A la altura de productos dignos estadounidenses de Hollywood de este tipo, como Kate & Leopold de James Mangold con Meg Ryan y Hugh Jackman, Cocodrilo Dundee, All of Me con Steve Martin y Lily Tomlin, y Mi Fantasma Favorito con Bob Hoskins y Denzel Washington, y algunas referencias a la literatura de Stephen King; Fantasma de Buenos Aires cuenta la historia de Tomás, un muchacho tímido, escéptico de hoy en día, fácil de asustar, introvertido, enamorado de la novia de su mejor amigo Claudio. Una noche, jugando a la Ouija, ambos convocan al fantasma de un malevo, Canaveri, un guapo del 900, cantor de Tangos, asesinado en una extraña disputa. Mientras que Claudio sale corriendo, Tomás siente curiosidad por descubrir al espíritu suelto. Sin embargo, Canaveri toma posesión del cuerpo de muchacho. Ambos hacen un pacto: el fantasma usa el cuerpo del protagonista para resolver su asesinato, y el muchacho pide a cambio, respuestas existenciales. Como suele suceder en este tipo de películas, al principio entre el guapo misógino y el chico tímido empieza a haber asperezas, y mientras que el primero lo ayuda a superar la timidez con las mujeres, y a luchar con delincuentes y ex novios de la chica que le gusta, Canaveri tiene que adaptarse a la reglas de mundo contemporáneo: empieza a moderarse y aprende que causas lo llevaron a que lo asesinaran. Grillo hace un debut bastante interesante. Maneja equilibradamente las cuotas de humor, drama y romance, sin excesos. Quizás demasiado correctamente. Estética y fotográficamente interesante, sin resaltar, pero también sin errores; sonoramente bien trabajada, Grillo puede meter sin pretensiones, reflexiones sobre la redención, la vida, la muerte, el amor y ciertas costumbres porteñas. Plantea las diferencias entre la Buenos Aires del 1900 y la de ahora, de forma inteligente. El guión es redondo, no deja abierto ninguna subtrama. Cada elemento cierra de forma coherente, con la típica meticulosidad que le impregnan los profesores de la Universidad del Cine a sus estudiantes. Sin embargo, se puede criticar que Grillo no se haya animado a salir del molde, al mismo tiempo. Con un guión tan bien escrito, y solvencia para narrar, Grillo podría haberse animado visualmente a ser más bizarro, pero se nota que no quiso inclinarse por hacer un producto clase B, sino un solvente entretenimiento cuasi comercial, con algunos planos que remiten más a una publicidad que a una película. La reconstrucción del 1900 es sumisa y discreta. Y se destacan las interpretaciones de un elenco joven y desconocido, especialmente del protagonista, Estanislao Silveyra, que sale bien parado en un rol difícil, que generalmente deriva hacia la sobreactuación. Para ser una película de tintes fantásticos y tangueros, Fantasma de Buenos Aires, a pesar de tener ciertos clisés, lugares comunes y convenciones del género, ser previsible, y que algunos chistes sean un poco ingenuos, sale airosa, gracias a una correcta puesta en escena. Grillo, de esta forma es un nuevo realizador argentino, para seguir de cerca.
