Juana y Mara son hermanas. Juana está en su veintena y Mara es una adolescente. Sus padres murieron en un accidente, o eso es lo que parece, y viven con su tía Inés en una casona alejada del pueblo con muy poco contacto con el exterior. Las relaciones entre tía y sobrinas son tensas y las que se dan entre hermanas tampoco son las más saludables, ya que Juana cela a Mara de una manera obsesiva. Las chicas pasan bastante tiempo solas y ayudan en las tareas de la casa las cuales incluyen la producción de miel de abejas. Mara está despertando a la adolescencia y tiene interés y curiosidad por las cosas del mundo exterior mientras Juana, retraída y asocial aunque dura y bien plantada, trata de mantenerla bajo su égida en un vínculo de complicidad forzada. Hay un equilibrio precario y chirriante que a duras penas se mantiene y podría quizás definirse como relación simbiótica. El elemento que va a venir a desestabilizar ese débil equilibrio es la llegada del primo Lucio, que viene a pasar unos días, en principio sin mucho entusiasmo. Con el tiempo Lucio y Mara se hacen amigos y a la vez se genera una atracción entre ellos, que despierta la desconfianza y el resentimiento de Juana. Lo que en los primeros minutos pinta como historia de crecimiento, duelo y relaciones familiares deriva pronto en thriller psicológico. Todos tienen sus secretos: Inés tiene un amante casado en el pueblo y viaja cada tanto a verlo con la excusa de comprar provisiones, Lucio y Mara empiezan a verse a escondidas y Juana, bueno, sus secretos son más oscuros. Si al principio podemos pensar que el celo que Juana ejerce sobre Mara es apenas una sobreprotección de carácter intenso, al tiempo vamos a descubrir que la cosa es más enfermiza y Juana tiene buenas chances de calificar como psicópata. Ya desde el comienzo tenemos una pista cuando la vemos matando a palazos a un perro que chumbó a su hermana, algo que mantiene en lógico secreto. La atmósfera claustrofóbica se va tensando progresivamente, creciendo hasta una verdadera sensación de peligro mientras las rispideces se agudizan. Mara va sintiendo que los cuidados de Mara la asfixian y el personaje de Juana, interpretado con convicción por Malena Filmus, va develando aristas cada vez más siniestras y amenazantes a medida que el orden que pretende mantener se pone en riesgo. Lucas Turturro, en su primer largo de ficción, construye un relato tenso y asfixiante, con personajes sólidamente construidos, como una suerte de versión moderna de “Siempre hemos vivido en el castillo” de Shirley Jackson. El realizador introduce algunos recursos visuales interesantes como flashes e imágenes confusas y violentas que dan cuenta de que en la mente de Juana están pasando cosas y también algunas escenas oníricas visualmente atractivas. Cómo mueren… llega a ser incómoda en el mejor sentido y es una efectiva muestra de género. CÓMO MUEREN LAS REINAS Cómo mueren las reinas. Argentina, 2021. Dirección: Lucas Turturro. Intérpretes: Lola Abraldes, Malena Filmus, Franco Rizzaro y Umbra Colombo. Guion: Constanza Boquet. Edición: Sebastián Schjaer. Fotografía: Nicolás Trovato. Dirección de arte: Eugenia Sueiro. Sonido: Maximiliano Gorriti. Música: Sebastián Escofet. Producción: Victoria Aizenstat y Mauro Guevara / Aleph Cine. Duración: 83 minutos.
En un mismo mes se estrenan dos películas con Ryan Reynolds. El universo es un lugar así de caótico y a veces los astros se alinean de esta manera. Apenas una semana después de Free Guy: Tomando el control, llega a nuestras carteleras la secuela de Duro de cuidar (2017), una comedia de acción en formato Buddy Movie que basaba gran parte de su eficacia (como cualquier Buddy Movie que se precie) en la química entre sus dos protagonistas, el guardaespaldas Michael Bryce (Ryan Reynolds) y el asesino a sueldo Darius Kinkaid (Samuel L. Jackson). Ambos con ocupaciones antagónicas desde el vamos que se sumaban a las diferencias de personalidad que hacen al género y que implican que dos personas que no se soportan y hasta se odian tengan que trabajar juntos por un objetivo común y aguantarse a duras penas en lo que dure la misión. La novedad para esta secuela es que al dueto original se suma en pleno Sonia Kincaid (Salma Hayek) la esposa de Darius, un personaje que en la película anterior había tenido un rol secundario y aquí pasa la frente. Así, en esta Buddy movie de a tres acorde a estos tiempos de demanda inclusiva, Sonia es la que tiene el rol de volver a reunir a Michael y Darius, de una manera tan arbitraria como casi todo lo que vendrá, y hacer un poco de mediadora de los eternos conflictos entre ambos aunque genere más problemas de los que resuelve. La misión es lo de menos. Nuestros antihéroes se topan con ella de manera inesperada e improbable cuando se ven metidos sin quererlo y sin mucho trámite en una trama de orden internacional donde hay que frenar a un millonario griego, interpretado de taquito por Antonio Banderas, quien para prevenir y/o castigar a la Unión Europea por las sanciones económicas contra su país amenaza con un plan bastante enrevesado que incluye un hackeo que dejaría a Europa sin tráfico de información, con el absoluto caos que esto implicaría. Este plan diabólico, tan inverosímil como la idea de un millonario patriota, es más bien la excusa para que nuestros protagonistas recorran varios puntos de Europa, en especial de Italia, rompiendo todo a su paso en unas cuantas escenas de persecución y tiroteos a la manera de las películas de Bond a las que en parte quiere parodiar. La química del ahora trío funciona de a ratos y, aunque supuestamente a Michael le cabe el rol del estirado y a Darius y Sonia el de los cabezas de termo, los tres son gritones, desconsiderados, insoportables y no muy brillantes, y en varios momentos el espectador puede sentir la necesidad de que alguien se calle, aunque sea por un rato. El realizador Patrick Hughes, que ya había dirigido la primer película, y antes la tercera de la serie Los indestructibles, por lo que ya tiene su experiencia en combinar acción y comedia, despliega unas cuantas escenas de acción vertiginosas, bombásticas y genéricas, mientras el guion entrega una sobredosis de violencia alegre y humor grueso en una incesante seguidilla de gags que a veces funciona y divierte pero a la larga resulta agotadora y exasperante. Duro de cuidar 2 es una nueva adición a la filmografía de un Ryan Reynolds que parece haberse especializado en este tipo de personajes hiperactivos y bocones en productos incorrectos y algo descerebrados, que a veces son efectivos como las películas de la serie Deadpool y a veces, como en este caso, no lo son tanto. Un film que es todo lo que uno espera si no espera demasiado: un producto bastante banal, por momentos entretenido, casi siempre grasa y finalmente descartable. DURO DE CUIDAR 2 Hitman’s Wife’s Bodyguard. Estados Unidos. 