Un loco viaje hacia la amistad No hace falta ser un analista muy sesudo para descubrir que Todo un parto es, entre otras cosas, una película sobre la construcción de la amistad a partir de las diferencias, y por ende una actualización a través del cine del concepto de tolerancia, tan fácil de invocar incluso aquí en esta nota, pero tan difícil de llevar a la práctica en la vida cotidiana. Peter y Ethan se conocen por accidente en un aeropuerto. Lucen radicalmente diferentes no sólo a simple vista, sino durante toda una primera etapa de la relación en la que se están tratando de manera superficial, el único modo en que pueden hacerlo pues recién están empezando a compartir un viaje casi forzado. Después de una serie de absurdos incidentes, ambos han optado por cruzar juntos en automóvil la distancia que separa la costa este de la oeste de Norteamérica. Llegar a Los Ángeles es para ambos una necesidad vital: Peter no quiere perderse el nacimiento de su primer vástago; Ethan va hacia allí en busca de su sueño de convertirse en estrella de Hollywood y, si fuera posible, actuar en la teleserie Two and a half men (que acaba de empezar a emitir su nueva temporada en Córdoba). El juego de espejos que propone el relato hace que esta comedia sea mucho menos banal de lo que parece de antemano. Si el espectador se identifica con alguno de los protagonistas, “entenderá” el rechazo que a Peter, con su percepción pulida y formal del prójimo, le provoca Ethan; o bien, por el contrario, ese espectador “compartirá” la afinidad que Ethan siente por Peter, pues registrará que, de los dos, el que se muestra más desaliñado por fuera es, paradójicamente, muy cuidadoso en su voz interior, y es capaz de poner aparte los prejuicios y confiar mucho más que el otro en sus impulsos. En fin, una interesante propuesta cinematográfica, con buenas interpretaciones y gran banda sonora de rock y pop, como para sacudir los preconceptos, reírse de algunas situaciones muy originales y pasar revista a esos sentimientos “inconfesables” que en este tipo de cine encuentran una saludable vía de catarsis (ejemplo: la escena en que Ethan intenta hacerle primeros auxilios a Peter después de dispararle involuntariamente a quemarropa). El título original de la película es pasto fértil para los buenos traductores: “Due date” puede querer decir tanto “Fecha de vencimiento” (porque los personajes corren contrareloj para llegar al parto), o “Gracias a esa cita”, refiriéndose al impensado destino que une a ese padre acelerado y a ese hijo (Ethan) que empieza a vivir el duelo por la pérdida del suyo.
Dos lados del amor Es cierto, nos perdemos de ver mucho cine del mundo, y a juzgar por las carteleras, pareciera que el norteamericano es el único que existe; pero, hay películas como Más allá del cielo que deberían enseñarnos a no olvidar que la mitad llena del vaso es la que hay que considerar. Bella película, conmovedora desde las lágrimas hasta la sonrisa, pasando por todas las emociones intermedias. Empieza con un golpe durísimo, para el que no está de más ir preparado porque es de los que animan a escaparse de la sala: la pérdida de un hermano en un accidente automovilístico. Después de ese episodio, del cual se siente en parte responsable, Charlie St. Cloud queda lo que se dice “tocado” (de allí el nombre del personaje, traducible como “Charlie en las Santas Nubes”). De promesa del yacht en un pueblo marítimo de ensueño, Charlie ha pasado a ser el “loquito” del lugar. Pero esa conexión con el más allá, que lleva a la película al ámbito de lo fantástico, que está tratada con una mesura gigantesca por los autores, y que será la segunda prueba difícil a superar por los espectadores, es la que le permite salir de ese duelo tremendo mediante una acción que lo conectará directa y poderosamente con la vida, con el amor y con una chica llamada Tess. Más allá del cielo no se parece al común de los filmes que aterrizan en esta ciudad. Es de las que entregan algo que va más allá del momento del visionado, lo cual es entendible no sea una opción para algunos espectadores, pero tenga la garantía de que lo emocionalmente sinuoso de su contenido eyecta al espectador hacia el afuera de una manera asombrosa y vital que abre un camino hacia el futuro. El director de Más allá del cielo se llama Burr Steers y para esta película recurrió a la novela de Sherwood titulada La vida y muerte de Charlie Saint Cloud . Nombres para cargar en Google y lanzar el buscador a la caza de nuevas gratas sorpresas.
