Si se trata de dramas realistas, intensos, perturbadores, pero siempre muy humanos, imposible eludir a los hermanos Jean-Pierre y Luc Dardenne. Oriundos de Bélgica, consiguieron la Palma de Oro en Cannes, primero con Rosetta y más tarde gracias a El Niño. Dos Días, una Noche se centra en Sandra (Marion Cotillard), una empleada que, tras un tiempo de licencia, quiere volver al trabajo. Pero descubre que ya no es prioridad para sus jefes. De hecho, le comunican al resto de los empleados que, para que ella pueda conservar su puesto, deberán renunciar a una prima de 1.000 euros. La acostumbrada cámara inquieta de los Dardenne acompaña a Sandra en su lucha por mantener el trabajo y su relación con los compañeros, quienes de pronto están envueltos en un dilema moral. Y Sandra no tendría cuerpo y alma si no fuera por otra enorme labor de Marion Cotillard, capaz de trasmitir vulnerabilidad y fuerza; un ser que, pese a sus tormentos, sale a luchar como una leona. Sin estar a la altura de las mencionadas Rosetta, El Niño y otras de sus gemas, los Dardenne vuelven a lograr en Dos Días, una Noche otra película que pone a prueba al espectador y lo deja pensando y discutiendo.
El thriller siempre tuvo su lugar en el cine argentino. Durante diferentes épocas, directores de la talla de Carlos Hugo Christensen, Román Viñoly Barreto (uruguayo, pero que trabajó mucho en Argentina), Adolfo Aristarain y Fabián Bielinski supieron dar los mejores exponentes del género. Más recientemente, se destacan las adaptaciones de novelas de Claudia Piñeiro, empezando por Las Viudas de los Jueves. A esa tradición se le suma Pájaros Negros. Víctor (Luciano Cazaux) va muy bien en su trabajo como arquitecto y ama a su pequeña hija, pero no es feliz. Advierte que María (Martina Perret), su mujer, se muestra muy inquieta y esquiva, y sale sin decir adónde va. ¿Lo estará engañando? Pronto descubrirá que se está viendo con un tal Juan Cruz (Marcelo Sein), que también la golpea. Víctor se irá obsesionando más y más, al punto de querer recurrir a la violencia cuando se entera de que Juan Cruz anda detrás de la niña. Todo esto, ante la presencia de unos misteriosos pájaros negros que dan vuelta por los alrededores, como si realmente supieran qué está sucediendo. La ópera prima de Fernando “Fercks” Castellani comienza como una historia de infidelidad, pero va mutando en un film noir y finalmente desemboca en un siniestro descenso a los infiernos al estilo de El Maquinista. Desde lo temático, tiene puntos en común con Placer y Martirio, de José Celestino Campusano: presenta la contracara de las clases más pudientes (buena parte de la acción también transcurre en Puerto Madero), pero en vez de focalizarse en la mujer adúltera y perturbada, se centra en el marido que comienza a advertir que la relación está en punto muerto. Luciano Cazaux es quien lleva adelante la película y uno de los puntos más altos. Este actor es visto mayormente cubriendo papeles secundarios y, por el lado del cine, fue aprovechado en Regresados, de Flavio Nardini y Cristian Bernard, donde hacía de un eterno enamorado de su ex compañera de la secundaria. Su interpretación de Víctor -intensa, pero en su punto exacto- le permite ser convincente como un hombre común desembocando en lo más bajo de su propia mente. Los recursos cinematográficos de Castellani ayudan a plasmar su deterioro personal. Además de Perret y Sein, también forman parte del elenco Juan Manuel Alari, Juan D’Andre, Emma Spataro, Jorge Booth y, en papeles chicos pero vistosos, Carlos Kaspar y Tomás Fonzi. Pájaros Negros es un muy digno thriller de suspenso, que incluye momentos de tensión y giros desconcertantes. Para prestar atención a cada detalle.
