LAS SALCHICHAS SOLO QUIEREN DIVERTIRSE Que es apenas una película con sexo explícito entre alimentos, que es un delirio gastronómico-sexual, incluso que es “la primera película de animación calificada para adultos” (un disparate si tenemos en cuenta que la historia del cine va por sus 121 años). Se ha escrito mucho de La fiesta de las salchichas desde su estreno y la verdad es que lo más objetivo que puede decirse es que tiene el sello de las típicas películas que hace Seth Rogen junto a sus amigos. ¿Figurita repetida, entonces? Algo de eso hay: mucha marihuana, algo de humor escatológico, lenguaje vulgar, gags bastante (y por momentos muy) efectivos y un concierto de voces formado por el mismo Seth Roger, James Franco, Jonah Hill, Paul Rudd, Kristen Wiig, Salma Hayek, Bill Hader, Danny McBride y un efectivo Edward Norton que por momentos se confunde con el mismísimo Woody Allen. La trama nos ubica en un supermercado yanqui en cuyas góndolas hay alimentos de todo el mundo, que se rigen bajo un sistema de creencias en el que, si son buenos y obedecen a los dioses (los humanos), algún día serán elegidos y llevados al Gran Más Allá, fuera de las puertas del súper. Sólo serán elegidos si permanecen puros de espíritu y no se salen de sus envases. Luego de una introducción digna de Disney en la que todos los productos le dedican una canción al paraíso, una mostaza con miel vuelve, cual Víctor Sueiro, del idealizado “más allá” con todos los síntomas del estrés postraumático. Cuenta que los humanos no son dioses, sino monstruos… la canción/biblia que augura que los compradores/dioses los llevarán a un lugar mejor es una estafa, pues les espera ser destrozados, cocinados y consumidos. El relato ha sido armado por la sémola, el aguardiente y otros productos imperecederos para que la vida sea más tolerable al subordinarse a cierto orden moral. A partir de aquí los productos se debatirán entre la verdad y la ilusión mientras circulan referencias a la sociedad de consumo, reflexiones sobre la angustia existencial y, por supuesto, alegorías religiosas y políticas (dos de los personajes secundarios son un bagel y un lavash que repiten en sus góndolas el conflicto de israelíes y palestinos) ¿Que abundan los estereotipos sobre los judíos, los musulmanes y los mexicanos? Es cierto, pero la película tiene aciertos significativos, como cuando se tiñe de disaster movie en la secuencia del changuito y también cuando vira al género del terror en la escena de la cocina. No hay en el film de Greg Tiernan y Conrad Vernon (co–realizador de Shrek 2 y Madagascar 3) nada demasiado revolucionario. Si tan solo el resto de su metraje se hubiera empapado del desenfreno final, el resultado sería muy superior. Para la próxima, entonces, menos pretensión filosófica y más depravación sexual, por favor.//∆z
PEQUEÑOS HOMBRES A MERCED DEL CAPITAL La muerte del abuelo paterno le deja a la familia una casa de dos pisos en Brooklyn. Uno de sus herederos, Brian (Greg Kinnear), decide mudarse allí junto a su esposa, Kathy (Jennifer Ehle), y su hijo preadolescente Jake (Theo Taplitz). Los reciben Leonor (Paulina García), la inquilina del negocio de ropa ubicado debajo de la casa de la familia y Tony (Michael Barbieri), su hijo, de la misma edad que Jake. Los ya-no-tan-niños se hacen amigos rápidamente y los adultos comparten un primer momento de armonía hasta que Brian se entera que su padre permitía que Leonor pagara un alquiler muy por debajo de las exigencias del mercado actual, lo que inicia una serie de negociaciones que irán desgastando el vínculo entre inquilina y propietario y cuya onda expansiva repercutirá en el mundo de los protagonistas de esta historia: los little men Jake y Tony. Por siempre amigos (título que va en sentido opuesto al que la película propone) no es tan solo la historia de un coming-of-age suburbano. Si bien aparecen algunos de sus elementos, como el encuentro con el sexo opuesto, el ojo de Sachs se permite, sin excesos ni subrayados, hacer un diagnóstico brillante sobre cómo las condiciones socieconómicas actuales inciden directa e imperceptiblemente en nuestra formación como personas. Tomemos como ejemplo al padre, Brian, un actor de obras independientes sin demasiado éxito comercial que ha elegido trabajar de lo que le gusta, hacerle caso a lo que las publicidades