciocho años y su primer acto de rebeldía ha sido deshacerse de la influencia de su madre (Miranda Richardson), convertida en títere de los intereses de Sir John Conroy (Mark Strong). Sin embargo, pese a sus firmes convicciones y su empuje, Victoria es sensitiva y vulneable y no tarda en caer en la red de intrigas elaborada por el primer ministro, lord Melbourne (Paul Bettany). En un inesperado giro de planes de su tío, Leopoldo de Bélgica, el joven príncipe Albert (Rupert Friend) al que su familia alemana envía para seducirla antes política que sentimentalmente, se termina convirtiendo en el mayor aliado para esta joven. ¿Será Albert el compañero que ha soñado a su lado para construir el nuevo Imperio Británico? El cine le debía una buena y poética cinta a la reina más longeva sobre el trono de Inglaterra. Aunque posiblemente le haría más justicia un enfoque similar a las "Elizabeth" que protagonizó Cate Blanchett (una buena mixtura a la manera de las novelas históricas alla Jean Plaidy), no deja de ser un acierto que esta particular cinta muestre la fase más soslayada de la historia de esta monarca. Justamente fue en su juventud que se forjaron gran parte de los valores que se volvieron un sinónimo de su reinado y que definirían para siempre un estilo de vida, así como parámetros morales y estéticos. Emily Blunt asume el desafío con soltura, en un rol que no exige demasiado de ella interpretativamente, pero que alcanzó para granjearle la simpatía de los responsables de la temporada de premios por venir. Quizá simplemente sea esa fascinación generada por los grandes personajes históricos la que marca una tendencia en las Academias de cine de Europa y EE.UU. (no se olviden de Helen Mirren). Lo cierto es que este notable filme de Jean-Marc Vallée no carece de encanto, aunque sea menester suspender un poco el juicio para entrar a la sala y encontrarse con el costado más romántico de una trama de alianzas y lealtad que pasaron más por lo político, históricamente hablando.
La soledad de los malditos Oskar (Kåre Hedebrant) no tiene una vida especialmente feliz. Es inteligente, aunque no lo suficiente para deshacerse del acoso de unos compañeros de clase particularmente agresivos. Sabe cómo entretenerse solo, pero no lo disfruta del todo. Así las cosas, una noche conoce a Eli (Lina Leandersson), que desde hace poco tiempo vive en un departamento cerca del suyo. En medio de la noche helada, Eli no parece tener frío ni sufrir desasosiego alguno. Sin embargo, rehúye las preguntas de Oskar y parece interesarse más en lo que él tiene para decirle. Entre los dos surgirá un vínculo extraño, destinado a trascender los conceptos de amistad, afecto y lealtad que Oskar creía conocer hasta ese momento. Paralelamente, una serie de inquietantes crímenes conmocionan a la ciudad. Un psicópata parece haberse adueñado de las calles, rapiñando por las noches la sangre de desprevenidos transeúntes y dejando los cadáveres a su suerte. El barrio de Oskar es el vértice de esa conmoción que poco a poco va ganando a los vecinos y los acerca, sin saberlo, a la revelación inesperada: una criatura de la noche habita entre ellos. Es inevitable caer en la comparación odiosa con el nuevo giro que se le ha dado últimamente al mito del vampiro (ya sobado, recauchutado y diluído, con su cúlmine en la mélange "Crepúsculo" y sucesivas), pero frente a una cinta de semejante calidad, la comparación es aceptable e incluso necesaria. Basada en un libro del propio Ajvide Lindqvist, éxito de ventas en todo el mundo, "Criatura de la noche" aborda el mito desde sus aristas más desdeñadas, quizá. Así, el vampiro se revela como un ser solitario y de bajo perfil, especie en peligro de extinción, con una moral imposible de encasillar e interacción social compleja, cuyos apetitos se exacerban o amortizan en pos del único imperativo que lo mantiene, por así decirlo, vivo: la sangre. La supervivencia a cualquier costo. Por si el gancho argumental no fuera suficiente (la perspectiva del preadolescente acosado y la pérdida de la inocencia, si bien están suavizados respecto del libro), hay una excelencia técnica que excede lo audiovisual. Los climas y los escenarios de esta película son personajes adicionales en una trama que parece escatimar los clásicos sobresaltos, aunque ofrece estremecimientos mucho más genuinos. De esos que sacuden la psique más que electrizar el cerebro, vamos. La única crítica que se le puede hacer a este filme increíble es que dura poco. Y que el ritmo narrativo no es para cualquier amante wannabe del cine de género.
