Las mejores historias con mafiosos tienen varios elementos en común: familia, códigos, traición, violencia. 8 Tiros, ópera prima de Bruno Hernández, reúne cada uno de estos tópicos. Luego de permanecer oculto durante años, Juan (Daniel Aráoz) reaparece con un objetivo: vengarse de Vicente (Luis Ziembrowski), su hermano, temible “capo mafia” del que además supo ser su brazo ejecutor. Una revancha en la que Juan aprovechará para poner en su lugar a un puñado de otros personajes oscuros y poderosos, y así deberá resolver un tormento de su pasado. Con una importante trayectoria como humorista en diferentes medios, Daniel Aráoz supo mostrar otra faceta de su trabajo actoral en El Hombre de al Lado, premiado film de Mariano Cohn y Gastón Duprat. 8 Tiros le permite profundizar en esa línea más seria, decididamente alejada del humor, y más cercana a la de un duro de la pantalla, al estilo de Charles Bronson. Un desafío, ya que las escenas en las que conduce una Harley Davidson, como Lorenzo Lamas décadas atrás, podrían haberlo hundido en la parodia, en el chiste involuntario. Pero Aráoz arriesga y gana gracias a una interpretación seca pero medida, lúgubre, sin caer en sobreactuaciones; es creíble incluso cuando entra en acción y corre sangre (y no la suya). Sus compañeros de elenco siguen en esa sintonía, empezando por un Luis Ziembrowski siempre al borde del estallido y un intimidante Roly Serrano en el rol de un político corrupto. Leticia Brédice, en el papel de madama y mujer de Vicente, es quien podría haber estado mejor aprovechada, pero le saca el jugo a sus pocas intervenciones. María Nela Sinisterra es la cara menos conocida de los actores principales, y cumple como una agente de la DEA. También hay roles secundarios, pero significativos, de Alberto Ajaka y Alejandro Fiore. La trama es clásica y remite a la de joyas como Get Carter, con Michael Caine (tuvo una nueva versión en 2000, con Sylvester Stallone). Si bien hay influencias notorias (una secuencia de créditos idéntica a la de Pecados Capitales, por ejemplo), Hernández se las ingenia para no entrar en el juego de los guiños y los homenajes. Por otra parte, el director sabe crear climas sórdidos, con locaciones acordes (fábricas en ruinas, estaciones de servicio semiabandonadas, puentes donde casi no transita ningún vehículo), y el uso del croma en algunas escenas es más que decente. 8 Tiros funciona como un viaje al submundo de las drogas, la trata de personas, engaños y muerte, en el marco de una trama tan sencilla como entretenida, donde los ajustes de cuentas están a la orden del día.
Cuando se estrenó, allá por 1991, Punto Límite se convirtió en más que una película de acción. La historia de Johnny Utah (Keanu Reeves), un agente del FBI infiltrado en una banda de surfers ladrones de bancos, liderados por el carismático Bodhi (Patrick Swayze), presentó una subcultura y, sin abandonar los tiroteos y persecuciones, profundizó en el contenido (la espiritualidad y el compañerismo frente al materialismo) y los personajes, que ya son icónicos. Por supuesto, gran parte del mérito le pertenece a la directora Kathryn Bigelow. ¿Y qué decir de una nutrida banda sonora, compuesta por abundante hard rock del bueno? Un clásico que sigue siendo redescubierto por nuevas generaciones… y que dio pie a Punto de Quiebre, la inevitable remake. La premisa sigue siendo la misma: Utah (ahora Luke Bracey) se mezcla con el grupo de Bodhi (ahora Édgar Ramírez), y aunque estén en distintos lados de la ley, habrá una empatía, o algo así, entre ambos. Pero esta vez los criminales no son surfistas californianos que asaltan con máscaras de ex presidentes de los Estados Unidos (aunque algo de eso hay al principio), sino que todos, incluyendo a Johnny, son especialistas en deportes extremos: surf, snowboard, escaladas y demás. El detective también descubrirá pronto que Bodhi se comporta como un Robin Hood del siglo XXI en relación a ocho peligrosas pruebas que implican desafiar a la naturaleza en todos sus aspectos y parajes. La remake toma los aspectos más superficiales de la original y le suma más acción y más lugares exóticos y riesgosos, al estilo de las aventuras de James Bond. Sin embargo, y aunque el guionista Kurt Wimmer se preocupó en agregar detalles de la historia de los protagonistas, el alma de la película del 