Peces de los negocios En esta era de escasez de comedias, donde si uno se pone a analizar un poco descubre que todo lo que se ve son filmes policiales, de dramas y acción, las películas como Fuera de juego deberían ser reconocidas y protegidas. Sería como ir en contra de los supuestos conocedores del gusto del público, que creen que otros géneros son los únicos que funcionan. También sería una manera de apoyar a los que son capaces de extraer el jugo de la risa de una realidad a veces muy dura. Pero, por suerte, Fuera de juego es un largometraje que puede defenderse por sí mismo. Dirigida por el español David Marques, un director relativamente conocido en España, y protagonizada por un puñado de muy buenos actores, en especial Fernando Tejero, Diego Peretti y Pepe Sancho, el argumento gira en torno a dos chantas que dicen ser representantes profesionales de futbolistas, y que tratan de pisarse la cabeza uno a otro para hacer el negocio de sus vidas, vendiéndole un futuro crack al Real Madrid. El filme transcurre casi completamente en España y es una suma de aciertos no sólo en las ideas narrativas, sino en los diálogos entre todos los personajes (hay varios más), que por ratos son muy chispeantes y siempre muy graciosos. A todo esto hay que sumarle, además, el rico despliegue de temas e interpretaciones que consiguen director y libretistas. Si la trama consigue, muy eficazmente, entre chanza y chanza, arrojar una mirada sobre el mundo de los negocios a veces espurios del fútbol, también es una libreta de apuntes acerca de los afectos, la fidelidad, o la amistad. Los pequeños lapsus, tanto en la verosimilitud del argumento como en su permanente atractivo, o los perdonables yerros de los actores, se vuelven todavía más pequeños, y la hora y pico que dura la película se hace entonces muy llevadera.
La selva vuelve a la ciudad En la tercera de Madagascar, los personajes sufren tantos golpes que el espectador termina convencido de que son indestructibles. Más de mil millones de dólares de recaudación solamente por taquilla de las dos primeras partes hacían impensable que DreamWorks (la compañía de Steven Spielberg y socios) no se tomara el trabajo de hacer la tercera parte. La titularon Madagascar 3: los fugitivos, y cuenta la historia de los cuatro principales animales de la saga, el león, la cebra, el hipopótamo y la jirafa, tratando de regresar desde África hacia el zoológico de Nueva York, donde comenzó toda la historia. En el camino, harán escala en Montecarlo, la por excelencia de la localidad marítima francesa del juego y el refinamiento, y allí encontrarán a una policía de animales implacable que los perseguirá hasta las últimas consecuencias y los obligará en mitad del viaje a camuflarse dentro de un esperpéntico circo. Esta Madagascar tiene más polenta, es más vistosa en sus colores y más atrevida en su explotación del slapstick, es decir, en la bufonada, en la utilización de la violencia física de una manera tan exagerada, que resulta absurda y por ello cómica. Tom McGrath, director de las tres Madagascar y también de Megamente, tiene una teoría al respecto. Opina que en Megamente, que involucra a los típicos superhéroes norteamericanos, y transcurre en Nueva York, fueron sumamente cuidadosos con la utilización de la violencia, para no remitir a los atentados terroristas, y no utilizaron el slapstick para que los espectadores sintieran que el protagonista “realmente” salvaba a alguien. En Madagascar ocurre directamente todo lo opuesto. Los personajes sufren tantos tipos de golpes que el espectador termina seguramente pensando que son indestructibles o que la violencia no produce consecuencias serias. La Real Academia Española da tres definiciones de la palabra paroxismo. Una es “exaltación extrema de los afectos y pasiones”. Otra, “exacerbación de una enfermedad”. La tercera: “Accidente peligroso o casi mortal, en el que el paciente pierde el sentido y la acción por largo tiempo”. Un poco de cada una de ellas hay en algunos pasajes de esta película que dos o tres veces se pasa de rosca en su persecución de la acción.
