El Defensor del “Cinema de Qualité” Hoy en día el cine de época, o peyorativamente hablando, “ el cinema de qualité”, término adjudicado a François Truffaut, que irónicamente, se dejó tentar por los textos románticos de fines del siglo XIX para filmar en 1968, Las Dos Inglesas, se encuentra atravesando un cierto tipo de “crisis”. Mientras que un sector popular de la audiencia (léase, los adolescentes y veintiañeros hasta cuarentones) buscan adrenalina, efectos especiales, cuerpos y rostros artificiales made in Hollywood, lo cual no es sorprendente ni novedoso, el séctor más cinéfilo, ávido de encontrar experiencias vanguardistas e influido por un movimiento elitista de críticos, que se creen “modernos por desdeñar lo clásico” ha decidido discriminar completamente cada nuevo estreno comercial situado históricamente en Europa desde fines del siglo XVIII hasta principios del XX. Otra vez el término “cinema de qualité” se infiltra despectivamente en las filas de espectadores que se encaminan a las boleterías, como si fuera el rumor de la llegada de la peste a las salas porteñas. Pero los directores todavía no renuncian a realizarlas. Si bien se trata de un grupo selecto de cineastas cuyas edades superan las 6 décadas, lo más sorprendente es que todavía, y a pesar de haber críticas encontradas, distribuidores locales aun creen que puede haber “algo” en estas producciones que le llamará la atención al público adulto. Y estrenarla en medio de las vacaciones de invierno, es una movida riesgosa, pero bastante calculada en sí. Veamos, las pantallas están dominadas por los tanques hollywoodenses que apuntan a un público infantil / adolescente, por lo tanto, si películas como Cheri, obviamente no se van a colar entre los primeros lugares de la taquilla semanal, al menos garantizan llevar mayor público que en otras épocas del año, debido a que no está la competencia adulta (léase un público mayor de los 50 años) desarrollada para competir contra los tanques. Así que, por descarte, este público va a preferir ver un “cinema de qualité” en vez de… digamos, Eclipse o Shrek. Y lo mejor de todo es que aquel que no esté influenciado por la crítica ombliguista e ignorante que no reconoce el arte dentro de estas producciones para no ir en contra de la corriente, puede sorprenderse con una más que digna obra cinematográfica. Quedan pocos Frears, quedan pocos Taverniers en el mundo. Es mejor mirar al futuro, a Pandora, que al viejo continente, que trajo todos los males a América. Sin embargo, admito que para disfrutar Cheri, hay dos factores a tener en cuenta: 1- A uno le tiene que gustar el cine “victoriano”. No hay nada que hacerle, si el espectador tiene en la cabeza, que todo cine “antiguo” es aburrido… se va a aburrir. 2- Uno debe entender la línea iróníca de Stephen Frears. Stephen Frears (Inglaterra, 1941) es un realizador que siempre ha sabido mecer sus relatos en la fina línea del melodrama con la ironía (mal denominado comedia), el sarcasmo y la crítica hacia la nobleza y burguesía europea y/o estadounidense. Es un director que no hace dos películas iguales seguidas, y en donde sus personajes van sacando sus capas y sus máscaras paulatinamente para desnudar almas hipócritas, bestias que marcan el rumbo hacia el abismo. La ironía y la soberbia no los van a salvar de la desazón, y la frialdad y supuesta ingenuidad de su carácter, tampoco. Es en esa fina línea de la sátira y la amargura en donde se movían justamente sus mejores piezas: Mi Hermosa Lavandería, Relaciones Peligrosas, Ambiciones Prohibidas, Héroe Accidental, Negocios Entrañables, La Reina. Otras fueron más sutiles y superficiales como Mrs Henderson Presenta, El Secreto de Mary Reilly. Pero también, Frears ha sabido como moverse en terrenos menos oscuros y pretenciosos, encarar historias más afines, con la misma sutileza, un toque especial, una elegancia formal, y gran sentido del humor, como son esas dos magníficas obras llamadas La Camioneta y Alta Fidelidad, a esta altura un clásico de las comedias románticas contemporáneas, con uno de los más honestos trabajos de John Cusack. Versátil, pero fiel a su estilo, Frears ha podido construir una carrera ejemplar, y varias veces, subestimada. Cheri, reúne a Frears con el guionista Christopher Hampton, un especialista en adaptaciones de época (Carrington, El Agente Secreto) como de obras más contemporáneas (Eclipse Total), que ha tenido un terrible traspié cuando vino a filmar Imaginando Argentina con Emma Thompson y Antonio Banderas. Cheri se basa en las novelas “Cheri” y “El Fin de Cheri”, escritas por la novelista parisina Colette, conocida por Gigí (llevada a la pantalle en 1958 por Vincente Minelli) y la saga de novelas de Claudette, también llevadas a la pantalla. Cheri es una crítica mordaz a la sociedad francesa de fines del siglo XIX y principios del XX. Una mirada irónica a la falsedad de los sectores opulentos, previos a la Primera Guerra Mundial. Nos muestra a Lea (Pfeiffer) una cortesana (prostituta de lujo, de reyes, ministros y condes) quien tenía prohibido enamorarse hasta que decide instruir sexualmente al aburrido hijo de una ex rival (Bates). Cheri, (Friend) es un joven frío, que solo se muestra inspirado cuando está bajo la tutela de Lea. Pronto ambos pasan de tener una relación protocolar, a tener una romántica, donde la diferencia de edad no será, en principio, un contratiempo. El problema llega, cuando la madre de Cheri, decide casarlo con la opulenta (e inexperta) hija de otra cortesana. Por supuesto, para mantener la hilacha millonaria. Esto provocará una crisis interna de parte de Lea, que deberá asumir, que a cierta edad, la diferencia generacional, puede interceder en el futuro de una pareja. A través de personajes inexpresivos, exagerados, falsos, Frears compone una pintura de época casi excepcional. Los matices de Lea y Cheri se van abriendo como capas de cebolla. Esto no son solamente méritos de Hampton a la hora de llevar y humanizar los personajes de la novela a la pantalla sino también de dos soberbios intérpretes como Michelle Pfeiffer, que a los 50 años, se encuentra más bella que hace 20, que ha sabido madurar y aceptar su edad, sin perder su encanto ni refinamiento. Que ha superado los estereotipos impuestos por el cine hollywoodense industria, se ha independizado y profundizado su carácter interpretativo, dándonos una actuación que debería haber sido tomada más en cuenta en las entregas de premios del 2009. Su sonrisa maliciosa, su mirada frágil y el trabajo de la voz en cada gesto. Conmueve cada vez que se mira al espejo y se toca las verrugas de la cara. Su personaje parece irónicamente un pariente de la Marquesa de Merteuil interpretada por Glenn Close en Relaciones Peligrosas, del que ella misma interpretó en la misma película, por lo tanto la elección parece natural: la alumna se vuelve profesora. No está joven, lo admite pero lo suelta, porque acerca de la juventud, el deseo y el paso del tiempo trata Cheri. Friend (que se ha destacado en La Joven Victoria), como el personaje que da título a la obra logra ser verosimil en esta actitud de joven engreído, mimado y depresivo, que busca experiencias románticas novedosas. Una suerte de joven Conde de Valmont. Su rostro es pálido como vampiro salido de una novela de Ann Rice. Pero logra estar a la altura de Michelle Pfeiffer (varios lo envidiamos por tener que compartir la cama con ella). Por otro lado, Kathy Bates cumple con creces su odioso personaje. Aunque no se aleja demasiado del que interpretaba en Solo un Sueño. Una pequeña obra de cámara, una obra de teatro, a la que se le puede acusar de no ser pretenciosa ni superar el cáliz de cuento. Se queda chica narrativamente, para tanto despliegue de producción. Se destacan la fotografía de Darious Khonji, el arte de Alan MacDonald y el diseño de vestuario de Consolata Boyle para crear una atmósfera impresionista netamente inspirada en las pinturas de Renoir, Toulousse-Loutrec, Klimt o Monet, entre otros. Ya se trate de la caracterización de personajes, elección de actores, paleta de colores (mucho verde, rojo y tonos grises pálidos para los rostros) o la ambientación de los escenarios. Inclusive cinematográficamente uno encuentra referencias del Visconti de Il Gatopardo o Muerte en Venecia. Frears decide no situarlo en una época dada, sino armar en torno a los artefactos, a las creaciones de la segunda revolución Industrial. Sin duda, si Relaciones Peligrosas, con su magistral y meticulosa puesta en escena es objeto de análisis de estudiantes de dirección de arte, Cheri, no se aleja de este modelo y puede ser analizada desde diferentes puntos de vista visualmente. La forma en que la luz del Sol entra por las ventanas o impacta sobre los rostros es fascinante. Los amantes de la pintura pueden encontrar en esta obra lo que los cinéfilos encuentran en una película de Tarantino. No se trata de una obra épico, inmortal que será recordada sobre otros trabajos de Frears, pero sí es un trabajo noble, honesto y sin duda sobrevalorado. Para rendirle tributo a Renoir (el director) y Truffaut, Frears incluye a un narrador (él mismo pone la voz) para enfatizar el carácter cínico de la obra, con la frialdad, y el típico tono sádico, de disfrutar los males que asemejan a los personajes, que es un emblema de la cultura inglesa. La combinación de una narración sólida y dinámica (un montaje a buen ritmo y su breve duración impiden el aburrimiento), excelentes interpretaciones, personajes profundos, no obvios en actitudes, una puesta en escena perfeccionista, cálida, encuadres simétricamente ejecutados acompañados por una soberbia, y emotivamente contagiosa banda sonora a cargo de Alexander Desplat dan como resultado final en Cheri, una obra refinada, astuta, que se mueve en contra de los cánones cinematográficos contemporáneos, a pesar de respirar clasicismo por cada poro. Aquellos que defendemos y disfrutamos del “cinema de qualité”, tenemos razones de sobra para agradecer a Stephen Frears, Christopher Hampton y equipo, por otra obra preciosa. Como siempre digo, para entender el futuro, a veces hay que seguir mirando el pasado.
