Cacería endiablada Aunque el costo de la entrada puede ser privativo, es casi una obligación recomendar la versión en 3D de esta película. Con el paso del tiempo, superado el asombro inicial, es posible comparar calidades dentro de este formato. Hay películas que aprovechan mejor y peor las tres dimensiones. Infierno al volante, en ese aspecto, es excelente. Claro que conviene estar al tanto del contenido de este filme, que combina fantasía, acción, suspenso y gore (truculencia) en dosis muy generosas. Su director, Patrick Lussier, ya había avisado que podía hacer bien ambas cosas (el manejo de las emociones fuertes y del 3D), en Sangriento San Valentín. Ahora la confirma pero acompañado por un gigante de la pantalla, Nicolas Cage, quien le agrega una mística y una masividad extra a la propuesta, convirtiéndola en una muy buena propuesta para los aficionados a esta clase de entretenimiento. El argumento no tiene nada de realista y todo de simple: un ex convicto escapó del infierno para perseguir al hombre que asesinó a su hija y secuestró a su nieta. El cazado es líder de una secta. El cazador goza de la compañía de una blonda espectacular. Fanáticos religiosos, policías salvajes y demonios de diversa laya se cuelan en una persecución que atraviesa los llanos paisajes del sur de los EE.UU., mostrando escenarios naturales muy bonitos. Estos sirven de marco a tiroteos, fusilamientos, atropellos, explosiones, choques, degüellos y retorcimiento de distintos tipos de estructuras, que como dijimos son captados con un lente cinematográfico experto. Todo ello envuelto en una música acorde: un urticante rock metálico duro que ayuda a apretar los dientes mientras los de la pantalla se propinan toda clase de agresiones. Hacia la mitad del filme, por ejemplo, se encuentra una de las secuencias más electrizantes. Son diez minutos o más a toda velocidad sobre la carretera. El bramante Chevrolet Chevelle conducido por Cage, intentando dar alcance a la casilla rodante mortalmente lanzada en velocidad que transporta a su compañera y a la beba capturadas. Cuide sus uñas o bien prepárese a restituir la cubierta de los apoya brazos a los dueños de la sala. Y eso sí: no se moleste en buscar interpretaciones demasiado profundas. No es la película adecuada para ello, pero sí para pasar el rato a pura adrenalina.
Buena vibra Toda la fuerza, la convicción, la inocencia, la sensibilidad y la fe de ese simple chico de 16 años que es Justin Bieber es el “mensaje” de este musical documental que intenta contar la increíble historia de quien gracias a redes sociales como You Tube y Twitter logró llevar su talento a los grandes escenarios y a incontables rincones del mundo, en su primer año de carrera profesional. Oriundo de un pueblo en Canadá, hijo de jóvenes padres separados, de infancia apegada a sus abuelos, fan de la batería de los amigos de su madre desde muy pequeño, Bieber es en la actualidad la encarnación de un poderoso deseo colectivo: creer en los sueños propios y pujar hasta hacerlos realidad. No hay que pensar mucho para entender la clara simbología que acompaña la presentación de su hit Never say never (Nunca digas nunca): bailarines con rojas vinchas niponas en la frente, haciendo pasos de karate combinado con rap, y en la letra, la idea de que “debes luchar para lograrlo”. Claro que la propuesta aparece correctamente enmarcada por un entorno afectivo cercano: la madre, el padre que reaparece tras el abandono del hogar, los abuelos, y el equipo de trabajo, constituyendo una “gran familia” que en el momento culminante de la gira 2010 de Bieber se sube al escenario para, abrazado, despedir al público que lo ovacionó durante el concierto de coronación. Gracias a la tecnología 3D, se puede “estar allí” en el momento en que Bieber da su histórico recital en el Madison Square Garden de Nueva York, junto a estrellas como Boyz II Men, Usher, Miley Cyrus o Jaden Smith, haciendo temas como Baby o One time y sentir algo de la vibración que emana de sus canciones, de su voz, de su baile, de su look.