2021. Dirección: Patrick Hughes. Intérpretes: Ryan Reynolds, Samuel L. Jackson, Salma Hayek, Antonio Banderas, Morgan Freeman, Frank Grillo. Guión: Tom O’Connor, Brandon Murphy, Phillip Murphy. Fotografía: Terry Stacey. Música: Atli Örvarsson. Montaje: Michael J. Duthie, Jack Hutchings. Diseño de Producción: Russell De Rozario. Distribuye: BF París. Duración: 100 minutos.
Trabajar en una empresa o emprendimiento familiar suele ser problemático, sobre todo y precisamente para las relaciones familiares. Esto que es válido en muchos casos, en algunos es particularmente intenso. Sobre todo en ciertos rubros. Bernardo (Luis Machín) dirige una funeraria que funciona en la parte de atrás de su casa, separada por un jardín del hogar familiar. Bernardo manejó la funeraria junto a su padre hasta que este falleció y ahora lo hace con su esposa Estela (Celeste Gerez) quien trajo a vivir con ellos a su hija Irina (Camila Vaccarini). La familia ya viene bastante disfuncional. Estela salió de una relación infeliz con un esposo (el padre de Irina) que la controlaba y la golpeaba y de la cual salió traumatizada y sin poder aún recuperarse del todo. Irina, adolescente insatisfecha y conflictiva, en vez de solidarizarse con su madre, defiende y añora a su padre muerto en un accidente y visita frecuentemente a su abuela (la madre de éste) que la empuja aún más en esa dirección. Irina tampoco tiene mucho aprecio por Bernardo y la situación es bastante tensa e incómoda. Bernardo por su parte tiene sus problemas no resueltos con su propio padre, quien por otro lado mientras estaba vivo rechazaba violentamente a Estela e Irina y atentaba contra ellas de formas cada vez más preocupantes. Todo este panorama ya sería suficiente para dificultar la convivencia, pero además se vienen a sumar los problemas de orden sobrenatural. Y es que tanto la funeraria como la casa aledaña son escenario de constantes visitas por parte de espectros y fantasmas, algunos amigables, otros no tanto. Tal es la frecuencia de estas apariciones que la familia ya está en parte habituada a convivir con esta situación (incluso Bernardo convoca y espera algunas de estas presencias), aunque siempre dentro de un frágil equilibrio mediado por ciertas reglas a respetar y por el trabajo y “negociación” con los espíritus que realizó una bruja/espiritista amiga de Bernardo. Pero este equilibrio se está volviendo cada vez más precario, las visitas cada vez más intrusivas y sus irrupciones cada vez más agresivas. Algo tienen que ver las invocaciones a fuerzas oscuras que el padre de Bernardo realizaba, que terminaron provocando un asedio y crearon un clima de pesadilla al que la familia ya no consigue resistir. La funeraria es el primer largometraje de Mauro Iván Ojeda. Se trata de un film de terror sobrenatural del clásico subgénero fantasmas y casas embrujadas. Ojeda, a su vez guionista del film, apuesta a la generación de climas inquietantes y atmósferas ominosas antes que a la pirotecnia y el estruendo. Todo el relato está ambientado dentro de los límites de la funeraria, casa y jardín y en su mayor parte con solo los tres personajes principales en escena. Esta compresión contribuye a la sensación de claustrofobia, y tanto las relaciones quebradas entre los protagonistas como el acoso permanente al que se ven sometidos sirven para construir un clima pesado y enfermizo, espeso y asfixiante. En ese mismo sentido va también la música atmosférica y por momentos disonante de Jeremías Smith, que a veces está puesta demasiado al frente pero que en general ayuda a sostener la tensión. Con solo tres personajes mayormente en escena, gran parte del peso está sostenido por la efectividad de los actores. Luis Machín como un hombre abrumado y en cierto punto resignado, cansado y con la inquietud de que algo que hasta entonces funcionaba ahora se le está yendo de las manos. Celeste Gerez como una mujer medio aterrada, medio dopada, que no puede lidiar ni con su hija ni con su propia historia. Camila Vaccarini como una adolescente que a su crisis y su historia familiar le viene a sumar esta situación por lo menos inusual, oscilando entre la rebeldía y el horror. El común denominador para los tres es tanto la sensación permanente de alerta y miedo como el agobio, la angustia y la imposibilidad de comunicarse entre sí. Ojeda va armando el relato con paciencia y solidez durante los dos primeros tercios de película, aunque termina desembocando en una resolución apresurada y ruidosa a contramano de lo que se venía construyendo, y un final que quiere ser emotivo y queda bastante descolocado, dejando además cuestiones que se habían planteado a medias o sin resolver. Estos momentos no alcanzan de todos modos a arruinar la experiencia de un relato intenso y con climas logrados. La ópera prima de Ojeda lo muestra así como un realizador con ideas y talento para el género. LA FUNERARIA La Funeraria. Argentina, 2020. Dirección: Mauro Iván Ojeda. Elenco: Luis Machín, Celeste Gerez, Camila Vaccarini. Susana Varela. Hugo Arana. Guión: Mauro Iván Ojeda. Fotografía: Lucas Timerman. Música: Jeremías Smith. Dirección de Arte: Martín “Brujo” Conti. Diseño y Postproducción de Sonido: Pablo Isola. Producción Ejecutiva: Néstor Sánchez Sotelo. Jefe de Producción: Daniel Rutolo. Distribuye: 3C Films Group. Duración: 85 minutos.
