La pasión que genera el fútbol es incomparable. Sobre todo en la Argentina, auténtica cuna de astros y de equipos que hicieron historia en cada rincón del globo. El del Club Atlético Boca Juniors es un ejemplo más que paradigmático: la pasión que despiertan los colores azul y oro es legendaria, y el club tiene un lugar de privilegio en la elite mundial. Y así busca reflejarlo el documental Boca Juniors 3D: La Película. Tras un demasiado breve repaso por la historia, el director Rodrigo Vila se centra en las figuras más representativas y en las hazañas contemporáneas del club de la rivera: desde las obtenciones de la Copa Libertadores y de la Intercontinental (sobre todo durante las eras de Carlos Bianchi como director técnico) hasta el regreso del goleador Martín Palermo en aquel 3 a 0 contra River, archirrival de siempre, pasando por la llegada de Diego Armando Maradona a principios de los 80 (y su regreso durante los 90), la explosión de Juan Román Riquelme y de Carlos Tévez, los ídolos de los 70… Salvo Tévez (todavía en la Juventus italiana), los entrevistados hablan desde la Bombonera, el estadio de Boca, donde los planos contribuyen a aumentar la magnitud de aquel marco. Cada relato está unido por un extravagante anciano que se la pasa rodeado de libros, revistas de antaño y hasta televisores viejos; cada recuerdo suyo da pie a imágenes de archivo y testimonios de glorias modernas y de más atrás, como Rubén “Chapa” Suñé, Silvio Marzolini y Antonio Rattín. Pero el excesivo, poco inspirado y burdo histrionismo de ese personaje se vuelve invasivo y termina restando. Si bien dicen presente nombres como los de Palermo, Barros Schelotto, Rolando “El Flaco” Schiavi, Alberto “Beto” Márcico, Roberto “El Pato” Abbonanzieri y del actual técnico Rodolfo Arruabarrena, también hay ausencias cruciales. Maradona y Riquelme no figuran entre los entrevistados, pero se utilizan audios y videos de diferentes entrevistas. Algo parecido, pero al pasar, con Hugo “El Loco” Gatti. Más preocupante es el caso de Bianchi, el técnico más ganador en la historia del club, que no tiene participación más que en las imágenes y en algunas menciones por parte de sus ex dirigidos. Y así otros casos de técnicos de paso exitoso (Alfio Basile, Oscar Washington Tabárez) y de futbolistas que tantas alegrías le dieron a su gente (Gabriel Batistuta, Sebastián Battaglia, Walter Samuel; los colombianos Óscar Córdoba, Jorge “Patrón” Bermúdez y Mauricio “Chicho” Serna, etc.). Es cierto que no pocas de las ausencias deben estar vinculadas a temas políticos o, al menos, a una nula relación con la actual dirigencia. En paralelo, Vila presenta estupendas tomas del barrio de La Boca y de la Bombonera antes de un partido, capturando parte de la esencia del entusiasmo que despierta el equipo. Sin duda, tema para otro documental que hasta podría resultar mucho más novedoso sin dejar de ser fascinante. Boca Juniors 3D: La Película se queda en una pirotécnica aunque incompleta celebración xeneize, que se vale de imágenes ya conocidas (y no sólo a través de los programas deportivos), pero ordenadas en función de un tono triunfalista, decididamente no apto para fanáticos de otros equipos. Un documental que hasta puede defraudar a los hinchas más acérrimos, aunque para ellos contemplar sus colores en pantalla grande -y en 3D- será un placer que hasta ahora no llevó a cabo ningún otro equipo del país.
