Nivel superado Disney lo hizo con Toy Story, creando una aventura animada de gran originalidad ambientada en el mundo de los juguetes. Ahora vuelve a conseguirlo, pero en el universo de los videojuegos. A manera de homenaje a ese tipo de divertimento que hizo furor en la década del ‘80, eligió a uno de los personajes más representativos de la guarnición y trazó un cuento que hace nido en las dudas y convicciones típicas de los niños, y por qué no de los adultos, mediante una serie de divertidas alternativas. Ralph, el personaje en cuestión, es un villano digital que se dedica a destruir un edificio, mientras el héroe del juego electrónico, Félix, gana medallas por repararlo. Pero llega un día en que Ralph empieza a pensar en serio, y se da cuenta de que quiere estar del lado de los buenos. El problema es que rebelarse contra un programa de computadoras no es algo fácil, e incluso puede llevarlo a desaparecer. Como película, Ralph responde al estándar instalado por Pixar y adoptado por Disney cuando este estudio la absorbió. Por el lado del relato, se trata siempre de una historia muy jugosa, con muchas variantes y, por supuesto, muy emocionante, que en Toy Story giraba en torno a un juguete que no quería ser reemplazado, y en Ralph hace foco en un malo que quiere redimir su alma para vivir más feliz. Por el lado visual, las maravillas van multiplicándose. Disney siempre tiene ese plus de los detalles. Hay que abrir bien los ojos con cada una de estas películas, porque en cada rincón hay una ocurrencia para festejar. Ahora, ellos dicen haber desarrollado una técnica que hace que los reflejos sean mucho más realistas sobre las superficies. Sin aviso previo, es probable que sólo un especialista lo note, pero hay que confiar en que en el conjunto la mejora reditúe en mayores gratificaciones. En una visión general, el filme tiene flaquezas a la hora de mantener la calidad de atención, y rellenan momentos con algunas corridas y ruidos de más. También hay pasajes demasiado barrocos, o empalagosos, como ciertas situaciones que ocurren dentro del juego de carreras adonde Ralph va a dar con su "humanidad". En esas escenas, puede resultar difícil enfocarse en la acción central (quizá los niños no tengan ese problema). Que los chicos se queden afuera de las referencias generacionales, es un detalle que no los afecta. Para ellos, por ahora, los juegos son simplemente juegos.
Ellas también transgreden Despedida de soltera es una buena comedia, para un público preferentemente joven. Los personajes tienen conductas sorprendentes, que los hacen originales, interesantes de seguir, que les da algo de vida propia y los alejan un poco de los moldes de conducta estereotipados. Es una película desafiante, delirante, grotesca, absurda y divertida a la vez. Sólo la deslucen los cambios de velocidad. De a ratos es chispeante y dinámica, y luego se estira en porciones lentas y ambiguas. La historia comienza con Becky, una joven que les ha dado una sorpresa a sus amigas. Aunque es la "gordita" del grupo, va a ser la primera en casarse, ¡y encima lo hará con un tipo apuesto! Regan, Gena y Katie no pueden digerirlo. ¡Ellas lo merecían más! Si son bellas, sensuales, inteligentes y transgresoras... Así y todo, se ofrecen de buena gana para armarle a Becky su despedida de soltera, pero lo único que provocan es un gran desmadre, para colmo delante de la familia de su amiga, de bajo perfil y moderadas costumbres. Strippers y droga aparecen en escena. Pero el peor desatino es romperle el vestido de casamiento a la novia pocas horas antes de la boda. Allá irán las tres chicas, en plena madrugada, detrás de la salvación para sus almas. El filme escrito y dirigido por Leslye Headland obviamente saca partido del cliché comercial instalado por el cine norteamericano en torno a las despedidas de soltero. Pero ofrece material para lecturas renovadas. En esta historia, las mujeres se comportan como lo hacían los hombres en esta clase de películas. En la superficie, son decididas, intempestivas, arbitrarias, desmedidas, y tratan al sexo opuesto como un objeto. Algo así como la pesadilla del jean unisex convertido en patrón cultural. Por detrás, están el inconformismo, la rabia, la angustia, la mochila de un mundo más artificial, la ansiedad por encontrar la huella de una identidad. Aunque, hay algo que las cuatro amigas tienen claro, y es que no sólo hay que sufrir para conseguirlo; también hay espacio para festejar, y rebelarse es un camino para no dejarse ahogar por el mundo.