nos incitan a realizar todo el tiempo: ser “uno mismo” y cumplir nuestros sueños. La meritocracia, sin embargo, hace agua por todos lados y la plata no alcanza. El sueldo de su esposa, una psicóloga asediada por el estado de salud mental de sus pacientes (“¿otro suicidio?”, pregunta Jake) alcanza con lo justo. Un piso más abajo, el negocio de ropa de Leonor, inmigrante chilena, se sostiene no gracias a sus ventas sino a un alquiler poco acorde a los nuevos valores inmobiliarios. Leonor y Brian quedan rápidamente enfrentados por ese “orden natural inevitable” que son las leyes del mercado y dejan en claro sus razones: ella le dice que conocía más a su padre que él mismo y que le brindaba compañía más que dinero, él retruca que tiene derecho a gozar de los beneficios de la herencia y que su pedido está dentro de lo que marca la ley. En el medio, Tony y Jake, ambos transitando esa edad en la que tanto el cuerpo de la infancia como los padres de la infancia empiezan a quedar atrás. Los dos desean ir juntos a la misma escuela de arte, pero es sabido que no hay lugar para todos. Uno es caucásico, el otro es latino hijo de inmigrantes y esos planos compartidos en los que van codo a codo, uno sobre rollers y el otro en monopatín, no están destinados a durar. Ira Sachs tiene la mirada de un científico social. No solo ha sabido extraer la más pura naturalidad en las inmejorables actuaciones de todo el elenco si no que ha entregado una cinta sin buenos ni malos pero en la que el bien para unos (los de arriba… ¿los del norte?) significa el mal para otros. Por siempre amigos confirma la idea de que en la base de toda riqueza está la crueldad. ¿Qué lugar queda para la amistad, entonces?//∆z
UNA MUJER EN BUSCA DEL SENTIDO “No alargues las palabras, esto es cumbia”. En un departamento perdido de la Capital Federal , Toti Giménez (Javier Drolas) escucha a Míriam Alejandra Bianchi, una mujer linda y agraciada pero demasiado flaca y poco voluptuosa que, sin saberlo, inicia la metamorfosis que culminará en un nombre: Gilda. La frase de su futuro representante e interés romántico condensa la esencia del primer largo de ficción de Lorena Muñoz: la extranjera que conquista suelo desconocido. Muñoz decide empezar a contar la historia desde el final. Decisión acertada, pues todos sabemos cómo termina el cuento: con un accidente en el kilómetro 129 de la ruta 12, el 7 de septiembre del 96, en el que mueren Gilda, su madre, su hija mayor, tres de sus músicos y el chofer del micro. El plano fijo, prolongado en el tiempo, permite ver el ataúd de Gilda rodeado de gente dolida por su muerte. Son muchos y no les importa caminar bajo la lluvia, rodean su cuerpo, no la abandonan. ¿Cómo se construye un ícono popular? ¿Cómo construirlo desde el cine? La codirectora de Yo no sé qué me han hecho tus ojos, documental sobre la vida de otra cantante, Ada Falcón, responde con ese primer plano: Gilda es Gilda junto a su gente. Más que ante una biopic, estamos ante una película que registra los múltiples atravesamientos que coinciden en una vecina de Devoto que ha cumplido algunas metas como ser maestra jardinera, casarse y tener hijos pero que a sus treinta años decide responder a un deseo que la impulsa a habitar otros escenarios que no son ni su hogar ni el jardín de infantes. Las numerosas escenas que transcurren en su casa son significativas tanto desde el punto de vista narrativo como visual: las discusiones que sostiene con su marido (Lautaro Delgado), que no la acompaña en su decisión, y la culpa que siente al dedicarle más tiempo a su nueva profesión que a sus hijos, se presentan a través de una pobreza cromática casi opresora en contraposición a la luz de los números musicales y a esos encuentros entre Miriam y la guitarra que le deja su padre (Daniel Melingo) en los que prima una luz cálida y brillante. Importa que lejos de ser un destino prefijado, la “vocación” de Miriam estuvo marcada por el vínculo con su padre y su posterior pérdida. Asumir su propia voz y devenir Gilda fue una trabajosa construcción de la que solo ella fue responsable. Es por eso que aunque el tema aparezca (solo en una escena), la directora se mete poco con el carácter milagroso de Gilda, y se centra en sus actos más que en los roles (esposa, madre, santa) asignados por los otros. Exceptuando algunos