Es algo muy común: todo artista aspira a triunfar, pero muy pocos lo consiguen. Y están los casos de quienes alcanzaron la cima, o estuvieron a centímetros de alcanzarla, pero pronto cayeron en un abismo… o peor, en el olvido. ¿Y qué pasa con quienes se niegan a ser una anécdota para volver al candelero o ponerse en marcha nuevamente? El director Gabriel Nesci no es ajeno a esa premisa, que exploró en la serie Todos contra Juan y en las películas Días de vinilo y Casi leyendas. Junto a su hermano, Mariano Nesci, continúa siendo fiel a sus preocupaciones en el documental Los Knacks, déjame en el pasado. A fines de los ’60, Los Knacks era una de las bandas beats argentinas que comenzaban a llamar la atención gracias a una serie de canciones pegadizas y al carisma de sus integrantes. Tenían todo para obtener el éxito, pero las circunstancias le jugaron en contra. Para empezar, el presidente de facto Juan Carlos Onganía prohibió que los músicos argentinos cantaran en inglés –justamente como Los Knacks- y todas las grandes posibilidades se esfumaron. Ante ese panorama, y por no querer ir en contra de sus principios creativos, cada uno de los miembros del grupo hizo su vida, la mayoría incluso lejos de los instrumentos y los micrófonos. Pero décadas más tarde, ya en el siglo XXI, al descubrir que sus discos son piezas de culto aquí y en otros países, deciden reunirse para volver a tocar y alcanzar la gloria que les fue esquiva. No es tan sencillo: casi nadie los recuerda y deben empezar de cero, tocando en lugares que no hacen honor a su talento. Y para colmo, ahora son personas mayores y la salud suele tambalear. Pero nada de eso les impide seguir adelante, con la pasión de siempre. Los Nesci acompañan a Los Knacks en este regreso, tanto en sus incursiones arriba de los escenarios como en la vida privada. Por sus ocurrencias y sus testimonios, se destacan Carlos “Charly” Castellani, vocalista y dueño de un negocio de teléfonos celulares, y Vicente “Chito” Bulotta, tecladista y ex responsable de una disco swinger. La cámara permite conocer a las personas detrás de los músicos, su visión de lo que fue, de lo que pudo haber sido y de las expectativas con la vuelta. En todo momentos, los Nesci tratan con cariño y respeto a estos antihéroes del rock nacional, de manera que los espectadores pueden conectar con ellos y acompañarlos en cada paso. La película también cuenta con testimonios de periodistas como Alfredo Rosso y Claudio Kleiman, y de músicos del calibre de Alejandro Medina, Willy Quiroga y Ciro Fogliatta. Los Nesci intercalan sus participaciones en momentos concretos, para aportar información específica, sin olvidar que el foco está puesto en la banda. Los Knacks, déjame en el pasado nos lleva por diferentes estados de ánimo -curiosidad, alegría, esperanza, decepción, emoción-, y nos recuerda que los sueños y los amigos nunca se abandonan y que el verdadero éxito está más lejos de lo material y más cerca de lo humano.
Dentro del cine de género argentino de los últimos años, el thriller psicológico se hizo un lugar pequeño pero más que digno. El exponente insuperable sigue siendo El aura, de Fabián Bielinski. La cordillera, dirigida por Santiago Mitre, y El hijo, a cargo de Sebastián Schindel, también pueden ser incluidas. Por el lado de las producciones independientes hay casos decididamente extravagantes, que juegan aun más con la concepción de los personajes gracias a la utilización de elementos fantásticos, como Presagio. Es por este camino que transita Crímenes imposibles. El detective Lorenzo Brandoni (Federico Bal) es un individuo quebrado por la vida. Un trágico accidente lo dejó sin su esposa (Carla Quevedo) y sin el hijo de ambos. Y antes de eso, su hermana murió tras una penosa enfermedad. En ese contexto, debe investigar una serie de asesinatos tan misteriosos como brutales. La pista más inesperada llega por el lado de Caterina (Sofía del Tuffo), una joven monja que afirma ser la responsable de las muertes. Lorenzo no tardará en descubrir que la chica está bajo el influjo de fuerzas oscuras, y que él mismo deberá enfrentar a sus propios demonios. El director Hernán Findling cuenta con amplia experiencia como director y productor de películas de terror y suspenso. Crímenes imposibles deja en claro su conocimiento de la materia, y se nota en la ambientación lúgubre -digna de Pecados capitales– y en las escenas escalofriantes. De hecho, la trama deriva en el subgénero del horror religioso, con posesiones demoníacas y un héroe que debe recobrar la fe para combatir el Mal. Pero la historia es parte de un mecanismo de relojería que exige prestar atención a los detalles para comprender la vuelta de tuerca del final. Un recurso específico posibilita atisbar el giro, aunque no resulta tan subrayado como para estropear la sorpresa. Federico Bal tiene la responsabilidad de sostener la película, ya que la historia está contada desde su punto de vista. Pese a su poca experiencia en el cine (también protagoniza la todavía no estrenada Rumbo al mar), consigue salir airoso. Le sienta mejor la faceta más dura del personaje, la de detective recio, y hace pensar que sería interesante verlo interpretando más roles de ese estilo. Sin embargo, es menos convincente en los momentos dramáticos. Sí es más destacable la participación de Sofía Del Tuffo (vista en Luciferina, estupendo film de terror nacional) y Carla Quevedo, en un papel secundario aunque importante. A Crímenes imposibles le alcanza con sus méritos para entretener y atrapar, lo que no es poco.
