Sin importar las atrocidades que cometa, la figura del villano siempre es fascinante. ¿Será porque representa, más que el lado oscuro de uno mismo, una idea de liberación de los instintos primarios que contrasta con el conservadurismo del statu quo? Los motivos que los llevan a ser como son pueden variar, pero cada uno posee un encanto que supera a los justicieros. Este es un factor clave en los cómics con superhéroes, donde predominan los “malos” de las características más exóticas. La editorial DC dio una enorme galería de escorias maquiavélicas. Además de poner en aprietos a Superman, Batman y Flash, entre otros, una buena cantidad de ellos fue reunida en una historieta propia, que los tiene obrando con fines benévolos: Escuadrón Suicida. Y como las andanzas del Hijo de Kryptón y el Hombre Murciélago, también llegaron al cine. Tras los episodios ocurridos en Batman vs. Superman: El Origen de la Justicia, el mundo no es el mismo. El Gobierno debe aprender a lidiar con metahumanos y otros seres que pueden ser tan amigables como destructivos. Bajo la dirección de la oficial de inteligencia Amanda Waller (Viola Davis), se pone en marcha una iniciativa para reunir a los criminales más perversos, sin nada que perder, para que operen en misiones que ningún superhéroe quisiera cumplir. Con la ayuda del militar Rick Flag (Joel Kinnaman), reclutan a Floyd Lawton/ Deathshot (Will Smith), Harleen Quinzel/ Harley Quinn (Margot Robbie), George “Digger” Harkness/ Boomerang (Jai Courtney), Chato Santana/ El Diablo (Jay Hernández), Waylon Jones/ Killer Croc (Adewale Akinnuoye-Agbaje) y Christopher Weiss/ Slipknot (Adam Beach). Se les sumará Tatsu Yamashiro/ Katana (Karen Fukuhara), lugarteniente de Flag. Sin tiempo para presentaciones, deberán aprender a entenderse para combatir contra una repentina amenaza de carácter sobrenatural. En medio de todo esto anda el Guasón (Jared Leto), que reclama a su Harley, sin importar a quienes estorbe con su sola presencia y su extraña risa. Gracias a films como En la Mira y Corazones de Hierro, el director David Ayer tenía experiencia contando historias de antihéroes luchando en un mundo que se cae a pedazos. Acá no se aleja de eso. Los personajes funcionan dentro de una historia que, por su estructura y tiempo (casi toda la acción sucede en muy pocas horas), remite a la de Escape de Nueva York. Como Snake Plissken (Kurt Russell) en el clásico de John Carpenter, los “bad guys” tienen la oportunidad de reducir sus condenas haciendo una buena obra, aunque Waller y los suyos les implantan explosivos por si se les ocurre insubordinarse; he ahí un interrogante sobre quiénes son los más nefastos de la ecuación. Lejos de la simpleza narrativa (aunque no simplista) de la obra carpentereana y de la esencia anarquista natural de Plissken, aquí la búsqueda de actitud pasa a ser la prioridad y resulta forzada. La película consigue tener rebeldía, tener onda, pero por momentos parece encajada mediante fórceps. La banda sonora (con temas de Creedence Clearwater Revival y Black Sabbath, entre otros), y las estridentes presentaciones de cada miembro del escuadrón apuestan al impacto seguro, al efectismo, a la búsqueda de lo “cool”. Ayer no suele incurrir en exageraciones ni en pirotecnia vacía, como tampoco suele descuidar los guiones, pero se sabe que Escuadrón Suicida le fue quitada de las manos y la versión que llegó a las salas no es la que tenía en mente. El principal vehículo para obtener “onda”, y el pretendido atractivo central del film, reside en la pareja conformada por Harley Quinn y el Guasón. La primera, como se preveía desde el primer afiche, permite el lucimiento de Margot Robbie, una actriz que no tiene techo: su mezcla de belleza, carisma y talento interpretativo la están encaminando hacia el Monte Olimpo de los grandes. Jared Leto también juega con su Guasón, un mix del de César Romero de la serie de los 60 con Tony Montana, pero está poco y mal aprovechado. Sus intervenciones son más caprichosas que funcionales a la trama. De todas modos, sería interesante verlo más y mejor en un film contra Batman, donde él sea el villano principal. Sin embargo, las mejores performances vienen por el lado de actores con menos maquillaje. Will Smith compone a Deadshot, el más mortífero y a la vez el más humano del grupo. Logra ser creíble sin forzar la actitud ni el tormento de su personaje. Otro de los puntos fuertes es su relación con Harley (Smith y Robbie venían de hacer