El cine ruso viene pegando fuerte en nuestro país, ya que nuevamente uno de los estrenos en las pocas salas de cines abiertas, es de dicho origen. Hablamos de Sputnik: Extraño pasajero, dirigida por Egor Abramenko, y no señores, no esta relacionada con la vacuna contra el Covid, el título alude al programa sideral que lanzó tres naves homónimas al espacio, a fines de los años 50´y principios de los 60´. De todas maneras, esta cinta está ambientada en 1983 cuando dos astronautas soviéticos regresan a la Tierra (en un aterrizaje forzado) tras completar una misión, con una sorpresita a bordo. En paralelo se presenta a uno de los personajes principales, Tatyana (Oksana Akinshina), una psicóloga con una denuncia a cuestas por aplicar métodos pocos convencionales en sus pacientes. En medio de su cuestionamiento, la doctora es convocada por el oficial Semiradov (Fedor Bondarchuk) para formar parte de una investigación secreta. Claro que esta investigación está relacionada con Kostya (Pyotr Fyodorov), el único astronauta que sobrevivió a la misión. Tatyana, pronto averiguará que nada en ese centro de investigación, secreto y aislado, es lo que parece. Yendo al punto, Kostya trajo del espacio un parásito dentro suyo, que en determinadas horas sale de su cuerpo y es capaz de destruir a quién se le cruce. Aquí entran a jugar los intereses de cada quién, ya que el oficial quiere que Tatyana aprenda a conocerlo, a controlarlo, porque ve una futura y potencial arma; mientras que un experto doctor sueña con que el descubrimiento le abra paso a un Premio Nobel. Entre esta encrucijada y la enorme intriga por este fenómeno, Tatyana se relaciona con el joven astronauta, generándose así una relación tan simbionte como el parásito que tiene alojado en su organismo, que se alimenta tanto de sus culpas y decepciones, como de otras cosas tremendas que es mejor no spoilear. Si les recuerda a Alien, si, hay un cierto homenaje a esta gran película de ciencia ficción, pero Sputnik: Extraño pasajero se sabe reinventar y abordar varios géneros sin perder la coherencia narrativa. Podríamos decir que hay una primera parte de la cinta que hace foco en el descubrimiento gradual de este fenómeno del espacio exterior. Tratar de descifrarlo para ver como dominarlo, de esta manera la doctora se hace muy cercana a nuestro astronauta. Aquí narrativamente se maneja una gran tensión, la película oscila entre el thriller y el horror, envuelta también en cierta lógica de la Guerra Fría: los secretos y la manipulación política. Una narración que se maneja entre grande dosis de sustos ante el extrañamiento de la reacción de esta criatura extraterrestre; una impotencia guiada por el no saber cómo afrontar el problema, sumados ciertos cuestionamientos morales, para abrir paso al drama. En una segunda mitad, el dramatismo tiene más peso que el suspenso, como suele suceder en ciertas películas de terror coreanas (Dark Water, por ejemplo), solo que aquí no hay fantasmas. Aquí hay personas con problemas y angustias puramente emocionales, como no conocer a tu propio hijo o haber atravesado una infancia muy dura, que solo buscan un poco de paz. Es así que este simbionte cobra varios simbolismos, desde uno más terrenal y terrorífico, hasta el existencial. Ante todos los tópicos que presenta, la película funciona. Las actuaciones son acertadísimas, Oksana Akinshina es toda una heroína. Abramenko mantiene el atractivo en todo momento, lo suficiente para brindarnos toda una experiencia genuina y religiosa.