Schreider (Auteuil) es investigador de la división homicidios de la policía de Marselle. Tras un accidente, donde pereció su hija, mientras su esposa quedó postrada en un hospital es estado vegetativo, Schreider se refugia en el alcohol para ahogar sus penas, e involuntariamente secuestra un colectivo, por lo que termina siendo relegado de rango. Sin embargo, su habitual compañero le pide ayuda para resolver una serie violaciones y asesinatos, que se asemejan a los de un asesino que atrapó 20 años atrás, que al mismo tiempos, queda liberado condicionalmente, mientras que la único testigo del asesinato por el cual fue encarcelado, espera la hora para vengarse del hombre que mató a sus padres. Durante tres décadas (50s, 60s, y 70s), gracias a las películas de Jean Pierre Melville principalmente, pudimos disfrutar de excelentes policiales franceses que no se limitaban a entrar dentro de la categoría de film noir. No se caracterizaban sus historias por ser más oscuras que el alma de sus personajes. Sus protagonistas eran policías imperfectos incorruptibles, pero débiles a la vez, humanos. Eran melancólicos, tristes, nostálgicos. Tras el fallecimiento de Melville, el puesto quedo vacante. Se podría decir, que artistas de diversas etnias como Michael Mann de Estados Unidos y Johnny To de Hong Kong, supieron ocupar el puesto, pero dentro de Francia, faltaba algún director capaz de revivir el género. Podríamos decir, que Claude Chabrol siempre fue un maestro indiscutible del thriller, pero el policial negro propiamente dicho lo revivió Olivier Marchal. Si bien su primer película, Gangster no tuvo demasiada difusión, el segundo, El Muelle, contaba con un duelo interpretativo atractivo, capaz de atrapar al mayor detractor del cine francés. Auteuil y Depardieu juntos interpretando a dos policías sospechosos de estar involucrados en casos de corrupción, eran una combinación explosiva. Sin embargo, Marchal se dejo seducir demasiado por los aspectos comerciales, y la película dejaba un poco que desear. Para MR 73, film que completa una suerte de trilogía acerca de la corrupción policiaca, Marchal se envuelve mas en los climas que generaban las películas de Melville, y convierte a su (anti)héroe, o alter ego en un personaje Melvilleniano, lleno de contradicciones, impulsos erráticos, honesto, violento y rencoroso a la vez, que bien podría haber sido interpretado en mejores tiempos por Alain Delon. Sin dudas, el punto mas alto de la película es la complejidad psicológica del personaje de Schneider, tanto desde el guión como por la impresionante actuación de Daniel Auteuil, quien con pocas palabras y apenas unos pocos gestos, refugiado tras unos lentes oscuros que no terminan de tapar sus ojos, y un bigote que apenas le deja un espacio a su boca, se pone la historia al hombro. Marchal maneja los climas de forma soberbia. La lluvia que cae sobre Marselle es parte de un escenario lúgubre, turbio y denso. No se trata simplemente de la historia de un asesino serial, sino también un “tour de force” sobre la mente de un hombre que no puede cambiar su destino, que debe luchar contra los fantasmas del pasado, el alcohol y la corrupción policiaca en su departamento, además de vivir bajo la incertidumbre de escaparse con su capitana, de la cual está enamorado, o serle fiel a su esposa moribunda. Marchal es mucho menos explicito y mas implícito a la vez en la manera de exponer la información y los hechos que en El Muelle, más profundo, la trama tiene muchas capa; se toma su tiempo para empezar la historia, por lo que la película, tarda un poco en empezar, aun cuando tiene un prólogo realmente exuberante. El problema, es que Marchal no se conforma con contar la redención de un personaje, y su relación con el entorno a través de la búsqueda de este violador y asesino. Para complejizarlo más aun, decide incorporar como trama paralela, la historia de Justine, una joven embarazada que cuando era niña fue testigo del asesinato de sus padres. Cuando se entera que el asesino saldrá bajo libertad condicional exige justicia al policía que lo atrapó: Schneider, lo que deriva a una seuda subtrama romántica. Tanto todo lo que rodea a Justine (la relación con su abuelo y la hermana) como este punto romántico, le quitan un poco de dinamismo al film, y lo que es peor aun, le dan un tinte sentimental y lacrimógeno, especialmente en el montaje final, que le saca un poco de tensión al relato. Marchal amaga con convertir su policial en un culebrón, pero logra inclinar la balanza con alguna escena de acción dosificante. Además, tanto a nivel visual como en los aspectos técnicos e interpretativos (tiene un gran elenco secundario además), la película resulta irreprochable. Aun cuando el recurso del flashbacks realentado y en blanco negro resulta un poco anticuado, aun cuando tenga algunos estereotipos, clisés, y lugares comunes, como por ejemplo la imagen del policía corrupto, previsible desde el momento que entra en escena, aun cuando es demasiado solemne y pretenciosa; MR 73, es fiel a su título original: un arma anticuada, pero poderosa. Una película que remite a lo mejor del cine de género francés: ecos de El Samurai o Historia de un Policía se pueden llegar a encontrar entre los tiroteos y el melodrama. Más allá de tomar una posición dubitativa sobre si seguir por una senda comercial – industrial, o el camino del autor inescrupuloso, Marchal confirma que es un gran narrador para seguir de cerca.