El alumno supera al maestro “Misión secreta” fisgonea en el día a día del espionaje y contribuye a alimentar el mito de los agentes de la CIA y el FBI. Y nada más. La inteligencia, la convicción, la prudencia, la sensatez, la sagacidad, el coraje, el misterio, el atractivo físico, son algunas de las cualidades que se asocian a los hombres o mujeres dedicados al espionaje. El cine ha contribuido a alimentar ese mito y se sirve también de él. Por eso Misión secreta tiene un magnetismo de base que ilusiona. Las conversaciones entre agentes de la CIA y el FBI de elevado coeficiente, a las que el espectador puede asomarse como un testigo privilegiado, son parte de ese juego. La posibilidad de fisgonear al minuto los movimientos de uno de esos sujetos, tal vez el más preparado de todos, en el paso a paso de sus días, para saber cómo vive, adónde va, qué hace, también. Y habría más ejemplos. Entonces, partiendo de ese principio, esta es una propuesta interesante para cierto tipo de público, siempre y cuando tenga en cuenta que no se dará con muchos lujos cinematográficamente hablando. La historia es relativamente sencilla. Una serie de enredos mortales, entre espías de hoy formados durante la Guerra Fría, en la cual corren peligro la vida de un joven agente y su familia. Misión secreta es un filme con errores muy notorios en su lógica narrativa, un puñado de situaciones confusas o mal desplegadas y momentos poco creíbles (como la visita al espía ruso encarcelado) que, aun así, nunca llega a naufragar. En términos boxísticos, es como esos peleadores de medio pelo que van al frente y dan y reciben hasta el final, regalándoles a los fanáticos buenas dosis de imprevisibilidad y de entrega, dos bienes muy valorados en cualquier espectáculo. Este largometraje dirigido por Michael Brandt, con sus falencias y todo, se las arregla para construir algún suspenso, y para tomar varios giros sorpresivos, lo cual junto con un buen andamiaje técnico termina haciéndole llegar hasta el round final de pie y con una entereza al menos digna.
Sin documentos En 1997 se estrenó la primera Hombres de negro y en 2002 la segunda. Esas dos hicieron, juntas, más de mil millones de dólares de taquilla en todo el mundo. Quintuplicaron lo invertido y realmente fue un acto de justicia, porque la idea de la película era buena, el guión dinámico y divertido, los diálogos cargados de buen humor, los efectos especiales novedosos, y los protagonistas principales muy carismáticos, quienes además lograron mucha química en la pantalla. Todo viene de un cómic creado en 1991 en EE.UU. Todas las adaptaciones al celuloide tienen la misma estructura: una agencia no gubernamental estadounidense dedicada a la caza de extraterrestres ilegales escondidos en la ciudad de Nueva York. Dos de sus hombres más brillantes, el agente J y el agente K, son los encargados de algunos de los casos más difíciles. En esta oportunidad, un caso particular obliga a J realizar un viaje en el tiempo hacia 1969, al día del lanzamiento del primer cohete que llegará a la luna, para intentar salvar a K de la muerte y, también, para detener a un alienígena que da inicio en esa fecha a una invasión extraterrestre que recién llegará en el futuro. Una trata entretenida que sólo tiene algunos mínimos nudos un poco vidriosos, pero que maneja con habilidad las idas y vueltas constantes, provocando incluso algunas sorpresas. Dos de sus guionistas principales son reconocidos en el ambiente: David Koepp y Etan Coen. En total fueron cuatro. Pasaron 10 años desde aquella secuela y, pese a la gran cantidad de tiempo, el equipo volvió a reunirse casi intacto, algo tan difícil de lograr como lo obtenido sobre la pantalla, donde casi todo sigue como entonces, es decir sin "envejecer", como se dice en la jerga del arte. Steven Spielberg vuelve a ser uno de los productores. Barry Sonnenfeld el director. Tommy Lee Jones y Will Smith los dos hombres de negro. Los chistes tiene casi el mismo corte de los primeros. Los efectos especiales son idénticos. El diseño de las criaturas sigue siendo de lo mejor. En resumen: los seguidores pueden estar bastante tranquilos con lo que encontrarán.
