La comedia Mi Gran Casamiento Griego fue el éxito sorpresa de 2002: costó cinco millones de dólares y recaudó más de trescientos en todo el mundo. La historia es simple: Toula Portokalos (Nia Vardalos, también guionista y nominada al Oscar por este rubro), de ascendencia griega, rompe con la tradición familiar de juntarse con un hombre de sangre helénica para caer en los brazos de Ian (John Corbett). El choque cultural y la intromisión constante del numeroso y pintoresco clan Portokalos provocan una serie de momentos graciosos. Justamente la química entre los actores y la simpatía que generan fue un factor clave para el éxito, que también originó una breve serie y le permitió a Vardalos (hasta entonces, mayormente una actriz de teatro) tener una carrera en cine y protagonizar Connie y Carla, junto a Toni Collette, y Mi Vida en Grecia. Era cuestión de tiempo para que la continuación fuera una realidad. Catorce años después, llega Mi Gran Boda Griega 2. En esta oportunidad, Toula debe lidiar con varias cuestiones al mismo tiempo. Por un lado, Paris (Elena Kampouris), su hija, está por terminar la preparatoria, y le preocupa que solicite ir a una universidad fuera de Chicago y se vaya de casa. Por otro lado, comienza a tener más tiempo de intimidad con Ian, pero la relación ya carece de la frescura de antaño. Y la frutilla del Baklava: Gus (Michael Constantine), su padre y patriarca de la familia, descubre la invalidez de su casamiento en las tierras del Partenón, décadas atrás, y deberá contraer matrimonio nuevamente con Maria (Lainie Kazan), quien ahora no parece muy interesada en ser su mujer. Toula tendrá que hacer lo imposible por resolver cada situación. Como la primera parte, esta película se aferra a las sonrisas y risas que puedan generar la interacción y la ternura de los personajes, en especial los secundarios, y las referencias a la cultura griega y el orgullo de los Portokalos por su origen. El veterano Constantine es quien gana protagonismo esta vez; los gags que lo involucran no son precisamente novedosos, pero el actor y el director Kirk Jones (quien debutó con la estupenda aunque olvidada El Divino Ned) se las arreglan para que todavía funcionen. Otro elemento de la trama se enfoca en el inminente “nido vacío” que dejará la hija de Toula e Ian, y en cómo el matrimonio debe revitalizar la relación, aunque es incapaz de permitir que la chica quiera hacer su vida en otro ámbito. Una cuestión universal, que es resuelta de la manera más predecible, siempre con elementos de humor y de emoción. A Mi Gran Boda Griega 2 le alcanza con muy poco para cumplir con el objetivo de mantener contentos a los fanáticos del film anterior y de la Vardalos. La familia vuelve a ser el tema central, como también el respeto por las tradiciones y la libertad de dejar hacer su vida a los más queridos. Una película entrañable.
A esta altura, Marvel Studios y, sobre todo, Los Vengadores, parecían no ofrecer demasiadas sorpresas. Los personajes ya son famosos y lograron acomodarse rápido en el Monte Olimpo de la cultura popular. Los Vengadores: Era de Ultrón recaudó millones, pero no tenía la frescura que venía caracterizando a estos superhéroes. ¿Señal de un ciclo que termina? Nada que ver: la fábrica de ideas encuentra, una vez más, la manera de revitalizar a sus bebés más fabulosos en Capitán América: Civil War. Basada en el comic homónimo de Mark Millar, la película le da un giro a las recientes aventuras de esta troupe. Sus hazañas a la hora de salvar al mundo no evitaron las destrucciones de ciudades enteras ni de bajas inocentes, lo que comienza a ser cuestionado desde las altas esferas, al tiempo que atormenta a Tony Stark/ Iron Man (Robert Downey Jr.). Después de una misión de Steve Rogers/ Capitán América (Chris Evans) en Nigeria, donde muere una gran cantidad de civiles, entran en funcionamiento los Acuerdos de Sokovia. Estos documentos, firmados por 117 países, permitirán que las actividades de los Vengadores no funcionen de manera independiente sino que deberán acatar las órdenes de las Naciones Unidas. Tony está a favor de esta iniciativa controladora, pero Steve no: aún desconfía de las autoridades (sabe por experiencia que allí pueden infiltrarse los peores individuos) y es capaz de lidiar con las pérdidas que implica