Es curioso como Hollywood intenta aggiornar las películas que tienen como principal destinatario un público adulto, comedias como Cuando ellas quieren más, con un elenco de estrellas de otras épocas, y de las que los más jóvenes, tal vez, en una de ésas, solo reconozcan a Mary Steenburgen, porque estaba en la tercera de Volver al futuro. Lo de renovar o innovar no pasa aquí por la manera de narrar o los planos, sino por los diálogos que les hacen decir a las cuatro mujeres protagonistas, cargados con un doble sentido explícito la mayoría de las veces. Qué risa. Esta es la secuela de Cuando ellas quieren. Y si en la primera todas habían pasado los 60 -y éramos generosos-, ahora tienen achaques de todo tipo. Siguen siendo las mismas amigas que desde hace 45 años se reunían una vez al mes a discutir y conversar sobre el libro que una proponía, y las otras también leían. Son Diane (Diane Keaton), Vivian (Jane Fonda), Sharon (Candice Bergen) y Carol (Mary Steenburgen), interpretadas por ganadoras del Oscar o candidatas al premio de la Academia, no precisamente por estas películas. Cuatro amigas en pandemia Cuando ellas quieren (The Book Club) estrenó en 2018, y las cuatro amigas recibían algo así como un pequeño cimbronazo cuando, en su club de lectura, abordaban 50 sombras de Grey. No empieza mal la película, cuando muestra a las cuatro manteniendo la costumbre de la lectura, pero en épocas de pandemia por el coronavirus. Cada una encerrada en su casa -lujosa, claro- charlando por Zoom. Si hubieran seguido por Zoom, tal vez, no solo se hubieran ahorrado unos cuantos millones de dólares de producción, de pasajes a Italia y más, y vaya uno a saber en qué hubiera terminado Cuando ellas quieren más. Porque desde el lado de la platea uno no quiere más, aproximadamente a la media hora de la proyección. Pero algo tiene que ocurrir, y ese algo le pasa a Vivian, quien cuando finalmente pueden encontrarse en persona, muestra el anillo de compromiso que le regaló Arthur (Don Johnson). Y como el cuarteto se debía un viaje a Italia, organizan una suerte de despedida de soltera con un recorrido que las llevara de la ciudad de Roma a Venecia hasta llegar a la Toscana. De nuevo es Diane (Diane Keaton) quien lleva la voz del relato. No se la ve en los primeros planos, pero su voz es reconocible. Salvo que elijan, o compren entradas sin saber, una función de las dobladas al castellano, y ahí sí, mejor que hayan leído esta crítica porque no van a saber quién habla en off. Bill Holderman, que como director solo había realizado la película original, Cuando ellas quieren, volvió a escribir el guion con Erin Simms, y si antes eran poco graciosos, el tiempo no los ha mejorado. Por allí deambulan los caballeros del reparto, que además de Don Johnson, incluyen a un Giancarlo Giannini ochentoso -bueno, viajan a Italia- en un pobre papel de policía, Craig T. Nelson (de Poltergeist) y Andy García, que recordarán era la pareja de Diane Keaton en la primera. Y hace 30 años era su sobrino, en El Padrino III. Todo tiempo pasado, a veces, sí fue mejor.