“Ojo, no es lo que parece”, solía rematar Guillermo Francella en un sketch de su programa humorístico Poné a Francella, cuando se hacía pasar por gay para acercarse a su voluptuosa vecina (Luciana Salazar). La versión menos picaresca y más tenebrosa de esa máxima también lo tiene como protagonista al actor, ahora desde la pantalla grande, de la mano de Pablo Trapero en El Clan. A principios de los ’80, los Puccio eran una familia respetable de San Isidro. Un modelo a imitar, visto desde afuera. Sin embargo, Arquímedes (Francella), el padre y principal figura de autoridad en la casa, resultó el funesto abanderado de una doble vida: se desempeñaba como líder de un grupo dedicado a secuestrar familiares de gente poderosa y pedir rescate a cambio de una buena cantidad de dinero, para después ejecutar a los cautivos. Una actividad que les deportaba dinero y la protección de figuras de la política (por entonces, las fuerzas militares seguían en el gobierno). Desde Mundo Grúa, su ópera prima, Trapero le imprime a su cine un fuerte anclaje a la vida real. Aquí vuelve a mostrar el costado más duro del mundo que nos rodea, pero basándose en un conocido hecho verídico. Y si bien ya había coqueteado con el thriller en Carancho, aquí se sumerge en un relato policial sin jamás descuidar el punto de vista de estas personas, evitando la demonización y concentrándose en explorar la psiquis de los principales involucrados: Arquímides y su hijo Alejandro (Peter Lanzani), destacado rugbier y uno de sus principales cómplices. Una vez más el director utiliza elaborados planos secuencia que permiten un mayor lucimiento del elenco y una destreza visual al servicio de la historia. Basta con mencionar uno en el que Arquímides recorre su casa con una bandeja de comida, durante un clima familiar común y corriente, para terminar en el baño donde tiene como prisionero a una de sus víctimas; dos mundos en un mismo plano. Además, hay una fuerte influencia de Martin Scorsese: montaje que mezcla situaciones truculentas con música de Virus y David Lee Roth, entre otros, y hasta calca -de manera respetuosa y asumida, eso sí- una escena de Buenos Muchachos. De esta manera, El Clan se aleja de las convenciones de otros films basados en casos policiales, como Pasajeros de una Pesadilla, de Fernando Ayala, sobre el parricidio cometido por los hermanos Schoklender, y El Caso María Soledad, a cargo de Héctor Olivera, e incluso de la más reciente El Niño de Barro, sobre los asesinatos del Petiso Orejudo a principios del siglo XX. Francella contaba con un solo personaje macabro en su carrera, en Historia de un Trepador, justamente su debut televisivo. Pero su caracterización de Arquímedes Puccio lo acerca a la composición de Hannibal Lecter por parte de Anthony Hopkins en El Silencio de los Inocentes. Un individuo gélido, cerebral, que jamás parpadea, capaz de barrer la calle tan tranquilo como cuando pide rescates a los parientes de los secuestrados. Un rol que permite mostrar la versatilidad del intérprete que supo hacer reír a generaciones. Peter Lanzani es el segundo actor que carga con el peso de la película, y aunque no tenía experiencia ni en cine ni en papeles de este estilo, está a la altura del desafío: con economía de recursos, transmite la oscuridad y la complejidad de un muchacho que, entrando en la adultez, comienza a sentir el peso de los crímenes que lo rodean. No menos destacadas son las labores de quienes conforman este inusual núcleo familiar: Lili Popovich (Epifanía), Giselle Motta (Silvia), Gastón Cocchiarale (Maguila), Antonia Bengoechea (Adriana) y Franco Masini (Guillermo). Tan cercana como perturbadora, El Clan rememora uno de los episodios más nefastos de la historia argentina reciente, y confirma a Pablo Trapero como uno de los cineastas argentinos más arriesgados. Además, de nuevo en un sentido retorcido, se aplica otra clásica frase de Guillermo Francella, ahora de La Familia Benvenuto: “Al final, lo primero es la familia”.