En 2018 el realizador asiático americano Jon M. Chu dio el batacazo con Locamente millonarios, una comedia romántica que se transformó en un inesperado éxito comercial y cuya característica más sobresaliente y promocionada era la de contar con un elenco íntegramente compuesto por actores y actrices de origen asiático, sea de Estados Unidos o de los países de Oriente. Aquel film, gracias a su carácter inclusivo, consiguió un sello de progresismo para lo que no era sino una clásica historia de Cenicienta accediendo al privilegio de pertenecer. Tal fue el éxito que a Chu le encomendaron repetir la operación con otra comunidad, aunque esta vez no sea la suya. Así es como fue elegido para llevar al cine el musical In the Heights de Lin-Manuel Miranda, quien a su vez quedó a cargo de la dirección musical del film y se reservó un breve papel de vendedor de piraguas. La comunidad en cuestión ahora es la comunidad latina de Nueva York, más precisamente la que está asentada en el barrio de Washington Heights, en el extremo norte de Manhattan. Y si Locamente millonarios estaba protagonizado por chinos, filipinos, singapurenses y coreanos, aquí nos encontramos con dominicanos (mayoría en el barrio), puertorriqueños, cubanos y mexicanos. Al igual que en el anterior film las palabras clave son inclusión y representación. El protagonismo está repartido en un puñado de personajes del barrio y el denominador común son los sueños, o más bien las dificultades para alcanzarlos. Los principales son Usnavi, el dueño de una bodega (para nosotros un minimercado) que sueña con reabrir el chiringuito en la playa de República Dominicana que fue de sus padres y se lo llevó un huracán, Vanessa, una manicura que sueña con establecerse como diseñadora de modas en una zona más elegante de la ciudad, y Nina, la hija de un comerciante próspero del barrio, que fue la primera de la familia en ir a la universidad, la dejó por no sentirse integrada y busca su lugar en el mundo de regreso en su barrio. Los rodean un elenco numeroso de secundarios con problemáticas diversas pero que tienen que ver en general con la falta de oportunidades. Hay un antecedente célebre de musical con protagonistas de la comunidad latina: Amor sin barreras (1961), de la cual nada menos que Steven Spielberg está por estrenar su remake. En aquel clásico, que llevaba el concepto de Romeo y Julieta al mundo de las pandillas, se lidiaba con temas como las dificultades para integrarse de los inmigrantes pero también con la marginalidad, la pobreza y la violencia. En el barrio intenta una crítica de las injusticias y una reivindicación de la comunidad pero de una manera mucho más liviana. Claro que Nueva York ya no es la de los 60 y aún menos la violenta y quebrada de los 70, sino la gentrificada del nuevo milenio. Aquí el tema principal es la falta de oportunidades para los latinos pero ni por asomo se arriesga a ítems que impliquen sordidez o violencia. Esto en parte quizás para no estigmatizar a la comunidad, algo muy loable seguramente, pero las buenas intenciones por lo general llevan a abordajes inofensivos y raramente a relatos interesantes y a buenas películas. La del film es una comunidad integrada y solidaria, risueña y cantarina. Abundan los momentos de fiesta, sonrisas y baile. Por contrapartida, los momentos dramáticos carecen de fuerza. En el barrio se esfuerza por dar una imagen y un mensaje positivo de integración, reivindicación y orgullo que de tanta insistencia resulta sobreactuado. Así tenemos escenas como la enumeración de las grandes mujeres latinas, un discurso callejero de la periodista latina María Hinojosa o al personaje de Nina más de una vez pidiendo silencio para escuchar amorosamente el ruido de su cuadra. Todos momentos cuya función es subrayar la idea de orgullo de la comunidad. Esta carrera por cumplir con todas las agendas no le impidió sin embargo que lluevan las críticas por la falta de afrolatinos entre los personajes principales. Estamos ante la versión fílmica de un musical que debutó en 2005 y en 2008 ya estaba en Broadway. Por ende la música es la principal protagonista y, dada la temática, incluye desde ritmos latinos a pop, baladas románticas y hip hop. Los abundantes números musicales y las coreografías multitudinarias se suceden una tras otra en una seguidilla que en algún punto parece interminable. Hay ideas visuales interesantes como una bella escena de baile en las paredes de un edificio, pero todo es tan repetitivo y recargado que termina saturando, desde el despliegue de masas a los mensajes positivos acerca de seguir el camino de los sueños, el amor a la tierra y otros lugares comunes que, reconozcámoslo, pueden repeler a los más escépticos, pero también tienen un público entusiasta y ávido de mensajes de autoafirmación. En Locamente millonarios Chu nos vendió como progre y moderna una historia de ascenso social donde la protagonista terminaba integrando el mundo de millonarios que al principio rechazaba. Ahora hace una jugada similar (que ya estaba en la obra de Miranda) y nos presenta, tras una fachada de representación y orgullo latino, un elogio del emprendedurismo y una crítica al sistema lo suficientemente flexible como para que al mismo tiempo sea posible triunfar dentro de éste siguiendo sus mismas reglas. EN EL BARRIO In the Heights. Estados Unidos, 2021. Dirección: Jon M. Chu. Intérpretes: Anthony Ramos, Corey Hawkins, Daphne Rubin-Vega, Dascha Polanco, Jimmy Smits, Melissa Barrera, Leslie Grace, Olga Merediz, Gregory Diaz IV. Guión: Quiara Alegria Hudes, sobre el musical de Lin-Manuel Miranda. Fotografía: Alice Brooks. Música: Alex Lacamoire, Lin-Manuel Miranda, Bill Sherman. Montaje: Myron Kerstein. Diseño de Producción: Nelson Coates. Dirección de Arte: Brian Goodwin. Chris Shriver. Duración: 143 minutos.