Personas voladoras no identificadas Existen las “típicas” películas españolas, francesas, italianas y argentinas. Imposible definirlas, pero existen. Muchos espectadores somos capaces de reconocerlas. Soy el número 4 es una “típica” película norteamericana y es más que recomendable en su género. La dirige un cineasta con no mucho cartel internacional, pero a sus espaldas acompaña Michael Bay, palabras mayores en cine de acción a gran escala. Y Soy el número 4 tiene acción, aunque también sintoniza con buena fidelidad géneros como el terror, la ciencia ficción, la comedia, el suspenso o el romance. La salvedad mayor en relación a otros productos de Bay (sin quitar un merecido protagonismo al director y su equipo) es que éste tiene a un grupo de adolescentes casi adultos como protagonistas. John, Sam, Sara o Mark son los típicos chicos que visten desde un póster las paredes de una habitación juvenil, por ser los héroes y antihéroes de esta historia que habla y muestra a extraterrestres cazados por otros extraterrestres en nuestro planeta Tierra. John está despertando a esa realidad cuando el relato está poniéndose los pañales. Vive sobre una tabla de surf en una paradisíaca playa tropical y de repente es contactado por su tutor, quien le advierte algo que él ya había sentido en su interior. Acaban de asesinar al muchacho que lo antecedía en número de orden y ahora los asesinos intergalácticos irán por él. Mudanza a un colegio secundario y a un pueblo chico, y la pretensión de llevar una vida anónima. Pero John está maravillado con los poderes que están apareciéndole, y está descubriendo aquello que los humanos llaman “amor”. Puntos a favor en este largometraje son por ejemplo los sobrios y muy buenos efectos especiales, gran banda sonora (tanto de ruidos como de temas pegadizos) y un ritmo manejado con destreza, capaz de amalgamar un momento romántico con una batalla campal con rayos láser o una persecución monstruosa, diseñadas ambas escenas con herramientas de tecnología muy actual. También destaca el ofrecimiento de una generosa batería de las emociones, entre ellas sobresaltos, tensión, expectativa, comicidad o ternura, o sea las que en general se espera de este tipo de productos. En su género, por lo alto o por lo bajo, un filme llamado a sumarse a los preferidos de esta temporada que recién empieza. Y parece que se vienen una o más secuelas.
Jugo de tomate tibio Si la película quiere meter miedo, la técnica del cineasta no debe fallar. Y en Sudor frío no falla. Por eso, empezar hablando de los talentos a cargo de la fotografía, el sonido y los efectos especiales de este filme argentino no es desubicado, y al espectador debería alentarlo que le comenten que además de entretenida, la historia está contada con mucho gancho visual y sonoro. Esos son algunos de los engranajes artísticos que hacen caminar el cuento (de terror, en este caso). Otro punto muy importante es el elenco actoral, donde talento y popularidad conviven sin prejuicio, a veces en el mismo cuerpo. Facundo Espinosa (otrora visto en tiras televisivas de Pol-ka), Camila Velasco (chica Playboy y de sonado romance con un noble árabe luego del último rally Dakar), o los excelentes intérpretes a cargo de los roles de los asesinos. Dos amigos, varón y chica, hacen tiempo al comienzo dentro de un auto, en la puerta de una vetusta casona de un barrio de la ciudad de Buenos Aires, esperando la salida de una segunda muchacha, que acudió al lugar tras cerrar una cita por chat. La ansiedad empuja al dúo inicial a cruzar el umbral de la vivienda, y a encontrarse con un horror no imaginado por ellos allí dentro. Dos viejos represores de la dictadura argentina, entrampados por el tiempo y la locura, siguen recibiendo a incautas señoritas captadas a través de la Web, para someterlas a su herrumbrada pero todavía eficaz parafernalia de tortura. Como tanto cine de este género, se trata de un filme rodado con poco presupuesto y muchas buenas ideas. En Estados Unidos estos estrenos usualmente ocurren en la época de vacaciones estivales, buscando satisfacer el apetito de un público con dinero volátil y en busca de divertimento (acierto comercial que en este país debería repetirse más seguido después de esta experiencia). Aunque lo más suculento ocurre en un puñado de espacios cerrados o reducidos, los autores hacen un ingenioso uso de lo que encuentran a mano, y así, entre goteras y máscaras de oxígeno, mutilados, escaleras y pasillos descascarados, máquinas de escribir, botellas de ácido, relojes antiguos, tijeras y señoritas semidesnudas, se las componen para mantener captada la atención durante 80 minutos que parecen algunos menos. Sudor frío es un fenómeno procedente del under pero que ha subido a la superficie. Asegura su director que es la primera película de terror nacional que se estrena a gran escala en los últimos 50 años. Es la primera, pero en el segundo semestre llega otra, rodada por varios del mismo grupo, y titulada Penumbra.
