Otros personajes de videogames del pasado, como Pikachu y Sonic tuvieron recientes adaptaciones al cine que, con mayor o menor suerte, eran mínimamente divertidas. De Super Mario Bros ya hubo otros intentos, incluido con actores, como el de hace tres décadas exactas, con Bob Hoskins como Mario, John Leguizamo como Luigi, su hermano, y Dennis Hopper como el malvado Rey Koopa. La trama de esta nueva Super Mario Bros.: La película se parece en algo a la de aquella película, que para algunos fans se ha convertido en un filme de culto. Ahora, para esta adaptación del videojuego de Nintendo, está Illumination Studios, los mismos que crearon a Gru y los Minions, así que si algo de antemano está asegurado es que habrá una buena producción. Después, si la película es buena o no, es otra cosa. Pero por suerte sí, la trama que es simple para que cualquier chico la pueda seguir -aunque seguramente va a haber en los cines más padres que han jugado al videogame que sus hijos-, está bien llevada y hay buenos efectos. Hay versión subtitulada Para los adultos o aquéllos que no quieran escuchar las voces con acento mexicano más que español neutro, sepan que hay salas que exhiben la película en idioma original, con subtítulos en castellano. Y así podrán reconocer (o no) las voces de Chris Pratt (es, claro, Mario) o nuestra Anya Taylor-Joy (la princesa Peach), Jack Black y Seth Rogen. Así que, a pensarlo dos veces. Volviendo a la historia, los hermanos plomeros más famosos del mundo, o al menos de Brooklyn, Nueva York, aquéllos que se sientan a una mesa larga con tutta la famiglia insieme, y que cada tanto largan un “¡Mamma mia!” invirtieron todo en una campaña de publicidad. No les va muy bien, hasta que, trabajando bajo tierra para reparar unos caños de agua, son transportados a través de una misteriosa tubería a un nuevo mundo. Como nada puede salir bien -de entrada, al comienzo- los hermanos se separan, y el del mameluco rojo (Mario) va a buscar al del mameluco verde (Luigi). Porque, juntos, nada puede salir mal. Mario encuentra en el Reino Champignon -justo a él, que no le gusta comer champignones- a la princesa Peach, que le da un curso de aprendizaje rápido que mucho tiene que ver con el espíritu del videogame original, caminos de arco iris incluidos. Y sí, están Jack Black, cuando ya nos preguntábamos en qué última película lo habíamos visto u oído, prestándole su voz a Bowser, ese dragón de ojos rojos, y Seth Rogen a Donkey Kong. Super Mario Bros.: La película es entretenida, a los cinco minutos de terminada uno se olvida de todo, no es que tenga escenas memorables. Los fans seguramente la disfrutarán apelando a su memoria emotiva. Y un dato más para los fanáticos: la película tiene a Charles Martinet, el actor de voz que ha estado interpretando a los personajes Mario y Luigi de los juegos de Super Mario durante más de 30 años.
La pregunta que últimamente no nos hacen, pero nos hacían en los aeropuertos antes de presentar la valija -¿La armó usted o se la armaron?, o ¿Alguien le entregó algo para llevar?- nunca se la hacen a Alejandro Petrossián (Guillermo Francella) en La extorsión, una película que es más de suspenso que un thriller. Se entiende: el hombre es piloto de avión, pero si le hicieran alguna de aquellas preguntas, estaría en problemas. El carrion que está llevando últimamente no lo armó él, y sí, le entregaron o le pusieron algo allí para que llevara. ¿Cómo llega Alejandro a esta situación inesperada? Fácil. Un día dos agentes de la Policía aeroportuaria lo van a ver a su casa, y le piden que los acompañe. A él le extraña, pero tranquiliza a su esposa Carolina, que es auxiliar de vuelo (Andrea Frigerio) y va al aeropuerto de Ezeiza, donde lo entrevista un tal Saavedra (Pablo Rago). Secretos compartidos Bueno, Saavedra y su gente no son de la Policía Aeroportuaria sino del Servicio de Inteligencia. Ellos saben dos cosas de Alejandro: ocultó una leve disminución auditiva en su examen de aptitud física, que confeccionó una doctora que, ahí viene la segunda cosa, fue su amante. Lo primero lo puede dejar fuera de su trabajo, a poco de retirarse por jubilación; lo segundo, lo puede dejar afuera de su casa, si su mujer se entera. Así que la extorsión del título se cobra de inmediato su víctima. Pero no la única. Claro, Ale no es el único al que agarraron con algún pecado que no ha sido expiado o perdonado. Ahí está su compañero de trabajo, que encarna Guillermo Arengo, transportando un carrion similar, con la misma calcomanía de una vaquita. ¿Cómo zafar, más cuando quien sí es de la Policía aeroportuaria (Carlos Portaluppi, que tras ser uno de los jueces de la Corte Suprema en Argentina, 1985, vuelve a ser incorruptible), lo descubre y le pide que denuncie a Saavedra