Queríamos tanto a Linda Blair Con cada nueva película sobre exorcismos surge un sentimiento inevitable: Queríamos tanto a Linda Blair. Es que desde que “El exorcista” desembacó en el cine de terror, fueron pocos los casos que pudieron empardar aquella película de 1973. Tanto fue así que Blair, su protagonista, jamás pudo sacarse el estigma de Regan, su personaje. En “El último exorcismo, parte II” se trata de construir el relato basado en el sufrimiento de la protagonista Nell, a manos de una convincente interpretación de Ashley Bell. Sin cámara en mano como el primer filme de la saga, aquí el director eligió un modo más formal y por momentos aburrido para contar la convivencia de Nell con el demonio. La idea de Ed Gass-Donnelly fue abordar la llegada de la sexualidad a la vida de Nell. La joven es derivada a una casona, que es un centro de rehabilitación privilegiado, donde podrá vincularse con amigas y trabajar. Como si fuera una chica común y corriente, salvo que el diablo todavía no se fue de su cuerpo. Y llegó para poseerla. El deseo le ronda por la cabeza en sus sueños, al igual que su padre muerto y un noviecito tímido. El final rompe un poco las convenciones y salva a la película del aplazo, apenas eso.
Enfoque tibio del deseo El deseo puesto en el foco indebido fue tema de infinidades de textos literarios, películas y telenovelas. Y este no es el caso en el que esta temática se manifiesta precisamente de la mejor manera. “La vida anterior”, por intentar ser novedosa en su propuesta termina cayendo en un terreno pretencioso y queda muy lejos de lograr su objetivo. El filme narra el derrotero de tres artistas: la pareja de la cantante de ópera Ana (Elena Roger) y el poeta y pintor Federico (Sergio Surraco), en cuyas vidas aparece Ursula (Esmeralda Mitre), una cantante lírica de una personalidad tan misteriosa como atractiva. Ana y Federico caerán bajo las redes seductoras de Ursula, casi sin darse cuenta. Ana, influida por el magnetismo y la admiración que le provoca su voz. Federico, por un combo de cuestiones, en los que se incluye la belleza y la falta de contención que exige la tercera en discordia. La película promete algo que no cumple. Es que en el comienzo, la poesía de Federico y las letras de las óperas parecen llevar un hilo narrativo que concuerda con la problemática del filme. Pero de a poco todo se va desdibujando y la película se desmorona. Hay cuestiones técnicas que aparecen en el sonido, que a esta altura deberían estar resueltas, y diálogos que son tan lejanos a la realidad que asombran. A menos que alguien recuerde algún caso en el que una persona le diga a su pareja de años la frase “estoy exhausto”. Y esto es sólo un ejemplo. Para destacar, sin embargo, el rol dramático y creíble (ella sí) de Elena Roger, que conmueve en cada interpretación vocal tanto como en su expresividad gestual. Quizá Ariel Broitman intentó darle un vuelo artístico a su película a través del mix poesía-música y pintura, pero lo suyo distó de conmover al espectador y redundó en pasajes soporíferos.
Otra más para salvar al mundo Con “Oblivion, el tiempo del olvido” se está ante otra nueva (¿nueva?) película de ciencia ficción, cuyo personaje central intenta salvar al mundo. El filme del director de “Tron: el legado” parte de la historia de Jack Harper (un siempre inexpresivo Tom Cruise), que está en medio de una misión especial y espacial. El objetivo es reparar lo que quedó del planeta Tierra y defenderlo del ataque de los “carroñeros”. El relato transita el año 2077 y Harper se muestra como un agente muy eficiente, que no puede borrar de su cabeza imágenes de su pasado. En compañía de la bella pelirroja Vika (Andrea Riseborough), Jack descubrirá que no todo es lo que parece. Será a partir de su encuentro con Julia (otra belleza, Olga Kurylenko), cuando comprenderá que su vida es poco más que el reality de “Truman Show”. Lo que hace engorrosa a la película son los vaivenes del guión, que quizá para los amantes de la ciencia ficción pueda ser atrapante, pero que termina siendo algo confuso. ¿Y todo para qué? Para que entre algunos llamativos efectos especiales, la historia desemboque en esos finales edulcorados que tanto nos tiene acostumbrados la industria del cine estadounidense.
