El castigo de la eterna repetición En Hechizo del tiempo, el personaje de Bill Murray tenía que revivir el mismo día una y otra vez. A fuerza de prueba y error encontraba la mejor forma de vivirlo y eso lo liberaba del maleficio. En manos de Murray y el director Harold Ramis, la repetición tenía sorpresas constantes y era muy placentera. Es difícil no ponerse nostálgico pensando en esa obra maestra al ver Si no despierto. Esto sucede porque la película de Ry Russo-Young, basada en el best seller de Lauren Oliver, tiene la misma premisa y estructura que aquella, pero llevada al terreno del drama adolescente. En este film la repetición es castigo no sólo para su protagonista, sino para el espectador, que es sometido a revivir varias situaciones de diversión y sufrimiento de pobres niños ricos del noroeste de los Estados Unidos (misma zona, mismos bosques y clima lluvioso que Crepúsculo). Zoey Deutch hace lo que puede como Samantha, una adolescente linda y popular que queda atrapada en un mismo día, sin ninguna explicación. Tras la primera reacción de sorpresa, Samantha pasa a la desesperación y luego la frustración hasta llegar a entender que la repetición le permite descubrir lo que estaba ante sus ojos y no sabía apreciar: su familia, sus amigos y hasta el chico nerd que está enamorado de ella desde siempre. Como si fuera el negativo de Hechizo del tiempo, Si no despierto es una parábola obvia y bastante aburrida.
Huye: una reflexión sobre el miedo Las tensiones raciales en los Estados Unidos representadas a través de la dinámica que se produce cuando una chica blanca lleva a su novio negro a la casa de sus padres: con esta premisa se podría hacer un drama oscarizable, como en su momento ocurrió con ¿Sabes quién viene a cenar? (1967), de Stanley Kramer. Aunque seguro que el intento no redundaría en una película tan fascinante, divertida y efectiva como lo es Huye. Jordan Peele, hasta ahora conocido como un gran comediante, aborda este tema desde su género favorito, el terror. El guionista y director crea un clima de suspenso y paranoia dándole un nuevo contexto a clichés como el suburbio aparentemente pacífico en el que pasan cosas extrañas, el sótano como espacio predilecto del horror, los sonidos que sobresaltan al espectador, entre otros. La combinación de estos elementos con el humor, que aparece en los momentos de mayor tensión, y con el drama, inherente al conflicto racial persistente en la sociedad norteamericana, le dan al film una bienvenida originalidad. La puesta en escena es brillante, pero son las actuaciones las que se erigen en pilar de la película. Catherine Keener y Bradley Whitford están perfectos como siempre, y Allison Williams prueba que tiene mucho para ofrecer más allá de Girls. Pero quien se roba la película es Daniel Kaluuya, quien con su impactante expresividad, la solidez de su presencia y los matices emocionales que logra transmitir confirma que es un talento al que hay que prestarle mucha atención.
Mariel espera: crudeza y poco vuelo estético En esta película de Maximiliano Pelosi, Mariel (Juana Viale) y Santiago (Diego Gentile) esperan su primer hijo. Su felicidad se derrumba cuando en una ecografía descubren que el embarazo se ha interrumpido y el médico les recomienda que Mariel espere a que el embrión se desprenda naturalmente. Hay un meritoria intento aquí de retratar cómo la angustia de esa espera y los sueños rotos conviven con lo cotidiano. El mayor acierto está en la forma en la que Mariel sigue con sus actividades en forma mecánica. Además de algunas imágenes innecesariamente fuertes, la película tiene poco vuelo estético. Su gran falla son los personajes femeninos, que, con excepción de la protagonista, están construidos de forma muy superficial.
Rápidos y furiosos 8: mucha carrera, poca emoción Rápidos y furiosos 8 es como un auto tuneado: tiene elementos de otros vehículos, alcanza mucha velocidad y se ve bastante ridículo, pero dar una vuelta puede ser muy divertido. La nueva entrega de la serie ya no se parece a la película sobre picadas ilegales con la que comenzó su exitosa historia. Ahora es un pastiche en el que la trama no importa y todo es más grande e inverosímil. Vin Diesel interpreta a Dom Toretto, que maneja rápido y choca cosas, mientras intenta actuar emociones profundas con su acotada gestualidad. Jason Statham y Dwayne Johnson hacen una dupla que invita a imaginar la fabulosa comedia familiar y hasta romántica que podrían protagonizar. Además vuelve el genial Kurt Russell y se suman Scott Eastwood y Charlize Theron, una perfecta villana gélida. Hay escenas de acción que entusiasman, pero también chistes y momentos dramáticos tan ridículos que causan gracia. Un mayor protagonismo de los autos corriendo en todo su esplendor y no siendo destruidos hubiese sido más satisfactorio. Pero la última y espectacular persecución sobre hielo genera suficiente adrenalina para hacer que el viaje haya valido la pena.