El regreso de Damián Szifron al cine, tras los nueve años que separan a Misántropo de Relatos salvajes, generaban una expectativa mayúscula. Tampoco había dirigido nada para la televisión o el streaming, y las ganas de los fans de Los simuladores, que saben que la serie tendrá su película para 2024, seguro los acercan en manada a las salas. Y no, no se sentirán decepcionados. Aunque Misántropo no es el tipo de filme que uno hubiera imaginado como lo inmediatamente posterior a Relatos salvajes, llena de ironías y violencias tamizadas con mordacidad. Pero el sarcasmo no tiene necesariamente que ser vehiculizado por la risa, la broma o el chiste. Y Misántropo es también, si se lo quiere ver así, una mirada sobre Hollywood, o sobre todo lo que le pasó a Szifron en sus intentos por rodar bajo las premisas de la Meca del cine, El hombre nuclear -proyecto que nunca prosperó- incluido. Como toda buena película, Misántropo permite ser analizada desde distintas perspectivas. Porque tiene diferentes capas y tamices. Veamos el principio. Noche de Año nuevo en Baltimore. Hay gente, por ejemplo, que festeja en pisos aterrazados, en jacuzzis, que viajan en ascensores al exterior, o patinando en una pista sobre hielo. Un asesino serial se encargará de que esas celebraciones no tengan un final feliz, ya que son masacrados. Aprovechando enmascararse en los estruendos de los fuegos artificiales, el misántropo del título irá disparando, y matando, a decenas de personas. La policía y el FBI Eleanor Falco, una policía (Shailene Woodley, de Los descendientes, Divergente, Bajo la misma estrella) llega hasta el piso desde donde el asesino efectuó los disparos. Allí, luego, arribará Lammark (Ben Mendelsohn, de Bloodline y Ready Player One), del FBI. Y detectará en Eleanor un “algo”, que lo lleva a reclutarla, en principio como un enlace entre la Policía y el FBI. Como decíamos, a esta película se la puede ver como la intensa búsqueda y cacería de un asesino serial -de allí el título en los Estados Unidos: To Catch a Killer, o Atrapar a un asesino-. Como fue El silencio de los inocentes, exacto. Una diferencia es el comportamiento y las características del individuo que realiza los asesinatos, que no es el villano de costumbre, o un loquito. Es un misántropo, un tipo que desprecia a la naturaleza humana. Y en el guion, tiene su explicación, en un largo monólogo del personaje. Porque, también, Misántropo es de los filmes con más texto que haya realizado Szifron. Obviamente hay escenas de acción, que testimonian las matanzas, pero el entramado central pasa por otro lado. Volvemos sobre lo anterior: también puede verse Misántropo -su director de fotografía es el también argentino Javier Juliá- como un filme sobre las miserias de una institución, como el FBI o la Policía, con los palos en la rueda, los celos, la codicia o la falta de solidaridad. El cuidarse las espaldas antes que el bregar por el bien en común, que sería apresar al asesino, pero con armas… dignas. Y quien comete estos asesinatos no es un terrorista, como bien explica Lammark, porque nadie se hace cargo de los hechos. Es anónimo. Así como Hannibal Lecter escudriñaba a Clarice Starling en El silencio de los inocentes, y le daba vuelta como a un guante, Lammark tiene la habilidad de leer entrelíneas a Eleanor. Claro, Lammark es más como Jack Crawford, el jefe de la novata Clarice en el FBI. Eleanor comparte con ella poner sus principios por delante de todo, un tesón inclaudicable y también la inteligencia. Szifron demuestra su maestría en la construcción de los diálogos, en abrir a algún personaje (Lammark, en su vida privada), y en filmar las secuencias de acción con sorpresa, o con brío. Este es un thriller, pero también, un drama, que tiene algún relajamiento de humor, pero lo importante, lo que trasciende, pasa por otro ámbito.
En Humo bajo el agua Mariano Martínez y Rodrigo Guirao Díaz son amigos de niños, amantes de adultos Uno es peón en la estancia del otro. Luis Brandoni es el padre del personaje de Martínez. Tarda, en Humo bajo el agua, en aparecer el centro de la cuestión, pero como tanto Mariano Martínez como Rodrigo Guirao Díaz lo han hecho público en estos días, digamos que lo que narra la película es una historia de amor entre sus dos personajes. Son Julián y Patricio, el hijo de un capataz de una estancia y el del estanciero, que desde hace muchos años no se ven, y tenían, ya desde la infancia, una amistad que se fue transformando, hasta que el hijo del padre rico se marcha a la ciudad. Hay rumores de que, tras la muerte de su padre, Patricio termine por vender los campos, con la consabida inestabilidad que eso generaría en la familia de Julián, compuesta por su madre (Norma Argentina) y su padre (Luis Brandoni). Es este último el que