estupenda pareja en Focus: Maestros de la Estafa) y con Rick Flag, a cargo del siempre interesante Joel Kinnaman. Mención especial merece Viola Davis, en un rol tan bien llevado como provisto de sorpresas. Por el lado de los más secundarios, Jay Hernández logra destacarse porque El Diablo tiene tantos matices como sus colegas de más peso. Con unas pocas apariciones, Ben Affleck sigue demostrando que es el mejor Batman del cine y el mayor logro de los ejecutivos de Warner en esta iniciativa de crear largometrajes del universo DC interconectados unos con otros. Pese a sus imperfecciones y a la pretensión de simpatía políticamente incorrecta, Escuadrón Suicida se las arregla para seguir funcionando como una entretenida película de aventuras, donde el verdadero villano está escondido de manera astuta (otro punto a favor de la intensa campaña de marketing). Las caracterizaciones de algunos de los personajes y la química entre ellos invitan a esperar más de sus andanzas, lo que seguro sucederá en los films de La Liga de la Justicia que DC ya está preparando. Queda esperar que los directores de estas películas puedan tener más libertad creativa que David Ayer, aunque se sabe que las cuestiones comerciales son más implacables que Encantadora.
En los últimos años la comedia argentina tuvo una importante y necesaria renovación. Estas películas beben de la influencia de la Nueva Comedia Americana, pero sin caer en la mera imitación, evitando el guiño para conocedores y sí adaptando el timing, los tópicos y la esencia a una impronta nacional. Ariel Winograd es parte fundamental de esta reinvención del género. Desde Cara de Queso, su ópera prima, presenta a seres transitando con dificultad la madurez, pero siempre valiéndose de un humor que mira a directores como Judd Apatow, Greg Mottola, Nicholas Stoller y Adam McKay, entre otros, y sin perder el eje de una mirada personal. Su quinta película, Permitidos, confirma sus preocupaciones y su talento. Camila (Lali Espósito) y Mateo (Martín Piroyansky) conforman una joven pareja que recién comienza a convivir. Un noviazgo a prueba de todo, sin duda. ¿Sin duda? Durante una cena con amigos surge una charla sobre una cuestión actual: los permitidos. ¿Con qué famoso tendrías permitida una aventura? Mateo menciona a Zoe Del Río (Liz Solari), la bella actriz del momento. Días después, el muchacho impide el robo a una chica… que resulta ser Zoe, y será el comienzo de una inesperada relación. Por supuesto, no pasa mucho tiempo para que Camila se entere. Su explosión de furia la convierte en un personaje mediático, y anunciará su permitido: Joaquín Campos (Benjamín Vicuña), performer, activista ecológico y galán maduro. No tarda en vincularse con su elección, que parece ser un príncipe de cuento. Sin embargo, Camila y Mateo aún sienten algo el uno por el otro, y deberán tomar decisiones cruciales para rescatar la relación. Impulsos, enredos y equívocos son el motor de una comedia romántica acerca de las relaciones sentimentales en el mundo actual. Un mundo donde proliferan Internet, YouTube, redes sociales, smartphones, emojis, aplicaciones, WhatsApp… Las desventuras de Camila y de Mateo (y la de todos los personajes) están muy influidas por los recursos tecnológicos a la hora de ser descubiertos con sus permitidos o popularizados de manera repentina. Y aquí se desprende otra temática: la imagen que los medios virtuales proyectan sobre una persona y lo que la persona es en realidad, y cómo a veces resulta inevitable aferrarse a la ilusión, a la pose, con tal de obtener determinados objetivos. Todo esto, en medio de gags, romances inesperados, una subtrama policial y otras sorpresas. Martín Piroyansky sigue dejando en claro que es el actor argentino de comedia del siglo XXI. Como Seth Rogen, Jay Baruchel, Jason Segel o Paul Rudd en la factoría Apatow, posee una presencia y unos movimientos que encajan perfectamente en este estilo de películas. Viene trabajando a las órdenes de Winograd desde el comienzo, pero aquí tiene el primer y muy esperado protagónico en su filmografía. Además, las series y películas que dirige (principalmente Voley) permitieron el nacimiento de la denominación Nueva Comedia Argentina, que tiene con qué para consolidarse. Lali Espósito es la gran revelación del film: aunque ya tenía experiencia en programas de televisión con buenas dosis de humor, en esta oportunidad interpreta a una chica real que lidia con problemas extraordinarios, y a partir de