“Estoy acá (Mangui fi)”, de Esteban Tabacznik y Juan Manuel Bramuglia Por Ricardo Ottone Cierto lugar común de la argentinidad dice que este es un país de inmigrantes, y el argentino promedio, si es que tal cosa existe, suele reivindicar con orgullo a sus abuelos o bisabuelos italianos o españoles que vinieron “con una mano atrás y otra adelante”. A pesar de este discurso, no suele estar tan orgulloso y ni siquiera se muestra muy tolerante con las nuevas formas de inmigración (que claramente no son las mismas que las de principios del siglo XX) a las cuales percibe muchas veces detrás de un velo de desconocimiento y prejuicio. Una de estas corrientes de inmigrantes de los últimos años es la que viene de Senegal y es el objeto de Estoy acá (Mangui fi), la opera prima documental de Esteban Tabacznik y Juan Manuel Bramuglia. Hay una propensión a identificar a todos los inmigrantes de un origen particular en una historia más o menos similar y repetida. Tabacznik y Bramuglia van en contra de esta tendencia y para ello eligen dos personajes que hacen de casos testigos, Ababacar y Mbaye, con situaciones muy diferentes. Ababacar tuvo sus dificultades (le robaron todo apenas llegó) pero pudo insertarse de manera más o menos exitosa en su nuevo país, con un empleo como traductor de la lengua wolof para facilitar la comunicación entre los trabajadores de migraciones y los senegaleses recién llegados, tiene una pareja argentina con la que convive y planea casarse y un nuevo grupo de pertenencia que incluye muchos amigos locales. Mbye tiene dificultades para adaptarse, se gana la vida vendiendo bijouterie en la calle como muchos de sus compatriotas, gana poco, tiene una esposa en Senegal y sueña siempre con volver. Ambos le mandan dinero a sus familias en Senegal (Ababacar tiene además una hija) pero cada uno tiene su propia relación con su país natal. Ababacar tiene una nueva familia, quiere quedarse y adoptó gran parte de los usos y costumbres argentinas. Mbye solo piensa en juntar plata para regresar, cosa que hace en determinado momento (y los realizadores lo acompañan para mostrarlo en su pueblo y junto a su familia) para luego volver a Argentina a seguir trabajando (y seguir soñando con el regreso). El pasado de ambos puede tener similitudes pero su presente es distinto como también es distinto lo que pretenden para su futuro. Y esa diferencia y la discusión entre ambos acerca de esa diferencia enriquece el film y le da un carácter distintivo. Ababacar y Mbye son amigos y dialogan acerca de sus vidas, sus visiones del mundo y sus expectativas. Y lo hacen con convicción y comprometidos con lo que desean. Difieren mucho y discuten fuerte, y esas discusiones son algunos de los momentos más interesantes. Ambos hablan entre sí en wolof, aunque a veces se provocan con un porteñísimo “tomatelas”, y la cámara los sigue, los acompaña de cerca pero también con una cierta distancia que les permita soltarse y estar cómodos. Los acompaña también por separado en sus casas, en sus trabajos, en sus ritos religiosos de fe musulmana y recoge sus testimonios. Se trata de un retrato respetuoso y emotivo de personajes queribles que, a la vez, echa una mirada reveladora y vuelve cercana a una comunidad con la que convivimos diariamente pero a la que conocemos muy poco. ESTOY ACÁ (MANGUI FI) Estoy acá (Mangui fi). Argentina, 2017. Dirección, Guión y Producción: Esteban Tabacznik, Juan Manuel Bramuglia. Intérpretes: Ababacar Sow, Mbaye Seck, Florencia Curto, Marcos Filardi. Fotografía: Juan Manuel Bramuglia. Edición: Alberto Ponce, Esteban Tabacznik, Juan Manuel Bramuglia. Duración: 77 minutos.
“Matar a Jesús”, de Laura Mora Por Ricardo Ottone En 2002 en Medellín, Colombia, el padre de Laura Mora fue asesinado a balazos por un sicario. El asesino nunca se identificó, el caso nunca se aclaró, perdido entre los miles de casos similares. Laura Mora tuvo que procesar su pérdida, la falta de justicia y de respuestas. Mas de quince años después con este, su segundo largometraje, la realizadora puede elaborar este hecho dentro de su obra y usarlo como punto de partida. El origen del film es situado por Mora en un sueño que tuvo donde un joven se le presentaba con la siguientes palabras: “Yo me llamo Jesús y maté a su papá”. A partir de ahí, imaginó una situación hipotética que le da a su film un carácter que es en parte autobiográfico pero hasta cierto punto y en parte es pura ficción pero inspirada en hechos reales. Paula (Natasha Jaramillo), la protagonista de Matar a Jesús, suerte de alter ego a medias de Mora, al igual que esta, es una estudiante universitaria. Su padre, profesor de la misma universidad, es asesinado en la calle por un sicario, pero a diferencia del caso de la realizadora, ella está con él en el momento del asesinato y puede ver (sin ser vista) el rostro del asesino. La investigación policial no avanza, el caso se estanca y Paula entra en una depresión motivada por la necesidad de justicia y la desesperación. Tiempo después, en una discoteca, se encuentra con el asesino (Giovanni Rodríguez) quien no la vio en aquel entonces y por ende no la reconoce. Se acerca a él, este se presenta como Jesús y Paula entabla con él una relación de amistad con la idea de matarlo cuando se le presente la oportunidad. Mora se monta en este supuesto, en este que hubiera pasado si, y lleva adelante su premisa. Pero lejos de presentarla como una venganza imaginaria y compensatoria, lo que hace es abrir preguntas y dar cuenta de que las cosas no son tan simples como su protagonista