tiene pensamientos algo atrasados, por no decir retrógrados, al margen de no ver bien a Patricio, porque ni apareció cuando murió el estanciero. Así que un buen día, cuando Patricio regrese, se encontrará con que Julián está de novio con la hija de otro estanciero, con quien planean casarse. Patricio ya está casado y tiene dos hijos, y con su familia llega hasta el lugar. Humo bajo el agua, que no tiene nada que ver con el tema de Deep Purple Smoke On the Water, hace referencia a ciertos cigarrillos compartidos por los amigos en el río. Es más, el tema principal fue compuesto por Axel, cuyo título Cambiar el destino es más que explícito acerca de lo que sucede en el filme. Es 1984, la democracia se ha recuperado, pero dentro de ese marco -del que no se hace demasiada referencia, más que el de indicar la fecha en que transcurre la trama- son más fuertes las libertades con las que se sienten, o comienzan a sentirse, ambos personajes. Apostar al amor El entorno puede ser hostil -el hermano de la prometida de Julián es gay, y su padre (David Di Nápoli, que hace poco hizo El acompañamiento en teatro con Brandoni) lo trata de maricón y lo margina hasta durante un almuerzo-, pero el filme apunta a que hay que apostar por el amor. Un amor que, hay que decirlo, nunca llega a ser una pasión desenfrenada en las imágenes, porque los directores Julio Midú y Fabio Junco plantean y ponen en escena todo con absoluta sobriedad. Mariano Martínez es más protagonista que Guirao Díaz, es más activo entre los trabajos del campo, arreando vacas, arreglando alambrados, y máquinas de cultivo. Su personaje es el que evidentemente más evoluciona o presenta más cambios que Patricio. La química entre ambos actores hasta es mayor que la que se percibe -seguramente habrá sido adrede- entre ellos y sus respectivas parejas mujeres. Brandoni y Argentina cumplen roles más secundarios, pero el guion no les permite explayarse o tener momentos como para su propio lucimiento.
Empieza el baile: el amor y la amistad al ritmo del 2x4 Darío Grandinetti, Mercedes Morán y Jorge Marrale protagonizan esta comedia dramática, premiada en Málaga. Es una historia de encuentros y desencuentros, de amor y de amistad la que coprotagonizan Darío Grandinetti, Mercedes Morán y Jorge Marrale y la que cuenta Empieza el baile, coproducción con España que estrena este jueves. Y llega con dos premios en el Festival de Málaga: el del público y a Marrale como mejor actor de reparto. Carlos (Grandinetti) está radicado en España, donde se estableció y formó una familia hace ya muchos años. Vive con su mujer Elvira (Pastora Vega) y su hija. Fue un talentoso y exitoso bailarín de tango, y la llamada que recibe desde Buenos Aires lo descoloca. Y decide viajar de regreso a Buenos Aires, por unos días, porque ha fallecido Margarita (Morán), que en su momento fue su pareja artística, y algo más íntimo. Terminado el funeral, Pichuquito (Marrale), amigo de los dos, lo lleva ante Margarita, quien no solamente no murió, sino que le cuenta que han tenido un hijo en común, que obviamente ya es un adulto y vive en Mendoza. Hablábamos de que es una película de reencuentros. Bueno, Margarita quiere ir hasta Cuyo para oficializar ese encuentro. Una road movie al compás del tango A partir de ahí, Empieza el baile se transforma en una suerte de road movie tanguera, porque los tres personajes se suben a la furgoneta en la que hacían sus antiguas giras y ponen rumbo a Mendoza. La película es una de esas realizaciones en las que lo que prima son las actuaciones. Y no vamos a descubrir aquí el talento del trío protagónico, aunque el rol de Marrale por momentos sea como de acompañante. Igual, hay una revelación que le devuelve al actor de El vestidor, en teatro, su lugar en el centro de la escena. No son Carlos, Margarita y Pichuquito personajes que vayan a evolucionar en el transcurso del viaje, que es lo que suele suceder en todas las películas del camino, en las que es más importante lo que sucede en el trayecto que si llegan o no al destino prefijado. Ya son grandes, tienen sus edades y sus achaques personales, y tampoco tienen por qué andar guardándose nada. La directora Marina Seresesky, argentina radicada en España, se preocupa porque el carácter de cada uno de ellos entre en sintonía o colisione con el de los otros. Carlos es un tipo cuyo sarcasmo, cuando no cinismo, le permite desenvolverse lo mejor que puede; Margarita va de frente y Pichuquito navega como puede toda la situación que atraviesa con este reencuentro. Hay bastante de humor negro en el filme, una agudeza en las ocurrencias, que permiten soslayar algunos momentos en los que la trama roza la sensiblería más pura. El ritmo no decae, y la iluminación es natural, como todo lo que sucede en la película.
