La mirada aristocrática Downton Abbey (2010-2015), la serie escrita y dirigida por Julian Fellowes, tuvo seis temporadas marcadas por un gran éxito de audiencia y críticas muy favorables. La historia se sitúa en el condado de Yorkshire al noreste de Inglaterra durante los años 1912 y 1926 y narra las vicisitudes de una familia aristocrática lejos de las intrigas de Londres, sin acceso al trono, y su relación con sus sirvientes y el resto del pueblo. La serie contaba con excelentes actuaciones, una dirección clasicista acorde con el tono narrativo y una música circunspecta -con un leitmotiv de piano bien marcado- compuesta por John Lunn. El film de Downton Abbey cuenta con los mismos actores, la misma música y todos los condimentos de la serie y puede ser considerado una continuación directa de la misma, como un capítulo extenso o doble. La película narra los preparativos y la visita de los reyes de Gran Bretaña a la mansión castillo de la familia Crawley, y las expectativas que ello desata en el clan, la servidumbre y el pueblo. El viaje real por Gran Bretaña despierta los más diversos conflictos entre la servidumbre monárquica y sus cocineros y el personal de Downton Abbey. Al igual que la serie el film hace hincapié en las diferencias políticas e ideológicas de los personajes y menciona acontecimientos históricos relevantes y su repercusión en la aristocracia como las huelgas o la misma visita real. Tanto la serie como la película pueden ser rastreadas en opus como Lo que Queda del Día (The Remains of the Day), la obra maestra de Kazuo Ishiguro, ganador del Premio Nobel de Literatura en 2017, una novela de gran éxito mundial publicada en inglés en 1989 y llevada al cine por James Ivory en 1993, y El Sirviente (The Servant, 1963), el film de Joseph Losey escrito por Harold Pinter, basado en la novela homónima de Robin Mauhgam. Bucólica y por momentos demasiado idílica, la serie y la película tienen una dinámica muy particular basada en el acoplamiento de la narración a acontecimientos históricos como la Primera Guerra Mundial, la Batalla del Somme, ocurrida en esa misma contienda, la gripe española, el hundimiento del Titanic, los conflictos independentistas con Irlanda y la inmigración aristocrática rusa tras la Revolución de Octubre de 1917, entre algunos de los eventos más importantes sobre los que se basa el relato de Fellowes. El film no es ajeno a algunos de estos acontecimientos, y particularmente hay muchas referencias a los conflictos sociales que abundaban en la época. A pesar de su carácter bucólico, el film, al igual que la serie, cuestiona a la aristocracia, a la monarquía y a la sociedad desde un lugar reformista, realizando críticas acerca del lugar de la nobleza en la sociedad inglesa, la homosexualidad, la igualdad social y los derechos de la mujer. En la película surgen diversas cuestiones políticas que son trabajadas tanto a nivel de la historia como en los diálogos. La homosexualidad, prohibida en Gran Bretaña en esa época y hasta no hace tanto, tiene un lugar preponderante en el relato a través de la historia del mayordomo del castillo, Thomas Barrow (Robert James-Collier), que inicia una relación con un hombre del personal real. Al igual que en la serie, las frases incisivas de Maggie Smith, que interpreta a Violet Crawley, la madre del Conde de Grantham, Robert Crawley (Hugh Bonneville), un hombre afable y contradictorio con sus atributos y sus defectos, opacan a todo el resto de los personajes, se roban las risas y son parte de la magia de Downton Abbey, un relato tradicional que tiene como corolario el derrotero y los cambios en la aristocracia inglesa a través de las distintas generaciones y la interpretación de su rol social durante el Siglo XX. En la película Fellowes intenta comprimir todo el combo de Downton Abbey en dos horas y lo logra, ofreciendo un lugar a todos los personajes, incluso a la perra labradora, Isis, para construir un relato coral que es sutilmente crítico del statu quo a pesar de a veces ser complaciente con la aristocracia y la realeza. El film recupera el tono tradicionalista inglés pero criticándolo en sus falencias y promoviendo una sociedad más justa. Cada personaje ocupa un lugar en este entramado social planteando una cuestión distinta que promueve la comprensión más que el conflicto. Melodramática, romántica y divertida, Downton Abbey es un producto típicamente inglés sobre su historia, una visión muy idealizada de la misma, por supuesto, cuya némesis podría ser la serie Peaky Blinders (2013-2019), pero que contiene diversos puntos de vista y aunque ofrece un juicio sobre lo que está bien y lo que está mal, provee argumentos a todos sus personajes, incluso a los que algunos protagonistas consideran los más insidiosos. El interés por Downton Abbey tiene varios puntos. Uno de ellos es la espectacularidad del Castillo Highclere, en la región de Hampshire, en el sur en Inglaterra, una obra construida en el Siglo XIX con un estilo renacentista, hoy lugar de visita obligada para los acólitos de la serie. Las extraordinarias actuaciones también marcan un punto muy alto al igual que el guión, del que se destacan los sarcásticos diálogos aristocráticos ingleses, llenos de ambages y ocurrentes respuestas. La dirección de Michael Engler también es muy buena, combinando tomas del interior del castillo con los planos de los protagonistas, que hacen gala de sus estupendos vestidos y de los modismos de aquel tiempo. Downton Abbey es así un gran producto de época, muy sólido y cuidado en todos sus detalles, que trabaja muy bien la historia del Siglo XX y la nostalgia inglesa para con etapas más simples, con mayor cohesión social y aquiescencia sobre el rol de una aristocracia y una realeza sin ningún sentido, sólo comprensible para la idiosincrasia británica.