Unos aguafiestas Cuatro amigos británicos con la maduración un poco retardada viajan juntos a Australia para participar en un acontecimiento inesperado. Uno de ellos conoció a una chica en una pequeña isla durante unas vacaciones, y el flechazo fue tan intenso que decidieron casarse. Pero eso pasa a ser un detalle. Al llegar a la casa de la novia, descubren que es una mansión, propiedad de un senador, el suegro, y que a la fiesta asistirá la más selecta crema de la sociedad local. Enfrentados a esta situación, los muchachos ingleses son una especie de elefante suelto en un bazar, y pronto empezarán a dar muestras de ello. Uno, emborrachándose porque le rompieron el corazón hace muy poco; otros dos, enredándose con un peligroso traficante local de drogas. Todo esto, mientras la prometida se esfuerza por tomar con una sonrisa los papelones que se suceden uno tras otro, la suegra (bienvenida reaparición de Olivia Newton John) se convierte, con la ayuda de algunas sustancias, en la principal animadora de la fiesta, y el senador se desvive por disimular y seguir tejiendo sus relaciones políticas. Stephan Elliot es un director conocido en Argentina, que en 1994 dirigió una pequeña comedia de culto, Las aventuras de Priscilla, reina del desierto, y de quien últimamente se vio Buenas costumbres, también una comedia, en este caso acerca de un joven inglés que se casa con una glamorosa norteamericana. Tema parecido al que trae ahora con Los padrinos de la boda, aunque en este caso se produce un retorno al tema preferido de muchas humoradas, que toman a la ceremonia del casamiento como su eje. La película tiene muy buen ritmo, buenas actuaciones, buena banda sonora, buena fotografía. Evaluar la calidad de su humor es más delicado, porque allí tallan muchísimo las cuestiones de gusto personal. El espectador encontrará ironías acerca de clases sociales, slapstick (exageración de la comedia física), humor escatológico, de rivalidades entre países, acerca de las parejas.
Tsunami de acción con extraterrestres "Batalla Naval", basado en el popular juego de guerra, ofrece buenos momentos de acción, aunque también mucho de sensiblería política norteamericana. Plantea una guerra de la humanidad con una civilización avanzada. Nueva sociedad entre la industria del cine norteamericano y la compañía de juegos y juguetes, también de esa nacionalidad, Hasbro. Si recientemente estas dos empresas dieron éxito a la saga de películas de los Transformers, en esta ocasión es el turno de Batalla naval, una película en donde la marca en el orillo se ve claramente. Primer descubrimiento, encontrar que la mundialmente famosa Batalla naval se jugaba ya en 1931, tomando como referencia la Primera Guerra Mundial y usando lápiz y papel. En el presente, los barcos se convirtieron en pequeños barrios tecnológicos surcando el mar, generalmente enfrentados a otras embarcaciones de similar poder bélico. Pero la imaginación de los artistas va un poco más allá y, tomando como base lo que ocurre en el videogame, plantea en esta película una invasión mundial por vía marítima que enfrenta básicamente a un destructor norteamericano, en contra de una flota de extraterrestres venidos desde otro sistema solar a apoderarse de las posesiones de la raza humana. Si bien la película tiene una hora y pico de buena acción, y a figuras como la cantante negra Rihanna haciendo su debut cinematográfico, pueden jugarle en contra algunos puntos endebles. Por ejemplo, el tener una introducción demasiado larga, donde se dan más vueltas de las estrictamente necesarias para desplegar a los personajes sobre el tablero y de a ratos hasta queda de lado el contenido de ciencia ficción de la historia. Asimismo, Batalla naval muestra una sensiblería política que ya quedó perimida en el cine norteamericano. El patriotismo norteamericano expresado de manera burda, casi como si se buscara captar reclutas inmediatos entre los espectadores, se entremezcla en esta oportunidad con una extraña manipulación de los sentimientos de los espectadores, consistente en convertir a un soldado sin piernas rescatado de un hospital militar, en uno de los héroes de la Batalla naval. En fin, la película propone un entretenimiento aceptable, pero para observar con las antenas paradas, porque sus segundas intenciones están ahí demasiado al acecho.