De vez en cuando, es necesario encontrar una comedia romántica superficial para despegarse de la realidad. Si la misma es solvente narrativamente, y las interpretaciones convincentes, identificables, sólidas, se disfruta mucho más. Volver a Amar, pésimo título, que podría llegar a confundirse con tantos otros parecidos que ponen los distribuidores en nuestro país a las películas europeas, se podría denominar como una especie de remake de Así Habla el Amor (Minnie & Moskowitsz) que John Cassavetes dirigió en 1971 con los espléndidos Gena Rowlands (esposa del director) y Seymour Cassell. La historia es sencilla. Matty es una cuarentona empleada de una oficina de correos, se acaba de divorciar, pero sigue viviendo con sus tres hijos, aunque extraña a su ex marido, que se fue con una joven alumna. Accidentalmente “choca” con Johnny, un camionero 10 años menor que ella, especie de bohemio hippie trotamundo que vive en su camión, y viaja constantemente a Italia para repartir helado. En principio la relación empieza tensa, pero a Johnny le atrae el carácter fuerte y no demasiado femenino de Matty, por lo que la invita a salir. Ella acepta solamente para vengarse de su ex. Sin embargo, pronto se sentirá atraída por el espíritu liberal del camionero, que más allá de su apariencia y algunas reacciones violentas, es honesto y carismático. En el medio se encuentra la hija adolescente de Matty, que se opondrá a Johnny por su pasado alcohólico, pero a la vez apoya la revancha de la madre. Previsible, repleta de personajes estereotipados, algunos lugares comunes y clisés, que a pesar de haber sido vistos tantas veces en el cine europeo como en el estadounidense, despiertan simpatía. Los personajes son agradables, amenos, pero a la vez complejos e identificables. La interpretación de la veterana Sarafian (Matty), una artista belga versátil, pero desconocida en nuestro país es lo mejor de la película. Visualmente correcta, con algún que otro plano secuencia que podría remitir al manejo de cámara de los hermanos Darlenne es lo más interesante desde el punto de vista estético. Aunque la película muestra la vida de una familia de clase media – obrera urbano europea, el director no quiere hacer demasiado énfasis en el aspecto socio-político, usándolo simplemente como contexto, no demasiado diferente a la manera en que Richard Curtis lo utiliza en sus comedias románticas británicas. Sin la intensidad, la cualidad interpretativa de la dupla Rowlands – Cassell, ni la fuerza para ir en contra de la corriente que tenía Cassavetes, este romance a lo Minnie & Moskowitsz con una estructura narrativa bastante convencional, a pesar de todo, termina dejando un agradable recuerdo.