Con Invasión: El fin de todos los tiempos, estamos ante un gran ejemplo de lo que es el mainstream de origen ruso, dado que es una película de ciencia ficción, de invasiones alienígenas, con un gran despliegue de producción y vastos efectos especiales, al mejor estilo El día de la Independencia. También es bueno saber, para tener de referencia, que la cinta es la secuela de Invasión: La guerra ha comenzado, que data del año 2017, por este motivo al comienzo hay un racconto que nos trata de explicar lo hechos ya sucedidos sobrecargándonos un tanto de información. Una sobredosis de información que concuerda con la lógica que atravesará toda la historia. La trama gira en torno a Yulia, una joven hiper vigilada, hija también de uno de los máximos mandatarios del ejercito ruso, que tuvo una relación (amorosa) con un ser de otro planeta, por lo que en consecuencia comienza a experimentar extraños poderes. Claro que es tomada como un conejillo de indias por ser la única humana que tuvo contacto con este ser ahora “supuestamente” muerto. Decimos supuestamente, porque nuestro héroe no está muerto, y de repente la vendrá a buscar a Yulia, quién será blanco de una nave inteligente que la supone una amenaza interplanetaria, y la quiere fuera de juego. Es así que desatará una trama que oscila entre el drama pasional y el cine catástrofe (habrá fenómenos climáticos causados por lo ET); también temáticas bélicas y de espionaje, mezclado con ciencia ficción, asentada sobre todo por la tecnología alien. Sí, es una verdadera ensalada rusa impulsada por grandes dosis de acción, que entre tantos y ambiciosos temas que abarca, uno de lo más interesantes es el de la manipulación de la información o la big data (bastante cercano a las épocas que corren). Ya que esta nave de inteligencia artificial superior, es capaz de hackear cualquier tipo de dispositivo electrónico, en red, y es así que responsabilizará a Yulia de un grave atentado terrorista (que no cometió), poniendo a toda la población en su contra. La película es una rareza, y a pesar de su extensa duración nunca pierde nervio. Si es cierto que el guion naufraga entre varias aguas sin ofrecer demasiada solidez ante tanta elucidación, pero los amantes del género sabrán disfrutar de este despliegue visual también algo kitsch y quimérico.
PERDONA NUESTROS PECADOS Alicia (una deslumbrante Cecilia Roth), es una señora de clase acomodada que vive en un barrio lujoso de la Ciudad de Buenos Aires junto a su marido Ignacio (Miguel Ángel Solá), Gladys (Yanina Ávila), la empleada doméstica, y su pequeño hijo Santiago. Ella pasa sus días entre reuniones de amigas de su misma condición socioeconómica, y cuidando a Santiago como si fuera su nieto. Lo lleva a la escuela, juega con él, se ocupa cuando tiene fiebre, y otros detalles. Este cuadro aparentemente perfecto deja de serlo cuando entra en escena Daniel (Benjamín Amadeo), el único hijo del matrimonio, que se encuentra preso por violar la perimetral que le impuso su ex pareja, Marcela (Sofía Gala Castiglione), con quien tiene un hijo al que no ve por su conducta violenta. Claro que Alicia defiende a Daniel con uñas y dientes, creyendo totalmente en su inocencia; no obstante Ignacio está un tanto cansado de hacerse cargo de las irresponsabilidades de su primogénito. Más allá del buen tino del director, Sebastián Schindel, para contextualizar a los personajes: sus modos de vidas, sus pensamientos y creencias, el conflicto que desestabilizará a todo este engranaje surge cuando Gladys es acusada de un crimen. La película se estructura a través de una dialéctica que oscila ente tribunales por los distintos juicios, el de Daniel y el de la empleada; y una especie de introspección emocional de Alicia, quien debe correr el