A veces los pioneros no tienen suerte. Los 4 Fantásticos es un caso especial: a principios de los ’60, este grupo de superhéroes le dio un fuerte impulso a Marvel Comics en la industria del noveno arte y más allá. El Hombre Elástico, La Antorcha Humana, La Mujer Invisible y La Mole cautivaron a generaciones de lectores e influyeron en más de un artista. Como todo lo que tiene éxito en las viñetas, pasó a la pantalla grande, y ahí comenzó la mala racha. Primero fue una adaptación en 1994, producida por Roger Corman; el bajo presupuesto y la dudosa calidad la convirtieron en un placer culpable -muy culpable- para los fanáticos que vieron copias en VHS (los negativos fueron destruidos por la propia Marvel). 2005 fue el año de la versión cinematográfica made in Hollywood, a cargo de Tim Story. Si bien tenía su simpatía, recaudó mucho dinero y hasta produjo una secuela dos años después, nunca generó demasiado entusiasmo entre los seguidores del cuarteto, mayormente debido a un irregular casting -Chris Evans, la Antorcha de turno, tuvo mejor fortuna como Capitán América- y a una falta de espíritu. Aunque el tráiler y los datos revelados presentaban poca fidelidad a la historieta, Los 4 Fantásticos prometía una reinvención al estilo del Batman de Christopher Nolan, con una impronta seria y realista. Además, el director elegido fue Josh Trank, que venía de filmar la sorprendente Poder sin Límites, acerca de personajes de carácter superheroico. La premisa es la de siempre, pero con algunos cambios, empezando por el rejuvenecimiento de los personajes. Reed Richards (Miles Teller) pasa del colegio secundario a integrar un programa ultrasecreto que trabaja en algo que él ya venía desarrollando de chico: una máquina para transportar materia a otras dimensiones. Allí colaborará con Johnny Storm (Michael B. Jordan), su hermana adoptiva Sue (Kate Mara) y Víctor Von Doom (Toby Kebbell), un genio rebelde. No tardarán en viajar a una dimensión de paisaje rocoso, con una fuente de energía que los transformará para siempre. Trank no ocultó la influencia de David Cronenberg, sobre todo de La Mosca, lo que se nota en los primeros cuarenta minutos: una máquina teletransportadora, un triángulo sentimental (puesto de manera sutil, pero está), el descontento y el alcohol como motores para hacer ellos mismos el experimento que los cambiará físicamente (justo en ese momento Reed llama a su amigo Ben Grimm, interpretado por Jamie Bell, quien devendrá en La Mole). El director también quiere hacer hincapié en cómo los militares y el gobierno pretenden hacer uso de estos -ahora inusuales- jóvenes para misiones especiales, al tiempo que desarrolla más tecnología capaz de permitirles ir por más de aquella energía poderosa. Pese a la prometedora búsqueda de Trank, el resultado final es chato, sin vuelo, con chispazos de detalles interesantes en las escenas intimistas, pero tan aburrido como desganado cuando llega la acción, que es muy escasa. Los efectos especiales están por debajo de los que pueden verse en los tanques actuales, aunque no hay un abuso de la tecnología digital. Sin embargo, el mayor error es desperdiciar una mitología tan icónica y a actores de la talla de Teller y Mara. Tampoco se debe olvidar que Doom, ya convertido en villano, está aprovechado pocos minutos, y mal (se lo extraña a Julian McMahon, el Doom en los films de 2005 y 2007, seguramente el mayor acierto de casting en todos estos intentos de adaptaciones). Los 4 Fantásticos merecería en el cine un visionario que sepa darle una identidad definida, con pulso para las peleas y los diálogos, como Richard Donner con Superman, Tim Burton y Nolan con Batman y Sam Raimi con El Hombre Araña. Por ahora, sólo queda un producto de ideas arriesgadas pero poco y nada inspirado. Teniendo en cuenta el funcionamiento de Hollywood, no pasará mucho para que surja una nueva oportunidad en las salas para estos ídolos de la cultura pop.