Encubrimiento y exposición El segundo largometraje de Scott Z. Burns como director y guionista, Reporte Clasificado (The Report, 2019), es una historia basada en hechos reales que sigue los pasos de la comisión investigadora del Senado norteamericano de los secuestros y torturas ilegales realizadas por la CIA y los contratistas del gobierno estadounidense en distintos países aliados en su cruzada por fortalecer el terrorismo en Medio Oriente y en Europa y desestabilizar las regiones que poseen recursos naturales en beneficio propio durante los mandatos del presidente George Bush Junior, a raíz de los atentados del 11 de septiembre de 2001 con la supuesta intención de prevenir nuevos ataques. Adam Driver interpreta en una de sus mejores actuaciones a Daniel Jones, un joven investigador del Senado -con un paso previo por el FBI- encargado por la senadora demócrata por California Dianne Feintein (Annette Bening) para dirigir la comisión para el estudio del Programa de Detención e Interrogación de la CIA, un proyecto conocido como The Torture Report, que tras el análisis de más de seis millones de documentos concluyó que el programa fue un completo fracaso y solo permitió que un puñado de psicópatas se ensañaran contra algunos musulmanes, en muchos casos falsamente acusados de pertenecer a organizaciones terroristas, sin ningún sentido en distintos sitios clandestinos del planeta. Jones lucha aquí contra la tentación de exponer todo a la prensa y convertirse en un nuevo Edward Snowden ante los escollos de la política y contra las prácticas ilegales de la CIA, que pretende perseguirlo y desacreditarlo a pesar de ser un investigador del órgano legislativo que debe supervisar el trabajo de la agencia. Burns consigue adentrarse en una historia muy compleja sobre la justificación de la legalidad de las medidas adoptadas por la CIA durante la administración de Bush a través de escenas muy logradas y un casting impecable. El film también tiene un gran trabajo sobre el material de archivo, al que acude en pocas ocasiones, idónea y acertadamente. El film cuenta con un gran elenco en el que se destacan Adam Driver y Annette Bening, pero que también incluye a Jon Hamm y Michael C. Hall, una música acorde al tono de David Wingo, que viene de componer la banda sonora de la serie Barry (2018-2019), una fotografía apremiante de Eigil Bryld y un gran trabajo de edición de Greg O’Bryant. The Report es un film decididamente político y típicamente demócrata, partidista pero sin tomarse a la ligera el tema de la verdad, que aborda la espinosa cuestión de la investigación de la tortura trabajando muy bien sobre la aproximación histórica, la reconstrucción de los hechos y principalmente destacando la labor descomunal de Daniel Jones para procesar todos los documentos y rearmar con las piezas disponibles un rompecabezas ciclópeo para crear una narrativa que expuso la vileza y la estupidez de todos los que participaron del Programa de Detención e Interrogación de la CIA. Por supuesto también hay una crítica a Zero Dark Thirty (2012), el excelente pero históricamente errado film de Kathlyn Bigelow y a la administración de Barack Obama, en particular a su Jefe de Gabinete, Denis McDonough, que hizo todo lo posible para censurar el documento. Scott Z. Burns recurre aquí a lo mejor de las películas políticas de investigación para entregar una obra que realmente se adentra en el tema que trata para analizar la locura que subyace en una porción de la sociedad norteamericana y de los servicios de inteligencia del país, quienes permiten y alientan este tipo de prácticas viciosas y desenfrenadas proponiendo un estado de excepción que pone en jaque todos los avances en materia de derechos humanos y coloca al mundo al borde de la histeria fascista.
Los dilemas de la palabra El realizador israelí Nadav Lapid, reconocido por su film Policeman (Ha-shoter, 2011), una gran obra sobre un comando de una división antiterrorista de Israel, regresa con Sinónimos: Un Israelí en París (Synonymes, 2019), una película sobre el cruce de idiosincrasias, la condición de extranjero y la interpelación del otro que nos refleja. Recién llegado de Israel, Yoav (Tom Mercier) es encontrado en estado de hipotermia por una pareja francesa, Emile (Quentin Dolmaire) y Caroline (Louise Chevillotte), tras ser víctima de un hurto. Los tres entablan una inusual amistad y Emile, un joven que pretende convertirse en escritor, queda fascinado por las apasionantes historias de Yoav sobre el ejército y la vida de él y sus parientes en Israel. Buscando trabajo Yoav entabla relación con varios israelíes como Michel (Olivier Loustau), otro inmigrante siempre en busca de pelea, y consigue un puesto de seguridad en la Embajada de Israel en París, pero el joven se siente un completo extranjero con una forma de encarar la vida completamente diferente, incapaz de asimilarse a la vida civil gala. El film sigue al protagonista en su periplo por París con sus amigos israelíes y franceses para indagar en la condición de desarraigo de los extranjeros, la imposición de la cultura oficial y las diferencias entre las sociedades y los países desorganizados, en guerra o en estado de ebullición y la organización institucional de las democracias industrializadas europeas. En febriles caminatas Yoav recorre las evocadoras e imponentes calles parisinas mascullando sinónimos y relacionando palabras que discuten entre sí. Las frases y los términos se unen para hilvanar conceptos e ideas que el personaje va desarrollando para enfrentarse simbólicamente en su interior tanto al estado belicoso permanente de su país como a la paz inquebrantable de París. Tal vez como una ironía del destino, Lapid coloca como símbolo de la quietud de la capital de Francia a la Catedral de Notre-Dame, parcialmente afectada por un incendio a mediados de este año antes de la filmación de las escenas. En distintas secuencias hay también una provocación del protagonista o de sus amigos israelíes a la apatía francesa, ya sea en fiestas, en el subte, en la calle o en un bar: los inmigrantes intentan que su carácter sea reconocido insertando una pizca de caos y rompiendo la previsibilidad, pero los personajes sólo encuentran desidia y miradas incómodas ante la moderada perturbación del estado de normalidad. El film también destaca la importancia del idioma para la construcción de la identidad. Para integrarse en Francia el protagonista decide abandonar el hebreo y adoptar completamente el francés, que ejercita con un diccionario conjugando sinónimos y realizando asociaciones. El lenguaje adoptado nunca cobra para el protagonista la importancia del materno, que tiene una carga simbólica y emocional de la que carece la lengua del país adoptivo de Yoav. El aprendizaje autodidacta del francés funciona como uno de los mecanismos a los que acude el protagonista para su proceso de asimilación a la cultura gala, curso siempre inconcluso que deja heridas y marcas en el orgullo. Sinónimos: Un Israelí en París es una obra que remarca al cuerpo como objeto de los distintos dispositivos de control y disciplinamiento sociales que aplican las instituciones. La película de Nadav Lapid es así una interpelación directa y constante a las democracias europeas sobre los problemas sociales de los inmigrantes, las políticas de asimilación, las contradicciones que separan a los países en paz de los países en guerra y la responsabilidad de los primeros para con los segundos en un mundo inextricablemente globalizado.
