Un acontecimiento cultural del tamaño del estreno de la nueva Star Wars no puede durar menos que dos horas cuarenta. Pero, así como los libros voluminosos no necesariamente amortizan el gasto por su cantidad de páginas, el Episodio VIII podría haber ganado concisión con media hora menos. Sin spoilear detalles de la trama, este episodio retoma allí donde había dejado a Rey (Daisy Ridley), en la isla habitada por el Luke Skywalker (Mark Hamill) y la incógnita acerca de quién es en realidad esta chica, porqué parece que la fuerza está con ella, cuál es su verdadera naturaleza. Mientras, las fuerzas rebeldes comandadas por Leia deben huir por la galaxia en batalla desigual contra el tirano Snoke (Andy Serkis) y su ambigua mano derecha Kylo Ren (Adam Driver). Todos los personajes centrales (Poe, Finn) de la nueva generación, están en distintos lugares bajo circunstancias extremas, y El último Jedi desarrolla secuencias en paralelo hacia el encuentro, en el último, y mejor, tramo de la película. Las apelaciones a la emoción por la presencia de Fisher están a la orden del día, en ese metalenguaje para fans que las hace jugar con todos los guiños a la mística interna, encarnados por los actores de la saga original. Pero si el episodio VII de este notable relanzamiento Disney apuntaba directo al corazón del fan, VIII parece abrirse a nuevas generaciones de espectadores, y sentar las bases para lo que vendrá: una historia de la que se apropien sus nuevos protagonistas. Para eso, y acaso con mayor libertad creativa, el director Rian Johnson (Looper), ofrece diversión, color (rojo) y entretenimiento tomando bienvenidos riesgos para poner en escena un universo con semejante historia, que ha sufrido solemnes relecturas que mejor olvidar. Muchos echarán en falta algo de romance y esperadas definiciones fuertes. Episodio VIII pone el acento en los pesados conflictos internos de los personajes, con una gramática de primeros planos, profundidad de telenovela. Hay buenas ideas y otras no tanto, la simpatía de siempre y un humor que funciona y se festejará a los gritos en la sala. Apto Disney para chicos y "para emocionar a los grandes. Además, una preocupación constante por agradar a los fans que no le teme ni la bizarreada ni -materia de discusión de expertos- a transgredir reglas no escritas sobre la naturaleza de ciertos personajes icónicos. Pero también hay secuencias y personajes que podrían perfectamente no haber existido sin alterar el resultado, aunque Benicio del Toro tenga una de las mejores líneas de la película -y por citar una de las tramas secundarias que están ahí porque sí-. Valen como pretexto para referencias a los films anteriores, el estímulo emocional para fans. Y para vender más muñequitos, pero no para buen cine. De todas formas, fans a ultranza o no, queremos a estos personajes. El pastiche western galáctico y culebrón zen de Star Wars forma parte de nuestra vida, y no hace falta estar pendiente de cada revelación -quién es hijo de quién, quién primo segundo- para disfrutar de la fiesta -nostálgica, nerd, cinéfila- que implica cada nuevo estreno. Hasta Han Solo. Que la fuerza te acompañe.
Cine independiente con súper estrella, Good Time concursó en Cannes y es un ejercicio vibrante, con una cámara inquieta que juega con el foco y saca provecho del sorprendente carisma de su protagonista, un Robert Pattinson que definitivamente demuestra que es algo más que una cara bonita y sosa. En la línea de historias urbanas deseperadas del todo en una noche (de The Warriors a After Hours, de Taxi Driver a, porqué no, Todo en una noche), este film de los hermanos Safdie (Heaven Knows What, Daddy Longlegs) es una historia de hermanos, Connie y Nick Nikas, que roban la caja de un banco y son atrapados en la huida. En realidad, uno de ellos, Nick, que tiene cierto retraso mental. Durante las siguientes horas desesperadas, Connie hace todo lo que puede por no perderle el rastro e impedir que vaya a parar a la cárcel. Toca puertas de quienes podrían ayudarlo (una novia algo desquiciada), intenta conseguir el dinero para sacarlo y, en plena situación límite, comete errores cómicos: una bomba de pintura los deja teñidos de rojo, la mejor aliada que consigue es una nena embelesada por su sex appeal, se lleva a un tipo equivocado. Ese humor, nacido de las situaciones absurdas, casi de gag, le da a la película una personalidad especial, como si el thriller se apoyara, sutilmente, en la parodia. Y le suma vitalidad y humanismo a un film que, sin humor, se percibe frío, sin emoción (está claro que quiere a su hermano, pero ese vínculo apenas se observa) y vacío, con poco sustento en su para qué. En esa deriva de situaciones y personajes, como paradas en la carrera de Connie, Good Time abre subordinadas por las que la potencia de las secuencias iniciales se pierde. La adrenalina del bello Pattinson, en su mejor trabajo, es el mejor espectáculo que Good Time tiene para ofrecer, y no es poco.