91 se perdió en medio de las impactantes proezas físicas. Édgar Ramírez se las ingenia para quedar algo mejor parado que el resto y Luke Bracey es tan inexpresivo como Keanu, pero nunca se produce una química tan sólida como la de Swayze y Reeves en aquella oportunidad. Lo mismo se aplica a los personajes secundarios, empezando por el interés romántico de Johnny (Teresa Palmer, la Kristen Stewart australiana) y Angelo Pappas, inmortalizado por el inefable Gary Busey en el film de los 90 y hoy encarnado por un desaprovechadísimo Ray Winstone. Una película que sí captura lo mejor de Punto Límite, al punto de ser un refrito no oficial (y más logrado), es la primera Rápido y Furioso: los lazos entre los personajes, la adrenalina, la frescura, la onda. De hecho, el director Ericson Core fue director de fotografía de Rápido y Furioso, que tuvo secuelas más en la línea de 007… Todo tiene que ver con todo. Punto de Quiebre se destaca por la espectacularidad y por paisajes bien filmados, pero sacrifica la esencia que hizo único al film de Bigelow y termina siendo un compilado de secuencias de deportes extremos rellenados con clichés. La nueva versión de Punto Límite resultó una copia desabrida y costosa de las recientes andanzas de Toretto y su familia.
“Llámenme Ismael”. Con esa frase empieza Moby-Dick, la voluminosa novela de Herman Melville publicada en 1851. Un clásico de la literatura, que supo ser llevado al cine por John Huston, poco más de cien años después, con Gregory Peck como Ahab, el capitán obsesionado con una terrible ballena blanca. La historia vuelve a la pantalla grande, pero con una particularidad: ahora se trata del relato verídico que inspiró el libro. Ambientada en 1820, En el Corazón del Mar presenta a Owen Chase (Chris Hemsworth), temerario marino que aspira a capitanear su propio barco y ganarse por fin el respeto de la Isla de Nantucket. En su nueva expedición le toca ser Primer Oficial de George Pollard (Benjamin Walker), inexperto Capitán que sólo llegó al cargo por cuestiones familiares. Un vínculo que comienza tenso a bordo de ballenero Essex, pero durante el viaje aparecerán amenazas más grandes y feroces. Para empezar, un cachalote pálido que parece querer hacerles la vida imposible, como el brazo ejecutor de la mismísima naturaleza en su respuesta a los ataques del hombre. El director Ron Howard y Hemsworth venían de trabajar juntos en Rush, excelente film sobre la rivalidad entre los corredores de autos James Hunt y Niki Lauda (Daniel Brühl). Ambos, junto al director de fotografía británico Anthony Dod Mantle, buscan imprimirle a esta epopeya marítima la misma fuerza que a aquella historia ambientada en el mundo de la Fórmula 1. Y lo logran en varias secuencias, sobre todo a la hora de plasmar la caza de ballenas y los ataques del denominado “demonio acuático”. Sin embargo, esta vez no está el guionista Peter Morgan (también responsable de Frost/Nixon, otra de las grandes películas recientes de Howard), y se nota: las relaciones entre los protagonistas y los personajes secundarios, así como las caracterizaciones de cada uno, quedan superficiales, y la mayoría de las escenas intimistas -incluyendo los enfrentamientos que ponen en jaque a la tripulación y las luchas de poderes- no dejan de ser esquemáticas. De todas maneras, el espectador logrará involucrarse con personajes como Chase, el Segundo Oficial Matthew Joy (Cillian Murphy) y Thomas Nickerson (el narrador de lo sucedido, el Ismael original, encarnado por Tom Holland de joven y por Brendan Gleeson en la edad más avanzada), especialmente cuando deben tomar decisiones difíciles para sobrevivir. Hemsworth pone todo en la composición de su rol y, al igual que cuando encarna a Thor en las películas de Marvel, sigue siendo una presencia imponente. Pero ni su trabajo ni el de sus compañeros de elenco sobresalen de lo esquemático. A los navegantes se le suma Ben Whishaw como Melville, en pleno proceso de investigación para su obra cumbre. En el Corazón del Mar (que, de ser filmada décadas atrás, hubiera tenido a Kirk Douglas o a Peter O’Toole entre sus protagonistas) pudo ser mejor de lo que es, pero le alcanza para ser una odisea vibrante y entretenida. Además, permite conocer la leyenda detrás de una ficción que jamás dejará de acechar en las aguas de nuestra imaginación.