Oliveira Cézar comenzó dentro del cine argentino como directora con la discreta La Entrega hace unos años atrás. La película pasó como una más por la cartelera porteña, sin pena ni gloria. Pero ganó notoriedad gracias al interesante trabajo realizado en Como Pasan las Horas , una versión nacional de Madre e Hijo de Sokurov, con un trabajo fotográfico notable. Con Extranjera empezaría la transposición moderna de obras clásicas griegas. Esta se basaba en Ifigenia en Aulide de Eurípides. El Recuento… toma el mito de Edipo, pero esta vez se trata de un producto menor. Un muchacho llega de Francia a un fábrica en el interior del país. En la ruta, tuvo un problema con su coche, lo que provocó que accidentalmente, otro auto se saliera de la banquina y se incendiara al costado del camino. Su ocupante, era el dueño de la fábrica, y el muchacho debe hacer la auditoría de cómo sacar la fábrica a flote, para que esta no tenga que cerrar. La viuda del dueño de la fábrica (Eva Bianco), al principio desconfía del joven que parece querer quitarle el poder, pero pronto terminarán teniendo una relación secreta, donde el hermano de ella, inspirará sospechas acerca del origen del muchacho, el verdadero origen. El que conoce la obra de Sócrates entenderá todo desde el primer minuto. El problema de la película es que detrás de una puesta en escena demasiado prolija, una fotografía muy cuidada, excelente uso de los recursos fuera de campo y planos secuencia, la historia es muy vaga. No hay potencia dramática. El tono es demasiado austero y solemne. El clima denso no le juega a favor. Las actuaciones están demasiado controladas. La directora no permite (a excepción de Bianco que tras Los Labios, vuelve a brillar en el BAFICI) que los personajes respiren con identidad propia y el elenco cuasi desconocido hace lo que puede con ese control. Marcelo D’ Andrea como el hermano, es un personaje que empieza muy bien y siniestro, pero aparece completamente desaprovechado en el final. Si vieron Dos Hermanos, donde Antonio Gasalla hace una histriónica y descomunal declamación del final de Edipo sabrán que el final de la obra es realmente muy potente. Ines de Oliveira Cézar decide suprimirlo de la película directamente, cometiendo el último grave error de esta película que podría haber sido mucho más interesante que lo que termina siendo. Demasiados temas mezclados (inclusive sobrevuele el fantasma de la dictadura) pero con poca profundidad narrativa. Una desilusión.
Tocando el cielo, desde lo profundo del mar Muchos se acordarán de Jacques Perrin como la versión adulta de Totó en Cinema Paraiso o el adulto Pierre de Los Coristas, pero más allá del intérprete versátil que ha demostrado ser a lo largo de sus 50 años de carrera, Perrin se ha consolidado como uno de los productores más eficientes del cine francés (desde Z hasta Estado de Sitio, ambas de Costa-Gavras), y ha logrado sorprender como un visionario documentalista ambiental / ecológico. Varios críticos han caído en la trampa de clasificar Océanos, como un producto impersonal de Discovery Channel y Disney, en la rama de La Tierra. Incluso, yo mismo he creído esto, por lo cual desistí de ir a verla a en la función para la prensa (por favor, está el mundial). Grave error. Océanos, a diferencia de los documentales hechos por canales geográficos (llámese Discovery o National Geographic) no nos presenta familia de animales siendo documentados durante un año (en realidad son varios, pero ficcionalizan el relato) con imágenes “tiernas” para que los chicos puedan sentir empatía por dichos animalitos. El precepto de estar doblada al español puede ser engañoso. Si bien el propósito de Perrin y su co director, Cluzaud, es claramente concientizador y didáctico, el tratamiento narrativo y visual es realmente demasiado impactante, y realista para ser exhibido por menores que sean impresionables. Y está bien que así sea. No se debería ficcionalizar la naturaleza. Demasiado mano mete el hombre sin la cámara para tener que armar un argumento humano y familiar alrededor de la fauna marina. Perrin, aprendió de una de sus producciones, la mítica Microcosmos de la dupla Nuridsany – Pérennou a observar la naturaleza, lo más cerca posible a través de una excepcional fotografía, paciencia y excelente uso de lentes y microcámaras, pero no interceder en la vida animal. A penas, quizás, en el montaje, usar algunos efectos de animación y computarizados, para atar algunos cabos narrativos. De esta manera efectuó la maravillosa Tocando el Cielo, donde sus ojos se posaban en las migraciones de las aves de todo el mundo, con un despliegue visual, de innagotable belleza. En Océanos redobla la apuesta. No hay una historia, apenas un relato en off del propio Perrin (que más tarde se justifica con la presencia de su nieto, y de él mismo en un museo contemplando animales embalsamados), que tiene una función más bien poética / reflexiva, que una explicación obvia y soza sobre el comportamiento animal. Es verdad, que si no hubiese puesto una sola voz humana, la película serían deleitantes imágenes puras, pero tampoco molesta demasiado, ni siquiera el hecho de ser doblado. No se nombra en algún momento que especie estamos viendo en pantalla, ni hay entrevistas aburridas a oceanógrafos o biólogos, zoólogos, o algún científico parecido. Los protagonistas son netamente las criaturas de los océanos en todo su esplendor y belleza. Podría durar más o menos, pero nunca cansa. ¿La razón? Porque no se trata de una película, sino de un viaje por todo el mundo, acompañado por una épica banda sonora a cargo de Bruno Coulais, realmente emocionante y penetrante. Los coros, los trombones: cada instrumento eleva la magnitud de las imágenes. Se trata de un espectáculo digno de ser admirado en pantalla gigante. No se trata solamente de seguir los pasos de Jacques Cousteau (ambos directores inclusive comparten nombre de pila con el innovador del género). La primera parte es contemplación pura. Es meterse en un microsubmarino y recorrer, conocer, admirar los misterios acuáticos. Admito que creía que mis conocimientos en fauna marina eran amplios, pero esta película me dejó con la boca abierta. Hay hermosos especímenes que nunca vi en mi vida… y ahora desearía conocer en persona. No hay violencia, pero sí se puede ver con detalle como el pez grande se come al pez chico. Ni en los noticieros argentinos vemos estos símbolos políticos exhibidos con tanta libertad. La segunda parte, es la reflexión. Ahí empiezan a aparecer japoneses cazando tiburones (supuestamente estas escenas son falsas y recreadas en la post producción. Si es así aplaudo a los ingenieros porque me comí el truco), buzos nadando como si nada a la par de los cetáceos. La película no solamente apuesta por encontrar el equilibrio ecológico y respetar a las especies, sino a mostrar que se puede convivir sin peligro alguno con estos gigantes de los océanos, e inclusive con el “monstruo” de la película de Spielberg. Son todos prejuicios insanos. Pero si mantenemos este razonamiento peyorativo e hipócrita con el vecino de al lado, como vamos a poder convivir con estos seres prehistóricos, a los que les tememos tanto como al vecino (y sino creen que la naturaleza puede ser cruel, incluso con los fanáticos de los animales, recuerden lo que pasó con Steve Irwin). La película fue criticada por la misma insensatez de siempre: narrativamente tiene un guión fluctuoso, es demasiado didáctica, etc. Pero, lo repito Perrin no quiere hacer un documental sino compartir una visión emocionante, con el espectador. Ir más allá de Mundo Marino. Por que no solamente es un espectáculo cinematográfico, sino que es un ballet, un concierto acerca de la vida y la muerte, de manera más salvaje, verosímil y real que pueda haber sido filmada jamás. Desde Alaska hasta la Antártida, Perrin y Cluzaud, finalmente logran no solo cumplir con los preceptos instaurados por Cousteau, ir más allá de la baranda del “Calypso”, sino que además, siguen los pasos del primer observador cinematográfico que hubo de la naturaleza y su relación más básica con el hombre, Robert J. Flaherty (Nanuk el Esquimal) Pienso que la importancia de un film como Océanos en la cartelera porteña, reside en la sensación me que dejó al salir de la sala. A pesar de cierto mareo (no sé si fueron las olas que “salen” de la pantalla o un inminente resfrío), lo que realmente me enfermó fue el furor adolescente provocado por vampiros y hombres lobo de cartón. Sí, antes que codearme con las fanáticas de la saga Crepúsculo, prefiero nadar entre tiburones. Son más silenciosos y menos peligrosos.
