El desafío de la fuga Stallone y Schwarzenegger unen fuerzas para huir de prisión. Podemos decir que Escape imposible es un aperitivo antes de Los Indestructibles 3, a estrenarse en 2014, o que la dupla Schwarzenegger-Stallone le tomó el gustito a eso de trabajar juntos y enfrentar, codo a codo, a villanos de todo tipo. Pero lo que sí se nota en este filme del sueco Mikael Hafstrom (1408, El rito) es que estos héroes sexagenarios del cine de acción, se divierten. Y mucho. Hacen casi de ellos mismos, en forma relajada, y Arnold muestra costados inéditos, como hablar en alemán, hacer chistes (sin caer en el ridículo) o tirar guiños a su filmografía, donde las balas caerán y caerán. El argumento parte con Stallone en la piel de Ray Breslin, quien tiene el peculiar trabajo de testear cárceles de máxima seguridad: pasa un tiempo recluido en prisión y luego -con recursos de lo más desopilantes- escapa. Y escribió un libro donde explica los secretos para construir una penitenciaría inexpugnable. Error. La primera parte del filme está bien ensamblada y tiene la cuota de intriga necesaria para conocer las cualidades de Breslin. Hasta que acepta un último trabajo luego de ocho años de exitosas fugas. De allí en adelante, Escape imposible encerrará al espectador para no largarlo hasta el final. Lo asfixiará entre las paredes de “La Tumba”, una colmena vidriada que reúne a los criminales más peligrosos de todo el mundo. Allí parará Ray, engañado, quien conocerá a Emil Rottmayer (sí, Schwarzenegger ) y juntos harán lo que mejor saben. Usar sus músculos, pero con inteligencia. Ubicada en un punto enigmático del planeta, y con guardiacárceles enmascarados que le dan un toque futurista al filme, la prisión será escenario para que los protagonistas se luzcan mejor juntos que por separado, usando todos los artilugios posibles para descubrir los secretos del presidio. Y con un desenlace bastante sorpresivo. Lo que no se comprende es por qué Håfström desperdició a un actor de la talla de Sam Neill para colocarlo en un rol pequeño, como el médico cómplice del presidio. Hubiese encajado mejor haciendo de Willard Hobbes, el mandamás de “La Tumba”, encarnado por el inexpresivo Jim Caviezel (La pasión de Cristo), quien con cierto aire (ridículo) al Silencio de los inocentes diseca mariposas mientras escucha música clásica. Si Arnold brilló en El último desafío y los fanáticos de Syl aguardan el estreno de El ejecutor, con Escape imposible este dúo de la acción demostró que le sobra pericia a pesar del paso de los años.
Adaptación edulcorada Pocas películas de terror tienen una imagen tan iconográfica como la de Carrie, la adaptación de la novela de Stephen King: joven ensangrentada, fuego de fondo, mirada perdida, telequinesis mortal. Y como casi todos los clásicos de terror fueron reversionados: ¿cómo iba a faltar esta joya de Brian De Palma? El resultado fue una innecesaria remake luego de la fallida Carrie 2: la ira (1999) y el film homónimo para tv de 2002. La directora Kimberley Peirce (Los muchachos no lloran) acertó en adecuar el clásico de 1976 a los tiempos que corren. No recurrió a la tecnología y recursos de hoy para recrear el tiempo pasado, solución facilista en los filmes de este tipo, sino que se metió con el bullying y las redes sociales, cara y cruz de la juventud. A Carrie White (Chloë Grace Moretz) la ubicó bien lejos del estereotipo de sus bellas compañeras de colegio que se burlan de su primera menstruación: ella es bajita, tímida, su vestimenta parece anticuada y, para colmo, es sometida al fanatismo religioso de mamá Margaret (Julianne Moore). En lo que falló la cineasta estadounidense fue en edulcorar la historia de la joven poseedora de poderes sobrenaturales. Carrie no va al hueso, los personajes secundarios no son tan severos (es más, en 1976, John Travolta aparece como un novio golpeador), la joven White no intimida cuando muta de ángel a demonio como su predecesora, su dócil carácter pierde credibilidad en el momento de los efectos mortales. Le falta emotividad, sangre, pero no de la de utilería, que sobra, sobre todo en el baile de graduación final. A pesar de tener la mayoría de diálogos calcados del filme original, esta versión se corre muy poco de la estructura madre. Entonces, es inevitable -y aconsejable- poner blanco sobre negro: el inigualable papel de Sissy Spacek es más decidido, adulto, sexual y expresivo que el interpretado por la actriz de Kick Ass I y II, Déjame entrar y Sombras tenebrosas, quien posee un exagerado poder sobrenatural, destruye objetos con la mente y fuerza levitaciones. Pero su halo inocente, jamás la abandona. En Carrie se destaca la banda de sonido y el atormentado rol maternal de Moore, quien es abrazada por el sombrío mundo de su casa, con un Cristo que se desangra y cuchillos que vuelan. Ella se autoflagela y aparece siempre con el pelo revuelto, como una bruja. Si la cámara lenta fue el recurso ideal para el deambular espectral de la clásica Carrie en el salón en llamas, en 2013 se abusó en proyectar, desde varios planos, a la sangre de cerdo derramada sobre la joven. O ver al detalle, como un rostro atraviesa un parabrisas. En fin, la leyenda no se mancha.