Las historias de inmigrantes españoles nunca pierden interés. Todavía hay mucho por indagar allí: relatos de horror, de supervivencia, de exilio, de dejar atrás una vida para comenzar otra. Bien lo sabe Sebastián Deus, director y protagonista del documental Por el Camino de Modesto. El recorrido de Sebastián comienza en Necochea, donde su abuelo, Modesto Deus, vivió hasta su muerte en 1981. Allí escucha sobre su escape de la Guerra Civil Española, pero se trata apenas de la punta de un iceberg más profundo, que el nieto-cineasta se dedicará a explorar en detalle. De aquel paraje costero argentino irá al Viejo Mundo. Primero recala en los pirineos franceses (donde Modesto llegó desde la Península Ibérica en 1938) y luego recorrerá ciudades de España como Barcelona, Madrid, Santiago de Compostela y La Coruña. En cada parada de su recorrido va hablando con especialistas, familiares y antiguos amigos, que le permitirán ir armando una parte crucial, fascinante y hasta entonces desconocida de su árbol genealógico. El de Deus -también responsable de los documentales TV Utopía y El Retorno de Don Luis– es un viaje épico y a la vez intimista y personal. Si bien hay entrevistas (en realidad, charlas en las que él también aparece delante de cámara), elude la mayoría de los tópicos del documental y prioriza un enfoque contemplativo, esquivando las sobreexplicaciones y permitiendo que el espectador adopte su punto de vista. De esta manera, uno va teniendo revelaciones al mismo tiempo que el director, y la puesta de cámara y el uso del sonido (sobre todo, a la hora de evocar los tiempos de guerra) contribuyen a adentrarse en su cabeza. En paralelo a la búsqueda de los orígenes de Deus, la película permite hacer un paralelo entre la España actual y la de décadas atrás; los tiempos de muerte y represión dieron paso a una sociedad que al menos no tiene que padecer el accionar del General Franco. Lejos de quedarse en una cuestión familiar privada, Por el Camino de Modesto funciona como un paradigma de las peripecias de tantos inmigrantes españoles, y de cómo sus luchas nunca serán olvidadas por sus descendientes.
¿Qué agregar sobre la importancia de la saga de Star Wars? Con decir que, a partir de 1977, La Guerra de las Galaxias (a la que luego se le sumó Episodio IV: Una Nueva Esperanza), El Imperio Contraataca (ahora Episodio V) y El Retorno del Jedi (también Episodio VI) cambiaron la historia del cine y de la cultura pop se estaría haciendo una buena síntesis. Sin duda, George Lucas dio en el blanco cuando mezcló mitos antiguos, seriales de ciencia ficción de los 40, westerns y film de samuráis para engendrar una mitología propia, con sus propios héroes, villanos y mundos. Un universo que fue refinando y al que agregó tres películas más, en clave de precuela: Episodio 1: La Amenaza Fantasma, Episodio 2: El Ataque de los Clones y Episodio 3: La Venganza de los Sith. Pero el pionero no siempre es el mejor. Así como Lucas merece un monumento, él debería hacerles monumentos (varios y bien, bien grandes) a quienes mejor supieron ejecutar su gloriosa sinfonía: para empezar, Irvin Kershner y Lawrence Kasdan (director y guionista, respectivamente, de El Imperio Contraataca, aún considerada la mejor), ahora, a J.J. Abrams, responsable de Episodio VII: El Despertar de la Fuerza. Hace mucho tiempo, en una galaxia muy, muy lejana, pero décadas después del final de El Retorno del Jedi, la paz es acechada por un nuevo peligro: la Primera Orden, organización surgida de lo que supo ser el Imperio. El brazo ejecutor es Kylo Ren (Adam Driver), un mortífero individuo de