Un policial cómico y hormonal Ya estaba inventado. Pero lo reciclaron. Existió entre 1987 y 1991 en la TV norteamericana un show acerca de un grupo de policías especializado en investigar delitos entre gente joven. Sus cuarteles quedaban en el número 21 de la calle Jump. De ahí el título 21 Jump street que en aquella época (y ahora en la versión para cine) se tradujo al español como Comando especial. Al respecto, hay que prestar especial atención a un pequeño guiño al original, que tiene que ver con la aparición en pantalla de un actor de culto del cine de 1990. En esta oportunidad, los agentes Jenko y Schmidt, uno un "popular" y el otro un "nerd" de la escuela secundaria que luego se hicieron amigos en la academia de policía, y salieron a la calle como bicipolicías, son degradados por su escaso entendimiento para trabajar. Y van a parar a la calle Jump. La comisaría funciona dentro de una iglesia, la del Aroma de Jesús, como para que el lector se vaya haciendo una idea de las condiciones imperantes. Entonces, Schmidt y Jenko se enteran de su nueva misión: infiltrarse en una escuela secundaria y detectar a los distribuidores de una droga que mató a una adolescente poco tiempo antes. El filme funciona como una mezcla de American pie (comedia adolescente) y Arma mortal (comedia de acción), aunque felizmente se resiste a ser etiquetado, como los dos protagonistas, que a través de su manejo corporal pero también a sus ocurrencias le dan un soporte especial al estilo de la película. Esto es, jugar con un humor incorrecto, algo procaz, soso, que atraviesa el ridículo hasta llegar una estación más allá, en donde se dibuja suavemente una sonrisa tierna y pícara al mismo tiempo. Más allá del resumen apretado hecho de la historia, el argumento de Comando especial es como un viaje en un desvencijado camión con gallinas. Sucio, desequilibrado y lleno de cacareo. Pero tiene un delicioso sabor a aventura, a esas locuras que cada tanto hace el ser humano y que le dan un gusto especial a su vida.
La unión hace una superfuerza “Los vengadores” combina magníficos efectos especiales con diálogos punzantes y cargados de humor para construir un filme de primer nivel. Gran película del sello Marvel (que además de publicar historietas, desde hace unos años también produce películas), cuyo eje es la reunión de varios de los superhéroes más famosos de la firma para afrontar juntos una espectacular aventura. Indomable ritmo, magníficos efectos especiales, diálogos punzantes y cargados de humor, personajes bien definidos, lucido vestuario, purísima banda sonora, son algunas de las características de esta superproducción que prolonga la buena senda por la que vienen transitando los largometrajes de esta franquicia en los últimos años. El extraterrestre Loki, hermano renegado de Thor, llega a la Tierra para perpetrar su venganza: aplastar al tercer planeta en distancia al Sol. Tras fracasar el intento de defensa de los servicios secretos norteamericanos, el jefe Fury acudirá a un plan que hasta entonces los concejales del gobierno nunca le habían aprobado: reunir a los superhéroes que, desparramados, viven sus vidas como pueden en algunas ciudades del mundo, entre ellas Nueva York. La estrategia puede funcionar, pero para ello los poderosos Capitán América, Viuda Negra, Thor, Ojo de Halcón y Iron Man deben aprender a trabajar como equipo. Y este, precisamente, es uno de los vectores por donde viaja este buen guión escrito por el hombre que también dirigió la película: Joss Whedon. Los superhéroes, históricamente, han sido presentados como pasto de trabajo para los psicólogos. Ser diferentes, aunque ello se deba a la posesión de poderes especiales, es un obstáculo en el camino de la integración social, y muchas veces esta condición afecta la personalidad de estos individuos, volviéndolos hoscos y misteriosos. Whedon maneja este perfil del argumento con la misma habilidad con que reparte la acción y los enlaces entre los sucesivos clímax de la historia, y así logra que ésta esté respaldada por un dramatismo si bien superficial, bastante creíble. Resulta bastante lógico que así sea, al descubrir que Whedon es un escritor y director respetado de Hollywood, con una cierta especialización además en esta clase de historias. Ha sido guionista de obras como Alien: resurrección, o Titán AE, y director de Thor, la película, y, entre otras, de algunos capítulos de la serie Buffy, la cazavampiros.