Secreto en la Terraza Uno de los más interesantes aspectos de la película dirigida por Ang Lee en el año 2005, Secreto en la Montaña era mostrar una verosímil historia de amor entre dos hombres, dos símbolos masculinos, dos vaqueros clásicos, sensibles, pero que nunca dejaban de lado su perfil masculino. O sea, a diferencia de la gran mayoría de filmes que retratan a los homosexuales como estereotipos feminizados, Secreto… no quería “mariconizar” (como se suele decir en estas pampas), ni crear un tabú al respecto, aunque a fin de cuentas, lo termina haciendo, más que nada por el círculo mediático que se construyó a su alrededor. Con Plan B, Marco Berger, se anima a hacer algo similar, pero en tono de costumbrismo porteño, personajes masculinos, vagos típicos estereotipos del barrio con el agregado de una apuesta o plan, mejor dicho, que podría ser parte de un guión del grupo Judd Apatow, John Hamburg o Nicholas Stoller. No me sorprendería ver a Seth Rogen o Jason Segel en un par de años en el personaje de Bruno, o a Paul Rudd como Pablo (total, ya trabajó en El Objeto de mi Afecto). Pero la película de Berger, si bien se puede comparar con estos modelos, tiene una impronta y personalidad propia. No hay otras connotaciones cinematográficas en sí. Los primeros 5 minutos marcan la ambigüedad del film. La presentación nos demuestra que estamos ante un film contemplativo. Nada de simple identificación. Sino una contemplación de un presente, de un tiempo muerto incluso, donde Bruno ingenia en su interior, un plan para recobrar a Laura, su ex novia, quien ahora sale con Pablo, un fotógrafo. La mejor amiga de ella, le informa a Bruno que Pablo, como es un pibe de mente abierta, probó tener relaciones con otro chico y le gustó. Esto inspira al protagonista, quien le cuenta a un amigo, en 2 minutos su plan b, para recobrar a Laura: hacerse amigo de Pablo, enamorarlo y de esa manera, cuando ella se da cuenta, vuelve con Bruno. Lo que sigue, es una hora y cuarto de tiempos muertos, de una lenta seducción que empieza con trucos de Bruno para hacerse amigo de Pablo (los dos siguen una serie que nadie ve), fumar porros juntos, regalarse juegos de la infancia. Evolutivamente, Bruno logra envolver a Pablo en su engaño y confundirlo en cuanto a sus gustos sexuales. No se trata de una comedia, pero tampoco de un drama, sino un retrato de una generación. Comparable con los protagonistas de Ocio, la película dirigida por Juan Villegas y Alejandro Lingerti que se presentó en la última edición del Bafici (Plan B se exhibió en la versión 2009), la película nos muestra a dos jóvenes que lo único que hacen es mirar el cielo, sentarse a fumar en las terrazas de las casas con otros amigos, mirar el cielo, deambular por un cementerio de barcos, y entre el chiste e ironía… empieza ¿el amor? La película no tiene un tono fijo, es austera, melancólica, nostálgica, lacónica. Una marca de tono del Nuevo Cine Argentino que podríamos ubicar en el cine de Ezequiel Acuña, Martín Rejtman o las películas producidas por la Universidad del Cine o sus egresados como Medina, Rotter o Piñeiro con Los Paranoicos, Solo por Hoy, Todos Mienten respectivamente. Pero este estilo, que últimamente me empieza a abrumar, por lo previsible que se torna en dichos filmes. Pero este tono, grabado con planos fijos simétricos, y diálogos de la calle, no juegan en contra de Plan B, sino que enriquecen el film para que no se torne convencional. El diseño de vestuario y arte es fundamental para entender como funcionan estos personajes (solamente camisetas de fútbol), la ausencia total de tecnología (no hay una sola computadora, ni un solo celular, solamente una cámara de fotos digital, pero cuyas imágenes se tienen que imprimir). Hay decisiones estéticas y narrativas interesantes. La fotografía es bastante natural y convincente. La pintura urbana es bella, más allá de que solo se ven terrazas de edificios de clase media o medianeras (Taretto reclama derechos de autor) A los protagonistas no se los ve trabajando, no estudian… gracias que van al gimnasio… Es un mundo burgués, pero bohemio, costumbrista, y en esta mezcla donde lo sutil, y la progresión de una amistad funciona de manera fluida, verosímil, y a la vez dinámica, es donde la película encuentra su fuerte y mayores aciertos. Además, tanto Manuel Vignau como Lucas Ferraro, crean caracterizaciones bellas, creíbles. Es por todos estos logros, que se lamenta que en la última media hora, vuelva Berger a recurrir a lo discursivo y explícito para “cerrar” su narración. Al igual que en el comienzo, en un minuto, uno de los personajes, dice lo que no tendría que haber dicho. De acuerdo, sirve como contraposición de la primera escena, pero también la esquematiza de una forma clásica, previsible, convencional que rompe, quiebra el clima distante que se venía generando para caer en todos los lugares comunes y clisés del melodrama. El conflicto no cambia. Y en este sentido es donde se encuentran, lamentablemente, los puntos en común con las películas de Apatow: el hecho de que los personajes se percaten que la adolescencia terminó y deben tomar decisiones “adultas”. Lo peor de la nueva comedia estadounidense popular, es justamente cuando se tornan dramáticas inútilmente. Si bien, esta vez el contraste de tono no es tan abrupto en Plan B, e incluso hay coherencia y verosimilitud en que termine pasando… lo que termina pasando, pero es como decir: “vamos Marcos, si venías bien, no podías haber un tomado un camino menos convencional. Aún así, este extenso final de media hora, no tira por la borda los interesantes resultados de la primera parte. Al menos, al final no hay abrazos y llantos sobre camisas colgadas en perchas o melodías simples pero “conmovedoras” compuestas por Gustavo Santaolalla.