Resident Evil 4: Siempre hay salida Maneja los códigos del cine de acción, tiene momentos donde asoma el terror, es un cuento de ciencia ficción. Esos podrían ser los secretos del funcionamiento de ese combo de géneros de “segunda” clase (los de “primera” serían el drama y la comedia, por ejemplo) que es, en tanto película, Resident evil 4: la resurrección, que de un simple filme “clase b” rodado en 2002, pasó a ser una exitosa franquicia, en lo que para más de uno de sus hacedores debe ser un recorrido profesional soñado. En la ficción que propone el relato, pasaron varios años desde que un experimento fallido liberó un virus que convierte a las personas en caníbales. Entre tantos zombis quedan pocos seres vivos y uno de ellos es Alicia, una bella y entrenada chica que recorre los espacios en busca de alguna esperanza. Aunque cuando se encuentra con personas, comprende que sus sueños de lograr la resurrección de la raza recién comienzan. Para ser libres deben escapar de un edificio rodeado por millares de sonámbulos hambrientos, y llegar a un barco anclado en la bahía de Los Ángeles. Preguntados por el éxito de esta saga, varios de los actores y el director dijeron sentir un alto grado de compromiso y mucha pasión por lo que hicieron. Por su promedio de edad son contemporáneos pero además seguidores de muchos años del videojuego original. La productora Sony comparte ese entusiasmo, al menos por lo que expresa la cifra invertida en esta entrega, más alta que todas las anteriores dadas a la saga. Resident evil 4 llegó a los cines cordobeses y del mundo también en versión 3D e IMAX (este formato en Argentina sólo se proyecta en Buenos Aires) y ello es un hito que los fans anotarán en sus cuadernos, pues es la primera vez que un largometraje inspirado en un videojuego accede a estas condiciones de proyección. Pasajes con un uso tal vez ineficaz de los efectos digitales, cierto descuido para resolver algunas situaciones, no alteran la energía positiva de esta película bien hecha por lo menos para pasar el rato.
Rozar el prodigio Alguien en la web escribió que de esta película le parecía loable la interpretación que un norteamericano ha hecho de la mitología indígena. Secretos de una cultura que la mayoría de los espectadores comunes de Ga’Hoole, la leyenda de los guardianes desconocemos, pero que –cabe decirlo– respiran por los poros de este largometrajes que alcanza algunos pasajes de prodigio visual, ayudada por una historia de esas que con pocas explicaciones mueven sentimientos y emociones. La leyenda de los guardianes... es la adaptación de las tres primeras novelas de una serie de quince, escritas por una estadounidense llamada Kathryn Lasky. “Ga’ Hoole” es el nombre de una isla donde vive una comunidad de pacíficos búhos. Cuando dos de sus crías son raptadas y reclutadas en un ejército de siniestras lechuzas, comienza una especie de acontecimiento épico en el que cobra vida una antigua mitología de reyes y guerreros de armadura que luchan a favor o en contra del Apocalipsis. Otro americano del norte, Zack Snyder, es el director responsable de Ga’ Hoole , un filme de esos que marcan diferencia con el resto de lo que se viene viendo. No se trata de una sorpresa. Este cineasta es el mismo que hizo olas con el largometraje 300 , contando con estilo de comic un pedazo de la historia bélica de Grecia y Persia, de lo cual habrá continuidad pues ya se encuentra trabajando en Jerjes, donde vuelve a trillar un campo muy similar. Pero Ga’ Hoole es más que imágenes. Cada uno de los personajes tiene vida propia, proveniente de un mundo interior que los guionistas trasladaron desde los libros a la pantalla. La banda sonora es deliciosa, los sonidos de las aves, pasando por los de los bosques, o los temas musicales que en la versión original son cantados en sánscrito, que le cabe justo a ese mundo absolutamente fantasioso, pero no imposible.
Padre, también hay uno solo Scott Hicks es un cineasta australiano de prestigio, en parte desde que su película independiente Claroscuro (1996) obtuvo siete nominaciones al Oscar y ganó una a la interpretación líder de Geoffrey Rush. Hacía desde entonces que Hicks no filmaba en su país natal, y volvió con De vuelta a la vida. El título en inglés The boys are back dice mucho más. Puede traducirse como “Los niños están de vuelta”, y alude a la refundación de los lazos existentes entre un hombre y sus hijos, luego de la muerte de su pareja víctima de un cáncer. Joe Warr, periodista estrella de la sección Deportes de un periódico australiano, empieza a reinventarse cuando elige hacerse cargo de la crianza de su pequeño niño, dejando de lado sus compromisos laborales e incluso la oferta de ayuda de su suegra, y ese es un tema enorme para una película. Pero si esta historia puede resultar conmovedora -y hasta curiosa para quienes no hayan advertido los cambios sociales en el ámbito familiar, todavía debe guardarse espacio para una sorpresa más. Joe tiene otro hijo, adolescente, de su primera pareja, que en el verano que muestra el filme viaja desde Londres hasta Sidney para pasar una temporada indefinida con el padre y el “medio hermano”. De vuelta a la vida está basada en la novela autobiográfica de Simon Carr, quien declaró que el rol del padre, en la perspectiva de aquellos que optan por criar solos a sus hijos, o de llevar las riendas del asunto, aún no ha recibido la atención suficiente por parte del cine o la literatura. No se equivoca, ¿no? En términos cinematográficos, Hicks ha mantenido el gusto por el cine artesanal, y en esta cinta lo aplica con especial habilidad en el tratamiento de la fotografía y en la construcción de escenas, por caso las que suceden dentro de una casona de madera que la producción construyó exclusivamente para filmar dentro de ella. Un lujo que separa al cine de la realidad de millones de personas sin hogar propio, pero que se justifica cuando ese poderío es usado para hacer películas que contribuyan en algo en la sociedad.