cree en un principio. En esto se diferencia de gran parte de las películas de venganza que ofrece Hollywood que ven en la misma una simple reparación por la vía del escarmiento, y en donde ambos lados se achatan y deshumanizan. Allí los criminales son convertidos en seres amorales y fuentes de todo mal, cuyo exterminio pone las cosas a mano, mientras que los víctimas/vengadores se convierten en en justicieros casi sobrenaturales transformados de personajes comunes e indefensos en aceitadas máquinas de matar gracias al entrenamiento y la voluntad de justicia/venganza (suponiendo que sean lo mismo). Por el contrario para Paula rápidamente queda claro que matar a alguien no es tan fácil ni tan simple, por lo menos no para alguien como ella y que entrar en ese viaje no es sin consecuencias. A medida que empieza a compartir tiempo con él, Paula ve que Jesús no es solo el sicario que disparó a su padre por una paga X. Es también otras cosas, tiene una historia de vida, un pasado, una serie de relaciones cotidianas y un entorno, que no difiere mucho del de tantos jóvenes marginales en su misma situación, pero que lo determina. En sus propias palabras, Jesús hace lo que le mandan, es apenas un instrumento de algo más grande, cuyas ramificaciones desconoce. En ese recorrido Paula se replantea además cuestiones acerca de si misma, de su vida, de la situación en sí, la marginalidad y la violencia. La necesidad de Justicia pero también la necesidad de entender que se choca con su propia imposibilidad. Jesus mata porque es lo que le dicen que haga y no hay más que pueda decir. Para buscar más habría que ver más arriba, en otro lado. Matar a Jesúsforma parte de una tradición del cine colombiano, de películas sociales que toman el tema de la marginalidad y la violencia, que tiene en Víctor Gaviria (La vendedora de rosas) un referente que Mora reconoce. La realizadora echa mano aquí de varios de esos recursos en pos del realismo, como la cámara en mano, la filmación en las calles, el lenguaje cotidiano y local, y sobre todo el empleo de actores no profesionales, en algunos casos sacados del mismo entorno marginal que se retrata. Pero lo más interesante de su película es que Mora utiliza su premisa basada en una tragedia personal, no para ajustar cuentas ni para cerrar la discusión, sino para dar cuenta que la realidad de su país es compleja y que las cosas no son en blanco y negro. Una mirada más amplia, como la que sus personajes tienen de la ciudad cuando se encuentran arriba del cerro. Y también para seguirse preguntando aun sabiendo que, al igual que en su propia experiencia, hay que convivir con la falta de respuestas. MATAR A JESÚS Matar a Jesús. Colombia, Argentina. 2017: Dirección: Laura Mora. Intérpretes: Natasha Jaramillo, Giovanni Rodríguez, Camilo Escobar, Carmenza Cossio, Juan Pablo Truj. Guión: Alonso Torres, Laura Mora. Fotografía: James L. Brown. Edición: Leandro Aste. Música: Sebastián Escofet. Dirección de Sonido: Guido Berenblum. Producción Ejecutiva: Javier del Pino, Nancy Fernandez. Producción: Alex Zito, Juan Pablo García, Ignacio Rey, Maja Zimmermann. Producción Ejecutiva: Pola Zito, Javier Del Pino, Nancy Fernandez. Distribuye: Primer Plano. Duración: 95 minutos.
“¡Yallah! ¡Yallah!”, de Cristian Pirovano y Fernando Romanazzo Por Ricardo Ottone Yallah! ¡Yallah! es la primera coproducción entre Argentina y Palestina. Sus realizadores, Cristian Pirovano y Fernando Romanezzo, así como gran parte del equipo son argentinos y el documental, que está filmado en los territorios de Cisjordania, cuenta con la participación de la Asociación de Fútbol de Palestina (AFP) ya que su objeto es echar una mirada a la situación del fútbol en dicho país. Un Estado reconocido por Naciones Unidas y la mayor parte de las naciones del mundo pero ocupado por Israel desde hace décadas, con una autonomía política restringida y con constante presencia militar del ejército ocupante. Dada esta situación el tema de fondo que sobrevuela durante todo el film es (tiene que ser) la ocupación y cómo esta repercute inevitablemente en la vida de todos sus protagonistas El documental se centra en la vida de un puñado de personajes: varios jugadores, un entrenador y miembros de la AFP, todos ellos ligados a un deporte que intenta profesionalizarse aún en circunstancias muy adversas las cuales incluyen los constantes arrestos de jugadores y los impedimentos para viajar y salir de gira. Los jugadores no saben si pueden salir de los territorios y si consiguen salir no saben si pueden volver. En un entrenamiento, mientras observa a los jugadores, uno de los entrenadores dice que hay muy buen material pero les falta constancia. Algo que puede parecer una observación simple pero dado el constante hostigamiento de las autoridades de Israel adquiere un relieve más significativo acerca del por qué esa constancia es constantemente boicoteada. Un familiar, mientras se habla del arresto arbitrario de una de las principales figuras de la selección, sostiene que Israel no quiere que Palestina obtenga una hazaña deportiva. Lo cual no se percibe meramente como un capricho o mera hostilidad sino como producto de una política consciente de impedir la visibilidad. En pos de esa visibilidad se ubica el documental de Pirovano y Romanazzo y lo hace sin apelar a un relato en off y entrevistas, sino a un registro de observación y seguimiento de sus personajes a través de su vida cotidiana. Claro, su vida cotidiana no es nada simple y mientras la cámara acompaña a los mismos lo que constantemente