Nuevamente, los hermanos Pedro y Agustín Almodóvar se fijan en una cineasta argentina. Esta vez no se trata de la sobrevalorada Lucrecia Martel, sino de una realizadora menos pretenciosa, más sutil, con la cabeza puesta más en la narración que en cómo contar, porque mientras que la primera justamente flaquea en sus guiones, en Julia Solomonoff el relato básico es todo, y por eso sus películas son narrativamente mucho más sólidas. Tras un interesante, aunque un poco irregular debut en el largometraje Hermanas, Solomonoff bajo las pretensiones, y propone un viaje más austero y menos pretencioso. Jorgelina tiene 10 años y está empezando a sentir curiosidad por el cambio de hormonas de su hermana de 14. Durante el verano, ambas se refugian en La Boyita, una casa rodante que tienen en el jardín de la casa, pero este verano particular, su hermana se va con los amigos a Villa Gesell. Jorgelina vive celosa, porque ella no puede experimentar los cambios de su hermana, pero a la vez le asquea y no llega a entender todo lo relacionado con el sexo. En vez de ir con su hermana y los amigos, acompaña a su padre a un campo que tiene en Santa Fe. Allá conoce a Mario, el hijo de los peones de la chacra. Mario tiene 12 años y es un habilidoso, aunque bastante callado muchacho, que prefiere ayudar a su padre en las tareas agropecuarias antes que ir a la escuela. En su tiempo libre, empieza una amistosa relación con Jorgelina: le enseña a cabalgar, a relacionarse con la naturaleza, etc. El problema surge cuando Jorgelina descubre que Mario tiene hemorragias, por lo que recurre a su padre, el médico del pueblo para tratarlo. Ambos descubren que lo que tiene Mario va más allá de las apariencias. Si bien se pueden encontrar similitudes temáticas con XXY de Lucía Puenzo, el lenguaje que Solomonoff trata de incorporar, es cuasi infantil, didáctico, por así decirlo, pero sin pretensiones ni solemnidad. Deja de lado el melodrama, y remite en cambio al cine argentino de fines de los 80s y principios de los 90s. Películas más naif e “inocentes”, con mensaje claro y directo, remite un poco a El Verano del Potro o Un Lugar en el Mundo. Al mismo tiempo también crítica las costumbres misóginas del campo, cierta ideología tradicionalista, donde los hombres mandan y hacen las tareas ganaderas, y las mujeres se dedican a respetar la decisión del hombre, y cumplen con los mandados hogareños. No juzga a sus personajes, pero si impera en toda la obra una violencia latente, subyacente, no gráfica como La Rabia de Carri. Para darle aún un toque más autobiográfico (el padre de Solomonoff era médico rural en Rosario) y nostálgico, decide ubicar la historia a mediados de los 80s, con la nueva era democrática y los australes circulando por doquier. Visualmente naturalista, estéticamente convencional, pero clásica, el fuerte de la película son sus protagonistas, especialmente el elenco infantil, que le dan verosimilitud a los personajes. Es acertado la elección de haber elegido no actores, sino verdaderos peones y estancieros para representar la gente del pueblo. Nicolás Triese (Mario) supo lo que era por primera vez una película, cuando fue a la primera función de El Ultimo Verano de la Boyita en el BAFICI. Con algunos lugares comunes, previsibles, pero con lenguaje sencillo y coloquial, el segundo largometraje de Solomonoff, supera ampliamente a Hermanas y esperemos que las próximas películas, confirmen su enorme talento como realizadora.
¿Por qué a veces uno es muy severo con algunas películas estadounidenses repletas de lugares comunes, clisés, golpes bajos, estereotipos y en cambio se es más condescendiente con el cine europeo? Quizás porque lo vemos menos seguido, quizás porque nos cansamos del típico discurso angloamericano, quizás por una cuestión de moda, de costumbre, de refinación. Lo cierto es que, quizás por una cuestión de prestigio, de descendencia somos más “respetuosos” a la hora de criticarlos. Pero también es verdad, que el cine comercial que llega a nuestro país, debe tener un equilibrio entre lo popular y lo artístico, debe captar a un público adulto, acostumbrado a ver un cine europeo que “emocione”, pero a la vez que tampoco demande un trabajo mental sofisticado, que la sofisticación pase dentro de la pantalla y no fuera. Y La Canción de Paris reune las características