y al resto de la Primera Junta, perdón de los Servicios de inteligencia. El único asunto con La extorsión es que, tras una primera hora que engancha, en la que el espectador es bien llevado al centro de la trama, escrita por Emanuel Diez (las series El encargado, con Francella, y Nada, de Cohn y Duprat por estrenarse) tiene algunas resoluciones algo menos convincentes. No importa. El elenco es solvente, sólido. A los mencionados hay que agregar a Alberto Ajaka, que es el tipo que recibe siempre en Madrid a Alejandro, a Mónica Villa y a la recientemente fallecida Julieta Vallina. Usted no tiene por qué saberlo, pero detrás de La extorsión hay una combinación de productores que incluyen a Juan José Campanella, Axel Kuschevatzky, Tomás Yankelevich y Hernán Musaluppi. La estrena una multinacional (Warner Bros.) y en seis semanas seguramente esté en el streaming de HBO Max, como sucedió con Ecos de un crimen, En la mira y Un crimen argentino, todos thrillers o filmes de suspenso como La extorsión, que probablemente esta Semana Santa dé otro batacazo para el cine nacional.
Hay películas, generalmente las buenas, que permiten interpretarlas y desmenuzarlas de distintas maneras. Air: La historia detrás del logo, de Ben Affleck y con Matt Damon, sobre cómo Nike convenció a Michael Jordan a firmar con ella, es un ejemplo clarísimo. Porque podemos entender que trata sobre un hombre, testarudo pero entrador, que contra todos los pronósticos alcanza lo que quiere -no Michael Jordan, al menos no en este filme, sino Sonny Vaccaro, el personaje que encarna Matt Damon-. También, que es una película sobre una gran empresa que hace lo que haga falta por ganar más dinero. Una historia sobre las bondades del capitalismo. O sobre cómo el sueño americano es -o era en los años '80- posible. Para ponernos en contexto: en 1984, Nike era una marca de zapatillas para correr, que deseaba meter la nariz en el negocio del básquetbol, cuando Converse y Adidas manejaban el mercado. Tienen un presupuesto reducido, y quieren fichar a tres jugadores de la NBA para (auto)promocionarse. Pero es Sonny Vaccaro, un gurú del básquetbol, que contra la opinión de sus superiores, como Phil Knight, cofundador de Nike (papel secundario que se guardó Ben Affleck), o Trob Strasser, el ejecutivo escéptico, pero inteligente que compone Jason Bateman, y Howard White, experto en marketing (Chris Tucker), decide ir por todo a un jugador. Sí, el novato Michael Jordan. Vaccaro era también un jugador en Las Vegas, un tipo que sabía tanto de básquetbol como de estadísticas y tenía eso que se llama olfato, intuición o sencillamente suerte a la hora de apostar por algo. Jordan, invisible en su propia película Lo más extraño de Air es que el mismísimo Michael Jordan, que es el centro de la cuestión, está prácticamente invisible en el filme. Si aparece, lo hace de espaldas. Es un personaje intrascendente en la trama, porque por algún motivo delegó todo -absolutamente todo- en su madre Deloris (Viola Davis). Las razones por las que el Ben Affleck director eligió esta opción, pueden tener no una sino varias causas: mostrar al emblema, uno de los mejores deportistas de la historia con el rostro de un actor ignoto podría bajarle el precio a la caracterización. La otra es si quiso jugar al misterio. Y hay una tercera: al delegar tanto poder en Deloris, se fortalece -en la trama del filme, eh- la necesidad del personaje de Matt Damon por congraciarse y ganarse al único personaje femenino potente, con fuerza, en toda la película. Lo que no gastó Affleck en encontrar un actor parecido al ganador de 6 anillos de la NBA con los Chicago Bulls, se ve que lo puso en la compra de derechos de temas musicales emblemáticos de los años '80. Nombren alguno, y lo escucharán en la sala de cine. He dicho en otras oportunidades -y lo sostengo- que Affleck es mejor director que intérprete. Con todo, Air no es de lo más destacable, si recordamos Desapareció una noche, Atracción peligrosa (The Town) o Argo. Tiene un ritmo vertiginoso: Affleck posee la habilidad de meternos en la trama y hacernos preocupar por sus personajes, algo tan sencillo como necesario para que una película nos atrape. Y tiene a su viejo amigo Matt Damon en el rol principal, ése que tan bien le sale al actor de Misión rescate: el del hombre común, envuelto en una circunstancia extraordinaria. También contó con dos de sus actores favoritos: Chris Messina, el agente puteador de Jordan, y Matthew Maher, como Peter Moore, el genio del diseño de calzado deportivo que trabaja en el sótano de Nike. Affleck se quedó con el rol del multimillonario Knight, metiéndole líneas de comediante, o escupiendo aforismos y pareciendo zen, pero al que le preocupa su auto deportivo color cereza.