El lado femenino del crimen Las mujeres llegan tarde es un filme con una forma de contar no tradicional, pero se las arregla para ser entendible. Una película donde los climas juegan un papel fundamental. La historia comienza poniendo en relieve a un hombre, marinero porteño, que es el guarda de un maletín con dinero que le dio una misteriosa mujer. En esta parte, los climas son sensuales, sórdidos. El tipo es extraño, sin duda. Acaba de dejar el mar para siempre, está completamente solo, y confundido por una marca de amor que, seguro, le hicieron con una garra. Luego, el espectador es transportado a un hotel en el interior de Buenos Aires. Se trata de una casona de huéspedes manejada por una mujer y su hija, a punto de caer en la bancarrota. La chica tiene un novio secreto, pese a que sigue las indicaciones de la vieja para engatusar y quizá casarse con un primo con dinero. En estas escenas, jugadas entre esas mujeres encerradas, maniáticas por la ropa y el peinado, viviendo entre objetos que fueron valiosos pero que superaron la fecha de vencimiento, se huele una psicosis que pronto subirá a la superficie. Lo mejor de este filme escrito y dirigido por Marcela Balza, ocurre tal vez cuando los dos caminos, el del marinero y el de las propietarias de la pensión, se cruzan trágicamente. A uno le sobra lo que las otras necesitan con desesperación. La línea de la cordura puede ser rebasada por cualquiera de los tres que dé un paso en la dirección equivocada. Drama policial, o policial dramático, Las mujeres llegan tarde puede ser vista como una exploración psicológica del lado criminal femenino, hecho por una directora que no eligió hacer las cosas a la manera convencional. Los tipos de encuadre, los cortes, la organización del relato, la música, los sonidos, los colores, la luz, las escenografías, van marcando ese tono, que además tiene una fuerte personalidad entrelíneas. Mención especial para las actuaciones. Marilú Marini, en el papel de Regina, la dueña del hotel, no tiene desperdicio. Erica Rivas, la hija, surca el rol de chica border con mucha credibilidad. Rafael Spregelburd y Andrea Pietra hacen un muy buen aporte como la pareja dueña del dinero. Obliga a reenfocar los lentes al espectador más tradicional, pero es una película válida.
El swing no tiene edad Los adultos mayores que solucionan sus problemas con alguna salida original y divertida en una película se han convertido en un buen entretenimiento, y de paso sirven de inspiración. Hay mujeres que posan desnudas para almanaques, o que cultivan marihuana, o como las de este largometraje belga, las hay que forman una banda de música, por solidaridad, y para canalizar sus diferentes estados del espíritu y del cuerpo. Las chicas de la banda comienza con el accidente en el que muere el marido de una de las protagonistas, Magda. El sepelio sirve de excusa para que el hijo que vive lejos venga de visita. Sid no se parece en nada al resto de la familia. No es elegante, ni formal, ni protocolar. Antes de irse, le reprocha a su madre que nunca lo haya ido a visitar después de tantos años. Magda acusa recibo y visita pocos días después a Sid, y descubre que él sigue queriendo triunfar en la música, sin mucha suerte. Un poco por el remordimiento de no haberlo apoyado nunca, y otro poco porque está empezando a experimentar grandes cambios, decide convocar a dos antiguas amigas para formar una banda de música con él. Ellas tres habían tenido un grupo musical cuando eran jóvenes, pero creen estar muy fuera de onda cuando oyen lo que compone Sid: una especie de hip hop mezclado con electrónica. Sin embargo, en el fondo todo es una guerra contra los prejuicios del otro. Las chicas que cantaban Edith Piaf se juntan con el casi DJ y crean algo de él, mientras sacuden su pasión y arreglan y desarreglan varias cosas de sus vidas. Una de las mejores cosas de la película dirigida por Geoffrey Enthoven es la habilidad para dibujar bien a los personajes y sus distintos prejuicios y mostrar como todos luchan para vencer (o no) a algunos. El director logrado una película bastante original, con una banda sonora simpática y rara, en la que la cámara se comporta de manera ordinaria, es decir, casi no se nota, y se limita a mostrar lo que sucede, pues lo más importante del filme está en las situaciones y en el perfil de los personajes. Hablando de estos: mucho swing el de las tres chicas de la banda; también el de Sid, el líder; y el del pianista que quiere conquistar a Magda. Otra cosa positiva es que esas situaciones son muchas veces graciosas. Ver a las tres señoras muy pulcras, paradas frente a sus micrófonos, junto a un cantante que poco más se revuelca en el piso, es una de las tantas. Tal vez el final abra una charla entre dos o más espectadores. Es como si hubieran querido hacerlo diferente dentro de lo diferente, y se hubieran pasado de rosca. Pero no invalida todo lo que se ha vivido durante el visionado previo del filme.
