Un hombre mayor, recluido por voluntad propia en su casa durante casi treinta años; su entorno, compuesto por tres sobrinos y una amable y bien dispuesta vecina, se ocupa de proveerle todo lo que necesita. La historia de un ermitaño caprichoso. Un documental con poco aporte cinematográfico, basado en un caso poco común cuyo personaje central, sin embargo, no logra ser querible más allá de su propio entorno ni mucho menos llamar la atención. Rubén, el protagonista, vive encerrado en su casa porque un día decidió no salir; está cómodo y tiene la vida resuelta: sus sobrinos y una vecina le hacen las compras, le traen el médico, hacen apuestas por él a la quiniela. Con la cámara en mano, los directores de Flores de Septiembre junto al crítico de cine Miguel Frías muestran en Como Bola sin Manija a Rubén en su rutina habitual. A través de sus conversaciones, comentarios y gestos se va descubriendo un personaje que no logra despertar el interés desde ningún punto de vista. Su encierro pareciera caprichoso, como se intuye al final del film. Con falencias técnicas y ninguna explotación de las infinitas posibilidades que brinda el lenguaje cinematográfico, los testimonios transcurren uno tras otro, intercalados con tomas de los protagonistas interactuando en su vida cotidiana. El film es cerrado, pero logra oxigenarse un poco durante el viaje de Nora a Rojas; un alivio necesario que le otorga algo de liviandad a un relato de por sí bastante hermético y poco interesante.
Una pareja bastante particular; él es productor musical, ella peluquera. Un sueño, una historia de amor y algunos enredos en un film que mezcla drama, comedia, algo de aventura y romanticismo. De la Serna y Rivas forman en Boca de Fresa una pareja bastante kitsch que roza con lo grotesco, y cuyos objetivos de vida van por caminos diferentes. Rodrigo encarna a Oscar, un joven ambicioso que quiere hacerse millonario de la noche a la mañana. Frío, inescrupuloso y calculador, manipula a su novia Natalia (Rivas) para conseguir de ella lo que quiere. La chica, por su lado, es romántica, sensible y bastante torpe. Está ciegamente enamorada de Oscar, con quien sueña compartir su vida. Ambos actores componen a sus personajes con mucha naturalidad; fácilmente queribles, reflejan dos formas de ser bien diferentes entre sí pero que sin embargo se necesitan mutuamente. Elemento importante es el vestuario, que además de ser llamativo pone a Oscar y Natalia un sello muy particular, acentuando sus características de personalidad. El desfile de colores vivos de los vestidos, zapatos y carteras que viste la protagonista son una exteriorización de su propio ser. El novio, por su lado, lleva casi todo el tiempo blanco, desde la cabeza hasta los pies aunque esté en medio de las sierras. El estilo que viste es sinónimo de nuevo rico (o de quien aspira a serlo en este caso); al final se adecúa más al ambiente en donde se desarrolla la historia. Pero el excelente trabajo actoral –en el que Rivas se destaca y Carnaghi está desaprovechado- se ve opacado por un guión pobre, sin una historia sólida que lo sustente. Al principio el tono es de comedia, pero a medida que avanza el relato se mezclan otros géneros, sin destacarse ninguno. La historia toma un rumbo cuyo interés decrece, e incluso hay líneas de texto muy mal logradas. Lo que al principio parecía que divertiría se transforma en aburrido y poco interesante. Una pena.