allí surgen los momentos graciosos. También es muy convincente en las escenas románticas y dramáticas, señal de que su carrera actoral no conoce límites. Liz Solari y Benjamín Vicuña, los permitidos en cuestión, encarnan a actores delante y detrás de cámara; son pantallas que a veces ocultan algo mejor de lo que parecen, y a veces no. Y al igual que en sus anteriores largometrajes, Winograd sabe exprimir lo mejor de hasta el último actor secundario, como se nota en las breves pero desopilantes intervenciones de Pablo Rago. Permitidos es un nuevo y notable ejemplo de comedia nacional con un dinamismo y una frescura propias de las que llegan de Hollywood, pero estupendamente adaptadas a estas tierras. El desparpajo y la química entre Lali Espósito y Martín Piroyansky es determinante para convertirla en una película divertida, actual y que deja fantaseando con qué famoso querríamos vivir una relación.
Paula (Denise Labbate), la joven criada de una familia acomodada de la ciudad de Pergamino, descubre que está embarazada. Sabiendo que no puede tener al bebé, acude a una clínica para hacerse un aborto, pero el precio es demasiado elevado para sus humildes bolsillos. De a poco comenzará a buscar la manera de recaudar dinero, sin que sus patrones se den cuenta. En paralelo a las desventuras de la protagonista, el director debutante Eugenio Canevari le imprime al relato un estilo cercano al de Lucrecia Martel en La Ciénaga, mostrando las miserias de personas de clase alta en un lugar aislado, donde la ostentación y la pose es más importante que el amor y el respeto hacia el prójimo. La premisa no resulta muy novedosa y el final no tiene un cierre. Así y todo, se rescata el modo en que el director narra evitando ciertos lugares comunes (nunca se pronuncia la palabra “aborto”, por ejemplo) y sobreexplicaciones. Además, contribuye el uso de planos fijos, lo que permite captar el trabajo naturalista de los actores. Sin llegar a ser una gran película, Paula tiene sus méritos y demuestra que las clases más altas suelen ejercer una oscura impunidad.
A poco más de 100 años de ser creado por el escritor Edgar Rice Burroughs, Tarzán nunca precisó de lianas para mantenerse en lo más alto de la cultura popular. El cine contribuyó de manera decisiva para que eso sucediera. Durante los últimos tiempos no tuvo demasiada participación pero siempre estuvo ahí, camuflado entre otros íconos como entre el follaje de la jungla. Al siglo XXI le estaba faltando una nueva versión del personaje, y La Leyenda de Tarzán llegó para ocupar ese espacio. Es 1890, y el otrora Rey de los Monos (Alexander Skarsgård) es John Clayton III, Lord Greystoke, el rol que le correspondía de nacimiento, antes de que sus padres quedaran varados en el Congo y fuera criado por gorilas. Aunque debe convivir con su historia, con su leyenda, está determinado a seguir abrazando su nueva vida en la civilización, bebiendo té y recorriendo sus aposentos junto a su amada Jane (Margot Robbie). Pero surgirá la oportunidad de volver a aquellas peligrosas tierras, en calidad de representante británico del Parlamento. Lo acompañan Jane y George Washington Williams (Samuel L. Jackson), estadounidense veterano de la Guerra Civil, en busca de supervisar la situación de esclavismo por parte de los colonos. El emotivo reencuentro con nativos y mamíferos será breve: pronto descubre que lo estaba esperando Léon Rom (Christoph Waltz), cruel emisario del Rey Leopoldo II de Bélgica, responsable de un plan que incluye entrega, revancha y explotación de los recursos naturales. Lord Greystoke deberá volver a ser Tarzán para salvar a todo lo que ama. Esta nueva encarnación mezcla, de manera satisfactoria, la impronta de las películas estelarizados por Johnny Weissmüller y la de Greystoke: La Leyenda de Tarzán, el Rey de los Monos. Por un lado, aventura, peligro, romance, humor, emoción. Por otro, realismo e introspección cercanas a las de Christopher Lambert en el largometraje de Hugh Hudson. Al igual que en sus telefilms para la BBC y en las andanzas de Harry Potter que dirigió, David Yates le suma elementos de intriga política; presenta los estragos ocasionados por la ambición y la codicia de los monarcas europeos durante sus incursiones africanas, que incluyen la esclavitud de las tribus y el comercio de marfil. Ya desde el argumento se incorpora el impacto de la historia de Tarzán (hasta algunos de los personajes recuerdan la famosa frase “Yo Tarzán, tú Jane”), pero