se observan son muros, alambrados, soldados y controles militares. En los diálogos que los protagonistas tienen entre sí es donde aparece lo más cercano al formato entrevista. Un entrenador asume un poco el rol de entrevistador y logra que le cuenten anécdotas e historias donde el elemento recurrente es la arbitrariedad que ejerce sobre ellos el estado israelí y el maltrato cotidiano para con la población árabe. Esta elección narrativa implica también que, si bien la posición presentada es clara, no hay una bajada de línea explicitada a partir de un discurso de barricada. En un solo momento, cerca del final, se muestra una manifestación con la consiguiente represión, pero en su mayor parte se trata solamente (pero también nada menos) de las historias de vida, ya que los realizadores confían en que el material que muestran es lo suficientemente elocuente sin necesidad de subrayado. La expresión Yallah en árabe se puede traducir como “vamos”, como una forma de apurar y también de arenga. Durante los partidos se la escucha en la voz de los entrenadores y también de los hinchas. El insistir con tratar de mantener el deporte en Palestina a pesar de todas las trabas y dificultades implica entonces algo más trascendente: se trata de no rendirse y seguir adelante con la vida. Yallah entonces como una suerte de versión de nuestro Aguante se puede pensar así como una voz de la resistencia. ¡YALLAH! ¡YALLAH! ¡Yallah! ¡Yallah! Argentina/Palestina, 2017. Dirección: Cristian Pirovano, Fernando Romanazzo. Intérpretes: Yosef Alazzah, Nabeel Hrob, Susan Shalabi, Abed Arar Fatah,Eyad Abu Garguood. Guión: Fernando Romanazzo, Cristian Pirovano. Fotografía: Martín Turnes. Edición: Alejandro Rath. Música: Le Trío Joubran (Samir, Wissam y Adnan Joubran). Producción: Cristian Pirovano, Fernando Romanazzo, Susan Shalabi, A.M. Hijjeh. Jefatura de Producción: Rosalía Ortiz de Zarate, Fernando Casal, Mona Dabdoob, Ishan Abdallah. Producción de Campo: Ismael Al-bes, Moatasem Aliwaiwi. Duración: 74 minutos.
Lady Macbeth, de William Oldroyd Por Ricardo Ottone El personaje de Lady Macbeth se transformó culturalmente en un villano femenino emblemático. Prototipo de un tipo de mujer fría, calculadora y despiadada, que se define además por su capacidad de manipular a los hombres, por lo general cobardes y pusilánimes, que se convierten en juguetes y ejecutores de sus planes. Y que van a ensuciarse las manos por ella, aunque a veces la mancha indeleble de sangre la venga finalmente a visitar. Convertida en una suerte de arquetipo, la vamos a encontrar en diferentes obras de diferente forma pero con una base común. Lady Macbeth, primer largo del británico William Olroyd, está basado no en el drama de Shakespeare sino en un cuento del ruso Nikolai Leskov de 1865 que ya tuvo unas cuantas adaptaciones, la más conocida quizás sea Lady Macbethen Siberia (1961) de Andrzej Wajda. Esta nueva versión, ambientada en la Inglaterra victoriana, transcurre completamente en una mansión rural y sus alrededores. La protagonista, Katherine (Florence Pugh), es una mujer joven metida a la fuerza en un matrimonio arreglado con un hombre mayor y amargado. Este solo espera de ella que le de un heredero y la trata como a otra de sus propiedades. Quien gobierna la casa es su suegro, un hombre aún más cruel, brutal y peligroso. En medio de una ausencia de varios dìas por parte de ambos amos y guardianes, ella arranca un idilio romántico con un joven trabajador de la propiedad que se convierte rápidamente en pasión irrefrenable. La situación obviamente no podría sostenerse por mucho tiempo, pero Katherine ya está decidida a no resignar su deseo y va hacer todo lo que haga falta para eliminar cualquier obstáculo que se le ponga delante. Lo cual, va a incluir hasta el crimen, en donde tendrá que tener participación, quiera o no, su plebeyo amante. Las primeras escenas dan cuenta de la situación de Catherine en la casa, de todas las humillaciones y desprecios que debe sufrir de parte de su nueva familia. Como para dar cuenta que un personaje así no sale de la nada. No para justificarla, sino para comprender que el monstruo, si es que tiene sentido llamarla así, no es más que un producto de esa organización social y de los mismos que luego serán sus víctimas. Catherine va a darse cuenta que si quiere ser libre tiene que devolver el golpe e invertir las relaciones de poder, dejar de ser objeto de la dominación para ejercerla ella. Para dejar de ser oprimida debe pasar a ser opresora. Al drama de época viene a superponerse la trama criminal, la cual le agrega un interés extra. Como si se tratara de un film noir victoriano, Catherine bien podría codearse con Barbara Stanwyck en Perdición (1944), como una de esas mujeres fatales que son el objeto de deseo y la ruina de los hombres que envuelve, en una intriga que le debe algo al suspenso de Hitchcock y de Henri-Georges Clouzot, con Las Diabólicas (1955) a la cabeza. El tema, igualmente, es la opresión, que es de género en un principio, pero fundamentalmente de clase. Katherine viene de una familia más humilde que la de su marido quien alardea de haberla “comprado” y debe soportar por ello todas las afrentas. Cuando se levante, va a ser ella la que va a ejercer esa dominación de clase sobre sus subordinados, sobre su criada (incómodo testigo) e incluso sobre su propio amante. A esto viene a sumarse a la cuestión racial, la opresión del amo blanco sobre la sirvienta negra (que además es mujer y pobre) y su amante que es mulato, quien al principio juega ingenuamente