Miedo al tiempo Dos realizadores en colaboración dirigieron esta película sobre un hombre que se queda solo por propia voluntad. Según dijeron en una entrevista, la historia nace de la experiencia personal, pero nada tiene de autobiográfica. Recordaron estos cineastas norteamericanos que, cuando tenían 12 ó 13 años, algunos amigos de sus padres eran exitosos hombres de negocios que no podían dejar de competir para sentirse mejores que los demás, pero que luego esos hombres de negocios se doblegaron ante el peso de la ambición y condujeron sus vidas hacia el fracaso: la ruina económica, o peor aún la cárcel, o la ruptura de sus familias. Consideran los cineastas que el tiempo puso en su lugar a esas personas a las que habían admirado ingenuamente en la infancia. Pues esa decadencia es la que atraviesa Michael Douglas en Un hombre solitario, aunque el largometraje no sólo se ocupa de mostrar cuánto le cuesta a su personaje aceptar la dura nueva realidad de su existencia, sino que le arroja un manto de piedad y también muestra los intentos que luego hace para salir de la barranca en la que tan profundamente ha caído. Es una historia cargada de emociones positivas pero también negativas. “¿Cuándo comenzó en verdad todo esto?”, interroga a Ben Kalmen su ex esposa (encarnada por Susan Sarandon), y éste le cuenta algo que el espectador sabía casi desde el principio de la película. Hace algunos años, Kalmen concurrió a un chequeo de rutina y, cuando sospechó que el diagnóstico podía ser comprometedor, decidió no conocerlo y tratar de olvidarse de lo grave que podía ser. Eligió vivir como pudiera y como quisiera (según una interpretación muy particular de la libertad) hasta que su corazón dijera basta y todo se apagara. Claro que el precio pagado fue demasiado caro. El impulso de aquella decisión lo alejó de su matrimonio, de su hija, de las leyes y de la ética para dejarlo con sus propias obsesiones. Esa es la conclusión a la que parece estar llegando Kalmen mientras habla con la mujer con la que estuvo casado. Parece rozarlo (es una de las tantas interpretaciones posibles) la primera noción profunda acerca de que se vive mejor cuando se acepta que, más tarde o más temprano, la muerte aparecerá en el camino.
Corazones robados Hay unos cuantos gigantes reunidos en este filme, empezando por las cumbres nevadas de los Andes chilenos y continuando por los tres destacados artistas que forman parte de su staff : el director madrileño Fernando Trueba, el escritor chileno Antonio Skármeta y el actor argentino Ricardo Darín. Pero ellos son los consagrados. Hay un participante más de esta historia que, como suele decirse por aquí, se “roba” la película. Es el joven coprotagonista, el también argentino Abel Ayala, conocido en nuestro país por su participación en filmes como El polaquito o en televisión en la serie Gladiadores de Pompeya . Trueba lo calificó de “milagroso” durante la reciente visita promocional que realizó a Buenos Aires. Ciertamente, su labor es impresionante. Casualmente Ayala da vida a un ladrón enamorado en este relato romántico y bastante dramático que fue el elegido por España para representarla en la puja por los Oscar de marzo de este año, quedando eliminada en la ronda clasificatoria. Por una conmutación de pena tanto él, Ángel, como Nicolás Vergara Grey, y el mayor asaltante de cajas fuertes de Chile (Darín) han salido por adelantado de la cárcel, poco después de la llegada de la democracia al país trasandino. Sólo que mientras García Grey busca desaparecer en las sombras, Ángel se enamora de una muchacha llamada Victoria, sólo unas horas después de recuperar la libertad, y se promete convencer al mejor de todos para perpetrar el golpe perfecto, y ganar el dinero con el que darle una vida generosa a la bailarina que acaba de conocer. Una historia de amor rebosante de idealismo, de lirismo, y con unas cuantas pinceladas de humor, todo aquello para balancear los grises de un cuento con bastante de trágico, más un reconocible acompañamiento técnico tanto en lo fotográfico como en lo musical, hacen de alguna manera al contenido de El baile de la Victoria . Trueba, el responsable de éxitos como Belle epoque o Calle 54 , se le animó a una nueva novela del autor de la popularísima El cartero de Neruda , y le confió la tutoría en la pantalla al no menos reconocido Ricardo Darín. El resultado está a la vista.