El origen de los guardianes es una película con una imaginación magnífica, con vitalidad, con una historia que llega cerca del corazón, y con muy buenos efectos visuales. También es una película con partes oscuras, que pueden atemorizar a algunos niños. Y también, un relato sobre algunas tradiciones que no son las nuestras, a las que en muchos momentos de la película, nos asomaremos como extraños. El argumento tiene a Santa Claus y al Conejo de Pascuas (hasta aquí conocidos por nosotros), más el Hada de los Dientes (el Ratón Pérez del hemisferio norte), Jack Frost (figura élfica que hace llegar el invierno) y Sandman (personaje del folklore anglosajón que ayuda a soñar lindo a los niños esparciendo arena mágica en sus ojos), reunidos en una especie de grupo de superhéroes. El villano, en tanto, es Pitch Black (el negro absoluto), quien infundiendo el miedo quiere que los niños dejen de creer en los seres maravillosos y sólo piensen en él. El nombre de William Joyce debe ser tomado como referencia para quienes se interesen en esta película. Se trata de un escritor para niños (entre otros oficios) del que solo se conoce una uña en esta parte del mundo, pero que en EE.UU. es famoso y prolífico. De su pluma llegó hasta aquí solamente una adaptación antes de la presente, se trató de La familia del futuro. Pero Joyce tiene decenas de libros y hasta sagas escritas, y está muy vinculado al mundo del cine, habiendo colaborado por ejemplo en el concepto de la creación de personajes para filmes como Toy story y Bichos. Asimismo, como codirector, ganó este año el Oscar al mejor cortometraje animado con un trabajo titulado The fantastic flying books of Mr. Morris Less more (Los fantásticos libros voladores del Sr. Morris Menosesmás), que se proyectó en algunas salas en los últimos meses, circuló por Facebook y también puede verse por YouTube.
Corazón en agua salada Amor a mares, la segunda película (después de Erreway: Cuatro caminos) de Ezequiel Crupnicoff como director, tiene buena fotografía, buena música y buen sonido. También la ayudan algunas buenas actuaciones como las de Gabriel Goity, Luisa Kuliok, Miguel Ángel Rodríguez y Paula Morales. Pero pierde peso en cuanto a su historia y guión. Javier (Luciano Castro) es un escritor en la mala. Lo dejó la pareja. Sus últimas tres novelas fracasaron en las librerías. Y tiene una crisis creativa. Casi nada queda de la joven promesa que supo ser y se la pasa encerrado, lidiando con los recuerdos y aferrado al vaso de whisky con hielo. Entonces aparece su representante, Andrés (Miguel Ángel Rodríguez), apurándolo con el cumplimiento de un contrato con una editorial. Como no hay nada que a Javier lo inspire, le ofrece un boleto para un crucero. Allí tendrá la oportunidad de encontrar una o varias historias, y convertirlas en un buen relato. Contra su voluntad casi, Javier termina encima del barco, donde conocerá a una serie de personajes, entre ellos a Julieta (Paula Morales), una abogada a la que le están tendiendo una trampa que podría dejarla fuera de un negocio importante con la compañía naviera. Lo dicho. Amor a mares está bien filmada, pero es incompleta en su contenido. Es una comedia que tiene las paredes, las columnas y el contrapiso, pero que todavía no funciona como una casa. Tiene unas cuantas incoherencias en su desarrollo y deja algunos cabos sueltos. Una misma historia puede ser contada de miles de maneras, sin caer en el aburrimiento o en la chatura, y es por eso que hay que ser cuidadoso para hablar negativamente de los lugares comunes. Pero aquí sucede lo que nadie quiere. Se dialoga sobre la base del sentido común y esto no deja volar al espectador. Los diálogos, elemento fundamental del género en la actualidad, tienen una chispa muy pequeña, cuando en esta clase de películas suelen ser estocadas elegantes y sorprendentes. Sin embargo, Amor a mares es una película que se mantiene a nivel, a flote, por las cualidades al principio mencionadas, por el atractivo de mostrar en pantalla gigante a un crucero por dentro, y sus distintas estaciones a lo largo del mundo.