velo de su rostro y asumir la realidad tal como es. Con un suspenso que va in crescendo, Crímenes de familia, no solo cumple desde lo formal, logrando solvencia narrativa y actoral, también pone en jaque dilemas éticos y morales. Alicia va descubriendo y asumiendo esos secretos familiares que se suelen guardar bajo la alfombra, a su vez un modo de cambiar un paradigma social. Por otra parte, se revela el perfil emocional de Gladys, exponiendo las falencias de un estado ausente. Serían las deconstrucciones de dos personas que tuvieron posibilidades dispares, o que nacieron en contextos totalmente opuestos. Alicia se deconstruye desde su fuero más íntimo, mientras que la deconstrucción de Gladys se presenta desde la mirada del Otro, como testigos; descubrimos como la vida la llevó a atravesar las actuales circunstancias. Schindel desnuda ciertos mecanismos sobre esas cuestiones hipócritas y arraigadas de una sociedad conservadora, que vale la pena repasar. Por María Paula Ríos @_Live_in_Peace
Magia, elfos, hadas punks y toneladas de ternura en la nueva aventura de Disney/ Pixar. En un mundo donde la magia va perdiendo su poder, con el pasar de los años, debido a los avances tecnológicos y las máximas de la inmediatez posmoderna, una familia de elfos convive sintiendo la ausencia del papá. Están Laurel, la madre, y sus dos hijos, Ian y Barley. Ian es tímido, flacucho e intelectual, cumple 16 años y no se anima a invitar a sus compañeros del instituto a festejar. En cambio Barley, unos años mayor que él, es fornido, extrovertido y salvaje (por decirlo de algún modo), además amante de los juegos de cruzadas. Con motivo del aniversario de Ian, la madre les entrega a los jóvenes un obsequio que les ha dejado su padre Wilden, acompañado de una carta. Por lo visto cultor de la magia, se encuentran con una especie de báculo con una gema preciosa, que a su vez profiriendo una invocación puede traer a la vida por un día al progenitor. Los hermanos no dudan en poner en marcha la práctica, pero en medio del hechizo algo falla y su papá queda materializado solo de la cintura para abajo. Con las piernas de Wilden a cuestas, los hermanos emprenderán una mágica cruzada donde se toparán con un agente de policía mitad caballo (el novio de su madre), una mantícora que abandona su aburguesamiento para recuperar la esencia guerrera, y demás criaturas mitológicas, con el fin de adquirir una nueva gema que complete el hechizo fallido. Y nuevamente todo funciona en una cinta de la ya reconocida empresa de animación. Está todo pensado a detalle, desde la tracción narrativa para llevar adelante la acción, hasta la construcción de sus personajes siempre empáticos y tiernos sin necesidad de ser físicamente perfectos. Un fortachón, un protagonista con nariz grande, mujeres gorditas… como la vida misma la diversidad se hace presente en esta cinta, sin ser esta la única virtud. Porque la historia sobre todo da cuenta de cómo atravesamos las dificultades que pone ante nosotros la vida, de manera imperfecta, como podemos, pero sobre todo motorizados por el amor. El relato pone en relieve que más allá de nuestras preocupaciones, lo que realmente importa lo tenemos en nuestro cotidiano. En los regaños de una madre, en el apoyo incondicional de un hermano, aunque este a veces nos avergüence; aquellos amigos con quien compartimos o nos reímos, o en esa persona que apenas conoces y te sorprende con su generosidad en los momentos más difíciles. Unidos es una película para toda la familia, lo más pequeños disfrutarán de la acción, las criaturas y el colorido universo; y los más grandes podrán apreciar la complejidad que presentan estos personajes que se reacomodan una y otra vez, siempre con respeto, paciencia y desbordados de amor.