toda batalla. Las cosas se pondrán más tensas cuando reaparece Bucky Barnes/ Soldado de Invierno (Sebastian Stan), sospechoso de cometer un atentado en una cumbre de la ONU. Steve se propone proteger a su otrora amigo de la juventud, ya que confía en su inocencia y se propone encontrar al verdadero culpable. En su nueva etapa como renegado de la ley, tendrá como aliados a Sam Wilson/ Falcon (Anthony Mackie), Wanda Maximoff/ Scarlet Witch (Elizabeth Olsen), Clint Barton/ Hawkeye (Jeremy Renner) y Scott Lang/ Ant-Man (Paul Rudd). Pero antes deberá vérselas con Tony, Rhodes/ War Machine (Don Cheadle), Natasha Romanoff/ Viuda Negra (Scarlett Johansson), Visión (Paul Bettany), y dos incorporaciones: el Rey T’Challa (Chadwick Boseman), alias Pantera Negra, que culpa al Capi por la muerte de su padre, y Peter Parker/ Hombre Araña (Tom Holland), un adolescente a bordo de su primera gran experiencia superhéroica. Y en medio de una pelea tan atípica como espectacular, encontramos también a Zemo (Daniel Brühl), un militar con un plan devastador. Tras la muy exitosa Capitán América y el Soldado de Invierno, los hermanos Anthony y Joe Russo vuelven a demostrar su talento para dirigir la nueva y más compleja historia del Capitán. Una vez más hay elementos de thriller político y de espionaje, pero la trama hace foco en el conflicto entre colegas y amigos como son Steve y Tony, y cómo la diferencia de pensamiento los lleva a perseguirse y atacarse entre sí. La psicología de ambos personajes está trabajada en profundidad, y las razones para hacer lo que hacen ellos y los demás Vengadores resultan creíbles, de modo que no es sencillo ponerse de un lado o del otro; ambos bandos tienen razón, y ambos se equivocan en determinadas cuestiones. Claro que la rebeldía y el instinto de Rogers provocan una identificación más fuerte. La acción y los efectos especiales contribuyen a momentos de puro ritmo y adrenalina, pero los Russo consiguen orquestar con maestría cada disparo, golpe y explosión con drama y pasos de comedia. El mejor ejemplo, la secuencia del aeropuerto en la que los Vengadores chocan entre sí. Un prodigio del cine actual, un triunfo del entretenimiento puro y duro. Chris Evans exprime su rol como no lo hizo en otros largometrajes; la mejor actuación de su carrera, al menos haciendo del Capi. Downey Jr. presenta la faceta más atormentada de Tony, aunque no olvida algunos de sus bocadillos. El resto del equipo sigue en buena forma actoral y física, aunque los puntos más altos residen en los nuevos del elenco. Chadwick Boseman hace una enorme presentación como Pantera Negra y genera expectativa con su película en solitario, a estrenarse en 2018. Lo mismo puede decirse de Tom Holland, incluso más: luego de Tobey Maguire y Andrew Garfield, se calza el traje del Hombre Araña y le bastan algunas escenas para cautivar con la que seguramente sea la mejor encarnación cinematográfica del personaje. Para empezar, Holland es convincente como un estudiante de secundaria, y su frescura y desparpajo lo hacen ideal para el papel. Por otra parte, la química con sus compañeros de armas es atractiva, sobre todo con Tony (la escena de ambos en la habitación del muchacho es de antología). Mención especial para Marisa Tomei, la nueva Tía May. Por su parte, William Hurt retoma al General Ross luego de Hulk: El Hombre Increíble. La villanía recae en el siempre estupendo Daniel Brühl, encarnando a un individuo que se vale más de la inteligencia que de la fuerza; aún sin erigirse como un Malo memorable, tiene sus momentos. Las breves pero interesantes apariciones de Martin Freeman, John Slattery, Hope Davis y Frank Grillo alcanzan para que cada uno pueda lucirse. Se los extraña un poco a Thor (Chris Hemsworth) y a Bruce Banner/ Hulk (Mark Ruffalo), quienes sí encabezarán la tercera parte de las andanzas del Dios del Trueno. Capitán América: Civil War derriba toda suposición de agotamiento de la formula marveliana y deja en claro que estos personajes todavía dan para más. Una épica divertida, emocionante, frenética y humana en la medida justa, en la que hasta los espectadores terminarán divididos por tomar partido. Y se vienen más películas solistas de los Vengadores, además de la tercera parte, dividida en dos, en lo que promete ser la epopeya definitiva.