Visitantes en casa Si no puedes asustar, sugestiona. Esa parece ser la premisa de Scott Stewart (Priest: el vengador, Legión de ángeles) a la hora de plantear un thriller psicológico muy bien logrado. Y si el temor llega desde el cielo y con cierto aire Los expedientes secretos X, mucho mejor. Ya sabemos que a la hora de ver este tipo de películas de fenómenos paranormales en clave extraterrestre -con abducciones incluidas-, la mente se dispara hacia las históricas Juegos diabólicos y Encuentros cercanos del tercer tipo. Pero en Los elegidos encontramos el sello del suspenso en manos de los productores de Actividad paranormal y La noche del demonio. La historia parte con Daniel (Josh Hamilton) y Lacy (Keri Russell), una pareja estadounidense de clase media-alta que se las ve feas a nivel económico. De antemano, la realidad preocupa más que la ficción, hasta que Sam (Kadan Rockett), el menor de los niños, comienza a percibir la presencia de intrusos dentro de la casa. La noche siempre será cómplice y los Barrett recurrirán a (cuándo no), las cámaras de seguridad de la vivienda para detectar las extrañas manifestaciones. Hasta allí, un comienzo típico para estos filmes, pero todo se complica cuando en la oscuridad se registran movimientos (atención a la iluminación y la atrapante banda de sonido) donde los objetos caseros parecen tomar vida propia (hay cierta obsesión con los juguetes infantiles) y “el hombre de los sueños”, un ser causante de pesadillas en los pequeños, buscará los ojos de ellos como trofeo onírico. O es lo que ellos creen. La sugestión -y los ruidos, fuera de campo, que atraviesan la vivienda familiar- desenvuelve un papiro de suspenso, donde el terror deja lugar a la intriga y a saber con qué se encontrará la familia al día siguiente. Así, verán objetos apilados misteriosamente, una heladera saqueada y, lo más perturbador del filme, cómo cada uno de los habitantes de la casa deambularán como sonámbulos, contactados por “ellos”, Los Grises, logrados entes del más allá. Cada uno en la casa cumplirá su rol y el protagonismo irá saltando de uno al otro, un método eficaz para este tipo de obras donde casi siempre la acción se centra en un personaje. Aquí no. Entre tanto dinamismo, este filme tendrá sus “tributos”: el giro hitchcockiano (Los pájaros) con las aves estrellándose contra los cristales de la vivienda, emparentarse con la Milla Jovovich de Contactos de cuarto tipo o, la investigación y los mensajes de Señales con Mel Gibson. Esta película mezcla diferentes formas de encarar la presencia de seres de otros mundos , y es de lo mejorcito de este 2013 atestado de terror-suspenso, pero escaso en calidad.