El regreso de Liam Neeson en El protector de Robert Lorenz (Golpe de efecto, 2012), recuerda la expectativa de encontrarnos con su papel de Bryan Mills, el famoso personaje que interpretó en la trilogía de la venganza, iniciada en el 2008 con Búsqueda Implacable, del francés Pierre Morel; seguida por Búsqueda Implacable 2 -Conexion Estambul- (2012) y Búsqueda Implacable 3 (2015), ambas de Olivier Megaton y producidas por Luc Besson. En su nueva película, Neeson le da la espalda a Mills, al interpretar a Jim, un marine retirado, devenido en viejo ranchero que ha enviudado recientemente y le están por hipotecar su casa en Arizona. Su hijastra Sarah (Katheryn Winnick), una policía local, cuida de los excesos de Jim, mientras él delata a los indocumentados mexicanos que quieren cruzar la frontera. Mientras piensa cómo pagar su casa al vender el poco ganado que le queda, encuentra en la ruta a un niño mexicano que es perseguido por los integrantes de un famoso cartel de drogas. Al decidir protegerlo y llevárselo, el cartel jura vengarse y no parará hasta encontrarlos. Desde ese momento, Neeson, su perro y el niño huyen en una camioneta por las rutas americanas y El protector pasa a ser una road movie que gira en torno del futuro de ese niño, frente a la oportunidad que la vida les ofrece a ambos. Junto al ritmo vertiginoso y paralelo de la persecución entre buenos y malos, se va construyendo el vínculo entre el niño y Jim, quienes deben lidiar con las dificultades de provenir de dos culturas tan antagónicas. Como en muchas películas del género, las situaciones se tornan predecibles y los personajes se construyen bajo modelos estereotipados que acentúan las diferencias raciales y la intolerancia latente a lo largo del relato. Desde el inicio, el plano de la bandera norteamericana flameando junto al rancho de Jim, acompaña el perfil del ex marine y enfatiza la ideologización de un discurso que exalta los valores norteamericanos y el machismo, frente a la imagen negativa e instalada con la que se identifica a los mexicanos. En todo momento, son vistos como una amenaza de corrupción y violencia para erradicar. Si en Golpe de efecto (2012) Robert Lorenz le permitió a su protagonista, Clint Eastwood (a quien le produjo varias de sus películas), demostrar que a pesar de retirarse del béisbol, seguía teniendo el ojo y la vigencia para descubrir talentos; con el personaje de Jim, hace algo similar, cuando le da la oportunidad de redimirse con sus acciones, y extraer el humanismo del marine que lleva adentro. La historia de El protector no tiene nada nuevo para ofrecernos porque todo en ella parece arcaico, racista y reiterado. Tampoco salva la presencia de Neeson, en un papel que nos deja sabor a poco. EL PROTECTOR The Marksman. Estados Unidos, 2020. Dirección: Robert Lorenz. Guion: Chris Charles, Danny Kravitz, Robert Lorenz. Intérpretes: Liam Neeson, Katheryn Winnick, Teresa Ruiz, Juan Pablo Raba, Dylan Kenin, Luce Rains, Jacob Perez, Dominic Cancelliere. Música: Sean Callery. Fotografía: Mark Patten. Duración:108 minutos.