Una singular historia es la que viven Jess (Sarah Michelle Gellar), su esposo Ryan (Landes) y el hermano de este, Roman (Jarret). El matrimonio se lleva de maravillas, pero comparte su casa con Roman, quien acaba de salir de la cárcel. La relación entre este y Jess no es muy buena y las actitudes del cuñado incomodan a la mujer. Por un lado, el vínculo que une al matrimonio es especial; abunda el romanticismo, la simpleza, la sinceridad y los rodea un ambiente de calma. Ambos son frescos y espontáneos. El personaje de Jarret, en cambio, es oscuro; sus actitudes son ambiguas y parece cubierto por una coraza que no deja ver más allá de su rostro. Con falta de tacto y comentarios irreverentes, demuestra poco interés por generar vínculos afectivos, tanto con su cuñada como con su propia novia, a quien impone sus reglas. Pronto un accidente automovilístico dejará al borde de la muerte a los hermanos. Inesperadamente Roman revive, pero en su cuerpo pareciera que es el espíritu de Ryan el que habita. A partir de allí, entre la lucha del hombre por convencer a su ¿esposa? de quién es él, y a través de algunos flash backs que surgen en una sesión de hipnosis, los directores mezclan en este drama el suficiente suspenso (ese que tan bien supieron sostener en The Ring) con una buena porción de mística, como para hacer de este un film atrapante y convencer de que lo que allí sucede es susceptible de ocurrir realmente. Otra vez la claridad ilumina las escenas entre Jess y ¿Ryan? ¿Roman?, en un intento por volver a la vida normal. Los fundidos en blanco que encadenan tomas son significativos y correctamente utilizados, aportando misterio y confusión. Una muy buena actuación la de Gellar (Verónika decide morir; Buffy, la cazavampiros), que se desenvuelve en este protagónico con soltura. También la de Paul Jarret, quien debe interpretar a dos personajes opuestos entre sí y lo hace a la perfección. Es interesante cómo aprovechan los directores el estado de coma de los personajes como recurso para, a partir de ello, jugar con la fantasía del espíritu que está presente o no, de los cuerpos como simples portadores de un alma u otra. Manejan con destreza también la manipulación por parte del que vuelve de ese estado de inconsciencia sobre la mente de los demás, para obtener lo que desea desde hace mucho. Si bien puede parecer una historia descabellada, la manera en que está aquí planteada deja abierta la posibilidad, incluso hasta el final, de que sea cierta.
Una buena para los niños Un film de animación que habla sobre la amistad como valor fundamental, con una historia llena de aventuras que tiene como protagonistas a un lince, un halcón, una cabra y un camaleón. Los animales deberán luchar por su libertad contra un famoso y ambicioso cazador. El lince perdido hace hincapié en la necesidad de los buenos amigos y en todo lo que con ellos es posible lograr. La lucha de este grupo de animales liderados por Félix, un lince con bastante mala suerte que sufre un accidente tras otro, muestra la necesidad de preservarse unidos. Por otro lado, se habla también de la importancia de la libertad; sin ella la vida no tiene sentido y es por ello que estos amigos se unen: para liberar al resto de sus compañeros de un viejo loco que con el objeto de cuidar las especies en extinción, las mantiene encerradas. El film recrea espacios reales de España y con su colorido propio, en donde se encuentran los animales en peligro. Los personajes son fácilmente reconocibles, por lo que los niños, destinatarios finales del film, podrán sentirse identificados: el descuidado, el desconfiado, el que se imagina lo peor en cada situación, la que tiene mal carácter pero por dentro es tierna y cariñosa. Todos ellos tienen su parte salvaje y otra que no lo es tanto. Evolucionan con el film, demostrando que a pesar de sus diferencias con capaces de querer y ser amigos fieles. Con una temática profunda y necesaria entre tantos dibujos animados y films para niños en donde abunda la violencia, El lince perdido ofrece además mucha aventura y emoción que los más pequeños seguramente disfrutarán, aunque los adultos quizás se aburran un poco por resultar reiterativas las escenas conflictivas. Sin embargo, es una buena opción.