Nadie entiende el género fantástico como Guillermo del Toro. En su obra (que además de películas incluye libros y videojuegos) plasma mundos y criaturas que ya son parte del imaginario colectivo. No hay subgénero o tópico que le impida desplegar su capacidad visual y narrativa: vampiros (Cronos, Blade 2, las novelas y la serie de The Strain), fantasmas (El Espinazo del Diablo), insectos mutantes (Mimic), demonios (Hellboy y su secuela), cuentos de hadas (El Laberinto del Fauno), monstruos godzillianos (Titanes del Pacífico). A la manera de La Leyenda del Jinete sin Cabeza, de Tim Burton (ambos directores se parecen bastante, sobre todo a la hora de cuidar a sus monstruos), La Cumbre Escarlata representa su incursión en el terror gótico. Edith Cushing (Mia Wasikowska), una joven aspirante a escritora, conoce a Thomas Sharpe (Tom Hiddleston), un caballero británico venido a menos que acude a su padre (Jim Beaver) con el fin de obtener apoyo financiero para maquinarias. Cuando el progenitor muere (asesinado, aunque es hecho pasar por accidente), Edith fortalece su relación con Thomas y se mudan a Inglaterra, más precisamente a Allerdale Hall, una residencia otrora lujosa pero ahora derruida. Allí vivirán con Lady Lucille (Jessica Chastain), su enigmática cuñada. Durante los días y las noches en aquel paraje, donde el terreno de arcilla tiñe de sangre a la misma nieve y amenaza con tragarse entera la vivienda, la muchacha comenzará a ser acechada por fantasmas desagradables, torturados, que buscan advertirla del verdadero mal que ya está atentando contra su vida. Desde el minuto cero, Del Toro homenajea a los films de la productora inglesa Hammer, en donde Drácula y Frankenstein deambulaban por castillos, estelarizados por Christopher Lee y Peter Cushing (el apellido del personaje de Wasikowska no es casual), y a los de la American Internacional Pictures de principios de los 60, que consistían en adaptaciones de cuentos de Edgar Allan Poe dirigidas por Roger Corman y generalmente encabezadas por Vincent Price. De hecho, la película bien podría ser relacionada con dos cuentos específicos de Poe: La Caída de la Casa Usher y La Máscara de la Muerte Roja. Dentro de ese pantano de influencias, el director emerge con su creación más perversa y salvaje, ya que incluye escenas de sexo (nada común en su filmografía) y violencia gráfica, a niveles sangrientos. Otro link a la Hammer. Por supuesto, el realizador mexicano también agrega elementos familiares de su cine: lepidópteros, maquinarias, personajes que se debaten entre dos mundos. Para crear un ambiente tan elegante como tétrico, Del Toro se valió de soberbios trabajos de arte y fotografía, a cargo de Brandt Gordon y de Dan Laustsen, respectivamente. Un barroquismo que por momentos amenaza con devorarse el guión y los personajes… aunque tal vez esa haya sido la intención: generar un ambiente peligroso, avasallante. Jessica Chastain se apodera de la escena en cada una de sus intervenciones, opacando por momentos a Hiddleston como galán fino y atormentado y a una Wasikowska menos frágil de lo que parece. Bastante desaprovechado aparece Charlie Hunnam en el rol de Alan, el pretendiente original de Edith y descubridor de los oscuros planes de los hermanos Sharpe. Y al igual que en otros trabajos del director, Doug Jones vuelve a encarnar a seres no humanos; en este caso, algunos de los espectros que acosan a la protagonista. Volviendo a Chastain, pese a la importancia del color rojo (escarlata) en la trama, aquí luce pelo negro, como en la también fantasmagórica Mamá, producida por Del Toro. Sin elevarse a la categoría de genialidad, La Cumbre Escarlata es un estupendo tributo al terror gótico, aunque también se sostiene por sí mismo. Guillermo del Toro vuelve a su faceta más intimista, como en Cronos, El Espinazo… y El Laberinto…, pero con el despliegue de producción que sus incursiones hollywoodenses. Una película para ver a la luz de las velas (velas en candelabros, por supuesto), como todo cuento clásico de miedo.