El conjuro, dirigida por James Wan en 2013, es no solo una de las películas de terror más relevantes del presente milenio, es además responsable en buena medida del auge del terror sobrenatural de la última década, punto de partida de una saga en expansión y un fenómeno comercial cuyos números la consagran como la segunda más exitosa franquicia de terror, solo superada por Godzilla. Esta serie/franquicia consta de un tronco principal con las películas de El conjuro protagonizadas por el matrimonio Warren, basados en una pareja real de investigadores paranormales y los casos en lo que estos efectivamente actuaron, y por otro lado una serie de spin offs que profundizan (ya sin los Warren) en la historia de algunos de los casos que aparecieron en la saga principal en segundo plano (las hasta ahora tres películas de Annabelle y La Monja de 2018) o relacionados a su vez con algún personaje de la serie como La maldición de la llorona (2019), que fue la última en incorporarse a lo que ya es un universo ficcional. En todo este conjunto, Wan, suerte de George Lucas del horror, funciona como mente maestra, productor y en algunos casos autor de las historias o del concepto, y reservó para sí la dirección de las películas de la serie principal. Eso hasta ahora, ya que en El conjuro 3: El diablo me obligó a hacerlo delega esta responsabilidad en Michael Chaves, quien fuera a su vez el director de La maldición de la llorona, con lo que todo queda más o menos en casa. Esta tercera entrega encuentra al matrimonio de Ed y Lorraine Warren (Patrick Wilson y Vera Farmiga) enfrentados a un caso de posesión diabólica. Después de un exorcismo particularmente violento, la entidad maligna que posee el cuerpo de un niño acepta el sacrificio que le propone el novio de la hermana adolescente y abandona su presa para entrar en él. Alivio para el niño y comienzo de la pesadilla para el joven, quien después de unos días bastante perturbadores corona la temporada con un asesinato salvaje bajo la influencia de la posesión demoníaca. No es algo muy sencillo de explicar a la policía o a un jurado y, obviamente el joven termina preso, juzgado por asesinato y esperando una sentencia que podría ser de muerte. Los Warren, testigos de los hechos y conocedores de la verdad, se ponen a investigar el origen de la posesión con la idea de salvar al muchacho de la silla eléctrica convenciendo al jurado de que hay un demonio metido en el asunto. En el transcurso de la pesquisa se van encontrando con evidencias de una maldición en proceso que podría elegir a uno de ellos como nuevo blanco. Si las dos anteriores películas de la serie se inscriben en el subgénero de fantasmas y casas embrujadas (Haunted es el término inglés más preciso), esta tercera cambia de rubro y se mete de lleno en el de posesiones, satanismo y terror religioso (para ahondar en el asunto véase nuestro Top 5 de Terror Religioso). Aquí uno de los principales modelos es El exorcista (1973), una influencia que el film explicita de entrada con un plano que reproduce el célebre afiche del film de William Friedkin. Pero si aquellas dos primeras películas de la franquicia (sobre todo la primera) se convirtieron en referentes del subgénero que abordaban, en esta ocasión el film que nos toca no pasa de un exponente menor que difícilmente deje huella. James Wan es responsable también de otras sagas en las cuales asumió el rol de director en los primeros capítulos. Pasó con El juego del miedo, de la que dirigió el primer film (el único que sirve) y con La noche del demonio en las que se hizo cargo de los dos primeros. En ambos casos, el bajón de calidad cuando Wan dejó el puesto es notorio, lo cual puede ser un elogio para él como realizador pero no habla bien de la calidad de las secuelas. En el caso de El conjuro esta historia vuelve a repetirse y el tercer episodio está bastante por debajo de sus antecesoras y está más cerca del nivel bajo o apenas correcto de los spin offs que de la saga principal que hasta ahora venía con una vara mucho más alta. El film es por momentos entretenido y funciona mejor cuando Chaves trata de explorar algunos elementos más sutiles y atmosféricos que fueron marca de la serie y parte de su éxito (unos dedos extraños que se asoman y confunden entre los anillos de una cortina de baño, una escena bastante aterradora en una morgue) pero estos son los menos y en general se entrega a un despliegue bombástico en el que el terror está ausente y solo queda el ruido. Uno de las características interesantes de la serie es que los Warren, especialistas en lo suyo y autoridades en la materia, no son sin embargo infalibles ni completamente seguros de sí mismos y ya han exhibido sus vacilaciones e inseguridades, sus miedos y sus heridas abiertas. En esta tercera parte están más vulnerables que nunca, tanto física como mentalmente, lo cual agrega una tensión extra y da la oportunidad de lucimiento a los siempre efectivos Wilson y Farmiga. Pero esta cuestión se transforma también en un arma de doble filo porque, está bien, ya en los films anteriores había momentos grasas, pero es aquí donde terminan de imponerse y la cursilería más ramplona toma el final por asalto gritando que el amor es más fuerte y haciéndonos advertir con tristeza que el terror ya no vive aquí. EL CONJURO 3: EL DIABLO ME OBLIGÓ A HACERLO The Conjuring: The Devil Made Me Do It. Estados Unidos, 2021. Dirección: Michael Chaves. Intérpretes: Vera Farmiga, Patrick Wilson, Ruairi O’Connor, Sarah Catherine Hook, Julian Hilliard, John Noble, Eugenie Bondurant, Shannon Kook. Guión: David Leslie Johnson-McGoldrick, sobre una historia de James Wan y David Leslie Johnson-McGoldrick. Fotografía: Michael Burgess. Música: Joseph Bishara. Edición: Peter Gvozdas, Christian Wagner. Diseño de Producción: Jennifer Spence. Producción: Peter Safran, James Wan. Producción Ejecutiva: Richard Brener, Michael Clear, Michelle Morrissey, Dave Neustadter, Victoria Palmeri, Judson Scott. Distribuidora: Warner Bros. (New Line). Duración: 112 minutos.