¿El fin justifica los medios? Alejandría está bajo el Imperio Romano; pasaron trescientos años de la muerte de Cristo y los grupos religiosos y políticos se enfrentan por el poder. Amor, religión y hasta un poco de historia se mezclan en un film bastante extenso, de impecable fotografía. El director de Tesis, Los Otros y Mar adentro se lanza a una historia ambiciosa en la que prevalece una durísima crítica al fanatismo religioso. Primero el paganismo, luego el judaísmo y el cristianismo; Amenábar deja claro que no está más cerca de ninguno, sino en contra de cualquier extremismo. Su cine, como afirma en su propio sitio web, es un cine de preguntas, no de respuestas; y los cuestionamientos que plantea en este film son fuertes: ¿hasta dónde es capaz de llegar el hombre en sus ansias de poder? ¿Qué moviliza su fe? ¿Cualquier camino es válido para lograr lo que uno quiere o cree justo? La crudeza de las imágenes y los hechos que se narran en el film intentan dar algunas respuestas. La escenografía, capaz de transportar a cualquier espectador al tiempo mismo en donde ocurren los hechos, se luce en Ágora. Cuidadosamente recreadas, Alejandría y su famosa biblioteca otorgan, junto al color arena imperante, una atmósfera inigualable. Igual de exquisito resulta el vestuario; ambos elementos se combinan y logran la perfecta ambientación de una época de barbaries e injusticias. Con actuaciones parejas y muy buenas, la historia decae al mezclarse tantos condimentos; quizás su falla se deba a no tener una historia fuertemente definida: el film no se centra en la historia de amor ni en la religiosa ni en la política. Por otro lado, las vistas de la tierra desde el espacio sirven como recurso al principio, pero se tornan repetitivas casi sin sentido al final. Ágora es un film fuerte, violento, inquietante. Refleja a la humanidad misma y a sus propias miserias.
Dos hermanas que deben enfrentar una realidad de la que no pueden volver; un viaje, un hombre, un lazo profundo que las une ante la adversidad. Adriana, la mayor (interpretada por Diana Lamas, a quien pudo verse en La Lola, Un argentino en Nueva York) está enferma y sus días están contados. Laura, su hermana menor (Guadalupe Docampo, Mejor Actriz en el 23° Festival de Cine de Mar del Plata) es quien trabaja y debe cargar con la enfermedad de Adriana y con el sueño de esta de viajar a Ushuahia. En el camino de ambas se cruza Martín, un músico deambulante y borracho interpretado por el reconocido Facundo Arana. El trío deberá superar varios escollos antes de lograr el ansiado viaje; la unión de las hermanas se verá amenzada por la intromisión de Martín, quien se ve atraído por las dos chicas. Más allá de la trama –simple pero profunda- que cuenta Paula Siero en su ópera prima, se destaca la generosidad de los protagonistas, quienes guiados por los sentimientos más puros hacen lo que pueden con la realidad que les toca vivir. Guión sólido acompañado por actuaciones precisas, parejas. Si bien hay algunas imágenes metafóricas propias del lenguaje cinematográfico, El agua del fin del mundo bien podría haber sido pensada para televisión por su formato. Sin embargo, vale la pena mirarlo y analizarlo; si algo queda claro es que Paula Siero va por buen camino.