Proeza, revolución, asombro. En esos tres conceptos residen las obsesiones de Robert Zemeckis. Basta con chequear algunos ejemplos de su filmografía: el fervor que generan Los Beatles cuando tocan en El Show de Ed Sullivan (I Wanna Hold Your Hand), la escritora que se vuelve parte de la aventura (Tras la Esmeralda Perdida), viajes en el tiempo (trilogía de Volver al Futuro), dibujos animados que conviven con los humanos (¿Quién Engañó a Roger Rabbit?), pociones de la eterna juventud (La Muerte le Sienta Bien), interacciones con vida extraterrestre (Contacto), la presencia de entes sobrenaturales (Revelaciones y Los Fantasmas de Scrooge), la supervivencia en condiciones extremas (Náufrago), el chico que conoce a Papá Noel (El Expreso Polar)… En la Cuerda Floja tampoco escapa a esas constantes, y ahora el director las lleva a lo más alto. A fines de los 60, Philippe Petit (Joseph Gordon-Levitt), un joven malabarista callejero de París, tiene un único objetivo: cruzar las por entonces novedosas Torres Gemelas del World Trade Center, en Nueva York, desde lo más alto, haciendo equilibrio sobre una cuerda floja. Decidido a concretar su meta, y junto a un grupo cada vez más numeroso de colaboradores, se irá perfeccionando durante años: colecciona noticias y datos de las torres, practica sin parar, hace un importante ensayo sobre la Catedral de Notre Dame, viaja a los Estados Unidos, saca fotos, sigue investigando, sigue practicando… hasta llegar al 7 de agosto de 1974, el momento de jugarse por su tan anhelado deseo, dispuesto a desafiar al mundo y a sí mismo. Basada en la hazaña del verdadero Petit (que supo inspirar su autobiografía To Reach the Clouds y el excelente documental Man on Wire), la película no sólo muestra la pasión y la dedicación de un artista para cumplir su sueño; es una oda a la pasión y a la dedicación en pos de un sueño a secas (sea uno artista o no), y de cumplir un sueño que puede consistir en cualquier otra cosa. Zemeckis destaca la importancia del trabajo en equipo -Petit fue ayudado por amigos y aliados anarquistas que se fueron sumando- y de un mentor, encarnado por Ben Kingsley. Elogia el valor de la perseverancia y de arriesgarse no sólo por una búsqueda de gloria mundial y eterna sino de autosuperación, aunque eso implique desafiar a la ley, a todas las convenciones. Otro de los puntos fuertes es el protagonismo de las aquí recreadas Torres Gemelas. Si bien quedaron en la historia por el atentado del 11 de septiembre de 2001 (que continúa inspirando largometrajes, siempre de corte dramático y oscuro), el film rescata un episodio positivo que las tuvo como escenario y glorifica su leyenda, desmarcándola un poco de su estigma como símbolo del golpe mortal recibido por la nación más poderosa. Por supuesto, la secuencia clave es el acto de Petit. Zemeckis le saca provecho a la tecnología 3D y consigue imágenes impactantes, de puro vértigo y emoción, para que el espectador sienta que está acompañando bien de cerca al intrépido Philippe. Una vez más, las composiciones de Alan Silvestri potencia la destreza visual y narrativa del realizador de Forrest Gump. Un muy caracterizado Joseph Gordon-Levitt da en el blanco con su interpretación del personaje principal: alegre, carismático, ambicioso, y algo propenso a la locura más obsesiva. De hecho, él mismo hace de narrador de la historia, cual presentador del más riesgoso y épico show circense. Además de Kingsley, integran el elenco secundario Charlotte Le Bon como la novia de Petit y un nutrido plantel masculino, entre los que sobresalen Clément Sibony y James Badge Dale. En la Cuerda Floja es proeza, es revolución, es asombro. En definitiva, es Robert Zemeckis.