Calaveras de plastilina “¡Piratas! Una loca aventura” renueva el humor y la magia en altamar. Todo parece divertido en esta película de animación basada en dos libros infantiles, cómicos, de piratas. Según el editor de esas novelas, el autor las escribió para convencer a una muchacha de que abandonara a su novio por él. No logró conquistarla, pero al menos atrajo a la industria del entretenimiento. Uno de los fundadores de un estudio dedicado a la animación en plastilina se interesó en transformar dos de esos libros en ¡Piratas! Una loca aventura. Estamos hablando de Peter Lord, conocido también por realizar Pollitos en fuga, por producir los populares unitarios para televisión y el largo de Wallace & Gromit, La batalla de los vegetales. ¡Piratas!... tiene toda la magia de esa técnica desarrollada hasta la genialidad por estos artistas. La historia es la de un grupo de piratas de segunda categoría, comandados por un sujeto que se encuentra frustrado por no haber podido ganar nunca el concurso de Pirata del Año. El desafío está por realizarse una vez más, y los competidores, dueños de enormes botines y mejores barcos, parecen ser demasiado para él. Al ver herido su orgullo por las burlas, decide cumplir con su sueño a cualquier costa, incluso si la reina Victoria le ha puesto precio a su cabeza o si la versión caricaturizada de Charles Darwin, el gran científico, se cruza en su camino y amenaza con echarlo a perder todo torpemente. ¡Piratas! tiene mucho, pero mucho humor, tanto en los diálogos entre los personajes, como, arrolladoramente, a través de las interminables posibilidades creativas que brinda la plastilina, que además le confiere a todo un clima de calidez típico de lo hecho a mano. Temas como la amistad, el compañerismo, la rebeldía, la valentía, y la lealtad, están presentes en el relato, pero lo importante no es sólo que la película pueda revivir esos valores, sino el cómo lo hace.
Petróleo sangriento "El príncipe del desierto" se sostiene con buenas dosis de aventura, intriga y escenas bélicas, pero no termina de convencer. El rico y poderoso corazón del mundo árabe está echando raíces dentro de la industria internacional del cine. Al estilo de muchas realizaciones hollywoodenses de las décadas de 1950 y 1960, El príncipe del desierto es una historia épica en la arena, con sultanes, amores prohibidos, imperios y guerras tribales, aunque con una marca distinta en el orillo. Esta vez, con equipo europeo y con un director francés de renombre, Jean Jacques Annaud (El nombre de la rosa, La guerra del fuego), los hilos del espectáculo son manejados por un grupo de qataríes. Se habla del Instituto de Cine de Doha, y de un productor llamado Tarak Ben Ammar, que empezó convenciendo a los norteamericanos de las bondades de filmar entre las dunas (a gente como George Lucas, en tiempos de La guerra de las galaxias) y que muchos años después ha puesto en órbita la primera superproducción originaria de ese país islámico. La trama logra por momentos contagiar un creíble dramatismo. Comienza tras una guerra, a principios del siglo 20, en la que el vencido acepta entregar a sus dos hijos varones como prenda de paz. Los niños son criados junto a los hijos del sultán más poderoso, y se espera que pronto vuelvan a su pueblo de origen, cuando la segunda parte de aquel pacto es violada y comienzan las hostilidades. Existe una franja de tierra neutral entre ambos reinos, y de pronto uno de los bandos comienza a extraer petróleo de ella de manera clandestina. Sus contrincantes se opondrán a ello por considerar que es abrirle la puerta al colonialismo occidental, y en mitad de la tirante red quedarán atrapados hijos, esposos y esposas, padres y leales aliados. Buena fotografía, acertada aunque algo omnipresente música, impactante vestuario y trabajo de extras. Eficientes actuaciones, buen dramatismo, logradas escenas bélicas. Muchas cualidades, pero aún así, no tan buen resultado, pues la película pocas veces se arma del todo.