Suspiros arrebatados Doctor Sueño (Doctor Sleep, 2019) es la adaptación de la novela homónima de Stephen King publicada en 2013, pero es también la continuación del clásico del prolífico escritor, El Resplandor (The Shining, 1977), obra llevada al cine magistralmente por Stanley Kubrick en 1980, hoy considerada una de los mejores películas de terror de todos los tiempos. Tras dirigir El Juego de Gerald (Gerald’s Game, 2017), film basado en la cruda novela de King de 1992, Mike Flanagan, actualmente trabajando en una serie basada libremente en una famosa novela de Shirley Jackson, The Haunting of Hill House, emprendió la adaptación de Doctor Sueño al cine, un libro con un estilo narrativo muy similar al lenguaje cinematográfico, justo como la mayoría de la obra de Stephen King. Al igual que con toda la filmografía en torno al autor de Eso (It, 1986), la película no estuvo exenta de polémicas entre el director y el escritor sobre la visión general y la relación cultural de El Resplandor con el film de Kubrick. Como la novela, el relato retoma la traumática historia de Dan/ Danny Torrance (Ewan McGregor), el niño con habilidades precognitivas paranormales perseguido por espectros en el Hotel Overlook, en su proceso de lidiar con sus tétricas y amenazantes visiones. Dan crece como un alcohólico como su padre, Jack, para contener las visiones del resplandor, y vive escapando de sí mismo hasta que encuentra un amigo, Billy (Cliff Curtis), que reconoce su sufrimiento y lo ayuda a dejar la bebida. Gracias a la ayuda de Billy, Danny se convierte en enfermero del geriátrico de la ciudad y descubre como canalizar su habilidad en un don para auxiliar a las personas en su trance entre la vida y la muerte. Pero la historia se centra en el Nudo Verdadero, una comunidad de seres sobrenaturales vampíricos que se alimentan del resplandor de los seres humanos, causándoles sufrimiento para purificar la esencia vital. Mientras realizan uno de sus macabros rituales, el Nudo es descubierto por Abra Stone (Kyliegh Curran), una pequeña niña con un gran poder que entabla una amistad a distancia con Dan, que aún conversa con el espíritu de Dick Hallorann, el cocinero del Hotel Overlook. La líder del Nudo Verdadero, Rose (Rebecca Ferguson), una hermosa mujer de una misteriosa oscuridad que siempre lleva puesto un sombrero, se propone cazar a la niña para alimentar a toda la comunidad, que comienza a sentir la falta de comida. El film de Flanagan se apega demasiado a la novela, especialmente en la primera parte, como una especie de resumen de la obra de Stephen King, eliminando o minimizando personajes para construir una historia más cinematográfica centrada en protagonistas fuertes y recortando el relato coral del autor de éxitos editoriales como Carrie (1974) o Christine (1983). En la segunda parte Flanagan realiza un homenaje a -y un cierre de- El Resplandor, regresando al Hotel Overlook, que en la novela ha sido demolido hace ya muchos años. La versión cinematográfica en clave de transcripción acotada de la novela funciona pero también deviene en un film de larga duración que deja muchas cuestiones afuera, lo que genera pequeñas grietas -aunque mínimas- en el guión. Flanagan se centra en los ejes narrativos del libro, las escenas más importantes que hacen avanzar la historia y explican el derrotero de Danny Torrance, aunque en el final abandona bastante la fuente literaria para seguir el camino de la versión de Kubrick, lo cual funciona a pesar de que el corte es bastante notorio. Rebecca Ferguson interpreta muy bien a Rose, el personaje más importante y carismático de la novela, mientras que Ewan McGregor realiza una buena labor componiendo al inestable y atormentado Danny Torrance. Kyliegh Curran y Emily Alyn Lind también realizan un gran trabajo como Abra Stone y Snakebite Andi, y el resto del elenco acompaña la propuesta muy bien. El personaje de Zahn McClarnon, Crow Daddy, tiene gran protagonismo y Carel Struycken interpreta magníficamente al Abuelo Flick. Alex Essoe realiza una interpretación muy mimética de Wendy Torrance mientras que Carl Lumbly es un flojo Hallorann, un personaje brillantemente interpretado en El Resplandor por Scatman Crothers, actor fallecido hace ya muchos años. Las reconstrucciones de los personajes interpretados en El Resplandor maravillosamente por Jack Nicholson y Shelley Duvall son bastante buenas, aunque no aparezcan demasiado, y Danny Lloyd, el niño que componía a Danny en la película de Kubrick, tiene un cameo para los fanáticos del mítico film del realizador norteamericano. Flanagan interpreta muy bien las metáforas de la novela y resalta la cuestión vampírica del poder, de los millonarios que viven a expensas del talento de otros, explotándolos y exprimiendo sus habilidades y descartándolos de forma cruel y viciosa cuando ya no les sirven. Stephen King destaca así la distinción entre el virtuosismo del resplandor y la corrupción enfermiza del Nudo Verdadero, y en este sentido el film reconstruye muy bien esa mirada alegórica de nuestro entorno que la novela propone. La decadencia de la actualidad, el entumecimiento del talento y la falta de una mirada mágica del mundo son parte de la óptica pesimista que King le imprime a la novela y que Flanagan recupera en la versión cinematográfica. En Doctor Sueño King y Flanagan logran encontrar un equilibrio