Perra muerte Los personajes son terroríficamente adorables. La proyección en 3D, magnífica. El color de las imágenes, blanco y negro. El argumento, conocido, pero a la vez rico, porque nadie se baña dos veces en el mismo relato. Hay algunos momentos donde el atractivo del cuento decae en algo, pero el final reivindica toda posible duda, pues es a toda orquesta, con acción, dramático, romántico, espeluznante y mágico. Víctor es un niño curioso, fanatizado por la ciencia, cuyo perro un día muere atropellado por un auto. Buscando salir de su tristeza, el chico inventa una máquina a electricidad que le permite revivir al cusco (que se llama Sparky, en inglés, palabra derivada de "Chispa"). Pero sus compañeros de colegio lo espían, y le roban la idea para hacer maldades, hasta que la travesura se desmadra y ponen en peligro al pueblo donde viven. El director Tim Burton filmó hace casi 30 años un corto de casi media hora de duración, llamado Frankenweenie, que recientemente decidió desarrollar hasta convertirlo en este largometraje. En el filme encontramos casi todos los tics del autor de Beetlejuice, El extraño mundo de Jack, Ed Wood o El joven manos de tijeras, por nombrar a las más parecidas, desde los cementerios y los seres con piernas de alambre, hasta esas típicas personalidades que no encajan, por melancólicas o por frenéticas, y que a veces caminan por el mundo de los vivos pero también lo hacen por el de los muertos. Pero esto que durante muchos años ha sido el gran fetiche del director, puede volverse para sus seguidores un poco repetitivo, y eso es tal vez lo que hace un poco más pesada a la historia. De cualquier modo, Burton es un genio en lo suyo. Es un guardián de la técnica de la animación cuadro por cuadro, y alguien que se ha torcido poquísimo, y solo circunstancialmente, en sus convicciones artísticas, pese a haber entrado hace rato a las grandes ligas de Hollywood. Por ello, es un cineasta para admirar y cuidar.
No está muerto quien pelea Las películas de zombies vuelven a ser furor, y la animación cuadro por cuadro no se quiere quedar aparte de la moda. Lo bueno es que Henry Selick y la productora Laika vienen haciendo esta clase de productos desde hace varios años, y ya están cancheros en el tema. Henry Selick, que comenzó a hacerse conocido bajo el ala de Tim Burton, se independizó hace rato de su colega y con nueva compañía formateó películas como El cadáver de la novia y Coraline. La fábrica de ilusiones que ahora supervisa estaba en ruinas hace menos de una década, cuando Phil Knight, el dueño de Nike, la compró y la rellenó de dólares como a una almohada. Paranorman es una nueva variante, fresca, ágil, inspirada, de las historias de muertos vivos. Sobre un pueblo perdido pesa una maldición que sólo un niño de 13 años puede conjurar, un sortilegio por el cual los cadáveres brotan de las tumbas para llevarse a los que aún respiran, enviados por el espíritu dolido de una pequeña a la que en el pasado condenaron por brujerías. Si el espectador compra la estética de la película, disfrutará de esta aventura, que es un poco menos sombría que los anteriores despachos de la misma casa. Los monstruos con ojos saltones, que expelen jugos y pierden sus extremidades; la atmósfera melancólica, acentuada por las sombras y los colores fríos usados; el humor negro, son algunos de los ribetes de este largometraje que tuvo un altísimo costo de producción. Lo que no se puede dejar de apreciar es la maestría en el manejo de la técnica del stop motion. Algo que salta a la vista de cualquier espectador cuando observa la verdadera orquesta de seres y objetos animados que desfila por la pantalla, y que hacen que valga la pena ver la película más de una vez, para poder detectarlos a todos. Si se piensa que cada segundo de largometraje es una serie de fotografías sacadas a un mismo escenario de plastilina, donde las figuras que se retocan a mano milímetro por milímetro, para generar la sensación de movimiento, resulta asombroso observar la inusual cantidad de detalles que tienen muchas de esas secuencias. Una obra artesanal, para todo público, en la que además tienen un protagonismo destacado los efectos especiales, que, combinados en su medida justa con el pulso humano, hacen un cóctel único para grandes y chicos.