Cuando la fórmula parece decaer o ser cuestionada, Marvel Films logra sorprender con la más reciente adaptación de otro de los superhéroes que supieron deleitar desde los comics. Ahora le toca el turno a Ant-Man: El Hombre Hormiga. Al salir de prisión, Scott Lang (Paul Rudd) no la tiene nada fácil. Sus antecedentes como ladrón le impiden conseguir un buen trabajo y de a poco trata de recuperar su relación con Cassie (Abby Ryder Fortson), su pequeña hija. En un momento de desesperación, acepta participar en un robo a una residencia. Allí descubre que no hay dinero sino un misterioso traje que, al ponérselo, lo hará achicarse hasta el tamaño de una hormiga. No tardará en estar frente a Hank Pym (Michael Douglas), inventor del curioso vestuario, quien le propondrá una misión suicida: sabotear los planes de Darren Cross (Corey Stoll), otrora discípulo de Pym que pretende usar el efecto miniaturizado con fines tenebrosos. Scott deberá preparase y demostrar que puede ser no sólo un héroe o un superhéroe sino un minisuperhéroe, pero no por eso menos notable. La historia forma parte del universo ya establecido por Marvel (hay referencias a Los Vengadores, y algunos cameos), pero el estilo se asemeja al de Guardianes de la Galaxia. El combo de acción, humor y toques dramáticos es de un desparpajo y una frescura propios de Star-Lord y compañía. Sí bien hay persecuciones, peleas y explosiones, ahora la escala es menos épica y más intimista, al punto de que uno de los momentos clave se desarrolla en un tren de juguete dentro de una habitación infantil. Sí bien el director original iba a ser el excelente Edgard Wright, la responsabilidad de darle forma al asunto recayó en Peyton Reed. Aún sin una carrera a la altura de la del realizador de Shaun of the Dead, entre otras, Reed estuvo a cargo de Bring it On, Abajo el Amor, Viviendo con mi Ex y Sí, Señor. Y hasta casi tomó las riendas de la versión de Los Cuarto Fantásticos de 2005 (su plan era ambientar la acción en los ’60, cuando aparecieron esos personajes, tal como había hecho en Abajo el Amor para homenajear las comedias blancas de esa época). Aquí demuestra que no le queda grande el género superheróico, y entre gags y efectos especiales, también explora temas de redención, la compleja relación entre padres e hijas (Scott y sus acercamientos a su primogénita), y el tirante vínculo de Hank con Hope (Evangeline Lilly), quien trabaja para Cross pero se une a la causa familiar. Más que nunca en estas películas, el foco y la expectativa estaban puestos en quién encarnaría a la figura del título. Paul Rudd debutó en Ni Idea, allá por 1995, y si bien participó en films de otros géneros, encontró su lugar dentro de la Nueva Comedia Americana, con Judd Apatow y Adam McKay de estandartes. Se nota en Ant-Man la participación de Rudd y de McKay en el guión, ya que los chistes remiten a los de aquellas películas, aunque sin el tono adulto. Por supuesto, al igual que Chris Pratt en Guardianes…, el carisma es complementando con abdominales, y es muy convincente a la hora de correr, golpear, saltar y cabalgar hormigas voladoras. Otro marginado devenido en justiciero. En ese mismo nivel está el trabajo de Michael Douglas, un mentor para este pequeño gigante, y también Corey Stoll en el papel de Cross/ Yellowjacket, y Evangeline Lilly. Sorprendente ver a Michael Peña en un rol cómico, interpretando a Luis, el mejor amigo de Scott. Ant-Man: El Hombre Hormiga, al igual que Guardianes de la Galaxia, mantienen la frescura marveliana que tambaleó en Los Vengadores 2: Era de Ultrón, y presenta un nuevo ídolo que, como todo lo bueno, viene en frasco chico. Siguiente la tradición de Marvel, hay dos escenas adicionales: una, en medio de los créditos, relacionada con este largometraje, y otra, al final de todo, que anticipa el próximo opus de La Casa de las Ideas.
Dentro de los films preparados para las vacaciones de invierno o de verano, las propagandas apenas encubiertas de atracciones y lugares ocupan un lugar de privilegio. Ocurre en todo el mundo, incluyendo la Argentina. La saga de Los Bañeros, por ejemplo, nunca deja de ser una publicidad de las playas de Mar del Plata. Yendo más atrás, Sucedió en el Fantástico Circo Tihany hizo lo propio, y se podrían nombrar más ejemplos. Una fórmula que consta de comediantes, algunas bellas mujeres, personajes de la farándula del momento, algunos chistes y momentos de ternura. Locos Sueltos en el Zoo cumple a rajatabla con esa premisa. El Zoológico de Buenos Aires esconde un curioso secreto: los animales pueden hablar. Sólo saben de esto Alfredo (Emilio Disi), el dueño, y Gregorio (Alberto Fernández de Rosa), veterano cuidador, quien al principio de la historia se jubila. Pero pronto también lo averiguarán Benjamín (Nazareno Mottola), cuidador de las distintas especies, y los hermanos Bielsa (Pachu Peña y Álvaro Navia), dos detectives al servicio de Alejandro (Matías Alé), un empresario inescrupuloso que pretende apoderarse de Pipo, el gorila, para venderlo a Las Vegas. Los responsables del zoológico deberán