entre la historia de El Resplandor y la segunda novela del escritor, El Misterio de Salem’s Lot, una historia de vampiros. La película sigue a la novela en su afán de explicar y cerrar varias cuestiones de El Resplandor, que en la novela tienen un cierre más claro y un desarrollo más completo. La principal distinción entre la novela y la película es que esta última remite a la obra del propio King mientras que Flanagan no rehúye de la adaptación de Kubrick y la retoma para homenajearla y explotarla durante toda la última parte del film. El opus del director es respetuoso por demás tanto de King como de Kubrick y crea así un híbrido entre la continuación de la novela y de la película, ofreciendo como resultado una buena historia de terror con el estilo de Stephen King que se pierde un poco en algunas cuestiones menores, pero que logra adaptar el trabajo del escritor estadounidense sin dejar de homenajear la interpretación de Stanley Kubrick.
Verano esotérico Midsommar (2019), el último film del realizador estadounidense Ari Aster, reconocido por su ópera prima El Legado del Diablo (Hereditary, 2018), señalada como uno de los mejores films de terror del año pasado por aportar aires novedosos al género, se adentra en los herméticos rituales paganos de una comunidad sueca que desarrolla inusuales creencias basadas en culturas y lenguajes antiguos. Un grupo de jóvenes universitarios, estudiantes de antropología en su último año académico, viajan en sus vacaciones de verano a una antigua comunidad del norte de Suecia en la que creció uno de ellos, Pelle (Vilhelm Blomgren), para los festejos del solsticio de verano, una celebración especial de nueve días que se realiza cada noventa años. Aunque viajan como un grupo de amigos, cada uno tiene su agenda personal, cuestión que va minando la convivencia y genera duras rispideces entre ellos. Mientras que Josh (William Jackson Harper) intenta estudiar las costumbres y las tradiciones de la comunidad para su tesis de grado, Mark (Will Poulter) solo piensa en las chicas y Christian (Jack Reynor), que no tiene un plan definido, invita a su novia, Dani (Florence Pugh), que se encuentra en un estado de extrema fragilidad emocional debido a la muerte de su hermana y sus padres durante un ataque psicótico de la primera, a sumarse al viaje por compromiso, sin estar realmente interesado en que ella vaya, ya que en realidad quiere romper la relación pero no sabe cómo. El viaje iniciático de los jóvenes norteamericanos a una comunidad hippie en Europa como antropólogos que se adentran en lo exótico se transforma rápidamente en una pesadilla cuando la aparente armonía con la naturaleza de la comuna se trastoca en liturgia y prácticas macabras paganas típicas de sectas religiosas con tradiciones espeluznantes. Lo idílico se transforma en monstruoso, pero lo más aterrador es la aceptación pasiva de los protagonistas de los terribles sucesos que experimentan, intentando explicar todo en base a las teorías antropológicas que entronizan la diferencia. Lo monstruoso emerge como la asimilación de los protagonistas a la dinámica comunal. El relato narra esta conformidad como sorpresa, indiferencia e incluso tolerancia, y también por supuesto, mucha ingenuidad. Los personajes por momentos parecen adormecidos, sujetos con la mente entumecida, inmovilizados ante la extrañeza y dirigidos directamente al matadero. Todos aquí son víctimas y victimarios, todos tienen un monstruo escondido bajo una máscara con la que enfrentan al mundo, alegoría y temática universal de las fábulas y los relatos populares de los que se alimenta la historia. En lugar de una cura para superar las problemas de la pareja de Dani y Christian o del fortalecimiento de la amistad, las vacaciones en la comunidad pagana sueca agravan todas las crisis e incluso generan nuevos conflictos, que demuestran la unidad de la comuna y el egoísmo patético y elucubrador de todos los protagonistas, que tan solo conviven para pasar el rato sin sentir nada por el prójimo y tratan de sacar ventaja como forma de asimilar y convivir en un mundo bajo la teoría de la competencia total. La película pone de manifiesto la desidia y la falta de empatía y de lazos entre los norteamericanos, cuestión que se contrapone con la relación entre la pareja británica invitada por otro integrante de la secta, y por la unidad férrea de los integrantes de la comarca sueca. El film de Aster remite claramente a El Hombre de Mimbre (The Wicker Man, 1973), de Robin Hardy, y pone también en contraste la extrañeza de la idiosincrasia actual ante los detalles y las peculiaridades de las culturas antiguas. Las festividades por supuesto son un proceso de metamorfosis de la comunidad que exorciza a los malos espíritus a través de un ritual que involucra prácticas sexuales colectivas y sacrificios humanos al fuego purificador. Ari Aster trastoca el eje visual, da vuelta la imagen y genera zozobra a partir de situaciones incómodas e inesperadas como dispositivos para desestabilizar al espectador y prepararlo para el terror que se avecina. La música de Bobby Krlic bajo su seudónimo The Haxan Cloak irrumpe en las escenas con una inusitada fuerza aterradora para fundirse con la fotografía desestabilizadora y detallista de Pawel Pogorzelski, dos pilares del horror del film. Midsommar construye una narración serena, costumbrista, plagada