Oficios difíciles (o al menos, delicados) son los que tienen que ver con la medicina. Y más específicamente, ejercer la medicina lejos de las grandes ciudades. Este documental sigue a Arturo, un médico que atiende a los habitantes de un pueblo de la provincia de Santa Fe, donde las casas están alejadas entre sí y los tractores recorren el paisaje campestre. Le toca atender tanto a niños como ancianos, a enfermos terminales y a embarazadas. En tanto, podremos conocer su vida íntima, su familia y su lucha constante, lo que permite acercarnos a su preocupación por ayudar a los lugareños. El director Darío Doria se vale del uso de planos fijos, en blanco y negro, para capturar momentos duros, reales, muchas veces perturbadores y dolorosos, pero también tiernos y hasta simpáticos, principalmente cuando Arturo -un hombre de buen carácter, pero firme a la hora de dar un diagnóstico- interactúa con sus pacientes. En su intención por registrar al médico en su trabajo, algunas imágenes incluyen momentos que pueden provocar incomodidad, pero no es algo gratuito ni pretende caer en golpes bajos: continúa respondiendo a la preocupación de Doria por ser honesto con lo que muestra. Salud Rural presenta a un verdadero guerrero de la vida cotidiana, dispuesto a pelear batallas cada día para ayudar a los demás allí donde la urbe parece muy lejana.
Films como The Adjuster, Exótica, El Dulce Porvenir y El Viaje de Felicia convirtieron a Atom Egoyan en uno de los cineastas más interesantes, anticonvencionales y atrevidos del panorama actual. Nacido en El Cairo, de ascendencia armenia pero criado en Canadá, comparte con su colega David Cronenberg la preocupación por las historias complejas, con personajes esclavos de sus propios tormentos, además de una impronta fría y amarga, típica de esa parte de Norteamérica. Sus trabajos más recientes no contribuyeron a fomentar su talento, pero Recuerdos Secretos prometía devolverlo a la versión que cautivó a cinéfilos y valientes. Y la promesa fue cumplida. Zev Guttman (Christopher Plummer) es anciano, padece demencia senil y acaba de quedar viudo. Su fuerza de voluntad le permitirá cumplir con el objetivo planteado cuando su esposa muriera: encontrar a Rudy Kurlander, el alias del jerarca nazi que mató a su familia en Auschwitz. Según Max (Martin Landau), su fiel compañero en el asilo donde residen, Kurlander vive en los Estados Unidos… donde hay cuatro personas con el mismo nombre. Zev escapa del asilo y, manteniendo el contacto con Max, iniciará la tan demorada venganza. Sin perder la forma de thriller con toques de humor negro, la nueva película de Egoyan se mete con el Holocausto, sus sobrevivientes y sus consecuencias, y es fiel a las obsesiones de su realizador: la memoria, la desolación, el dolor, el pasado más oscuro, los secretos más prohibidos, la muerte. Estamos ante una road movie repleta de tensión, detalles que no se deben escapar, giros inesperados y una de las mejores y más lúgubres actuaciones del siempre excelente Christopher Plummer, quien ya había trabajado con el director en Ararat, también sobre un episodio denso de la historia como lo fue el genocidio armenio. Cada aparición de Plummer le da un sabor único a cada escena. No menos exactas son las interpretaciones de Landau y, en papeles menores pero cruciales, Bruno Ganz, Dean Norris y un casi irreconocible Jürgen Prochnow. Recuerdos Secretos trae al mejor Egoyan en mucho tiempo y, como en sus obras más destacadas, deja pensando al espectador, que deberá digerir una obra dura e implacable como invierno canadiense.