Pequeña historia de opuestos simétricos Solo (Souleymane Sy Savane) es un taxista senegalés que aspira a más. Mientras maneja por las calles de Salem, en el norte de los EE.UU., estudia con tesón para poder convertirse en oficial de a bordo de una importante aerolínea. Su entusiasmo y su rectitud conquistan a propios y ajenos; además, está esperando un hijo y a la incertidumbre del futuro se opone su inagotable capacidad de esperanza. Nada más lejos de Solo que su ocasional cliente, William (Red West); un auténtico redneck que transita una mala ancianidad y cuyo objetivo inmediato es terminar sus días en Blowing Rock, un pico montañoso cercano a Salem. Pese a las manifiestas diferencias de carácter y expectativas, Solo y William traban una curiosa relación en la que la perseverancia del taxista por hacer sentir cómodo a su cliente lo tornan aún más hostil. Aunque un imprevisto giro en las circunstancias de Solo los llevan a una convivencia inesperada, y una vez establecida la cabeza de playa, poco podrá hacer William para entorpecer la determinación de su nuevo amigo en pos de mejorar su vida. Si bien parte de una premisa bastante simplista (trabajador negro negrísimo con todos los clisés de la negritud traba amistad con su hosco y ultraconservador blanco blanquísimo cliente), este filme de Ramin Bahrani conquista por puntos más sobresalientes, como la muy buena puesta en escena y las secuencias individuales en las que destaca el personaje de Solo. La carencia de banda sonora y el énfasis en los silencios incómodos de William son buenos contrapuntos, más eficaces como gancho que la propia matriz de la historia (que no remonta en lo argumental su previsibilidad). Se destaca la actuación de estos dos hombres notables, Sy Savane y West, que en su rol de amigos accidentales logran convencer a fuerza de situaciones que desbordan una trama más bien obvia. Es sencillo imaginar la forma en que concluirá la historia con el correr de los minutos, y sin embargo el final llega con la misma apacibilidad que el inicio: una sorpresa sin estridencias. "Goodbye Solo" es de esos filmes que dejan la impresión de que uno, como espectador, puede plantarse frente a sus propias decisiones vitales y reflexionar sobre cómo las personas pueden modificar una percepción que se creía inamovible. Después de todo, la vida es un fluir del que nadie escapa.
Una fórmula que se repite con éxito Guillermo Arriaga prueba con solvencia que no necesita de un González Iñárritu para darle cuerpo y estabilidad a una historia que a los más cinéfilos puede que les resulte de sobra conocida. La estructura coral y el ensamblaje astuto entre el pasado y el presente ofrecen al espectador un panorama acabado de la proyección que Arriaga busca para su carrera profesional: el dramón. Hay un cierto aire de fatalidad en todas sus historias que inevitablemente remite a su ascendencia caribe, a la tradición de un pueblo que por más alegría que exude se desbarranca en la melancolía y la desesperanza, cacheteado desde sus orígenes por los sucesivos conquistadores. Más cerca de lo mejor de sus libretos que de "Babel" (insípida argumentalmente por momentos, pese a su excelencia técnica), esta cinta ofrece pocas variantes sobre la ya probada "fórmula Arriaga"; multiplicidad de historias que se cruzan y personajes que revelan su verdadera cara hacia el final, con un giro de relativamente alto impacto que puede dejar sin aliento (pero también agobiado) al espectador más prevenido. Sin embargo, y pese a acercarse a "Amores perros" en momentos muy puntuales, "Camino a la redención" se pierde en una cierta autocomplacencia, un regodeo en el golpe bajo que no por sutil es menos revelador. La intención de manipular, medular en todo buen producto cinematográfico, es mejor cuanto más sutil se expresa.
Insípida locura Leonard (Joaquin Phoenix) atraviesa una mala racha. Es un joven atractivo pero problemático que se muda a la casa de sus padres luego de un intento de suicidio. Mientras se recuperaba bajo la atenta mirada de sus padres (Isabella Rossellini y Moni Monoshov), preocupados, pero en realidad sin comprender exactamente que le pasa a su hijo, se encuentra con dos mujeres casi simultáneamente. Una es Sandra, hija de unos conocidos de sus padres. La otra, Michelle, una vecina misteriosa, hermosa y exótica que nada tiene que ver con el vecindario de Leonard. Por momentos los personajes parecen querer levantar vuelo, pero las situaciones pasatistas y previsibles a las que los somete el guión expone las flaquezas de verosímil y la falta de sustento de la historia. Habida cuenta y prueba del talento de Joaquin Phoenix y Gwyneth Paltrow en otro tipo de dramas, resta concluir que este fallido drama romántico es exclusiva responsabilidad de James Grey. Habría sido buena una mejor despedida para el enorme Phoenix, que aparentemente se aleja de manera definitiva de la actuación para dedicarse a la música. Esperemos no esté dicha para él la última palabra. Y que pronto venga a sacarnos este amargo sabor de boca.