Si estás para divertirte con una fórmula compuesta por gorilas gigantes, cocodrilos mutantes, ciudades destruidas y La Roca, esta es tu película. Basada en un viejo videojuego, con muchos millones en efectos, ejem, devastadores y poca exigencia para un guión que le de sentido, Rampage parece una broma XL sobre el rompan todo, que cumple con las bases del entretenimiento. Al servicio del encanto del indestructible Dwayne La Roca Johnson, como un primatólogo al que no matan ni las balas.
Dedicada a John Berger, ganadora de los principales premios Goya en la última edición, la nueva película de la catalana Isabel Coixet -Mi vida sin mí, La vida secreta de las palabras- toma como base una novela para llevar al cine la historia de Florence Green -Emily Mortimer-, una viuda que abre una librería en un pueblito inglés en los años cincuenta. Semejante idea la pone en el centro de las miradas y las envidias, principalmente de la poderosa aristócrata que quiere hacer de ese viejo local un centro cultural, aunque sólo parece excusa para evitar que Florence se salga con la suya. Amable y deliberadamente chapada a la antigua, con musicalización clásica y una puesta recatada como sus personajes: Florence, la malvada Violet -Patricia Clarkson- y un veterano que sale de su reclusión, en una mansión alejada, gracias a la lectura y para apoyarla. La librería se ve con el placer que provee su tono amable y su objeto agradabe: bellas locaciones, personajes que hablan pausado y toman té mientras comentanla Lolita de Nabokov o celebran a Ray Bradbury. Sin embargo, como reivindicación de la fuerza femenina -el coraje del que se habla en el film- y de amor por lo literario, en forma de libros y de comunicaciones epistolares, La Librería cae en la obviedad, a punto que su Florence parece más un vehículo de defensa de los libros que una librera de carne y hueso.
Tres veteranos de guerra se reencuentran después de décadas, reunidos por uno de ellos que acaba de perder un hijo en Irak y quiere que lo acompañen a enterrarlo, en ceremonia militar. No podrían ser más distintos: Larry -Steve Carrell-, el convocante, es un tipo apocado, pulcro y melancólico, Sal -Bryan Cranston, un alcohólico ácido y decadente- y Richard -Laurence Fishburne- se ha convertido en un reverendo, un pastor. Son tan distintos como los registros de sus tres extraordinarios actores, desde lo desatado a lo hiper contenido. Basada en una novela de Darryl Ponicsan, esta reunión es el punto de partida para esta road movie, último film de Richard Linklater -Boyhood, Antes del Amanecer/Atardecer/Anochecer-. Triste, tierna, profundamente humana, la película se estructura en base a la serie de diálogos, más algunas peripecias del camino, de estos tres personajes, en los que los recuerdos compartidos aparecen desde sus presentes y personalidades. Como en sus films anteriores, el paso del tiempo atraviesa este estudio de personajes, entrañables y lejos de las mayúsculas de los héroes o grandes protagonistas. Los Estados Unidos del costado de la ruta, hechos de pequeñas historias de tipos como éstos, a los que Linklater observa con enorme cariño e interés. Pero los 125 minutos de El Reencuentro no terminan de resultar en una obra tan redonda como algunos de sus films anteriores, en buena parte porque la duración lleva a un desgaste inevitable de la gracia inicial: como en la saga Antes..., es un prodigio de trabajo conjunto el de la puesta entre director y actores, pero el encanto termina por agotar un poco en el fárrago de conversaciones. Hacia el final, envuelto en la voz de Bob Dylan, el aliento patriótico le gana a los dardos críticos hacia la política exterior de Estados Unidos, en línea con tanto otro cine de glorificación de sus soldados. Amamos a Linklater, pero esta, con sus enormes virtudes, no es su mejor película.
Documental sobre los movimientos sociales y la educación alternativa en los distintos países latinoamericanos. Una mirada abarcativa, con buen material y muy buenos testimonios de distintas experiencias en distintas culturas y latitudes, interesantes aún a pesar de cierta bajada, algo maniquea, en la que están insertos.
Un improbable dúo de cantantes de covers viaja en un viejo Renault por las rutas argentinas. Van a cumplir con un show en una cena y llevan una caja con sus CDs. Perdidos en la noche, con el coche averiado, conocen a una especie de chamán, cultor de la vida sana y extraño empresario. Una comedia argentina tan curiosa como sus protagonistas, con voluntad cómica.