de seguro y provocador y termina dominado y aplastado por una voluntad que lo supera y, claro, por el poder de clase. La dirección de Oldroyd acompaña con una puesta fría y ascética, libre del manierismo muchas veces presente en el cine de época. Hay pocos pasajes musicales, una luz mortecina y predominio de los azules y los grises. Un cierto brillo inicial se va perdiendo paulatinamente y los tonos más oscuros van ganando terreno a medida que su protagonista se deja ganar por esa oscuridad. La actuación de Florence Pugh, que le valió el título de revelación en varios medios, maneja de manera muy convincente ese ir y venir entre el desenfreno que la arrebata y la necesidad que a veces tiene que reprimirse pero donde la pasión se adivina detrás de la máscara. Un ida y vuelta que combate en su interior y en el cual se consume cuando se pierde en una espiral de la cual ya no puede ni quiere salir. LADY MACBETH Lady Macbeth. Reino Unido. 2018. Dirección: William Oldroyd. Intérpretes: Florence Pugh, Christopher Fairbank, Cosmo Jarvis, Naomi Ackie, Bill Fellows. Guión: Alice Birch, sobre el cuento de Nikolai Leskov. Fotografía: Ari Wegner. Música: Dan Jones. Edición: Nick Emerson. Dirección de Arte: Thalia Ecclestone. Diseño de Producción: Jacqueline Abrahams. Producción: Fodhla Cronin O’Reilly. Distribuye: Mont Blanc. Duración: 89 minutos.
Un nuevo camino, de Ben Lewin Por Ricardo Ottone La original serie Star Trek (1966-1969) fue uno de esos Big Bangs culturales (como Star Wars, como La noche de los muertos vivos) cuyo grado de expansión excede por mucho lo previsto por sus propios creadores, en este caso el legendario Gene Roddenberry. Nuevas temporadas, nuevas series, películas, spin offs, reboots, dibujos animados, comics, videogames. Un universo en constante crecimiento (y facturación) en eso que ahora solemos llamar franquicia. Pero además de una marca, Star Trek es un fenómeno cultural y por eso, aparte de la oferta oficial, tenemos un montón de productos derivados: homenajes, parodias, documentales, imitaciones, sketches, fanfiction, así como múltiples guiños y referencias dentro de la cultura pop. Todo esto sostenido por esa legión de fanáticos fieles e irreductibles que en una época llamábamos Trekkies pero ahora tiene mas onda llamar Trekkers. Para comprobar su grado de fanatismo se puede ver el documental Trekkies (1997) y sorprenderse con los niveles de compromiso personal y afectivo de algunos de ellos en esto que para los otros (los de afuera) es apenas una saga de ciencia ficción. Wendy, la protagonista de Un nuevo camino, es una Trekker. Y además es autista. Las comparaciones entre cierto fanatismo obsesivo y el autismo están servidas pero eso no es de lo que se trata (por suerte). Por el contrario, para Wendy Star Trek es un refugio, una línea de conexión al mundo. Su visualización religiosa y el conocimiento enciclopédico le proporcionan un equilibrio en su por otro lado inestable condición psíquica. A Wendy también le gusta escribir y lo hace con el mismo nivel de precisión milimétrica y conocimiento de causa con que encara todo lo que se relaciona con su objeto de afición. Cuando se entera de un concurso anunciado por Paramount para mandar guiones originales para un capítulo de la serie, escribe el suyo para participar y además, por qué no, para transformar su experiencia fanfic en canon. Pero como se le pasa la fecha para que llegue a tiempo por correo, decide escaparse del centro de salud mental donde vive en San Francisco para viajar hasta Los Angeles y entregar el guión en mano. Así tenemos el planteo para una road movie en clave de autoayuda, con el viaje como aprendizaje y la meta (entregar el guión) como una excusa para la superación y para resolver, de paso, aquellas cosas que están estancadas en su vida, en particular la relación con su hermana. Porque el viaje que para otra persona sería de lo más sencillo, para la protagonista es como ir al infinito y más allá. Por ende, atravesar esa odisea le va a dar la posibilidad de salir transformada. Aquellos que esperan sensiblería y golpes bajos que no se preocupen porque eso es lo que van a obtener. La estructura episódica de las road movies va a servir para que Wendy se encuentre en diferentes situaciones frente a diferentes personajes que se van a aprovechar de ella, le brindaran ayuda o directamente la van a ignorar. Y si un personaje con autismo no fuera suficiente para manipularnos, también nos meten un perro. Literalmente hablando, ya que un pequeño perrito va a acompañar a la protagonista en su viaje para añadir un poco de simpatía y ternura canina. El film está basado en una obra de teatro del mismo guionista. De todos modos a su propuesta se le puede rastrear un antecedente literario en “El curioso incidente del perro a medianoche”. Una novela del escritor inglés Mark Haddon, donde un adolescente con síndrome de Asperger y fanático de Sherlock Holmes, para resolver un presunto caso policial en su barrio, tiene que salir a enfrentarse con ese mundo exterior con el que le cuesta relacionarse. Allí donde aquella novela resultaba exitosa era en presentarnos un protagonista con problemas psicológicos sin basarse en la conmiseración. Por el contrario, aquel despertaba la empatía del lector a partir de su ingenio, la originalidad de sus razonamientos y la forma en que lograba resolver los desafíos que le planteaban tanto las situaciones como su propia condición. Lo opuesto es lo que sucede con Un nuevo camino, donde, a pesar de que Dakota Fanning hace lo que puede para darle más espesor al personaje que le toca en suerte, la apuesta es apelar a la piedad del espectador ante los múltiples sufrimientos y dificultades de la protagonista. Los pocas escenas que no están basadas en la compasión y donde la emotividad se siente más efectiva y genuina son aquellas en las que Wendy puede compartir su fanatismo con otros personajes: el policía que le habla en klingon, el hijo de la terapeuta que lee su guión. En esos momentos puede sentirse integrada a una cierta comunidad donde su conocimiento y compromiso con la serie no es un fenómeno de circo sino algo que le permite ser alguien y destacarse. Escasos momentos a lo largo del camino de un film claramente condescendiente. UN NUEVO CAMINO Please Stand By. Estados Unidos. 