Entre los recursos cinematográficos, ninguno genera tanta fascinación como el plano secuencia. El seguimiento de una acción sin cortes, durante un tiempo prolongado, permite una fluidez y un realismo que difícilmente se logre de otra manera. Su elaboración también requiere de una importante destreza técnica por parte de los cineastas, pero no pocos supieron sacarle provecho y crear secuencias de antología: de Orson Welles a Alfonso Cuarón, pasando por Stanley Kubrick, Andrei Tarkovski, Brian de Palma y Gaspar Noé, entre otros. Y hasta fueron apareciendo películas enteras contadas así. En Festín Diabólico, de 1948, Alfred Hitchcock falseó el único plano secuencia debido a que los rollos de fílmico duraban hasta 10 minutos, con resultados impresionantes. Más adelante, Andy Warhol desafió al público con un único plano del Empire State en Empire. El surgimiento de las cámaras digitales permitió más films fieles a esta impronta, sin recurrir a trucos, como Timecode, de Mike Figgis; El Arca Rusa, a cargo de Aleksandr Sokurov, y la uruguaya La Casa Muda. En los últimos tiempos, Birdman, de Alejandro González Iñárritu, se convirtió en el ejemplo más reconocido y premiado. Un nuevo exponente llega de Alemania, y en su vertiente más frenética: Victoria. Victoria (Laia Costa), joven madrileña, baila en una disco de Berlín, se divierte, goza, pide un trago, en la puerta conoce a un grupo de muchachos, hacen chistes, conversan, se van, siguen hablando en las calles, en una terraza, ríen, beben, fuman, siguen hablando, y llega la hora de despedirse y Victoria llega a la cafetería donde trabaja pero ellos vuelven porque la necesitan para una misión muy importante; ella va y resulta que la “misión” es el robo a un banco, deben hacerlo sí o sí por una deuda y van a ejecutar el robo y… Con un estilo vertiginoso, el director Sebastian Schipper consigue un film que comienza como una versión marginal -y siglo XXI- de Antes del Amanecer, de Richard Linklater, y deviene en una del subgénero de atracos bancarios, donde las consecuencias suelen ser las peores. Todo contado en un único plano sin cortes ni trucajes; un ejercicio de precisión que evita las florituras y nunca descuida lo que está contando. Las grandes islas de diálogos del principio no resultan vacías sino que sirven para que los personajes se conozcan (y sean conocidos por los espectadores): gracias a niveles de información tan calculados como la puesta de cámara, podemos descubrir que tanto Victoria como sus flamantes amigos quieren escapar de un pasado tortuoso que, en el caso del grupo, los perseguirá sin tregua. La española Laia Costa se consagra como un nuevo talento a tener en cuenta. Sabe darle carnadura a su papel, con apenas pinceladas, y la búsqueda estética de Schipper favorece su lucimiento actoral y el de sus compañeros de elenco. Victoria no se conforma con ser el prodigio técnico de la temporada y resulta la más fresca, intensa y audaz representación cinematográfica de las vivencias de estos jóvenes empujados hacia la violencia. Sin una historia ni personajes sólidos e interesantes, la película no hubiera podido sostenerse sin importar cómo la filmaran. Ni siquiera el decaimiento del ritmo sobre el final estropea una experiencia vibrante.
De los planetas de la Vía Láctea, ninguno es tan popular como Marte, y el cine es una muy buena prueba de ello. En los 50, mayormente, seres de ese planeta invadieron la Tierra (conocida metáfora del temor de los Estados Unidos a ataques por parte de la por entonces Unión Soviética, durante la Guerra Fría). Pero también el hombre viajó hacia aquel territorio, con diversa suerte. Robinson Crusoe en Marte, de 1964, es un interesante y poco recordado ejemplo. Paul Verhoeven ambientó allí buena parte de El Vengador del Futuro, y entre 2000 y 2001 llegaron Misión a Marte, de Brian de Palma; Planeta Rojo, con Val Kilmer, y la muy divertida Fantasmas de Marte, dirigida por John Carpenter. La escasa repercusión de estos últimos films en la taquilla (a los que se le puede sumar John Carter: Entre dos Mundos) impidieron más expediciones cinematográficas a aquel punto del Cosmos. Basada en la novela de Andy Weir, Misión Rescate es la nueva oportunidad, y de la mano del irregular aunque arriesgado Ridley Scott. Tras una fuerte tormenta que casi lo mata, el astronauta Mark Watney (Matt Damon) queda varado en Marte. Sus colegas de la tripulación partieron, creyéndolo muerto, y la NASA hasta anuncia su deceso. Sin embargo, Mark posee los conocimientos y el ingenio para mantenerse con vida durante los meses -años, de hecho- que tardarían en volver por él; la voluntad y las ganas de solucionar su pequeño inconveniente son más poderosas que cualquier sentimiento de pesimismo. Mientras cultiva papas usando excrementos como materia fértil, logra comunicarse con la NASA, que comienza a asesorarlo mientras evalúan cómo