Mirar para atrás y reflexionar es una buena manera de hacer foco en los días por venir. Y eso es lo que hace Lucía Murat en “Memorias cruzadas”. El filme hace hincapié en una feroz autocrítica de los militantes de izquierda que soportaron la dictadura de Brasil entre 1964 y 1985. Los diálogos que hilvana Murat, quien también fue secuestrada y torturada, tienen tanta calidez como dureza. Inspirada en la vida de Vera Silvia Magalhaes, la trama se basa en el relato de una directora de cine que se plantea hasta qué punto fue necesario dejar todo por la revolución, y si los métodos utilizados fueron los correctos en la lucha armada. En ese análisis, en el que entran compañeros de ruta y hasta un político que militó con ellos, sobrevuela la figura de Ana, que es la voz de la conciencia revolucionaria, la idealista, el mito. Ana, que está a punto de morir, obliga a estos replanteos desde un lugar imaginario, donde aflora con su imagen setentista y con sus banderas revolucionarias bien altas. Murat también abre el juego para los más jóvenes, a quienes muestra con ideales libertarios tan firmes como los que tuvieron los de su generación. “Memorias cruzadas” propone un debate que también es de utilidad para los militantes de la izquierda argentina.
Pocos registros hay en la historia del cine romántico, en el que una película sea tan previsible y a la vez tan encantadora. “Una segunda oportunidad” logra esa difícil particularidad. La directora Nicole Holofcener, cineasta respetada dentro del cine estadounidense independiente, supo mover las teclas necesarias para que una comedia romántica no se convierta en una comedia melosa. La trama indaga sobre la vida de Eva (cálida composición de Julie Louis-Dreyfus), una masajista cansada de oír aburridas historias de sus clientes y que siente que es casi imposible conocer su media narajana después de su separación. Pero un día aparecerá Albert (al gran James Gandolfini, salud) en una reunión de amigos y ella sentirá un cosquilleo en la panza. Al principio este bibliotecario barrigón y bonachón no entra en sus preferencias, pero de a poco la seducirá su ternura. El incordio se plantea cuando Eva se hace amiga de una clienta y se encandila con su buen gusto para vestir, su vuelo poético y hasta cómo decora su casa. Lo único extraño es que vive hablando mal de su ex. Pero el problema es que esta nueva amistad no es otra que la ex mujer de Albert. La película tiene un plus en los diálogos y los vínculos intimistas de los personajes, muy al estilo del sello que supo dar Woody Allen en decenas de filmes de culto. La problemática de los que cruzaron la barrera de los 50 años está bien tratada, sobre todo en la relación de padres e hijos, y el vacío que se genera cuando los chicos deciden viajar a otra ciudad para estudiar en la universidad. La empatía entre los personajes de Eva y Albert hubiesen merecido una saga como la de “Antes del amanecer”. Gandolfini demuestra, en una de sus últimas actuaciones, su versatilidad expresiva en un filme sin sorpresas pero a la vez imperdible.
El mundo de Marvel siempre ofrece algo más. Y en este caso, la película “Thor, un mundo oscuro” zafa por plantear una trama que apuesta a la espectacularidad, pero respeta la esencia de la historieta, del cómic. Ese universo, con humor, con guiños a otras figuras de Marvel, como El Capitán América, hace que esta secuela se deje ver, y eso que el comienzo se hace cuesta arriba. El director Alan Taylor (un especialista en series estadounidenses, como “Game of Thrones”) se empecinó con hacer referencias al primer filme del hijo de Odín e hilvanó una historia con demasiada información, cargada de texto, que recorre desde Asgard a Londres, y con tránsito pesado. Pero cuando Thor decide convocar a su hermano Loki (logrado rol de Tom Hiddleston) para liberar a Asgard y lanzarse a la batalla contra los Elfos, definitivamente la película arriba al destino deseado. Allí toma otra intensidad, y la batalla por Asgard también se convierte en el combate para salvar al mundo (vieja e insoportable maña del cine hollywoodense). Sin embargo, la acción y los momentos risueños le aportan un atractivo a la película, que hasta se permite coquetear con una historia de amor de dos mundos entre Thor (el pintón pero inexpresivo Chris Hemsworth) y Jane Foster (la todoterreno y siempre bella Natalie Portman). Párrafo aparte para Anthony Hopkins, con la capacidad de hacer desde un asesino serial a este Odín y siempre dar un tono creíble. Precisamente es a partir de Odín, el padre de Thor, que se abre un interrogante sobre el cierre de la película. Esa duda, que seguro la llevará consigo cada espectador, es la que da por hecho que es inevitable la llegada de “Thor 3”, lo que, desde ya, es celebratorio para los fans del héroe del martillo volador.