vestimenta negra y máscara, como Darth Vader en su momento, en busca de un mapa que puede conducir a Luke Skywalker (Mark Hamill), desaparecido tiempo atrás. Un clima siniestro, pero aparecerán héroes: Rey (Daisy Ridley), una joven aldeana; Poe Dameron (Oscar Isaac), un piloto de la Resistencia; y Finn (John Boyega), un stormtrooper huyendo de su rol de asesino al servicio de los malos. Y junto a ellos, el regreso de personajes míticos: Han Solo (Harrison Ford), Chewbacca (Peter Mayhew), todavía en el rubro de cazarrecompensas, y Leia (Carrie Fisher), ahora General de la Resistencia. En cuestión de horas, deberán impedir que Kylo Ren obtenga el mapa y que una máquina de guerra, mil veces más grande que La Estrella de la Muerte, acabe con toda la galaxia. Como lograra con las sagas de Misión Imposible y Star Trek, Abrams revitaliza la invención de Lucas gracias a un balance milagroso entre los ingredientes que hicieron únicas a las primeras películas (conecta especialmente con La Guerra de las Galaxias, incluso a la hora de captar la frescura) y un film que se sostiene por sí mismo, sin caer sólo en los guiños para devotos. Su notable estilo visual y su sentido del ritmo se complementan con el guión del muy añorado Kasdan. El resultado: aventura, humor, tragedia griega y la capacidad para entusiasmar y asombrar tanto a los fanáticos más veteranos como a una generación que recién empieza. Los recursos cinematográficos, la preocupación por la historia y los personajes y un trabajo de arte y de maquillaje que privilegia lo artesanal por sobre lo digital humillan a los episodios I, II y III. En aquellas oportunidades, el propio Lucas pretendió contar los orígenes de Darth Vader como verdugo, pero su engolosinamiento con la tecnología digital le nubló los sentidos y no se preocupó en hacer un buen casting para el papel de Anakin, además de no saber dirigir a actores como Ewan McGregor y Natalie Portman. De hecho, Abrams y Kasdan, además de presentar nuevos héroes, sacan a relucir su talento en el desarrollo de un nuevo ícono malvado de la franquicia. Y deteniéndose en el elenco, las jóvenes incorporaciones -bien elegidas y muy bien aprovechadas- encajan perfecto y no tardan en cautivar. Isaac y Boyega ya venían de demostrar su capacidad en otras películas, pero la debutante Daisy Ridley es la verdadera revelación: convincente a la hora de expresar emociones y de luchar contra rivales. Si se la lleva bien, no tendrá techo. BB-8, el nuevo y simpático robot, cumple una función dramática y no es una mera excusa para vender muñecos. Adam Driver demuestra que puede ser un villano a la par de Vader, incluso más complejo y feroz. Siguiendo con el Lado Oscuro, Domhnall Gleeson es como una versión actual de Moff Tarkin (Peter Cushing) y Andy Serkis da otra cátedra de actuación con captura de movimiento, en el rol del verdadero líder de la Primera Orden. Las presencias de Harrison Ford y Carrie Fisher, al igual que Chewie, C-3PO (Anthony Daniels) y R2-D2, funcionan como las anclas principales con la trilogía original. ¿Y Mark Hamill? De eso no se puede dar detalles… Star Wars: El Despertar de la Fuerza toma la esencia pura y dura de esta mitología y la lleva más allá, en una dirección excitante y novedosa, sin darle la espalda a la nostalgia pero tampoco ignorándola. Además, es la prueba de la importancia de un buen guión, no sólo en esta saga sino en toda película, y que para filmar vibrantes e inolvidables secuencias de acción no es necesario hacer un videojuego de dos horas. Sin duda, una de las mejores Star Wars y el comienzo de nuevas grandes epopeyas.
