Ecología animada Al título original de esta película, Dr Seuss’ The Lorax, debe prestársele atención porque, cuando para el mercado argentino la bautizaron como El Lorax, dejaron de lado una información importante acerca del origen de la obra. Dr. Seuss, nombre artístico de Theodor Seuss Geisel, fue un escritor de cuentos para niños y director de cortos animados que dejó huella en algunas generaciones de lectores norteamericanos. Autor entre otras de How de The Grinch stole Christmas (que en Argentina se conoció como El Grinch) u Horton y el mundo de los quien, se destacó también por tener claras posiciones políticas y sociales de compromiso con su país, algunas de las cuales quedaron plasmadas en sus obras. La historia del Lorax, por ejemplo, es un alegato en contra de la explotación indiscriminada de los recursos naturales. El tema está disperso a lo largo del argumento. En éste, un niño llamado Ted desea cumplir el sueño de una chica para así ganarse su corazón. Ese sueño consiste en poseer un árbol verdadero, algo casi imposible en la ciudad que habitan, donde los gobernantes han hecho un culto de lo artificial y viven pensando en cómo alimentar la docilidad de la población. Pero Ted desafía las reglas y cruza el límite urbano. Pronto se encontrará con un misterioso viejo, que le contará la historia del Lorax, y la de un mundo del pasado donde la naturaleza florecía y embellecía el paisaje. Despegado del modelo Pixar tanto como del Dreamworks, y muy agradable de ver, el mundo animado de esta película resulta atractivo, aunque el relato no cierra tanto, y se lee por allí a algunos admiradores de Dr. Seuss diciendo que el autor fue bastante distorsionado por quienes lo filmaron.
Las peores astillas Un padre traidor, tres hermanos enfrentados, otro padre que se niega a enfrentar su destino y un hijo que no quiere que lo abandonen. Si a esto le agregamos una lucha entre dioses y demonios, y a los humanos como indefensas víctimas de esa guerra, el plato de una tragedia griega está servido. Pero de tragedia griega la película Furia de titanes 2 tiene sólo la etiqueta. Porque en ella no hay un drama realmente estremecedor, en el que los claros y oscuros de almas mortales e inmortales entren en confrontación. Ni siquiera teniendo a dos experimentados como Liam Neeson y a Ralph Fiennes como activos protagonistas de la historia. El gran éxito de la primera Furia de titanes, basada en antecedente de culto de 1980, estrenada hace dos años y generadora de una recaudación de 500 millones de dólares, fue inmediatamente aprovechado para trazar esta continuación que retoma el argumento, 10 años más tarde en la ficción. Para ese entonces, Perseo se ha convertido en un pescador pacífico que sólo desea vivir como hombre, junto a su hijo, nieto de Zeus, quien lo visita a escondidas mientras duerme. Una noche Perseo y Zeus se encuentran y éste le ruega que vuelva a asumir sus dignidades de dios, por ser inminente una embestida de los "titanes", sus enemigos acérrimos y eternos conspiradores buscando la oportunidad de someter al mundo. Aunque el principio se abstenga, Perseo terminará involucrado en la contienda, al consumarse la traición del hermano de Zeus, su tío, y demandar la situación su decidida intervención para evitar una catástrofe. Así como falta pulso dramático, en Furia de titanes 2 sobran efectos especiales. O tal vez la casi ausencia de lo uno, agigante la presencia de lo otro. Es una pena, porque se podría modernizar, o volver a pregonar una introducción a la mitología griega con esta clase de producciones, pero así no se hace demasiado por ello.