La soledad del general E l mayor mérito de “Puerta de Hierro, el exilio de Perón” es que narra como jamás se había hecho antes en el cine el derrotero del líder justicialista a lo largo de más de una década y media de forzada residencia lejos de su país. Y hace hincapié en lo que popularmente se conoció como Operación Retorno. La película de Víctor Laplace y Dieguillo Fernández comienza con los bombardeos en Plaza de Mayo en 1955, y hace un paso breve por su estadía en República Dominicana, Venezuela y Panamá, donde conocerá a Isabelita, a quien él llama Chavela, como integrante de un grupo de bailarinas de segunda línea, sin saber que ella sería parte de la historia argentina. Víctor Laplace hace una lograda interpretación de Perón, lejos del rictus forzado que le dio a ese mismo personaje en “Eva Perón”, de Juan Carlos Desanzo, estrenada en 1996. Y compone a un político con tanto brillo como por momentos impotencia y soledad por su exilio. Este Perón también se muestra con buena predisposición al diálogo con todos los referentes del movimiento, desde Héctor J. Campora a Augusto Vandor. E incluso se ve una faceta seductora de Perón y su amor incondicional hacia Evita. Tanto Fito Yanelli como Victoria Carreras se lucen en el aire místico que le imprimen a sus roles de José López Rega e Isabel de Perón. La película tiene un tono militante, que era de esperar, y si bien muestra a un dirigente del fuste de Perón con algunos puntos débiles, como cualquier mortal, también se lo ve con frases muy armadas, como recién salidas de un libro partidario. El filme, estrenado en el último Festival Internacional de Cine de Mar del Plata, es de vista imprescindible para quienes desean interiorizarse en la historia política del país.
De ladrón y policías Hay un lugar común en el que se cae habitualmente, y es que si una película de acción entretiene y mantiene despierto al espectador hasta el final la misión está cumplida. Bien, “Contrarreloj” es entretenida y difícilmente alguien pueda despegarse de la butaca hasta los títulos de cierre, pero está lejos de ser una buena película. Esta es la historia de Will (Nicolas Cage), el mejor ladrón de bancos de Nueva Orleans, cuya cábala es escuchar completa una canción de 9 minutos de Creedence Clearwater Revival como condición ineludible para que el atraco salga bien. Pero el día que no lo hizo, todo falló. Tanto fue así que le dio un balazo en la pierna a Vincent, su mejor amigo, otro delincuente de fuste, y el FBI interrumpió el robo de diez millones de dólares de uno de los bancos más importantes de la ciudad. Después de ocho años de prisión, Will regresa con el objetivo de alejarse de la mala vida y recuperar el tiempo perdido con su hija Alison. Pero, claro, aquel amigo que sufrió el balazo y después perdió su pierna, busca venganza. Y no tiene mejor idea que secuestrar a Alison a cambio del dinero que nunca llegó a repartirse. El director Simon West, que volvió a trabajar con Cage tras su debut con “Riesgo en el aire” de 1997, apeló a recursos trillados, aunque no menos efectivos, como las extensas persecuciones, autos que chocan y se incendian y el viejo juego del policía y el ladrón. West no profundiza en la intimidad de sus personajes, y cuando lo aborda queda a mitad de camino. Tanto que nunca queda claro, por ejemplo, si la bella Riley es o no la madre de la hija de Will. La figura heroica de Cage es la principal atracción de esta película, que es un plato ideal para un domingo de lluvia por el cable.
Un fresco de familia Julie Delpy es una apasionada por reflejar los laberintos de los vínculos afectivos. Lo hizo como intérprete en “Antes del amanecer”, también como actriz y guionista en “Antes del atardecer” y ahora va por todo sumándole además la dirección en “Verano del 79”. La excusa que utilizó Delpy fue contar el supuestamente temible aterrizaje del Skylab en una zona del oeste de Francia, justo en el lugar donde se va a desarrollar el cumpleaños de la abuela. Esa sensación de inseguridad y del fin del mundo originada a partir del temor por lo que fue la primera estación espacial estadounidense es una metáfora tan sutil como inteligente para contar cómo era el mundo en esos años. Desde la mirada de Albertine, de 11 años, se observa un fresco de familia, que incluye la inocencia, la crueldad y la moda de esa década combinada con los ásperos debates políticos entre la derecha y la izquierda. Pero lo más interesante es que en toda la trama sobrevuela ese respeto de “lo primero es la familia”, gentileza de Los Campanelli. El despertar sexual, el humor y los prejuicios hacen foco desde una simple reunión al aire libre, donde todos tienen algo que contar. Sin el vértigo del cine norteamericano, este filme francés invita a mirarse en el espejo y contemplar aquello que nos enorgullece y lo que nos avergüenza.
Cuestión de altura La oferta del cine de aventuras, destinado a un público infantil o juvenil, y en 3 D, crece en cantidad pero, como en este caso, no en calidad. No es que “Jack, el cazagigantes” sea una mala película. Se podría decir que se deja ver, pero llega un momento en que la historia se torna tan previsible que aburre. Adaptada de “Jack y las habichuelas mágicas”, la película se dispara con un niño que sueña mundos imaginarios a partir de la trama de un cuento. Diez años después, todo se desanda a partir del derrotero de Jack y aparecen puntos de contacto entre el sueño de aquel niño y este joven aventurero. Bryan Singer, el mismo director de la saga de “X-Men” que ganó prestigio desde “Los sospechosos de siempre”, apeló más a los golpes de efecto que a contar una historia sensible y audaz. De este modo, quedarán en la retina del espectador la imagen del ojo del gigante en primer plano y en tres dimensiones, en detrimento de una aventura que invite a reflexionar o, simplemente, que conmueva. “Jack, el cazagigantes” es la vida de un peón agrícola que recibe unas raras semillas como paga a cambio de su caballo, sin saber que, en contacto con el agua, darán origen a unos tallos gigantescos y destructores. De una valentía inusitada y alentado por el amor de una bella princesa, Jack se enfrentará a desafíos impensados hasta entonces. Con muy pocas armas, deberá derrotar a una legión de guerreros liderada por un temible gigante de dos cabezas. El objetivo será liberar a un pueblo y que el reinado deje de estar en manos de los más perversos. Con actuaciones poco convincentes, apenas se destaca el rol de Stanley Tucci, como el malvado Roderick. El filme deja abierto al final una pista que abre el juego hacia una secuela. Un guiño que tiene más que ver con un deseo comercial que con lo que la historia realmente se merece.