más allá de los guiños para conocedores, evita el homenaje puro y duro y la nostalgia estratégica. De hecho, no cuenta todo otra vez desde cero y sólo recurre a calculados y logrados flashbacks, a modo de recuerdos del protagonista. Los animales son esenciales en estas producciones. Los Tarzanes anteriores interactuaban con fieras de verdad, aunque algunos simios solían ser personas disfrazadas. Ahora, en sintonía con el cine de Hollywood actual, todas las criaturas son digitales. Lejos del abuso del CGI, los efectos especiales se concentran aquí, ya que los deslumbrantes parajes de África son reales y el estilo de Yates sigue siendo mayormente artesanal, de la vieja escuela. Alexander Skarsgård es creíble desde lo físico a la hora de correr, saltar y luchar, y también como un individuo que se debate entre su costado salvaje y su rol de aristócrata. Por su parte, Margot Robbie también compone a una Jane distinta a las de antaño; ya no es una damisela asustadiza sino una mujer temeraria y audaz, que no se deja intimidar por la amenaza. Justamente el enemigo de turno viene representado por Christoph Waltz, quien sigue engrosando su lista personal de villanos elegantes aunque por momentos explosivos. Samuel L. Jackson aporta elementos cómicos, pero no deja de darle a George Washington Williams un aire comprometido y torturado por su pasado. El menos aprovechado es Djimon Hounsou, como el vengativo jefe de una tribu. Aun con sus imperfecciones (una interesante subtrama queda resuelta de modo rápido y desprolijo), La Leyenda de Tarzán es un espectáculo vibrante, con un acertado balance entre escenas intimistas y secuencias impactantes. Una nueva y fresca mirada sobre un ídolo eterno.
La vida y la muerte son temas clásicos de la ficción. Pero la posibilidad de interrumpir la vida mediante una muerte inesperada aunque acordada de antemano de manera profesional, ya es un concepto más extravagante. Es el concepto de Amor por Sorpresa. Jacob (Jeroen van Koningsbrugge) no es un hombre feliz. Desde niño que no demuestra sentimientos, y la muerte de su madre lo lleva a querer ejecutar una decisión tomada: suicidarse. Claro que en su residencia, repleta de servidumbre, se le complica encontrar la privacidad para ahorcarse, dispararse con una escopeta o asfixiarse. Entonces descubre Elysium, una empresa privada que se especializa en lograr que los clientes tengan un buen viaje al otro mundo, utilizando tácticas y momentos que uno puede elegir. Jacob opta por la sorpresa, de manera que el deceso sea inesperado. Minutos después de firmar el contrato, conoce a Anne (Georgina Verbaan), otra aspirante a “viajera”, y la atracción será inmediata. Mientras esperan ser atropellados o algo por el estilo, empezarán a compartir momentos, bailar tango, andar en los carísimos autos del muchacho… El hasta el momento insensible Jacob comienza a sentir apetito por la vida… y ganas de no morir aún, por lo que pide una prórroga a Elysium. No será nada fácil alterar los papeles, así que los recientes enamorados pasarán a estar en problemas que, les guste o no, podrán hacerlos “viajar” cuanto antes. Luego de ganar el Oscar a la Mejor Película Extranjera por Carácter, en 1998, el director holandés Mike van Diem fue tentado por Hollywood. Estuvo cerca de filmar Juego de Espías, que recayó en Tony Scott. Tras una serie de frustraciones, enfocó su talento en los avisos publicitarios. Amor por Sorpresa marca su regreso al largometraje, y con una comedia romántica que, más allá de algunos elementos esperables si esta película se hubiera hecho en los Estados Unidos (golpes, disparos, persecuciones), posee un tono melancólico que la vuelve entrañable. La premisa remite a Al Filo de la Muerte (título argentino de The Game, de David Fincher), a la nacional La Corporación, a cargo de Fabián Forte, con algo de Los Agentes del Destino. Sin embargo, la película de van Diem se sostiene por sí misma, y también es convincente durante las escenas dramáticas. Con una apatía que no esconde ternura, Jeroen van Koningsbrugge hace querible a Jacob. Su inexplicable carisma le sirve para conquistar a Anne y al espectador, como un James Stewart de los Países Bajos. Georgina Verbaan funciona como su complemento ideal, y el resto del elenco no desentona en el código que maneja la película. Amor por Sorpresa no llega a ser una obra maestra y la resolución queda forzada, pero le alcanza para dejar pensando en cómo el amor se puede imponer a la muerte.