2017. Dirección: Ben Lewin. Intérpretes: Dakota Fanning, Toni Collette, Alice Eve, River Alexander, Michael Stahl-David, Tony Revolori. Guión: Michael Golamco, sobres su propia obra. Fotografía: Geoffrey Simpson. Música: Heitor Pereira. Dirección de Arte: Lindsey Moran. Diseño de Producción: John Collins. Producción: Lara Alameddine, Ben Cosgrove, Tim Crane, Mark Cuban, Daniel Dubiecki, Nash Edgerton, David Grace, Todd Wagner. Distribuye: Digicine. Duración: 93 minutos.
Respirar, de Javier Palleiro Por Ricardo Ottone La primera escena de Respirar parece tomada de un film de terror. Julia (María Canale) se despierta en medio de la noche escuchando que de algún lado llega el sonido del llanto de un bebé. Recorre toda la casa en penumbras buscado el origen del sonido sin encontrarlo. No sabe (no sabemos) si viene de afuera, si es un sueño, una alucinación o, considerando lo que se viene más adelante, una premonición. A continuación la película sigue como un drama de intención realista, pero esta primera escena ya marcó al personaje y da cuenta de cómo viene el resto del relato, de cómo ella va a vivir lo que sigue. Julia está sin trabajo y recién separada de su marido. Está en un pésimo momento personal y anímico y como frutilla del postre se le suma un resultado positivo al test de embarazo. Esta novedad viene a revolver su ya de por sí complicado estado de las cosas. Julia no sabe si decirle a su ex, si volver con él, si tener el bebé o abortarlo. Y además quiere volver al mercado del trabajo, cosa que no le resulta sencilla. Así va atravesando este periodo de transición turbulento, tratando de ver que hace con su vida y mantener con irregular suerte el control de los acontecimientos y, sobre todo, de sí misma. Julia está navegando en un equilibrio muy inestable. Cualquier cosa puede hacerla reaccionar en exceso y la puesta en escena acompaña su condición subjetiva. Todo el film está contado en ese tono exasperado, ese estado alterado que es el de su protagonista. La cámara movediza acompaña el constante y a veces errático deambular de Julia y la actuación de Maria Canale, tensa, nerviosa, transmite esa sensación de hipervigilancia y sobre todo fragilidad. Julia se muestra como un personaje complejo y el realizador, Javier Pelleiro en su primer largometraje, no pretende victimizarla. Si bien uno puede comprenderla y hasta empatizar con ella en su angustia e incertidumbre, también puede tomar cierta distancia y ver que, a veces, puede comportarse de manera arbitraria con quienes la rodean, tomar las decisiones equivocadas, arrepentirse sobre la marcha y engañar a los demás o a sí misma mientras trata como puede de rearmarse. En varios momentos se ven imágenes de Julia sumergida y el personaje retoma sus clases de buceo en función de conseguir un puesto de trabajo. El agua, o estar sumergida bajo el agua, como estar inmerso en un lugar donde cuesta respirar y pensar claramente pero también como un lugar de quietud, de refugio frente a una superficie, una realidad hostil e inmanejable. Julia inicia los trámites para hacerse el aborto en un hospital. Esto ya marca una diferencia y da cuenta que estamos ante una realidad cercana pero diferente. El film es Uruguayo, transcurre en un país donde el aborto es legal y es posible poner fin al embarazo de forma segura. No por ello, el film elude el debate, pero la discusión que da es imposible en el estado actual de nuestro país donde todavía falta atravesar un trecho que en el país vecino ya tienen recorrido. Cae aquí justo en el momento en que el tema está en el candelero y se está discutiendo en otros términos, pero su visión y la de una realidad diferente donde ciertas cuestiones ya fueron superadas y la situación puede ser difícil a nivel personal pero no tanto a nivel institucional (la prohibición añadiría otro frente de conflicto) puede ser un aporte interesante. Igualmente si el tema del aborto está presente y sobrevuela todo el relato, no es el tema principal del film. Se trata más bien de la dificultad, pero a su vez de la necesidad, de hacer frente a la pérdida y el cambio y de seguir adelante. Algo que puede ser común a ambos lados del Río de la Plata y tan universal como la condición humana. RESPIRAR Respirar. Uruguay, Argentina. 2017. Dirección: Javier Palleiro. Intérpretes: María Canale, César Bordón, Esteban Bigliardi, María Villar. Guión: Javier Palleiro, Guillermo Rocamora. Fotografía: Gerardo Gonzalez. Montaje: Juan Ignacio Fernández. Música: Santiago Bruno. Dirección de Arte: Mariana Pereira. Dirección de Sonido: Gaspar Scheuer. Producción: Javier Palleiro, Guillermo Rocamora, Juan Pablo Miller, Diego Robino, Santiago Lopez. Jefatura de Producción: Isabel García Arnabal, Candela Treffinger. Distribuidora: Primer Plano. Duración: 72 minutos.