Argentina mediatizada. Entre el documental y la ficción, el film de Herzog (el primer largometraje de este santafecino periodista y productor de video clips y publicidades) pone de manifiesto cómo los medios masivos de comunicación son capaces de construir la realidad, la manera en que éstos manejan la agenda y manipulan la opinión pública. Rico en una seductora fotografía, Orquesta Roja se vale de imágenes que recuerdan al expresionismo alemán de principios de siglo mezcladas con las de un realismo único y otras más bien metafóricas. La presencia de las cámaras y equipo técnico no es disimulada; desde el principio están ahí para mostrarse y hacer hincapié en que todo lo que ocurre en Concordia es una puesta en escena. La música utilizada cumple en el film una función dramática. El relato cuenta cómo un grupo liderado por José María Lima (interpretado por él mismo), político de la zona cansado de la pobreza y hambruna de su pueblo, elige movilizarse y hacer conocer al resto del país la situación de uno de los lugares más pobres de la Argentina de finales de los noventa. Herzog convenció tanto a Lima como a sus compañeros Carlos Sánchez y Patricia Rivero para que cuenten qué pasó aquellos días en los que, encapuchados, hicieron creer a toda la Argentina que un grupo fuertemente armado, y en contacto con las FARC, estaba dispuesto a dar su propia vida en una lucha contra el sistema que los ahogaba económicamente. Lo valioso de Orquesta Roja es justamente la elección de un episodio con personajes que, al igual que las noticias, desaparecieron de las tapas de los diarios y de las pantallas de la televisión de un día para el otro, como si nada hubiera pasado. Pero más que el hecho en sí, se rescata aquí el papel de un canal televisivo cuyas placas rojas se nutren de casos resonantes y de una radio a la que escucha todo el país. La historia decae un poco en el último tramo, igual que el hecho que generó una noticia que no era tal; quizás esto sea adrede, para demostrar así las debilidades del sistema informativo. Material audiovisual de archivo, charlas, testimonios directos e imágenes recreadas construyen una historia que fue mitad verdad, mitad mentira y que, pese a esto último, sirvió para mantener una audiencia alta. Orquesta Roja es una verdadera evidencia para todos los que se dedican a investigar el alcance de los medios y su influencia en la opinión pública.
Una historia con poesía Además de enfrentar el divorcio de sus padres, Yuki deberá separarse de Nina, su amiga incondicional. Las dos niñas, con apenas nueve años, intentarán huir de esa realidad que se acerca y cambiará sus vidas para siempre. Juntas planean escaparse; una aventura que significará mucho más que una picardía infantil. Los vínculos entre padres e hijos y la amistad pura entre dos niñas es el tema sobre el cual gira este film, en el que predominan la ternura e inocencia. Nobuhiro Suwa, director de documentales y largometrajes como 2/Dúo, Una pareja perfecta, After War entre otros, se une al actor Hippoyte Girardot (quien se destacó en films como El primer día del resto de nuestras vidas, Un mundo sin piedad, entre otros tantos) y ambos logran relatar una historia sensible y sutil desde la mirada de la pequeña Yuki –Noë Sampy-. Los padres de Yuki (protagonizados por Tsuyu y el mismo Girardot, en el papel de Frederic) deciden separarse y la niña deberá mudarse a Japón junto a su madre. La nena no logra comprender que el amor se acabe y que no haya posibilidades de revertir la situación. La angustia y la tristeza que esto provoca la lleva a que junto con Nina –Arielle Moutel- busque la manera de evitar lo inevitable. Así, luego de hacer lo imposible para impedir el divorcio, huyen hasta internarse en un inmenso bosque que parece no tener fin. Al menos así, piensan, salvarán su amistad. La caminata en medio de la naturaleza se convierte en una enorme metáfora; ¿están perdidas en un bosque? ¿Qué es el bosque? A medida que las protagonistas se adentran entre los árboles y pasa el tiempo –imposible saber cuánto- la mente de Yuki se va transformando. La toma de la pequeña parada frente al sendero que la lleva afuera y la escena posterior en Japón transforman la historia en un juego simbólico. La niña consigue huir de su confusión; el regreso al bosque es la vuelta a la realidad, con los pensamientos más claros (aquí la iluminación y los colores brillantes son importantes). El reencuentro con su padre es el fortalecimiento del vínculo, que a pesar de las fronteras no se romperá jamás. La sencillez con que se muestra la vulnerabilidad de los más pequeños ante las decisiones de los adultos hace de este un film tan sensible como profundo. Si hablar de lazos y sentimientos no siempre es fácil, mucho menos lo es para los niños. En este caso, son las actitudes las que hablan por sí solas; el lenguaje que predomina es el no verbal y la poesía, que tan bien sabe de amor, tristeza y pérdidas, se plasma en ricas imágenes de amistad, cotidianeidad y viaje interior.