Vaya si son apasionantes las películas con personajes en busca de tesoros. Desde El Mundo Está Loco, Loco, Loco, de Stanley Kramer, hasta La Leyenda del Tesoro Perdido, pasando por las andanzas de Indiana Jones y Los Goonies, ejemplos hay de sobra. ¿Qué puede resultar de un largometraje de este subgénero en manos de un autor tan alejado de la espectacularidad y la pirotecnia visual como Corneliu Porumboiu? Gracias a films como Cae la Noche en Bucarest y Policía, Adjetivo, Porumboiu se convirtió en uno de los nombres fuertes de los festivales de cine y de los espectadores más exigentes. Su estilo, seco y minimalista, y su sentido del humor absurdo, ya constituyen elementos fundamentales del cine rumano contemporáneo. En El Tesoro no se aparta demasiado de sus preocupaciones estéticas y temáticas, pero esta vez con un sabor, si se quiere, más tierno. Una noche, Costi (Toma Cuzin) le está leyendo aventuras de Robin Hood a su pequeño hijo, cuando aparece Adrian (Adrian Purcarescu), un vecino del edificio, para pedirle 800 euros. Su editorial quebró y necesita ir pagando las abultadas deudas. Costi no puede ayudarlo, ya que a duras penas puede con su trabajo y su familia. De ahí surge una revelación por parte de Adrian: supuestamente, su abuelo dejó un tesoro escondido en una vieja residencia familiar, en un pueblo vecino. Junto a un extravagante individuo que sabe manejar detectores de metales, estos antihéroes cotidianos partirán en busca de lo que podría ser la salvación a sus problemas económicos. A través de esta curiosa comedia, Porumboiu habla de la actual situación de la sociedad rumana (de hecho, de la situación europea en general), donde la clase media debe vivir día a día, sin demasiadas chances de ahorrar y pensar en un buen porvenir. Los planos largos, tan característicos del director, permiten apreciar un trabajo actoral fluido y realista, pese a que pueden provocar un efecto de monotonía en el público no muy acostumbrado a estas propuestas. Y resulta imposible no identificarse con estos personajes que se dejan llevar por el “tal vez” con tal de arañar una esperanza. El Tesoro es la contracara intimista de las cacerías de tesoros cinematográficas habituales, pero -a su manera- sigue siendo una historia de aventuras. Además, es la demostración de la buena forma creativa de un cineasta que no deja de sorprender.
No es exagerado decir que Batman vs. Superman: El Origen de la Justicia era la película más esperada de la historia. El Caballero de la Noche y el Último Hijo de Kryptón ya se habían encontrado -y enfrentado- en varios comics de DC, de donde son originarios, pero nunca gracias al séptimo arte. La espera terminó, y el resultado ya está a la vista. 18 meses después del enfrentamiento con el General Zod (Michael Shannon), Superman (Henry Cavill) es visto de reojo. Aunque logra salvar vidas e impedir catástrofes, las bajas que se producen durante los actos heroicos son discutidas por los ciudadanos y los altos mandos de Metrópolis, empezando por la senadora Finch (Holly Hunter). Tampoco es muy fanático de la aparente política de “el fin justifica los medios” del extraterrestre de capa roja el personaje más célebre de Gótica, la ciudad vecina: el multimillonario Bruce Wayne (Ben Affleck), mejor conocido por su alter ego, Batman. Mientras Clark Kent/ Superman debe lidiar con conflictos personales, el Encapotado planea darle una paliza para dejarle en claro que no tiene derecho a comportarse como una deidad. En paralelo, Lex Luthor (Jesse Eisenberg), joven, filántropo y megalómano, trama un ambicioso plan que incluye grandes cantidades de kryptonita y los restos de tecnología alienígena traídos por Zod. Batman y Superman deberán resolver pronto sus diferencias para detener un mal aún mayor. La película es la continuación de El Hombre de Acero, pero ahora el director Zack Snyder logra separarse un poco del estilo de Christopher Nolan, productor ejecutivo de aquel film y de Batman vs. Superman: El Origen de la Justicia. La presencia de superhéroes atormentados y cuestionados, el uso de cámara en mano y los toques de violencia urbana -y violencia a secas- la emparentan con Watchmen, aunque sin jamás perder su esencia de entretenimiento masivo. Visualmente es similar al trabajo de Frank Miller en las viñetas de El Regreso del Caballero Oscuro, y está alejada del todavía