Ataque de pánico: valiosos testimonios El documental de Ernesto Ardito ofrece interesantes relatos en primera persona sobre la experiencia, causas y consecuencias de los ataques de pánico. Las historias resultan conmovedoras y valiosas para entender el miedo, la soledad y la angustia que sienten quienes sufren este padecimiento. Pero la fuerza de estos testimonios queda diluida por la insistencia en cargar la culpa de los ataques de pánico a "la sociedad" o "los medios de comunicación", respaldándose en poco más que lugares comunes. Estas explicaciones están a cargo de una voz en off que a veces peca de lirismo pero funciona bien cuando se dedica a dar datos concretos sobre el tema.
El oscuro y fascinante mundo cinematográfico de Caetano El otro hermano es una película nihilista que hunde al espectador por casi dos horas en una oscuridad irremediable. Combinando elementos del western, del policial y hasta acercándose al thriller de protagonistas psicópatas, Israel Adrián Caetano consigue transformar una historia sórdida en un film del que no se puede apartar la mirada. Basada en la novela Bajo este sol tremendo, de Carlos Busqued, la película transcurre en un pueblo chico del Chaco, al que llega Cetarti (Daniel Hendler) para recibir las cenizas de su hermano y su madre, con quienes no tenía una verdadera relación afectiva y que fueron asesinados por la pareja de ésta, un ex militar llamado Molina. Lo recibe Duarte (Leonardo Sbaraglia), un amigo del asesino que le ofrece ayuda para cobrar un seguro de vida que le permitiría irse a vivir a Brasil. Una ayuda que, por supuesto, no será gratis y le costará a Cetarti más que algunos billetes. De villanos y villanos No hay héroes en El otro hermano, sólo villanos, aprovechadores y víctimas, y los límites entre ellos no siempre son claros, excepto en el caso de Duarte, un hombre que es la pura encarnación del mal y cuyas acciones están motivadas sólo por la codicia y el sadismo. A Cetarti, un personaje más ambiguo, la codicia se le prende como un virus y sus límites morales se van haciendo cada vez más flexibles. La interpretación que hace Sbaraglia de Duarte es impactante. El talento del actor ya no es una sorpresa a esta altura de su carrera, pero de todos modos llama la atención su transformación total en un personaje extremo, aunque con rasgos reconocibles, que provoca un profundo rechazo. Hendler, otro actor que ya ha probado su valor en trabajos anteriores, resulta una elección de casting perfecta: la austeridad propia de sus interpretaciones es la clave para convertir a Cetarti en un enigma sin respuesta. Además, se nota un gran trabajo en la construcción de su personaje, que incluye un interesante cambio físico. El resto del elenco, en el que aparecen Alián Devetac, Alejandra Flechner, Pablo Cedrón y Ángela Molina, sostiene a estos protagonistas con actuaciones impecables. Detrás de todo esto está Caetano, capaz de construir verdadero suspenso y crear climas densos, a los que no les faltan extraños toques de humor muy oscuro. Como demuestra el sobresaliente plano final del film, se trata de un director que tiene la singularidad de usar una narrativa y una puesta en escena clásicas para presentar una violencia gráfica y una noción de falta de esperanza atípicas en el cine industrial tradicional.
Chistes básicos y mucha acción La película dirigida por Dean Israelite cuenta la historia de los comienzos de los Power Rangers con toques de El club de los cinco. El tono juguetón de la serie infantil de los 90 se mezcla aquí con un poco de drama adolescente, intercalando chistes básicos con diálogos poco originales sobre el bullying. La sospecha de que se intentará revivir la franquicia y hacer más películas queda clara ante el tiempo que se toma el film para contar el origen del grupo de superhéroes, dejando poco espacio para verlos en acción. Si una secuela es inevitable, esperemos que en la próxima haya más de la villana interpretada por la grandiosa Elizabeth Banks y menos del PNT de una marca de donas.