Aterrados, de Demián Rugna Por Ricardo Ottone Demián Rugna no es un nombre nuevo para el cine de género local. Su primer largometraje The Last Gateway (2017), hablado íntegramente en inglés y con ambientación norteamericana pensado para un mercado internacional, es un film de terror sobrenatural de lo que a veces se suele llamar horror cósmico, mientras que su segundo largo en solitario No sabés con quién estás hablando (2016) es una comedia negra policial ambientada en el conurbano bonaerense. En el medio co-dirigió junto a Fabián Forte (La corporación, el muerto cuenta su historia, entre otras) el film en episodios Malditos sean! (2011), con tres historias de terror unidas por un personaje a la manera de Creepshow (1982), Dos ojos diabólicos (1990) o incluso las viejas películas de la productora inglesa Amicus. Esta filmografía breve pero consistente lo tiene como uno de los referentes en el campo cada vez más prolífico del terror nacional. Su último film, Aterrados, se encuadra nuevamente dentro de este género y se podría pensar como una mixtura entre elementos de los dos anteriores. Por un lado la ambientación en algún barrio de clase media del conurbano con personajes claramente reconocibles en esa extracción y por otro lado los temas y la atmósfera de su opera prima. En aquella se abría una puerta al infierno por donde pretendían pasar a nuestro plano de existencia unas criaturas demoníacas con formas de pesadilla y pésimas intenciones. Ahora, en Aterrados, nuevamente está en juego este intercambio entre dos dimensiones o más bien el pasaje paulatino a este lado de entidades que pretenden tomar este mundo por asalto de la forma más dolorosa posible. Los protagonistas son un grupo de vecinos que sufren las consecuencias de estar instalados en el lugar equivocado, un comisario a punto de pasar a retiro y un trío de investigadores de lo paranormal que ven en la emergencia de estos fenómenos la posibilidad de confirmar sus teorías oscuras lanzándose al trabajo con tanto entusiasmo como imprudencia. Como la invasión de lo sobrenatural ocurre en las casas contiguas de un barrio suburbano y en principio asistimos a las experiencias terroríficas de sus ocupantes, es inevitable que los primeros referentes que acudan sean los del género casa embrujada, también por la presencia de los Investigadores de fenómenos paranormales que vienen a instalarse con sus equipos. Películas como al reciente El conjuro (2013) o clásicos del género como Poltergeist (1982). Aterrados toma elementos de este tipo de películas y también algo del horror oriental de principios de este milenio, por ejemplo en la escena de los golpes en la pared que tiene algo de Ju-on (2002). Pero seguramente el referente principal está en el universo de Clive Barker y su saga de Hellraiser. Se trata de un terror sobrenatural pero también corpóreo, carnal, algo que ya se podía rastrear en The Last Gateway donde la puerta del infierno se ubicaba en el mismo estómago del protagonista. Una influencia que también se percibe en la presencia de ese universo paralelo superpuesto y hostil en el que sus habitantes, cuando pasan a este lado, vienen con ganas de poseer los cuerpos y mortificar la carne. Rugna construye con acierto una base realista para lograr que lo fantástico tenga una base donde asentarse y lograr un verosímil. Sus escenarios, sus personajes y sus diálogos son creíbles y fluyen naturalmente, algo que no siempre se logra en el género y en particular en sus variantes locales. Su miedo se basa en la creación paciente de atmósferas que preparan el terreno para una irrupción eficaz del horror, en el manejo sutil de recursos, en velar, mostrar a medias, en el uso de la luz, la penumbra y en particular un aprovechamiento del sonido de un modo más rico que el frecuente golpe de efecto chirriante. Y también en la dosificación sutil de los FX, en algunos casos acudiendo a lo digital pero a la vez al efecto físico, lo cual contribuye a esa sensación de presencia tangible y orgánica. Rugna se toma el género muy en serio, con conocimiento de sus códigos y recursos y la voluntad firme de provocar miedo. Con Aterrados valida su lugar de referente y consigue uno de los más interesantes films de terror hechos en Argentina en los últimos años. ATERRADOS Aterrados: Argentina. 2017. Dirección: Demián Rugna. Intérpretes: Maxi Ghione, Norberto Amadeo Gonzalo, Elvira Onetto, George Lewis, Agustín Rittano. Guión: Demián Rugna. Fotografía: Mariano Suárez. Edición: Lionel Cornistein. Sonido: Pablo Isola. Dirección de Arte: Laura Aguerrebehere. Producción: Raimundo Bassano, Fernando, Díaz, Andrea Kluger. Distribuye: Aura Films: Duración: 87 minutos