La cultura ochentosa está impregnada en mi ser. Tengo fascinantes recuerdos de una década (mal) considerada decadente a nivel cultural. Entre las series televisivas que más me (mal) educaron en esos años, se destacaron: El Súper Agente 86 (aun hoy se trata de una adicción fatal), Batman (la serie de Adam West, inmirable ahora), El Zorro (con Guy Williams, muy digna sigue siendo)… Todas reposiciones en realidad. La más contemporánea era Brigada A, (en realidad también debería agregar a MacGyver, que en cierta forma, era la competencia más directa de la Brigada liderada por George Peppard) La serie llevaba la firma de Stephen Cannell, un experto en series de acción que posteriormente realizaría otros “éxitos” como Los Archivos Rockford, Hunter, Renegado, Patrulla Juvenil, etc. Tiros, explosiones, humor, ironía… y personas comunes, que se veían amenazadas por militares, policías corruptos, traficantes de drogas, de armas. Siempre había al final de las episodios, escenas de acción con persecuciones, camionetas que saltaban por encima de la cámara (a lo John Ford) y peleas en cámara lenta con repetición de los movimientos. Si habremos visto y (mal) imitado a estas series acá en Argentina… Hoy en día, Jerry Bruckheimer se dedica a sacar adelante las nuevas series policiales, pero lo que realmente hacían de Cannell un autor de verdad, era que escribía cada una de las series y al final, uno lo podía ver frente a la máquina de escribir, firmando los episodios. Por supuesto, el tiempo pasa, uno crece, y se da cuenta que la violencia gratuita de estas series, que dignifican, enaltecen el machismo estadounidense y veneran a las fuerzas militares, son un poco ambiguas a nivel ideológico. Por un lado, los protagonistas, son antihéroes víctimas de ser moralmente impecables, intachables personas, que harían cualquier cosa con tal de defender al “débil” (generalmente, mujeres, viejos, adolescentes estudiosos de barrios marginados, etc). Por otro lado hacen apología de la violencia, pero lo justifican con una sonrisa final o un comentario oportuno. Y sí, la moda de los agentes independientes, que dignifican la violencia, la justicia por mano propia y la ironía, empezó con James Bond. Admitámoslo, seguimos disfrutando del agente británico a pesar de todo. Por eso, a la hora de ver la adaptación cinematográfica, que se hizo desear bastante tiempo, uno tiene que tener en cuenta estos antecedentes. La Brigada A, es una mezcla de los agentes de Misión Imposible con Los Simuladores (aun cuando Damiám Szifrón admite haberse inspirado en la serie de Cannell para crear la suya). Cada integrante tiene un rol: Hannibal, el líder que arma todos los planes. Ayuda en las interpretaciones y en las áreas técnicas al resto, con su inconfundible habano en la boca. Face, es la “cara” del grupo: elegancia, carisma, soberbia: se encarga de engañar a los villanos con disfraces y personajes. B.A. Baracus (o Mario, para los amigos): conductor y fuerza bruta, el loco Murdoch: piloto experimentado, se dedica a explosivos y tecnología. Cada uno, además aporta humor… mucho humor, y un nivel de locura extraña. La adaptación cinematográfica, a cargo de Joe Carnahan (el Guy Ritchie estadounidense: pasó de la muy interesante Narc a la mediocre Smokin Aces) respeta el perfil de los personajes, mas no tanto el argumento en sí de los episodios, lo cual no es del todo negativo: en el cine estadounidense todo se agrada, se quintuplica. Poner a la Brigada A resolviendo problemas de gente común no es tan interesante para el “estándar” hollywoodense. Así que la misión debía ser a lo grande: grandes explosiones, grandes efectos, personajes acartonados, una historia demasiado sencilla para tanta película. El comienzo recupera las raíces de la serie: 8 años atrás, cada uno de los miembros vive una situación límite, que gracias a su astucia y la ayuda del resto del grupo, logran salir adelante. Así, casi de casualidad, se formará la Brigada. Ya con las tropas de Irak en retirada, la Brigada A es traicionada por un grupo rival que quiere robar placas que imprimen dólares. A partir de acá se mezclarán idas y vueltas, persecuciones, disfraces, etc. O sea, todo lo que debe contener una película de espionaje. Al igual que en Misión Imposible (1996, Brian DePalma) el grupo es perseguido por una honrada elite del FBI, liderado por la bella pero acartonada Agente Sosa (Jessica Biel mostrando más sus curvas que su rostro) y el Director McCready (el subvalorado Henry Czerny, interpretando un personaje muy similar al de la primera parte de la saga con Tom Cruise), y los traidores agentes de la CIA liderados por el Agente Lynch (Patrick Wilson) y el Agente Pike (interpretado por el co guionista Brian Bloom). El resto son explosiones, autos chocados, tiros y cosa golda. No se puede esperar demasiado de un guión pobre que no oculta sus falencias, sus lugares comunes, clisés, estereotipos y previsibles vueltas de tuerca. Que de por sí cita y satiriza innumerables veces a películas del género similares. Honestidad fatal. Hay situaciones confusas, diálogos y escenas que tienen cortes demasiado rápidos, obvios. El montaje es pésimo y la fotografía de Mauro Fiore (ganador del Oscar por Avatar) es bastante desilusionante: no tiene identidad, parece plagiada de una película de Tony Scott (productor , junto a su hermano, y quizás un nombre que le habría dado mayor personalidad a la película). Carnahan aun no ha logrado definirse bien como cineastas y eso se siente en la película. El humor es forzado, artificial, impostado. No parece ser el fuerte del realizador. Todos estos desniveles narrativos, tampoco son compensados por las actuaciones. Si bien el elenco está correctamente elegido, y al menos tres de los cuatro principales han demostrado solvencia interpretativa en el pasado, ninguno logra realmente hacer creíbles a los personajes… y esa es la mayor diferencia con la serie. Peppard no era la caricatura que termina siendo Neeson, quién después de afirmarse como actor de cine de acción gracias a Batman Inicia y Búsqueda Implacable, no logra trasmitir el carisma del actor de Desayuno con Diamantes. Bastante desaprovechado. Bradley Cooper tiene mayor protagonismo del que tenía Dirk Benedict como Face, durante la serie, pero en cambio, le dieron un aspecto más rebelde que elegante, un carácter más “winner” que “playboy”: como si reemplazáramos a James Bond por Tony Stark. Y lo peor, es que Cooper, es un buen actor, un excelente comediante (lo demostró en ¿Qué Pasó Ayer?) y Carnahan decide explotar solamente su sex appeal. Quinton Jackson, es tan de piedra como Mr. T actuando. La diferencia está en que hicieron que su personaje sea más… humano, y Jackson no tiene la experiencia ni la capacidad de hacer “sensible”, más “querible” un personaje que originalmente, no lo era. Justamente, en la serie, se aprovechaban de las limitaciones actorales del actor de Rocky III, para crear un personaje súper fuerte que continuamente su burlaba de sí mismo, de su propio enojo. El Baracus de Jackson… es más bueno. Aún así conserva rasgos del original: como el amor por su camioneta que lamentablemente está menos presente de lo que debería. La mejor elección es la del sudafricano Copley (Sector 9), su sentido del humor es similar, e inclusive más reprimido, menos alocado que el de Dwight Schultz. Lamentablemente los realizadores, decidieron darle menos protagonismo que al resto del grupo y Copley no puede destacarse en su totalidad, por culpa de las limitaciones del personaje. El resto del elenco no aporta demasiado. El villano de Patrick Wilson no logra nunca impresionar ni asustar. Jessica Biel, como la “chica de turno” tampoco tiene demasiada presencia fuera de su acartonado personaje. Las escenas de acción no terminan de ser completamente divertidas, los realizadores decidieron apostar más por la adrenalina que por el humor. Justamente, en este sentido también salía ganando la serie. Esta falta de experiencia y decisión por parte del director para inclinar la balanza hacia la comedia, es lo que termina por indefinir la película. Inclusive, la sátira política es demasiado superficial. Además el mensaje ¿anti? violencia de la película, es ambiguo… confuso. Al igual que la adaptación de El Súper Agente 86, el sabor final para los fanáticos es agridulce. Hay muchas citas a la serie. Cada vez que el leit motiv de la serie aparece, el fanático se entusiasma, se excita, rememora otras épocas. Pero ahora, que pasó un tiempo de su exhibición, me he dado cuenta, que al igual que la película de Peter Segal (2008), esta adaptación es menos interesante de lo que prometía. Solo una sucesión de escenas de acción, entretenidas secuencias unidas narrativamente en forma banal y, por momentos. Injustificadamente. ¿Divierte? Sí. ¿Entretiene? Mucho. ¿Tiene buen ritmo? ¿Que película de este tipo no tiene? Pero hay un vacío que el fanático va a poder reconocer muy bien cuando finalicen los créditos finales. Ese gustito a nostalgia. Ese sabor de que podrían haber hecho algo un poco mejor. Que con mayor fidelidad y un poco más de astucia a la hora de ponerse a escribir, no se habría logrado un producto tan pretencioso, (mal)o, mediocre… A pesar de la excitación inicial que me invadió cuando se terminó la función (contagiado por la banda sonora y la escena que le sigue a los títulos: no irse de la sala), debo reconocer que el paso del tiempo hizo su trabajo en mi cabeza (apenas un día, en realidad) y la excitación se derivó en desilusión. O quizás empiezo a valorar más a la serie de culto de los años ’80. Cannell, de esta manera convierte a su mejor serie, a su producto más identificable… a su Brigada A, en un producto clase B. Es probable, que bajo este concepto, la película se pueda disfrutar más. Personalmente, pienso que la serie no se merecía este título.