proteger a las atracciones del parque (es verdad que le prestaron atención a ciertos detalles, como que las llamas hablen con acento del norte argentino). A la manera de un dibujo animado, los gags están basados en golpes y caídas y en los enredos de los Bielsa por atrapar a Pipo. Recursos simples pero anacrónicos, estancados hace por lo menos dos décadas, sumados a detalles de la era de los celulares y las selfies (abundan los chistes con esta costumbre fotogénica). Pero el atractivo principal residía en los habitantes del zoo. Monos, llamas, rinocerontes, jirafas, leones, cabras, mandriles, casi todos pueden expresarse oralmente. Se usa una tecnología digital primitiva para hacerlos mover la boca, a la manera de Babe, el Chanchito Valiente y Dr. Dolittle versión Eddie Murphy; en otros momentos, los realizadores sólo colocan el diálogo mientras mueven las fauces de verdad, como cuando mastican. Y lo que dicen tampoco aporta demasiado, ya que se limitan a hacer observaciones de los cuidadores y algunos comentarios graciosos para sacarle risas a los espectadores más pequeños. Un caso aparte es el de Pipo, interpretado por un actor disfrazado, pero no por eso más gracioso. Como sucedía en las recientes películas de Los Bañeros, todo es una desganada acumulación de gags dentro de algo similar a un guión, y una apuesta constante a que la sola presencia de figuras televisivas funcione como atractivo principal. Por supuesto, el zoológico de la ciudad es mostrado -y vendido- en detalle mientras los personajes van de un lado al otro. Locos Sueltos en el Zoo es un disfrute seguro para el público infantil (muy infantil: de 6 años para abajo). Aunque no pretende ser más que un divertimento familiar, también podría salir de un esquema ya añejo y adaptarse al siglo XXI, donde todo va cada vez más rápido y ayer ya es pasado.
Los polos opuestos se atraen. Pasa en la física y también en el amor. Haciendo memoria, las parejas más legendarias están compuestas por personas distintas entre sí, ya sea por gustos, costumbres, orígenes… Justamente en lo referente al origen reside la trama de la española Ocho Apellidos Vascos. Rafa (Dani Rovira), andaluz hasta la médula, sale de sus pagos en Sevilla para buscar a Amaia (Clara Lago), una chica a la que conoció una noche. Pero hay un detalle no menor: ella es vasca, y aún vive en esas tierras tan denostadas por el muchacho y sus amigos. De todas maneras, viaja hasta el poblado costero de Argoitia. Tras rechazarlo inicialmente, Amaia se aferra al joven para que se haga pasar por su pareja y futuro marido, con el fin de contentar a su padre (Karra Elejalde), un vasco chapado a la antigua, durante unos días que llega de visita. De pronto, Rafa deberá hacerse pasar por un novio… de origen vasco, y con ocho apellidos, como corresponde en esos lares. Todo un desafío para un muchacho que, desde el vamos, lleva como ringtone de su celular el tema “Sevilla tiene un color especial”. Esta comedia romántica -la más taquillera de la historia del cine español- se basa en una serie de enredos cada vez más desopilantes y en la tensión entre los españoles y el País Vasco, que reclama su independencia. De hecho, en un tramo de la cadena de mentiras, Rafa terminará convirtiéndose en un líder revolucionario de esa parte de la Península Ibérica. La rivalidad entre vascos y españoles, más no pocos elementos localistas y frases que por momentos no puedan ser captadas incluso por quienes hablan castellano, podría hacer pensar que se trata de un film hermético, sólo para quienes viven allá o al menos conocen bien esas culturas. No obstante, la premisa (chico y chica que se enamoran pese a sus diferencias), los personajes, los gags y el clima de fiesta la vuelven un entretenimiento que puede ser entendido por espectadores de cualquier rincón del planeta. El comediante Dani Rovira se consagra con este rol de joven romántico y ocurrente, capaz de las salidas más creativas con tal de sortear el problema de turno. Claro Lago es puro encanto y talento. La química entre los protagonistas es impecable, y ambos cargan perfectamente con el peso de la película. Por su parte, Carmen Machi se destaca como Merche, la otra andaluza de Argoitia; sus escenas incluyen los momentos más inspirados. Ocho Apellidos Vascos es tan española como universal, y sobre todo, divertida y alegre. Además, recuerda que el amor y el humor trascienden fronteras y enemistades. Luego de verla, no sólo Sevilla sino el mundo tiene un color especial.