Los hermanos Karaoke, de Bernardo Francese, Agustín Gregori y Ignacio Laxalde Por Ricardo Ottone Los integrantes de Cine Humus, Bernardo Francese, Agustín Gregori e Ignacio Laxalde, vienen filmando (y firmando) de manera colectiva desde 2004. En su filmografía se cuentan varios cortometrajes y un largo previo, Básicamente un pozo (2009), en los cuales lo que prima es la comedia con predilección por el absurdo y un humor un poco naif. Los Hermanos Karaoke es su segundo largometraje y responde a esos mismos parámetros. Los “hermanos” del título son un dúo musical de covers, Mía (Maru Zapata) y Simón (Agustín Gregori) que viajan a un pueblo patagónico para actuar en una cena show en la víspera de Navidad. Como el hotel está fuera de su presupuesto, terminan en lo que suponen un camping pero en realidad es el medio del bosque. Ahí aparece de la nada un extraño personaje, Alan (Bernardo Francese), que podría ser el encargado del lugar (o no), con una apariencia y discurso mitad hippie ecologista mitad empresario y manager. Alan se involucra en como el dúo viene manejando su proyecto carrera y empieza a aconsejarlos juntos o por separado. Estos lo escuchan (sin cuestionarse mucho por qué) y entran a surgir los conflictos, las dudas, las rivalidades y las reformulaciones. La intención es claramente no realista y la apuesta por el absurdo domina toda la trama. Mia y Simón aceptan de movida a Alan como un referente al que hay que seguir y toman sus consejos/sugerencias/parábolas sin preguntarse demasiado quién es este tipo, de dónde salió, cuáles son sus intenciones o si lo que dice tiene algún sentido. Está bien que los personajes son un poco pavos pero la sensación que da es que están apenas delineados y todo pasa un poco porque sí. Esta sensación general de arbitrariedad se nota sobre todo en el personaje de Alan, presentado con los rasgos largamente transitados del gurú embaucador y charlatán. La variante de añadirle un perfil empresarial que incluye un traje combinado con la vincha y los colgantes y una jerga marketinera en el medio de los sermones, no anula el estereotipo, solo convierte al personaje en algo aún más caricaturesco. Nunca está claro porque Alan hace lo que hace si no es por apenas puro instinto manipulador. El no saber su origen ni sus motivaciones no le da necesariamente un aura de misterio, apenas deja más al descubierto lo caprichoso de todo el planteo. Esta propuesta de humor absurdo y medio inocentón, que puede funcionar en un cortometraje, no necesariamente se sostiene en un largo. Los 76 minutos se estiran con situaciones reiterativas y diálogos muchas veces redundantes. Los personajes masculinos (interpretados por dos de los directores) son bastante planos y dicen sus líneas como recitando. Es Maru Zapata la que consigue darle más matices y complejidad a su personaje. El humor absurdo que es marca del colectivo está presente pero en varias ocasiones subrayado por la música y los efectos sonoros. En el aspecto más positivo se podría destacar una intención crítica puesta, nuevamente, en el personaje de Alan, al trazar un paralelo entre la técnicas de estimulación corporativa con el lavado de cerebros, una comparación que no por obvia deja de ser correcta, y también en una actitud lúdica y desenfadada que, a pesar de ciertas cuestiones fallidas, es algo saludable. LOS HERMANOS KARAOKE Los hermanos Karaoke. Argentina. 2018. Dirección, guión y edición: Cine Humus (Bernardo Francese – Agustín Gregori – Ignacio Laxalde). Intérpretes: Maru Zapata, Agustín Gregori, Bernardo Francese. Música: Pablo Viltes, Bernardo Francese. Duración. 77 minutos.
Borrá todo lo que dije del amor porque no sabía bien quién era, de Guillermina Pico Por Ricardo Ottone Guillermina Pico, actriz y realizadora, llega con Borrá todo lo que dije del amor porque no sabía bien quién era a su primer largometraje. Tiene en su haber como realizadora unos cuantos cortos y medios (que pueden verse en su página de Vimeo), algunos de un orden documental más evidente (Yo Natalia) y unos cuantos de corte experimental. Borrá todo… se presenta como un documental pero pertenece más a la segunda categoría. Se podría, si se quiere, incluirlo en el campo del documental en primera persona aunque como tal no tiene un tema explicitado. En esa vocación experimental se podría reconocer un parentesco con los trabajos de Ernesto Baca, Paulo Pécora o Hernán Khourian. Pero este intento de encasillar o tratar de clasificar el film es un poco estéril. Borrá todo… es un objeto raro. Se podría pensar más bien como una suerte de Scrapbook o libro de recortes filmado. No tanto un diario íntimo porque no sigue una línea narrativa clara sino motivado por una voluntad más anárquica o caprichosa. Aunque este capricho es más bien aparente y si se presta atención aparecen los temas recurrentes: los caballos, el viaje, la ruta, la familia, el baile. En buena medida de lo que se trata es del movimiento. Gran parte sino la mayoría de las tomas son con la cámara en movimiento y unas cuantas desde un auto en marcha. Los animales corren, los personajes caminan y bailan y hasta el título completo sugiere la idea de un devenir en el ser. Esto que era ahora es otra cosa. Esta idea de Scrapbook está sugerida por los materiales con los que Pico arma su película. Observaciones, fragmentos de viaje, conversaciones familiares y hasta un corto de 2013 (Gracias a los horribles por recordarnos que la belleza es nuestra) aquí insertado como si fuese un viejo recorte añadido e incorporado con total naturalidad. Si uno no lo conoce previamente no se advierte como algo ajeno. Borrá