Evil Dead: El despertar arranca de cero, con guiños a El resplandor y La masacre de Texas La saga se renueva. Ya sin Sam Raimi en la dirección, pero sí como productor, es sangrienta, brutal y divertida. La saga de terror, originalmente debida a Sam Raimi, el que sigue pegado a ella, aunque ya no como realizador, parece tener lugar para más y más películas. O habrá que decir para más y más muertes, guiños, sangre, humor y descalabros. Ahora nos llega no una secuela, sino una película que renueva todo, Evil Dead: El despertar, que le pondrá los pelos de punta a más de uno. No por los desmembramientos y la posesión diabólica, sino porque se centra en que, todo eso, ocurra en el seno de una familia. Y cuando uno de los miembros del clan se infecte, muera, pero no muera y empiece a atacar al resto, sean sus hijos o su hermana, bueno, a prepararse, porque acá todos se defienden y si una niña se ve en una situación extrema, pongamos, en la que tuviera que empalar a un pariente cercano, ¿por qué no habría de hacerlo? No hay que haber visto ninguna de las Evil Dead para entender este El despertar, precisamente porque es el inicio, se cuenta el origen. Hay una suerte de prólogo, que luego se verá cómo interactúa o no con el centro del relato, en el que en una cabaña cercana a un lago ocurre alguna que otra muerte espeluznante. Así que, no entren tarde a la sala de cine. Vuelta de hoja, y estamos en Los Angeles, en un edificio de departamentos muy próximo a demoler. Tanto, que quedan pocas familias viviendo allí. Así que la inesperada visita de Beth (Lily Sullivan) no es bien vista por Ellie (Alyssa Sutherland, sin parentesco con Donald o Kiefer, y vista en Vikingos), madre de tres hijos, dos adolescentes y una niña, y hermana de la recién llegada. Beth viene con un test de embarazo positivo, pero no deseado, y se ve que la relación con su hermana fue buena, hasta que dejó de serlo. No abran El libro de los muertos No importa aquí tanto el por qué, sino que cuando Ellie se encuentre poseída por un demonio que escapa de El libro de los muertos -sí, ése con páginas de piel humana-, que no adelantaremos como aparece, Beth bien podría ser la única que pueda defender a sus sobrinitos de una madre que los quiere mal. Por supuesto que, aunque no aparezca Bruce Campbell (!), protagonista de la trilogía de Raimi, en toda película que lleve en su título Evil Dead debe haber un personaje capaz de enfrentar lo que haga falta. Y hacer lo necesario para, al menos, intentar triunfar. A diferencia, entonces, de la trilogía de Sam Raimi, y mientras que el renacimiento de la franquicia en 2013 dirigida por Fede Alvarez tenía fuertes efectos, de impacto, aquí el director Lee Cronin (El bosque maldito) va introduciéndonos de a poco, pero a paso apresurado, en un auténtico infierno. Es una película con apuntes de humor, pero totalmente gore, con guiños a La masacre de Texas y El resplandor. Las muertes son espeluznantes, gastaron más en maquillaje y en efectos que en actores o locaciones: casi todo transcurre en ese edificio maldito.