Kristen Stewart en un tour de forcé sub acuático y emocional. Amenaza en lo Profundo sigue la senda del horror y el suspenso dramático, hoy en día un recorrido bastante frecuente. La cinta está dirigida por William Eubank y protagonizada por Kristen Stewart, quien es fundamental en esta historia acuática. La trama se centra en un grupo de científicos que quedan atrapados en una base submarina en la que trabajan, a causa de un fuerte sismo. La única salida para sobrevivir, es caminar por el suelo marino para llegar a una plataforma en desuso. Un grupo de seis personas que se va encontrando por azar después de la catástrofe. Desde el momento uno todo es devastación, un mundo oscuro, claustrofóbico, donde parece imposible salir a la superficie. La amenaza latente de estos resabios de un terremoto de por sí traumático, serán solo la entrada para afrontar la verdadera pesadilla. Son seres que cargan con un pasado más dramático y pesado que los aparatosos trajes que se deben poner para sortear las inclemencias del agua a esas profundidades. Parecen estar destinado a sortear ese mundo sin luz… y así estaremos toda la cinta, tirando golpes hacia el abismo, y la cosa se pondrá más turbia cuando descubramos junto a los personajes, que la verdadera amenaza no es el terremoto, sino unos monstruos marinos míticos que allí habitan. Si bien aquí la acción no nos da respiro, todo ocurre de modo veloz, y no hay demasiado tiempo para el desarrollo de los personajes, nos encontramos ante una película de climas. Clima angustiante, asfixiante… trágico, los tripulantes han sufrido demasiadas perdidas. Y también está cargada de una gran humanidad, en el sentido que el grupo realmente siente cada una de las muertes, y hacen lo imposible por ayudarse a pesar del apremio de la supervivencia. En este sentido no hay estereotipos maniqueístas. La principal cuestión de Amenaza en lo Profundo se relaciona con los estados emocionales de los personajes. Esos monstruos internos de la sombra que cargan en sus espaldas, se materializan, y toca enfrentarlos para sentir un poco de alivio y redención, sin importar el precio que se debe pagar. Una especie de horror introspectivo, que gracias a la inyección de acción, se ahorra un discurso demagógico y burdo.
Una de horror con tradición japonesa. En los años 90’, en Japón, surgía un movimiento relacionado al cine de horror, el J-Horror. Un movimiento que más allá del golpe de efecto se centraba en el terror psicológico, en leyendas urbanas y fantasmas; más específicamente en los Onryō, espíritus que nunca partieron del mundo físico, y están motivados por un sentimiento de venganza. ¿Se acuerdan de La llamada y El Grito? ¿De la temible Kayako tomando una casa y martirizando a todos los que allí viven? Bueno, debido al éxito y a este modo novedoso de abarcar el terror, Estados Unidos puso el ojo (y el dinero) para realizar varios remakes. La Maldición Renace sería la cuarta entrega de esta serie de cintas norteamericanas, que forma parte de esta saga de tradición nipona. Por lo que el argumento es similar a sus antecesoras, todo surge cuando una mujer y su hijo son asesinados por un esposo celoso; este espíritu en pena se cobrará venganza con todos los que habiten en su antigua casa, y también arrastrarán su maldición quienes allí entren. Es el caso de una enfermera estadounidense, que trabaja en el país de Oriente, justo en esta casa con fantasmas rencorosos, y se lleva la maldición consigo cuando regresa a Norteamérica. El director, Nicolas Pesce, juega con los flashbacks para viajar en el tiempo y narrar los asesinatos y tragedias causadas por los espectros, para vincularlo en el presente con la protagonista, una investigadora policial que se muda a un pequeño pueblito para rehacer su vida junto a su hijito, después de sufrir la pérdida de su esposo. La historia tiene un dejo dramático como aporta el horror japonés, son todos seres que han sufrido y sufren mucho… los vivos y los muertos. Pero un guion algo fallido, sumado que no hay una vuelta de tuerca a este tipo de folclore, hacen que la cinta sea una más del motón. Es una pena porque el relato tiene potencial y buenos actores, Andrea Riseborough es muy creíble en su angustia, hasta llega a tener un dejo a la madre de Dark Water de Hideo Nakata. Entre tanta coralidad de personajes, no se profundiza ninguno de ellos, por lo que también se desdibuja la función narrativa de los fantasmas. Los amantes de la saga no saldrán decepcionados, pero sin dudas es hora de revitalizar este subgénero que tantas satisfacciones nos ha dado.