Bien dicen que la primera escena, cuando no la primera imagen, define en buena medida a una película. Los cinco diablos -ya diremos a qué entendemos le debe el título esta película con Adèle Exarchopoulos-, en ese comienzo, presagia mucho de lo que se verá. La directora francesa Léa Mysius (su filme Ava estuvo en la Semana de la Crítica en Cannes en 2017) elige mostrar a Adèle Exarchopoulos de espaldas. La actriz de La vida de Adèle (Palma de Oro en el Festival Cannes hace ya una década) tiene un brillante traje de gimnasta. Pero no está sola. La acompañan otras jóvenes, y todas miran un enorme fuego. Cuando Joanne se da vuelta, vemos que está llorando. En esa primera imagen, decíamos, están muchos de los elementos que se desarrollarán en la trama de Los cinco diablos: la pasión y la presumible muerte, atizadas por el fuego y la belleza. Pero luego Joanne no parecerá tan vulnerable. Esa escena del comienzo no es en el presente, ya veremos, sino en el pasado. El tiempo presente la tiene a Joanne dando una clase de aquagym a señoras en una piscina. Sea lo que haya pasado con ese fuego, la vida de Joanne es, en apariencia, otra. Está en pareja con un hombre que llegó de Senegal, con quien tuvo una hija. Y es Vicky (Sally Dramé, todo un descubrimiento) uno de los ejes centrales del filme. Un don, o un poder Vicky tiene, digamos, un extraño don, o poder. Ve cosas del pasado. Tal vez la escena del fuego la vemos a través de sus ojos. No importa. Vicky tiene una muy buena relación con su madre, a quien acompaña en un extraño ritual. Tras la clase, a Joanne le gusta ir hasta el lago y nadar. No importa que haga un frío impresionante. Vicky la ayuda a untarse el cuerpo con grasa de leche, allí, tan cerca de los Alpes, para ayudar a su cuerpo a retener el calor. Eso sí: a los 20 minutos tiene que soplar el silbato y avisarle a su madre que llegó al límite que Joanne se autoimpuso y permite. Tanta vida placentera con Vicky no tendría su correlato con su esposo, Jimmy (Moustapha Mbengue). Su padre (Patrick Bouchitey) le pregunta sin vueltas si sigue sin tener relaciones sexuales con él. Para más, en la casa Vicky se la pasa preparando brebajes por lo menos raros. Cuando Joanne se entere de que su hija tiene un sentido del olfato increíble, ya estará preocupada por otro asunto. Julia (Swala Emati), la hermana de su esposo, ha venido para quedarse. Como en aquel filme de Abdellatif Kechiche, Adèle Exarchopoulos interpreta a una mujer lesbiana. Sí: Joanne se casó con el hermano de Julia luego de que ésta desapareció. Bah, en realidad estuvo encerrada por aquel incendio del comienzo, hace muchos años. Y ahora busca refugio en el hogar de su hermano y de su examante. El amor y el deseo se presentan como fuerzas inexplicables. Como lo son en la vida real. La realizadora se apoya en su director de fotografía Paul Guilhaume para utilizar una paleta de colores contrastantes y contraponer a esos cinco personajes (a los nombrados sumen a Nadine, interpretada por Daphné Patakia, Bartolomea en Benedetta), los cinco diablos de una ficción por momentos atrapante, cuando no desconcertante.