Max (Richard Berry, también director del film), Paul (Daniel Auteuil) y Simon (Thierry Lhermitte) son tres mejores amigos. Tienen más de cuarenta, vidas distintas entre sí, pero nunca pierden la oportunidad de reunirse para comer, charlar, reír. Pero durante una de las cenas pautadas, Simon llega tarde a lo de Max, en estado de shock, diciendo que acaba de estrangular a su mujer. De ahí, horror, desconcierto y reflexiones acerca de la amistad, la madurez y, sobre todo, las mujeres. Basada en la exitosa obra teatral de Eric Assous (habitual guionista de Berry), la película forma parte de la tradición de comedias francesas, que tiene como antecedentes cercanos La Cena de los Tontos y El Placard, también nacidas en las tablas. Auteuil y Lhermitte son vitalicios de estos films, y no podían faltar en esta oportunidad: la química entre ellos y Berry es el pico más elevado de esta historia. Cada uno de sus gestos y de sus diálogos vale el precio de la entrada. No pretende ser más de lo que es, pero le alcanza para cautivar a un público dispuesto a reírse pero también a pensar.
Perturbador. Esa es la mejor manera de definir el cine de Valentín Javier Diment. Beinase: El Sentido del Miedo y El Propietario, hechas para televisión, ya daban muestras de una mente desquiciada, que no teme mostrar el costado más tenebroso de nosotros mismos, y eso se extendió a La Memoria del Muerto, su debut como director de largometrajes. Incluso sus documentales Parapolicial Negro y El Sistema Gorevisión entran en la categoría de perturbadores. Estas producciones, así como sus trabajos como coguionista junto a Fernando Spiner y Nicanor Loreti, son de muy buen nivel. Pero El Eslabón Podrido es su opus más extremo y devastador. En una pequeña población, Raulo (Luis Ziembrowski), un hombre con retraso mental, se dedica a cortar leña para venderla entre sus vecinos. A su vez, Roberta (Paula Brasca), su joven hermana, es forzada a prostituirse. Ambos son hijos de Ercilia (Marilú Marini), una señora mayor que ve venir el final de su vida. Los tres tienen una relación cálida, auténtica, que contrasta con el nivel de desquicio de quienes tienen alrededor. Pero todo cambiará cuando Sicilio (Germán De Silva), el lugareño más despreciable, vea la oportunidad de dar rienda suelta a todo lo que siempre quiso hacer con Roberta. Violaciones, sangre y muerte son sólo algunos de los ingredientes de esta gloriosa exhibición de atrocidades. La película tiene un comienzo impactante y las situaciones y los personajes no hacen más que empeorar, llegando a un tercer acto de puro frenesí. Bien vale destacar que cada exceso, lejos de ser gratuito, funciona en el marco de una historia bien construida y excelentemente actuada. Ziembrowski, actor fetiche de Diment, se luce en un papel que inspira ternura (de hecho, es el más humano de quienes pueblan ese microcosmos tan desagradable), aunque las circunstancias lo empujan a tomar medidas nada simpáticas. No menos impresionante es la labor de Brasca, De Silva y, sobre todo, Marilú Marini, que también logra hacer querible lo que podría haber quedado en un estereotipo. El Eslabón Podrido permite que Diment vuelva a revelar la mugre de lo que conocemos como condición humana.