Jornalero no, héroe sí Una historia sencilla y respetuosa del espíritu de las caricaturas originales, un buen elenco de actores, un generoso pero equilibrado uso de los efectos especiales, y una atractiva fotografía de paisajes son los atributos principales de esta excelente propuesta para los más chicos y para que sus padres tengan como alternativa para alguno de los tantos días con lluvia que traen estas vacaciones. Basada en una serie animada de los años ’60, El oso Yogi tiene como protagonistas a dos osos y un cuidador de parques. Yogi, un plantígrado perezoso que se entretiene inventando métodos para robar las cestas con comida a los visitantes, es acompañado por Bubu, su fiel amigo, y continuamente regañado por el alguacil Smith, quien en este capítulo termina por agruparse de verdad con los osos para combatir un mal mayor. Hay un político que quiere talar todos los árboles de la reserva para pagar su campaña, más una bella documentalista que se une al bando ecologista para tratar de impedírselo. Hay mucho entretenimiento durante los 80 minutos que dura el filme (que costó 80 millones de dólares). Un humor que los norteamericanos llaman clean humor, o sea “humor limpio”, y que se hace con condimentos como la frescura, la inocencia, la picardía infantil y el ingenio. Si hay que elegir algunas escenas, sobresalen la del surf en el lago, que desata un carnaval de fuegos artificiales fuera de control, y todavía un poco más feliz es la del planeador a pedales inventado por Yogi, con que los dos osos intentan un rescate heroico hacia el final de la película. Pero lo dicho: un filme con muchos buenos momentos y repleto de pequeñas sorpresas. En algunas funciones, se exhibe previamente un cortometraje original del Correcaminos, uno de los varios cortos con que Warner Brothers está homenajeando a uno de los shows animados más populares de su cantera. ¿Se viene un largo sobre este personaje?
Narnia: Un pedacito de fe Es tan difícil saber hasta dónde influye la información previa negativa o positiva respecto de una película, como escapar de las comparaciones. Que por todos lados se esparzan rumores acerca de las compañías productoras (Disney en el caso de Narnia 3 ) y directores que se salieron o entraron de una superproducción, por lo general no ayuda, pero sin dudas puede influir en el juicio de cualquiera. Lo mismo si se “bisbisea” acerca de los gurúes contratados para salvar proyectos cinematográficos de la ruina (en muchos casos guionistas), o de las estrategias de marketing que se emplean como anabólicos para promocionar lo que por sí solo no puede ganarse una justa popularidad. Las crónicas de Narnia 3 puede adolecer de esta clase de virus, como también del de comparar las adaptaciones que se hicieron de esos libros con las que Peter Jackson hizo de El Señor de los anillos . Y es que los escritores de unas y otras novelas, C.S. Lewis y J.R.R. Tolkien, fueron amigos además de colegas... Para algunos eso basta para suponer que hubo alguna clase de competencia aunque fuera subyacente entre ambos. El problema en realidad está en comparar. A veces comparar es un mecanismo del aprendizaje. A veces es completamente nocivo. Las crónicas de Narnia 3: la travesía del Viajero del Alba , con nuevo director a bordo, va mostrando un nuevo ingreso de los hermanos Pevensie a ese universo paralelo bautizado como el reino de Narnia, donde todo lo fantástico es imposible, y aún hay muchas cosas inimaginables por suceder. En esta ocasión Lucy y Edmund son acompañados por Eustace, un primo que los tiene como pensionarios en Cambridge (Inglaterra). Personaje que a la postre disfruta de los momentos más simpáticos de la entrega, primero por su carácter quejoso y ligeramente cínico, y luego por la transformación (a todas luces previsible desde el comienzo) que aborda al entrar en contacto con seres como los centauros, los príncipes, los dragones, y labrar paso por paso un compromiso con los hechos. Sobresaliente toda la secuencia de la batalla final cerca de la Isla Negra, entre los tripulantes del bergantín Viajero del Alba y la gigantesca serpiente marina representante del mal. Captura la mayor parte de adrenalina que circula la película y deposita al espectador sin aliento en el fin de la proyección. Para guardar en una cajita, una frase dicha como al pasar por el ratón parlante Reepicheep: “Nada es tan enorme como un pedacito pequeño de fe” cuando se quiere alcanzar algo que parecía imposible.