Romance en bandeja de salida Amor a la distancia es una comedia romántica bastante estándar, sin que esta característica deba entenderse de antemano como positiva o negativa, pues contar una y otra vez historias que aparentan ser las mismas (pero nunca lo son) suele ser también beneficioso. La apropiación de experiencias por la sociedad y aún por los individuos requiere de procesos de sedimentación en muchas ocasiones lentos. Erin y Garrett (Drew Barrymore y Justin Long) tienen una relación nueva que está funcionando bien a pesar de que Erin, desempleada, está a punto de mudarse al otro extremo de los Estados Unidos. Llegado el momento, los muchachos acuerdan sostener el amor a la distancia, pese a las dificultades previsibles. La trivia sobre este largometraje comenta que la idea surgió alrededor de algo que le sucedió en la vida real a uno de los productores del mismo. La película es actual, y esa vigencia le da vida al corazón del cuento. La tecnología en comunicaciones es obviamente la vedette de muchas situaciones, y hasta se da la particularidad de que en ciertos pasajes del relato los mensajes de texto aparecen impresos en la enorme pantalla de la sala donde se proyecta el filme. El espectador en algún otro caso puede encontrarse con información novedosa en el contexto. Por ejemplo: la falta de trabajo en la otrora económicamente próspera ciudad de Nueva York representada por el Hollywood de las últimas tres o cuatro décadas al menos, o la crisis de los periódicos impresos como el que no contrata a Erin pese a que ella se revela como una prometedora periodista. Una realidad mundial a la luz del avance de la web y de los cambios en los hábitos de los lectores de diarios. Las representaciones de ambos protagonistas y el elenco son buenas, pero merece un subrayado la de Drew Barrymore, quien en dos tres escenas acomete otros tantos desafíos actorales particulares, en lo que podría considerarse un paralelismo con los solos que ejecutan los instrumentos de algunas orquestas.
Rock y un lugar soñado No es una comedia para cualquiera, pero tampoco es cerrada o inaccesible. Por sobre todas las cosas, consigue tocar algo adentro, con su caótico, rockero, melancólico, bizarro, guarango, ocurrente e incluso asqueroso estilo. No hay faltas de respeto, eso no. Sólo marcas de esta generación, tan típicas como las de la generación a la que le rinde un tributo: la de la cultura juvenil norteamericana de la década del 80 (que tuvo sus ecos en muchos otros lugares del planeta). Un loco viaje en el tiempo (Hot tube time machine, o La bañera caliente máquina del tiempo) tiene las características de un filme diferente. De esos que no hacen demasiado ruido pero se acomodan en lugares muy especiales de la memoria de la gente. Si con un cuchillo en la panza obligaran a emparentarlo con alguno, podría ser con Alta fidelidad, con quien también comparte a quien es su intérprete más famoso y también productor al paso: John Cusack. Pero si a aquélla, que dirigió el genial Stephen Frears, la protagonizaba un grupo de amigos dueños o casi de una disquería sólo para “entendidos”, los muchachos de Un loco viaje… no tienen ninguna pasión en funcionamiento cuando deciden emprender un viaje a las montañas nevadas para recordar la mejor etapa de sus vidas. Pero qué decepción. Todo parece empeorar al llegar a ese lugar devorado por el tiempo. Hasta que un hecho sobrenatural, de ciencia ficción, los empuja a la aventura que anhelaban volver a tener. La gigantesca bañera de agua caliente tipo jacuzzi en que se sumergen los transporta veinte años hacia atrás. Y les coloca frente a la duda de no hacer nada diferente para que nada cambie, o a salirse del libreto y abrir los ojos ante un mundo imprevisible cuando estén de regreso. Entretenida, con mucho buen humor, una estupenda banda sonora con clásicos de la época (mucho rock metálico), simpáticos efectos especiales y sorprendente por su resolución en todo momento. Las cualidades abundan. Hay cierto público que no necesita las recomendaciones para ir a ver esta película. Si no está entre ellos, corra un pequeño riesgo. Tal vez no la pase tan mal.