Rápido, furioso y futurista La tercera parte de Riddick demuestra por qué a Vin Diesel le sienta tan bien el papel de antihéroe de un mundo lejano. Luego de Pitch Black (2000) y, cuatro años después, La batalla de Riddick, el calvo y musculoso actor estadounidense guardó en el placard las características “terrenales” de Dominic “Dom” Toretto (de Rápidos y furiosos) para asomar con su contundente papel futurista. La secuela había quedado cerrada con la coronación del convicto Richard B. Riddick (que tiene la particularidad de ver en la oscuridad) y pertenece a la raza súper humana de los furyanos. El había derrotado a Lord Marshal, rey de los temibles necromongers y letal conquistador galáctico. Pero en esta nueva película, el protagonista sufre la traición de Vaako (Karl Urban) quien cree haberlo asesinado y lo deja librado a su merced en un planeta árido, desolado. Desde ese momento, comenzará la reconstrucción del protagonista, como si el director David Twohy (El escape perfecto) hiciese volver a Riddick a un estado primitivo. No por nada el entorno con tonos ocres recuerda a Marte, y su fauna es una versión prehistórica-apocalíptica de lo que nos enseñaron en el colegio. Vale tener un mínimo repaso de las precuelas, para empatizar mejor con el nervio de este convicto. El largo, y algo tedioso proceso de adaptación de Riddick en el inhóspito suelo, su forma de sobrevivir y el costado “humano” que adopta cuando cría a una especie de dingo, un perro salvaje, adelantará que este filme será a fuego lento. Habrá que tener paciencia y esperar que los personajes se acomoden y encajen con su rol Así aparecerán los cazarecompensas, liderados por el español Santana (Jordi Mollà) quien se obsesiona en llevar en una caja la cabeza de Riddick. El será bastante caricaturizado, y también golpeado, por la temperamental Dahl (la blonda Katee Sackhoff) quien forma parte del escuadrón liderado por el capitán Johns (Matt Nable). Un grupo de once personas en búsqueda de una sola. Pero la oscuridad es lo que atrapa; el ámbito preferido del fugitivo, quien parece tener a su favor a los peligrosos habitantes de ese ¿inframundo? como las terroríficas serpientes-escorpión que parecen aliens. Todo está calculado en el universo Riddick, el dominio psicológico que ejerce sobre sus perseguidores es total. Puede aparecer poco en pantalla y, sin embargo, ser omnipresente. Luego de Stallone, Van Damme, Bruce Willis, Steven Seagal, etc… queda flotando una pregunta sobre Vin, parafraseando un filme de -otro duro- Arnold Schwarzenegger: ¿estamos ante el último gran héroe?
Tributos exagerados Resultó tentador para el director James Wan hacer una segunda parte de la original Insidious, donde se conjugó demonología, espiritismo y viajes astrales. Y también volver a su actor fetiche, Patrick Wilson (Josh Lambert), con quien se consagró en la imprescindible El conjuro, una película que con maestría (y sin alevosía) recurrió a hitos de género de terror de antaño. Recalculando: el cineasta malayo decidió revolver el placard de Alfred Hitchcock (Psicosis), Stanley Kubrick (El resplandor), Dario Argento (Suspiria), John Carpenter (Halloween) y su filmografía para sacar las mejores ropas y armar un pastiche cinematográfico: La noche del demonio: Capítulo 2, que: a) no asusta, b) mezcla el mundo de los vivos y los muertos (luz/oscuridad) a un ritmo inentendible, c) es una oda a sus cineastas favoritos donde, a pesar de los buenos efectos especiales, la originalidad estuvo ausente. ¿El guión? Una perturbadora imagen espectral persigue otra vez a la familia Lambert. La atención se depositará en el enigmático padre de familia (Josh), el pequeño Dalton (Ty Simpkins, lo mejor del cast) y en la difunta Elise Rainier (Lin Shaye), la justiciera medium que pasó a mejor vida por no soportar la espectral presencia que habita en la casona familiar. El fantasma de una madre atormentadora, abofeteadora y criminal o el exceso de color rojo (desde el logo del filme hasta algunas puertas y sectores de la casa), remiten al cine giallo y hacen de esta película una exageración al tributo que domina a la historia central. Sólo se destaca un siniestro personaje donde el trasvestismo -ceñido en un puntilloso vestido de novia negro- y su colección de víctimas, hacen a lo interesante. A esto sumemos que la locación es muy parecida a donde se rodó El conjuro y que Wan se empecinó en incluir, otra vez, a la pareja de nerds cazafantasmas que sólo causan gracia y le quitan seriedad a la película. Por eso, James, hay que resistirse a las tentaciones.