Rompecabezas de acción "A la gente no le interesa la verdad. Es demasiado dura, y ellos quieren dormir tranquilos". Precisa, seca, violenta como esta frase surgida del hoyo en la cara de un espía corrupto, es la nueva película de Denzel Washington, titulada Protegiendo al enemigo y estrenada el jueves. Un relato con forma de rompecabezas, pero muy claro y repleto de acción, es la forma de esta historia ambientada en una urbe que alimenta la imaginación, Ciudad del Cabo, en Sudáfrica. Allí, un día cualquiera, un corpulento y misterioso sujeto de color (Denzel Washington) mantiene una transacción clandestina mientras varios ojos lo observan desde las sombras. Pronto se sabrá que la Agencia de Inteligencia norteamericana, la CIA, pero también unos asesinos anónimos, están detrás de ese hombre, y cuando la cosa comience a salirse de su cauce, llevarán al negro corpulento a una propiedad invisible y vigilada, o "casa segura" (de ahí el nombre original de este filme, Safe House), para interrogarlo. La continuación será una especie de pisada a fondo del acelerador, que se prolongará durante las casi dos horas que dura este largometraje. Persecuciones de todo color y sabor, luchas, tiroteos (Sam Peckimpah y Tarantino salen del recuerdo por ahí), emboscadas y traiciones, con un ritmo infernal que ni siquiera se aminorará cuando algunos temas más profundos (amistad, lealtad, amor, honestidad) sean inyectados en el cuerpo de la historia. De gran calidad el guión, los diálogos, la fotografía, el montaje, el sonido, la música y el montaje sonoro. Con un elenco magnífico liderado por Brendan Gleeson (oficial de la CIA) y Sam Shepard (subdirector de la CIA), más Vera Farmiga (oficial de la CIA) y el joven e idealista pero valiente agente secreto encarnado por Ryan Reynolds.
La guerra de los marcianos Múltiples anécdotas conviven detrás de esta película de 250 millones de dólares, que le hace justicia a la figura de Edgar Rice Burroughs, su autor y también el creador de un héroe atemporal, Tarzán, que en sus orígenes compartió casi la misma popularidad literaria. La historia de ciencia ficción John Carter fue publicada por primera vez en 1912, y, según los estadísticos, logró un nada envidiable récord al tardar más que ninguna otra película en ser llevada a la pantalla desde el primer intento: 79 años. Si lo hubieran logrado quienes se propusieron realizar una adaptación animada en 1930, le habrían arrebatado a Walt Disney el privilegio de que Blancanieves y los sietes enanitos fuera la obra inaugural de los dibujos animados, en 1931. Por suerte, la demora no fue en vano. El filme dirigido por Andrew Stanton (Buscando a Nemo, Wall-E) sobresale por su pulso argumental, por su intenso simbolismo y por sus magníficos efectos especiales, llevando al conjunto a la categoría de superproducción, capaz de mostrar un estilo propio dentro de un género como la fantasía y la ciencia ficción, en el que a veces pareciera estar todo inventado. El guión merece elogios también. Es zigzagueante pero casi perfectamente inteligible, sorprendente, e imprevisible. El personaje, bien lineal, John Carter, es un científico y buscador de oro de la época inmediata posterior a la guerra civil norteamericana, que descubre un medallón que lo hace viajar al planeta Marte. Allí, al principio, es capturado por una tribu de fibrosas y verdes criaturas de más de 3, 50 metros de altura, y empieza a entender las nuevas reglas, mientras descubre la gran pugna que se está librando entre el último pueblo digno de ese mundo, y un ejército de exterminadores deseosos de poder absoluto. En el medio, hay una princesa a la que quieren casar por conveniencia, con el líder de la comunidad hostil, buscando una tregua. La fotografía y el montaje también son lucidos, y los escenarios, están entre lo mejor de las últimas épocas en cuanto a imaginación y realización.