necesarias para ser uno de esos éxitos impensados, sencillos en su narración, clásico en su puesta, pero a la vez “bello y emocionante”. Para los distribuidores, no sería una sorpresa. La anterior película de Barratier, su director, fue un gran éxito gracias al boca en boca: Los Coristas, que además fue nominada a dos Oscars. Esta vez, Barratier y parte del mismo equipo técnico (Perrin como productor, Jugnot como protagonista) nos llevan a un teatro de los suburbios de París, el “Chansonia”, teatro de variedades, musicales y vodevil, bastante popular a principios del siglo XX, pero que fue decayendo a mediados de los ´30. Tras el suicidio del dueño ante las presiones del mafioso del barrio (Donnadieu) y la huída de la cantante principal, el teatro cierra y sus empleados quedan en la calle. Algunos como Pigoil (Jugnot) son simples desocupados, otros como Milou se afilian al partido comunista y promueven huelgas a favor de los sindicatos, y el Frente Popular Comunista, que acaba de salir electo para gobernar el país. Sin embargo, cuando Jojo, hijo de Pigoil es llevado bajo custodia de su madre, la cantante que escapó del “Chansonia”, Pigoil con ayuda de Milou y Jacky, el imitador, le piden al usurero una segunda oportunidad para abrir el teatro. La llegada de una joven cantante, ayudará y perjudicará a los trabajadores. Barratier, pasa de la comedia al melodrama de una escena a otra, fluidamente. Aun siendo tan previsible su estructura, llena de personajes estereotipados, clisés y los lugares comunes de estas telenovelas de época, el guión es bastante redondo. Todas las subtramas que se abren cierran perfectamente. Las críticas contra el fascismo que empezaba a imperar en el centro de Europa, el antisemitismo latente, la desocupación, los sindicatos, huelgas y la implementación de obras sociales y leyes en contra del abuso laboral son temas incluidos en este collage de época, cada uno con su porción exacta. Ni superficial, ni banal. La información necesaria y correcta. Esto también se implementa en cada rubro técnico. La película parece haber sido filmada con el manual en la mano, y hace recordar un poco a la película de Tim Robbins, Abajo el Telón, donde sucedían eventos similares. Tiene la escena para emocionarse, la escena para reírse, momentos de suspenso no demasiado tensionantes, pero que cumplen con su cometido. Todo está calculado. La fotografía del estadounidense Tom Stern es bella y despersonalizada (al contrario de cuando trabaja con Clint Eastwood, donde puede tener mayor libertad), la decoración de Jean Rabasse es meticulosa con el armado de época, y la música y canciones de Reinhardt Wagner nos llevan a los vodeviles, a los musicales de Broadway, donde la vida era color de rosa y todos eran felices. Más allá de algún que otro plano secuencia (armado en post producción en realidad) interesante donde se ve la trastienda del teatro, el mayor logro visual de Barretier es reproducir las coreografías musicales de las películas de Bubsy Berkely y el humor de Mack Sennet, entre otros, por ejemplo. Debido a que la película sucede, en mayor parte, durante 1936, Barretier, evita por completo mostrar la segunda guerra mundial, lo cual juega a favor para no tener que caer en el típico epílogo sentimentalista, aunque quizás es innecesario incluir uno en 1945. En cierta forma, esto hace recordar un poco a la obra maestra de Ettore Scola, El Baile, pero sin la sutileza, ni la belleza de la película de 1983. Las interpretaciones son correctas. Jugnot no se separa del buen padre / profesor que en otra época hacía Phillipe Noiret, Merad (Bienvenidos al País de la Locura) es el comediante todoterreno del momento (a fin de año estrena Mis Estrellas y Yo), y alegra ver actuando con tanta gracia y energía al gran Pierre Richard (El Hombre con un Zapato Rojo). Todos cantan, todos bailan, todos ríen sin dar pasos en falsos y siguiendo los códigos de las actuaciones de los años ´30 o ´40. Un crítico la relacionó con el primer (y mejor) cine de Enrique Carreras, aunque quizás se asemeja más con La Cabalgata del Circo de Soffici, o las películas de Ferreyra con Libertad Lamarque. Y sí, era otra época, otra ideología, y aún pecando de ser un poco ingenua y superficial La Canción de París, trata de rescatar el espíritu de los ´30. En ese sentido, lo logra.
