Sólo una cuestión de tamaño Como sucede con muchos productos televisivos llevados al cine, en el film basado en la telenovela brasileña homónima no hay una verdadera adaptación al lenguaje cinematográfico, sino un simple pasaje de formato. Actuaciones exageradas en primeros planos; gestos subrayados para que se entiendan las intenciones de los personajes, enamoramiento a primera vista; todos los elementos propios del culebrón televisivo están aquí. Tampoco ayuda que el guion, aun teniendo a una gran historia en la que basarse, sea muy flojo y aburra con su misión evangelizadora. Eso sí, el espectador fanático de la telenovela podrá disfrutar de ver a los personajes en tamaño gigante.
Receta fácil, resultado pobre Del modelo de Rápido y furioso surge esta película que tiene en Vin Diesel a su punta de lanza Patear traseros, conquistar a la chica y verse cool mientras lo hacés." Esa frase condensa la filosofía de la película. Esos tres objetivos son más importantes que desarrollar personajes y darles una trama que recorrer. Basta con usar una estética de videoclip de reggaeton (protagonista musculoso, chicas con poca ropa, fiestas en playas paradisíacas) y escenas de acción, en las que los cortes rapidísimos y el 3D impiden apreciar las habilidades físicas de los intérpretes. Por supuesto, no faltan las poses forzadas de los actores antes, durante y después de estas escenas, acompañadas de frases que pretenden ser un guiño al espectador. Este es un ejemplo del nuevo género de tanques de Hollywood: la película internacional. Ese modelo que la franquicia Rápido y furioso hizo con mejores resultados y consagró como la receta para el éxito en la taquilla mundial, se basa en tener un elenco multicultural y el énfasis puesto en la acción. En xXx: Reactivado es muy difícil interesarse por el destino de los personajes porque son caricaturas (la nerd, el loco lindo). La consecuencia es que los riesgos a los que se enfrentan Xander Cage (Vin Diesel), un deportista extremo devenido agente de un grupo especial de la CIA, y sus secuaces no despiertan mayor interés. Sin personajes con sustancia ni una buena historia que contar, lo único que la película ofrece son escenas de acción extravagantes y fallidos intentos de humor. Ni la fabulosa Toni Colette puede salvarla.
Una metáfora muy literal Por su propia definición, una alegoría no puede ser acusada de literalidad. Sin embargo, en el caso de Un monstruo viene a verme, esa acusación es una buena forma de describir lo que resulta decepcionante de esta película. La intención alegórica del relato no funciona por no haberse elevado lo suficiente a la fantasía como para que el "mensaje" quede en segundo plano. Como cientos de las historias que se les cuentan a los niños desde siempre, Un monstruo viene a verme pretende utilizar lo fantástico para hablar sobre problemas muy reales. Conor (Lewis MacDougal) es un chico de 12 años que tiene que lidiar con la inminente muerte de su madre enferma (Felicity Jones); el maltrato que sufre en el colegio a manos de sus compañeros; la ausencia de su padre, y la adaptación a la convivencia con su abuela (Sigourney Weaver), una mujer que aparenta ser bastante dura. Si suena a dramón de película para TV es porque, salvando distancias, lo es. El toque fantástico está en la aparición de un árbol que, en la noche, se transforma en monstruo (con la voz de Liam Neeson) y le cuenta historias a Conor para ayudarlo a enfrentar sus problemas. La relación de cada cuento con un aspecto específico de la realidad del protagonista es de una tremenda obviedad. Pero la forma que elige Bayona de plasmar esas historias, con segmentos de animación muy peculiares y atractivos, demuestra que podría haber sido otra cosa, una fantasía con más vuelo que envuelva al espectador junto con Conor, y cuya relación con el drama real fuera una bienvenida reflexión posterior.
La moral, el mayor temor El director y guionista Yeon Sang-ho logra sorprender en el subgénero de zombis con un eficaz desarrollo de los personajes, un diseño ajustado de las escenas de acción y respetando la noción de que el verdadero terror tiene una raíz espiritual. Después de una primera escena que prepara la acción, la historia comienza con la presentación de la desconexión que existe entre los dos personajes principales, Seok Woo, un ambicioso ejecutivo financiero, y su hijita Soo-an (interpretada por la brillante Kim Su-An). La niña quiere ir a ver a su mamá, que vive en Busan, por lo que padre e hija se suben a un tren que pronto es atacado por zombis. Con apenas un par de líneas de diálogo y pequeñas acciones, Sang-ho presenta a cada uno de los otros pasajeros que cumplirán papeles importantes en la narración. En pocos minutos el espectador ya está involucrado con ellos y conoce los riesgos altísimos que corren. La precisa puesta en escena subraya la situación de encierro que ofrece el tren, con sus pasillos y pequeños espacios, mientras que la edición marca el ritmo apresurado con el que se van desarrollando los hechos. Invasión zombie asusta y conmueve porque ilustra a la perfección la dicotomía que divide a la humanidad a la hora de sobrevivir a una gran catástrofe: egoísmo versus solidaridad. Por momentos, este aspecto aleccionador puede resultar un poco insistente, pero son esas elecciones morales de los personajes las que le dan sentido a sus vidas (y sus muertes) y el espectador no puede quedar indiferente frente a lo trascendental que está en juego.