Cecilia es docente universitaria, enseña sociología en la Facultad de Sociales, es separada, vive en una casa del Conurbano con su hijo en edad escolar y tiene una mujer, Nebe, que va a trabajar algunos días a su casa. Nebe tiene un hijo adolescente, Kevin, morocho, con gorrita y portación de rostro, carne de cañón ideal para ser hostigado por la policía, cosa que efectivamente sucede. Una noche de tormenta Kevin toca la puerta de la casa de Cecilia, parece que está en problemas y se nota cierto apremio. Cecilia se asusta, se esconde y no abre. Kevin se va. Al otro día está en las noticias: Kevin desapareció y los vecinos sospechan de la policía. Más tarde su cuerpo es encontrado en el río. A partir de ese momento la realidad de Cecilia se transfigura, no solo por la culpa, por lo duda de si podría haber evitado esa muerte, sino también porque algo que podría ser el fantasma de Kevin empieza a rondarla y mandarle señales. Como en su anterior film, La larga noche de Francisco de Francisco Sanctis (2016, codirigido junto a Andrea Testa), Francisco Márquez toma elementos del cine de género en un contexto social realista para una historia de clima enrarecido. Narrada en principio en un tono naturalista, con el transcurso del relato entran en juego atmósferas propias del thriller y el cine de terror a medida que la realidad de su protagonista empieza a tambalear. En este, su primer largo de ficción en solitario, Márquez juega con cierta ambigüedad en cuanto a lo real de lo que representa, porque si bien por momentos parece claro que hay algo de lo sobrenatural en juego, también es cierto que la percepción que tiene Cecilia del entorno está bastante alterada y, como vemos los acontecimientos desde sus ojos, la realidad se nos presenta cada vez más extraña. Al igual que en La larga noche…, acá tenemos a una protagonista corriente a quien una circunstancia extraordinaria la pone en una encrucijada que la cuestiona. Cecilia es una intelectual progresista, que lee a Foucault, es bienintencionada y solidaria (como se desprende de una escena del comienzo) pero también tiene miedo y una decisión o falta de esta puede tener para ella consecuencias inmanejables. Se trata de un film sobre la culpa, sobre la culpa burguesa incluso, pero sin intentar juzgar sino intentar entender a un personaje a quien se le viene abajo gran parte de sus certezas sobre si misma y sobre la realidad. La vamos acompañando en sus dudas e incertidumbres a la vez que empezamos a percibir como su comportamiento y reacciones son cada vez más erráticas. Elisa Carricajo hace una interpretación intensa que transmite de manera convincente ese periplo emocional con toda su fragilidad y complejidad, a la vez que el film expone temas sociales actuales y relevantes de manera sutil y en un formato original. Reseña publicada en oportunidad de la cobertura de la 35 edición del Festival de Mar del Plata (2020). UN CRIMEN COMÚN Un crimen común. Argentina, 2020. Dirección: Francisco Márquez. Intérpretes: Elisa Carricajo, Cecilia Rainero, Mecha Martínez, Eliot Otazo y Ciro Coien Pardo. Guion: Francisco Márquez y Tomás Downey. Productoras Ejecutivas: Luciana Piantanida y Andrea Testa. Director de Fotografía: Federico Lastra. Directora de Arte: Mariela Ripodas. Director de Sonido: Abel Tortorelli. Montajista: Lorena Moriconi (EDA). Distribuidora. Cinetren. Duración: 96 minutos.
Las sagas literarias de Young Adult son uno de los tesoros más deseados para adaptar al cine en el Hollywood del presente milenio, no solo por la popularidad que arrastran sus libros y autores (y que se extiende a un público más amplio del que la etiqueta sugiere) sino también por la posibilidad de conseguir uno de los logros más preciados hoy en la industria: una franquicia, la cual se puede extender hasta 3, 4 o más películas, con posibilidad de precuelas, spin offs o lo que la voluntad, la recepción y las posibilidades de estirar permitan. De este lote, las sagas de ciencia ficción distópica con problemática adolescente y protagonistas idem están en el podio. Así es que cada tanto vemos surgir un primer capítulo de lo que pretenden ser los próximos Juegos del hambre y tenemos entonces los Maze Runner o los Divergente, entre otros, con resultados y suerte variada. Caos: el Inicio pertenece a este mismo grupo y ya el título local delata sus intenciones. Basada en el primer libro de la saga Chaos Walking de Patrick Ness, que fue traducido al castellano como “El cuchillo en la mano”, presenta un escenario distópico en una colonia de un planeta colonizado por humanos hace ya un par de generaciones. La particularidad que tiene este planeta es que en su atmósfera se produce un fenómeno conocido como “el ruido”, que hace que los pensamientos se exterioricen y sean accesibles para cualquiera que esté cerca y pueda oírlos o verlos según la cualidad verbal o visual del pensamiento. Esto es algo bastante incómodo, y en algunos casos inconveniente, y parte de la adaptación de los nuevos colonos y del crecimiento de las nuevas generaciones consiste en poder dominar esta cualidad que, bien manejada, también puede usarse como instrumento. Otra cuestión problemática es que “el ruido” solo afecta a la población masculina, mientras que las mujeres están por completo inmunes al fenómeno, otra fuente previsible de conflicto y desconfianza. Todd (Tom Holland) vive en las afueras de un pueblo de la zona colonizada. Es un joven huérfano ya que todas las mujeres del pueblo murieron hace un par de décadas de una manera que no vamos a contar acá. En este emplazamiento puramente masculino gobernado por el Mayor Prentiss (Mads Mikkelsen), un líder carismático que maneja el ruido con verdadero talento, cae por accidente una nave exploradora proveniente de una nave nodriza. La única superviviente del accidente es Viola (Daisy Ridley). El Mayor ve en ella, o más bien en la nave que se aproxima, la oportunidad de obtener un medio de abandonar el planeta y para eso necesitan secuestrar la nave e impedirle a Viola avisar a sus compañeros. Cuando advierte esas intenciones, Viola huye del lugar ayudada por Todd, quien va a también a descubrir oscuros secretos en la historia de la colonia. La premisa parece interesante y original y ya viene del material de base. Su puesta en escena y desarrollo en el film ya no lo es tanto. El “ruido” es representado como una suerte de humo que rodea al personaje, el continuo parloteo de los pensamientos se pone algo exasperante y está mejor resuelto en el caso de los pensamientos visuales que permiten cierto juego con lo real. El personaje de Todd tiene cierta complejidad en tanto la situación lo lleva a un necesario crecimiento, mientras el personaje de Viola es bastante plano. Mads Mikelsen está bien como siempre, aunque su villano le sale de taquito, mientras tenemos otro antagonista en la figura de un predicador