Los perversos mecanismos del capitalismo. Comedia satírica, metáfora social, thriller, también cinta de horror… todo esto y mucho más es Parasite de Bong Joon-Ho, la ganadora a Mejor Película Extranjera en la última edición de los Globos de Oro, y que cuenta con ¡seis nominaciones a los Premios Óscar!, más que merecido para este relato inclasificable y original. El coreano nos manipula a su antojo (de buen modo) como lo hacen sus protagonistas y alter egos. La trama sigue a la familia Kim, desempleada y ansiosa por una oportunidad para reunir un poco dinero. El patriarca, Kim Ki-taek, junto con su esposa y sus dos hijos, arman cajas de pizza para subsistir. Un día surge una oportunidad para Ki-woo, el hijo varón, cuando un amigo lo recomienda como su reemplazo para ser tutor de inglés de la hija de una familia extremadamente adinerada: los Park. Una vez que se instala en su nuevo y elegante trabajo, a Ki-woo se le ocurre una idea: ¿y si logra engañar a los Park para que contrate a toda su familia? Y efectivamente, cual parásitos, cada miembro de los Kim se emplaza en el organismo huésped, proveedor. El director comienza relatando una comedia satírica, plagada de humor, que a medida que avanza se convierte en una verdadera pesadilla. Todo esto gracias a una narración y una puesta en escena impecable, sin dejar de lado las solventes actuaciones. Parasite, brinda una visión dura y poco sentimental de estas personas que hacen lo imposible para sobrevivir. Bong mezcla tonos, estados de ánimo y géneros, con una precisión hitchcockiana. Muy pronto nos daremos cuenta que el comportamiento parasitario no es solo por parte de los Kim (quienes actúan por necesidad, están invisibilizados), sobre todo es de los Park, cuya vida extravagante representa el flagelo moral y financiero de una sociedad que exterioriza los síntomas del capitalismo tardío. Bong Joon-Ho no se privada de nada, y eso nos encanta.
Si bien la mayoría de las películas de horror tienen como preámbulo una escena sangrienta que contiene un asesinato, en La Hora de tu Muerte (Justin Dec) la premisa se instala sin darnos respiro, como la App mortal que descargará un grupo de jóvenes, claro que de forma lúdica. Una aplicación que señala de forma exacta (año, día, hora, minutos y segundos) cuando una persona va a morir. Más allá de que lo consideran una broma, los chicos que esta app les marca que le quedan solo días o horas para su inevitable deceso, comienzan a experimentar extrañas visiones… la parka está cerca. La situación se pone peor cuando investigan y notan que hay personas que realmente murieron en el tiempo indicado por esta aplicación maldita. La trama se centra en Quinn (Elizabeth Lail), una joven enfermera que descarga la app, llamada Countdown, y le señala que le quedan tres días de vida. De aquí en más su raid por averiguar quién está detrás de este juego siniestro, en consecuencia de todas las muertes sucedidas a causa del mismo. Es así que se sumará en su búsqueda Matt Monroe (Jordan Calloway), alguien que se encuentra en una misma situación potencialmente mortal. Sí, es la típica película de terror para adolescentes, parecida a la saga Destino Final, donde predominan el susto fácil y efectista, para que espectador salte de la butaca. Con la diferencia de que esta no se toma tan en serio como otras de las de su subgénero, es decir Dec es consciente del cliché y las limitaciones formales y narrativas, por lo que más allá de generar climas y poner en escena al mismísimo demonio, le aporta gran dosis de humor a la historia. Acertadísima la participación de Tom Derek, un standapero estadounidense, quien juega el papel del nerd que repara celulares y a su vez tiene habilidad para hackear la app; aporta chistes inteligentes logrando los mejores momentos de la cinta; así como el de un bizarro e inusual Padre John (P.J. Byrne), quien se convirtió a la religión por su fanatismo a los exorcismos y demonios. Otro personaje desopilante. A su vez vale destacar la inclusión de un tema como el de acoso sexual, en una película aparentemente frívola, dado que tiene llegada a miles de adolescentes (aquí hay una especie de rape revenge por parte de Quinn). Tenemos buenas actuaciones, personajes bien trazados, una cuota de suspenso… podemos decir que alejada de grandes ambiciones, la cinta cumple y sobre todo divierte.