Pablo y Victoria son un matrimonio de clase media alta de Capital Federal que se va por un fin de semana a Colonia, para tratar de levantar un poco su estado como pareja. Desde un principio de Tres Deseos, notamos que la cosa no anda bien. Pablo es posesivo, dubitativo e independiente a la vez. Quiere a Victoria, pero ella no responde como él quiere y por tanto, anda en busca de otra cosa, una respuesta a la pregunta si debe o no seguir con ella. Por su parte, Victoria, quiere que Pablo se fije en ella, le demuestre cariño, pero no sea tan posesivo. Distantes uno de otro, ambos tratan de estar juntos deambulando por calles y playas de Colonia, pero esto deriva a que cada uno haga la suya. En medio de su vagabunda caminata, Pablo se encuentra con Ana, una ex novia de la facultad. Ana se acaba de divorciar y tiene bastante claro las razones de dicha separación: los límites del amor y el cansancio por seguir una rutina conyugal. Pablo encuentra en Ana, la respuesta que esperaba, y siente deseos de volver con ella, aunque por otro lado, no puede dejar de sentir culpa por terminar con Victoria. Lo que podría ser un drama romántico clásico, Marcelo Trotta y Vivian Imar lo resuelven como una suerte de relato intimista, austero de seres vagando por las calles y charlando acerca de lo que sienten como si se tratara de una versión argentina de Antes del Atardecer. Cotidiana pero a la vez pretenciosamente existencialista con diálogos demasiado preconcebidos, que buscan ser mucho más profundo de lo que terminan siendo e interpretaciones poco convincentes especialmente de Birabent, que habla como si fuera la voz de “una” conciencia, y de Cardinali. Cada vez menos expresiva. Florencia Raggi logra ponerle un poco de naturalismo a su personaje. La música de Ivan Wyszogrod, por momentos se hace demasiado pesada y repetitiva, aunque las canciones, interpretadas en francés por Divina Gloria, le aportan un aire nostálgico. Densa, repetitiva, y bastante monótona a nivel visual; poco aportan los planos cortos, primeros planos y detalles a dotar de un clima más intenso a la historia, para que esta tenga un mayor ritmo. Solo ciertos momentos de humor, cortan con tanta solemnidad narrativa. Sobran minutos, debido a escenas forzadamente insertadas, como la de Pablo en el auditorio devenido en ruinas. En conclusión, lo único que me generaba Tres Deseos, mientras la veía, era desear que se terminara pronto, para emprender un viaje a Colonia, porque como postal turística termina siendo efectiva.
El último cuatrimestre del año suele ser una época bastante extraña en lo que se refiere a estrenos cinematográficos. Los tanques estadounidenses pasaron durante las vacaciones de invierno y Hollywood prepara los estrenos del Oscar y Navidad. Es por eso que El Secreto de sus Ojos sigue primera en la taquilla local. No hay estrenos fuertes que logren desbancarla. No se trata solamente de una fórmula exitosa. Ante la falta de competencia, en tierra de ciegos, el tuerto es rey. Por tanto, es la mejor época para que los distribuidores independientes se saquen de encima las películas europeas que fueron comprando a lo largo del año, y para que el INCAA, estrene aquellos films que quedaron en el cajón de los recuerdos. Es por eso, que en Septiembre, Octubre y Noviembre se estrenan las 40 películas argentinas que no llegaron en el resto del año. Por un lado, es positivo que las “pequeñas producciones”, tengan salida comercial. Por otro, la salida es en los cines de siempre, con poca publicidad (a menos que hayan ganado muchos premios en el exterior), poca difusión y críticas no demasiado entusiastas. Conclusión, no hay público, no se cumple el cupo para que se cumpla el sistema de continuidad, etc, etc. Y en esta bolsa cae La Extranjera también. Segundo film de Fernando Díaz, después de diez años trabajando para un canal documentalista francés, tras el estreno de Plaza de Almas. Parece que el “desarraigo” y “exilio” como consecuencia de la crisis económica impulsó a Díaz a contar esta historia. María es una mujer cuarentona solitaria. Vive en Barcelona en un pequeño departamento compartido. Trabaja en el guardarropas de una discoteca. Deambula buscando un destino en su vida, aunque, a simple vista parece haberse resignado a ella. La noticia del fallecimiento de su abuelo, la obliga a viajar a un pequeño pueblo muerto, fantasma de San Luis, “Indio Muerto”, para reclamar la herencia que consiste en una pequeña chacra venida abajo. Circunstancias del destino obligan a María a quedarse más tiempo, y empezar a vivir en la chacra, por la que siente empatía, y tratar de sacarla adelante cosechando y preparando comidas a base de Algarrobo. En