Es probable que nos hayamos malacostumbrados a la hora de ver películas de terror. Más que nada, cuando son bien, pero bien gore: sangrientas, con desmembramientos, gritos y efectos de sonido al palo. Tan es así que una de terror como Renfield, pero con Nicolas Cage, Nicholas Hoult y Awkwafina, bueno, nos motiva más. Aquí Cage, cuya carrera va en un constante sube y baja, es Drácula, y Nicholas Hoult (El menú), su -hasta ahora- fiel asistente, Renfield. Pero por algo la película lleva en el título el nombre del “sirviente” del vampiro, y no el del Conde. Drácula sigue viviendo mejor de noche que de día, la luz del sol lo daña y para alimentarse depende exclusivamente de lo que haga Renfield. Su cuerpo se descompone si su asistente no le consigue carne fresca, nuevas víctimas. Cuando es bien alimentado, Drácula emerge como el Ave Fénix, robusto, con su smoking de terciopelo negro, su tez con su blanca palidez, pero no destruida, peinado achatado hacia atrás y una fila de puntiagudos dientes, no solamente los colmillos. Jefe tóxico Drácula, digámoslo de una vez, es un jefe de lo más tóxico. Y claro, un día el joven Renfield se cansa. Y así arranca la película de Chris McKay (La guerra del mañana, con Chris Pratt, y Lego Batman: La película), con el protagonista sentado en una reunión para personas que no pueden salir de relaciones codependientes. Renfield va ahí porque su jefe es un narcisista abusivo. Es otro tiempo, no solo el que transcurre en la pantalla, que es en tiempo presente, sino también otra época del cine de cuando Francis Ford Coppola rodó Drácula de Bram Stocker. Y el Renfield que componía Tom Waits es prácticamente la antítesis del que ahora interpreta Nicholas Hoult. Así, Renfield come bichos, pero para tener fuerza, las pupilas de sus ojos se vuelven amarillas y se convierte en algo como un superhéroe de Marvel. Salta, pega, corre, le faltaría volar, que para eso está su jefe. Drácula es todo lo extravagante que se puede uno imaginar al Nicolas Cage desatado de los años ’90. No es justo compararlo con el de Gary Oldman de Coppola, y menos con el de Bela Lugosi. Este Drácula que vive en Nueva Orleans es un megalómano, que bien podría sumar fuerzas con la familia mafiosa que maneja el mercado de la droga en el lugar. Porque por ahí va otra historia, en la que interviene Awkwafina (Shang-Chi y la leyenda de los diez anillos), una agente de policía que también desea vengar el asesinato de su padre, por parte de esa familia mafiosa. No tardará en cruzarse con Renfield, porque esta película es un combinado de acción, comedia y algún que otro dislate. ¿Si es divertida? Sí, por momentos lo es. Es entretenida, y volvemos al comienzo, los amantes del gore estarán saltando de alegría. Lo que no tiene Renfield, la película, es misterio. Drácula ya es Drácula, no vamos a descubrirlo aquí, y los responsables de Renfield suponen que el que entra al cine ya debe saber cómo es.
Texto publicado en edición impresa.
No, no estamos ante una película -y un título- que se aprovecha y utiliza dos palabras -exorcista y Papa-. El exorcista del Papa existió, fue el padre Gabriele Amorth, que sirvió durante 30 años en el Vaticano y que, aquí encarnado por Russell Crowe, anda en motoneta. Así que a las películas que se centran en la práctica de exorcismos a individuos indefensos, que por alguna extraña razón han sido elegidos por algún demonio -porque si algo aprendimos estos años viendo películas de exorcismos es que estos ángeles caídos son muchos, no uno solitario-, aquí se le suma el actor que ganó un Oscar por Gladiador. Y que nunca, pero nunca había actuado en una película de terror. Buena, alguna de terror, por floja, el neozelandés sí hizo. No es el caso. Crowe le imprime al padre Gabriele algo así como una desacralización al cura motoquero. No solo por la moto -raro que viaje de Roma a España en motoneta, cuando el Papa le encarga un exorcismo, pero bueno, eso es lo que se ve- sino porque Gabriele bromea con las monjas, a las que les dice “Cucú”, y hasta con algún demonio. O sea, es un cura como de pueblo, pero que se las sabe todas. O casi. 70.000 exorcismos Tras el primer exorcismo que vemos, de los 70.000 que practicó -a varios poseídos debió practicarles más de uno, porque a veces les costaba más que otras-, el Papa Juan Pablo II le hace el encargo del que hablábamos. Un Juan Pablo II, te quiere todo el mundo, el que vino a la Argentina en épocas de Malvinas, y que interpreta un Franco Nero con barba. ¿Recuerdan al Papa Juan Pablo II con pelos en la cara? Una licencia, que le dicen. Gabriele llega a ese pueblito español. En una vieja abadía un joven (Peter DeSouza-Feighoney, en su primera actuación) está poseído. El lugar estuvo abandonado por años, y la madre de Henry llegó hasta ahí luego de la muerte de su esposo, para reacondicionarla y vender la propiedad. Ah, desde que murió su padre, Henry no pronuncia palabra. Ya van a ver, y escuchar, las asquerosidades que le dice a Gabriele, a la madre, a su hermana y al curita hispano que compone Daniel Zovatto. La vuelta de tuerca, sin spoilear, es cierto secreto guardado por allí. Julius Avery, que había dirigido la tremenda Operación Overlord, sobre soldados estadounidenses que se topaban con “algo” espeluznante el mismísimo Día D en la Segunda Guerra Mundial, mete sus buenos sustos, siempre y cuando uno no haya visto muchas películas de exorcistas. Escuchar a Crowe hablando en italiano es algo raro, pero uno se acostumbra. Y supongo que es mucho mejor que escucharlo así, que en las copias dobladas al castellano, donde se da en algunas salas en todos los horarios. Cosas del demonio.