que resulta bastante ridículo. Si hay algo que distingue un poco a la propuesta es el hecho de introducir en este marco temas de género que están en la agenda contemporánea como la misoginia, los femicidios y, sobre todo, el tema de la masculinidad, presentada como una disyuntiva entre una masculinidad tóxica (El Mayor les dice a Todd que los hombres “tienen que matar”, Todd se la pasa repitiendo a sí mismo “Sé un hombre”) y la posibilidad de otro tipo de masculinidades. El planteo no está hecho de manera muy sutil, pero en todo caso no tenemos un personaje declamando el mensaje. Chaos: El inicio parece una apuesta fuerte. Tenemos al frente como pareja protagónica a representantes de los dos tanques principales de la factoría Disney: el Spiderman del universo cinemático de Marvel y la Rey de la tercera trilogía de Star Wars. El director Doug Liman es un realizador prolífico e irregular, de quien podemos destacar una muy buena película de ciencia ficción como Al filo del mañana (2014), y señalar que ya tuvo éxito en lanzar una saga al dirigir Identidad desconocida (2002), la primera película de la serie Bourne, y fracasó en lanzar otra con Jumper (2008). Los resultados de esta Chaos Walking no parecen muy alentadores. Habrá que ver si se convierte en el primer capítulo de la deseada franquicia o un arranque en falso, debut y despedida. CAOS: EL INICIO Chaos Walking. Estados Unidos, 2021. Dirección: Doug Liman. Intérpretes: Daisy Ridley, Tom Holland, Mads Mikkelsen, Demian Bichir, David Oyelowo, Kurt Sutter, Nick Jonas. Guión: Patrick Ness, Christopher Ford. Basado en la novela de “El cuchillo en la mano” de Patrick Ness. Fotografía: Ben Seresin. Música: Marco Beltrami, Brandon Roberts. Montaje: Doc Crotzer. Dirección de Arte: Carolyne de Bellefeuille, Daran Fulham, Nicolas Lepage, Justin O’Neal Miller. Producción: Doug Davison, Erwin Stoff, Alison Winter, Allison Shearmur: Producción Ejecutiva: Ray Angelic, Erik Feig, Michael Paseornek, Patrick Wachsberger, Diseño de Producción: Dan Weil. Duración 109 minutos.
Rusia, y antes la Unión Soviética, no han tenido una gran tradición de cine de terror. Sí la tienen de ciencia ficción, tanto en literatura como en cine, pero en cuanto a cine fantástico y de terror, uno puede apenas reunir un puñado de exponentes. Lo sobrenatural no estaba bien visto en los tiempos del Realismo Socialista, salvo para los cuentos infantiles, y la estela de esta sospecha parece haber perdurado más allá de la caída de la URSS. Sin embargo los tiempos cambian como también las tendencias, y así como la tradición de ciencia ficción continúa vigente hasta estos tiempos donde hasta hemos podido ver este mismo año estrenos locales de películas como Invasión: el fin de los tiempos (2020) o Sputnik (2020) que mezcla la ciencia ficción con elementos de terror, algunos realizadores rusos se le animan al terror puro. Es el caso de Ivan Minin que hace su debut con La leyenda de la viuda. El film comienza con un fragmento en forma de documental televisivo acerca de una leyenda que tiene aterrorizados a los habitantes de una zona de densos bosques al norte de San Petersburgo: la leyenda de la viuda, una mujer que mató a su marido y fue ejecutada por los habitantes de su aldea, quienes le rompieron las piernas y arrojaron a un pozo en medio del bosque. La leyenda es antigua aunque no tanto, desde “antes de la guerra” menciona más tarde un personaje, pero desde hace algunas décadas se producen desapariciones misteriosas en el bosque cuyos asustados lugareños le atribuyen a la venganza de la viuda. En esta introducción vemos entrevistas a los pobladores de la zona que manifiestan su reticencia a meterse en el bosque y un informe acerca de un grupo de rescatistas que se dedica a buscar personas extraviadas, con una periodista haciendo reportajes y copetes in situ. Esto sitúa de entrada al film en el terreno del Falso Found Footage, un recurso narrativo que desde el principio del milenio viene siendo utilizado con frecuencia, sobre todo en el cine de terror, y que a pesar de que viene dando muestras de saturación o agotamiento, cada tanto da alguna muestra de que se puede hacer algo interesante con él (véase nuestro Top 5 de Falso Found Footage de los últimos 10 años). No sería el caso de La leyenda de la viuda, que puede ser usada como ejemplo por quienes pregonan su vejez prematura, ya que usa todos los lugares comunes de la manera más plana y previsible. A poco de acabado el informe, la periodista acompaña al grupo de rescatistas en la búsqueda de un adolescente extraviado. El grupo sale a bordo de una camioneta Van rumbo al medio de la espesura y se va a encontrar con la confirmación de todos los temores locales. Allí vemos que el film no es capaz de sostener el recurso que plantea desde el principio. La periodista documenta la misión con su cámara que, como es de rigor, va acompañando a los rescatistas en cada movimiento. Pero el relato va alternando entre las imágenes que filman los protagonistas y una cámara “objetiva” que se sale del formato Found Footage, con lo cual resulta en un híbrido insatisfactorio entre el falso documental y el relato convencional que no conforma ni convence y anula gran parte del efecto de inmersión e identificación que el formato proponía. Aún a pesar de esta reticencia a jugar por completo con las reglas del formato, la opera prima de Minin se deja influenciar o rinde homenaje (elija la opción que más le convenza) por The Blair Witch Project (1999), el film que dio el puntapié inicial a la tendencia, y del cual toma una premisa argumental muy similar, trata de replicar atmósferas y presenta imágenes que parecen un intento de reproducción: corridas por el bosque en medio del pánico, amuletos e inscripciones con las que los protagonistas se topan de repente, una cabaña abandonada en el medio de la nada y hasta una de las víctimas en una suerte de trance arrinconada de espaldas contra una esquina de la casa (pensémosla como un guiño). Por supuesto, el efecto de aquel referente es imposible de reproducir, y Minin tiene que conformarse con ir sugiriendo la idea de inexorable encerrona, el clima de desconfianza entre los protagonistas y unos pocos sustos no muy efectivos. Un saldo modesto en una propuesta que se queda a mitad de camino. Reseña publicada en oportunidad del estreno en salas el 11/03/2020. LA LEYENDA DE LA VIUDA Vdova. Rusia, 2020. Dirección: Ivan Minin. Elenco: Viktotiya Potemina, Anastasiia Gribova, Margarita Bychkova, Ilya Agapov, Aleksey Aniskin, Konstantin Nesterenko, Oleg Chugunov. Guión: Natalya Dubovaya, Ivan Kapitonov, Ivan Minin. Fotografía. Maksim Mikhanyuk. Música: Maksim Mikhanyuk. Producción: Ivan Kapitonov, Svyatoslav Podgaevskiy, Vadim Vereshchagin, Aleksandr Yemelyanov. Producción Ejecutiva: Inna Lepetikova. Diseño de Producción: Andrey Budykin. Duración: 80 minutos.