fresco Batman nolaniano… hasta cierto punto: los toques de realismo sucio y la caracterización de Jesse Eisenberg como Luthor, similar a la del Guasón de Heath Ledger (histriónico, perverso), recuerdan a la insuperable Batman: El Caballero de la Noche. Cavill luce más confiado en su rol, y tanto Amy Adams (Lois Lane) como Diane Lane (Martha Kent) están mejor aprovechadas. Pero el foco, desde el vamos, estaba puesto en el nuevo Hombre Murciélago. Con una interpretación exacta, a medio camino de lo hecho en su momento por Michael Keaton y Christian Bale, Ben Affleck despeja toda duda y se erige como el mejor Batman del cine. El suyo es un justiciero entrado en años, cansado, consumido por su terrible pasado, pero en buena forma para volver a las andadas. Jeremy Irons es el Alfred más ácido y recio hasta la fecha, y Holly Hunter cumple en su corta participación. Y está ella, la segunda más observada del elenco después de Affleck: Gal Gadot, quien encarna a Diana Prince/ Wonder Woman (o La Mujer Maravilla). No sólo deslumbra con su presencia sino que, en el tercer acto, casi opaca al dúo protagónico. Sin duda, demostró ser capaz de sostener su propia película, que llegará el año próximo. Más allá de las esperables y colosales persecuciones, peleas y explosiones, la historia habla sobre el hecho de convivir con seres poderosos, Dioses del siglo XXI, y sobre cómo pueden ser salvadores y destructivos, fuera del control humano. ¿Hay que amarlos? ¿Hay que temerles? Las connotaciones religiosas son abundantes, y mencionar la más fuerte sería incurrir en uno de los tantos spoilers que podrían estropear el disfrute. Dejando de lado algunos detalles del guión tirados de los pelos, Batman vs. Superman: El Origen de la Justicia es lúgubre, salvaje y monumental. En medio del tono trágico surgen divertidos toques de humor, y el film deja la puerta bien abierta para lo que será el arribo de la Liga de la Justicia a la pantalla grande.
Desde que el cine irrumpió en estas latitudes, Argentina supo incurrir más de una vez en producciones épicas históricas propias y en relatos gauchescos, con un lenguaje inspirado en los westerns provenientes de los Estados Unidos. La Guerra Gaucha, de Lucas Demare, sigue siendo el pilar de esta clase de films, y se pueden mencionar también Nobleza Gaucha, estrenada en 1915; Pampa Bárbara, de Demare y Hugo Fregonese, quien terminaría filmando westerns puros durante su trayectoria internacional (incluyendo una remake de esta película); Viento Norte, de Mario Soffici; Juan Moreira, una de las obras maestras de Leonardo Favio, y más recientemente, Aballay, el Hombre sin Miedo, dirigida por Fernando Spiner. Ninguno de aquellos exponentes tiene eco en El Movimiento, la propuesta más inusual y arriesgada del subgénero. Siglo XIX, tiempos después de la Revolución de Mayo y de la independencia. Las Pampas están a la deriva, en un interminable ambiente de caos, desorden, peligro y muerte. Por allí va un grupo de hombres, liderados por el “Señor” (Pablo Cedrón), con ideales y ambiciones, que pretenden darle forma a lo que será un nuevo orden en el país. Estos individuos buscan cautivar a la gente con palabras y promesas, pero también son capaces de los actos más atroces en pos de su línea de pensamiento. Luego de Historia del Miedo, el director Benjamín Naishtat se atreve con un film de época, pero conservando la tensión y los climas siniestros de su ópera prima. En este caso, también hay estallidos de violencia seca y dura, donde no falta un sacrificio reventándole la cabeza con una bala de cañón a un pobre vendedor de pan rancio. Una temática áspera, sobre los oscuros manejos del poder, en la que el director se vale mayormente de primeros planos y de una extraordinaria fotografía en blanco y negro, aún más lograda durante las secuencias nocturnas. La banda sonora, a cargo de Pedro Irusta, se aleja de las convenciones esperadas en una película de este estilo, ya que no recurre a instrumentos autóctonos sino a un sintetizador que contribuye a la onda enrarecida. Por el lado del elenco, Pablo Cedrón impone una presencia fiera, tan árida e implacable como aquellos parajes que transita con su tropa. El Movimiento es el gauchesco más audaz y una película que, aun anclada en un período lejano de nuestra historia, no deja de trazar paralelismos con tiempos más recientes.