El cine cordobés no se detiene, e incluso van surgiendo propuestas cada vez más variadas. Historias ambientadas en aquella parte de la Argentina, pero que logran trascender fronteras porque hablan de cuestiones muy comunes en todos los ámbitos. Los hipócritas es una muy buena muestra. Nicolás (Santiago Zapata), es contratado como camarógrafo de la boda de Martina (Camila Murias), la hija de Marcelo Sánchez (Pablo Limarzi), uno de los políticos más importantes de Córdoba. Al dejar la cámara prendida mientras atiende un llamado, y sin que nadie se dé cuenta al principio, registra una situación comprometida que involucra a la chica y a su hermano, Esteban (Ramiro Méndez Roy). A partir de ese momento, habrá tensión entre Nicolás y Esteban, que es apenas una parte de un malestar creciente debido a cuestiones vinculadas al gobernador de la provincia. En su ópera prima, Santiago Sgarlatta y Carlos Ignacio Trioni se despegan un poco de los films intimistas que suelen caracterizar a la cinematografía cordobesa y crean una comedia negra disfrazada de thriller sutil, que satiriza a la clase alta y la corrupción política, sin dejar de mostrar la tensión entre la clase alta y quienes están debajo. Podemos descubrir las miserias de unos y la compleja situación de otros: Nicolás odia su trabajo, odia su vida, odia todo, y está harto de su lugar en el mundo, mientras que su jefe, su compañero y otros individuos (el chofer de los Sánchez, para empezar), se conforman con su rol en la sociedad o deciden permanecer ahí porque de esa manera creen estar seguros, lejos de los problemas. Además, los directores consiguen que el espectador se involucre con un protagonista apático, resentido, no más impoluto que el cada vez más desesperado Esteban. Esos grises permiten la conexión. Y de paso, entre sesiones de fotos y canapés, manejan una subtrama sobre los turbios manejos de las altas esferas. Todo esto, con una puesta en escena y una puesta en cámara precisas, con planos largos que permiten el lucimiento de los actores. Ya enfocándose en el elenco, las interpretaciones de Santiago Zapata y Ramiro Méndez Roy son la columna de la película. Ambos hacen creíbles a estos individuos que, de pronto, se ven involucrados en una situación que podría cambiar sus vidas. El resto del elenco tampoco desentona. La siempre estupenda Eva Bianco reafirma su estatus como figura principal del cine cordobés y una de las más sobresalientes del cine argentino actual; aquí encarna a la madre de Esteban, que parece muy estricta pero también tiene sus secretos. Los hipócritas habla de poder, de codicia, de intereses oscuros, de miserias (y no sólo de los ricos), pero a través de intrigas y de situaciones que provocan risas amargas, y nunca juzga a los personajes. Por otra parte, evidencia el paso firme del cine cordobés.