Misticismo, conciencia, naturaleza, búsqueda, maestro, discípulo, esperanza. Son algunos de los términos fundamentales para adentrarse en el universo de Koan, reciente y muy intrigante producción nacional. Por un lado tenemos a Lao (Claudio Giovannoni), un sanador que reside en el sur argentino. Por otro lado está Olkar (también encarnado por Giovannoni), un obsesivo fotógrafo español ahora en Buenos Aires, que viaja a esa parte del país para capturar imágenes de fuerte impacto emocional. Aunque ninguno de los dos tiene parentesco sanguíneo ni se conocen mutuamente, Lao y Olkar son fáciles de confundir. Y no pasará mucho tiempo para que se produzca el encuentro entre ambos; un encuentro que será crucial para la vida de Minervina, una muchacha con una enfermedad aparentemente incurable hasta para Lao. La película fue filmada mayormente en la Patagonia, pero Osvaldo Ponce y Karina Kracoff aprovechan los paisajes respetando la esencia de una premisa anticonvencional, sin caer en postales turísticas. El guión deja un poco de lado la narración clásica y el aspecto visual acapara la atención, de manera que el público pueda ser transportado a una experiencia que incluye momentos oníricos. La cuidada y muy pensada puesta de cámara y la iluminación (Ponce es también el director de fotografía), más la música de Bosques, contribuyen a generar un clima especial. Además, los directores, a través del personaje de Olkar, también reflexionan sobre la fotografía, la luz, la imagen. También aparece el tema del doble, explorado tantas veces desde el cine mudo en films como El Estudiante de Praga y, recientemente, en El Hombre Duplicado, de Denis Villeneuve. Por supuesto, aquí no hay connotaciones siniestras sino que se apuesta más a lo positivo de la unión de estos Otros Yo. Claudio Giovannoni se destaca en ambos roles, haciendo creíbles al curandero y al fotógrafo. Las escenas entre ambos personajes son los puntos más interesantes de la historia. El resto del elenco está compuesto por actores como Coni Marino y Toti Glusman y caras menos conocidas pero funcionales al resultado final. Con un extenso recorrido por festivales, Koan propone algo distinto al cine que se pueden encontrar en cartel actualmente (nacional y extranjero), apostando a la contemplación, a la ensoñación, a la reflexión, y no a los trazos gruesos ni a los golpes de efecto. Una película para descubrir y dejarse llevar.
Desde mucho antes del éxito de las adaptaciones cinematográficas de sus aventuras historietísticas, los superhéroes edificaron su propio Monte Olimpo dentro de la cultura pop. Las referencias a estos justicieros especiales y a sus respectivas mitologías se extienden a otras ramas del arte, como la música, la televisión, la pintura y la literatura. En este último caso, viene destacándose una novela nacional: Kryptonita. El escritor Leonardo Oyola le imprimió a esta creación su sello personal -elementos policiales, fantásticos, códigos y citas a, por ejemplo, Duran Duran o Bon Jovi-, y le agregó referencias específicas, y muy pensadas, del universo de la editorial DC, hogar de Batman, Superman y toda La Liga de la Justicia. Como suele suceder, el libro devino en una película homónima. Parece ser otra noche rutinaria en un hospital del Oeste del Gran Buenos Aires, cuando cae un grupo de personajes tan pintoresco como temible: la banda de Nafta Súper (Juan Palomino), a quien traen herido de gravedad. Al principio, no parece haber esperanzas para este singular personaje al que no se le puede atravesar la piel con jeringas, pero el Tordo (Diego Velázquez) consigue mantenerlo estable. El resto de sus secuaces presiona para que pueda llegar con vida al amanecer, y en tanto, rememora viejas epopeyas y contrincantes todavía al acecho, a la par de que dejan entrever sus verdaderos sentimientos. Todo esto, mientras la policía amenaza con entrar y capturar a quienes resultan ser mucho más que forajidos comunes y corrientes. Siguiendo la línea de Diablo, su debut en el largometraje, Nicanor Loreti cuenta otra historia ambientada en un lugar cerrado, con antihéroes que deben cuidarse entre sí ante la adversidad. Un estilo parecido al de John Carpenter, de quien Loreti es fanático. Pero las similitudes entre una película y otra no se extienden mucho más: mientras que aquella vez el tono era el de una comedia negra salvaje, aquí el enfoque es más arriesgado, ya que mezcla diversos elementos, sin jamás caer en el ridículo. Lejos de la parodia, esta especie de Liga de la Justicia del conurbano bonaerense está mostrada en serio, haciendo hincapié en el corazón y la lealtad de cada integrante. Loreti sabe balancear las escenas intimistas con flashbacks más violentos (acá la impronta es cercana a la de Sin City) y le da un toque exacto (ni frenético ni cansino) a las pocas pero calculadas secuencias de acción y efectos especiales. Y jamás pierde de vista a los personajes, ni siquiera al médico y a la enfermera (Susana Varela) Justamente es el elenco el factor determinante para que el film funcione. Aunque Palomino es la versión criolla de Superman y el corazón del relato, son sus compañeros de elenco quienes más se lucen: Pablo Rago (El Felipe/ Batman), Lautaro Delgado (Lady Di/ La Mujer Maravilla), Nico Vázquez (El Faisán/ Linterna Verde), el roquero Carca (Juan Raro) y Diego Cremonesi, una suerte de Daniel Craig argentino, como el iracundo Ráfaga/ Flash. Por el lado de los de afuera del hospital, Sebastián De Caro interpreta a Ranni, el comisario, y Pablo Pinto es Cabeza de Tortuga, uno de los archivillanos de turno. Y hay tiempo para apariciones de Luis Ziembrowski y Daniel Valenzuela. Kryptonita no es una película de superhéroes sino un policial con referencias al mundo de los comics. De todos modos, al igual que muchas de esas historias que nacieron en viñetas, habla acerca de la unión, la confianza y la amistad, con buenas dosis de heroísmo, y no sólo durante el combate cuerpo a cuerpo. Y además, ¿quién dice que en las zonas marginales no puede haber individuos capaces de volar, capaces de hazañas imposibles, capaces de luchar por lo que es justo?