Las películas con cantantes o bandas -en varios casos, fenómenos pasajeros- son habituales en todo el mundo. Resultan estupendos negocios desde lo musical y lo cinematográfico, no tanto por la calidad como por las recaudaciones. En Argentina sucedió con Sandro, Palito Ortega, Leonardo Favio (en su faceta de vocalista), Leo Dan… Si bien son largometrajes por encargo, donde la meta principal pasa por romper la taquilla, surgieron algunas perlitas, como las que dirigió Emilio Vieyra con Sandro (Gitano, por ejemplo) y la saga “Del Amor”, a cargo de Adolfo Aristarain. El nuevo exponente del subgénero es Violetta, la joven cantante que Martina “Tini” Stoessel interpretó en el programa homónimo de Disney Channel, emitido entre 2012 y 2015. El suceso fue tal que trascendió la pantalla chica y Tini salió de gira por todo el mundo, entonando los hits que enloquecieron a millones de seguidores. En este momento, Stoessel está dejando de lado el personaje para centrarse en una etapa más madura. De eso se trata Tini: El Gran Cambio de Violetta. Luego de una intensa maratón de recitales, Violetta vuelve a su hogar, pero no es una persona feliz: siente un desgaste importante, la presión por parte de su representante es intolerable, y se entera de que León (Jorge Blanco), su novio y también estrella pop, la está engañando con otra. Dolida, decide cancelar la grabación de su próximo disco y se encierra en sí misma. Está triste, harta del negocio discográfico y de la vida. Entonces el padre (Diego Ramos) le ofrece la posibilidad de pasar un tiempo en una residencia para jóvenes artistas ubicada en Italia; un lugar donde, además, solía ir la madre. Allí encontrará cariño, buena onda por parte de Isabella (Ángela Molina) y de otros jóvenes residentes, y también conocerá a Caio (Adrián Salzedo), un pescador de la zona y bailarín en potencia. Será la oportunidad perfecta para que Violetta pueda descubrir más sobre su pasado y, en especial, sobre sí misma. El esquema no se aleja del de otras películas de este estilo: lucimiento de la estrella, personajes secundarios simpáticos (salvo uno: la chica arrogante que quiere quedarse con León), ternura, romance, unas gotas de drama, canciones, alegría, optimismo… Aún así, tiene sus hallazgos y cierta originalidad, cierto riesgo. En vez de ir a lo seguro y hacer un compilado de grandes éxitos del programa y de los más exitosos números musicales, la producción se orientó a mostrar la evolución de Stoessel como artista; Tini va dejando atrás a Violetta, así como la dulce adolescente va dándole paso a la mujer. En sintonía con ese concepto, no hay explosiones de colores (predominan blancos y tonalidades claras y sobrias en general) y casi todas las canciones son de carácter romántico y reflexivo. El director Juan Pablo Buscarini (con sólida experiencia en films para la familia, pero que no le toman el pelo al espectador) aprovecha los paisajes mediterráneos y se encarga de potenciar la belleza de la protagonista, que de por sí tiene ángel. Entre los actores de reparto, Diego Ramos aporta lo suyo como Germán, el progenitor de la chica, pero quien llama la atención de los espectadores mayores es la española Ángela Molina, la mítica intérprete de Las Cosas del Querer, quien hace gala de presencia y carisma en sus pocas intervenciones. Tini: El Gran Cambio de Violetta no deja de ser lo que es, pero tiene todo para contentar a los fanáticos del personaje, quienes hasta se emocionarán por el cierre de una etapa y el comienzo de otra en la carrera de una artista que, con seguridad, no dejará de crecer.