Las películas postapocalípticas no tienen una amplia tradición en el cine argentino. El ejemplo que viene a la mente es Los últimos, con Peter Lanzani, pero también entra en esa categoría -y en muchas otras- la epopeya de terror y ciencia ficción Daemonium. Justamente su director, Pablo Parés, cumple la misma función en Soy tóxico. En el futuro, Buenos Aires es un desierto usado como basurero por las superpotencias durante un conflicto bélico. Perro (Esteban Prol) despierta en medio de mugre y cadáveres. No sabe cómo llegó ahí. No sabe su verdadero nombre. Y por los alrededores pululan los Secos, especie de zombies derivados de personas que, por la desesperación, comenzaron a alimentarse de cadáveres. Cuando está por ser devorado por un Seco, Perro es rescatado por un misterioso individuo (Horacio Fontova) que lo lleva con su clan, compuesto de sobrevivientes con simpatía por el sadismo. Perro deberá escapar de ellos, no sin antes descubrir la verdad sobre sí mismo. El fuerte de la película es su excelente ambientación y el universo que plantea. La estética, como la mayoría de los films postapocalípticos, tiene deudas con la saga de Mad Max. Pero el trabajo de arte y fotografía, más el agregado de una especie más novedosa de zombie (en aspecto, similares a los de Lucio Fulci y otras producciones europeas de los 80), le otorgan a esta historia su propia personalidad. En las películas que dirige y codirige, Pablo Parés muestra personajes en medio de situaciones límite que sacan su costado más valiente y los llevan a enfrentarse a la adversidad, sin importar cuál sea su magnitud. De alguna manera, Parés siempre está contando su propia historia: desde Plaga zombie, que realizó junto a Hérnan Sáez cuando ambos eran adolescentes, se convirtió en un pionero del cine de género independiente argentino y nunca paró de filmar, con todas las dificultades que eso significa aún hoy. En Soy tóxico lleva esta máxima a su extremo, ya que Perro no tiene enfrente más que adversidades. Así y todo, no se rinde. Si bien vuelve a dejar en claro su garra a la hora de grabar secuencias de acción y de horror, también se toma el tiempo para profundizar en la psiquis del protagonista. De hecho, es el film más serio del director. Esteban Prol, siempre relacionado con papeles de comedia o al menos livianos, resulta convincente como este atormentado ciudadano de un mundo sin mañana. Horacio Fontova disfruta encarnando al líder de los salvajes, entre los que se destacan Sergio Podeley, tan amenazante como un animal salvaje, y Gastón Cocciaralle, ideal para papeles de depravado. La relevación es Fini Bocchino, hija de Andrea Frigerio, que tiene con qué para hacer una interesante carrera. Como los mejores relatos de corte postapocalíptico, Soy tóxico deja al espectador pensando sobre cuánto de humanidad puede conservarse cuando ya no quedan leyes, ni civilización, ni esperanza.
El cine argentino tiene sus propios westerns. Generalmente las películas gauchezcas suele ser incluidas en esta categoría (con La guerra gaucha como máximo exponente), pero también están los que se acercan a los arquetipos propios de los films de Hollywood, incluso de los eurowesterns. La comedia Los Irrompibles, de 1975, es un buen ejemplo, y también, en clave más serie, Aballay, el hombre sin miedo, de Fernando Spiner. También en Argentina hay ejemplos de westerns urbanos, donde se destacada Un oso rojo, de Israel Adrián Caetano. Pistolero tiene la impronta de un western clásico, pero ambientado en los ’60, durante la presidencia de Juan Carlos Onganía. Isidoro Mendoza (Lautaro Delgado Tymruk) no es un simple bandido rural. Junto a su banda, que tiene como miembros estables a su hermano Claudio (Sergio “Maravilla” Martínez) y el Tano Petri (Diego Cremonesi), componen un grupo de ladrones que le roba a los poderosos, a los que más tienen, y no dudan en ayudar a los más necesitados. Isidoro es un mito, una suerte de Robin Hood de las Pampas, y un poco disfruta de esa condición. No puede dejar esa vida ni siquiera cuando conoce a Sofía (María Abadi), una maestra recién llegada de Buenos Aires; ambos se enamoran y ella le enseña a leer y a escribir. Pero Isidoro y su pandilla son acechados por la ley, representada por Maidana (Juan Palomino), un policía chapado a la antigua. En su ópera prima, el productor y guionista Nicolás Galvagno se inspira en la historia real de los hermanos Velázquez (forajidos del Chaco con más de héroes que de villanos) para contar un western al estilo estadounidense, pero con un sabor nacional. Si bien hay tiroteos y otras situaciones violentas, el director se apoya en los personajes y la relación entre ellos, la verdadera esencia del film. Todos tiene códigos de honor, se respetan, se quieren y son capaces de sacrificarse por el otro. Isidoro y los suyos solo quieren ser libres en un sistema cada vez más oscuro y represivo, sin olvidarse de la clase obrera que agradece sus buenas acciones para con ellos. Incluso Maidana se aferra a valores que amenazan con perderse, sobre todo cuando parece que los militares pretenden imponerle otra manera de hacer su trabajo. Galvagno también sabe sacarles el jugo a las locaciones de la provincia de Mendoza, creando un microcosmos en el que conviven elementos de los ’60 y pasajes y personajes propios de tiempo atrás. Lautaro Delgado Tymruk se luce como el protagonista, siendo convincente para la acción como en las escenas intimistas. Diego Cremonesi vuelve a demostrar por qué es una de las presencias más fuertes del cine argentino actual; aquí también sale airoso del desafío de hablar en italiano. El otrora boxeador Sergio “Maravilla” Martínez es una verdadera revelación: su porte y su histrionismo son perfectos para componer a Claudio. María Abadi encarna a Sofía con humanidad, sin caer en el estereotipo de la dama que se limita a ser la compañía del personaje principal. Juan Palomino se calza el rol de otro individuo duro, pero evitando todos los tics. Pistolero es un nuevo western argentino, presenta a un director promisorio y nos recuerda por qué es imposible no amar a los “malos” de la película.