Queda tanto por descubrir de la historia de la Segunda Guerra Mundial. Tantos personajes ignorados, tantos héroes desconocidos, tantas voces que aún tienen miedo de relatar lo que pasaron. Es realmente inusual, que una de estas tantas historias provenga de Dinamarca. Estamos acostumbrados a ver visiones estadounidenses, alemanas, austríacas, francesas, checas, pero de la región escandinava se sabe poco. Inusual también es contar en una función para la prensa con la presencia del productor del film, que en este momento se encuentra en nuestro país filmando una película llamada Superclásico (parece que se relaciona con River – Boca), según sus propias palabras junto al director de Flame & Citrón, y al guionista, que de hecho, reside en Argentina. No vi los anteriores films de Madsen, pero este representante de la nueva generación de cineastas daneses, empezó como algunos de sus co relativos a difundir sus obras gracias al movimiento “Dogma 95” creado por el polémico Lars Von Trier. Flame & Citrón es una película épica, de narración lineal, clásica, hecha más for export que por razones artísticas o antropológicas, que no rompe con ninguna regla de este tipo de películas. Los protagonistas son Bent (Flame, interpretado por Lindhart) y Jørgen (Citrón, interpretado por Mikkelsen). Ambos son miembros de una pandilla de resistencia contra los nazis que ocupan Copenhague. Pero antes, repasemos un poco de historia (como bien explicó, el productor presente en la función). El 9 de Abril de 1940, llegan los nazis a Alemania. Dinamarca se mantiene neutra. Los opositores al régimen, se escapan a Noruega o Suecia, en donde se pueden esconder en las montañas, mientras que en Dinamarca, debido a su paisaje campestre pero desierto de montes o cumbres, los “resistentes” tienen que esconderse subversivamente en bares, que irónicamente son frecuentados por los nazis. El gobierno prohibió a los grupos, matar soldados alemanes. Por dicha razón, los grupos se dedican a asesinar daneses que trabajan para los nazis. Pero nadie habló de ello hasta el año 2000. Recién, en ese año, los sobrevivientes empezaron a contar sus propias historias, y los realizadores estuvieron 6 años grabando testimonios hasta que encontraron una historia y posteriormente un guión, pero el resultado final, es ambiguo. Un poco decepcionante. Es 1944. El ataque de los aliados es inminente, pero Flame & Citrón tienen la misión de asesinar a sangre fría a un grupo de miembros del Tercer Reich, incluidos, jerarcas alemanes. Su jefe, Winther, recibe en secreto órdenes desde Londres. La primera hora de la película es intensa y atrapante. Los atentados se van sucediendo, las interpretaciones son creíbles, los personajes son verosímiles. Tienen dudas, temores, incertidumbres, pero cumplen casi perfectamente con las misiones. Sin embargo, la relación de Flame, el más buscado de ambos, con una misteriosa mujer, Katie, que se codea con un Capitán de la Gestapo, que a la vez, se reúne con Winther, pondrá en peligro a la pareja de resistentes, y el resto del grupo. Andersen cuenta la historia en forma solemne. En la primera hora, tiene una cuidada puesta en escena, donde se remarcan primeros planos y detalles de las acciones. Aun, cuando todo el macguffin es muy explicado y discursivo, el relato mantiene la tensión inicial. No decae en lo más mínimo, pero a medida que aumenta la presencia de Katie, y se hace énfasis en la relación con Bent, y paralelamente se cuenta la difícil situación matrimonial de Jørgen con su mujer, el relato empieza a decaer y se vuelve previsible. Estos aspectos humanizan bastante a los personajes, ayudadas por las actuaciones impecables de Lindhart y Mikkelsen (un excelente intérprete en Dinamarca, recordar Después del Casamiento, pero bastante decepcionante en sus trabajos de Hollywood: Casino Royale, Furia de Titanes). Pero a la vez, encasillan a la película como un drama más de guerra, con pocas novedades cinematográficas para ofrecer a los espectadores asiduos. La búsqueda estética inicial, conjunto a las elaboradas escenas de complots, quedan relevadas por escenas demasiado dialogadas. Se trata de un trabajo correcto, pero meramente informativo al final, demasiado emotivo y previsto. El final, incluso, aparenta ser un poco exagerado (habría que revisar hasta donde fue real,) ya que uno tiene la sensación de estar viendo el desenlace de Cara Cortada (en cualquiera de las versiones). Andersen no encuentra la forma en sí de agregarle un suministro estructural distinto al acostumbrado a ver mini series o películas de hace 10 años. Además, es notable, como deja de lado al resto del grupo de la resistencia (está bien, por algo la película lleva el nombre de Flame y Citrón, y nos La Historia de los Resistentes Daneses). Pero uno extraña en este tipo de películas, la anarquía de algunos directores, que supieron agregarle un poco de humor a este tipo de historias como Robert Aldrich en Los Doce del Patíbulo, o más recientemente, Bastardos sin Gloria de Tarantino (aunque, esta casi se trata de una fantasía). El resto de los personajes secundarios, sobriamente interpretados también, especialmente por el alemán Chrisitan Berkel como Hoffman (no Damián), el jefe de la Gestapo (irónicamente, él trabajó en Bastardos… El Milagro de Santa Ana, El Libro Negro y Operación Valkiria interpretando a nazis también ) no tienen la suficiente participación para destacarse por encima de los protagonistas tampoco, aunque el alemán en la última media hora, tiene un par de escenas brillantes. Flame & Citrón, es un film menor a comparación de otros sobre el tema. Solo un discreto film de espionaje bélico. Finalmente convencional en el aspecto visual y narrativo. Pretencioso para ser vendido comercialmente. Interesante pero trascendente. Con algunas intensas y tensionantes escenas de suspenso (especialmente la del sótano del bar con Berkel) bien realizadas. Su función principal, no es cinematográfica, sino histórica: lograr el reconocimiento de dos personajes completamente desconocidos para el nuevo continente, que siempre reconoce a los mismos héroes. Hacer valer la memoria, que los sobrevivientes de guerras y masacres históricas se animen a contar lo que pasó, para que no se repita. En ese sentido, la misión del film se cumple.