flashbacks que podrían haberse obviado, ya que pecan de redundantes, Gilda: No me arrepiento de este amor no presenta demasiados sobresaltos. Su factura técnica está a la altura de las circunstancias, sus números musicales son al mismo tiempo una celebración y un homenaje. Sujeta a un orden patriarcal dictado por maridos, padres, empresarios, representantes, la de Gilda no es la historia de una mujer que triunfa, sino la de una que se construye. El escenario en el que acontece la revolución es el cuerpo, la mirada y la voz de una Natalia Oreiro que alcanza la cúspide de su carrera actoral y entrega una Gilda a la vez tierna y sensual, tímida y apasionada. Así como veinte años después de su muerte temas como “Paisaje” y “Corazón valiente” siguen vigentes, es cuestión de tiempo que Gilda: no me arrepiento de este amor pase con justicia a formar parte del reducido grupo de clásicos del cine argentino.//∆z
AVERNOS PROVINCIANOS La ópera prima de la habitual colaboradora de Adrián Caetano, Luciana Piantanida, quien además fuera asistente de dirección de Néstor Frenkel y productora de La larga noche de Francisco Sanctis, está atravesada por el duelo. El tratamiento que hace del mismo sorprende teniendo en cuenta que Los ausentes es su debut como directora. La acción transcurre en un pequeño pueblo sin nombre (se trata de Beguerie, de menos de 500 habitantes, en el partido de Roque Pérez). No hay demasiadas referencias excepto que hace calor y se aproxima el carnaval, dato no menor si tenemos en cuenta que etimológicamente carne-vale significa “adiós a la carne”. Dicha festividad opera como paréntesis al orden terrenal, cotidiano y la ley natural se suspende. Tal es el tono conquistado por Piantanida, quien logra desde el primer plano que el espectador se contagie de ese estado particular que atraviesan los protagonistas del film, una mujer y dos hombres, y que sobreviene al perder a un ser querido. Gracias a un logrado tratamiento de la luz, el color y el sonido, esa experiencia próxima a la alucinación se vuelve palpable y se potencia con la sensación de agobio que desprende el verano pueblerino. Encerrados en la pérdida, los tres personajes deben lidiar con un mundo que se les vuelve inhabitable. Los intentos por dar con el objeto perdido se reiteran hasta la desesperación y es por ello que Los ausentes es, a pesar de algunas flaquezas narrativas, un llamativo drama con toques de terror sobrenatural.
AVERNOS PROVINCIANOS Un pueblito de temer, aunque por otros motivos, es Salas, donde transcurre gran parte de la acción de El ciudadano ilustre. La reciente ganadora de la Copa Volpi al Mejor actor (galardón que han obtenido Alec Guiness, James Stewart, Burt Lancaster y Philip Seymour Hoffman, entre otros) en el 73° Festival de Venecia cuenta la historia de Daniel Mantovani, ganador del Premio Nobel de Literatura, que vuelve a su pequeña ciudad natal luego de cuarenta años. Al igual que en El hombre de al lado y El artista (ambas superiores a El ciudadano ilustre), hay en el cuarto largo de ficción de la dupla Cohn-Duprat, reflexiones sobre el arte que van de la mano con un contraste entre el cosmopolita europeo y el “simple” hombre de pueblo. Quizás sea esperable que un escritor consagrado mundialmente tenga una noción distinta acerca del “buen arte” que aquel que participa en un concurso de pintura local, el punto es desde dónde se construye el imaginario del pueblo bonaerense. Es por eso que los logros de la primera mitad de la película (escenas como el paseo en autobomba, el video de bienvenida, las entrevistas en medios locales) se resignifican negativamente con el correr de los minutos y llegando al final solo queda gusto a nihilismo exacerbado y, para colmo, reiterativo. Como ocurría con la Relatos salvajes de Szifrón, jóvenes y adultos, hombres y mujeres, todos son miserables, a excepción de un personaje, que, como el protagonista, sueña con ser escritor. El resto se halla condenado al patetismo. El humor al hueso y la incorrección política que hacían de El ciudadano ilustre una tragicomedia prometedora se desdibujan cuando los directores deciden ponerse del lado del cosmopolita y resolver las tensiones por el espectador. El discurso final se parece a una jugarreta, como si los directores quisieran dar marcha atrás en aquello que han transmitido.