Nada Solo, Como un Avión Estrellado, Excursiones. Tres películas que convirtieron a Ezequiel Acuña en el vocero cinematográfico de una generación. Se lo cataloga dentro del denominado Nuevo Cine Argentino, surgido a fines de los 90 y principios de 2000, pero encontró una voz propia que se aleja bastante de los enfoques puramente contemplativos y experimentales de sus colegas. Sus verdaderas preocupaciones pasan por capturar la esencia de los adolescentes o de los muchachos de treinta y pico que, de alguna manera, siguen conectados con la adolescencia. Personajes de carácter bohemio, melancólicos, que parecen no encajar en el mundo (por lo menos, no con los adultos), a punto de quedar en una encrucijada de sus vidas. En la misma línea que sus anteriores trabajos (principalmente Nadar Solo, con el que existen varios puntos en común), La Vida de Alguien tiene como protagonista a Guille (Santiago Pedrero, uno de los actores fetiche del director), un músico que reúne a su vieja banda para sacar su primer disco, que habían grabado hace años pero que por diferentes motivos quedó en una nebulosa. La idea es salir a tocar nuevamente, retomar aquello que los hacía tan felices cuando iban a la secundaria. Debido a algunas bajas, se suman nuevos integrantes, como Luciana (Ailín Salas), una joven y fresca estudiante de música, de la que Santiago terminará enamorándose. En ese contexto de giras, notas y amor surgirán asperezas del pasado que podrían complicarlo todo. Aunque esta vez no tiene al lado a su coequiper Alberto Rojas Apel, ni como guionista ni como actor, Acuña presenta un microcosmos basado en los jóvenes adultos, el recupero de viejas pasiones, el rock, la amistad (y a veces, la ausencia de alguna amistad), el amor, Mar del Plata; siempre con un estilo personal, sin estridencias, pero muy vívido, muy humano. A diferencia de sus opus anteriores, ahora el director incluye algunos momentos oníricos y hasta saltos temporales que le dan un tono especial a la historia. Además, el film permite adentrarnos en una banda independiente, con sus pequeños triunfos personales y sus partes incómodas, que no oscuras. Y sin apartarnos del aspecto musical, tan importante en la obra de Acuña, aquí corre por cuenta de la banda uruguaya La Foca, cuya historia también sirvió de inspiración para la película. De hecho, uno de los títulos tentativos supo ser Una Foca. La Vida de Alguien es Ezequiel Acuña en estado puro, su film más cinematográfico y un nuevo punto de referencia para los jóvenes de todas las edades.
Las películas para las vacaciones de invierno ya constituyen un subgénero. Buscan llegar a toda la familia apostando a lo seguro, por lo que suelen recurrir a personajes o ideas surgidos de medios como la televisión. El éxito de Showmach permitió que José María Listorti (conductor y mano derecha de Marcelo Tinelli) y Pedro “Peter” Alfonso (productor devenido en bailarín y actor) protagonizaran una buddie movie: Socios por Accidente. Estrenada en 2014, consiste en una trama de espionaje en la que Matías (Listorti), un intrascendente traductor de ruso, es reclutado por el agente Rody (Alfonso) para una misión. Por supuesto, todo sazonado con acción, humor y más caras de la TV argentina. Lo que diferenció a este producto de las últimas de Los Bañeros, por nombrar ejemplos cercanos, es que los directores Nicanor Loreti y Fabián Forte le pusieron entusiasmo al trabajo. Si bien no deja de ser un entretenimiento blanco y pasatista, al menos tiene cine: buena iluminación, buen sonido, algún que otro giro argumental y una preocupación por contar algo coherente, para no quedarse en una sucesión de chistes sin hilo conductor. Loreti venía de debutar con Diablo y Forte había dirigido varios films, como La Corporación; ambos carecían de experiencia en el rubro de cine Apto Todo Público, pero la unión de energías le sumó al proyecto. El éxito permitió que, apenas un año después, llegara Socios por Accidente 2. Esta vez, Matías viaja a la provincia de La Rioja para ser el traductor del primer ministro ruso (Mario Pasik). Lo acompañan Rocío (Lourdes Mansilla), su hija, y Jess (Luz Cipriota), su bella aunque frívola novia… y también Rody, ahora detrás de una organización que pretende atentar contra el mandatario. No tardarán en descubrir que Matías lleva en su organismo una bomba que le fuera suministrada mediante sueros, sin que se diera cuenta. Cualquier clase de estímulo puede provocar el estallido, de manera que el dúo deberá resolver pronto la cuestión e identificar a los asesinos que merodean en los alrededores. Más acción, más humor, más caras televisivas. Nuevamente, los chistes más logrados son los que parecen dignos del trío Zucker-Abraham-Zucker, responsable de ¿Y Dónde está el Piloto? y La Pistola Desnuda, con sus desopilantes juegos de palabras y situaciones absurdas. Además, como muchas de estas películas, sirve de excusa para mostrar escenarios naturales de diferentes partes del país, oficiando de guía de turismo encubierta. En la primera parte, los personajes dieron vueltas por Misiones. Ahora les toca andar en parajes riojanos, pero Forte y Loreti se las arreglan para que los planos generales de cerros y mesetas estén integrados en una trama más directa que la de su predecesora. Listorti se aferra a su inexplicable carisma y desfachatez, y siempre sale bien parado. Alfonso tiene una falta de vergüenza ideal para el rol, como un chico jugando, y termina haciendo buena pareja con José María. También regresa Anita Martínez, y se suman los ya mencionados Luz Cipriota, Mario Pasik, Cristian Sancho y Campi como un gracioso médico local. Socios por Accidente 2 y su primera parte recuperan el cine de vacaciones hecho con ganas y diversión, al estilo de la saga de Brigada Z en los 80 y la de los Extermineitors en los 90. Si generarán el mismo culto que aquellos placeres culpables, sólo el tiempo lo dirá.