Terror con peso espiritual Decir que En presencia del diablo es una película de terror sería poco preciso y bastante injusto. Sin preocuparse por las restricciones del género, Na Hong-jin logra provocar verdadero miedo construyendo un film que también es un policial con muchos toques de humor y una tragedia familiar. Esa combinación es un riesgo enorme que en otras manos podría haber resultado en un desastre, pero en las del director y guionista coreano logra un tono propio y original. La raíz del miedo en En presencia del diablo, como en la mayoría de las películas de terror más efectivas, es espiritual-religiosa. El pecado y la posesión demoníaca forman un círculo vicioso en el que no se sabe qué vino primero, pero sí queda claro que sus consecuencias lo destruyen todo. En la búsqueda de una solución se recurre tanto a ritos autóctonos como a la colaboración de un seminarista cristiano, otro detalle más que contribuye a presentar una perspectiva muy distinta a la que Hollywood nos tiene acostumbrados. El film tiene un gran impacto visual, con encuadres magistrales y un interesante uso del color. Entre tantas historias sobrenaturales que sólo tienen como fin asustar y fallan en lograrlo, este film se destaca por ser una obra singular, que provoca el miedo a través de un clima ominoso, una historia con peso espiritual y asaltando al espectador con imágenes que quedan impresas en el cerebro.
Jackie: Claroscuros de una mujer capaz de crear un mito que aún hace soñar a su país Pablo Larraín y el guionista Noah Oppenheim intentan en Jackie bucear en el aspecto menos conocido de la ex primera dama norteamericana, ese que no tiene que ver con el glamour sino con su dolor y la obsesión por preservar el legado de JFK después de su asesinato. Para lograrlo, el director apela a un tono extraño, combinación de realismo y artificialidad, que permite acceder a una verdad que puede quedar opacada por los detalles históricos. En vez de utilizar la clásica estructura de contar la vida del personaje de la cuna a la tumba, la película se concentra en los pocos días siguientes al asesinato de Kennedy, con flashbacks a la grabación de un programa especial en el que Jackie presentaba un tour por la Casa Blanca. Además, como marco narrativo se utiliza la excusa de una entrevista a la primera dama -controladora aún en su tristeza- realizada una semana después de la tragedia. Este recorte resulta muy acertado porque permite retratar en profundidad cómo esta mujer enfrentó una situación tan dolorosa y extraordinaria. La película muestra a una Jackie no idealizada, viviendo la confusión y el enojo típicos del duelo, pero también desplegando una gran capacidad de manipulación para asegurarse de que JFK y su familia tuvieran en la historia el lugar que ella consideraba que merecían. Y así nos enteramos, por ejemplo, que la metáfora de la presidencia de Kennedy como el idílico Camelot fue una creación suya, un dato que ella se encargó de que quedara impreso para la posteridad. El centro de toda la película es Jackie y ni la narrativa ingeniosa ni la ajustada puesta en escena de Larraín hubiesen funcionado si no fuera por la actuación de Natalie Portman, que está sostenida por excelentes secundarios como John Hurt, Peter Sarsgaard y Greta Gerwig. La peculiar forma de hablar de Jackie que copia la actriz y el trabajo actoral subrayado en las escenas de mayor intimidad, en sus momentos más oscuros y más triunfantes, le permiten a Portman, a través de esa construcción lejos del naturalismo, descubrir a una mujer tan vulnerable como fuerte y capaz de crear su propio mito.
Un monstruo sobreruedas Monster Trucks es como las camionetas monstruosas a las que se refiere el título: poco sofisticadas pero divertidas. En su afán por hacer películas partiendo de algo que el público reconozca fácilmente, Hollywood puso el ojo en el espectáculo norteamericano que consiste en ver las piruetas y destrucciones varias de las que son capaces camionetas y camiones "tuneados" con enormes ruedas, motores "tocados" para tener mayor potencia y otros elementos de parafernalia automovilística. La camioneta del protagonista del film, el joven solitario y "tuerca" Tripp (Lucas Till), es literalmente monstruosa porque su motor es una enorme criatura anfibia que salió a la superficie cuando una empresa petrolera cavó un pozo demasiado profundo donde no debía. Tripp y Meredith (Jane Levy), la chica estudiosa que quiere conquistarlo, tendrán que devolver el adorable monstruo a su ambiente natural, enfrentándose a los intentos del malvado dueño de la empresa (Rob Lowe) por encubrir el desastre provocado por la excavación. Hay mucho ruido de motores y recorridos a toda velocidad en esta película familiar con el espíritu de las que se alquilaban en el videoclub en los 80 (sin referencias más explícitas que la presencia de Lowe y Danny Glover, en papeles secundarios). Los personajes son más bien esquemáticos, con la excepción de Tripp, que tiene un poco más de desarrollo. Pero acá se trata de divertirse un rato sin muchas pretensiones, algo que logra cada escena con la presencia constante del humor y alejándose muy poco de la liviandad.