La Magia que no Conoce Límites (o una declaración de amor a Pixar) No puedo encontrar en mi memoria, un realizador que logre superarse película tras película. Honestamente, el mayor desafío de haber visto una obra maestra cinematográfica, es que cuando uno va a ver la siguiente película del mismo realizador, tiene miedo de salir defraudado. Es una constante. A excepción de Clint Eastwood, que se trata de mi director favorito, no encuentro alguien que logre emocionarme cinematográficamente hablando con cada nuevo trabajo. He llegado a enamorarme de las últimas películas de Tarantino por razones puramente cinéfilas, pero no lo considero un gran director. E incluso Eastwood tiene sus alicaídas, pero realmente estoy sorprendido que Pixar pueda superar las expectativas película en película. ¿Acaso estos hombres no conocen un límite en la “perfección” de sus obras? No pareciera. Funcionan como autores como productora y de forma independiente cada realizador es un autor por sí solo. Desafían todas las reglas comerciales, y son los reyes de la taquilla. Apártense todos. Afuera James Cameron. Afuera Peter Jackson. Afuera Spielberg. Acá vienen cabalgando Woody y Buzz Lightyear para salvar al cine. No tengo demasiado que decir sobre Toy Story 3. No quiero quemar los cartuchos ni las ilusiones, ni la imaginación de los espectadores que ansiosamente, seguro van a acudir a ver esta tercera parte. Como ya habrán leído en las críticas de la reedición de Toy Story 1 y 2, se trata de nuevos clásicos, de obras maestras indiscutibles de la animación y el cine mundial. Es difícil superar eso. Se puede decir que solo Pixar supera a Pixar y quizás, Wall E y Up solo superan ambos productos. Pero cuando se vuelve a los orígenes a veces se pueden visualizar los errores, se pueden crear nuevas ideas, nuevos mecanismos, sin dejar de lado, los orígenes, las estructuras previas y el encanto preeliminar. Toy Story 3 no está a la altura de sus antecesoras. Sino, mucho más arriba. Sí, créanlo o no. Pixar ha logrado superarse nueva y ampliamente. Está por encima de todas las expectativas previas. Lee Unkrich ha superado al maestro Lasseter. No estamos hablando de una película más, sino de una OBRA MAESTRA. Y no soy de los que conceden el título con facilidad, pero es cierto. El guión es perfecto, a nivel visual (incluso el 3D) es gloriosa, sublime, los personajes son maravillosos. Hay un gag seguido de otro gag, y cada uno remite a un film clásico diferente. Si ayer decía que Kick-Ass era el film cinéfilo del año, me corrijo. Kick-Ass se queda corto a comparación. De una secuencia inicial increíble, asombrosa en Monument Valley (nadie se animó a volver a filmar ahí desde John Ford) con varios homenajes a westerns de todas las décadas (desde El Gran Robo del Tren, el primer western hecho po Edwin S Porter a la coreana The Good, the Bad and the Weird o el western espacial de Joss Whedon, Serenity) a El Gran Escape, Misión Imposible, mucho, pero mucho del mejor Spielberg (inclusive la fotografía parece de Kaminski), referencias a detalles de las dos primeras partes, mucho de Wall E e incluso de Up. Y me quedo corto. Barbie y Ken tienen una participación ejemplar en esta secuela. Ken parece emular al protagonista de Juegos de Placer (Boogie Nights) o al Tony Manero de Travolta (no el chileno) de Fiebre de Sábado por la Noche. Es un éxtasis visual, sonoro, narrativo. Y, a pesar de su previsible estructura, todo calza tan bien como el zapatito de la Cenicienta. Todo fluye, el ritmo es alucinante. El dinamismo inconcebible. No se ha hecho nada igual ni superior. No puedo expresar la felicidad que siento en este momento. La historia contiene una madurez, una fuerza expresiva y emocional como ningún otro guión de Hollywood tiene. Toy Story es la única saga animada que admite el paso del tiempo. Y que bien lo hace, sin caer en sentimentalismo barato o golpes bajos. Solo Hayao Miyazaki ha logrado expresar esta filosofía de vida en occidente con sus animaciones, y los responsables de Pixar, rinden tributo al maestro de la animación nipona, lo ponen en un pedestal, le hacen una estatua. Y que mejor que incluir a Totoro en el repertorio de juguetes. La madurez, la importancia de conservar al niño interno, de no olvidar el pasado, de saber pasar la posta, de rebelarse contra el sistema no son temas banales para una película de animación dirigida al gran público. Pixar maneja un código perfecto entre el clasicismo y la atemporalidad, de saber que elementos modernos utilizar para criticar y a la vez llevar sus historias a un presente identificable, perpetuo, pero a la vez invariablemente permeable. No quiero revelar más de la historia. Simplemente recomiendo ver y observar cada detalle, cada plano, cada objeto de Toy Story 3. Para entender la transgresión visual de la productora, miren el cortometraje previo: Día y Noche. Donde se valora la animación manual clásica y se la combina con la computarizada de la manera más justificada y original que se haya alguna vez visto. Disfrutable tanto en castellano (donde se luce Mike Amigorenga como Ken) y en versión original con Tom Hanks, Tim Allen (al que se le hace un pequeño homenaje por un trabajo previo) Joan Cusak, Ned Beatty y Timothy Dalton. El nivel de sutilezas, didacticismo, magia, aventura que presenta este film es de una embergadora que se ve una vez al año (cada vez que Pixar estrena un film). No hay oscuridad, no está pensada para un público intelectual como Wall E o más adulto como el de Up. Es diferente, pero lo mismo al mismo tiempo. Demuestra que su objetivo no tiene un público concreto. Personalmente me parece que está pensada para aquellos que teníamos la edad de Andy en 1995 e indefectiblemente, como Andy, crecimos y tuvimos que abandonar casi todos nuestros juguetes. A diferencia de la segunda parte que presentaba un momento lacrimógeno que debería haber sido eliminado del montaje final (la canción de Jessie), esta tercera parte no tiene desperdicios ni un segundo. Nuevamente, el gran Randy Newman innova en la banda sonora, sin abandonar su identidad, sus melódicas canciones, hace un combo que mezcla elementos de John Williams o Michael Giacchino (que hizo las bandas sonoras de Ratatouille, Los Increíbles y UP). Además se incluye un gran repertorio de música disco para los mayores de treinta años. El 3D esté mejor aplicado que en UP. Como era de preveer la historia es tan atrapante, que uno olvida rápidamente que está con los lentes puestos, pero la profundidad de campo ha mejorado, los efectos son más creíbles y menos molestos. Se trata de un viaje inolvidable, hacia el interior de un mundo que conocemos de memoria desde 1995. El tiempo ha mejorado la claridad, iluminó de forma maravillosa la mente de los creadores. El clima oscuro y pesimista de las últimas películas de la compañía ha sido reemplazado por un coherente optimismo. El guión está firmado por los creadores originales: Lasseter, Unkrinch y Stanton, junto a Michael Arndt (ganador del Oscar por Pequeña Miss Sunshine). La combinación es perfecta. No queda mucha más para decir. Disfrútenla y listo. Emociónense cada vez que Buzz Lightyear diga: “¡Al Infinito… y Más Allá!” Vuelvan a sentir el niño interior… recordar y recobrar los juguetes de su infancia. La magia vuelve a las pantallas y parece que nadie hasta ahora se ha animado a sacarle la corona al rey Pixar.
La Nueva Oleada Italiana en Argentina Los cineastas italianos se cansaron de ver siempre los mismos paisajes, de criticar a Berlusconi, de generar giallo alla italiana con la mafia de fondo, o comedias románticas banales, que apuntan más al ojo de Hollywood que al propio. Le dijeron basta a una tradición de revisionistas de la historia; artistas invaluables como Bertolucci, Scola ya forman parte del pasado. Sí, bueno, de vez en cuando Moretti arma algún manifiesto socialista, Bellocchio hace una épica y Darío Argento sigue aterrando con actores ingleses o estadounidenses perdidos en las calles de Roma perseguidos por algún asesino serial de mujeres, sectas de brujas, espíritus vengativos o Asia Argento semidesnuda. Ahora la nueva moda italiana es la historia argentina. Emanuele Crialese, reprodujo el puerto de Sicilia en Buenos Aires con Nuevo Mundo (2006), Marco Risi, filmó la inmirable La Mano de Dios (2007, ¿hace falta aclarar de que se trata?) y ahora, Stéfano Incerti nos trae, Cómplices del Silencio. Tras haber visto Aparecidos (2008) co producción española de terror acerca de las desapariciones en la última dictadura militar, me prometí a mi mismo cuidarme de ver películas extranjeras que tocaran un tema tan doloroso para los argentinos de forma tan superficial. Y en apariencia, Cómplices… podría tomar el mismo rumbo. Mundial del ’78. Maurizio (Boni, visto en La Mejor Juventud) es un periodista italiano que llega a la Argentina para cubrir los partidos de la selección italiana. Acá se reúne con un tío (Marrale), un primo (Fonzi) y un amigo de la familia, Pablo Pere (Leyrado), que trabaja en la organización del mundial. Al mismo tiempo, y sin que se entere su familia local, se encuentra con Ana (Raggi, realmente una revelación actoral en esta película), la ex esposa de una amigo que Maurizio tiene en Italia. Ana, pertenece a un grupo subversivo que planea un golpe contra La Triple A. A medida que Maurizio se involucra sentimentalmente con Ana, va descubriendo lo que sucede en las calles de Buenos Aires: secuestros, asesinatos, persecuciones. Incerti es muy respetuoso ante la historia argentina, y los personajes son creíbles y verosímiles. No se puede decir que escapan del estereotipo televisivo, pero lo cierto es que tanto Leyrado, como Marrale, Fonzi, Mariana Levy (Recortadas) y la apuntada Raggi tienen un trabajo actoral que supera la mayoría de actuaciones que hacen en películas nacionales. Irónicamente es Alessio Boni, quien no logra darle carisma a su personaje. Todo el tiempo parece demasiado preocupado, sobreactuado, no le encuentra el tono justo al personaje. Narrativamente es clásica, previsible y convencional. La puesta en escena es rigurosa y transparente. La historia amaga en convertirse en un culebrón, pero por suerte Incerti, sin demasiados excesos, evita que caiga en el melodrama tradicional, gracias a la tensión y el suspenso que logra transmitir. El relato es atrapante y fluido. En ese sentido, más de un argentino podrá identificarse con la historia y los personajes. La investigación previa del director acerca del contexto socio – político que vivía el país, el miedo en las calles es acertado, al igual que la actitud de los represores, y la siniestra mirada de Pablo Pere. Leyrado, lejos de sus actuaciones llena de exabruptos logra concebir un villano interesante. Incerti no tiene miedo de criticar los vínculos que había entre la Iglesia y los militares o de reproducir escenas de tortura, sin llegar a la morbosidad, pero tampoco abusando de la sutileza. Es verdad, que por momentos es demasiado discursiva, explicativa, y en el final, se suceden algunas situaciones demasiado dramatizadas, exageradas, inverosímiles para los que conocemos la historia, pero que contienen un mensaje directo para que los italianos puedan conocer lo que pasaba del otro lado del charco. El fin justifica los medios a veces. Aun con matices criticables durante su desarrollo, Cómplices del Silencio es un film oscuro, un thriller que muestra la otra cara de una época contradictoria, repleta de muerte e hipocresía, al tiempo que el resto de los argentinos festejaban ingenuamente la Copa del Mundo. Estreno oportuno, para no olvidar, que aunque la pelota ruede en el campo de fútbol de Johannesburgo o de Buenos Aires, el mundo sigue girando, sigue habiendo injusticias, sigue habiendo atrocidades. Finalmente, la pelota se mancha.