LOS PARCHÍS DEL HORROR Es habitual que algunos actores de la televisión incursionen en películas de terror olvidables cuando saltan a la fama. En esta ocasión la carilinda aunque visiblemente constipada Sarah Hyland (Modern Family) ha unido fuerzas con debutante Jeff Hunt, de abultado currículum en el mundillo de la TV (ha dirigido varios capítulos de CSI: NY, Fringe y Person of Interest, entre otras), para aburrirnos durante los 85 minutos más largos de nuestras vidas. Cuatro amigos van camino a Coachella y deciden parar en Los Ángeles para hacer algo así como “turismo satánico”. Eso incluye visitar la casa donde fue asesinada Sharon Tate, algunos negocios adeptos a las artes oscuras, un registro civil donde las parejas hacen votos frente a un sacerdote diabólico y hospedarse en hoteles donde hubo asesinatos en los que el diablo metió la cola. Persiguiendo a uno de estos seres del bajo astral (en este caso, un pelado que amenazó al grupo con una navaja pero al que pintó seguir a-ver-qué-pasa-total-estamos-tan-al-pedo-que-fumar-porro-ya-no-divierte), se topan con una tal Alice, a quien salvan de una ceremonia macabra (y, pobrecita, ya que estamos invitémosla a dormir con si total-no-la-conocemos-pero-tiene-cara-de-buena-y-capaz-pinta-partuza) pero quien luego les propone sumarse a otra. Con la maquiavélica incursión de la recién llegada, ahora el grupo es de cinco así como cinco son las puntas de la estrella invertida que representa a los satanistas. La suerte de los Parchís del horror está echada. La perversa Alice habla del infierno como una “hermosa confusión” pero en Satanic no hay ni belleza ni desconcierto. Hay, con suerte, cierto hedor a aburrimiento que se desprende del soso y previsible guión a cargo de Anthony Jaswinski (Miedo profundo, actualmente en cartelera, también ha sido escrita por él, ¡oh, maligno!) Acaso la única sorpresa, involuntaria, llegue al final. No porque haya una vuelta de tuerca rimbombante sino porque, tomen nota, los celulares siguen funcionando aún en el infierno. Cosa ‘e mandinga…//∆z
LA LEGALIZACIÓN DEL MAL La saga de The Purge se puede definir como excepcional. Es infrecuente que el director de un film original esté a cargo de sus continuaciones. Tampoco es habitual que la calidad de las películas se sostenga y, menos aun, que vaya en ascenso a medida que pasan los años. Las terceras partes han sido siempre las más flojas incluso dentro de trilogías históricas como El Padrino o Volver al futuro. Con 12 horas para sobrevivir: el año de la elección pasa lo contrario. Breve resumen del argumento: en un futuro cercano, todos los 21 de marzo y durante un período de doce horas los crímenes se legalizan y los servicios de emergencia (hospitales, policía, bomberos) se cierran. Matar, violar, torturar, todo está permitido dentro de la “válvula de escape legal”. Esta invitación a que los ciudadanos ejerzan su derecho a purgar es en realidad un efectivo mecanismo para eliminar la pobreza y a aquellos que viven de la ayuda social. Son los sectores que cuentan con mayor número de bajas, ya que no tienen los medios necesarios para defenderse. Si la primera entrega, The Purge (que, recordemos, no pasó por los cines argentinos) acontecía puertas adentro mostrando cómo una familia se defendía de un ataque y la segunda, The Purge: Anarchy, trasladaba la acción a la calle, la tercera explicita el trasfondo político de la trilogía, ya que transcurre en año de elecciones y la senadora Roan (Elizabeth Mitchell, la blonda Juliet de Lost) tiene chances reales de imponerse al grupo de “los nuevos padres fundadores”, defensores del derecho de salir a purgar. Oh casualidad, la novedad es que este año se podrá purgar también a los políticos de alto rango que hasta el momento contaban con inmunidad. Entregada a su propia suerte, los principales aliados de la senadora Roan serán los latinos y los negros. En abril, con el estreno de La bruja, accedíamos a la prehistoria de EE.UU. Con 12 horas para sobrevivir: el año de la elección damos un vistazo al futuro pero también al presente. La paranoia a full, el amor predicado a las armas de cualquier calibre, el