Seis veces, entre películas y producciones animadas, fue adaptado el juego de rol Calabozos y dragones, siendo ésta que se estrena este jueves solo en cines la sexta, protagonizada por Chris Pine y Michelle Rodriguez. Stranger Things bien que le dio una mano a Calabozos y dragones más que nada al comienzo de su cuarta temporada, emitida el año pasado. Muchos jóvenes conocieron el juego de rol, o lo recordaron, gracias a la serie de Netflix. Ahora, transformar el famoso juego de mesa de 1974 en una película no es tarea sencilla. Hay que echar mano a personajes con carnadura, recrearles una historia y tratar de mantener, para que los fanáticos no estallen en las redes sociales, mucho de la base real del juego. En la historia que dirigen los cineastas Jonathan Goldstein y John Francis Daley (Noche de juegos, 2018) se combina un poco de todo. Hay por supuesto abundante acción, pero también momentos de humor, sin llegar nunca, jamás, a la parodia. Vean la secuencia en la que el cuarteto de inadaptados debe preguntar a distintos cadáveres, despertándolos de sus tumbas, dónde quedó un mítico casco que necesitan para abrir cierta bóveda, para alcanzar su objetivo. Porque si el objetivo de cualquier juego es ganar y -entretener-, esta Calabozos y dragones: Honor entre ladrones cumple con lo segundo, apelando a una historia de camaradería y de la búsqueda de una niña para que se reúna con su padre. Hablábamos de un cuarteto de personajes, de quienes hay dos con carácter más protagónico. Son Edgin (Chris Pine) y Holga (Michelle Rodriguez, no solo recordada por la saga de Rápidos y furiosos). No son pareja, sino amigos, y ella ayudó a criar a Kira (Chloe Coleman, de Juego de espías) cuando su madre, y amada esposa de Edgin, ya no está entre los vivos. El problema es que, y no vamos a revelar aquí por qué, Edgin y Holga terminan prisioneros en un enorme castillo cárcel. Ya pasaron un año, y tienen la oportunidad de ganarse el perdón de sus condenas (robaron, bah, de ahí el subtítulo de la película). Una vez afuera, tanto uno como la otra lo único que desean es volver a estar con Kira. Hugh Grant, el malvado Pero, y en toda película siempre debe haber un pero para que la trama se (re)active, quien no quiere saber nada con eso es Forge Fitzwilliam (Hugh Grant), compañero de aventuras y asaltos, pero ahora convertido en un Lord. Y que le ha mentido, llenado la cabeza a Kira con respecto a su padre. Este nuevo villano de cuarta de Grant tiene una aliada, o algo similar: Sofina (Daisy Head, Geny en la serie Sombra y hueso), la Reina Roja. Edgin en verdad lo que quería era conseguir un elemento mágico, que le permitiría volver a la vida a su esposa. Conseguirlo será -de nuevo- uno de los objetivos del juego (perdón, del filme), que tiene suficientes escenas de acción como para que las dos horas y cuarto que dura la proyección no se hagan más eternas de lo que parece. Hay buenos efectos, allí donde son necesarios. En la construcción de los monstruos que deben enfrentar. Hay peleas de espadas, mucha magia. Los personajes que completan el cuarteto son el joven y siempre nervioso hechicero Simon (Justice Smith, de la última trilogía de Jurassic World), incapaz de controlar su magia salvaje, y Doric (Sophia Lillis, Beverly en la primera It), que puede cambiar de forma y de animal, sea un ratón, o una suerte de osa. También está Xenk (Regé-Jean Page, de la primera temporada de Bridgerton), que ayuda en una batalla con magos asesinos no-muertos. Si esto se convertirá o no una franquicia lo decidirá el público. Que hay material para seguir, sepan que sí, lo hay.