Las máscaras de los tres protagonistas de “Un paraíso para los malditos” es lo que saca a flote la película de Alejandro Montiel. El director, que venía de un paso de comedia un tanto flojo con “Extraños en la noche”, aquí apostó a otro registro, más crudo, más hermético, en un mix entre suspenso y policial. Y logró un resultado aceptable. Esta es la historia de un sereno de un galpón, Marcial (Joaquín Furriel), quien llega a trabajar a un barrio complicado y en un empleo aburrido. Y aquí se abre la primera incógnita. ¿Qué hace este joven, a quien le cuesta emitir una palabra, en un empleo de mala muerte? De a poco aparecerán las otras dos figuras clave: una compañera de trabajo (Maricel Alvarez), cálida y buena onda, todo lo contrario a él; y un anciano enfermo en franco deterioro (Alejandro Urdapilleta). Un asesinato comenzará a cambiar el curso del relato y algunas de las preguntas que se hace el espectador van encontrando respuestas, aunque no todas. Quizá Montiel se aferró mucho a esta recurrente idea de la crítica hacia el cine argentino que todo lo explica con pelos y señales. Y apostó a brindar información básica, casi al límite de lo necesario, tanto es así que muchos sentirán que, incluso al final de la película, hay temas que no terminan de cerrar. Lo jugoso es que esta propuesta de Montiel lleva de las narices al espectador de la mano de las sólidas actuaciones de Furriel, Alvarez y Urdapilleta. Ellos se cargan la película al hombro y sostienen una trama dura, que refleja cierto submundo marginal de las zonas urbanas de Buenos Aires, que bien podría adaptarse a Rosario o cualquier ciudad argentina con esas características. Quizá el guión no tiene demasiado vuelo, pero vale hacer foco en este universo de carencias y soledad.
A redimir el pasado Pocho es un hombre gris y obsesivo hasta la médula. Es chofer de un micro de larga distancia, acusa 55 años, y parece que tiene todo bajo control. Pero no. Hay algo que lo persigue. Y es un recuerdo. Se remonta a los años de plomo, cuando tuvo una chance de salvarle la vida a una joven y no lo hizo. Cada vez que su mente descansa, ese momento lo desvela. Una y otra, y otra vez más. Juan Dickinson, el director de “Destino anunciado”, tomó como nudo dramático esa angustia del personaje protagónico, encarnado con simpleza y efectividad de recursos por Luis Machín. Y partió desde ese trauma para contar el presente de Pocho, que viaja diariamente hacia el norte del país, en compañía de Olivo, un colega impresentable aunque aparentemente la va de simpático (logrado rol de Manuel Vicente). El respiro que tiene ese andar por las desoladas rutas es ese ratito en el parador, a veces al mediodía, otras a la hora de la merienda. Allí la verá a Clarita (Celeste Gerez), una moza joven que siempre le tira buena onda y hasta es capaz de cambiarle el humor opaco de rutina con su sonrisa plena. Ella le devuelve con su afecto una imagen que él desconoce de sí mismo. Pero un mediodía, casi como cualquier otro, Clarita no está más en el parador rutero, y nadie le explica por qué. Para Pocho, a partir de allí, nada será igual. La búsqueda de la verdad de esa ausencia lo llevará por caminos insospechados, pero, sin embargo, lo ayudará a encontrarse con lo mejor de sí y, quizá, a saldar aquella vieja deuda del pasado. Dickinson hilvanó un relato austero e intimista, que no pierde la dinámica, y tuvo la habilidad para pintar a través de los roles protagonistas dos valores morales antagónicos de la condición humana.