nacionalismo extremo, la idea de una “limpieza social” y el racismo son moneda corriente en el 2025, año en que transcurre la tercera y última película de La purga. En ella encontramos ideas inquietantes como la del turismo criminal de los europeos que viajan a Estados Unidos para poder matar sin consecuencias y la de los propios norteamericanos usando máscaras de próceres y monumentos icónicos (Washington, Lincoln, la Estatua de la Libertad) para salir de cacería con guillotinas y motosierras. El lema de 12 horas para sobrevivir: el año de la eleccion es “Keep America Great”. El guiño a la creciente popularidad de Donald Trump es evidente. Como ocurría en la isla de El señor de las moscas, de William Golding, DeMonaco nos presenta una sociedad en la que Dios justifica cualquier delirio. La verdadera democracia se hace trizas bajo el yugo de un mercado amparado en los valores de la religión. Visto así aquello que “los nuevos padres” llaman “refundación” (o “el cambio”, lisa y llanamente) no es otra cosa más que la legalización del mal. Estamos advertidos.//∆z
SOCIOS POR ACCIDENTE No debería sorprender lo de Shane Black, guionista ni más ni menos que de las cuatro películas de la saga Arma mortal, y sin embargo sorprende. Quizás porque su tono hace que Dos tipos peligrosos sea una película distinta… Su aire vintage no apunta a la ya gastada nostalgia sino que resulta revitalizante. Mitad policial negro, mitad comedia, hay en Dos tipos… dosis similares de violencia e ironía. Acaso sea la fórmula que define a Shane Black, ya como director o como guionista, pues de eso también hay en Kiss Kiss Bang Bang y en Iron Man 3. Ocurre que, al igual que Arma mortal, Dos tipos peligrosos es una buddy movie y en este territorio Black se mueve como pez en el agua. Jackson Healy (Russell Crowe) y Holland March (Ryan Gosling) son los miembros de la “pareja dispareja” y hay que decir que si el primero lo hace muy bien, el segundo directamente asombra. El actor de Drive se saca la camiseta de galán y se pone la del borracho desastroso que lo acerca a la figura del comic relief. Healy y March, dos detectives privados en Los Ángeles a fines de los 70, deben resolver el misterioso caso de la muerte de Misty Mountains, una famosa estrella del porno. Los ronda el nombre de una tal Amelia (Margaret Qualley, a quien ya hemos visto como Jill en la gran The Leftovers), quien parece ser la pieza clave para resolver la incógnita y descubrir, de paso, que hay mucha mugre escondida bajo la alfombra. Baste decir que el mismísimo Departamento de Justicia, liderado por Judith Kuttner (Kim Basinger), podría estar involucrado. Ubicada en las mismas coordinadas espacio-temporales que la Inherent Vice de Paul Thomas Anderson, estrenada el año pasado, pero desde géneros distintos y disímiles maneras de narrar, The Nice Guys también transcurre entre hippies y criminales. Se evidencia en ambas la idea del cine como lugar de resistencia. Verlas a modo de dítpico quizás sea una experiencia tan atrayente como gratificante.//∆z
CAZAFANTASMAS Que una segunda parte sea mejor que el grueso de películas de terror que se estrenan todos los años no es un dato menor. Si James Wan marcó la década pasada con la primera entrega de El juego del miedo en 2004, parece querer ir por más. Claro que no se trata de un “más” voraz o desatado, que apunta a la mera recaudación, al baño de sangre o a la repetición de fórmulas que ya todos conocemos. Quien dirige conoce el género a la perfección y así como entregó un terror superior con la primera y la segunda parte de Insidious, vuelve a dar la nota con El conjuro 2. El público responde: dos millones de argentinos la han ido a ver al cine. Se dirá que otra vez se trata de una familia numerosa asediada por espíritus, y es cierto. Se dirá que otra vez hay niños involucrados, y es cierto. Se dirá que esta vez la sorpresa es menor porque ya conocemos a los Warren, y es cierto. Así y todo, El conjuro 2 aplasta a cualquier otra película de terror que se haya estrenado en 2016 con excepción de ese milagro cinematográfico llamado La bruja. Siete años después de los hechos