El género policial siempre fue muy popular en la Argentina. Por el lado de la literatura, Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares dirigieron, desde 1945, la colección Séptimo Círculo, provista de un catálogo que nunca deja de ser reeditado. En cuanto al cine, durante la época dorada se estrenaron películas con suspenso y asesinatos dirigidas por directores como Carlos Hugo Christensen, Román Viñoli Barreto y el Manuel Romero más inspirado. Con el correr de las décadas, el policial fue adoptando otras formas, aunque conservando su esencia. Punto muerto, de Daniel de la Vega, retoma el espíritu de aquellas grandes obras de antaño. La acción sucede en los años 50. Luis Peñafiel (Osmar Nuñez) es un afamado autor de novelas policiales. Gracias a Boris Domenech, el detective ciego y alter ego de las páginas, logró convertirse en un best seller, y es invitado a una conveción en un hotel alejado de la ciudad. Allí coincide con Lupus (Rodrigo Guirao Díaz), un escritor ascendente que lo idolatra, y con Edgar Dupuis (Luciano Cáceres), crítico literario tan despiadado como cualquier villano de la ficción. Durante la primera noche, Peñafiel y Lupus Dupuis encuentran a Dupuis asesinado en el baño de su habitación. Según lo que pueden observar, nadie parece haber ingresado al lugar. A partir de este momento, deberán averiguar qué sucedió y sortear una creciente ola de crímenes. Para respetar el estilo de los film noir, la película cuenta con una secuencia de créditos propia de aquella época y luce toda en un impecable blanco y negro, cortesía del director de fotografía Alejandro Giuliani. De la Vega es conocido por dirigir películas de terror y comedias negras con momentos de violencia extrema. Aquí también hay unos pocos momentos gore, pero la propuesta se apoya mucho más en crear un clima de misterio, con una intriga digna de Agatha Christie y de los mejores exponentes literarios del género. Más precisamente, combina los subgéneros de “crímenes en habitaciones cerradas” (al que pertenece, por ejemplo, El misterio del cuatro amarillo, de Gaston Leroux) y de whodunit, que consiste en averiguar quién es el asesino. Predominan guiños para conocedores desde los nombres de los personajes, pero sobre todo, desde su esencia. Osmar Nuñez vuelve a dar cátedra a la hora de componer personajes atormentados pero con una fuerte presencia. Rodrigo Guirao Díaz, luego de Hasta que me desates, sigue en una senda interesante y desafiante de su carrera cinematográfica. Luciano Cáceres despeja toda duda sobre su versatilidad interpretativa. Natalia Lobo aporta una cuota de misterio propia de una femme fatale, pese a que su personaje no responde a ese estereotipo. Por su parte, Daniel Miglioranza y Diego Cremonesi parecen detectives sacados de cualquier buen clásico. Punto muerto funciona como un notable homenaje al policial clásico, pero no por eso deja de tener valor como policial en sí mismo, pleno de enigmas, vueltas de tuerca y estupendas actuaciones.