Departamento tomado Al final, Sangre fría, película de dos directores argentinos muy mencionados el año pasado, terminó entre las 10 más vistas de la industria nacional en todo 2011. Sí, los hermanos Adrián y Ramiro García Bogliano saben lo que hacen, y con eso les alcanza, aunque a veces estén un poco más o un pocos menos inspirados, para contar historias que de una u otra forma nos atraparán como espectadores. Es lo que ocurre con Penumbra, su nuevo opus (ellos vienen del circuito independiente), estreno de esta semana. El filme comienza con un delito dentro de un comercio y, sin dar más explicaciones, se traslada a un barrio cualquiera de la ciudad de Buenos Aires, donde una española pretende poner en alquiler un descuartizado departamento, y con ello mantiene en vilo a la platea con recursos que parecen sencillos, pero que no cualquiera sabe cómo usar. La española tiene un altercado en la calle con un linyera, otro con su hermana, por teléfono, y otro más con un compañero de trabajo. Mientras tanto, su propiedad comienza a llenarse de una serie de personajes disimuladamente siniestros, que dicen pertenecer a una inmobiliaria. A esta altura, los hermanos García Bogliano ya están jugando a pleno con la ambigüedad, sembrando dudas acerca de las verdaderas intenciones de los visitantes y estableciendo un dilema importante en la protagonista, acerca del marco de realidad o de paranoia en el que le suceden las cosas. Acentuado esto por un trascendente fenómeno climático alrededor de la situación: un eclipse total de sol que altera el humor de vecinos, peatones y demás, y que deposita un manto de extrañeza encima de cada suceso vinculado al mundo cotidiano. Las actuaciones, el humor negro, el absurdo, la música, los sonidos, los movimientos de cámara, los encuadres de miradas y objetos, entre otros recursos, van construyendo el suspenso, y luego el terror, en una película con un fuerte desenlace, que logra escapar de la monotonía y dejar bien parado al cine de realización nacional.
Aprendices de superhéroes El cine estadounidense para público adolescente (que también puede gustarle al adulto) tiene algunas formas clásicas y otras que siempre cambian. Entre estas últimas se mueve Poder sin límites, un buen ejemplo de la riqueza de la cantera norteamericana, ayudada por una prosperidad de larga data de su industria madre. Esto, respecto a que su director y coguionista es un completo debutante en el campo del cine, que rápidamente planta bandera y muestra un manejo avezado de la técnica y los recursos narrativos actuales, rodando una película de estilo "independiente", similar al que hoy utilizan muchos productos de terror y ciencia ficción. Léase, en este caso, el montaje entrecortado, las cámaras subjetivas, y al hombro, las púas rayando el sonido, y un largo etcétera. Andrew, Matt y Steve, tres imberbes jovencitos de la escuela secundaria entran en contacto con una serie de materiales tal vez radiactivos, que les otorgan poderes que ellos comienzan a entrenar y a fortalecer. Como los telequinéticos, y más todavía, son capaces de emplear la mente para mover objetos, volar y muchas acciones más. Y este es el primer acierto del filme: la originalidad de su planteo, que coquetea con el tema de los superhéroes, pero ingresa en una zona donde los fans del género se sentirán interesados, por cuanto explora la psicología y el origen de esta clase de personajes. En el caso de los protagonistas, la posesión de tales poderes se mezcla inexorablemente con sus experiencias e historias personales, provocando diferentes reacciones frente a tanta responsabilidad y en algunos casos la pérdida del control. Los efectos especiales tienen un lugar trascendente. En algunas partes de la película los trucos son simples, sobrios y hasta sorprendentes, y hacia el final se vuelven más espectaculares, al estilo superproducción hollywoodense. El resultado en general es un poco desparejo, pero entretenido y diferente a lo que prolifera. En dos semanas en cartel, sólo en Estados Unidos, Poder sin límites triplicó en boleterías su presupuesto de 12 millones de dólares. Su final deja abierta la puerta para una segunda parte. ¿La harán?
