De la remota Georgia llega esta propuesta, y tardíamente, que nos habla de cómo una mujer pone su esfuerzo para cambiar su realidad aunque los obstáculos se multipliquen. Relato intenso, doloroso, en el que el abuso de poder puede aparecer a la vuelta de la esquina y demostrar que nadie es quien dice y aparenta ser.
Documental de visión obligatoria, la historia de las Madres de Plaza de mayo argentina se enlaza con la de madres turcas que vieron desaparecer a sus hijos en los recientes sucesos acontecidos en su país. En la fuerza de Nora Cortinas está reflejada la búsqueda de todas las madres, algo que los realizadores destacan y potencian.
Roadmovie existencialista, muy de moda en Europa por cierto, aquí veremos cómo en el cumplir un objetivo dos extraños potencian sus anhelos y deseos, y también sus diferencias. Película de gestos y de diálogos, hay un material riquísimo en las palabras que cada uno emite, mientras por la ventanilla del auto pasan escenarios y paisajes sublimes.
¿Cómo puede ser que hasta el momento no se había llevado la vida de este santo pagano al cine? Muchas veces la deuda con personajes tan impregnados en la idiosincrasia de los pueblos se hace esperar, y en tiempos en donde la palabra “biopic” está de moda, Cristian Jure viene a revolucionar la pantalla con una puesta al día de la historia de este “gauchito” que se supo entre dos fuegos, reprimiendo (lo que podía) sus pasiones y ayudando al prójimo.
Obsesión por la lengua Tomás Lipgot es un director apasionado. Dejando ya de lado la épica que construyó en la saga de Moacir (2011), retorna con ¡Viva el palindrómo! (2018) un ejercicio documental, que lo incluye, y que rastrea la obsesión por la lengua y sus características lúdicas. El film arranca con el propio Lipgot como objeto de estudio de la película. Abiertamente se manifiesta como un obsesivo del lenguaje, y un verdadero fanático de los palíndromos. Para aquellos menos avezados, un palíndromo es aquella palabra o expresión que se lee igual de izquierda a derecha y viceversa. No por nada el destino quiso que naciera en Neuquén (palíndromo). ¡Viva el palindrómo! casi como un ejercicio para poder comprender la verdadera obsesión detrás de las palabras y sus significados, desandará los pasos del director en tierras lejanas, en donde sus fanatismo puede ser compartido por personas que sienten y generan el mismo ida y vuelta. La cámara acompaña y busca en los espacios la simetría, y donde no la encuentra la genera, con efecto de pantalla partida al medio que refleja el reverso de aquello que se muestra. De hecho, a la mitad de la película un corte buscará generar un palíndromo cinematográfico para completar el mensaje de la propuesta. Lipgot encuentra en su búsqueda personajes pintorescos, como Silvia, aquella mujer que canta la canción que da nombre al film, mezcla de Margaret Atwood con el científico de Los Simpsons, y que en su exagerada locura para llevar a cabo sus juegos de palabras, se la muestra desmesurada, explosiva, y feliz, ante la inquietud del director de entender a los palíndromos como un verdadero problema en su vida. “Todo el tiempo leo al revés, todo el tiempo busco simetría y palíndromos” manifiesta en algún pasaje, para luego también referirse a la soledad de esta cansadora, abrumante y desafiante tarea. El viaje ofrece aire a un tema que al poco tiempo de iniciado el relato, agota algunas posibilidades discursivas, pero que intenta volver al eje con, por ejemplo, la consulta a transeúntes sobre el significado de la palabra. ¿Qué es un palíndromo? sondea Lipgot, algunos no desean responder, otros dicen que es un animal feroz, otros aciertan con su escueta respuesta, lo que sí nadie menciona es que detrás de ellos hay una serie de personas obsesionadas con la simetría y con darle a todo un nuevo significado a partir de expresiones y palabras, como aquel que llevó hasta el punto máximo su capacidad para generar expresiones dobles publicando una versión de la biblia en palíndromos, o el otro que escribió un libro con una cantidad de páginas simétricas. ¡Viva el palindrómo! ofrece una mirada particular, desde dentro del conflicto que presenta, buscando algunas respuestas con la participación de lingüistas, científicos, profesionales, amateurs, a una obsesión que avanza en la vida de aquellos que se obsesionan con los palíndromos y pintando un fresco sobre la particularidad de los personajes entrevistados y sus mecanismos de creación y defensa.
Mi mejor amigo La ópera prima de Martin Deus desanda los pasos de un adolescente (Angelo Mutti Spinetta) y su encuentro con el hijo de un amigo de su padre (Lautaro Rodriguez), mientras su despertar sexual lo impulsa a revelarse a mandatos y pautas establecidas. Con honestidad, con diálogos sinceros y sencillos, y con la habilidad para ubicar a los protagonistas en un contexto natural para enmarcar la historia, Deus potencia su relato, una coming age LGBT que sorprende por la veracidad y verosímil de su historia.