principio, la mirada contemplativa de Díaz, en base a silencios, pequeñas acciones, poca información juegan a favor de la película. Hay un aura de misterio, expectativa y reflexión en el viaje de María desde Barcelona hasta Indio Muerto. Ayuda la introvertida, austera interpretación de María Laura Cali, actriz proveniente del teatro off y que solo hizo algunas actuaciones secundarias en cine. Justamente ella resulta la única revelación de la película. Física y emocionalmente Cali hace un trabajo descomunal, transformando un personaje urbano en una autodidacta estanciera rural. La conversión de ser una extranjera en su propio país a, ser parte de la tierra natal. Pero las vicisitudes que enfrenta María, sola, con clisés y toques de humor, terminan por agotarse y Díaz recurre a los convencionalismos, y lugares comunes del género: la relación con personajes del entorno, que entre caricaturescos y estereotipados, empiezan divirtiendo y terminan aburriendo. No es culpa de sus actores, el almacenero chanta que compone Roly Serrano, le viene como anillo al dedo. Arnaldo André se siente cómodo con el estanciero carismático (que cosecha soja), devenido en interés romántico (está mejor que en El Niño Pez al menos). Participa también Norma Argentina, pero lejos de aquella interesante revelación en Cama Adentro. La película toma caminos previsibles, y para cerrar la historia, Díaz recurre al golpe bajo, y todo lo bueno que había desarrollado en la primera mitad se viene abajo. Esperemos que Cali, tenga alguna obra mejor para destacarse en el futuro. Nuevamente, San Luis resulta un buen refugio (Un lugar en el Mundo), y una buena alternativa para cineastas que quieren contar la misma historia, resaltando la geografía local (bellamente fotografiada por Mariano Cúneo), las comidas tradicionales, las festividades gauchescas… La Extranjera es una producción menor, para vender a turistas; irónicamente conserva el típico mensaje del cine clásico de Hollywood, citando a El Mago de Oz: “Al final, no hay mejor lugar, como el propio hogar”.
¿Qué se puede agregar que no se haya dicho de Toy Story? El primer gran clásico de Pixar, a 15 años de su realización sigue siendo una obra maestra de la animación y el cine mundial. La película, dirigida por la gran cabeza del departamento animado contemporáneo de Disney, John Lasseter, mantiene una belleza visual y narrativa que incomparable, cuyo paso del tiempo, al igual que con los buenos vinos, ha mejorado … Y para mantenerla actualizada, no hubo mejor idea que pasarla a tres dimensiones. No sé si es que la historia me cautivó como si la viera por primera vez (me la había perdido en cine pero la habré visto como mil veces en video y televisión, así que aproveché la oportunidad), pero el efecto 3D, me impresionó muy poco. Sin duda tiene notables efectos, aunque no en el sentido más literal de lo que provoca el efecto tridimensional, o sea, uno no siente que los objetos atraviesan la pantalla o que se mete dentro del cuarto de Andy. El efecto mejora en los mismos aspectos donde se destacaba UP: la profundidad de campo, la distancia entre fondo y objetos, la voluminosidad. Sin embargo no es la única renovación: los colores se ven más vivos, las luces tugstenas, fluorescentes se sienten más palpables. Se hizo un lavado de la imagen, que provoca que uno vea a simple vista esta película de 1995 y la compare con UP, y no note demasiadas diferencias en lo formal. Realmente, Toy Story se encuentra al día, indemne en materia visual. Ha logrado luchar contra el paso del tiempo, no pareciera que hubo demasiados avances, a comparación de otras obras de Pixar, pero teniendo 15 años de diferencia supera a todas las películas de los estudios competidores. La historia Lasseter / Stanton / Docter / Ranft adaptada por el joven Joss Whedon antes de convertirse en el precursor de las series de vampiros adolescentes (Buffy) tiene el maravilloso clasicismo de todas las películas que Disney, esa perduración temporal, que la convierten en la única productora que piensa en las próximas generaciones, y no juega con chistes localistas y contemporáneos. El reestreno de ambas Toy Story es motivo de celebración, el 3D es solo una excusa para poder sentirla y emocionarse en el cine… nuevamente, para llevar a las nuevas generaciones, o, como fue en mi caso, tener una segunda oportunidad de verla en pantalla gigante. Está bien, nuevamente no pude escuchar las voces de Tom Hanks y Tim Allen, pero lo importante es volver a tener a Woody y Buzz (y los marcianitos también, por supuesto… uhhh), los personajes importan más que los actores (al contrario que las películas de Dreamworks). Nuevamente… “¡Al infinito y más allá!”