El pueblo más alto de la Argentina, en la semidesértica Puna salteña, se llama Olapacato. Allí llegó la mirada de los realizadores de Los Sentidos, que se mete en las clases de la escuela, motor fundamental de la vida marcada por el entorno riguroso. Y escuchó a sus maestros y a sus chicos, y siguió sus gestos y sus reacciones frente a las leyes de Newton, la religión o las novelas de Julio Verne.
Después de su estreno en el Bafici, llega a salas este documental que recupera la historia de Cemento, el espacio cultural fundado por Omar Chabán y Katja Aleman que marcó la movida underground de la democracia. Es una película sustancial, en la que todo suma y nada sobra para armar el mosaico de lo que fue Cemento, tema de interés emocional de todos los que pasamos alguna vez por ahí. Con buen ritmo y muy valioso material de archivo, Carcavallo reconstruye la epopeya de Cemento a través de voces autorizadas: desde Katjia y Yamil Chabán a Bobby Flores, Mollo, Iorio, Geniol o Pergolini. El documental arranca con imágenes de la construcción de ese lugar enorme y despojado, "un espacio desprovisto de todo: la gente lo hacía", como comenta alguien, "el estadio que todos esperábamos", según Mollo. Aunque en principio era un lugar absolutamente pionero de experimentación artística, abierto a la performance, el teatro y las muestras plásticas, en el que actores desnudos -Katja, Chabán- cantaban el himno nacional y la Organización Negra regalaba adrenalina, la necesidad de mantenerlo a flote llevó a sus fundadores a convertirlo en sala de música en vivo, el templo del rock. Impresiona ver el material rescatado de los vivos de Sumo, de los Redondos y tantas otras bandas que crecieron, se fundaron, nacieron para un público en Cemento. "A Omar no le gustaba mucho el rock, a mí tampoco -dice Aleman-. Las bandas llegaron porque había que bancar el lugar. Mirá lo que son las cosas". No hace ni falta mencionar el final de ese germinador de contracultura que fue Chabán. Ni falta le hace a la película ninguna pretensión cinematográfica o de innovación formal: Cemento es un documento valioso, un contundente rescate de una página esencial de la cultura argentina posdemocrática, para las viejas y las nuevas generaciones. Porque como dice Wallas, "el rock argentino no sería lo mismo sin Cemento, en ninguno de sus estilos".
El autoritario director de un colegio en Berazategui tiene que hacerse cargo de una alumna a la que encuentra una jeringa en la mochila. Los padres y los tíos no aparecen, y la situación, entre el drama social y el thriller, se abre a una serie de derivaciones inesperadas. Arpón quiere hablar de demasiados temas, pero construye una historia verosímil que se ve con interés.
Thriller de acción que une a policía y ladrón, a su pesar, en la carrera desesperada por salvar al hijo del segundo, secuestrado por el villano de turno. Esta película llama la atención por su falta de rigor y de capacidad para generar intriga y suspenso. En su ausencia, se impone el tedio y una pesada sensación de algo pasado de moda.
La estrella Jackie Chan es un buen hombre de trabajo empujado al límite después de perder a su hija en una explosión, y no está dispuesto a que los autores queden impunes. Thriller de acción atrapante, aunque sin novedades para aportar.
La de animación para la época navideña es una entretenida -para los más chicos- vuelta a un hecho conocido por todos pero con un giro: el nacimiento del niño Jesús desde la historia de un burro llamado Bo que sueña con una vida menos rutinaria que la que tiene en el pueblo.
Comedia liviana nacida de una premisa simpática: cruzar el clásico Cyrano de Bergerac al mundo 2.0. Y crear un producto para el lucimiento del veterano Pierre Richard, aquí viudo octogenario que se mete en los portales de citas y enamora, con imagen falsa, a una bella y joven mujer. Luego debe convencer al sujeto de la imagen, su profe de informática, para que vaya a la primera cita, y eche a rodar el hilo de enredos correspondiente.
Relato ficcionado sobre la estancia porteña de Marcel Duchamp, filmado en bello blanco y negro que apuesta a correrse del relato biográfico convencional, a tono con la locura creativa de su personaje. Pero el resultado es algo estático, teatral y finalmente, poco atractivo.