de detalles y alegorías de una sociedad tradicional con sus ritos y particularidades que sobreviven a las distintas generaciones para crear una entidad paralela, hermética y bien organizada, educada y lista para integrarse, una típica comuna surgida de los experimentos sociales alternativos del Siglo XIX. Al introducir lo brutal la narración genera distintas respuestas en los personajes y la monstruosidad emerge como una forma de comprender el mundo y una actitud ante los demás. La mirada de pavor convive con la mirada antropológica que busca comprender lo distinto, insertarse en la comunidad y ganarse la confianza de los integrantes. Pero la comunidad es un gran experimento y los huéspedes que creen estar estudiando a la comunidad se convierten en las víctimas de su propia curiosidad. Cada uno de los huéspedes ocupa un lugar en el entramado comunitario que tiene que ver con su capacidad de insertarse en la dinámica de la especial festividad que se celebra. La construcción de la psicología de cada uno de los personajes a través de sus motivaciones es fundamental aquí para comprender el quiebre que la comarca realiza en ellos y el derrotero de cada uno en el rito veraniego que celebra la fertilidad. Las excelentes actuaciones son el corolario de una dirección extraordinaria que exige interpretaciones extremas muy logradas. El horror de Midsommar confluye en la construcción de situaciones escalofriantes que dejan una marca, imágenes impasibles traumáticas que recalibran los sentidos a partir de una música incidental y estridente que ejerce una presión insoportable sobre una fotografía cruda. Los rituales paganos son construidos como parte de una ruptura con la cotidianeidad, una celebración para alejar el mal con ritos extremos. Crueldad, actos sexuales procreativos, goce ante la catarsis, sanación retorcida y sabiduría ancestral son las herramientas de Aster para crear una metáfora sobre la necesidad de construir vínculos reales en lugar de regodearse en el egoísmo individualista, eje de las políticas neoliberales que tiene a Estados Unidos como su país más fanático.
De la alegría a la desazón El último film del realizador francés Mikhaël Hers, Amanda (2018), es una obra tan cálida como desgarradora sobre los lazos familiares y las consecuencias del terrorismo en París. La película narra la vida de dos hermanos, David (Vicent Lacoste) y Sandrine Sorel (Ophélia Kolb), que disfrutan de una existencia tranquila de clase media. David es un joven encargado de un complejo de departamentos en alquiler y también trabaja para el ayuntamiento podando árboles, y Sandrine es una profesora de inglés unos años mayor que él que cría sola a su adorable hija de siete años, Amanda (Isaure Multrier). Sandrine le regala a David entradas para el torneo de tenis de Wimbledon, deporte del que él fue jugador y hoy es fanático, una excusa para que los tres visiten a su madre, Alison (Greta Scacchi), que los abandonó cuando eran niños para rehacer su vida en Inglaterra y a la que David no conoce. Mientras divide su tiempo entre sus trabajos, sus estudios y su familia, David inicia una relación amorosa con una bella inquilina, Léna (Stacey Martin), y todo parece un gran idilio en un lugar dichoso y perfecto, la París de los sueños, sin embargo la apacible cotidianeidad de la ciudad es trastocada por un comando terrorista que asesina a mansalva y con crueldad a las personas que descansan en un parque, a su vez una reconstrucción del salvaje atentado terrorista múltiple ocurrido en París en noviembre de 2015. La muerte de Sandrine genera una tristeza desoladora en David y Amanda, y el joven y su tía Maud (Marianne Basler) deberán decidir con quién se quedará la niña. David decide finalmente ir a Londres, encontrarse con su madre y luchar por el amor de Léna, herida durante el atentado y aún en shock por las secuelas psicológicas. Amanda es un film que cambia completamente de humor de un momento a otro. De la alegría se pasa a la desazón, de la París turística a la ciudad sitiada por el ejército, del sueño idílico a la pesadilla. El guión de Hers junto a Maud Ameline crea personajes que sin rencor intentan salir adelante después de perder a un ser querido, siempre en pleno proceso de comprender que la persona que tenían al lado ya no volverá jamás. Las actuaciones de todo el elenco son excelentes, destacándose la encantadora interpretación de Isaure Multrier como Amanda, una alegre y divertida niña que debe enfrentar la repentina pérdida de su madre y los cambios que ello conlleva. La fotografía de Sébastien Buchmann sigue a los protagonistas por París en sus recorridos a pie y en bicicleta en un film que destaca la belleza de Francia, tanto de su capital como de sus ciudades campestres menos bulliciosas y los bosques que las rodean. La música de Anton Sanko acompaña a los personajes en sus tribulaciones y la banda de sonido incluye un gran tema de Jarvis Cocker, Elvis Has Left the Building, canción que resume la filosofía de la obra y le aporta una lectura en clave metonímica a su final. Mikhaël Hers genera un film muy emotivo sobre el valor de la amistad y de los lazos familiares, a la vez que defiende la tolerancia y propone un remedio para las heridas de un país conmocionado por un ataque terrorista cargado de odio que generó pánico en una de las ciudades más bellas del mundo.