El mesías de la magia Del encanto de “El mago de Oz” a una película de la industria hollywoodense, que se suma al boom del fenómeno del 3 D. Ese es el recorrido que hace “Oz, el poderoso” para llegar a las pantallas de cine. Sin embargo, la astucia de un director como Sam Raimi sirvió para que esta producción de Disney se salve de ser una del montón. Presentada como la precuela del filme de Víctor Fleming de 1939, sólo algunos guiños bastaron para conectar con aquella historia. Aquí se cuenta del derrotero de un ilusionista de poca monta, Oscar Diggs, quien en los circos ambulantes de Kansas se hace llamar Oz. Su vida irá de fracaso en fracaso, excepto en el amor, hasta que se ve obligado a huir en globo antes de que lo golpeen. De pronto, un tornado lo depositará en un universo colorido y de fantasía. Esta primera parte de la película es en blanco y negro y en el viejo formato de la pantalla cuadrada, en clara alusión a la aventura de Dorothy, que la tenía a Judy Garland como protagonista. Aquí no habrá ni hombre de hojalata, ni león cobarde y tampoco el espantapájaros que quería un cerebro, pero sí hay un camino amarillo y una Ciudad Esmeralda. Hasta allí deberá llegar Oz para convertirse en una suerte de mesías y cumplir la profecía de salvar a una atípica población de la amenaza de la malvada bruja, en otro guiño a la bruja verde de la versión original. En rigor, aquí son tres las brujas protagonistas (Mila Kunis, Rachel Weisz y Michelle Williams), quienes jugarán a favor y en contra de un ambicioso Oz, bien interpretado por James Franco. La muñeca de porcelana y el mono alado le agregan calidez y ternura a esta propuesta que, sobre el final, le hace un merecido homenaje a los orígenes del cine.
María comete un error gravísimo, cree que viajando a otro país puede tomar distancia de sus problemas. Y nada más lejos de la realidad. Una pérdida irreparable en su vida la obliga a tomar una decisión abrupta: Irse a París a arrancar de cero, y dejar atrás su familia, Buenos Aires, y todo ese mar de insatisfacciones personales. Sergio Mazza se dedicó a poner play con la cámara y mostrar, quizá desde ese lugar se justifique el nombre de “Graba”. Es más, el director lo dio a entender así cuando presentó la película en el 26º Festival Internacional de Cine de Mar del Plata (2011). El personaje central de María (Belén Blanco) es tan protagonista de la película como el hastío, los silencios, el sexo frío, mecánico y sin amor, y los desolados paisajes parisinos. La desolación, precisamente, copa la película. El gesto de angustia de María es una constante. Ese clima irrespirable de la protagonista fue el objetivo básico del realizador, que por momentos alcanza el cometido, pero en muchos otros lapsos convierte al filme en una trama cansina y, lo peor, demasiado reiterativa. Quizás a muchos les interese ver una película en la que el tiempo pasa y la historia se queda. Pero hay otros caminos de relatar la angustia, sin por eso reflejar un final rosa o una producción de Hollywood.
Otra más de ricos y famosos Miller es un multimillonario famoso, tapa de la revista Forbes, que cumple 60 años y su vida le sonríe. Tiene la familia perfecta, la mujer ideal, la empresa que todos codician y hasta se da el lujo de tener como amante a una artista bellísima y más joven. Pero, obvio, nada es lo que parece. Los millones de Miller es dinero mal habido, oculto durante mucho tiempo, hasta que de pronto todo se derrumba. Un accidente caótica no estaba en los planes de Miller (interpretado correctamente por Richard Gere) y sus planes a futuro, así como su imagen pública, van camino a complicarse. El filme del debutante Nicholas Jarecki cae en baches insostenibles por diálogos soporíferos, que van en detrimento de una dinámica ágil para sostener la trama. Y esa falta de ritmo echa por la borda las buenas actuaciones de Susan Sarandon y hasta de Tim Roth, aunque hay que admitir que es más disfrutable en personajes más oscuros. La resolución es previsible y la película termina siendo otra más de ricos y famosos que engrosa la lista de la industria del cine norteamericano. A Jarecki le faltó compromiso con la composición de los personajes, que le hubiese servido para darle algo de carácter a la historia.