Cuando se habla de cine negro o film noir, enseguida nos remitimos a clásicos de origen estadounidense y francés, con nombres como John Huston, Billy Wilder, Fritz Lang y Jean-Pierre Melville conformando un Monte Olimpo. Pero Argentina supo y sabe tener sus propios exponentes, y con personalidad propia, sin ignorar pero sin calcar a los referentes. Tal es el caso de Contrasangre. Daniel (Juan Palomino) parece en el ocaso de su carrera y de todo. Luego de una trayectoria como oficial de policía, está a punto de terminar una etapa como guardia de seguridad de un edificio. Para colmo, carga con un fuerte drama familiar. En ese contexto deprimente, conoce a Analía (Emilia Attias), una joven torturada por un trama del pasado y que actualmente está siendo acosada por Julio (Esteban Meloni), un muchacho recién salido de la cárcel. Daniel se obsesiona con ella y querrá ayudarla, sin saber que se meterá en problemas de los que le costará salir. Luego de El Túnel de los Huesos, su ópera prima, Nacho Garassino regresa con un noir clásico: bien provisto de perdedores, mujeres fatales -fatales incluso sin proponérselo- y giros inesperados. La puesta en escena, los climas, los tiempos y la iluminación reflejan un claro amor y un conocimiento por el género. Además, el director aprovecha para mostrar el lado más oculto -y oscuro- de los representantes de la ley y de los programas periodísticos, capaces de lo que sea con tal de desnudar miserias ajenas. Sin embargo, hay situaciones y elementos forzados que pueden provocar desorientación en el público, aunque no logran distraer la atención de una historia contada con buen pulso. Siguiendo la misma línea de su personaje en Diablo, de Nicanor Loreti, Juan Palomino compone a otro antihéroe que, al borde del abatimiento personal, tiene la oportunidad de convertirse en el justiciero que siempre anheló. Un auténtico Charles Bronson latinoamericano, ahora en clave más seria. Esteban Meloni no transmite la dureza que debería emanar su personaje, pero sí es creíble a la hora de interpretar sus tormentos psicológicos. Aun sin descollar, Emilia Attias tiene un magnetismo particular en la pantalla (a la manera de una Angelina Jolie porteña), que debería ser explotado en más películas. También integran el elenco Daniel Valenzuela, Germán De Silva, Sergio Boris y Romina Pinto, en roles pequeños pero cruciales. Sin llegar a ser perfecta, Contrasangre es otro interesante exponente del policial argentino, que en los últimos años fue recuperando la fuerza de décadas anteriores de nuestro cine.
