El padre de Martin (Gabriel Bateman) murió hace un tiempo, la madre (María Bello en el papel de una consumidora crónica de antidepresivos) habla sola de noche y él tiene problemas para conciliar el sueño a causa de las visitas poco amistosas de Diana. Cuando el niño comienza a quedarse dormido en las clases, su hermana mayor Rebecca (Teresa Palmer) se ve obligada a dejar la rebeldía por un rato -toda vestida de negro y con un departamento empapelado con afiches de calaveras, obvio- para hacerse cargo de Martin, y de lo que ocurre en su antigua casa desde que ella no vive allí. Luego de intentar convencerlo de que lo que sucede en las noches son solo pesadillas, Rebecca comienza a recordar su pasado y a entender cómo es que una niña muerta (Diana) se ha ido cargando con los hombres de su familia.
La larga historia comienza en el siglo XVII, tras el suicidio del sacerdote Fabrizio. En el Convento de Santa Clara, en Bobbio, bajan la orden de que éste sea sepultado en tierra profana. Pero hay un modo para que no ocurra: Bendetta (Lidiya Liberman), la monja que lo sedujo hasta el límite de perder la cabeza, debe aceptar que todo es obra de un pacto suyo con el diablo. La mujer, torturada en nombre de Dios, es obligada a pasar por una serie de pruebas para que confiese su culpabilidad, pero ella se mantiene callada y firme en su posición. Federico (Pier Giorgio Bellocchio en el papel del hermano soldado de Fabrizio) llega hasta el convento para pedir por la memoria del difunto y rogar que sea enterrado donde se merece. Allí comienza a investigar acerca de la responsabilidad de esta femme fatale, y su relación con el fallecimiento de su confesor, hasta que él también se deja cautivar por los encantos de la mujer.
En un recorrido por el Hospital T. Borda, se ve a Joaquín presenciar un acto en homenaje a su padre. Enrique Pichon-Rivière queda inmortalizado en una pesada figura de arcilla, en esa institución que alguna vez le supo dar la espalda. Así abre el documental acerca del creador de la Psicología Social. Desde el origen del apellido en Francia hasta la llegada de los Pichon-Rivière a Goya, Corrientes, se describe la huella de este primer momento en el francesito -como le dirían sus amigos-, época que haría de marco tanto de su vida personal como profesional. Con una estructura flexible, el documental avanza en diferentes recorridos narrativos y espaciales. Kohan (Café de los maestros, 2008) no intenta agotar las temáticas que trata sino, al contrario, presentar caminos posibles. La cultura guaraní aparece en primer plano -quizá peligrando con comerse el relato- como la base de su vocación por la psicología y sociología, a la vez que la literatura francesa, los poetas malditos y, especialmente, la figura del Conde de Lautréamont son otras de sus influencias.
Misterios de Lisboa es un ejemplo de que el bullying existe desde hace mucho tiempo. Al menos desde el siglo XIX, época en que Camilo Castelo Branco escribe la novela homónima. Claro que ese término no era tal, pero el acoso psicológico existía y el director chileno Raúl Ruiz apela a él para plantear el principio de esta historia interminable. João ( João Luis Arrais), es un niño de catorce años, blanco de las cargadas de sus compañeros de clase, por el hecho de ser huérfano. En medio de una riña, el joven pierde el conocimiento y, cuando despierta, está en una cama del convento donde vive, junto al Padre Dinis (Adriano Luz) y a la condesa Ángela de Lima (Maria João Bastos). João no comprende la visita de esa mujer, pero el hecho lo impulsa a presionar a su tutor para que le revele cuáles son sus orígenes y, sobre todo, quiénes son sus padres. Los secretos sobre el pasado de João son apenas la punta del iceberg. Por debajo, amores, asesinatos, conveniencias, enfermedades y venganzas van uniendo las vidas de distintos personajes, quienes forman, en su conjunto, un diario de sufrimiento. En esta historia polifónica, los diferentes narradores relatan, desde su punto de vista, cómo se fueron desencadenando los acontecimientos por más de un siglo, hasta llegar al joven.
Eva no duerme ni sueña con hadas. Descansa en paz, sólo es una forma de decir cuando el cuerpo de Eva Duarte de Perón ha recorrido distintos caminos y sido víctima de perversas manipulaciones antes de ir a parar al Cementerio de Recoleta. Gael García Bernal hace de un hombre argentino, héroe de patria, o así se define Emilio Eduardo Massera, en esta película donde toma la voz del relato para hablar de la yegua -cualquier parecido con ciertos discursos actuales no es mera coincidencia-, esa mujer que le costó un cuarto de siglo poder atrapar. Este militar se atribuye sólo un error: no haber destruido su cuerpo en el momento adecuado, haciendo de disparador de tres historias donde Pablo Agüero relata un oscuro mito de la historia argentina: el del cadáver de Evita. En Eva no duerme, todo queda reducido a tres episodios: “El Embalsamador”, donde Imanol Arias interpreta al encargado de disponer del cuerpo de la mujer hasta el punto de cambiarle sus gestos para borrarle toda marca negativa; “El Transportador”, protagonizado por un Denis Lavant responsable de llevar al cuerpo lo más lejos posible, y “El Dictador”, con Daniel Fanego en el papel de Pedro Eugenio Aramburu.