Presencia siniestra: una de terror que desbarranca Presencia siniestra empieza como un thriller psicológico, filmado con elegancia, con una locación de ensueño digna de una comedia romántica de Nancy Meyers y buenas actuaciones. No tiene nada muy original y abusa de los sobresaltos generados por efectos de sonido sorpresivos y del clásico "menos mal que sólo era un sueño". De todas maneras, hasta cierto punto resulta entretenida esta historia de una psicóloga infantil viuda, interpretada por la siempre impecable Naomi Watts , quien vive en una casa aislada en Maine con su hijo (Charlie Heaton), que quedó cuadripléjico por un accidente, y se ve perturbada por la desaparición de uno de sus pacientes (Jacob Trembley). En el comienzo se plantea un juego con el misterio del germen del terror, es decir, si lo que le sucede a la protagonista es la consecuencia lógica del trauma de una madre angustiada o si de verdad hay un fantasma que la está acechando; algo que tan bien funcionó en The Babadook y en otras películas del género, pero acá no lo logra. La posibilidad de un entretenimiento no demasiado inteligente pero aceptable se derrumba cuando el guión da un volantazo que lo lleva al terreno del ridículo. Para ese entonces ya es demasiado tarde para que la película se convierta en un producto de consumo irónico con el que reírse abiertamente, se hace difícil seguir la historia y se añora esa primera parte que lograba mantener la atención y ofrecía el plus de admirar los divinos sweaters que luce Naomi.
Modesto cuento de terror irlandés Noche diabólica es una película de producción y ambiciones modestas. No hay nada original en su trama: una pareja joven queda varada con su auto en medio de los verdes campos irlandeses y algo extraño, que se revelará luego como una especie de vampiro, empieza a perseguirlos. Al principio el director y guionista Conor McMahon apuesta por un ritmo lento y reserva la acción para la segunda mitad. El problema es que no logra construir un clima amenazante que vaya envolviendo al espectador y, en vez de crear tensión, aburre. Lo mejor arranca cuando la protagonista debe hacerse cargo sola de la situación, valiéndose de su ingenio y valor.
Bridget Jones, una antiheroína al borde de la razón Lo genial de la primera película de Bridget Jones fue que su protagonista fuera una mujer como cualquiera, con sus encantos y sus fallas, metida en una trama romántica en la que dos hombres apuestos ( Colin Firth y Hugh Grant ) se disputaban su atención. Su éxito rotundo trajo como consecuencia una secuela que ya no resultaba tan original, pero divertía con sus exageraciones. El final feliz con Mark Darcy estaba bien para cerrar las aventuras de la antiheroína inglesa en el cine. En este nuevo film, Bridget tiene 43 años, un buen trabajo y cierta preocupación por no tener aún marido e hijos. En una misma semana tiene relaciones sexuales casuales con un norteamericano multimillonario de Internet, interpretado por Patrick Dempsey , y con su ex, Darcy. Cuando queda embarazada no sabe quién de los dos es el padre del bebe y comienzan todos los enredos imaginables. Lo mejor de la película es la interpretación de Renée Zellweger . La actriz convierte al personaje en la versión madura de Bridget que el guión no termina de definir, manteniendo su encanto y salvándola del ridículo total. En las escenas con Firth, siempre excelente como Darcy, la magia sigue intacta. Esos momentos y otros en los que Zellweger despliega su talento cómico nos recuerdan por qué queríamos tanto a Bridget Jones. Pero el film parece un rejunte de distintas versiones del guión, que fue escrito por Helen Fielding, autora del libro en el que está basado, Dan Mazer y Emma Thompson , quien también tiene un pequeño papel aquí. Por momentos se hace cargo del paso del tiempo, pero después se arrepiente. Hay situaciones en las que vemos la maduración de Bridget, que no quiere decir que deje de ser ella misma, pero después vuelve a estar presa de situaciones que anulan esa evolución. Parte de esto queda claro en la subtrama laboral: al principio se la muestra como una productora periodística eficiente, pero enseguida la película la condena a la humillación. En lo afectivo, Bridget termina en una situación que se considera lógica para alguien de su edad, pero salteándose o tratándose con superficialidad, el recorrido personal que la lleva a eso. Lo que le pasa es más una imposición que el resultado de un proceso de elección de vida. La historia romántica tiene una falla fundamental. En el triángulo amoroso original ambos hombres resultaban muy atractivos: uno era caballeroso, poco expresivo, pero amoroso y fiel; el otro, el chico malo, irresistible. En esta tercera parte, el personaje de Hugh Grant queda afuera y el nuevo contrincante de Darcy no está a la altura. Poco importa que la película insista en que hay una competencia por el amor de la protagonista cuando para ella misma y el público no la hay.