Ya muchos ven en Makoto Shinkai, el director de Your Name (2016) como el heredero natural de Hayao Miyazaki, el genial realizador de La princesa Mononoke, en lo que respecta a la animación japonesa. Suzume es lo más nuevo de Shinkai, y como suele hacer el director El viaje de Chihiro, hay algo entre mágico y de ciencia ficción, no solamente porque hay personajes que en la vida cotidiana sería imposible que hablaran (un gato, y hasta una silla de tres patas). También es un filme sobre desastres sobrenaturales, a la vez sobre la Naturaleza, y con toques de comedia. La protagonista es Suzume (que quiere decir gorrión), una adolescente algo solitaria, pero valiente e inteligente. Vive con su tía desde que su madre falleció. Yendo de su casa al colegio, en el camino montañoso se cruza con un joven, Souta, que le pide ayuda para encontrar un lugar. Suzume queda extrañada ya en la escuela ve un gusano rojo, gigante, hecho de humo y fuego, presumiblemente brotando de aquellas ruinas. Lo curioso es que nadie más que ella lo ve. Y decide ir hasta las ruinas abandonadas a las que ella le indicó a Souta que fuera. Para qué. Bueno, allí hay una puerta, en medio de la nada. Una puerta a un lugar que le recuerda sus sueños y, como si se tratara de la Alicia de Lewis Carroll, intenta, pero no puede pasar. La abre, y desata unas fuerzas cómicas. Tropieza con una estatua de piedra que se convierte en un gato y encuentra a Sōta tratando desesperadamente de cerrar la puerta. La misión del recién llegado es “cerrar” esos portales, pero para ello necesita una suerte de llave. Hay un terremoto mientras cierra la puerta. ¿Se acuerdan del terremoto y el tsunami de Tōhoku de 2011? Por la fecha en la que transcurre la película, queda claro, metafóricamente, que se refiere a eso. Ya en casa de su tía, el gato, Daijin, aparece y habla, y convierte a Souta en la forma de la silla infantil,que mencionábamos antes -propiedad de Suzume, un regalo que le había fabricado su mamá- y el gato, que daba vueltas por ahí, no sería otra cosa que la piedra angular del asunto. Que Suzume sea una adolescente, y no una niña, no es un dato como para dejar pasar desapercibido. Hay cierta atracción que siente por Souta, en una etapa de su vida en la que está definiendo, también, quién es. La silla que ahora habla, o sea, Souta, le cuenta a Suzume que el gato era anteriormente una piedra angular, una criatura que mantenía cerradas las puertas al más allá, lo que evita que el gusano salga y cause terremotos. Siendo una silla, Souta necesita ayuda, por lo que parte con la adolescente a buscar al gato y devolverlo a su forma, en lo posible antes de que otro terremoto destruya la nación. La idea de aventura -y de inocencia- campean a lo largo de toda a proyección, que dura dos horas. La solidaridad de la gente con la que se cruzan y que no los conocían -que invitan a Suzume a pasar la noche o hasta a cuidar a sus hijos-, habla de un pueblo abierto a ayudar al prójimo. Shinkai ha dicho que esta película es una suerte de respuesta a un sentimiento de culpa, propio, por hacer algo en animación frente a las catástrofes naturales que contábamos. Deseaba usar su arte para que la gente supiera qué había sucedido. Ah, quédense a ver los créditos finales.