traerlo de nuevo a la Tierra. Teniendo en cuenta la carrera de Scott (al menos, en su faceta más épica y seria), se podía esperar una superproducción con altas dosis de solemnidad, en la línea de Náufrago, de Robert Zemeckis. Sin embargo, y lejos de renunciar a la historia de supervivencia, el tono es inusual y arriesgado. Tanto por el lado de Watney en Marte como por quienes tratan de salvarlo, predominan chistes, pasos de comedia y hasta bromas internas (una involucra a la trilogía de El Señor de los Anillos y a Sean Bean, quien actuó en La Comunidad del Anillo). Otra prueba del pulso descontracturado del film reside en la banda sonora, con temas disco de Donna Summer y ABBA, entre otros, y de Bowie (no el más evidente, pero anda por ahí). A pesar de todo, en ningún momento cae en el ridículo ni atenta contra la tensión y el interés, y contribuye a mostrar la humanidad de los personajes: los astronautas no son figuras inalcanzables que sólo saben estar concentrados y apretando botones. Y cuando llegan las escenas dramáticas, siguen siendo muy sólidas. La actuación de Matt Damon contribuye a hacer verosímil el arriesgado estilo, que ya figuraba en el libro de Weir. Jeff Daniels interpreta al director de la NASA, que quiere salvar a Watney aunque no puede ir en contra del protocolo de la corporación. Jessica Chastain tienen las líneas más dramáticas, y aunque se la ve poco en pantalla, nunca deja de destacarse, lo mismo que Kristen Wiig, Chiwetel Ejiofor y Michael Peña. Misión Rescate forma parte de las recientes aventuras espaciales que viene estrenando Hollywood desde hace unos años. Pero, a diferencia de Gravedad y de Interestelar, opta por un enfoque menos angustiante y lacrimógeno y sí más divertido. Scott vuelve a demostrar lo bien que le sienta la ciencia ficción, incluso en un estilo diferente del de Alien, Blade Runner (que originalmente incluía una secuencia en el espacio) y Prometeo, y deja en claro que, aunque uno termine abandonado en un planeta desierto, es preciso estar bien predispuesto, superar los inconvenientes -y hasta reírse un poco de eso para no enloquecer- y luchar, luchar por salir adelante.
¿Qué es el amor? Una pregunta compleja, con muchas respuestas e interpretaciones. Entonces surge otra pregunta: ¿qué entendemos por amor? ¿No se estará confundiendo ese concepto con otros que, en realidad, terminan poniendo en peligro todo lo bueno? Eso que Llaman Amor, ópera prima de Victoria Miranda, explora -de manera más intimista y seria, aunque no carente de humor- las respuestas a ese interrogante. La película está constituida por tres historias protagonizadas por tres mujeres. Por un lado, Zara (Diana Lamas), una artística plástica, intuye que Francisco (Roberto Vallejos), su pareja, no le es fiel. Por otro lado, Verónica (Verónica Intile), una bailarina atormentada, con tendencias suicidas, que comienza a salir con Alberto (Gustavo Pardi), un muchacho compasivo, pero la tensión entre ambos hará tambalear el vínculo. Y luego, Mora (Laura Cymer), una camarera que vive reprimiendo cuestiones familiares y sentimentales (en este caso el hombre más cercano a su vida es Daniel, interpretado por Lucas Ferraro), aunque sus sentimientos y broncas -tarde o temprano- se manifiestan en ataques de asma y de rascarse incontrolablemente. Relaciones difíciles, por momentos alegres, por momentos muy tortuosas, en donde el concepto de amor nunca queda claro, o puede ser visto de diferentes maneras y ninguna muy agradable. A la manera de películas como Tiempos Violentos, Miranda elige una estructura coral y no lineal: los protagonistas coinciden en dos lugares específicos, y desde allí el espectador irá conociendo las no muy felices vivencias sentimentales de cada uno. Los tres segmentos tienen un enfoque realista, sin florituras ni solemnidad, presentando el costado más descarnado de una relación, con el romance, las peleas, las desilusiones, las esperanzas, y nunca dejando de lado el arte como herramienta importante de canalización. Otro de los grandes logros por parte de la directora es haber seleccionado un elenco ecléctico, con actores que suelen ser poco aprovechados en la pantalla grande, como Diana Lamas y Roberto Vallejos. El ascendente Gustavo Pardi y la debutante Verónica Intile son otros de los puntos fuertes. Laura Cymer tiene el rol más desafiante desde lo psicológico y lo físico, y logra hacerlo creíble -y querible- valiéndose de elementos cómicos pero sin caer en la parodia; el personaje de Lucas Ferraro funciona bien como su cable a tierra. También hay participaciones secundarias de Carlos Portaluppi (amigo de Zara), Irene Almus (la madre posesiva de Mora) y Matías Marmorato (mejor verlo para creer). Eso que Llaman Amor es una anticomedia romántica, ya que se aleja de las típicas fórmulas y elige sumergirse en las conductas y los hechos más problemáticos de las parejas.