Aun en el siglo XXI, es inevitable seguir pensando si de verdad existe el destino. En caso de que la respuesta sea afirmativa, ¿es posible que dos personas puedan estar ligadas, sin importar los obstáculos ni los dilemas que eso pueda acarrear? Ese es el terreno por el que transita El Hilo Rojo. Manuel (Benjamín Vicuña) y Abril (María Eugenia Suárez) se conocen durante un vuelo a España. Él es un tímido aspirante a enólogo; ella, una joven azafata. La atracción entre ambos es inevitable y terminan a los besos. Pero al llegar al aeropuerto español, se separan y no vuelven a verse… hasta varios años más tarde. Ahora Manuel es un reconocido especialista en vinos, casado con Laura (Guillermina Valdés) y padre de la hija de ambos. Por su parte, Abril tiene una hija que va a jardín de infantes y está de novia con Bruno (Hugo Silva), un músico y productor discográfico. Manuel y Abril coinciden en un viaje a Cartagena, Colombia, donde la relación volverá a empezar, y con fuerza y pasión. Lejos de poder disfrutarlo del todo, deberán lidiar con conflictos íntimos, ya que no quieren abandonar sus respectivas familias. Eso no impide que el fuego que los une deje de crecer. El éxito para toda película de estas características reside principalmente en la química entre la pareja protagónica. Y ahí es donde no falla. Como en Abzurdah (también dirigida por Daniela Goggi), María Eugenia Suárez cautiva con su sola presencia y es el espíritu del largometraje. Su belleza, sus movimientos, sus diálogos, su sensualidad natural, su talento como actriz, hacen que cada una de sus apariciones valga la pena y le dan cuerpo a esa muchacha y sus sentimientos. Benjamín Vicuña también hace creíble a un personaje de perfil bajo, pero dispuesto a dejarse llevar por sus deseos. Las escenas que comparten le dan forma a un drama romántico con pocas pero buenas dosis de erotismo, donde el desempeño actoral genera todavía más excitación que la cantidad de piel mostrada en pantalla. El film tampoco incurre en juicios, de manera que no toma partido ni por uno ni por otro, y evita los lugares comunes de las historias de infidelidades. Daniela Goggi vuelve a demostrar que tiene un muy buen manejo de los momentos tiernos, lacrimógenos y ardientes, que acompaña con un timing y un estilo visual propio de las producciones independientes y series que llegan de los Estados Unidos. Se nota en las secuencias ambientadas en Cartagena, donde sabe utilizar las locaciones sin caer en el exotismo for export. Si bien les saca el jugo a los protagonistas, la directora desaprovecha al español Hugo Silva y no explota lo suficiente a Guillermina Valdés, aunque se las arregla para permitir el lucimiento de Leticia Siciliani como la amiga azafata de Abril. A El Hilo Rojo se le pueden objetar cuestiones y detalles (sobre todo, en cuanto al guión), pero lo primero que tiene que funcionar, funciona, y deja pensando en cómo muchas historias de amor no siempre son cómodas e ideales.
Cuando se estrenó Ocho Apellidos Vascos, nadie pudo prever que se convertiría en el film más taquillero de España, superando a tanques de Hollywood. La secuela no se hizo esperar y repitió el éxito. Ocho Apellidos Catalanes retoma a los personajes principales de la anterior: Rafa (Dani Rovira) y Amaia (Clara Lago), quienes ya no están juntos. Rafa sigue su vida como camarero en Sevilla, pero volverá a preocuparse por su ex cuando Koldo (Karra Elejalde), otrora suegro, le avisa que la muchacha está por casarse en Barcelona. Viajan a esa ciudad para impedir el casamiento, pero se topan con una situación más compleja. Pau (Berto Romero), hipster y futuro marido de Amaia, armó en su pueblo una farsa para hacerle creer a su abuela, Roser (Rosa María Sardá), que Cataluña se independizó y que es potencia mundial, y supuestamente la boda será la primera a realizarse en la naciente patria. Rafa, Koldo y la recién llegada Merche (Carmen Machi) se suman al engaño, mientras nuestro antihéroe romántico buscará reconquistar a su gran amor. En la línea de la primera parte, el tono de comedia blanca esconde una mirada ácida sobre la España actual y la tensión entre regiones. Hay enredos por doquier y gags imparables, aunque el guión se pone demasiado rebuscado y la estructura básica termina siendo similar a la de la anterior. Sin embargo, el carisma de los protagonistas -principalmente, el de Dani Rovira- alcanza para llevar adelante la película. Aún sin ser muy inspirada, Ocho Apellidos Catalanes sigue siendo divertida y ayuda a consolidar una saga. ¿De dónde provendrán los próximos ocho apellidos?