Demasiados Poderes… El ambicioso Sr. Vaughn. Round 1: Ex productor de las primeras (y mejores) películas de gángsters de Guy Ritchie, Vaughn incursionó en el cine como guionista y realizador con una suerte de secuela efectiva de las películas de Ritchie, llamada No Todo es lo que Parece. Mezcla de comedia con acción y gángsters. Acá, nada nuevo bajo el Sol. Round 2: Stardust, el Misterio de la Estrella. Acá empezamos a mezclar géneros e intensiones: fantasía, un pirata travesti (tristemente interpretado por De Niro), romance, comedia, acción, etc.… La mezcla era un poco naif y no funcionó demasiado. Round 3: Kick Ass, es definitivamente la película que consolidad a Vaughn como un director capaz de mezclar varios géneros, ser cool, y atraer a varias generaciones. Sin dudas, esta vez todo sale más armoniosamente. O al menos, superficialmente… ¿Que es Kick - Ass? No voy a repetir la sinopsis, pero es por un lado es una sátira a los superhéroes adolescentes, con mezcla de comedia adolescente nerd con cine de gángsters (el terreno donde Vaugh se siente más sólido sin dudas). En un film con un montaje y una dosis de humor negro e ironía típicamente británico pero filmada como una mainstream de superhéroes de Marvel. Parece demasiado, pero al menos en la primera mitad no se hacen tan confusas estas cruzas. Al contrario resultan verosímiles. El protagonista vive en una zona humilde, le roban cada dos por tres, está enamorado de la chica más linda de la escuela pero no le da cabida (por lo que tiene que hacerse pasar por gay para que le tenga lastima) y es tan fanático de los superhéroes que se pregunta: por que nadie intento disfrazarse como uno y salir a pelear. La respuesta la encuentra al poco tiempo, cuando lo molan a golpes. Hasta acá, uno siente que este intento de hacer real, verosímil a un héroe enmascarado sin superpoderes, es realmente efectivo. El personaje, como adolescente es creíble y la película se anima a vender a los adolescentes a un prototipo de superhéroe que se masturba viendo pornografía en internet o fantasía con la profesora. ¡Peter Parker eso no lo hace! Los amigos, son los típicos nerds perdedores. En sí, los estereotipos y lugares comunes funcionan bien, no se hacen redundantes, porque Vaugh juega a burlarse de los mismos. Parece una película que hubiese dirigido, incluso, Kevin Smith… pero con más producción. O los personajes de The Big Bang Theory en el cine. Esta primera mitad no es algo del otro mundo. Apenas, unas risas esporádicas, unos golpes de efecto bien logrados, y buenas actuaciones. El film cambia cuando aparecen los personajes de Big Daddy y Hit Girl. O al menos cuando se muestra su origen. Y también cuando empieza a ganar relevancia Chris D’Amico / Red Mist, hijo del villano de turno, el mafioso Frank D’Amico. Es acá donde empiezan las contradicciones de otra índole: ideológicas y políticas. Algo no funciona demasiado bien en estos personajes. Algo huele mal en Dinamarca. … Requieren Demasiadas Responsabilidades No tengo nada contra la violencia en el cine, pero a veces uno se tiene que replantear el carácter ideológico de los personajes y la violencia gratuita. Como si fuera el personaje de Gerard Butler en Días de Ira (Law Abiding Citizen), este Big Daddy (is watching you) de Nicolas Cage, es un sanguinario vengador anónimo, que parece ser avalado en su conducta por el director Vaughn ¿Acaso bajo la favorable cara de una comedia de acción de superhéroes adolescentes se esconde un film de corte netamente fascista, que le da la razón al “hay que matarlos a todos”? Extraño. Entre escenas que parecen estar filmadas con intenciones serias, se filtran frases, citas, pistas de que Vaughn en realidad no está tomando como referencia al cine de gángsters de Guy Ritchie, o al cine de aventuras y superhéroes/antihéroes de Sam Raimi o Jon Favreau. Ni tampoco a las comedias de Greg Mottola o los hermanos Weitz. No, Vaughn quiere demostrar en Kick Ass que puede ser Quentin Tarantino. Y no es una reflexión librada al azar. Los observadores podrán encontrar citas gráficas constantes, no solamente a novelas o historietas de superhéroes (y sus adaptaciones), sino también a películas desde El Silencio de los Inocentes a Operación Trueno (de James Bond), de Operación Dragón a Cara Cortada, o series como Lost (al ser estrenada con tres meses de diferencia con Estados Unidos, el chiste perdió gracia). Pero principalmente, los fanáticos tarantinescos se darán cuenta que la historia e sí, e inclusive, por momentos, la estética remiten demasiado a Kill Bill Vol. 1. Y… acaso ¿alguien acusa a Tarantino de fascista? La violencia gratuita, el humor negrísimo de sus obras, la apología directa de la venganza (no solo Kill Bill, sino A Prueba de Muerte y Bastardos Sin Gloria también) es tan divertida en su obra, tan cinéfila que a nadie le importa la ideología de Tarantino. Y como no estamos acostumbrados a ver a un imitador del gran ladrón que nos ha dado el cine de los noventas, podemos llegar a interpretar que Vaughn quiso hacer una sátira y un drama de aventuras, y no termina haciendo nada de eso. Nada de eso. Si en la primera parte Vaughn engaña al espectador haciéndole creer que va a seguir una línea verosímil, en la última media hora, tira todo al tacho y crea una sátira con un nivel de sarcasmo que lo ponen casi a la altura de un Mel Brooks con un presupuesto de 100 millones de dólares. Aunque sea irónico, esta desopilante segunda parte de película cinéfilamente, me atrajo en forma independiente, más que la primera. Todos los años surgen algunas comedias con altas dosis de cinefilia. En el 2008 fueron Grindhouse de la dupla Rodríguez / Tarantino y Una Guerra de Película de Ben Stiller (en realidad Wall E, sin ser comedia, tiene más citas que ambas juntas creo). En el 2009, Los Bastardos y Arrástrame al Infierno (lo mejor de Raimi desde El Ejército de las Tinieblas)… Parece que Kick Ass intentaría ser la cita cinéfila, (con destino de culto) del 2010… El Problema Final “Grandes poderes, requieren grandes responsabilidades”. Desde Yoda al Tío Ben, los héroes tienen un consejero que los guía. El problema es que a Matthew Vaughn le falta ingenio para convertirse en el héroe del año. Definitivamente no es Tarantino (de por sí faltan los diálogos, que son la marca autoral del mismo), pero hablo en términos cinematográficos generales: no existe un registro claro de transgresión real o de salir de los patrones convencionales Sensaciones encontradas. Kick - Ass tiene un guión sólido. La estructura narrativa y casi todas las subtramas (excepto la del protagonista jugando el rol del amigo gay) se sostiene por todas partes. No faltan referencias en cuanto al armado del guión a Star Wars como a El Padrino (el tema del legado patriarcal), pero falta sustancia… carácter… personalidad propia quizás. Como ya dije, excepto por cierto tono seudo humorístico de cine de gángsters que recuerda a Juegos, Trampas y Dos Armas Humeantes (además de los cameos de Jason Flemyng, Dexter Fletcher, y para los ochentosos, aparece Elizabeth Mc Govern) hay poco de Vaughn en la película… Se huele a imitación de estilos… en demasía. Hay algo muy superficial, y uno denota esto, en la poca profundidad o maniquierismo que tienen algunos personajes como Katie (la novia) o Red Mist, que podría haber sido mucho mejores. La acumulación a veces agota. Y en Kick - Ass se acumula mucha información, mucha cinefilia, y el resultado final deja sabor a que se necesitaba o mayor metraje o menos… muchas menos intenciones y propósitos. No por nada, los últimos films de Quentin superan las dos horas y media, o están divididas en partes: cada personaje necesita su desarrollo y cada actor su lucimiento. En Kick - Ass, el casting no está desatinado: Aaron Johnson y sus amigos cumplen con los roles de nerds acertadamente sin demasiadas sorpresas, Mark Strong se convirtió en el villano perfecto del 2010 (Robin Hood, Sherlock Holmes de Guy Ritchie el amigo de Vaungh, esta) la joven Chloe Moretz es realmente el arma mortal del elenco. No solamente actúa bien y le roba cada escena a un cada vez más viejo y cansado Nick Cage (que a la hora de ser satírico funciona, cuando se pone melodramático no, aunque se auto parodia con su rol en Con Air), sino que la además, la niña es una revelación como comediante e intérprete de escenas de acción (una doble y efectos especiales ayudan, pero igual lo simula bastante). Los problemas en elenco surgen con Lyndsy Fonseca (la chica de turno, muy hermosa pero con pocas neuronas) y especialmente con Christopher “Mc Loving” Mintz-Plasse, al que parece que el rostro de nerd ya le queda chico. Fue demasiado explotado en el pasado, y aunque interpreta creíblemente su rol en esta película, no logra destacarse ni Vaughn logra darle libertad para hacer crecer al personaje más de lo estipulado. Último Round Me doy cuenta que la película me cautivó más de lo que supuse en primera instancia. A lo largo de esta nota, cambié mentalmente la calificación final de la película, unas cuatro o cinco veces (pasando de ser una obra maestra cinéfila a solo un simple intento fallido de imitar a Tarantino). La extensión de la nota se debe justamente a que la película permite varias líneas de análisis, y tiene varios niveles de lectura que no suponemos a simple vista. O quizás no. Las confusas pretensiones del ambicioso Vaughn me han llevado ha confundirme un poco y espero que el lector no se confunda también. Las contradicciones de la película, pueden relacionarse con las contradicciones en la crítica. No es un film fallido, pero... Quizás lo estoy sobrevalorando demasiado. Probablemente se trate de un fascista más de Hollywood al que le estoy dando la razón. ¿Quién sabe? Habrá que ver Kick Ass 2, para confirmarlo.
La ecléctica e irregular filmografía del francés Francois Ozon, provoca que sea difícil analizar en conjunto; encontrar los matices que unen las obras de este realizador provocador, cinéfilo, que en poco más de diez años ha sabido construir clubes de fervientes admiradores y detractores por igual. Particularmente, solo he visto la mitad de su obra, por lo tanto no puedo generar una completa comparación entre El Refugio, su última película estrenada, y el resto de su filmografía, más que justificar que esta obra cumple con la principal característica que une narrativamente a todos los films: la desestructuración del núcleo familiar, cuestionar cuál es el rol social que cumple la institución familia en el mundo, en Francia. A diferencia de películas como La Piscina o Ricky, esta vez la fantasía no interfiere con el mundo “real”. Tampoco se encuentra esa faceta más excéntrica y kitsch de Ozón, la que la relaciona con su perfil más cinéfilo, amante de los melodramas de Fassbinder o los musicales de Hollywood como Gotas que Caen sobre Rocas Calientes u 8 Mujeres. Estructuralmente El Refugio ni siquiera se anima a ser “innovadora temporalmente” (estilo Irreversible) como era Vida en Pareja (la vida de una pareja empezando por el divorcio y terminando cuando se conocen). Tampoco contiene un misterio abierto, ni juega manipulando la información de los personajes o espectadores como hacía en Bajo la Arena. Justamente, lo que hace a El Refugio, la obra más madura, soberbia y profunda de la cinematografía de Ozon son sus bajas pretensiones, su sutileza y sencillez. Todo comienza con una pareja joven, adicta a la heroína, en un departamento desnudo. Ozon nos presenta con menor locura videoclipera, una situación a lo Requiem por un Sueño, pero el efecto será efímero. Cuando la aristocrática madre del muchacho entra al departamento, encuentra a su hijo muerto y a su novia, Mousse, en estado de coma. Cuando despierta, le notifican que está embarazada de 8 semanas. Los padres del novio, miembros de la clase alta francesa, la discriminan y le piden que aborte. Ella no quiere y se escapa a un pueblo en las afueras de París, típica campiña francesa, parando en la casa de un ex amante que ha quedado ciego. Su tranquilidad se verá afectada, cuando reciba la compañía de paso, de Paul, el hermano de su novio fallecido, con quien empezará una relación, aún cuando este es homosexual. Retrato de personajes que deciden aislarse y marginalizarse, Ozon logra una obra soberbia gracias a que decide centrar su cámara en la evolución de los personajes, en la forma en la que deciden abrirse sentimentalmente, moverse por impulsos y no por racionalismo. Pone el peso de la película, no en la estética, la fama de sus actores, la estructura, los giros narrativos, los temas tabú, sino en las actuaciones en sí, de un elenco joven y sólido. Tanto Isabel Carré (Corazones) como Louis Ronan – Choisy, hacen un trabajo extraordinario, sutil. Ella, con su aspereza e inseguridad, luchando contra los fantasmas del pasado. Él, simbolizando la esperanza, el nuevo camino. La naturalidad con la que ambos llevan las interpretaciones son el punto más fuerte de esta película que se llevó el premio especial del jurado en el Festival de San Sebastián. Al igual que en Bajo la Arena, la playa y el mar son esenciales para delimitar a los personajes, pero a la vez para potenciarlos. Sin apelar a golpes bajos forzados, Ozon construye su mejor opus, basándose en un relato fluido, un cuento bien contado, dinámico, contemplativo, donde los personajes no son juzgados, y donde ciertas acciones tienen una respuesta coherente, necesaria. Otro tema recurrente que ya expuso en Gotas que Caen… y El Tiempo que Queda, son los dilemas morales de la comunidad homosexual dentro de la sociedad, y la familia. En El Refugio, el mayor dilema es la capacidad que puede tener un hombre para suplantar a una mujer en el rol materno. Ningún estreno comercial está aislado de su contexto político, y la películas podría ser exhibida como buen ejemplo en el Congreso Nacional a propósito de la ley que aprueba el matrimonio entre personas del mismo sexo y la posibilidad de adoptar chicos. Bellamente fotografiada, pero nunca en un exceso de meticulosidad en la puesta en escena, el director logra conciliarse con seguidores y detractores, gracias a la austeridad, y la sencillez del discurso narrativo. ¿Estaremos frente a un nuevo cineasta, que ha crecido, que ha pasado los tiempos de rebeldía y adolescencia para reflexionar sobre las consecuencias de traer una criatura al mundo, pero sin temer a que la misma salga volando por encima de los tejados parisinos? Habrá que juzgarlo a partir de sus próximos trabajos. Por ahora, El Refugio demuestra lo mejor de Ozon, lo más puro y obsesivo.