todo… es un film de sensaciones. La idea de lo experimental no debiera hacer suponer que nos encontramos ante un producto farragoso y solemne. Por el contrario hay una actitud lúdica, que invita a no tomarse las cosas muy en serio. Eso se nota por ejemplo en la cantidad de escenas de baile, relajo y música pop. Hay ganas de salir a bailar, divertirse y boludear un poco sin preocuparse si uno hace el ridículo, o quizás disfrutándolo. Se trata al fin y al cabo de una invitación a compartir algo que es frágil e íntimo y en cierta medida inasible. BORRÁ TODO LO QUE DIJE DEL AMOR PORQUE NO SABÍA BIEN QUIÉN ERA Borrá todo lo que dije del amor porque no sabía bien quién era. Argentina, 2016. Dirección, Guión, Fotografía, Edición: Guillermina Pico. Duración: 62 minutos
Venían a buscarme, de Álvaro de la Barra Por Ricardo Ottone A esta altura ya contamos con un puñado de películas de realizadores cuyos padres fueron víctimas del terrorismo de Estado en Latinoamérica, que salen en busca de procesar esa herida y reconstruir su historia, la historia de esos padres y la propia. De su visión puede decirse que los films que cada uno produjo suelen ser muy diferentes entre sí. En los casos argentinos tenemos los ejemplos de Albertina Carri (Los Rubios), Nicolás Prividera (M) o Benjamín Ávila (Nietos e Infancia clandestina) y todos prueban que el abordaje puede ser muy distinto, sea en la ficción o el documental, probablemente porque cada historia particular es distinta y también porque ante un tema así de movilizante para sus autores, que involucra lo histórico pero también lo íntimo, cada uno procesa esta búsqueda como puede, como necesita o como le sale. En el caso del chileno Álvaro de la Barra (aquí la entrevista)su búsqueda se da a través del documental Venían a buscarme. Su historia es diferente de otras mencionadas porque sus padres, integrantes del M.I.R. (Movimiento de Izquierda Revolucionaria) no fueron desaparecidos, sino asesinados en 1974 en una emboscada en la calle a plena luz del día, acribillados después de haber dejado a Álvaro en el jardín de infantes. El chico fue rescatado por parientes y llevado primero a Francia y luego a Venezuela donde fue criado por su tío paterno. La búsqueda del realizador no es la de conocer su identidad o saber qué fue de ellos, sino la de saber quiénes fueron, sea como militantes, como personas y también lo que fueron y quisieron ser como padres. Padres que no tuvieron mucho tiempo de ejercer su rol y que sin embargo murieron en ese mismo ejercicio. De la Barra viaja a París, a su casa de Infancia en Venezuela y vuelve a un Chile muy distinto al que dejó para revisitar los lugares donde transcurrieron los hechos, los atesorables y los trágicos, en busca de reconstruir su recorrido de hace más de cuarenta años. En ese trayecto, donde va entrevistando familiares, amigos y compañeros de militancia, hay un intento de reapropiarse de esos padres y también de salir de la imagen idealizada y heroica con la que convivió desde chico y acercarse a un retrato más certero y humano, más cercano y alcanzable. Un ejercicio de reconstrucción que se ejemplifica con la sucesiva recuperación e incorporación de imágenes. Al principio del film solo cuenta con una foto de cada uno y esa es toda la imagen de sus padres con la que vivió. A medida que recorre y se encuentra con sus seres cercanos descubre nuevas imágenes en paralelo a los testimonios que le permiten ir acercándose a quiénes eran, cómo eran y cuál era su lucha. Esta búsqueda inevitablemente tiene un componente emocional muy fuerte. Sin embargo en ningún momento se cede al desborde. De la Barra conduce el relato, hace las entrevistas, cuenta en off y recorre los lugares siempre con una serenidad que no reprime lo emotivo pero demuestra que no es necesario subrayarlo y mucho menos explotarlo. Le hace un lugar que pretende sea de sanación y construcción. En ciertos momentos algunos de los entrevistados se quiebran y es el propio realizador quien los serena y los contiene. Y también inevitablemente se encuentra con la historia. La historia de la muerte de sus padres y de su propio exilio es también la historia trágica de Chile. Esta muerte fue presentada por los medios de la época como un enfrentamiento con lo cual nos encontramos también con el accionar miserable y cómplice de la prensa chilena adicta al régimen. De la Barra se encuentra además con cuestiones más siniestras aún como la traición y la colaboración que una ex compañera muy cercana a sus padres tuvo con la dictadura. Lo que se muestra finalmente con Venían a buscarme es que las heridas siguen abiertas, la discusión sobre ese período sigue abierta y que es necesario seguir dándola. Es en esta intención en la que quizás estos films, tan diferentes entre sí, se parecen. VENÍAN A BUSCARME Venían a buscarme. Chile. 2016: Dirección: Álvaro de la Barra. Participan: Andrés Pascal Allende, Rene Valenzuela, Hernán Aguiló, Esther Hernández, Pablo de la Barra, Carmen Puga, Renato Puga. Guión: Álvaro de la Barra. Fotografía: Carlos Vásquez, Inti Briones. Edición: Sebastián Sepúlveda, Martín Sappia. Duración: 84 minutos.