A veces da enorme placer ver un clásico. Especialmente uno de esas películas malditas, que marcaron una diferencia, una ruptura en los géneros, y que no fueron suficientemente apreciadas, e inclusive subestimadas en el momento del estreno. Pasaron 16 años desde que se estrenó esta joyita cinematográfica producida por Touchstone Pictures y Walt Disney. Fue la conciliación definitiva que tuvo Burton con la compañía que lo había rechazado en su momento, porque pensaban que sus ideas eran demasiado “oscuras”. Y era cierto. El Extraño Mundo de Jack lo confirma, pero en cada plano, hay luz, conciencia, esperanza, una moraleja acerca de que hay diferentes mundos dentro de uno mismo, y no se puede discriminar sin conocerlos. El mensaje sigue intacto, y con el paso de los años, el mundo de Halloween adoptó a Jack, casi como una emblema de esta festividad en sentidos extracinematográficos. La película tiene la marca de sus tres geniales e innovadores creadores. A pesar de que Burton está acreditado como creador de la historia y productor, la película lleva su sello en cada árbol, en cada rostro, en cada movimiento, en cada personaje. Pero también es cierto que Selick, como director, ha demostrado en sus posteriores trabajos un autoría que conecta este trabajo con Jim y el Durazno Gigante, Monkeybone o Coraline. El hecho de que siempre haya dos mundos, uno “real” y otro de fantasía, donde los personajes pasan por arte de magia, es una marca invariable de su filmografía. Aunque claro, Burton retomó el tema en El Cadáver de la Novia. Sin embargo, hay un tercer eslabón fundamental en esta película: Danny Elfman. Las canciones, la música, la voz del colaborador habitual de Burton ha logrado en esta película su participación más importante, y por eso es co productor. Otra sería la historia sin Elfman. Más allá de la evolución que tuvo la animación stop motion desde 1993, El Extraño Mundo de Jack conserva por suerte un gran impacto visual. Tres años de trabajo. Más de 100 personas animando. Un trabajo increíble. Es realmente virtuoso el esfuerzo por mejorar el sonido, la imagen y agregarle efectos en tres dimensiones. Este es el segundo re estreno que tiene la película en este formato, lo cual agradezco personalmente, porque la vi por primera vez en video casero, y no pude verla el año pasado. Según tengo entendido esta vez, reemplazaron el doblaje español, por un castellano más neutro, al que estamos más acostumbrados los argentinos. Esperemos que algún día podamos verla, aunque sea en funciones trasnoche, en su idioma original. Igualmente el efecto 3D no es realmente efectivo con películas que fueron filmadas en 2D. Pasó con Boogie, el aceitoso, y sucede lo mismo esta vez. Pienso que en realidad, son muy pocas las películas que hasta ahora aprovecharon realmente el nuevo chiche de Hollywood. Habrá que ponerle las fichas a Avatar de Cameron o el preoxido y muy esperado regreso de Burton con Alicia en el País de las Maravillas. Mientras tanto, disfrutemos como si se tratara de una película en medio de alguna retrospectiva en el Malba o la Lugones donde los clásicos se viven como si se hubieran estrenado ayer, de esta obra, convertida en culto, por toda una generación.