La redención del noble Los que gusten del género fantástico, pero también los que disfruten del cine como gran espectáculo, pueden sentirse habilitados para ver este filme coproducido por capitales y dirigido por un europeo, pero con una fuerte impronta hollywoodense en su entraña, dicho esto como un mérito. El protagonista de Cazador de demonios se llama Solomon Kane y es un noble desterrado cuando niño, al que el destino llevó a vivir en la clandestinidad. Así fue como Kane se convirtió en un mercenario a tal punto despiadado que, para escapar del llamado del diablo, decidió entregarse a una existencia pía alejada de su hogar, y encontrar la redención a sus pecados. Pero en el año 1600 (la acción comienza en África pero rápidamente se traslada al Reino Unido) la violencia es moneda corriente en una sociedad todavía en estado medieval, sumida en la superstición, la conquista y la esclavización de los hombres. Sumado a esto, el llamado de la sangre. Las comarcas que pertenecieron a su familia cayeron en manos de espíritus realmente malignos, y el indicado para acabar con esa tiranía es justamente él. Para los que lo conozcan pero también para los que deseen descubrir a uno de los grandes del género, hay que mencionar en este momento a Robert E. Howard, escritor de destino trágico (se quitó la vida a los 30 años) cuya imaginación engendró nada más ni menos que sagas como la de Conan el Bárbaro (encarnado por Arnold Schwarzenegger para la pantalla grande). También Solomon Kane es de su autoría, y para de un pincelazo retratarlo, baste esta cita acerca de la concepción de este tipo de criaturas literarias: “Conan fue el personaje más realista que jamás desarrollé. Es simplemente la combinación de una variedad de hombres que conocí. Cierto mecanismo de mi inconsciente tomo algunas de las características de boxeadores, pistoleros, contrabandistas, matones de pozos petroleros, apostadores y trabajadores honestos que conocí”. Mucha y buena producción se ve en Cazador de demonios: fotografías aéreas de paisajes, escenas finamente captadas bajo la nieve, la lluvia y en el barro, algunas con buen despliegue de extras; excelente tarea de maquillaje, vestuario y utilería de arte (especialmente en armas); coreografías de luchas; montaje de sonido; proliferación de efectos visuales. Una propuesta con gran despliegue al servicio del entretenimiento, al que tal vez no esté de más abrocharle un aviso de precaución para personas impresionables.
Díselo a alguien Los miedos frente al coraje, correr riesgos y enfrentar nuevas situaciones, frente a quedarse en un lugar más o menos cómodo esperando que las cosas sucedan. El tema o esos temas son tan viejos como la capacidad de sentir y razonar del ser humano, y se han dicho, escrito, cantado, filmado y pintado miles de obras de arte en alusión a ellos, tal vez tratando de sublimar algunas de las sensaciones que provocan semejantes dilemas, y la necesidad de resolverlos que cada persona enfrenta en su vida. Busco mi destino (película de culto del cine independiente), ¿Quién se ha robado mi queso? (un best seller literario), los cuadros de Hopper, o el Himno a la alegría, de Ludwig van Beethoven, tienen probablemente más cosas en común de lo que imaginamos, siendo lo más obvio la necesidad de decir algo que no se sabe qué es o cómo o dónde decirlo. A gran escala puede decirse que Papá por accidente trata sobre eso como tema principal. Wally y Kassie son viejos amigos en la ciudad de Nueva York. Hubo algo entre ellos en el pasado pero aparentemente ya no más, hasta que Kassie manifiesta por primera vez su deseo de ser madre a través del método de inseminación artificial, pues ha sido incapaz de construir una pareja y a través de ésta aspirar a una familia. Las cosas no dichas (por el motivo que sea), empiezan a jugar desde entonces un papel aún más importante en los enredos de estos personajes y de quienes los rodean. Lo mejor, por venir Durante una “fiesta de inseminación” el amigo Wally, borracho, comete un accidente y debe reemplazar por el propio el esperma que el donante le entregó a Kassie. De allí en adelante ocurre lo mejor de la película. Hay mucha tela para cortar como espectador de esta comedia (dramática por cierto) que explora un caso estadísticamente probable: en Nueva York viven casi nueve millones de seres humanos, apiñados con muchas clases de relaciones interpersonales y casos también de connotaciones cercanas. La clase de vidas en departamentos reducidos y pisos de rascacielos donde transcurre gran parte de Papá por accidente es cada vez más una tendencia global.