No todo lo que se ve en Oso intoxicado (Cocaine Bear, el título original por el que tanto bregó que se mantuviera su directora, la también actriz Elizabeth Banks) es literalmente lo que sucedió, pero casi. Producida por Phil Lord y Christopher Miller (de las películas animadas de Lego; Spider-Man: Un nuevo universo), primero vayamos a los hechos. Si vieron la última entrega de los Oscar, bueno, allí se hacía mención (y se veía al oso) a la película. Tanta conmoción concitó tras su estreno en los Estados Unidos. Por 1985, Andrew C. Thornton II, un expolicía de narcóticos y contrabandista de drogas relacionado con la mafia colombiana, arrojó bolsos con paquetes de cocaína en un bosque. Lo hizo para liberar el peso. Luego se lanzó en paracaídas, pero el mismo no se abrió. Así, casi 80 kilogramos de cocaína quedaron perdidos en el bosque. Es cierto: lo muestra la misma película con imágenes de archivo. Muerto y rodeado de 40 bolsas de cocaína El oso del título -que es una osa, como lo va a graficar en palabras uno de los coprotagonistas de la ficción-, murió. Lo encontraron tres meses después en el norte de Georgia, rodeado de 40 bolsas de plástico de cocaína abiertas. ¿Más datos? El cadáver fue disecado y fue exhibido en el Kentucky Fun Mall. En la ficción de esta alocada, desquiciada comedia de horror, los humanos que llegan a ese bosque son muchos y de distintos orígenes. Hay una pareja de turistas, una niña y un compañerito de escuela que en vez de ir a clases se escapan para “colorear” unos saltos de agua, la madre de la niña (Keri Russell), y están quienes eran compañeros del piloto fallecido, desesperados por encontrar el cargamento, no solo para recuperar el dinero, sino por terror a los narcos colombianos. Entre ellos está Syd, interpretado por Ray Liotta, fallecido en mayo del año pasado, en una de sus muchas últimas intervenciones en cine que ha dejado póstumamente. También está el hijo de Syd, Eddie (Alden Ehrenreich, de Han Solo: Una historia de Star Wars), otro narcotraficante, un policía que llega tras la pista, y un par de guardabosques. Y hablábamos de desquicio. Los encuentros que el oso negro tiene con los personajes mencionados bordean la parodia. La conjunción de los géneros de comedia y de horror se emparentan con gags que van desde distintos desmembramientos, consumo de cocaína por parte del animal -y hasta de los niños, lo que no resultaría tan gracioso- y situaciones no menos grotescas. No podemos hablar de ritmo desparejo, porque todo está contado a los piques, después del accidente de la avioneta y una vez que los niños llegan al bosque. No, no es fino el humor de Oso intoxicado, que tendrá seguramente como espectadores a muchos adictos al horror.
Cabello grasoso cayéndole a los costados del rostro, cuando no está mojado, por agua o sangre. Reflejos rápidos, voz ronca y humor apenas contenido. Así es John Wick, así lo fue siempre, y más aún en esta John Wick 4 en la que la acción -y la venganza- es mayor que nunca. Bien dicen que, en el cine, hay elementos que se ven mejor que en la vida real. Y no hablamos de efectos. Son las gotas de agua, los vidrios rotos, las luces azuladas o rojas. No son por sí ingredientes fundamentales, pero a la acción de John Wick 4, con un Keanu Reeves desatado, le sientan mucho mejor. La estilización de la acción, o habría que decir de los combates cuerpo a cuerpo, los tiroteos a distancia (o a medio metro), las persecuciones en automóvil o moto que el ex doble de acción convertido en director Chad Stahelski, realizador de las cuatro John Wick, ha logrado adquiere en esta ¿culminación? -la quinta estaría en preproducción- unos toques épicos. Certero, letal, incansable Para quienes no conozcan a John Wick, el personaje de Keanu Reeves es un asesino, pero no del montón. No solamente es certero y letal, sino que es incansable. En este cuarto episodio de la saga lo hacen golpear, maltratar, disparar y más a cientos de personajes. Y no exageramos. La recordada escena de La novia (Uma Thurman) en Kill Bill es un poroto al lado de todo lo que pasa en John Wick 4. La trama probablemente en esta película sea lo de menos, ya que se asemeja más y más a un videojuego. Violento, claro, ya lo dijo Reeves a Clarín: ésta es la película de acción más compleja que le haya tocado protagonizar. Y por varios motivos, no solamente porque es la más larga de la saga (169 minutos, casi tres horas), que no se resienten para nada, en ningún momento, porque es como subirse a una montaña rusa interminable. Sin descansos. La cabeza de Wick desde hace tiempo tiene precio. Más