Ciencia, familia, redención, muerte, vida… vida eterna. Son los temas principales que, debajo de la cáscara de thriller, yacen en Inmortal. Damian Hale (Ben Kingsley) supo convertirse en multimillonario pero no es feliz: es un hombre mayor, su hija no le tiene cariño y está por morir de cáncer. Entonces parece encontrar una solución cuando da con la organización secreta Phoenix, que nuclea a científicos encabezados por Albright (Matthew Goode). Al borde del ocaso, y mediante una sofisticada máquina, la conciencia de Damian es transferida a un cuerpo más joven y fuerte (Ryan Reynolds). Ahora con otro nombre, otro pasado y otra vivienda en Nueva Orleans, puede empezar de cero. Pero nada será tan fácil. Mientras se divierte haciendo deporte, saliendo de noche y acostándose con las chicas que se le crucen, tiene visiones que apenas puede combatir con medicamentos provistos por Albright. Visiones que igual se irán intensificando, y en las que aparecen personas y lugares que Damian desconocía. La curiosidad es más fuerte, y pronto descubrirá que su avatar era un marine con esposa (Natalie Martínez) y una hija. A partir de ese momento, los tres deberán huir de los agentes de Albright, quien no parece muy feliz de que pongan en peligro sus oscuros manejos. Más allá de la presencia del siempre impecable Kingsley y de un Reynolds medido, la película llama la atención por su director: Tarsem Singh. Sus largometrajes La Celda, The Fall, Inmortales y Espejito, Espejito son muestras de un poderío visual único e impactante. Inmortal se acerca a La Celda por ser un producto por encargo, pero así como en el film con Jennifer Lopez liberaba su imaginería, ahora permanece más controlado en ese aspecto y se brinda al servicio del guión de los hermanos Àlex y David Pastor. Es posible rastrear al cineasta en los hallazgos de la película, como una secuencia musical en Nueva Orleans, las visiones del protagonista y algunas referencias a las artes plásticas. Tampoco es casual que un personaje clave esté caracterizado como el director David Cronenberg, ya que también hay un protagonista que experimenta transformaciones -la de su cuerpo, la del mundo que lo rodea- y es acosado por un grupo con oscuras intenciones. Sin embargo, cuando arranca la persecución a Damian y la familia de su “envase”, el opus se convierte en una película rutinaria (al tener pasado militar, el muchacho reacciona enseguida contra los villanos, como cualquier héroe de acción), aunque al menos el director nunca recurre a efectos por computadora. Pese a su fascinante concepto, Inmortal se estanca en la corrección formal y narrativa. Tarsem, los hermanos Pastor y el elenco pueden dar mucho más, pero ya tendrán revancha, en esta vida o en alguna otra.