ntre 2015 y 2017 la realizadora Jazmín Carballo siguió con su cámara a Anastasia Amarante, una joven aspirante a cantante a quien había conocido durante la producción de un videoclip. Anastasia en aquel momento acababa de salir de la escuela secundaria, encaraba estudios universitarios y trataba de dar forma a su sueño de convertirse en una estrella pop. La directora de Los besos (2015) acompañó a Anastasia en su vida cotidiana y también a su madre, Cecilia, quien oficia a la vez de manager de su hija. El resultado de estos dos años de relación y recolección de material es La cima del mundo, segundo largometraje y primer documental de la directora cordobesa. El documental aborda principalmente dos líneas que a su vez están íntimamente ligadas. Por un lado los esfuerzos de Anastasia para insertarse en el mundo de la industria musical a la que todavía mira desde afuera con deseo de pertenecer. En ese sentido la observamos mientras ensaya, compone, se prepara para un show, canta en algún evento o sufre por una actuación que se cancela. Y hay otra línea que es la de la relación con su madre, la otra protagonista del film, una relación a veces amorosa, a veces conflictiva, a veces de cierta complicidad, y que está atravesada por esta doble función de representante y madre cuya línea divisoria tiende a desdibujarse con frecuencia, pero que a la vez es una relación que en lo esencial no es muy diferente a otras que tenemos el atrevimiento de llamar normales. Cecilia también fue cantante, principalmente en coros, como Anastasia le relata a un músico amigo a quien también le cuenta que su madre no siguió en ese camino por no poder soportar la presión del escenario. Una revelación que hace pensar de inmediato en alguna forma de compensación por la que Cecilia trataría de vivir a través de su hija la vocación que se negó a sí misma. No hay mucho en el documental que venga a corroborar esa teoría. La relación de Cecilia con respecto a la carrera de su hija es bastante más relajada de lo que lo anterior haría suponer, si bien es cierto que a veces puede ponerse intensa. Cecilia le da a veces consejos polémicos como que siempre hay que complacer al público, le brinda advertencias inquietantes como que ahora tiene tiempo pero que empiece a preocuparse cuando llegue a los 30, o la reta con severidad porque llega tarde y borracha de un boliche con la posibilidad de dañarse la voz. En cualquier caso, esos retos lucen más de madre que de manager y la tensión entre ambas va y viene, pudiendo pasar de una discusión como la antes mencionada a una situación de relax y complicidad donde ambas se ponen a cantar juntas Top of the World, la canción de The Carpenters que además da título al film. El documental de Carballo no intenta explotar conflictos intensos sino reflejar emociones, más cotidianas, universales y reconocibles como el amor, la ansiedad, el deseo y el miedo. La cámara operada por la misma realizadora acompaña a cierta distancia, registrando y evitando en lo posible ser intrusiva. La sensación que a veces se tiene es la de estar compartiendo el espacio con madre e hija como un observador no participante pero cercano. Los únicos momentos en que la protagonista actúa de manera evidente o se muestra consciente de estar en una película es a través de algunos offs donde cuenta sueños y reflexiones. Anastasia quiere ser una estrella pop en la línea de Britney Spears, Miley Cyrus o Ariana Grande y se produce con esa imagen, pero también es una chica que está saliendo de la adolescencia con unas cuantas presiones y desafíos, y lo que uno puede ver, y es lo que a Carballo le interesa, es su vulnerabilidad, sus ilusiones e inseguridades, su incertidumbre ante el futuro, su deseo de triunfar y el miedo a no conseguirlo o de no ser lo suficientemente buena. La vida y la carrera de Anastasia tuvieron otras instancias después del rodaje que algunos conocerán o que un espectador curioso puede averiguar por su cuenta. El documental de Carballo retrata estos dos años que en el film parecen transcurrir en un tiempo continuo y presente, como la trastienda de lo que podría ser el comienzo no exento de obstáculos de una carrera artística. Una mirada íntima y empática a la vida de una joven en un momento particular de transición y crecimiento. LA CIMA DEL MUNDO La cima del mundo. Argentina, 2019. Dirección: Jazmin Carballo. Elenco: Anastasia Amarante, Cecilia Cavotti. Guión: Jazmín Carballo. Cámara: Jazmín Carballo. Postproducción de Color: Bárbara Cerro, Santiago Troccoli. Dirección de Sonido: Marcos Zoppi, Emiliano Biaiñ. Montaje: Lorena Moriconi. Producción Ejecutiva: Sebastián Muro. Duración: 60 minutos.