Por un lado, Agustín (Agustín Rittano), quien vuelve a su pueblo natal, esperando la sentencia por el asesinato de sus propios padres. Por otro lado, Leila (Valeria Blanc), una fugitiva que llega al mismo poblado, también por cuestiones vinculadas a su familia. En aquel contexto de sierras y de calma, será inevitable que ambos terminen conociéndose y que comiencen una relación que lo cambiará todo. Tras La Carrera del Animal, su ópera prima, Nicolás Grosso vuelve con su segundo largometraje. Aquí se centra en dos personajes que huyeron de su entorno (en el caso de Agustín, de una manera más extrema) y que ahora deben quedarse allí y esperar. Una espera que producirá momentos incómodos, de tensión, de violencia. La búsqueda del director pasa menos por el efectismo y más por crear un pequeño drama climático, contemplativo, en donde el pasaje serrano de Córdoba funciona como una especie de Purgatorio para estos seres torturados. Otro logro de la película es el nivel actoral, sobre todo el de la pareja protagónica. Rittano y Blanc logran empatía con el espectador, quien de a poco irá descubriendo más sobre sus personajes. Camino de Campaña podría haberse conformado con ser un thriller, o un drama combinado con thriller, pero Grosso opta por un enfoque menos convencional, más íntimo. Una propuesta que tendrá adeptos y detractores, pero la búsqueda artística sigue siendo atípica y llamativa.
En este apogeo de los superhéroes en el cine, surgieron personajes con más de “super” que de “héroes”. Individuos políticamente incorrectos, que de todas maneras -o por ese motivo- ganan amplia aceptación por parte de los fanáticos. Los torturados protagonistas de Watchmen, el torpe Kick-Ass y los astros de Guardianes de la Galaxia son los ejemplos más reconocidos. Pero ninguno llegó a los extremos de Deadpool, figura principal del comic Marveliano homónimo, y que también ahora se luce en su propia película. Desde los títulos de créditos (donde, por ejemplo, dice que fue “Dirigida por un empleado con sueldo abultado”), se establece el tono de lo que veremos: un gigantesco chiste autoconsciente, de estupenda ejecución, aunque sin jamás renunciar a su condición original de relato de justiciero enmascarado. Wade Wilson (Ryan Reynolds), extrovertido ex militar devenido en algo así como soldado de fortuna urbano, es diagnostica con cáncer. Una enfermedad que, además de matarlo, lo alejará de Vanessa (Morena Baccarin), su gran amor y razón de vivir. La desesperación lo obliga a aceptar la extraña propuesta por parte de una organización secreta: someterse a un experimento que lo curará, además de proporcionarle otras habilidades especiales. Los métodos de la organización, con Francis (Ed Skrein) a la cabeza, resultan devastadores, y terminan dando por muerto a Wade. Pero la mutación da resultado y Wade, deformado, incapaz de volver con Vanessa, pero con su sentido del humor intacto, se calza un traje rojo, adopta el apodo imaginable y sale a darle una cucharada de su propia medicina (bah, unos cuantos disparos o ataques con katanas) a los que le hicieron pasar malos momentos. Desde el primer momento, Ryan Reynolds es el foco de atención. Sus anteriores incursiones en adaptaciones comiqueras constituyen más bien un prontuario: Blade: Trínity, X-Men Orígenes: Wolverine (donde interpretó a Deadpool por primera vez, aunque de modo más pasteurizado) y, sobre todo, Linterna Verde. Pero por fin tuvo su revancha, bien lejos de cualquier atisbo de solemnidad, abrazando un desparpajo que el personaje ya traía de las viñetas. ¿En qué otra película de este estilo vimos al superhéroe siendo sodomizado por su pareja en una escena romántica? ¿O rompiendo la cuarta pared a cada rato, logrando que el espectador se convierta en socio de sus andanzas? El disfrute de Reynolds