Comer cereales y salvar al mundo Las películas del director mejicano Robert Rodríguez son un entretenimiento visual para la familia, de gran calidad y originales, como hay pocos en el cine contemporáneo, pero tienen además ese plus que une el virtuosismo con la pasión. Sí, al igual que Guy Ritchie, de quien comentamos hace poco el filme Sherlock Holmes, el realizador azteca da toda la sensación de divertirse en grande mientras trabaja y de saber transmitirlo a sus historias y a los colaboradores con los que las lleva a la pantalla. En esta cuarta entrega de la exitosa saga, los protagonistas son una familia ensamblada que va descubriendo su habilidad para el espionaje, y así detener a un villano que quiere robarse "todo el tiempo del mundo" (este es justamente es el título original de la película). Con unos efectos visuales magníficos, y una cadena de buenas vibraciones que emanan de la pantalla desde el principio hasta el final, la historia pasa como agua a través de la canilla convirtiéndose en un entretenimiento casi asegurado para la concurrencia. Afortunadamente, Robert Rodríguez, quien desde hace algunos años es referente dentro de Hollywood, sigue haciendo cine con la misma pasión de sus comienzos con El mariachi, cuando manipulaba muchos más cables que millones y lograba entretener a la platea en base a un ingenio particular. Afortunadamente también, este realizador que dio sus primeros impulsos a una actriz como Salma Hayek, ha hecho de lo latino una marca de su producción, pero rompiendo los clichés al respecto y mostrando un aspecto moderno, ameno y alegre de esa comunidad. Cuando hablamos de Miniespías 4, lo hacemos también de toda una serie de películas no animadas que no son tanques de Hollywood como Piratas del Caribe, pero que los niños y preadolescentes conocen y ven en sus casas repetidas veces. Entre ellas se encuentran títulos tales como Soy el número 4, Cómo entrenar a tu dragón, Donde viven los monstruos, Ga’Hoole, o Súper 8, entre otras.
Padre de familia Esta película es buena o muy buena dentro de su categoría. El asunto es cuál es esa categoría. De una manera reduccionista podría vérsela como cine norteamericano independiente e intelectual, pero desde la vereda opuesta también merecería ser descripta como una buena película de escritorio con algo de pollo engordado. A continuación, algunas explicaciones de esta segunda caracterización que puede resultar polémica innecesariamente. La historia cuenta cómo un hombre debe lidiar con varias situaciones difíciles: el trágico accidente de su esposa, dos hijas descarriadas, una infidelidad, y la venta de unas tierras heredadas que forman parte de la historia y la tradición de Hawai, con una cohorte de primos pugnando por sus intereses en mitad del asunto. El caso es que este material que a un Proust, un Dostoievski o a un Thomas Mann los hubiera llevado a escribir miles y miles de páginas, termina mordiéndose la cola en una hora y 45 minutos de película. ¿Cómo es posible que el amigo de la hija adolescente que pasa unos días con la golpeada familia pueda entender las dudas paternales de Matt King (George Clooney) durante una charla madura, casualmente porque a él también se le murió el padre hace menos de un mes? Posible es, pero no resulta verosímil en el contexto del filme. ¿Y cómo es posible que Matt King visite al hombre que lo engañaba con su mujer para pedirle que la visite al hospital? ¿Y que la esposa de ese hombre, enterada hace horas de que ella es la otra víctima del adulterio, lleve flores personalmente a la habitación de la accidentada? Resulta poco creíble, y estos detalles son muy importantes. Al final, da la impresión de que esa historia en circuito cerrado hubiera sido engordada con esas situaciones, para hacer más dramática la película o para extenderla, y el todo asume un regusto a artificial, a relato trabajado y trabajado en un escritorio, sin aire puro circulando, que le quita valor. Pero pareciera por lo aquí dicho que Los descendientes no es una buena película, y no se trata de eso. Está bien llevada, bien actuada, y tiene una fotografía y una música sencillamente sensacionales. Sin embargo, no sobresale demasiado como para tener tantas nominaciones al Oscar (cinco) en gateras. Ya se sabe que no todo lo que brilla es exactamente oro.