cuando comete un asesinato, y La Mesa, esa hermandad de asesinos de la que formó parte y de la que quiere quedar libre, lo quiere eliminar de una vez y para siempre. Quien tiene ahora el poder supremo de La Mesa es el Marqués de Gramont (Bill Skarsgård), un francés de buenos modales -bueno, hasta ahí-, un caballero que hará todo lo que sea necesario para triunfar. También, un niño rico caprichoso. El actor sueco que es Pennywise en la saga de It, aquí sin maquillaje, es tan tenebroso como el personaje imaginado por Stephen King. Wick -su nombre puede entenderse como la abreviatura de "malvado"- pasó de ser un antihéroe a un superhéroe. No tiene superpoderes, no es tampoco Neo, pero esquiva las balas como el protagonista de Matrix. Alguna da en su cuerpo. No importa. Pero Reeves no está solo. Además de Skarsgard hay todo un elenco que lo respalda, estén de un lado o del otro de la grieta, sean asesinos buenos o malos. La lista la encabeza Donnie Yen, como un amigo asesino ciego (como su personaje en Rogue One), al que debe enfrentarse. Vuelven Ian McShane, el recientemente fallecido Lance Reddick y más. Como hay mucha producción, y se nota, no importa lo inverosímil porque John Wick 4 no pretenderá ser candidata al Oscar al mejor guion original. Hay trajes a prueba de balas, se filmó mucho de noche, hay varias secuencias de planos largos, extensos (presten atención al plano secuencia cenital), escenas rodadas en Nueva York, Berlín, algún desierto y más que nada París y sus alrededores. No faltan el Museo del Louvre, Versalles, la torre Eiffel, el Trocadero, Moulin Rouge, la Opera Garnier. Y hay dos momentos cúlmines: la persecución cerca del Arco de Triunfo y otra en Montmartre, en los famosos los 222 escalones de la escalera que conduce a la basílica de Sacré-Coeur. Corazón no es lo que le falta a John Wick 4. Y no le sobra nada.
Los guionistas de la primera Un lugar en silencio son los realizadores de 65, otra historia en la que los protagonistas son pocos -entre ellos, Adam Driver-, viven huyendo y las amenazas son espeluznantes. Bueno, tal vez no sea para tanto. Lo que es seguro es que, para bien de 65: Al borde de la extinción -no habla de ninguna línea de colectivos que esté por dejar de circular-, no hay que entrar en comparaciones con la película de John Krasinski. Y como aquí hay un adulto y una niña en peligro, tampoco conviene recordar la dinámica de la pareja de la serie The Last of Us. No. Pero hablemos de 65, que en la quiniela significa El cazador, algo que debe despreocupar a los guionistas. Hace 65 millones de años, en una galaxia muy parecida a la nuestra, porque todo transcurre en la Tierra, un astronauta de otro planeta (pero con apariencia humana, tanto que es igual a Adam Driver) se estrella por aquí, kilómetro más, milla menos. Mills tuvo que emprender un viaje de dos años de duración, para poder pagar un tratamiento a su hijita. Se ve que ese planeta de donde proviene se parece mucho a la Argentina, y los problemas económicos de la clase trabajadora (y con las obras sociales o prepagas) son más antiguos de lo que pensábamos. Y en eso estaba Mills, conduciendo la nave cuando una inoportuna tormenta de asteroides lo hace estrellar con la Tierra. No es el único sobreviviente. También está Koa (Ariana Greenblatt), una niña que no entiende una palabra de inglés -menos mal que Adam Driver sí, porque sino, nosotros no entenderíamos tampoco nada-. La cosa es que el ambiente viene movido: hay dinosaurios que atacan, hambrientos. Pero presumiblemente nunca probaron carne humana, o la que tengan Mills y Koa. Bien dicen que cuando hay hambre no hay pan duro. Aparatito salvador. No vamos a adelantar para qué le sirve, pero se ve que Mills provenía de una sociedad de avanzada, ya hace 65 millones de años. Aparatito salvador. No vamos a adelantar para qué le sirve, pero se ve que Mills provenía de una sociedad de avanzada, ya hace 65 millones de años. Para suerte de Mills y Koa, los dino no hacen como nos enseñaron Michael Crichton y Steven Spielberg en Jurassic Park: que los velociraptores atacan de a tres, dos de costado y uno de frente. Acá se ven unos bichos que, si no son raptors, son primos segundos. Pero son medio gansos (con perdón de la distinción de especie). Y Mills cuenta con un arma de alta tecnología como para defenderse, a él y a Koa. Como en "The Last of Us", pero no La relación de Mills con la niña es como la de padre adoptivo, y ella, de hija sustituta, como sucede igual, igual en The Last of Us. Raro que Driver haya elegido este papel, viendo el resultado final, porque por lo