El departamento o la vida Si quiere ganar dinero en el mundo del cine, dedíquese a los efectos especiales. Si no, fíjese en lo que lograron los dos norteamericanos que dirigieron esta película. Los hermanos Colin y Greg Strause se gastaron 500 dólares en el rodaje y más de 10 millones en los trucos visuales. Los entendidos dicen que los más de 800 que contienen los 92 minutos del metraje del filme superan en cantidad incluso a los que suelen usarse en una película de un gran estudio. Los muchachos (rondan los 35 años) lo tenían muy claro. Casi siempre juntos, trabajaron como jefes de efectos especiales en más de 60 largometrajes, varios de ellos superproducciones: Mi amigo Paulie, Terminator 3, El día después de mañana, Los cuatro fantásticos, Hulk, X men, Avatar, y siguen los títulos... En su primer test en solitario, recuperaron su apuesta durante el primer fin de semana de exhibición en EE.UU. Skyline en inglés quiere decir “línea del cielo” y alude a que por allí empiezan a verse los invasores cuando toman por asalto a la ciudad de Los Ángeles, con fines que ni siquiera los protagonistas quieren imaginar. Estamos en un lujoso condominio de Santa Marina del Rey, California, después de una movida fiesta de cumpleaños, cuando el sueño posterior es interrumpido por un resplandor que entra por las celosías. Los jóvenes aletargados se asoman por las ventanas y ven lo increíble: brillantes naves extraterrestres suspendidas entre las nubes, e infernales máquinas de asalto volando y destruyendo la ciudad con el objetivo de chupar a todos los seres humanos que encuentran. Dentro del lujoso departamento, los jóvenes están a salvo, pero no por mucho tiempo... Skyline se parece a una historia del cine clase B, retocada con los 10 millones de dólares mencionados. El grupo de humanos que quiere salvarse, por ejemplo, no actúa con homogeneidad, sino que se contabilizan internas fruto de engaños, falta de compromiso, celos, etcétera, que le agregan más inestabilidad a las situaciones creadas por los invasores, que ya de por sí tienen mucho suspenso y algo de terror. La resolución de la mayoría de las escenas en espacios cerrados (departamentos, pasillos, cocheras, terrazas) también hacen pensar en una economía de recursos, aunque es imposible saber qué fue antes, si el huevo o la gallina (la decisión de escribir un argumento “pequeño”, o de invertir aquella fortuna sólo en la posproducción).
La aguja en el pajar Parece que una parte de la crítica porteña despedazó a esta película argentina y le cayó con los tapones de punta a la protagonista, la actriz Lucila Solá o Polak (figura con ambos apellidos en distintos lugares), quien llegó a defenderla a Buenos Aires como gato panza arriba, sabiendo que ser la actual pareja de Al Pacino iba a jugarle en contra en la “cancha chica” y a favor en la “cancha grande”. De hecho, un sector de la prensa la sentenció a ella como actriz y también a la película, pero su popularidad en Internet por ejemplo creció de manera antagónica. El truco es más viejo que Hollywood. Un buen día , o sea la película en concreto tal vez no se merezca la consagración, pero tampoco un juicio lapidario como los que mayormente obtuvo. Su estilo es bastante parecido al de unos largometrajes que llegaron a la Argentina como “cine independiente norteamericano” y recibieron un trato bastante preferencial. Se titularon Antes del amanecer y Antes del atardecer (los protagonizaron Ethan Hawke y Julie Delpy), su director se llamó Richard Linklater y la propuesta fue bastante parecida: un hombre y una mujer más bien jóvenes, cultos, tal vez de clase media, se conocen accidentalmente en la calle y entablan una relación que bordea el romance, y es un diálogo íntimo donde se ventilan variedad de temas humanos, mientras se ejecuta un largo y solitario paseo por distintos ambientes de una ciudad. Para muchos espectadores un argumento semejante resulta la quintaesencia de lo “anticinematográfico”, que desde cierta perspectiva tiene que ver con el movimiento, lo físico, lo visual, en primer término, y con la palabra como accesorio solamente. Pero esa es sólo una manera de ver las cosas, y los que gustan del protagonismo de la palabra y el diálogo, también están en su derecho. De hecho, Un buen día está sustentada, por ejemplo, por muy buenos diálogos, lo cual suma para aceptarla como un producto competente (que no es lo mismo que competitivo) dentro de la cartelera. No confiar ciegamente en lo que dijeron es la consigna para aquellos que se animen a ver una película diferente, muy dialogada, dura por momentos, pero digna.