Reservado para monstruos Van pasando los años y observamos cómo lo que era un oficio se va convirtiendo en un meganegocio. El presupuesto de este filme trepó hasta los 85 millones de dólares. Ya estamos en condiciones de hablar de superproducciones de dibujos animados. Hotel Transylvania es el primer largometraje que dirige un productor y director de series televisivas de mucha experiencia, llamado Genndy Tartakovsky. Sus créditos son muy sólidos. Sólo como director, hizo capítulos de Las chicas superpoderosas, La guerra de las galaxias animada, y El laboratorio de Dexter, este último, sobre una creación propia, un cortometraje que le sirvió como tesis universitaria. La historia es divertidísima. En el hotel regenteado por el conde Drácula, todos los monstruos tienen una habitación y descansan en paz. Lo único que le preocupa al chupasangre es la maduración de su única hija, quien ya demuestra inquietudes de adolescente tales como... saber quiénes son los humanos. Para complicarlo todo, llegará al albergue un mochilero extraviado, justamente de esa única especie que no tiene permitida la entrada. ¡Y se embarcará en un romance con la primogénita del vampiro mayor! A partir de allí, los enredos, el absurdo, el humor negro y la picardía se apoderan definitivamente de la historia y componen una sinfonía muy cómica de situaciones y gags. Algunas de las cosas mejor logradas: el diseño de los personajes. Por el hotel se ve pasar un verdadero zoológico de monstruos, algunos muy originales. Segundo: la acción. Muchos de ellos, además, hacen cosas graciosas, como caerse, explotar, derretirse, sacarse y ponerse ojos y piernas. Casi todo el tiempo hay movimientos de ese tipo que van sorprendiendo al público. Muchos de esos detalles hacen que valga la pena verla por segunda vez. Algo que no termina de cerrar es el ritmo que tiene. Algunas veces, las cosas suceden tan rápido que se pierden, y en otros casos, la alta velocidad se hace tan constante que se entra en un frenesí algo molesto. Pero se trata de una película que sin duda vale la pena ver. Un filme generoso, que no escatimó en escenarios, protagonistas, efectos y música.
Con oído propio Algunos cinéfilos o memoriosos encontrarán parecidos entre este largometraje y Alta fidelidad, aquel de Stephen Frears con John Cusack que se convirtió en objeto de culto. Por qué no decirlo: los hay. Pero este filme de Gabriel Nesci rebasa esa comparación y ofrece muchas cosas de cosecha propia, y algunas muy buenas. Para empezar, esta no es la historia sentimental de un solo personaje (que también podría estar sacada de Graduados) sino la de cuatro amigos, cada cual con una personalidad muy bien marcada, en la cual los gustos musicales juegan un rol más o menos importante, y con un prontuario amoroso bien claro por detrás. Damián (Gastón Pauls), el narrador, comienza el relato hablando de cuatro niños de barrio que despiertan a una etapa fundamental de sus vidas, cuando descubren los discos de vinilo y a las vecinas de barrio. Pasan los años y algunas cosas han cambiado, pero otras no. El que quería formar un grupo homenaje a Los Beatles (Ignacio Toselli), todavía insiste con eso. Luciano (Fernán Mirás) es locutor de radio y sigue enamorándose de mujeres imposibles. Damián también va de desengaño en desengaño. No puede olvidar a la supuesta mujer de su vida (Carolina Peleritti). Al parecer, sólo Facundo (Rafael Spregelburd) está en condiciones de asentar cabeza. Tiene pensado casarse con la productora del ciclo radial de Luciano (Maricel Álvarez). Esa es la situación en un momento dado, pero todo sigue avanzando y las lealtades y fidelidades comienzan a confundirse, aparecen viejos vinilos de los años ochenta, nuevas personas como (Inés Efrón y Akemi Nakamura), una empleada de un bazar y una colombiana que le alquila un cuarto a la réplica de Lennon. En sus mejores pasajes, la película de Gabriel Nesci revive algunas de las mejores características del cine argentino hecho en la capital del país (obviamente hay otro): el psicoanálisis como parte de la idiosincrasia urbana, tomado con humor; las situaciones absurdas; el costumbrismo simpático (representación de la vida cotidiana); la melancolía unida a la ternura. Días de vinilo es una película con buen movimiento. Suma situaciones una detrás de otra y al abrirse su historia en un abanico encuentra siempre algo interesante, cómico, delirante o suavemente dramático para decir. Hay que elogiar también lo organizado que es el argumento, pues la línea guía va de un personaje o de una pareja a la otra, sin jamás confundir o errar el oportunismo. Después de todo, Argentina tiene su propio oído. Y sus habitantes, ni hablar.