No todas son rosas en las relaciones de pareja. Y ni hablar cuando se llega a la etapa de convivencia. Es allí cuando el reloj marca la hora de la verdad, y así lo comprobarán los personajes principales de Amor, etc. Dib (Alberto Rojas Apel), un músico desocupado, y Lisa (María Canale), una locutora haciendo sus primeras armas en un programa de radio, se mudan a un departamento. Por fin un espacio para ellos solos, donde podrán tener intimidad sin la intromisión de terceros. Pero no será tan fácil. Para empezar, justo en el sector donde Dib tiene la batería, una mancha de humedad se va ensanchando en el cielorraso. En paralelo, surgen quejas de los vecinos por los ruidos (además de llamar “fumón” o “falopero” a Dib sólo con verlo desaliñado), al tiempo que algunos de ellos también enloquecen con sus propios karaokes y ladridos de perros. ¿Algo más? A través del teléfono de línea reciben llamados de personas que buscan a María Eugenia, aparentemente la antigua propietaria, a quien los enamorados nunca vieron. Y si le sumamos que Lisa aún no le contó a su posesiva madre que está viviendo con su novio… Una serie de cuestiones que, durante un año, marcará la resistencia de cada uno. Con humor y drama, la actriz Gladys Lizarazu debuta en la dirección cinematográfica con una historia sobre novios que, al dar un salto decisivo en sus vidas, también deberán hacerse cargo de asuntos que los llevarán a madurar de golpe. Los momentos idílicos de los primeros días chocarán con las responsabilidades que implican sostener un hogar, incluyendo el vínculo con los no siempre tolerantes vecinos. Más allá de algunas dulces escenas románticas, donde Dib y Lisa parecen adolescentes, Lizarazu esquiva los lugares comunes más azucarados y transita por terrenos ásperos, realistas. En esos lugares pantanosos abundan la rutina, el aburrimiento, la desconfianza, la bronca y las peleas. Para que la película caminara debía apoyarse en la capacidad del dúo protagónico, y ahí es donde reside el acierto máximo. Alberto Rojas Apel (habitual colaborador de Ezequiel Acuña, ya sea como actor o guionista) y la siempre estupenda María Canale le dan carne y alma a sus criaturas de ficción, con sus luces y sus sombras, de manera que se vuelven palpables para los espectadores y producen una identificación inmediata. Valiéndose de un lenguaje sencillo, directo y honesto, Amor, etc. habla acerca de las complicaciones que toda pareja atraviesa al convivir y, sobre todo, de lo tortuoso que puede ser el camino hacia la adultez.
La familia, la pérdida, la identidad, el destino. Sin duda, temas recurrentes a la hora de contar una buena historia. Cómo Funcionan Casi Todas las Cosas es un muy buen ejemplo. Cuando muere su padre, Celina (Verónica Gerez) decide dejar su trabajo en una casilla de un peaje semiabandonado de San Juan y comienza a trabajar de lo que hacía su progenitor: vender libros puerta a puerta, o de ciudad en ciudad. Más precisamente, la enciclopedia Como Funcionan Casi Todas las Cosas, que incluye una gran cantidad de consejos para mejorar la vida, como un libro de autoayuda. El objetivo de la muchacha es reunir la cantidad suficiente de dinero para viajar a Italia en busca de su madre, quien la abandonó de niña. De manera que hace a un lado lo poco que tiene (incluyendo a un enamorado) y sale en busca de su pasado, en busca de sí misma. En el camino conocerá nuevos personajes y tendrá importantes revelaciones. La ópera prima de Fernando Salem sigue a Celina en su periplo, que a partir de la segunda mitad deriva en una road movie donde la muchacha compartirá experiencias con una colega de más trayectoria (Pilar Gamboa) y el hijo de ella. La película también se detiene en los personajes secundarios, quienes, al igual que la protagonista, se turnan para abrir cada secuencia contando algo a cámara, además de aportar momentos de humor y dolor. Además de saber equilibrar una serie de sensaciones y tonos, Salem demuestra que sabe sacarle el jugo a las actuaciones, en especial la de la debutante Verónica Gerez; ella debe cargarse la película al hombro, y lo hace con soltura y mostrando un amplio rango de emociones. También se lucen, en sus breves participaciones, Rafael Spregelburd, Marilú Marini, Miriam Odorico y Esteban Bigliardi. Y sería injusto ignorar a los desérticos parajes de San Juan, aprovechados como un personaje más, siempre en función de la historia y evitando mayormente el pintoresquismo que suele aparecer cuando se filma el interior del país (hay algunos momentos de ese tenor, pero puestos de manera muy pensada por el director, con la finalidad de acentuar cierto carácter de fábula). A veces cómica, a veces dramática, generalmente tierna y entrañable, Cómo Funcionan Casi Todas las Cosas es un pequeño pero no menos interesante relato de búsqueda de uno mismo, sin abusar de las contemplaciones, que también permite ver el talento de un nuevo y promisorio cineasta argentino.