Desde Acné, su ópera prima, Federico Veiroj se volvió uno de los pocos nombres fuertes del cine uruguayo de los últimos tiempos. Las cinco películas que dirigió muestran a un autor centrado en antihéroes cotidianos ante situaciones decisivas de su ida. Así habló el cambista es su película más ambiciosa visual y narrativamente, con idas y venidas a distintos períodos históricos, pero nunca deja de lado su esencia. La película está contada desde el punto de vista de Humberto Brause (Daniel Hendler), un cambista uruguayo que se vuelve un especialista en el rubro. Vemos sus comienzos como alumno aplicado de Schweinsteiger (Luis Machín), cómo se enamora de Gudrun (Dolores Fonzi), la hija de su mentor, y cómo va perdiendo la moral a medida que se va juntando con individuos tan poderosos como siniestros. Por primera vez en su carrera, Veiroj nos presenta a un personaje de comportamientos cuestionables, turbios, que llega a extremos muy oscuros motivo por su ambición desmedida. Sin embargo, el director logra que los espectadores puedan seguirlo gracias a pinceladas de ironía, a rasgos que consiguen hacerlo más terrenal, como la llamativa dentadura. En ese sentido, no se diferencia tanto de otras criaturas del director. De esta manera, la película funciona como una comedia dramática con elementos de thriller, que no se preocupa en disimular la amargura feroz que hay de fondo. Otro acierto de Veiroj fue retratar diferentes épocas (empezando por 1975) a partir de detalles específicos de arte (decorados, vestuario, peinados) y fotografía, pero sin que los recursos de producción tapen la historia. El arte y la fotografía, además, no dejan de ser utilizadas en función a la psicología y los momentos de cada personaje. Daniel Hendler por primera vez es dirigido por Veiroj, más allá de que venían colaborando juntos desde hace años, pero detrás de cámara. Aquí tiene uno de los papeles más densos y complejos de su carrera, aunque su actuación, como el guión, logra que Brause nunca genere rechazo. Dolores Fonzi demuestra que está en un momento de esplendor, ya que resulta convincente a la hora de reflejar las diferentes capas de Gudrun. En tanto, Luis Machín aporta su efectividad acostumbrada en el rol de un maestro superado por su discípulo. No menos destacable en la labor de Benjamín Vicuña como un siniestro perseguidor ni la de Germán de Silva componiendo a un individuo clave para la reputación de Brause. En Así habló el cambista, Veiroj demuestra que le sobra capacidad para encarar proyectos más grandes, con elencos internacionales de gran nivel, y que al mismo tiempo sigan siendo films personales.
Iris (Susana Pampín) acaba de cumplir 50 años y tiene ideas y venidas con su pareja (Eva Bianco). En eso llega Maia (Camila Plaate), la hija de una amiga, procedente de Tucumán, para estudiar en la facultad. Iris y la joven logran congeniar al instante: comparten paseos, chismes sobre aventuras sexuales, y la mujer termina enamorándose de ella. Un sentimiento que se intensifica cuando Maia le cuenta que siente algo por una mujer mayor que ella y no se atreve a confesárselo. Margen de error tiene como núcleo el amor. El amor de un adulto hacia una persona más joven. El amor entre mujeres. El amor en secreto. El amor y el riesgo a no ser correspondido. El amor a secas. Esto, en el marco de una nueva exploración que la directora Liliana Paolinelli hace del universo femenino. De hecho, casi todo el elenco está compuesto por mujeres y sus sentimientos. En este caso, por su tema y su tono de comedia dramática, se acerca más a Amar es bendito, su película anterior, en donde también cuenta las consecuencias de un inesperado triángulo amoroso. La película está contada mayormente desde el punto de vista de Iris, de modo que cobre fuerza la intriga sobre si ella es la mujer que enloquece a Maia. Sin embargo, dos escenas específicas entorpecen la fuerza de ese misterio. Un detalle que le resta al resultado final, aunque no consigue romper su encanto principal. Pampín le saca el jugo a un papel aquejado por la inseguridad que le genera confesar sus sentimientos, devorado por la ansiedad. La química con la interesante Camila Plaate es el punto fuerte del film y lo que termina tapando sus escasas falencias. No menos destacada es la actuación de Eva Bianco; en pocas escenas, y mediante recursos específicos, podemos advertir la complejidad de ese personaje, que de pronto cree no saberse querida por su amada. Margen de error triunfa desde sus principales armas: las actuaciones y la química entre los intérpretes. Eso, más algunas escenas cómicas y emotivas, le alcanza para sobresalir como una pequeña oda al amor.