Sufrimiento y redención El quinto film del realizador argentino Hernán Findling, responsable de obras como Breaking Nikki (2009) y Director’s Cut (2006), es un thriller de terror psicológico/ religioso alrededor de un policía y una monja cuyas vidas y visiones están interconectadas. El guión de Nora Leticia Sarti crea dos mundos por los que se mueve Lorenzo “Lolo” Brandoni (Federico Bal), un escritor que se toma unos días de vacaciones junto a su familia y también un policía que intenta resolver crímenes inexplicables, dualismo difícil de sostener. Tras la muerte de su hermana menor debido a una enfermedad, Lorenzo emprende unas vacaciones con su familia, a la que viene descuidando debido a su concentración en la novela que está escribiendo. Tras un accidente en la ruta Lorenzo despierta en otro mundo, un lugar extraño en el pasado donde las conversaciones son demasiado rebuscadas, él es un policía dedicado y rudo que resuelve muchos casos difíciles y recibe una nueva asignación que involucra a una joven monja, Caterina (Sofía del Tuffo), que cree estar asesinando personas en sus sueños en un raro caso de posesión demoníaca. Traumado por la pérdida de su hermana, su pareja e hijo, Lorenzo descree de la religión pero la situación que vive cambiará su perspectiva sobre la temática. El film construye diálogos caricaturescos y una trama completamente obvia que sigue la línea narrativa intrínseca entre lo onírico y lo real. A pesar de que el guión parece dirigirse hacia la tensión entre la razón y la fe, la película no aprovecha las posibilidades de esta contradicción y todo se inclina hacia la aceptación de lo místico sin demasiado preámbulo, tan solo resaltando el extraño vínculo de la monja y el policía con la muerte. Dentro de esta lógica religiosa, Crímenes Imposibles (2019) nunca abandona el tono de terror psicológico y de thriller, no abusa de los efectos sonoros y tiene una excelente dirección de cámara. El problema principal de la propuesta es que lo formal opaca completamente el contenido. Las actuaciones son muy desparejas. Sofía del Tuffo realiza un buen trabajo demostrando soltura y flexibilidad, pero Federico Bal, en cambio, no desempeña una labor convincente en su papel dual antes y después del accidente. El resto del elenco secundario cumple aunque no se destaca. La música de suspenso de Gustavo Pomeranec agrega tensión a las escenas y es claramente de lo mejor de un film errático que parece conformarse con el tono exagerado e irreal que el guión y la actuación de Bal le imprimen. Debido a la previsibilidad general y a la construcción de escenas prácticamente desconectadas entre sí, que podrían ser tranquilamente rearmadas con distinto orden sin alterar el sentido, la película del codirector de Fermín, Glorias del Tango (2014) carece de tensión narrativa y se pierde en detalles irrelevantes para la trama, incluso utilizando el latiguillo hoy de moda en el género y en muchas otras películas de la repetición de escenas como flashbacks para recordarle al espectador menos avezado que todo siempre esta interconectado. La decisión final de proponer un camino de redención a través del sufrimiento le garantiza coherencia a la película y explica muchas elecciones narrativas pero no convence ni construye dramatismo, suspenso o nerviosismo. Crímenes Imposibles tan solo ofrece una historia opaca que tiene un cierre relativamente aceptable aunque también decepcionante, sin sorprender ni generar agitación o ansiedad en el espectador.
Entre la magia y el pastiche Dirigida esta vez por el realizador noruego Joachim Rønning, el director de Kon Tiki (2012), en lugar de Robert Stromberg, la segunda parte de Maléfica (Maleficent, 2014) abandona un poco más las reminiscencias del relato clásico de Charles Perrault, La Bella Durmiente, y se adentra en los orígenes de los poderes del hada negra, incurre en la alquimia medieval y pone a todos contra todos en una película en la que el tono está puesto más en la acción que en la construcción de una historia. Transcurridos cinco años desde los eventos de la primera parte, Aurora (Elle Fanning) se ha convertido en la reina del páramo, esas tierras del bosque habitadas por hadas y un sinnúmero de seres fantásticos que rodean la ciudad reino de Usltead, hogar del Rey John (Robert Lindsay) y la reina Ingrith (Michelle Pfeiffer). Finalmente, el príncipe Philip (Harry Dickinson) le propone matrimonio a Aurora y ella acepta pero la celebración se torna en tragedia y la Guerra Fría entre ambos reinos entra en estado de ebullición. Nuevamente Linda Woolverton es la encargada del guión, pero esta vez acompañada por Micah Fitzerman-Blue y Noah Harpster, quienes no aportan demasiado a una trama que no encuentra su eje. La historia propone un enfrentamiento entre la reina Ingrith y Maléfica, nuevamente interpretada por Angelina Jolie, que tiene como correlato la legendaria pugna entre los hombres y el mundo mágico, construcción mitológica sobre una era de oscuridad que necesitaba de sus héroes y de sus explicaciones. La historia transcurre aquí de la mano del enfrentamiento de dos formas de ver y vivir el mundo, el mágico del páramo y el realista de la ciudad. La falsa premisa del film discurre sobre la dicotomía entre el disfrute esencialista y la convivencia idealizada con la naturaleza o la explotación de los recursos naturales para proveer de materias primas y alimentos a las ciudades. En este sentido, el film se alimenta de diversas historias fantásticas para crear personajes y poderes y construir una mirada del mundo medieval que no sobresale demasiado de las típicas leyendas, explorando a través del guión todos los clichés posibles sobre el tema de las hadas y el mundo fantástico. Si bien los CGIs están muy bien y las escenas de acción están cuidadas al igual que los detalles, la historia es realmente pobre, tiene un desarrollo demasiado acelerado y se narran demasiadas cosas significativas en muy poco tiempo para dejar que la acción sea la rectora de la suerte del film. De esta forma la narración logra crear un mundo fantástico repleto de fuertes colores estridentes y construye una historia más o menos coherente, pero la susodicha es demasiado previsible, ningún personaje tiene profundidad y las actuaciones son pobres y deslucidas, salvo Pfeiffer, Jolie y Fanning que trabajan profesionalmente, aunque incluso estas dos últimas sin el espíritu de la primera parte. Más cerca de los errores de Woolverton de la saga de Alicia en el País de las Maravillas (Alice in Wonderland, 2010), el fallido film de