Una isla única ¿Se puede hablar de una franquicia Julio Verne de la productora New Line Cinema? Sería otra manera de llamar a lo que ese estudio norteamericano redescubrió cuando, en 2008, rodó su versión último modelo del clásico de este escritor, Viaje al centro de la Tierra, y lo convirtió en un pingüe negocio de 45 millones de dólares de costo y 241 millones de dólares de recaudación. Ahora, esta gente volvió a la carga con Viaje 2: La isla misteriosa, y para hacerlo se tomó una pequeña licencia, ya que el libro que ahora se cita no es una secuela del anterior, sino una novela aparte en la obra de Verne. Un dato que al público le tiene sin cuidado ni bien comienza la acción en esta película un poco despareja, pero con varias secuencias impactantes que justifican la entrada pagada. El conflicto comienza en una casa de barrio, donde el hijo y su padre del corazón no logran ponerse de acuerdo para convivir, hasta que un suceso extraordinario los convierte en compinches. El muchacho capta una emisión de radio procedente de una isla que no figura en los mapas. Con los conocimientos que su tutor adquirió en la marina, terminan viajando hacia el Pacífico sur y encuentran el paraíso, donde su abuelo navegante se perdió una vez. Es un lugar maravilloso, "donde lo pequeño es grande, y lo grande pequeño", y el encuentro con el abuelo se convierte rápidamente en rescate, porque la isla está hundiéndose a gran velocidad. Los muy buenos efectos especiales se cargan gran parte de los méritos de esta película, ya sea en la representación de ciudades perdidas, o criaturas espeluznantes -como ciempiés gigantes o elefantes enanos-, o en la reconstrucción de una nave emblemática de este género, como lo fue y es el Nautilus de 20.000 leguas de viaje submarino, otra de las geniales creaciones del escritor francés. Los otros aciertos de la película son los personajes secundarios y el toque de humor fresco. Luis Guzmán está fantástico, como el piloto del helicóptero y padre de la guía de la que se enamora Sean, el chico científico. Michael Caine se limita a poner su oficio sobre la mesa (lo que no es poco), y Dwayne "La Roca" Johnson se las arregla para ser el contrapunto en la comedia y desdoblarse como el tipo rudo que dispensa un "estate quieto"cuando hace falta.
Joya uruguaya animada De a ratos parece que hubiera vuelto el celebrado programa de televisión Caloi en su tinta. Y no es errado. Walter Tournier, el uruguayo responsable de la película Selkirk, el verdadero Robinson Crusoe, es un artesano que desde hace décadas se dedica a la animación. Este es su primer largometraje pero ha dirigido numerosos cortos, uno de los cuales fue elegido como filme destacado del siglo XX por el Festival de Annecy, Francia, una de las vidrieras más famosas del género y una de las fuentes de donde bebía el ciclo del Negro Caloi, el creador de Clemente. Selkirk, el verdadero Robinson Crusoe tiene cosas entrañables, como por ejemplo la recreación del pueblo, de la taberna, del galeón y de las técnicas de supervivencia de Selkirk, por caso lo de cocinar huevos de tortuga para el almuerzo, usando una almeja como sartén. Utilizando la añeja técnica del stop motion, con figuras que bien podrían haber sido realizadas con plastilina o parsec, Tournier se las arregla también para recrear detalles deliciosos que van desde el metal de las pintas de cerveza, hasta los baldes de madera de donde los piratas se sirven el agua racionada cuando están en altamar, pasando por todo lo que pueda imaginarse el lector o espectador como parte del universo de las historias de piratas. El argumento está inspirado en hechos bastante ciertos que la historia recogió, y que cierto literato famoso llevó al terreno de la novela. En el año 1703, un marinero escocés llamado Alexander Selkirk discutió con el capitán de su barco y fue abandonado durante más de cuatro años en una isla desierta. Se habla también de un tal Pedro Serrano, que sumado al anterior habría servido de inspiración para que el escritor Daniel Defoe montara al personaje de su libro Robinson Crusoe. Selkirk, la película, recrea la aventura del escocés con solvencia, con ductilidad, y con una enorme cantidad de pequeños grandes aciertos, que hacen muy entretenido el viaje junto a los marineros y de a poco dan forma al contenido de la trama: la vivencia de un hombre egoísta al cual el hecho de quedarse solo le enseña unas cuantas lecciones. Acaso la musicalización, no del todo pareja, y la resolución de alguna escena (como la del naufragio) donde falta espectacularidad (o un recurso ingenioso como los tantos que en otras partes muestra la película), sean los aspectos mejorables de este trabajo que, de todos modos, es una gran y excelente noticia para el mundo de la animación latinoamericana.