Ada Falcón, el enigma de las palabras perdidas En Viviré en tu recuerdo Sergio Wolf se embarca en una especie de viaje en el tiempo cinematográfico. El director vuelve a pensar sobre el material de Yo no sé que me han hecho tus ojos, documental que codirigió con Lorena Muñoz, en el que se contaba la historia de Ada Falcón, famosa cantante y actriz que en 1942 se retiró a un convento de Córdoba y no apareció más en público. Este repaso de su propia película, estrenada en 2003, se desarrolla frente a las cámaras y está motivado por un enigma: saber qué fue lo que le dijo Ada Falcón en una escena, de la que se perdió la grabación de audio y que por eso no pudo ser incluida en la película. Pero la intriga va mucho más allá de las palabras pronunciadas por la cantante. Lo que el director parece querer descubrir es algo sobre sí mismo; algo que quedó en el pasado, en ese proceso de investigación y realización de Yo no sé que me han hecho tus ojos. Aunque el enigma de las palabras de Ada Falcón no se haya resuelto, el viaje al pasado de Wolf le permite unir sus inquietudes de teórico del cine con sus búsquedas estéticas de realizador, en una pequeña película que tiene tanto encanto como ambiciones intelectuales. La nostalgia está en el espíritu de este documental, en las imágenes filmadas hace más de 13 años, pero también en una serie de objetos cuya materialidad remite a otra época: un disco, una cinta de película Súper 16, una moviola, recortes de revistas viejas. Hay una sensibilidad potente en Viviré en tu recuerdo, pero también una reflexión sobre el cine y la construcción de la realidad a través de imágenes y sonidos, marcada por la presencia de libros de autores especializados como Michel Chion y Pascal Bonitzer, y las conversaciones del director con Edgardo Cozarinsky.
Historia sórdida y violenta en la noche gay porteña La noche del lobo es un ejercicio fílmico con búsquedas artísticas que no terminan de poder concretarse. El trabajo con el sonido y la imagen apuntan a llevar a otro plano una historia con tintes sórdidos, que propone un retrato sin censura de distintos aspectos de la noche gay porteña. La película plantea escenas fuertes en cuanto a sexo y violencia, pero no va a fondo, al encontrar un límite en sus intenciones estéticas. La narración se centra en una sola noche en la que Ulises (Tom Middleton) recorre las calles de Buenos Aires después de que su pareja, Pablo (Nahuel Mutti), lo echa. Sin hogar y sin saber qué hacer con su vida, Ulises hace destrozos en el departamento y se roba un arma y dinero. Su ex pareja sale a buscarlo por las calles y un boliche gay, mientras Ulises vive diversas experiencias en las que se cruzan la búsqueda del amor, el placer y la violencia.
Mezcla de géneros Es muy difícil conseguir un equilibrio en la combinación de comedia con elementos fantásticos o de terror. Cada género tiene sus reglas, que entran en colisión al juntarse, complicando el manejo de las reacciones del espectador ante cada escena. Así, a veces lo cómico no es tan gracioso y lo terrorífico no asusta tanto. El muerto cuenta su historia se aventura por este camino sinuoso de la mezcla de géneros y no logra salir airoso. El humor funciona sólo en partes y el terror apenas se vislumbra en algunas escenas cuya estética está bien lograda. El cambio de clima no se produce cuando debería y prima el tono de comedia casi hasta el final. El guion construye una trama que es bastante entretenida, pero nada sutil con respecto al mensaje que quiere enviar al público. La fábula de Ángel, un director de publicidad, mentiroso y superficial, que ve a las mujeres como objetos sexuales, tiene un tono fantástico desde el principio, en el que la voz del protagonista nos cuenta que está muerto y empieza a relatarnos su historia. El estado de muerte en vida en el que se encuentra se debe a una especie de hechizo de un grupo de mujeres, que incluyen a Emilia Attias y Viviana Saccone en plan de bellas brujas que quieren recuperar el poder perdido del género femenino. Mientras tanto, la esposa de Ángel (Moro Anghileri) y su hijita intentan comprender qué le está sucediendo. La película está siempre dirigida hacia el doble objetivo de divertir y enviar un mensaje de igualdad de géneros. En el trayecto deja de lado la voz en off que guiaba el relato, trata con poco cariño a sus personajes y se vuelve un poco confusa en el planteo de sus ideas. Hay mucha ambición y algunos aciertos, pero el film no termina de triunfar en su aspecto ideológico ni en su función de entretenimiento de género.