Una “caper movie” a lo Winograd. Allá por el año 2006, a un talentoso artista plástico, Fernando Araujo (Diego Peretti), quien se sentía inmotivado y algo vacío, se le ocurre expresar su arte planeando un robo perfecto. Es así que scouteando la zona en que reside, elige un Banco Río ubicado en el barrio de San Isidro, creyendo fehacientemente que es posible efectuar el atraco, al punto de obsesionarse. Solo le bastará encontrar un grupo de personas que se sumen a este arriesgado (¿delirante?) plan, inclusive alguien que lo financie. De este modo da con otro de los ideólogos (de este robo que ocurrió en la vida real), el ya reconocido Luis Vitette Sellanes, aquí interpretado por un Guillermo Francella ocurrente y jocoso. Alguien acostumbrado a las estafas, y a los hurtos, pero no de los violentos, sino con estrategia y planificación, tipo de los de guante blanco. Ariel Winograd es muy buen director de comedias y esto se nota en El Robo del Siglo, porque además de centrar el argumento en la ejecución del robo, desde un punto de vista más testigo, (en donde sobresalen las miradas de Araujo y Sellanes), le aporta al personaje de Francella mucho humor, y bien sabido que el actor es el rey de los comediantes. La virtud reside en que logra combinar a la perfección este elemento con el del género propiamente dicho. La concepción mainstream recorre toda su obra, y esta película no será la excepción. Alejado de todo tipo de solemnidad, y si bien el guion no es un relojito, el realizador le aporta una mirada más relajada a esta historia, descontracturando de esta forma la narración, la cual adquiere dinamismo y no decae en ningún momento. Buen contrapunto es el personaje de Luis Luque, el negociador del atraco, que en el ida y vuelta mantiene la tensión. Técnicamente impecable, el film pone en juego una gran historia, y grandes personajes… un cine argentino de género que funciona, atrae y entretiene, involucrando con empatía al espectador.
¿Héroe o demonio? Nos no cansamos de repetir, película tras película, la habilidad para narrar que tiene Clint Eastwood. A pesar de sus 90 nunca pierde el timing y está más lúcido y vigente que nunca. Después de interpretar y dirigir La Mula, nos trae El caso de Richard Jewell, película basada en una historia real, sobre un guardia de seguridad que alerta sobre una mochila con explosivos, en medio de un show brindado por motivo de los Juegos Olímpicos de Atlanta (1996), salvando así cientos de vidas. El problema es que Richard (Paul Walter Hauser) se convierte de héroe a traidor en cuestión de días, cuando el FBI lo acusa de ser el principal sospechoso del atentado, debido a su perfil psicológico. Eastwood se centra de lleno en el personaje, partiendo de la base que quiere dejar en alto su nombre (claro que más tarde nos enteraremos que él no fue el autor de los hechos), pero no lo presenta idílicamente como un ganador, sino que también lo hace con sus defectos y virtudes. Un hombre algo naif, soltero, que vive con su madre a pesar de su edad. Con ideales de justicia y un amor por las instituciones de su país algo exacerbados, a tal punto de tener denuncias de abusos de poder, cortándole esto su máximo sueño de ser agente de la policía. Un blanco ideal para el FBI, quien junto con la prensa local ponen en cuestión la culpabilidad del abnegado guardia… sin pruebas. Y sí, de esta manera, se arman casos para la opinión pública. Con una precisión cronológica, y una puesta en escena minimalista, Eastwood nos mantiene tensos toda la cinta, haciendo sentir al espectador la irritabilidad y los nervios del acusado, durante este proceso de “aprietes” policiales y mediáticos. Claro que siempre es incomoda la ambigüedad del director, por ejemplo, no deja de lo mejor parada a la periodista (Olivia Wilde), pero este pone foco en las consecuencias personales que atraviesa Richard, con una habilidad única. Clásico, narrativamente escrupuloso y polémico, lo cierto es que Clint nunca nos deja indiferente, y es a destacar también el casting de sus films, todos se lucen en sus papeles. A través de este caso real, la película habla de la mirada y de los prejuicios del otro, las formas de vincularse, los apremios y necesidades por culpar o vender. Pero por sobre todo Eastwood cree en su personaje, mira por el lente del sufrimiento y la mirada reparadora de ese ser humano más allá de lo ideológico.