Un acto de amor fraternal Pocas demostraciones de amor son tan genuinas como la que hizo Guillermo Pfening. El actor se puso en la piel de director, intérprete y familiar involucrado para contar un pedazo de la historia de Caíto, su hermano, quien padece una dificultad motriz. La película está planteada desde un mix de documental y ficción. Y es justamente desde ese punto de partida donde la propuesta toma otra dimensión. El famoso Pfening, para este caso, decidió armar una trama basada en las inquietudes de su hermano no famoso, en relación a su deseo de ser padre, al vínculo con una novia del pueblo, con la persona que le hace sus tratamientos de rehabilitación, con los vecinos y con su vida cotidiana y familiar. Para eso mechó esos mundos íntimos, algunos realmente emotivos, con otros del rodaje, en los que participaron Bárbara Lombardo, Romina Richi y hasta el cineasta Juan Bautista Stagnaro. Con producción de Pablo Trapero, la película logra dar en el corazón del espectador sin recurrir nunca al golpe bajo, tentación en la que suelen caer los amantes del cine efectista. En apenas 77 minutos, Caíto logra meterse en la piel de la gente con simpleza y calidez. Para disfrutarla.
El truco de la soledad La soledad suele ser la peor compañera, pero a veces, como en “Starlet”, es la excusa ideal para formar un vínculo. Jane tiene 21 años y un perro que adora, Starlet, que en principio es lo único que ama en su vida. Su mundo es vacío, con amigos sin proyectos y con la droga como parte del asunto. Su trabajo se asocia a la pornografía, en un submundo en donde también habita como Melissa, una compañera de ruta con quien comparte departamento. La vida de Jane cambia cuando le compra un viejo jarrón a Sadie, una anciana malhumorada de 85 años. Es que en ese jarrón encontrará 10 mil dólares escondidos, y es a partir de ese momento cuando nada volverá a ser como antes. El director Sean Baker aprovechó al máximo la expresividad gestual de Dree Hemingway (hija de Mariel y bisnieta de Ernest, el consagrado escritor), para pintar a Jane, una joven que parece andar por la vida sin ninguna mochila a cuestas. Pero el hallazgo de la película no es sólo el rol de esta bella actriz debutante sino la lograda performance de Besedka Johnson, que también debutaba con”Starlet” y falleció este año. La película respira ese aire distendido mixturado con lo caótico, hasta que aparece el extraño vínculo de la veinteañera y la anciana, raro sí, pero verdadero. El vacío de esa mujer hosca y distante choca con el mundo de Jane. Hasta que de a poco los cortocircuitos irán cediendo. El filme participó en el último Festival Internacional de Cine de Mar del Plata, en la competencia oficial, y fue una buena oportunidad para conocer la estética de Sean Baker que, por momentos, tiene algunos puntos de contacto con la impronta que ofrece el cine de Sofia Coppola. La soledad desespera, sí, pero hay encuentros que no son simple casualidad. Por algo, Jane y Sadie, se cruzaron en un mismo camino.