acontecidos en El conjuro, la acción se traslada a Inglaterra. Estamos a finales de los 70 y luego de los eventos de Amityville, Ed y Lorraine Warren (Patrick Wilson y Vera Farmiga, demostrando que actuar bien les cuesta muy poco) han alcanzado cierta fama mediática y cuando son llamados para acudir al auxilio de esa familia encabezada por Frances O’Connor, madre soltera con cuatro hijos, además de los crucifijos y los equipos de filmación, la controversia viaja con ellos. La menor de las niñas (Madison Wolfe) parece seguir los pasos de la Regan de El Exorcista y tanto los muebles como las personas vuelan por la casa. Sacando una o dos escenas que pecan de excesivas, James Wan deja con sabiduría los efectos visuales en un segundo plano. Con homenajes a otras películas del género como la obligatoria The Changeling, de Peter Medak, El conjuro 2 combina sustos con suspenso del bueno y si bien se extiende más de lo debido nunca deja de lado aquello que toda película de terror ningunea: la empatía. Es verdad que estamos ante una ficción que cuenta el caso hoy conocido como The Enfield Poltergeist (quienes quieran ver la versión documental, googleen Interview with a Poltergeist), pero El conjuro 2 es, ante todo, una película sobre un matrimonio. Son Ed y Lorraine los que nos llevan a preocuparnos y por quienes sufrimos. Mientras corren los créditos finales en los que se presentan imágenes y grabaciones del hecho real uno se pregunta dos cosas: cuándo saldrá la tercera entrega y cómo vamos a hacer para dormir a la noche…//∆z
APOCALIPSIS MUTANTE Todo comenzó algún tiempo atrás y gracias a Bryan Singer, ya que fue su X-Men, allá por el año 2000, la que inició el camino de un género que, dieciséis años después, vive su primavera cinematográfica: el de los superhéroes. Luego de las dos primeras películas a comienzos de la década pasada y X-Men: Días del futuro pasado (2014), el renombrado Singer parece dar su primer paso en falso en lo que va de la saga. X-Men: Apocalipsis acontece a principios de los ochenta, diez años después de lo ocurrido en la entrega anterior. Mystique es apenas el recuerdo de una heroína, Magneto va camino a formar una “familia tipo” gracias a una nueva identidad, Charles sigue con su escuela y recluta mutantes frescos y atribulados por su condición. Mientras tanto, una de las grandes fallas de la película (la que le da su nombre, ni más ni menos) va de continente en continente, luego de una siesta que duró milenios, reclutando a sus cuatro jinetes para acabar con todos. Se trata, claro está, de Apocalipsis (Oscar Isaac), un mutante que se cree Dios pero que genera más risa que otra cosa. Es el mutante de mutantes, acaso el primero, pero al igual que ocurría con Ronan en Guardianes de la galaxia, parece salido de una Comic-Con. Si el film ya empieza rengo con un antagonista que deja que desear, dos horas y media después, la cosa tampoco va mucho mejor. El humor no funciona en ningún momento, los one-liners se multiplican hasta el último minuto (¿no aprendieron luego del horrible “mutant and proud” de J-Law en First Class?) y los personajes se empeñan en explicarle al espectador de qué va la cosa. Es cierto que Singer había dicho que su Apocalipsis se iba a teñir del estilo de Michael Bay pero en este caso el que avisa igual traiciona: muchos de los excesos de los que se habían prevenido las anteriores películas de Marvel, como la reciente Capitán América: Guerra civil aparecen aquí. Su guión no sostiene su gigantismo visual. Hay, por suerte, un puñado de aciertos, como las escenas en cámara lenta de Quicksilver que, es verdad, ya aparecían en X-Men: Días del futuro pasado, y la bellísima Psylocke (Olivia Munn) a la que le basta una mirada para intimidar. Muy poco para el director de Los sospechosos de siempre. En un fugaz momento de autoconciencia, la nueva Jean Grey (Sophie Turner, la Sansa Stark de Juego de tronos) dice que la tercera parte de una trilogía siempre es la peor. Es un guiño a X-Men: The Last Stand, la única de la trilogía inicial que no dirigió Bryan Singer. Pero es también lo que podría decirse de la trilogía que acaba de cerrar.//∆z