Soledad a la distancia A toda velocidad y como si fuese un tour cinematográfico por Nueva York, digna herencia del cine de Woody Allen y su omnipresente Central Park, el joven realizador Martín Piroyansky condimentó su opera prima a pura urbanidad. El filme gira en torno a Pablo (Abril Sosa), un bohemio que vive en su mundo, es idealista y muy vago. Trabajar para él es una ofensa (“yo no quiero pensar que mi trabajo es por plata”, dice) y la paciencia de su novia Valeria (Carla Quevedo) se agota. Ella es maître en un bar-restaurante de la zona de West Village y con lo que gana banca solita las cuentas del departamento que alquilan. El, de yapa, tiene problemas con la bebida, con todos los problemas que ello acarrea. Una pareja (despareja) de expatriados que se juntan (mitad a la fuerza, mitad por necesidad) de vez en cuando con otros argentinos. El acierto de Piroyansky en Abril en Nueva York es poner el foco en la soledad de los protagonistas, desde el desarraigo hasta las situaciones sentimentales. También en cómo construye los casos de discriminación laboral con sutileza, donde se marca muy bien la condición de extranjero. “Acá tenemos que hablar en inglés”, le dice un latino que entrevista a Valeria en su despacho. La maltrata feo, sinónimo del derecho de piso. Lo que resta en este filme es la relación casi infantil de la pareja protagonista, ella habla como si fuese una nena, duerme con un osito cuando su novio deja la vivienda, se pelean como infantes o huyen de un restaurante sin pagar, por una decisión unilateral (y caprichosa) de Pablo que, por varios momentos, da vergüenza ajena, como cuando se pone a cantar ebrio y el filme se desdibuja. El recurso del fuera de foco, inteligentemente usado cuando los jóvenes entran en conflicto, la aparición de un tercero (Ben, por Matt Burns) que busca seducir a la muchacha y parece “oler” cuando Pablo y Valeria están en conflicto, se redondea con una sorpresa que reacomodará los tantos. “Me siento feliz, pero también estoy muy sola”, le dice Vale algo desolada a una profesional de la medicina. Una frase que puede aplicarse a muchos ámbitos de la vida, en el exterior del país.
Carrera de cine En 1999 la leyenda urbana que disparó El proyecto Blair Witch derivó en una secuela donde un grupo de turistas investigan, in situ, los orígenes de la leyenda. Pasaron 23 años para que Fenómenos paranormales 2 “adapte” esa idea con su precuela de 2011. En esta ocasión es Alex Wright (el canadiense Richard Harmon), un estudiante de cine y fanático de los filmes de terror, quien busca entrevistar a toda aquella persona relacionada con la realización de Fenómenos paranormales. Su señuelo hacia el terror aparece, cuándo no, en una Noche de Brujas: es el usuario de YouTube DeathAwaits666 (¿qué auténtico, no?), quien intercambia mensajes con Alex. El muchacho con sus ingenuos amigos viajan a Canadá para entrar a una macabra institución mental que sirvió de locación para el filme original. El escollo a superar es un policía, única custodia nocturna del lugar. ¡Ja! Lo que hizo John Poliquin con su opera prima fue no jugarse por algo distinto, sino apilar clichés de una película de terror. A saber: oscuridad por todos lados, espectros, ambientes inquietantes, linternas (la escasa luz de muchos tramos), una tabla ouija gigante, videocámaras variadas (hasta térmicas) y muertes violentas del más allá. A este repetido combo le sumó un ritmo alocado de filmación con varios planos inentendibles y un escapismo constante, sin pausa, que atropella las situaciones y mezcla el (mortal) destino en esta carrera de cine con obstáculos. Si no fuese por una banda de sonido exagerada (cuando los monstruos aparecen), casi no hay sobresaltos en este filme que se destaca únicamente por las partes que remiten a su precuela. Reconozcamos que las deformaciones faciales de los asesinos, los ojos que parecen derretirse y una boca estirada (¿les suena la máscara de Scream?) es uno de los pocos signos interesantes que identifican a esta saga. Si el original supera ampliamente al tributo: John, tenemos un problema.