Tim Burton, y Alicia a Través del Espejo (Alice Through the Looking Glass, 2016), de James Bobin, que de su mejor film, El Rey León (The Lion King, 1994), coescrito junto a Irene Mecchi y Jonathan Roberts, Maléfica: Dueña del Mal (Maleficent: Mistress of Evil, 2019) incurre en los problemas característicos de este tipo de producciones que intentan combinar cuestiones infantiles y adultas sin terminar de convencer a ningún público. Entre las críticas más importantes que se le pueden hacer al film en cuestión se destaca el descuido absoluto e incomprensible de los secundarios y lo fantástico visto como un pastiche de personajes y de poderes sin explicación, no obstante es necesario mencionar la dicotomía alrededor del lugar de la naturaleza, esa que se pierde en un discurso irrelevante y no tiene su correlato en la acción, la cual finalmente se resuelve en el enfrentamiento abierto. Maléfica es así una saga malograda por la falta de coraje para mirar las contradicciones de lo medieval a los ojos, las malas decisiones narrativas y los excesos de una mirada mercadotécnica que nada tiene que ver con la creación de historias. A pesar de esto, su elenco femenino ofrece buenas interpretaciones, la narración es tan vertiginosa y tiene tanta información que no da tiempo -ni le interesa- inducir al espectador a reflexionar o a comprender la historia sino a seguir la trama hacia donde sea que se lo conduzca, y el personaje de Maléfica en sí funciona como una villana heroína con un gran temperamento. Para los niños Maléfica puede ser un producto para el entretenimiento que funcione durante sus dos horas de duración, pero lo que más se destaca es la posibilidad perdida de aprovechar el formato fílmico para contar una historia fantástica que se adentre intensamente en la riqueza mitológica.
El mundo como voluntad de creación Richard Linklater tiene un estilo muy personal e inconfundible, marcado por la calidez de sus relatos y una aproximación a los problemas sociales desde un sentido del humor irónico que le permite abordar la profundidad de estas situaciones sin caer en la circunspección, pero tampoco sin menoscabar u ocultar que esta gravedad subyace y necesita salir a la luz para encontrar una solución. La historia del nuevo film del realizador de Boyhood (2014) se centra en una creadora que deja de concebir, indicio sobre el rol de los artistas en general en la sociedad y su condición de agentes de las transformaciones del sentido común y la introducción de la novedad. Recluida en su hogar de Seattle, Bernadette Fox (Cate Blanchett) es una famosa arquitecta de Los Ángeles que vive alejada de su profesión desde hace casi veinte años. De promesa vanguardista de la arquitectura ecológica y sustentable, la mujer hoy se ha convertido en una persona cínica, irónica, ligeramente agorafóbica y antisocial, muy apegada a su brillante hija adolescente. Su marido, Elgie (Billy Crudrup), es un diseñador de programas de tecnología de Microsoft que vive para su trabajo y ha comenzado a ver con preocupación la actitud beligerante de Bernadette para con sus vecinos. El film narra el momento más álgido de la crisis matrimonial cuando la hija quinceañera de la pareja, Bee (Emma Nelson), convence a sus padres de embarcarse en un viaje familiar al continente antártico. Bernadette comienza a hacer planes para evitar el viaje mientras que Elgie pide ayuda a una especialista para que trate los trastornos de su esposa, que a su vez ha iniciado una guerra con su vecina, Audrey (Kristen Wiig). ¿Dónde Estás, Bernadette? (Where’d You Go, Bernadette?, 2019) es la adaptación de la aclamada novela homónima de la escritora y guionista norteamericana Maria Semple publicada en 2012, que aún no tiene traducción al español. La película difiere de la novela principalmente en el eje de la narración y en la construcción del relato. Mientras que el libro está estructurado a partir de documentos y la narradora es Bee, en el guión de Holly Gent y Vincent Palmo, en el que también participó Richard Linklater, el personaje de Bernadette lleva la voz cantante del relato por delante de la de su hija y reemplaza los documentos por las acciones inesperadas de la desencantada arquitecta. Linklater mantiene la tensión de la novela entre la adrenalina que provee la creación artística y el estado general de decadencia de los artistas que abandonan su motivación. La relación entre la creatividad y las obstrucciones, tema ríspido del proceso artístico, que siempre se debate entre la libertad y las constricciones, también es uno de los ejes centrales de una narración en la que el humor y la emotividad van de la mano. Acompañada por un gran elenco secundario que incluye a Laurence Fishburne, Kristen Wiig, Judy Greer, Billy Crudrup, Troian Bellisario, Zoe Chao y Emma Nelson, Cate Blanchett entrega nuevamente una gran actuación para un personaje con el que se mimetiza completamente. La música melancólica de Graham Reynolds, colaborador incansable de la cinematografía de Linklater, se centra en los estados de ánimo, las emociones y su relación con los espacios que los personajes habitan, al igual que la fotografía de Shane Kelly, otra clave central del estilo del director de Fast Food Nation (2006) y A Scanner Darkly (2006). Al igual que en Boyhood (2014) y Last Flag Flying (2017), el film demuestra una vez más el interés de Linklater por las etapas de la vida, la superación de los problemas, los síntomas de la decadencia personal y los procesos de recuperación de la vitalidad a partir de la sanación de las heridas, el cambio de mirada de la vida y el reencuentro con la pasión, tres momentos del proceso que transita la protagonista. Linklater logra nuevamente crear una obra en la que el drama y la comedia encastran perfectamente y en su punto justo, especialmente en la maravillosa interpretación de Blanchett. ¿Dónde Estás, Bernadette? también trabaja muy bien la relación entre la arquitectura y el diseño con la ecología y la sustentabilidad, temática en la que Bernadette Fox es una especialista ya que su obsesión es construir con materiales cercanos respecto de la obra. Los caprichos de los millonarios, la relación entre forma y función en la arquitectura, las contradicciones de las reglas sociales y la necesidad de aventura que anida en el corazón humano son algunas de las temáticas que Linklater trabaja en una película donde la nostalgia de las canciones pop, el humor que enternece y el arte como motor de la creación tienen un lugar preponderante en la construcción de las historias de la vida.