general apuesta al cine independiente, y si va al mainstream, al comercial, son tanques como para llenar los cines. No sería éste el caso. Y Greenblatt, a quien vimos en un papelito en In the Heights -es hija de madre portorriqueña- y veremos a mitad de año en Barbie, con Margot Robbie y Ryan Gosling, conoce el timing y no desentona. Tampoco es el debut de Beck y Wood en la dirección, ya que tienen en su curriculum La casa del terror (Hunt) y La novia viste de sangre. Sí, cuando dirigieron se habían volcado más al terror, y no al suspenso como en Un lugar en silencio. Igual, Scott Beck y Bryan Wood escriben corto. No se sabe si por apuro, porque se les acaba Internet o tienen pocas ideas y prefieren exprimirlas. Un lugar en silencio duraba 90 minutos, y ésta, 93. Pero en este caso, y viendo cómo termina y lo floja que es la película, es probable que alguien desde la producción haya decidido recortar la duración. Ya se sabe: cuando una película no termina de convencer, y se estima que durará poco en cartelera, los inversores -suponemos que no Sam Raimi, que es uno de los productores- ruegan porque ese primer fin de semana, antes de que el boca en boca la mate, tenga muchas más pasadas, funciones por sala, para poder recaudar algo más y recuperar lo invertido. No es lo mismo que dure dos horas a que dure hora y media. No es nuevo.
Las películas de superhéroes perdieron hace tiempo el poder de la sorpresa. A esta altura del partido, cuando Marvel transita la fase cinco de su imperio cinematográfico y DC ya tiene una docena de películas estrenadas, el formato parece agotado. La mayor virtud de ¡Shazam! La furia los dioses aparece en el intento sobrehumano de buscar algunas variantes a las convenciones del género ya repasadas hasta el hartazgo. David F. Sandberg había tratado de diferenciarse en la primera ¡Shazam! con un éxito relativo a fuerza de comedia adolescente, otra fórmula hoy día ya gastada. ¡Shazam! La furia de los dioses se muestra ingeniosa de entrada, cuando el superhéroe repasa el argumento completo de la primera película en menos de 30 segundos, mientras habla desde el diván con un médico, que apenas consigue explicarle al atribulado superhéroe que no es psiquiatra y su especialidad es la pediatría. Y ahí mismo la película hace explícitas las dos ideas que sobrevuelan toda la trama: identidad y familia. La película recurre constantemente a este par de conceptos al estar centrada en la lucha de las hijas de Atlas por recuperar los superpoderes que le fueron arrebatados al titán. Esos mismos atributos son los que poseen el adolescente Billy Batson y sus hermanos, que al mencionar la palabra Shazam se transforman en superhéroes adultos. Alter ego superheroico El protagonista, mientras defiende el planeta de ese par de ninfas dispuestas a todo, deberá además inventarle a su alter ego superheroico un nombre y resolver los traumas de la infancia para encontrar su lugar en el mundo. Zachary Levi vuelve a ponerse, con un candor ajustadísimo a su personaje, el traje de superhéroe y a Jack Dylan Grazer se lo nota otra vez comodísimo en el doble rol de hermano y mejor amigo. Las grandes incorporaciones al elenco aparecen con las deidades griegas, en la despiadada Kalypso de Lucy Liu y la soberana Hespera que interpreta Helen Mirren. La actriz inglesa tal vez sea el gran diferencial de la película a partir del compromiso sobrenatural que demuestra en cada batalla, bien lejos de prestarse a ceder su prestigio en un pequeño rol poco demandante (otra práctica habitual en este tipo de cine). La secuencia de acción inicial de ¡Shazam! La furia de los dioses pone la vara demasiado alta: la ninfa interpretada por Lucy Liu le susurra al oído a un hombre “desata el caos” en un museo y todos los turistas del lugar se transforman en una suerte de zombis salvajes que de golpe terminan petrificados como la escultura de Atlas que enaltece el lugar. Sandberg trata de seguir tirando toda la carne al asador en cada enfrentamiento de los jóvenes superhéroes y, entre enemigos y compinches, aparecen más ninfas, minotauros, troles, mantícoras, arpías, un mago, un dragón “de madera” y lóbregos unicornios fanáticos de las golosinas. El cineasta intenta aumentar la intensidad para la llegada del clímax, pero la pelea final en el campo de un estadio de béisbol entre la despótica Kalypso y Shazam no está a la altura de los presagios. El dilema interno que, al momento de enfrentar su destino, martiriza al superhéroe en busca de su identidad se convierte en una lucha más atractiva que esa última batalla que transcurre en el domo.