Interminable búsqueda Una mujer que cambia rotundamente su vida; de un matrimonio convencional y estancado, pasa a una intensa búsqueda. Atreverse nuevamente a amar implica atravesar un camino difícil, pero animarse a transitarlo puede tener su recompensa. Julia Roberts encarna a una Liz cuya vida parecía perfecta; pero detrás de su sonriente rostro escondía a una mujer insatisfecha. Luego de poner fin a su matrimonio, decide buscar el equilibrio y la paz interior que tanto necesita. Para ello emprende un viaje a los lugares que cree le darán lo que no tiene. Así, comienza por Italia y allí aprende a estar consigo misma. Las amistades que allí encuentra le ayudan a disfrutar nuevamente de los placeres cotidianos; comer sin cargo de conciencia es uno de ellos. Luego llega a un santuario en India, en donde aprende a rezar. Paradójicamente, en el lugar en donde adoran a una mujer de carne y hueso, busca y encuentra a Dios. Cuando logra perdonarse sus propios errores parte hacia Bali, en donde se encuentra con un viejo hechicero que había predicho su destino. Es entonces cuando encuentra el amor, aunque deberá luchar consigo misma para permitirse disfrutarlo. Basada en la novela del mismo nombre de Elizabeth Gilbert, el film muestra un cuento bastante endeble y por demás extenso. La fragilidad de la protagonista se traslada a la historia, que hasta las aventuras en Italia se sostiene; pero la trama, en un intento de hacerse densa, se torna repetitiva y pesada. La fotografía es buena y el hecho de transcurrir la acción en culturas diferentes permite mostrar un colorido que le da vida al relato. Los paisajes naturales le aportan algo de frescura y liviandad, la misma con que son tratados los temas trascendentales. En cada destino la protagonista entabla relaciones de amistad que van mostrándole sus puntos débiles y fuertes; pero son muchos lugares, amigos y varias historias; demasiados argumentos para una sola película. La actuación de la mujer bonita es buena pero no sobresaliente; Bardem en cambio convence un poco más en su papel de hombre que ronda los cincuenta, ya maduro y con una historia de vida fuerte sobre sus hombros.
Lapidaria denuncia Con un ácido humor que roza lo negro y con muchísima ironía, Enrique Piñeyro descubre a través de este documental una oscura trama de manipulación, tergiversación y abuso de poder. Un hecho confuso, una persecución inexplicable, inocentes muertos y un hombre condenado a treinta años de cárcel; una historia tremenda cuyo peor pecado es ser tomada como normal. El caso de Fernando Ariel Carrera es digno de un film policial de ficción con todos los condimentos; pero lo llamativo es que pertenece a la vida real. Piñeyro (director de Fuerza Aérea Sociedad Anónima, Whisky Romeo Zulu, Bye Bye Life) toma como pruebas todo lo que queda de la causa (muchas de ellas fueron borradas o fraguadas); entre ellos videos, testimonios de testigos, documentación, etc. y pone al descubierto un caso que no es otra cosa que gatillo fácil y corrupción policial y judicial. El caso es estremecedor y el director no escatima en mostrar las evidencias. El documental revela una investigación concienzuda y se pone del lado del acusado. Plagado de ironías, el film provoca risas nerviosas, propias de aquellas que reconocen una verdad amarga. A través de mapas, maquetas, grabaciones, escritos y filmaciones Piñeyro indaga, razona y se pregunta lo obvio. Los recursos utilizados rozan el grotesco, como la situación misma: los muñecos que representan a los jueces, las balas que atraviesan la carne. Aunque el ritmo es ágil, hay abuso en la intervención del mismo director. Por un lado, esto provoca la sensación de subestimación de quien mira el film; pero por el otro, podría pensarse que Piñeyro se dirige hacia los mismos jueces y policías durante estas intervenciones; en este último caso, sus razonamientos pormenorizados están justificados. El Rati Horror Show es audaz e inteligente; apunta directamente al corazón del deterioro de un sistema perverso y contaminado. Una denuncia concreta sobre un hecho inmoral.