La ciudad de Buenos Aires se caracteriza por tener siempre una vida cultural tan fascinante como intensa. En lo referente al cine, desde los ’60 -y, sobre todo, hasta mediados de los ’80- se convirtió en un paraíso para los fanáticos del séptimo arte. Desde obras de autor hasta películas eróticas y de terror de bajo presupuesto, las opciones parecían infinitas. Ni siquiera los gobiernos de turno, con sus férreas políticas de censura, pudieron detener este fenómeno que jamás había sido registrado… hasta ahora, gracias al documental Un Importante Preestreno. El director Santiago Calori se adentra en un período único, en el que las salas porteñas (principalmente, las de la calle Lavalle) se llenaban de espectadores dispuestos a dejarse llevar por imágenes de astros europeos, desnudos femeninos, gorilas gigantes y más, muchas veces en funciones continuadas. A la par, muestra cómo estos hábitos quisieron ser modificados por políticos como Juan Carlos Onganía y quienes le sucedieron. Vemos cómo surgió la figura del censor, que tuvo entre sus representantes a Ramiro de la Fuente y al más conocido Miguel Paulino Tato. En un muy interesante audio, Tato se vanagloriaba de su tarea cortando películas con horror, sexo e ideologías cuestionables, en pos de preservar su sentido de la moral. Una época oscura para los cinéfilos, en la que los mismísimos distribuidores debían ingeniárselas para editar ellos mismos las copias traídas de afuera para que pudieran estrenarse. Además, la película rescata viejos mitos locales, como que en Argentina fue donde se descubrieron los films de Ingmar Bergman y los viajes a Uruguay para ver películas que prohibían en este país, y conoceremos las tácticas de los distribuidores para mover productos exploitation sacando partido del éxito cinematográfico más cercano, como sucedió con el bombazo Emmanuelle o con el King Kong producido por Dino De Laurentiis. A la cantidad y calidad del material de archivo se le suman los ricos testimonios de, entre otros, los distribuidores Pascual Condito y Bernardo Zupnik, Claudio María Domínguez (creador de uno de los títulos argentinos más sugestivos: Déjala Morir Adentro, nombre local de Julie Darling, de 1983), Alejandro Sammaritano, Axel Kuschevatzky; los historiadores Fernando Martín Peña, Raúl Manrupe y el fallecido Fabio Manes, en una aparición póstuma. También hay entrevistas a figuras públicas de diferentes ámbitos que cuentan sus experiencias como devotos de la pantalla grande, como el locutor Bobby Flores y el músico Daniel Melero. Cada anécdota va de lo desopilante a lo más serio, en especial cuando se habla de la censura. Con un estilo dinámico y entretenido, Un Importante Preestreno rescata un período extinto de Buenos Aires y sirve para mostrar cómo la pasión derriba toda clase de imposiciones, sea en las salas cinematográficas o en la vida.
La adopción infantil representa una gran oportunidad para adultos que no pueden tener hijos naturales, y una esperanza para los chicos sin progenitores para formar parte de una familia. Al mismo tiempo, no es mucho lo que se conoce públicamente sobre estos procedimientos que permiten dar y recibir amor, y todavía son vistos de una manera distante por las personas más puristas y por quienes simplemente no están al tanto. El documental Ellos te Eligen se sumerge en el mecanismo de las adopciones, pero no desde el aspecto judicial sino haciendo hincapié en la labor que realizan Laura Salvador y Laura Rubio, creadoras de la iniciativa Ser Familia por Adopción; dos mujeres que, tras sortear toda clase de instancias para adoptar cada una por su lado, unieron fuerzas con el fin de ayudar a otras parejas que no cuentan con demasiada información o que, al chocar con engorrosas cuestiones burocráticas, pueden desalentarse rápidamente. El trabajo de “Las Lauris” las lleva a entablar relación con potenciales padres y con otros grupos autogestionados de Buenos Aires y del interior del país, viajando y dando charlas especiales ante multitudes atentas. El director Mario Levit -quien ya había filmado el premiado Los Chicos Invisibles, sobre otros aspectos de la misma temática- se vale de entrevistas a especialistas en psicología y trabajo social e imágenes de archivo de décadas atrás, pero se concentra en el presente, en la intimidad de las protagonistas, ya sea en sus casas -relacionándose con los hijos adoptivos- o en reuniones a través de diferentes ciudades, donde la prioridad está puesta menos en los deseos de los potenciales padres y más en los derechos de los niños. Además, la película incluye testimonios de representantes de otras iniciativas similares en distintos puntos de la Argentina, como Mendoza, Córdoba, Santa Fe, Junín y Chacabuco, lugares donde los trámites de adopción suelen ser todavía más complicados que en la urbe bonaerense. Los entrevistados también tocan temas como el matrimonio igualitario y la adopción de chicos con discapacidades, y manifiestan la frialdad y desinterés que reciben por parte de los organismos y de las leyes a cargo de las adopciones. Ellos te Eligen permite conocer a fondo el costado más humano del proceso de adopción, y también la vocación de servicio -independiente, sin apoyo de ninguna institución- de un número importante de gente para asesorar y aclarar determinadas cuestiones, derribando en el camino tabúes que aún hoy están presentes en la sociedad. Un film que brinda esperanzas a quienes, contra todo obstáculo, anhelan encontrar la felicidad.