Un trámite desgastante Pocas actividades más desgastantes que hacer una cola. Ahí mismo nació Félix Cayetano Gómez un 7 de agosto en Liniers, mientras su madre esperaba para ingresar al santuario. Tal vez por eso sea que el propósito en la vida de Félix (Alejandro Awada) sea dedicarse a hacer colas como gestor, mientras busca -sin hacer demasiado- que los coleros tengan personería gremial en la CGT y la plata suficiente para un viaje de visita a su hija, que dijo haberse ido a vivir a Francia pero sobrevive en Buenos Aires promocionando suscripciones a contenidos sexuales por SMS en videos donde muestra la cola. Menos la que refiere a la de pegar, La cola hace uso y abuso de toda acepción posible de la palabra del título. Y así corren los minutos en esta comedia que sigue las tribulaciones del colero Félix y apuesta fuerte por un costumbrismo ordinario donde hay lugar para jerga urbana impostada, todo tipo de insultos (algunos, con cierto timing, mejor logrados), un acercamiento a la picaresca sexual y un inesperado costado existencialista centrado en la espera. Los debutantes Enrique Liporace y Ezequiel César Inzaghi (también actores de La cola ) resuelven con tres poco cinematográficos monólogos a cámara de Awada la presentación del conflicto, la crisis y el desenlace de los problemas de Félix en La cola y recurren cada tanto a las imágenes oníricas donde se compara el comportamiento de las hormigas con hombres enfilados que marchan hacia un trasero de proporciones titánicas. El paralelo puede resultar odioso, pero hacer cine es un trabajo difícil, analítico y mucho más complejo que poner el cuerpo para hacer una cola. Por más que a veces parezca hecho como un mero trámite.
Una de acción, que no otorga respiro Con un imponente Jason Statham, que se lleva todo por delante, el filme muestra una Nueva York oscura y peligrosa. Más cerca de los guerreros de Walter Hill que de “Sex and the City”. Una nenita oriental deambula asustada por una estación del subte neoyorquino. Así empieza El código del miedo y, por lo general, si la primera escena de una película está situada en un subte, su director está insinuando que se va a meter de lleno en el submundo de una ciudad, en las profundidades de su costado más oscuro e infernal. El código del miedo enseguida lo confirma al develarse que la nenita trataba de escapar de la mafia rusa porque, como niña prodigio que puede retener cualquier combinación en su mente, es una pieza fundamental para la mafia china. Ahí mismo, en el subte, Jason Statham decide defender a la nena cuando reconoce a los mismos rusos que asesinaron a su esposa -y le aseguraron que harían lo mismo con toda persona con la que entable relación- porque el ex policía dejó en coma al luchador que debía vencerlo en una pelea arreglada. Juntos se refugiarán en una Nueva York tomada por el crimen organizado, custodiada por la más sucia policía y al servicio de los políticos más corruptos. Hacía años que el cine no mostraba una Nueva York más afín a Los guerreros de Walter Hill que a la idealización de Sex and the City y las comedias románticas con las “calles limpias” por la “tolerancia cero” del ex alcalde Giuliani. Esta Nueva York peligrosísima de El código del miedo se muestra anacrónica, muy parecida a la ciudad de las décadas de los 70 y 80, pero al mismo tiempo se siente en absoluta sintonía con los múltiples casos de gatillo fácil de los últimos días. Esa extraña mezcla entre los lúgubres tiempos pasados y el presente rabioso es una de las mayores virtudes de El código del miedo . Boaz Yakin ( Duelo de titanes ) filma a Jason Statham como si fuera Charles Bronson, en busca de cargarse al mundo entero por una venganza, pero con todos los códigos visuales y la brutalidad del cine contemporáneo. Los planos breves con movimientos abruptos y las ejecuciones en primer plano son moneda corriente en el filme y sobresaltan a un espectador que de antemano adivina los vaivenes previsibles de la historia. El código del miedo es esa película de acción que se vio mil veces, pero con más y mejores piñas, patadas, huesos rotos y tiros. Y el director Boaz Yakin no es el único responsable. Jason Statham es la gran estrella de acción del presente. En El código del miedo no recurre a esa locura desaforada de Crank ni demuestra la eficaz precisión de El transportador . Aquí el actor británico demuestra que tiene la versatilidad para llevar la película por un camino que comienza con la venganza más salvaje y, a mitad de trayecto, muta en una conmovedora búsqueda de redención que se acerca a El perfecto asesino , de Luc Besson. Sin que se note forzado, Statham se lleva a todos por delante sin que importe que sean mafiosos, policías o políticos, pero jamás ocultará su costado tierno al relacionarse con una nena. Así son los héroes modernos. Como los de antes, pero mejor adaptados a los tiempos que corren.