Pawel Pawlikowski es un artesano cinematográfico. En su afán de narrar posiciona al cine en una escala diferente en la que cada detalle que compone la propuesta es cuidado al máximo para potenciar sus ideas. La simetría con la que nuevamente decide construir los fotogramas y escenas del relato, potencian un cuento que vuelve a conciliar aspectos asociados a la historia de su país con elementos de género que refuerzan y subrayan sus pensamientos. Si en “Ida”, película que le arrebató el Oscar a la mejor película extranjera a “Relatos Salvajes”, se proponían los laberintos de una joven que se debatía entre la fe y la pasión en medio de un contexto desfavorable, aquí se vuelve a trabajar con el amor como épica chance para salir adelante en tiempos difíciles. Polonia, circa 1950, devastada por la guerra la ciudad expulsa a sus habitantes, y mientras la reconstrucción física y emocional se plantea como el objetivo a corto plazo, otros encuentran en el arte la posibilidad de reinventarse. Así el director de una orquesta que recluta cantantes para sus espectáculos conoce a una joven que lo deslumbra en dos aspectos, por su canto, con una voz única y diferente, y por el otro lado por su belleza, rasgos clásicos, mirada cristalina. Lo que comienza como un simple trabajo, se sabe, el espectador maneja el dato desde el primer encuentro, seguirá como una apasionante historia de amor que por el fulgor de la pasión y de los egos, comenzará a transitar lugares insospechados para la clásica chico conoce chica en tiempos complicados. Juntos, separados, ambos protagonistas destacan sus labores a partir de interpretaciones soberbias y sólidas, necesarias para avanzar en sus historias y en el inevitable encuentro que hacia el final se promete. Pawlikowski supera la simpleza de las premisas narrativas con una puesta soberbia, que se escuda en el imprescindible trabajo de fotografía de Lukasz Zal, potente, hipnótico, sumado al bello blanco y negro con el que la historia entre los dos amantes se cuenta. Lo interesante de “Cold War” es el saber que la pareja protagónica escapa a los cánones del drama romántico, posicionando a cada uno en un lugar de poder que generará los conflictos necesarios para avanzar en el relato con la tensión necesaria para mantener las expectativas altas sobre su resolución. “Cold War” demuestra que independientemente de la vuelta a clásicos y simples tópicos que se trabajaron con anterioridad, se pueden reinventar apasionantes relatos en los que su vector disparará ejes secundarios, necesarios, para complementar la propuesta.
Mentira la verdad Inspirada en El Cascanueces de Alexandre Dumas Pére, que tuvo su versión ballet con música de Tchaicovsky, y que a su vez adaptó a E.T.A. Hoffmann, Lasse Hallström (Chocolate, Siempre a su lado) dirige El Cascanueces y los cuatro reinos (The Nutcracker and the four realms, 2018) una nueva versión del clásico navideño pero en esta oportunidad con actores y proliferación de efectos digitales para darle un marco de fastuosidad y relevancia. La película forma parte de una serie de adaptaciones que los estudios Disney harán de propuestas que ya han visitado con anterioridad como Winnie the Poh y Mary Poppins, entre otros, en las que se conjugarán aspectos de live action con animación digital para dar un marco de realismo a diseños y escenarios que hasta el momento no se habían logrado en cine (sí en animación). En El Cascanueces y los cuatro reinos Clara (Mackenzie Foy) recibe un último regalo de su madre recientemente fallecida, un pequeño huevo dorado de metal que, según dice la tarjeta de salutación, “contiene todo lo que necesita”. El problema con el obsequio es que para ver qué contiene se tiene que abrir con una llave, la que, inesperadamente, no forma parte del regalo. Así, Clara comenzará un viaje al estilo Alicia en el país de las maravillas entre dos reinos, el humano y uno de fantasía, al que llega inesperadamente tras perseguir un hilo que supuestamente la llevaría a la ansiada pieza que le permitiría abrir el huevo. Desde el momento de llegada al lugar, la película se transforma en la descripción precisa de los cuatro reinos, con cada uno de sus líderes y la cuestión está en ver cómo Clara asume la noticia de que su madre era de ese lugar. El Cascanueces y los cuatro reinos es una propuesta que en su afán de explorar animación CGI construye un híbrido que no termina por definir su verdad en ninguno de los dos campos en los que posee injerencia. Si el cine es experiencia colectiva, es emoción dentro y fuera de la pantalla. En la película se construye un artificio tal, que prohíbe el asombro ante las imágenes deslumbrantes y actuaciones de reconocidos intérpretes como Keira Knightley, Helen Mirren, Morgan Freeman, entre otros. En los orígenes del cine las primeras aventuras planteadas tenían que ver con hacer posible lo imposible, viajar a la luna, ser un superhombre, volar en una alfombra mágica, navegar por ríos de chocolate, a través de una serie de mecanismos y efectos que si bien mostraban su “mentira” en el reconocimiento de ésta había un placer que permitía el disfrute de la película. En tiempos de post verdad y fake news El Cascanueces y los cuatro reinos es el ejemplo del momento de la industria, en donde se prefiere abusar de mecanismos que permiten construir historias inimaginadas, irreales, deslumbrantes, pero que en el fondo son solo el envoltorio de la nada misma, tal vez como ese papel que recubría el huevo que Clara recibe: sólo un instante de alegría, un momento de deslumbramiento y un vacío que deja la sensación de pérdida de tiempo al salir del cine.
Puesta al día de aquellas películas en las que un grupo de adolescentes juegan con los límites aceptando el desafío de introducirse en espacios malditos o de los que se han desarrollado un sinfín de leyendas urbanas. Excepto por la utilización de recursos que acercan la propuesta a una dinámica interpretación del género en la actualidad (redes sociales, canales de youtube, proliferación de mensajes y trazos gráficos), su reversión de “falso documental” se pierde a los pocos minutos de iniciada su abúlica narración.
Bienvenida esta propuesta de Albertina Carri en donde los límites de la censura y lo filmable construyen un potente relato sobre la amistad, el amor, el poliamor, la sororidad, entre otros temas. Un grupo de mujeres se embarcan en la tarea de recuperar un viejo Torino que será próximamente rematado, en ese viaje aprovechan para jugar con sus deseos, prestar atención a aquellas que lo necesitan, expulsando a violentos y construyendo una épica travesía de amor y amistad.