El corazón de las tinieblas Tras el éxito de su documental, Cocalero (2007), sobre el sindicato de productores de coca en Bolivia, cuna política del actual presidente Evo Morales, y a ocho años de su primer largometraje de ficción, Porfirio (2011), el realizador Alejandro Landes regresa con Monos (2019), un film sobre un comando de combatientes en Colombia que tienen a su cargo a una ingeniera norteamericana cautiva. Ocho guerrilleros adolescentes entrenados por su mentor, El Mensajero (Wilson Salazar), que custodian a una estadounidense secuestrada por la guerrilla colombiana reciben a su cargo una vaca lechera en préstamo con la finalidad de que demuestren su capacidad de gestión, pero los púberes viven la situación como un juego y rápidamente todo se desbanda en una espiral de violencia y sexualidad que trastocará la dinámica del grupo y su misión. Monos se divide en dos partes en base a su escenografía y su desarrollo narrativo. En la primera parte la acción transcurre en la montaña, un escenario anegado donde los adolescentes custodian a la Doctora Sara Watson (Julianne Nicholson), una mujer que cada tanto es obligada a leer el diario delante de una cámara para dar señales de vida. En la segunda parte la acción transcurre en la selva, donde la humanidad retrocede ante la violencia agreste. Cada uno de los personajes ocupa un lugar en esta horda gregaria a punto de explotar. Rambo (Sofía Buenaventura) es la mirada reflexiva, la del excluido que sigue órdenes pero anhela otra vida y no puede insertarse en el grupo, mientras que Lobo (Julián Giraldo) es el líder llamado a convertirse en cuadro de la guerrilla. Patagrande (Moisés Arias) es el líder sustituto segado por el poder, mientras que Perro (Paul Cubides) es un animal que sigue a su demente guía en su locura. Leidi (Karen Quintero) sigue al líder de turno en sus acciones al calor del despertar de su sexualidad como un juego, mientras Sueca (Laura Castrillón) vive en la enajenación sin retorno de la adolescencia guerrillera al borde del abismo. La situación política y las ideas revolucionarias quedan a un lado y ceden su lugar a los códigos militares, la supervivencia y los anhelos de escape o dominio de los protagonistas atrapados en la lógica bélica sin sentido ni final. Monos es una película coral en la que se destacan todos los personajes en una acción que semeja una danza salvaje alrededor de un paraíso abandonado o una pesadilla postapocalíptica que deviene en demencia. El film puede ser leído como una de las posibles consecuencias de la vida guerrillera en la psicología de la juventud reclutada tempranamente para la causa revolucionaria en un país en guerra. De un ideal inicial potencialmente loable, la guerra, la persecución, la huida y las condiciones hostiles de la selva convierten al revolucionario en un animal capaz de cualquier cosa. Rambo también viene a representar a los niños y adolescentes guerrilleros que buscan escapar del conflicto, una realidad acuciante de los territorios colombianos, siempre en disputa entre la guerrilla, el ejército, las organizaciones del narcotráfico y los paramilitares al servicio de los terratenientes. Alejandro Landes construye un film profundamente feroz sobre el alma humana, la creación de la identidad y su destrucción, y los límites entre la comunidad y la horda. Monos trabaja sobre la dinámica grupal del grupo de adolescentes a partir del control que los líderes de la guerrilla ejercen sobre ellos desde niños a través de la disciplina y la creación de lazos, ligadura filial que en el film se va erosionando debido al despertar sexual, la energía desbordante adolescente canalizada en la ira sin sentido, el aislamiento del grupo y el sentimiento de propiedad sobre la rehén. La fotografía de Jasper Wolf se destaca por sus paisajes oníricos y bucólicos de las montañas y la selva, dos lugares tan maravillosos como desafiantes y perturbadores. La belleza, el peligro, lo salvaje y la muerte que anida en todo se dan encuentro aquí en imágenes en las que la violencia se funde con la sexualidad. La compositora Mica Levi le imprime a su vez al film una conmoción agobiante a escenas que oscilan entre la locura y la fusión con lo salvaje. Monos es una elegía a la adolescencia en su estado más bestial e irracional, atrapada en una lógica de violencia donde todo es posible, la sexualidad es para ser explorada en un juego sin condiciones, las armas son un juguete más, la rehén una víctima que deberá descubrir hasta dónde es capaz de llegar para escapar y el mundo un lugar para esconder los límites de las atrocidades que subyacen en el corazón de las tinieblas, donde habita el alma humana.