Existen actores y cineastas que nacieron para un género cinematográfico. La comedia romántica dio una buena serie de ejemplos, como el de Hugh Grant y Marc Lawrence. El actor se consagró como galán simpático en películas escritas y/ o dirigidas por Richard Curtis –Cuatro Bodas y un Funeral, Un Lugar Llamado Nothing Hill, Realmente Amor– y fue un atractivo perverso en El Diario de Bridget Jones y su secuela. Lawrence comenzó como guionista y productor de televisión en la serie Lazos Familiares, caldo de cultivo de humor, drama, amor y, por supuesto, Michael J. Fox, quien protagonizó lo primero que Lawrence escribió para la pantalla grande: Life with Mikey. Le siguieron guiones de una serie de films, los más exitosos protagonizados por Sandra Bullock: Fuerzas de la Naturaleza y Miss Simpatía. Y cuando ascendió al puesto de director, se le unió Hugh y surgieron Amor a Segunda Vista, Letra y Música e ¿Y Dónde están los Morgan? Escribiendo de Amor es la cuarta colaboración del tándem Grant- Lawrence. Un tándem en estupenda forma. Keith Michael (Grant), otrora guionista exitoso -ahora en la mala- que acepta el primer trabajo disponible: dar clases en la universidad de Binghamton, Nueva York. Un trabajo que se le antoja pesado (sostiene que los docentes son profesionales que fracasaron en sus carreras y deben limitarse a enseñar), y en un lugar frío, lluvioso, sin atractivos, alejado del glamour hollywoodense al que estaba acostumbrado. La adaptación será peor de lo que se imagina, y al principio no se toma las clases con seriedad, prefiriendo el sexo y las bebidas. Pero pronto le tomará el gusto a la enseñanza y también a sus alumnos, especialmente a dos: Karen (Bella Heathcote), con quien pasará ratos agradables entre las sábanas, y Holly (Marisa Tomei), una universitaria madura que quiere mejorar su escritura y de la que él, al mismo tiempo, aprenderá sobre sí mismo. La película es una mezcla de Letra y Música e ¿Y Dónde están los Morgan? Keith es más cercano al Alex Fletcher de Letra… y sus vaivenes creativos, pero se encuentra en medio de un choque de culturas, igual que el matrimonio Morgan. De todos modos, conserva la esencia de los protagonistas de los tres film anteriores de Lawrence: individuos en una encrucijada de sus vidas, donde todavía hay una segunda oportunidad en lo profesional y, sobre todo, en lo personal. Además, el director aprovecha para colar una crítica a los manejos de Hollywood (sin duda, debe haber más de un elemento autobiográfico) y cómo es visto Hollywood por fuera, más precisamente en el ámbito universitario, que incluye sus propios estereotipos y modalidades. Como no podía ser de otra manera, Grant es el alma del film. Aquí reincide en un papel donde combina ternura, ocurrencia y picardía, como cuando selecciona a las aspirantes a alumnas de su cátedra según su belleza y juventud. Pero también es posible encontrar algo de tormento en él, ya que no logra seguir viviendo de su pasado triunfal (entre clase y clase, Keith aprovecha para escribir la secuela de Paradise Misplaced, su trabajo más exitoso) y trata de recobrar la relación con Alex, su hijo. Siguiendo los pasos de Sandra Bullock, Drew Barrymore y Sarah Jessica Parker en las tres películas anteriores de Lawrence, Marisa Tomei es la nueva partenaire de Grant. Otra vez la coprotagonista femenina representa lo opuesto al rol de H.G., y entre ambos surgirá una química que “podría” llevar a algo más. Una nueva muestra de la versatilidad de Tomei, convincente en comedia y drama. Por el lado de los secundarios, J.K. Simmons, Allison Janney y Chris Elliot cumplen en sus composiciones de amigos y rivales, según el caso. Simmons y Janney -los padres de Ellen Page en La Joven Vida de Juno– le sacan el jugo a sus interpretaciones. Más comedia a secas que comedia romántica, Escribiendo de Amor es una historia contada otras veces, con un profesor que enseña tanto como aprende. Sin embargo, tal como explica Keith en una clase, a la hora de escribir no hay reglas, ya que lo importante es ser fiel a lo que se está contando y hacerlo propio. Marc Lawrence respeta ese principio, con la siempre estimable ayuda de Hugh Grant.