Algunas personas que, por los motivos que sea, trascienden su profesión para convertirse en figuras públicas. Tomemos el caso de Rodolfo Livingston. Sin duda, uno de los arquitectos más reconocidos del país, pero también una personalidad particular, inquieta, accesible, honesta, vivaz; un hombre siempre dispuesto a compartir su saber y de salir al cruce de las que considera injusticias. Un ser inquieto que también publicó una buena cantidad de artículos y libros que trascienden la mera teoría. El método Livingston que le da título al film hace referencia a una creación suya para reformar viviendas unifamiliares, basado en la comunicación fluida con los clientes para definir qué es lo que quieren. Un método basado en la accesibilidad y la calidez, que también son los principales atributos de este documental dirigido por Sofía Mora y producido por Néstor Frenkel. Lejos de mostrar al arquitecto sólo durante sus horarios laborables en su estudio y dando clases en la Universidad de Buenos Aires, la cámara lo sigue en su vida cotidiana: deleitándose con las enredaderas de su casa, paseando por el vecindario, reuniéndose con colegas que también son amigos, recibiendo homenajes. El carácter simpático y el desparpajo de Livingston cautivan al espectador desde el minuto cero. Uno de los momentos graciosos incluye una complicidad entre Rodolfo y el camarógrafo, en la que nos enteramos de que el primero estuvo de novio con la abuela del segundo. Además, Mora enriquece la película con material de archivo, incluyendo entrevistas televisivas de distintas épocas. Se destaca, sobre todo, su participación en el programa periodístico Tiempo nuevo, en los ’90, donde no tuvo problemas para manifestar su disconformidad con el modelo neoliberal ante el conductor del programa, Bernardo Neustadt, ni de acusarlo de incentivar los despropósitos de aquel gobierno. Método Livingston es la oportunidad perfecta para conocer la vida y el pensamiento de una figura que se niega a descansar en sus laureles y sigue demostrando cómo unir lo profesional y lo humano.
Dentro del género de comedia hay un subgénero no asumido pero cada vez más utilizado: la comedia nerd. Historias acerca de personajes empapados de cine, series, comics y cultura pop en general. Kevin Smith bien podría ser un precursor de esta categoría, que incluye series como The Big Bang Theory y Silicon Valley. La obsesión por la cultura retro (en especial, por la década del ’80) maximizó la cantidad de exponentes. En Latinoamérica, Nicolás López, con films como Promedio rojo, parece haberse erigido como máximo representante. Argentina también tiene lo suyo. Rebobinado es un reciente y divertido ejemplo. Alejandro (Matías Dinardo) no tiene suerte en el amor, y apenas la tiene en su vida. No es precisamente un galán extrovertido sino un muchacho de perfil bajo, fanático del cine y de las historietas. Además, vive anclado en el pasado. Al parecer, no logra superar el hecho de no haber podido enamorar a una chica en el cumpleaños de su mejor amigo, a los 12 años, allá por 1998. Entonces descubre un grabador que, mediante un extraño proceso científico, lo puede transportar al plano espacio temporal correspondiente al cassette que coloque. Entonces pondrá un cassette que supo compilar para el cumpleaños del ‘98. Así viajará al pasado en varias oportunidades, intentando cambiar la historia y quedarse con la chica, lo que supone que ayudaría a encarrilar su triste adultez. Esta producción independiente incluye gags basados en la escasa suerte del protagonista y sus viajes temporales. También hay humor más delirante, propio del trío Zucker-Abrahams-Zucker (los responsables de ¿Y dónde está el piloto?, entre otras), además de situaciones estrambóticas, como una repentina aparición de un popular superhéroe. Otro recurso cómico es la actuación desbordada de algunos personajes. Una mezcla de registros que no siempre funciona a la perfección, pero el director Juan Francisco Otaño le imprime un ritmo adecuado a casa secuencia y se las ingenia para ensamblar todas las piezas en las instancias decisivas. Matías Dinardo es el alma de la película. Un Tom Hanks de los ’80 en el cuerpo de un Daniel Radcliffe local. Un antihéroe romántico como los de hace tres décadas, convincente para los chistes físicos como para los más dialogados. Lo acompaña un nutrido elenco secundario que se luce en cada una de sus participaciones. Aun cuando por momentos parece desviarse de la propuesta original, Rebobinado termina cerrando y se consolida como la comedia ideal para los devotos de la cultura pop y para todo dispuesto a divertirse un buen rato.