Vacaciones explosivas es el curioso título de Get the Gringo (algo así como “agarren al gringo”), la nueva película protagonizada con Mel Gibson, donde el tipo más políticamente incorrecto de Hollywood se permite burlarse un rato de sí mismo y, de paso y muy a su manera, ‘limpiar la mugre’ de una cárcel mexicana. El debutante Adrian Grunberg, hijo de argentinos, se divierte en esta película de tipos duros que cita, sin el más mínimo atisbo de solemnidad, al cine de Sergio Leone y Sam Peckinpah o los contemporáneos Quentin Tarantino y Robert Rodríguez.
Después de la física Batman inicia y la mental (o, mejor dicho, demencial) El caballero de la noche, Christopher Nolan cierra su trilogía de Batman con la espiritual El caballero de la noche asciende. La tercera parte encuentra a Bruno Díaz ya retirado y obligado a volver a enmascararse por culpa de Bane, un villano con muy poco para ofrecer -más allá de sus buenas intenciones- que no le llega a los talones al inolvidable Guasón. Nolan insiste con sus metáforas sobre el mundo contemporáneo, pero se enreda entre tantas analogías que hablan del alma y del costado más oscuro del capitalismo.
Valiente es una rareza: una película intimista sobre la relación madre-hija escondida dentro de una animación infantil de aventuras. Pixar se vuelve feminista con esta historia de una princesa que no busca príncipe azul ni de ningún otro color: Mérida es fanática de la arquería y la Reina le hace sentir su reprobación por verla demasiado varonera. Ellas, ante la inoperancia de un Rey obsesionado con los osos, son las encargadas de reconstruir la familia real. Pero primero deberán recomponer el lazo más fuerte, el de una madre y su hija.
Este nuevo estreno de los hermanos Jean-Pierre y Luc Dardenne sigue la historia de un chico problemático que fue abandonado por su papá y encuentra un hogar en la casa de una peluquera que lo rescata de un internado. Los “hermanos filma nucas” mantienen sus tópicos: El chico de la bicicleta es otra historia moral de redención sobre pequeños delincuentes y segundas oportunidades, pero sobre todas las cosas es un cuento de hadas tan realista como espiritual. Los Dardenne confirman con El chico de la bicicleta que están entre los grandes autores de nuestros días.
Sombras tenebrosas es la octava colaboración de Tim Burton con Johnny Depp. Y la pareja, una vez más, funciona aceitada, sobre todo a la hora de explotar al máximo el humor negro. Sombras tenebrosas comete algunas torpezas narrativas a la hora de contar la venganza de un vampiro particular. Este Barnabas Collins de Johnny Depp va a contramano del imaginario popular del vampiro según la moda de La saga de Crepúsculo. Depp, afiladísimo, se saca chispas con la francesa Eva Green, la única de un elenco multiestelar que se anima a opacar al mismísimo protagonista fetiche de Burton.
La mejor Michelle Williams se pone en la piel de Marilyn Monroe y se lleva por delante una timorata historia sobre la única película que filmó la rubia fuera de Hollywood. La protagonista redimensiona muchos de los lugares comunes sobre los caprichos e inseguridades de la diva. Mi semana con Marilyn quiere ser al mismo tiempo una película de crecimiento sobre un chico que da sus primeros pasos en la industria del cine y una biopic de la caída en desgracia de una estrella. El magnetismo en pantalla de Williams, digno de Marilyn, le da sentido cinematográfico y engrandece una película que parecía hecha para televisión.
Tres hermanas, Marina (María Canale), Sofía (Martina Juncadella) y Violeta (Ailín Salas) sufren un verano agobiante encerradas en un caserón tras la muerte de una abuela que parece haber criado a las chicas. Milagros Mumenthaler debuta con esta historia sencilla sobre cómo mantener la unión y seguir adelante cuando se pierde una pieza fundamental. Las tensiones entre las chicas son el motor de Abrir puertas y ventanas, donde también hay lugar para varias sutilezas de una cineasta prometedora que se dio el lujo de narrar aprovechando un temazo como Back to Stay de Bridget St. John.
Aki Kaurismäki vuelve a sus perdedores hermosos. El director de El hombre sin pasado y Luces al atardecer ahora cuenta la historia de un veterano lustrabotas que quiere esconder a un chico africano que llegó como ilegal a la ciudad francesa del título original en un buque de carga. El puerto mantiene esos rasgos que convirtieron al menor de los Kaurismäki en un cineasta único: el humor absurdo en clave tragicómica y, sobre todo, esa rarísima cruza entre el tono distante y el más emotivo humanismo.