Después del éxito de 7 Cajas, el dúo de directores paraguayos estrena esta comedia sobre un grupo de buscadores de un tesoro que remite a la Guerra del Paraguay. Como el guaraní y el español que hablan sus personajes, se mezclan el humor negro y la pintura social, la acción y el melodrama, el thriller, la picaresca y hasta la comedia de enredos. Con una puesta que vuelve a remitir al cómic y a los films de género, y con mayores recursos que en su film anterior, Los Buscadores divierte y mantiene, como en 7 Cajas, un encantador tono de desenfado, aunque algunas secuencias, y así el relato, se estira un poco demasiado.
Los que tuvimos a Mazinger Z como parte de la merienda de la infancia seguramente nos acercamos con otro interés a este regreso del gigantesco héroe de acción. Basado en una famosa serie de cómics niponés nacida hace 45 años, vuelve ahora con un reseteo que introduce, a plena acción, personajes nuevos y viejos. Hay grandes batallas y una acción que desemboca en la llegada de Infinity, un monstruoso aparato arqueológico hallado en el monte Fuji. La animación es impecable: habrá que ver cómo reciben a Mazinger Z las nuevas generaciones, familiarizadas con Transformers, Titanes del Pacífico y demás héroes -y villanos- de duro metal.
En un mundo posapocalíptico, dominado por unos monstruos de oído muy fino, una familia sobrevive con el único recurso posible: mantenerse en silencio. Es la premisa de esta película dirigida, escrita y protagonizada por John Krasinski -el comediante de The Office, director de Los Hollar- junto a su esposa, en la vida y la ficción, Emily Blunt. Una pareja que arranca perdiendo al menor de sus tres hijos, en un preámbulo que anuncia la contundencia que vendrá. Un año después, el duelo sigue y ella está embarazada: tensión creciente. Con coherencia, la estupenda primera parte de Un lugar en silencio es casi muda, los personajes comunicándose en el lenguaje de señas. Además, la hija mayor es sorda, lo que abre aún más el juego con los efectos de sonido y silencio, aumentando la extrañeza de ese mundo peligroso. La inteligencia del guión se refleja en la descripción de esa vida familiar en puntas de pie. Y aunque cueste entender algunas acciones y sentido de la oportunidad de los personajes, el ejercicio de suspenso -y terror fantástico, y drama- es de una eficacia absoluta. Entre los padres protectores y sus hijos, todos vulnerables, la película late con una fuerza poderosa, sin cargar tintas en torno de metáforas posibles, o dejando las interpretaciones a cargo del espectador. Es cierto que la musicalización creciente y dramática suena a concesión innecesaria, pero no llega a bloquear sus mejores ideas, que son las más jugadas. Una película que puede remitir a muchas otras pero muestra su personalidad desde la primera secuencia. Breve y creativa.
Figura popular y border, ídolo caído de la cumbia nacional, Ruben Castiñeiras, Pepo, se convierte en protagonista de su película, de su historia. Desde cerca, entre los suyos, en una intimidad llena de canciones y música, la película de Juan Irigoyen lo sigue y lo escucha, desde que sale de la cárcel para intentar recuperar su camino de regreso a los escenarios y los aplausos.
Orlando, tierra de Disneyworld. Pero también de moteles sobre la ruta, pintados de fucsia, en los que viven los protagonistas de este pequeño pero extraordinario film de Sean Baker -Tangerine, otra estupenda película sobre un grupo de travestis de Los Ángeles filmada con cámaras de iPhone-. Allí vive la pequeña Monee, una nena traviesa y bastante salvaje a pesar de sus seis años, a cargo de una madre muy joven que se cuida, y la cuida, como puede. Pintura de personajes, con otros inquilinos, vecinos de al lado, otros dos niños y una especie de gran contenedor de todas esas almas a la deriva que es el gerente del hotel, maravilloso en su contención, precisamente: Willem Dafoe. El proyecto Florida mira el complicado mundo adulto desde esos chicos, a veces en peligro, a veces causantes de desastre, pequeños sobrevivientes que juegan sin juguetes. Lejos de cualquier miserabilismo, Baker encuentra, como en su film anterior, un tono entre comedia y drama, un registro entre realista y lírco, una imagen que descubre el surrealismo en un estacionamiento desangelado, un acercamiento casi documental para su ficción. Un cineasta a seguir muy de cerca, que parece no buscar grandes historias pero las encuentra, capaz de dirigir actores amateurs, consagrados y desconocidos, y transformarlos en prodigios expresivos, como estos inolvidables personajes.