En un entorno patriarcal se encuentra la trama de Ellas hablan, la película de Sarah Polley que tiene dos candidaturas para el Oscar que se entrega este domingo 12 de marzo: mejor película y mejor guion adaptado. Pero los hombres tienen presencia por omisión, ya que ésta es la adaptación de la propia escritora y directora Sarah Polley de una novela de Miriam Toews, publicada en 2019, centrada en los miembros femeninos de una colonia menonita (aunque en el filme no se menciona que sea menonita). En el original, transcurría en Bolivia. Aquí, es algún lugar de los Estados Unidos, a comienzos de la década de 2010. Lo troncal es la conspiración de abuso sexual descubierta en esa comunidad aislada de la civilización, y la resolución que por primera vez tomarán las mujeres de la congregación. Ellas hablan bien podría ser una obra teatral, ya que las acciones transcurren prácticamente en su totalidad en el interior de un granero en esa comunidad rural, pero, de ser así, se perdería el laborioso entramado visual que la directora canadiense pergeñó junto a su director de fotografía Luc Montpellier, que ya había trabajado con Polley en Lejos de ella (2006). La paleta que elabora Montpellier tiene sepias, negros y azules, que se resalta como suele suceder en estos casos con el trabajo del diseño de producción y de vestuario. La música de la islandesa Hildur Guðnadóttir (Oscar por la de Joker; Chernobyl) también remarca más que acompaña, y la banda sonora es disruptiva: incluye Daydream Believer, la canción de 1968 de The Monkees. “Lo que sigue es un acto de imaginación femenina”, se lee al comienzo de la proyección. Las mujeres, reunidas en ese granero, están por dar su respuesta a años de acoso y abuso sexual. Los líderes -obviamente, masculinos- insistían en que los horrores que experimentaban pertenecían a “los demonios” o, peor, la "imaginación femenina salvaje". Pero ha llegado el momento de los hechos y no de las palabras. Más todavía para aquellos -aquellas, aquí- que nunca levantaron su voz. Cada una con su monólogo Por cierto, en el filme, que no es extenso, pero por momentos se hace largo debido a la profusión de los textos, hay superpuestos planteamientos y discusiones filosóficas y religiosas, que atentan contra el público que no sea muy proclive a escuchar tantas alegorías. El único hombre que está allí, en el granero, es August (Ben Whishaw, el nuevo de las películas de Bond), el maestro de escuela en el que las mujeres confían, para que escriba las actas de las reuniones. La educación no era una moneda corriente: cuando llegue el momento de la votación, será con sumatoria de cruces. En síntesis, las mujeres votan sobre tres posibles respuestas: no hacer nada, quedarse y luchar, o irse. Finalmente, quedan las últimas dos opciones, y son las mujeres de dos familias las que terminarán votando cuál gana. Ellas hablan es un filme coral, con ocho mujeres que representan a tres generaciones distintas, y cada una tendrá su tiempo, su monólogo propio -en eso sí, la puesta vigorosa de Polley se asemeja a una de obra teatral-. Entre ellas están la más joven, Autje (Kate Hallett), que da la narración de voz en off, Ona (Rooney Mara), que está embarazada víctima de una violación, la más beligerante Mariche (Jessie Buckley), madre de Autje. También, la desafiante Salomé (Claire Foy, de The Crown), que fue a buscar tratamiento médico para su hija enferma, quebrando las reglas de los hombres. Una adolescente que sufre ataques de pánico, Mejal (Michelle McLeod) y las dos ancianas, Agata (Judith Ivey) y Greta (Sheila McCarthy), que brindarían algo así como la sabiduría de las que más vivieron, y sufrieron. Párrafo aparte merece la inclusión del personaje de Frances McDormand, -una de las productoras de la película-, que luce heridas en sus mejillas y que no puede imaginarse una vida fuera de esa comunidad en este filme más valiente que logrado.