y la facilidad para reírse a carcajadas de sí mismo y de sus fallidos intentos como enmascarado, es el logro definitivo de la película. Una película de por sí entretenida, con saltos temporales y peleas en las que el director Tim Miller consigue un equilibrio entre la acción y el humor más desquiciado y escatológico. Las cantidades industriales de guiños y homenajes forman parte de esta premisa de burlarse de todos y de todo, y no teme meterse con el mismísimo universo de los X-Men, ya sea dentro de la historia (incluso aparecen dos mutantes para darle una mano a Mr. Pool) o como si lo viera por fuera: cuando Coloso dice que lo llevará con el Profesor X, Wade responde: “¿Stewart o McAvoy?”. ¿Una de superhéroes en clave de comedia? ¿Una comedia con superhéroes? La cuestión es que Deadpool se ríe este subgénero, se ríe de Hollywood, se ríe de los convencionalismos (hasta de la propia historia de amor), siempre con la espectacularidad característica de estos tanques… y con escena postcrédito esperable de un experto en diversión como el Pozo de la Muerte.
Los muñecos pueden ser muy atemorizantes, y el cine supo explotar ese concepto en películas que ya constituyen un subgénero. Chucky es el mayor ícono de la causa (vale repasar su filmografía para recordar su prontuario), y Annabelle se erigió como la diva actual. Además, gran cantidad de exponentes: clásicos olvidados (The Great Gabbo, de 1929, que inspiró aquel personaje de Los Simpson), films de culto (Magia, con Anthony Hopkins), joyitas con tono de fábula (Dolls, de Stuart Gordon) oscuridades canadienses (Pin: El Juguete Peligroso); la saga Puppet Master, a cargo de la productora de bajo presupuesto Full Moon, y Silencio de Muerte, dirigida por James Wan. El Niño es el flamante miembro del staff. Huyendo de un reciente problema sentimental, Greta (Lauren Cohan) llega a una mansión de Inglaterra, donde la espera un trabajo como baby sitter de un niño. Enseguida descubre que Brahms, el niño en cuestión, es un muñeco de porcelana, de rasgos casi humanos; una pareja de ancianos lo considera un reemplazado de su verdadero hijo, muerto en un incendio años atrás. La muchacha será instruida en los cuidados que el “chico” necesita, que incluyen cambiarlo de ropa y leerle. Cuando el matrimonio se va de viaje, Greta deja de cumplir con su tarea (Después de todo, ¿por qué tratar como persona a un ser inanimado?). Pero una serie de extraños episodios comenzarán a inquietarla. Tal vez Brahms no sea sólo un muñeco. Es posible que tenga vida propia. Y sus verdaderas intenciones no son nada amigables. Un puñado de actores (al que se les suma un vecino interpretado por Rupert Evans) le alcanza a William Brent Bell para construir una película de suspenso y terror psicológico, eludiendo la sangre. Sin embargo, aunque el clima conseguido es interesante -mayormente porque Brahms genera escalofríos-, las intenciones del director no toman vuelo debido a que las situaciones se vuelven reiterativas y la narración avanza muy despacio. Un inesperado giro argumental, del que no se puede revelar nada, produce un cambio que resignifica la trama y transforma a la historia en otra cosa… que resulta incluso más divertida y con referencias más que explícitas. Uno de los atractivos es ver a Lauren Cohan en un producto distinto de la serie The Walking Dead, que la tiene como una de las protagonistas. En vez de zombies, ahora le toca lidiar con una única amenaza, y en un contexto diferente (interiores, silencios), pero nunca deja de actuar de manera parecida. Igual, se las arregla para cumplir. Aún con sus imperfecciones, El Niño tiene sus hallazgos y puede integrar el Monte Olimpo de muñecos tenebrosos: ya mostró sus recursos como para seguir haciendo de las suyas en lo que podría ser una nueva saga de terror.