Homenaje sin vuelo La familia Moura abrió las puertas de su hogar (y archivo) para un merecido documental que honra la memoria de Federico Moura, motor de Virus, el icónico -y adelantado- combo musical de los ‘80. El realizador mendocino mezcló ficción (con Paloma, una fan desde los orígenes del grupo) junto a los testimonios, filmaciones y fotos de la carrera del grupo platense. Esa cruza interrumpe el vértigo documental, lo embrolla y hace perder cierta coherencia temporal. La cuidada obra de Federico, todo su glamour y dominio artístico en varios campos, choca con las desacertadas locaciones para presentar al resto del grupo: Julio, entre sombras, tocando el piano, el tecladista Marcelo Moura en un viaje en auto (y ruido ambiente en el jardín familiar) y hasta Mario Serra, de pantalones camuflados, gesticulando a cámara y tocando exageradamente la batería. Lo más jugoso llega con la palabra de Ricardo Serra, primer violero del combo platense, que cuenta sus desavenencias cuando el grupo se hizo más electrónico y menos rockero. Y cómo el artista plástico Eduardo Costa, íntimo de Fede, lo ayudó durante su enfermedad. Aunque Imágenes paganas tenga un amplio registro de voces y un valor de archivo sin igual, su presentación estética y guión podría haber sido más prolija. A la altura del gran Federico Moura.
Soledad estrellada Rodada en Belleville, California, y dominada por torres de electricidad que puede leerse, por un lado, como un filme de alto voltaje y, por el otro, el tendido de una (incansable) mano para paliar la soledad. Jane (Dree Hemingway), una actriz porno, y la huraña anciana Sadie (hallazgo actoral de Besedka Johnson) cruzarán sus vidas por un descubrimiento monetario. Starlet se desenvuelve dentro de una estética con colores claros que le da un clima crepuscular, dentro de un sonido con tintes oníricos. El filme es repetitivo en la aceptación de amistad, los actores secundarios (una parejita hot) están de más y el factor dinero podría haber generado cierta tensión.
Hora de adoptar Hugo Varela, en clave de comedia y drama. Que reconfortante es descubrir cuando a un humorista teatral se lo lleva hacia la pantalla grande y redescubre una veta actoral. Hugo Varela, quien hizo cameos en Los extraterrestres (1983) y Las lobas tres años después, hoy encarna a Manso Vital, un relojero, quien (vaya paradoja por su apellido) recibe una noticia letal: padece leucemia linfática crónica. La inminente muerte late en Romper el huevo: la construcción de una corona, una radio donde se escucha el discurso de despedida de los restos de una mujer, el diálogo imaginario de Manso con su difunta esposa Inés. Pero una promesa de vida dominará el filme: la adopción de un niño. Este filme, de Roberto Maiocco, viaja desde la oscuridad hacia la luz, donde puede convivir un suicidio fallido dentro de una fábula disparatada. La película navega dentro de un relato sólido, con una ambientación teatral y cierto costumbrismo y caricaturización en la elaboración de sus personajes. La fantástica aparición de Pollo (Conrado Valenzuela), un chico que servirá de foco de esperanza para Manso y sus ganas de adoptar, reconstruirá su cansada existencia. Le dará fuerzas para mostrarle al pequeño esa ciudad que desconoce, como si viniese desde otra galaxia. En la escena del bar o la casa velatoria, Romper el huevo reflejará su cara surrealista. Y también repetirá ese recurso. A Hugo Varela se lo verá mutar desde la curvatura de su ser, con la mirada al piso (como si ya se viese bajo tierra), hacia una nueva vida. “Tantas veces he arreglado el tiempo de los demás, ahora no puedo arreglar el mío”, o “Ahí donde hay un problema siempre vas a ver un policía o dos” (mientras los uniformados se pierden en su teléfono celular), ejemplifican el registro de un filme que enseña a no bajar los brazos. Porque siempre habrá una chance para ser feliz.