Hay películas que ponen a prueba al espectador. Sea por temáticas o escenas que pueden resultar incómodas, provocan odios y amores (amores hacia el riesgo artístico, claro), pero nunca la indiferencia, y generan discusiones incluso con uno mismo. Estas obras incluyen historias dramáticas con violencia y dilemas morales. La Patota es un muy buen ejemplo. Luego de recibirse de abogada, Paulina (Dolores Fonzi) opta por no ejercer y llevar a cabo una iniciativa diferente: se muda a un barrio humilde de Misiones para dar clases en un colegio secundario. Durante las primeras horas aprenderá a adaptarse en un mundo nada similar a la vida acomodada de Buenos Aires. Una noche, llegando de lo de una colega, es interceptada por una banda de muchachos y no logra impedir ser violada por uno de ellos. Sin embargo, en vez de irse de ese lugar y hacer lo imposible por olvidar el horror vivido y dejar todo en manos de la policía, Paulina decide quedarse y enfrentar la situación a su manera. Para empezar, no actúa en contra de sus agresores. La película es una remake del film de 1960 dirigido por Daniel Tinayre. En aquella ocasión, Mirtha Legrand era Paulina, quien sufría un ultraje en un barrio marginal bonaerense. En esta adaptación, Santiago Mitre y el coguionista Mariano Llinás trasladan la acción a otra provincia y a la actualidad, pero conservan la esencia y nunca descuidan el clima (el escenario de la violación es idéntico), algo a lo que Tinayre le daba importancia. Por supuesto, Mitre y su equipo le agregan crudeza, tensión, complejidad, realismo y crítica social (la corrupción y la intolerancia, a la orden del día), lo que le otorga su propia personalidad y la aleja del estilo melodramático de antaño. Un tono que ya caracterizaba a El Estudiante, ópera prima del director. Los pasos de Paulina desconciertan a quienes la rodean y también al público que la venía acompañando hasta el momento. No permanece como víctima (algo tan visto en films con violaciones), pero tampoco elije el camino de la venganza. Habrá otros factores que conviene no revelar en este texto. Aunque ya venía haciendo bastante cine, y de calidad, Dolores Fonzi aquí tenía la responsabilidad de sostener el film con un papel difícil, y está a la altura del desafío. Su actuación es contenida, pero sabe transmitir diferentes sentimientos mediante los ojos. No menos intenso es el trabajo de Oscar Martínez como su padre, un juez que simboliza el prejuicio de la elite acomodada contra las clases bajas: no comprende el proceder de la hija, pudiendo mover hilos para castigar severamente a los culpables. Esteban Lamothe es creíble como el novio misionero de Paulina, y en su corta intervención, Verónica Llinás muestra pinceladas de su talento en el rol de una tía de la protagonista. La revelación pasa por el debutante Cristian Salguero como Ciro, el responsable de atacar a la chica. Su participación y la de otros lugareños suman a la idea de autenticidad. Generará compasión, bronca, desconcierto, amargura, indignación, pero La Patota es una película potente e indispensable, que ya se ganó un lugar como tema de discusión a la salida de la sala y en cada ámbito cotidiano.