Lejos del mundo de plástico Josef Mengele fue uno de los criminales nazis más tristemente célebres en la Argentina. Y Lucía Puenzo, luego de escribir la novela “Wakolda”, hizo la película para hacer foco en los delirios de Mengele. El resultado es más que logrado. Porque logró transmitir ese clima tenso y represivo de la década del 60 a partir de la cotidianeidad de una familia, con una ideología tan ingenua como conservadora. Esta es la historia de Enzo (Peretti, correcto) y Eva (Oreiro, cada vez mejor actriz), que van con sus hijos a Bariloche para abrir una hostería. Un encuentro casual con un médico alemán modificará sus vidas para siempre. El es un hombre elegante, seductor, pero terriblemente perverso (brillante rol de Brendemül). En ningún momento de la película se menciona que se trata del mismísimo Mengele, pero queda en evidencia. La necesidad por resolver los problemas de crecimiento de Lilith (buen trabajo de la debutante Florencia Bado) genera un vínculo con el doctor, que experimenta con hormonas de animales, pero su objetivo oculto es buscar la perfección en la especie humana. La búsqueda de la perfección atraviesa la cabeza de todos los protagonistas, y hay una metáfora muy sutil en un diálogo en el momento en que se aborda el tema de una fábrica de muñecas. Justamente, Wakolda es el nombre de la muñeca más querida de la adolescente Lilith, quien de a poco irá descubriendo que la vida real está lejos del mundo de plástico.
Con el pulso de Tarantino Aunque este filme aparezca sólo presentado por Quentin Tarantino, “El hombre con los puños de hierro” tiene mucho de la estética del autor de “Tiempos violentos” y “Kill Bill”, e incluso algunos yeites tomados de su último trabajo “Django sin cadenas”. Ambientada en la China del siglo XIX esta es la historia de un grupo de guerreros que deben enfrentarse a una tradicional familia de asesinos enquistados en el poder. La historia está relatada desde un humilde herrero de pueblo, cuyo objetivo es juntar dinero para huir con su enamorada, quien es una de las prostitutas mimadas de un prestigioso burdel. La trama no tiene un vuelo superlativo, pero lo atractivo sucede a partir de las escenas de acción, que se mueven entre lo bizarro y lo fantástico. Pero todo está sustentado en un tratamiento de la imagen cuidadadosamente implementado desde el género gore. De modo que la sangre chorrea por litros, y hay muchos momentos en que las carcajadas ganan la sala. Con guiños hacia el western y una música precisa comandada por el director y compositor RZA, el guión también tiene algunos puntos altos en los diálogos irónicos, en los que seguramente talló el aporte de Eli Roth (“Hostel”). Entretenida y dinámica, “El hombre con los puños de hierro” es un plato apetecible para los fans de Tarantino. Queda la duda de cómo será un filme de RZA, cuando le toque crear un estilo propio.
Con los bolsillos flacos Carlo Verdone, el actor fetiche de la saga de "Manual de amor", asume el doble rol de actor y director en una película que enfoca la crisis de la clase media y media alta europea. Esta es la historia de tres desconocidos, separados y veteranos, que deciden compartir un departamento para disimular sus bolsillos flacos. Los tres coinciden en varios denominadores comunes, ya que, además de llevarse mal con sus ex parejas, son padres y tuvieron un buen pasar en su actividad comercial o profesional. Uno era un productor discográfico exitoso que ahora es dueño de una disquería retro de vinilos; el otro fue un respetado crítico de espectáculos que ahora sólo se dedica a los chimentos; y el tercero fue un importante agente inmobiliario, que decidió convertirse en un taxiboy de mujeres mayores. Todos atraviesan la recesión italiana e inclusive, cierta recesión de su vida sentimental. Y fue por allí donde Verdone pivoteó esta trama, de un modo bastante irregular. Porque los vínculos de los tres protagonistas con las amantes de ocasión son tan poco creíbles como desalineados. Y encima son escasos los momentos divertidos que ocurren en las dos largas horas que dura la película. Quizá Verdone especuló con atraer el público de "Manual de amor", cuya última saga aquí se conoció como "Las edades del amor", pero le faltó el pulso cinematográfico del realizador Giovanni Veronesi, que supo mixturar costumbrismo con comedia dramática y hasta le dio un toque paisajista. "Un piso para tres" no tiene nada de eso, y con la excusa de mostrar una película de personajes de bolsillos flacos termina exponiendo cierta pobreza también en la creatividad y en el modo de tratar una comedia italiana, cuyo pasado es rico en la historia del cine.